(35) Romper el Círculo
Las palabras flotan en el aire, crueles, imposibles.
Mi respiración se acelera.
Mi pecho sube y baja con una rapidez alarmante.
La mente se me satura con imágenes suyas, recuerdos de su risa, de sus manos entrelazadas con las mías, de su forma de mirarme como si yo fuera su todo...
Leah, mi Leah... no puede ser la misma persona que haría algo así.
—No... no tiene sentido —murmuro, apenas consciente de mi voz.
Las lágrimas empiezan a acumularse en mis ojos, pero no sé si es rabia, miedo o desesperación lo que las provoca...
—¡No puede ser verdad!
Siento un tirón en mi pecho, como si alguien estuviera arrancándome el alma. Mi cuerpo empieza a temblar, mis manos buscan algo, cualquier cosa, para aferrarse. Igual que mis pensamientos.
—Hermione, respira —escucho la voz preocupada de Harry aproximándose.
Ron ya está a mi lado. Su mano se posa en mi hombro, apretando con cuidado, como si temiera que pudiera romperme en pedazos.
—Mione, mírame —su voz baja, casi un murmullo— Solo respira, ¿vale? Intenta que el aire llegue hasta tus pulmones.
No obstante, por más que lo intente, no puedo.
Todo lo que veo es a Leah; su rostro, su sonrisa... y la imagen de ella como Luna la describe, torturando a gente, traicionándo como es realmente...
—No... no puede ser... —repito, como si aferrarme a esas palabras fuera la única forma de mantenerme a flote.
Siento la mano de Luna sobre la mía. Su tacto es cálido y su voz, apenas un susurro, intenta suavizar la situación:
—Hermione, escuchame. —sus ojos azules me buscan, tratando de anclarme a la realidad— Estamos aquí contigo. Todo va a estar bien.
Cierro los ojos con fuerza, luchando contra el mareo que amenaza con consumirlo todo.
Poco a poco, con las palabras de Harry, Ron y Luna rodeándome, logro calmar mi respiración. Es irregular, pero ya no duele tanto respirar.
El silencio que sigue se rompe por un sonido que hace que todos nos tensemos: pasos.
Lentos, calculados, descendiendo por las escaleras de piedra.
El aire en la celda se torna más frío, más pesado.
Harry se pone de pie de inmediato, sus ojos clavados en la puerta. Ron se mueve junto a él, su postura rígida, mientras Luna se mantiene cerca de mí, para asegurarse de que esté bien.
La puerta se abre con un chirrido agudo, y allí, en el umbral, aparece la figura encorvada de Colagusano.
Sus ojos pequeños y acuosos se mueven de un lado a otro, evaluándonos con una sonrisa que no llega a sus ojos.
Su varita se alza, apuntándonos:
—Levantaos. Ahora.
Harry, Ron y yo intercambiamos miradas rápidas antes de ponernos de pie lentamente. Mis piernas todavía tiemblan, pero hago todo lo posible por mantenerme erguida. No puedo permitirme mostrar debilidad.
—Arriba, arriba —insiste él, agitando su varita hacia nosotros mientras nos guía hacia la puerta de la celda.
Subimos las escaleras de piedra seguidos de Colagusano. Este no deja en ningún momento de apuntarnos con su varita.
—Ese rostro desfigurado no engaña a nadie, Potter. Podría reconocerte en cualquier parte, pero parece que otros quieren asegurarse.
Resopla, disfrutando de la situación, antes de agregar:
—Aunque, claro, sería una pena equivocarse, ¿no?
Harry no responde.
Sin embargo, su postura tensa lo dice todo. Siento a Ron a mi lado, sus puños apretados, y sé que está haciendo un esfuerzo titánico por no lanzarse contra Colagusano.
Cuando llegamos a los pasillos de la mansión, el mármol frío bajo nuestros pies amplifica el eco de nuestros pasos. La opulencia del lugar, que debería ser impresionante, solo consigue ser sofocante.
Colagusano nos guía hasta el salón principal, donde un grupo nos espera.
Lucius Malfoy se encuentra en el centro, su rostro ansioso y desprovisto de su habitual aire de superioridad.
A su lado, Bellatrix Lestrange nos observa con una sonrisa que me hiela la sangre. Sus ojos se clavan en mí, como si ya estuviera disfrutando de mi sufrimiento.
Sentada no muy lejos, Narcisa Malfoy permanece más apartada, su rostro sereno.
Bellatrix es la primera en hablar, su tono cargado de impaciencia y desprecio.
—Es evidente que es Harry Potter, ¿no? ¿A qué estamos esperando?
Narcisa parece menos convencida. Su mirada fría recorre a Harry de arriba abajo, sus ojos evaluando cada detalle.
—Este chico tiene ciertos rasgos de Harry, pero no se parece en absoluto.
Lucius, aún inseguro, observa la interacción entre las dos mujeres.
Bellatrix, con un destello en sus ojos oscuros, saca algo de entre las cosas que nos quitaron: mi varita.
—Revisemos esto, ¿no? —murmura, girándola entre sus dedos antes de mirarme directamente con una sonrisa depredadora— Un hechizo de desfiguración...
El silencio en la habitación se rompe con el comentario de Lucius, que resuena como una sentencia:
—Parece que sí que sois vosotros... el famoso trío de oro de Hogwarts...—sonríe con superioridad y mira a su mujer— Llámalo.
Mis piernas se tensan. No podemos dejar que eso ocurra.
Narcisa, que había permanecido en calma hasta ahora, se levanta de su asiento.
—Esperad. —su voz tiene un peso que detiene a todos en la sala— Deberíamos avisar a Draco primero para asegurarnos de que realmente sean ellos. Un paso en falso y...
Lucius asiente con un leve movimiento de cabeza, como si reconociera la lógica en las palabras de su esposa.
Luego gira su rostro hacia Colagusano, que permanece junto a nosotros con su habitual aire servil.
—Trae a mi hijo.
Colagusano asiente torpemente y se dirige hacia la puerta.
Harry rompe el silencio que se ha formado con la voz cargada de desafío:
—Sois tan cobardes que nos vais a entregar a Voldemort en vez de hacer vosotros mismos el trabajo. Si ya sabéis quienes somos, acabad con nosotros, ¿no?
El comentario cae como una bomba. Bellatrix se mueve con rapidez, apuntando a Harry con su varita.
—¿Cómo te atreves a hablar así a la sangre pura?
Lucius interviene antes de que pueda hacer algo más. Su mano se posa sobre la varita de Bellatrix, bajándola lentamente con un gesto firme.
—Déjamelo, querida.
Bellatrix relaja su postura, aunque su rostro aún refleja una furia latente. Lucius respira hondo, caminando hacia Harry con un aire de superioridad calculada.
—Los privilegios de servir al Señor Oscuro son algo que ninguno de vosotros podrá experimentar jamás... —su tono es gélido, casi como si estuviera deleitándose con cada palabra— Está lleno de beneficios, ventajas que solo los elegidos conocen.
Hace una pausa y luego gira lentamente la cabeza hacia mí, con una sonrisa perversa:
— Tú... queridísima Leah lo sabe muy bien.
Mis músculos se tensan al instante, como si todo mi cuerpo se hubiera convertido en piedra.
—¿C-cómo?
Lucius sonríe con satisfacción al ver mi reacción.
—Ella ha decidido de qué lado quiere estar. —su mirada permanece fija en mí mientras sus palabras resuenan en la habitación— Después de todo, su familia, los Strauss, fueron una de las más fieles al Señor Oscuro. Ella ahora solo quiere enmendar su error.
Sacudo la cabeza y le grito:
—¡Mientes! Algo le habéis hecho, y cuando lo averigüe...
El eco de mi propio grito parece resonar en mi cabeza, pero Lucius solo ríe.
—¿Por qué no se lo preguntas tú misma?
Antes de que pueda responder, el sonido de pasos en el pasillo anuncia la llegada de Colagusano. Este entra en la habitación, seguido por Malfoy.
Mi primera impresión de Draco es perturbadora: no tiene el aire sereno y confiado que siempre había tenido. Su rostro está pálido, y sus ojos, llenos de una mezcla de temor y resignación, se clavan en el suelo.
No obstante no es él quien me deja sin aliento. Es la figura que camina junto a él.
Mi respiración se paraliza.
Leah.
No esta vestida con su camisa habitual, esta vez lleva un uniforme oscuro. Su cabello, siempre desordenado y lleno de vida, está recogido en un moño impecable.
Lo que más me golpea es su mirada. Está vacía, perdida, como si no quedara rastro de la persona que conocí, que amé.
—Leah... —susurro, mi voz temblando.
Ella no parece reaccionar, ni siquiera al oír mi voz. Camina junto a Draco hasta el centro de la habitación, donde Lucius se acerca a su hijo.
Draco se detiene al lado de su padre, tensándose visiblemente cuando la mano de Lucius se posa sobre su hombro con un gesto posesivo.
Leah, en cambio, sigue caminando hasta situarse junto a Draco, sin alzar la vista.
—Leah... —repito, mi garganta ardiendo por la urgencia, por la necesidad de que me mire, que me reconozca.
No sé qué decir. Mi mente está atrapada en una maraña de emociones: incredulidad, desesperación, miedo.
Es Ron quien rompe el silencio, su voz llena de frustración y enojo.
—¡Leah! ¿Qué estás haciendo?
Ella levanta la mirada lentamente, pero cuando sus ojos se encuentran con los míos, mi corazón se hunde aún más. No hay vida en ellos, no hay reconocimiento. Es como si mirara a través de mí, como si no me viera en absoluto.
—Leah... soy yo... —mi voz se quiebra al intentar alcanzarla.
Su expresión no cambia.
Su mirada, vacía y distante, me estremece más de lo que puedo soportar. Es como si estuviera frente a un extraño, alguien que lleva el rostro de la persona que amo, pero no es ella.
El silencio en la sala es insoportable.
Bellatrix observa la escena con una sonrisa cruel, disfrutando de mi sufrimiento. Lucius, por su parte, se limita a observar, complacido, como si todo esto fuera una obra que había planeado meticulosamente.
A pesar de todo, yo no puedo apartar los ojos de Leah.
—Leah... por favor... —miro directamente a sus ojos, buscando desesperadamente algo, cualquier cosa que me diga que ella sigue allí, que esto no es real.
Ella no responde. Y el vacío en su mirada es un golpe que me deja sin aliento.
Draco, de pie junto a su padre, lanza miradas furtivas hacia Leah. Su preocupación es palpable, y aunque intenta mantener la compostura, sus hombros tensos y su expresión atormentada lo traicionan.
Lucius se pasea por la habitación, su voz resonando con una mezcla de orgullo y burla.
—Lo que creáis que queda de ella ya no existe. Leah Strauss murió el día que la llevé ante mi señor. Cuando el Señor Oscuro decidió que ella sería su mano derecha. Usó sus conocimientos sobre la magia para asegurarse que ella solo le sirva a él.
"¿C-como que mano derecha?" Mis manos tiemblan.
Lucius continúa, disfrutando de cada instante:
—Debo admitir que incluso él se sorprendió. Fue un golpe inesperado cuando descubrió que la chica había encontrado algo... interesante.
Hace una pausa, observando nuestras reacciones con una sonrisa calculadora.
—Oh, pero qué maleducado soy. Creo que sería mejor que ella misma os lo explicara.
Se gira hacia Leah. Ella asiente, todavía con esa expresión vacía que me atraviesa como un cuchillo.
Da un paso adelante y comienza a hablar con una voz que, aunque familiar, suena distante, desprovista de la calidez que una vez conocí.
—Cuando Lucius me llevó a conocer al Señor Oscuro... no quería hacerlo. Mi mente, mi conciencia...
Hace una pausa, y por un instante parece que algo lucha por salir a la superficie, pero desaparece tan rápido como llegó:
—... Se resistía. Me aferraba a pensamientos débiles, recuerdos inútiles.
Draco da un paso hacia ella. No obstante, se detiene cuando siente la mirada dura de su padre sobre él.
—Mi señor me mostró la verdad. Me hizo ver lo equivocada que estaba, cómo mi debilidad me había llevado a errar. Al principio, él pensó en matarme.
Mis ojos se abren de par en par al escuchar esto.
—El medallón que tenía en el cuello... —continúa Leah, bajando la voz— Lo reconoció al instante, era suyo. El Señor Oscuro quería destruirme para recuperarlo y también conseguir mi magia...
Hace una pausa, y sus ojos, vacíos, pero fijos en mí, parecen quemar.
—Sin embargo, no pudo. Yo y el medallón éramos uno solo. Si me destruía, una parte de él también desaparecería. Así que encontró otra solución para obtener ambas cosas...
Un silencio sepulcral inunda la habitación mientras todos intentamos procesar lo que estamos oyendo.
Leah da un paso más hacia nosotros.
—El Señor Oscuro tomó el medallón y lo unió definitivamente conmigo. Su esencia ahora vive en mí. Mi voluntad, mi propósito... son los suyos. No existe otra Leah.
Lucius interviene, rompiendo el momento de tensión.
—Y así, mi querida Leah se ha convertido en una de sus armas más poderosas. Un horrocrux viviente. Una parte de nuestro Señor Oscuro vive en ella. Y de esta forma, ahora él también tiene acceso a la magia antigua.
Siento cómo mis piernas flaquean, y mis ojos vuelven a Leah, buscando, rogando encontrar algo, cualquier rastro de la persona que conocí.
Ron, furioso, da un paso al frente.
—¡Leah, no puedes creer todo esto! ¡No es real! ¡Esto no eres tú!
Leah lo mira.
—Lo soy. Esto es lo que siempre debí ser.
—¿Por qué no les enseñas cómo lo haces, Leah? —dice Lucius con un tono impregnado de burla— Muéstrales a tus amigos cómo debe usarse tu poder. Usa lo que el Señor Oscuro te ha dado para averiguar todo lo que podamos. Narcisa...
Entonces se gira hacia su esposa, que se mantiene de pie, observando la escena con evidente preocupación.
— Avísale.
Narcisa asiente y abandona el salón con pasos medidos, desapareciendo tras una puerta lateral.
Leah inclina ligeramente la cabeza, obedeciendo la orden que se le ha impuesto hace unos segundos.
Sus ojos se iluminan repentinamente con un brillo carmesí, como si el poder mismo estuviera latiendo dentro de ellos.
Leah levanta su varita y apunta a Harry. Su voz, un murmullo apenas audible, pronuncia un hechizo que no alcanzo a comprender.
El impacto del hechizo golpea a Harry como un látigo invisible.
Su rostro se distorsiona y el hechizo de desfiguración se disuelve en un destello, revelando finalmente su verdadera cara.
—Harry Potter... —dice ella, con una sonrisa fría que me deja sin aliento— Dime, ¿quiénes son tus seguidores? ¿Quiénes son los traidores que debemos aplastar para asegurar la victoria del Señor Oscuro?
Harry la enfrenta con una mirada ardiente. Y con un desprecio deliberado, escupe en el suelo.
—Nunca.
Leah ladea la cabeza, y por un instante, su sonrisa se ensancha, cargada de una crueldad que no reconozco.
—Muy bien.
Su voz retumba con una intensidad escalofriante cuando grita:
— "¡Crucio!"
Un rayo rojo emerge de su varita y golpea a Harry de lleno. Su cuerpo se arquea de dolor, y un grito desgarrador llena la habitación.
Mi mente grita junto con él.
—¡Basta!
Mi voz se eleva antes de que pueda detenerme.
Leah gira lentamente hacia mí, arqueando una ceja como si mi interrupción fuera poco más que una molestia.
—¿Acaso quieres hablar tú, Sangre Sucia?
La palabra golpea como un latigazo.
—¿S-sangre Sucia?—logro gesticular.
Mi garganta se cierra. El dolor que esas palabras deberían infligirme no se compara con el desgarrador abismo que se abre dentro de mí.
Mi Leah nunca me llamaría así.
Mi corazón late frenéticamente, impulsado por la desesperación.
Levanto ambas manos e intento aproximarme a ella con cuidado, como si cada paso fuera un salto al vacío.
—Leah... —sigo avanzando— Sé que estás ahí. Esto no eres tú. Por favor... por favor vuelve a mí.
Bellatrix, que había permanecido en silencio, alza su varita bruscamente, pero Lucius se adelanta con un gesto divertido, deteniéndola.
—No. Déjala ir.
Su voz rezuma burla mientras un brillo cruel danza en sus ojos:
—Quiero ver cómo termina esto.
Mis pies siguen moviéndose, aunque mi mente me grita que me detenga, que esto podría acabar de la peor manera. No importa. Debo alcanzarla. Debo saber que aún está allí, que nunca me haría daño.
De repente, Leah alza su varita.
— "¡Crucio!"
El rayo rojo de su hechizo viene directo hacia mí, pero un golpe me saca del camino antes de que impacte. Caigo al suelo con fuerza, mi respiración cortada por el impacto, y cuando alzo la mirada, lo veo.
Draco Malfoy.
Él me lanzó al suelo para salvarme. Su pecho se alza y cae rápidamente mientras permanece frente a mí, interponiéndose entre Leah y yo.
Toda la habitación parece congelarse.
Bellatrix abre los ojos de par en par, incapaz de ocultar su sorpresa mientras que Lucius, cuya sonrisa desaparece de inmediato, da un paso hacia adelante.
—¿Se puede saber qué haces, Draco? —la furia tiñe su voz— ¿Cómo te atreves a salvar a una Sangre Sucia?
Leah, que aún sostiene su varita alzada, parece ligeramente confundida. Por un instante, su expresión cambia. Hay algo allí, algo que no es del todo vacío.
Sus ojos se fijan en Draco, y puedo jurar que veo un destello de duda antes de que vuelva a recuperar esa mirada fría e impenetrable.
Draco no responde.
Su postura es rígida, y aunque el miedo es evidente en su rostro, no se mueve de donde está. Es como si estuviera desafiando no solo a su padre, sino a todo lo que este salón representa.
—¿Cómo te atreves? —Lucius repite, ahora con una amenaza clara mientras se acerca a él.
Yo, aún en el suelo, solo puedo observar. Porque algo ha cambiado. Algo se ha roto, aunque no estoy segura de qué.
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Lo que se ha roto en mí es mi estabilidad emocional :(
Y creo que Draco acaba de cavar su propia tumba...
Espero que os haya gustado, no olvidéis dejar un voto en cada capítulo o comentar, me ayuda mucho <3
Gracias por leer.
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