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(34) La Traición

Estamos acampados en algún lugar al norte, creo. He perdido la cuenta de los nombres de los lugares, de los días, incluso de las semanas.

El aire está frío esta mañana, pero no es el tipo de frío que se cuela en los huesos. Es algo más profundo, algo que no se disipa con una bufanda o un abrigo.

Es el vacío.

Ese hueco incómodo que ha estado conmigo desde el día en que ella decidió irse.

Y yo me siento traicionada.

No por Leah. Nunca por ella.

Por Harry y Ron. Los dos que deberían haber estado de mi lado. Los dos que deberían haber hecho todo lo posible para impedir que se fuera...

En cambio, la dejaron marchar. La sujetaron mientras yo gritaba, suplicaba, luchaba por liberarme.

El silencio de mis mejores amigos fue peor que cualquier respuesta.

Fue un juicio.

Una condena.

Ahora, mientras el amanecer pinta el cielo de colores, estoy sentada junto al fuego apagado, abrazándome las rodillas como si eso pudiera mantenerme entera.

Llevo días así, incapaz de concentrarme, incapaz de sentir algo más que este hueco en mi pecho.

Leah se fue. Por decisión propia, sí, pero no sin que yo intentara detenerla.

Y Harry... Harry la dejó ir. Cada vez que pienso en su rostro mientras la veía marcharse, me lleno de rabia. Esa misma expresión estoica, la que usa cuando cree que tiene razón y no hay nada que puedas decir para cambiarlo.

No puedo soportarlo.

—Hermione, ¿quieres comer algo?

Ron interrumpe mis pensamientos con su voz cansada.

No le respondo. Ni siquiera lo miro.

He pasado cada minuto desde que Leah se fue preguntándome qué podría haber hecho diferente. "¿Qué palabras no dije? ¿Qué gesto no hice? Si hubiese hablado con más fuerza, si hubiera corrido tras ella..."

Harry sale de la tienda y dice:

—Debemos seguir avanzando, queda mucho por recorrer.

Ese tono firme y decidido. El mismo que usó cuando la dejó ir.

—¿Y qué más da? —respondo en voz baja.

Mi tono tiene un filo de agresividad que sorprende incluso a Ron. Lo noto porque se gira hacia mí, como si no supiera qué hacer o decir.

—Hermione, sabes que Leah tomó esa decisión por nosot...

Me levanto de golpe.

—¡No digas eso! —mi voz tiembla, pero no me importa— No tienes derecho a justificar lo que hiciste, lo que le hicisteis.

Harry me mira incrédulo. Es evidente que no sabe qué decir. Claro que no. Porque sabe que tengo razón.

—Ella no tendría que haber cargado con ese medallón sola. No tenía que haberse ido...

Miro a Harry directamente, buscando algún atisbo de arrepentimiento en su rostro.

—Hermione... —él intenta decir algo.

—No. No me expliques nada. Nada de esto está bien.

Me doy la vuelta antes de que puedan responder, alejándome de ellos hacia el borde del campamento.

Las lágrimas nublan mis ojos, pero me las seco rápidamente. No quiero que me vean llorar. No después de todo lo que he estado aguantando hasta ahora.

Estoy cansada. No solo físicamente, sino mentalmente, emocionalmente. Leah se llevó algo de mí cuando se fue, algo que no sé si voy a recuperar.

Y lo peor de todo es que no sé si está viva.

"¿Está bien? ¿Está sola? ¿El medallón...?" No, no puedo pensar en eso. Si lo hago, no podré seguir adelante.

Me abrazo más fuerte a mí misma y susurro al aire:

—Vuelve, Leah... por favor, vuelve.

Levanto la cabeza esperando encontrar algo que consiga distraerme de la tormenta en mi cabeza. Y entonces lo veo: una sombra se mueve a lo lejos, oscura y rápida.

Mi corazón se acelera. "Tal vez sea..."

Sin pensarlo, empiezo a avanzar con pasos lentos, mis ojos clavados en la figura que se desliza entre los árboles. A medida que me acerco, intento no hacer ruido, aunque las ramas y hojas secas no me lo ponen fácil.

La figura lleva una túnica desgastada y su andar es pesado, torpe. Cuando estoy lo suficientemente cerca para distinguir más detalles, una punzada de desilusión me atraviesa.

No es ella...

Es un hombre encorvado, con una barba desaliñada y un rostro que parece haber visto demasiadas noches sin descanso. Parece... sospechoso.

Mientras intento decidir qué hacer, una rama rompiéndose detrás de mí capta completamente mi atención.

Me giro rápidamente con la varita en alto, mi corazón latiendo con fuerza en mi garganta.

—¡Soy yo, Hermione! — Ron levanta ambas manos en un gesto pacífico.

Me mira a mí y luego a la varita en mi mano.

—¿A dónde ibas tan rápido? —pregunta, bajando las manos lentamente.

En lugar de responderle, señalo hacia donde está el carroñero con un movimiento de la cabeza. Ron sigue mi gesto y entrecierra los ojos, esforzándose por ver.

—Eso parece... —comienza él.

—Un carroñero —termino en un susurro.

Ron asiente, su expresión se endurece. Después de unos segundos, susurra:

—Es raro que vaya solo. Lo mejor será que volvamos antes de que nos vean.

Yo no me muevo.

Mis dedos se cierran con fuerza alrededor de mi varita y me levanto del lugar donde me había agachado.

—¿Qué haces? —pregunta Ron alarmado, poniéndose a mi lado.

Mis ojos están fijos en el carroñero, que parece estar revisando algo en el suelo, como si buscara pistas.

—Los carroñeros recorren este bosque día y noche... —digo, mi voz firme— Si alguien sabe dónde está Leah, son ellos.

Ron me toma por los hombros, obligándome a mirarlo a los ojos.

—¿Se te ha ido la cabeza? —dice en un susurro— Es un carroñero, Hermione. ¿Y si no está solo? ¿Y si es una trampa?

Me aparto de sus brazos con un movimiento brusco.

—No me importa, Ron. No me importa si es una trampa. Si hay una mínima posibilidad de que sepa algo sobre Leah, tengo que intentarlo.

—¡Hermione!

Ron me susurra con desesperación, intentando alcanzarme, pero yo ya me he adelantado.

Con la varita firme en mi mano, apunto directamente al carroñero que sigue revisando algo en el suelo húmedo.

El ruido de mis botas acercándose hace que el hombre levante la cabeza y abra los ojos con sorpresa al verme.

"¡Expelliarmus!"

El carroñero suelta un gruñido cuando su varita sale disparada hacia el aire y aterriza a unos metros de él.

Antes de que pueda reaccionar, me aproximo con pasos rápidos, la varita todavía levantada.

—¿Dónde está Leah? —exijo, mi voz cortante como un látigo.

El hombre me mira con diversión, incluso desarmado, no parece particularmente asustado.

—¿Leah? —repite, su tono burlón— ¿Y qué hace pensar que yo sé algo de eso, dulzura?

Doy un paso más, mis ojos chispeando de rabia.

—No juegues conmigo. Los carroñeros saben más de lo que aparentan. ¿Dónde está?

—¿Hermione?

La voz urgente de Harry me llama mientras emerge de entre los árboles, con la varita en alto:

—¿Qué estás haciendo?

Él se aproxima rápidamente, apartándome de un tirón del carroñero, que aprovecha el momento para reírse.

—¿Estás loca? —me susurra Harry con enojo.

Ron aparece a mi lado. Esta apuntando con su varita al carroñero mientras observa la escena lleno de incredulidad.

—¡Está aquí para algo! —replico, señalando al hombre— ¡Lo sabe! Estoy segura de que sabe algo sobre Leah.

Harry me observa con impaciencia.

No obstante, antes de que pueda responder, el carroñero suelta una carcajada estridente que resuena entre los árboles.

—Por supuesto que sé algo —dice con una sonrisa maliciosa— Pero me temo que no voy a decírtelo, preciosa.

La risa del carroñero se clava en mis oídos como un cuchillo.

El aire se siente pesado, como si de repente el bosque entero conspirara contra nosotros. Miro a mi alrededor y veo las sombras moverse, transformándose en figuras.

No está solo.

Más carroñeros emergen de entre los árboles, varitas alzadas y ojos hambrientos.

—¡Hermione! ¿Qué has hecho? —Harry me jala del brazo, colocándose delante de mí como un escudo, aunque sé que no puede protegerme de lo que se avecina.

Ron, a mi lado, intenta mantenerse firme, pero lo conozco demasiado bien. Sus manos tiemblan ligeramente mientras sujeta su varita.

—Es una trampa. ¡Te lo dije! —me acusa.

—¿Ahora qué hacemos? —pregunto, aunque apenas reconozco mi propia voz.

—Retrocedemos —dice Harry rápidamente, su mirada fija en las figuras que nos rodean.

Damos pasos hacia atrás, intentando mantener nuestras varitas alzadas mientras buscamos desesperadamente una salida.

Las risas y susurros de los carroñeros nos acechan desde todas direcciones.

—Deberías haber pensado en esto antes. —masculla Ron, su voz teñida de pánico— ¡Te dije que no podías enfrentarlos sola!

—No podía quedarme quieta —respondo entre dientes.

Mi mente trabaja a toda velocidad, buscando alguna estrategia.

Harry se gira ligeramente hacia mí, su expresión una mezcla de ira y desesperación y me dice:

—¿Quieta? ¡Estás fuera de sí desde que Leah se fue! Esto no nos va a acercar a ella. Solo va a matarnos.

La mención de Leah me golpea como un mazazo, pero no tengo tiempo de responder.

Uno de los carroñeros da un paso adelante, alzando su varita.

—¡No hay escapatoria, niños! —grita, su voz cargada de burla.

Harry y Ron intercambian una mirada, y sé que ambos están pensando lo mismo.

—¡Corred! —grita Harry.

No necesitamos más órdenes.

Giramos sobre nuestros talones y echamos a correr, los tres avanzando lo más rápido que podemos mientras los hechizos comienzan a cruzar el aire.

—¡Hermione, por Merlín, esto fue una locura! —grita Ron mientras salta sobre una raíz para evitar tropezar.

—¡No tenía otra opción! —respondo jadeando, sin atreverme a mirar hacia atrás.

—¡Claro que la tenías! —Harry se detiene por un instante para lanzar un hechizo hacia atrás, desviando un rayo que casi nos alcanza.

El bosque es un laberinto, y aunque corremos con todas nuestras fuerzas, los carroñeros no están lejos.

Escucho sus risas, sus gritos, el crujir de las ramas bajo sus botas.

—¡Allí!

Ron señala un claro a nuestra derecha, pero antes de que podamos desviarnos, un hechizo explota a pocos metros de nosotros.

Caemos al suelo con un impacto que me deja sin aliento.

El bosque parece girar a mi alrededor mientras los carroñeros nos alcanzan.

Antes de que las varitas nos sean arrebatadas, lanzo un último hechizo, esta vez dirigido a Harry.

El hechizo impacta en su rostro.

Antes de que pueda levantarme para comprobar que haya funcionado, alguien me sujeta con fuerza por los hombros, obligándome a quedarme quieta.

Ron se revuelve a mi lado, intentando zafarse, pero una patada en el estómago lo deja jadeando.

Uno de los carroñeros, un hombre con cicatrices profundas que atraviesan su rostro, se acerca a Harry.

Lo agarra del mentón y lo obliga a levantar la cabeza.

—¿Son estos los que estábamos buscando? —pregunta con voz ronca, mirando al resto de su grupo.

Otro carroñero, una mujer con el cabello enmarañado, se aproxima y observa de cerca.

—Parecen los mocosos, pero... Algo no encaja.

Mi corazón late con fuerza.

El hechizo para desfigurar su rostro parece haber funcionado. Harry está irreconocible, su nariz torcida, sus rasgos distorsionados.

El carroñero de las cicatrices lo sacude ligeramente, como si eso fuera a aclarar sus dudas.

—No estoy seguro. Mejor nos los llevamos.

—¿A dónde? —pregunta otro, su voz cargada de desconfianza.

La mujer de antes sonríe, mostrando dientes amarillos.

—A la mansión.

Intento resistirme cuando me jalan del brazo para levantarme, pero una varita apunta directamente a mi rostro.

—Ni lo intentes, niña. —escupe uno de ellos— Camina.

Las ramas me arañan el rostro mientras nos empujan a través del bosque, nuestras manos atadas y sin varitas, despojados de cualquier esperanza inmediata de defensa.

Yo siento una punzada en el pecho. No solo por el miedo, sino porque todo esto, toda esta locura, ha comenzado por mi culpa...

❀・°・❀

Una estructura imponente y oscura que parece absorber la luz aparece frente a nosotros: la mansión Malfoy.

Las puertas se abren con un chirrido ominoso, y somos empujados hacia el interior.

La mansión está fría, más fría de lo que recordaba cualquier lugar. Los suelos de mármol hacen eco de cada paso, y la opulencia que debería resultar imponente solo logra ser sofocante.

Nos guían por un largo pasillo hasta que finalmente nos arrojan dentro de una celda húmeda y oscura en el sótano.

El impacto del frío suelo de piedra me hace estremecer al caer de rodillas. Mis manos atadas dificultan cualquier intento de incorporarme con dignidad.

El aire está cargado de un olor rancio, mezcla de humedad y algo más, algo que prefiero no identificar.

Mis ojos se ajustan lentamente a la penumbra de la celda.

—Harry, Ron, Hermione, ¿sois vosotros?

La voz suave y vacilante de Luna Lovegood resuena desde un rincón de la celda.

Levanto la cabeza y la veo, su rostro familiar manchado de suciedad. Sus ojos soñadores parecen haber perdido un poco de su brillo habitual.

A su lado aparece Ollivander, el fabricante de varitas, quien parece aún más frágil de lo que recordaba, con la piel tensa sobre los huesos y una expresión derrotada.

Junto a ellos, un duendecillo está sentado con los brazos cruzados, murmurando algo inaudible para sí mismo.

—Luna...—mi voz apenas sale en un susurro.

La sorpresa de encontrarla aquí se mezcla con la incertidumbre que sentimos cuando descubrimos que se la habían llevado.

—¡Estás aquí! —dice Luna, esforzándose por sonreír, aunque su tono no logra ocultar del todo el temblor.

Ron se acerca más a Luna, sus ojos llenos de preocupación.

—¿Qué... qué demonios os han hecho?

Luna titubea, como si no supiera por dónde empezar. Ollivander la observa de reojo, sus labios fruncidos en una línea tensa.

—Nada que no se pueda superar... —responde finalmente Luna, aunque hay algo en su tono que me hace fruncir el ceño.

No es la calma peculiar que siempre la caracteriza; es algo más contenido, como si estuviera eligiendo cuidadosamente cada palabra.

—¿Cuánto tiempo lleváis aquí? —pregunto con urgencia.

Necesito entender lo que está pasando.

Luna suspira suavemente, su mirada perdida en algún rincón de la celda.

—No estoy segura... Quizás días, o tal vez semanas. Aquí el tiempo no parece tener sentido.

Su tono, aunque sosegado, lleva un tinte de agotamiento que me resulta doloroso de escuchar.

—Me emboscaron los carroñeros y me trajeron aquí. Ollivander ya estaba cuando llegué. Y luego lo trajeron a Griphook.

Luna señala al pequeño duendecillo sentado en el suelo. Al mover su brazo, ella se estremece de dolor, como si ya no tuviera fuerzas para levantarlo.

Harry se inclina hacia delante, su rostro aún desfigurado se llena de preocupación.

Ron está de pie junto a ella, su mandíbula apretada.

—¿Te han hecho daño? —pregunta él posando su mano sobre el brazo de Luna.

Ella tiene esa expresión soñadora en su rostro que esta vez, parece fuera de lugar. 

Luna suspira y dice con evidente dolor en sus ojos:

—Intentaron interrogarme, querían saber dónde estaba Harry. Supongo que es lo mismo que quieren de vosotros...

La mención de Harry nos hace intercambiar miradas rápidas.

—No he dicho nada, por supuesto. No podía hacerlo. Sin embargo... tienen sus métodos.

Ollivander asiente con un gesto cansado. 

Luna hace una pausa, sus ojos desviándose hacia el suelo.

—¿Quién? —pregunta Harry abruptamente, con el ceño fruncido.

Sus manos se cierran en puños mientras sus ojos buscan respuestas:

—¿Quién fue el que...?

Luna levanta la mirada hacia Harry y luego me mira directamente a mí. Sus ojos se llenan de dolor al instante. 

Traga saliva antes de responder:

—Los carroñeros me trajeron aquí, igual que a Ollivander y al duendecillo. Pero no son ellos quienes... quienes hacen las preguntas. Quienes nos... torturan.

El aire se vuelve aún más denso, casi irrespirable.

Luna baja la voz hasta un susurro, como si temiera ser escuchada incluso en este lugar aparentemente desierto.

—Es... Leah.

—No... —murmuro, mi voz apenas audible.

Mis manos comienzan a temblar, mi respiración se acelera, y de repente, el frío del suelo parece penetrar hasta lo más profundo de mis huesos.

Harry y Ron me miran desconcertados, sus ojos buscando una explicación que no puedo darles.

Luna se mueve con cautela hacia mí, colocando una mano suave sobre las mías temblorosas.

—Hermione... ¿Por qué Leah me haría algo así?

No puedo escucharla.

Mi mente se ha desconectado, perdida en un caos de recuerdos y pensamientos que no tienen sentido.

Tiemblo, incapaz de comprender.

Mis labios se mueven antes de que pueda detenerme, las palabras cayendo como si estuvieran siendo arrancadas de mí.

—Es el medallón... —susurro, apenas consciente de lo que estoy diciendo— Sí... el medallón es el culpable...

Luna me observa, su expresión pasando de preocupación a una profunda confusión.

—Hermione, ¿a qué te refieres?

—El medallón... —repito, mi voz quebrándose— No hay otra forma... no hay otra forma de que Leah pueda...

Luna se inclina hacia mí, sus ojos buscando los míos con desesperación.

—¿Qué medallón, Hermione? ¿De qué estás hablando?

La pregunta me toma por sorpresa. 

Mi mirada, perdida hasta ahora, se clava en la suya. La confusión en su rostro parece reflejar la mía.

—¿Cómo que qué medallón? —repito, con un tono más alto del que pretendía.

Mi respiración se acelera, mi mente tratando de organizar las piezas:

—El medallón que lleva Leah en el cuello... Es el horrocrux qué fuimos a destruir. El que tú descubriste que pertenecía a Regulus Arcturus Black. Ese medallón se ha adherido a ella, la está controlando. Eso tiene que ser. Es la única explicación.

El eco de mis palabras flota en el aire, pero Luna no reacciona como esperaba. Su rostro no muestra alivio ni comprensión.

En cambio, parece aún más turbada.

—Hermione... —su tono es lento, como si temiera lo que va a decir— Leah no llevaba ningún medallón en el cuello.

—¿Qué?

Luna me observa con preocupación antes de repetir:

—Leah no llevaba nada en el cuello cuando nos torturó.


╔══❀・°・❀══╗

¡¿WHAT?! No entiendo nada

Leah... que has hecho... o más bien, ¿qué te han hecho?

Espero que os haya gustado, no olvidéis dejar un voto en cada capítulo o comentar, me ayuda mucho <3

Gracias por leer.

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