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(32) Alma Dividida

La cabeza me late como si alguien hubiera lanzado una bomba directamente en mi cráneo. Y, cada pensamiento, es una punzada, una nebulosa confusa de gritos, luces y dolor.

Mi cuerpo pesa como si estuviera hecho de plomo, y la piel me arde. Intento moverme, pero cada músculo parece negarse.

Mis ojos parpadean lentamente, acostumbrándose a la tenue luz que me rodea.

Estoy tumbada en una de las camas de la tienda.

Reconozco el techo desgastado y el sonido suave de las hojas moviéndose fuera. Estoy tumbada en una cama, cubierta con una manta que me resulta familiar.

El guardapelo... lo siento quemar como brasas vivas contra mi piel. Instintivamente, intento levantar una mano para apartarlo, pero un peso cálido me lo impide.

Mi mirada se desvía hacia la izquierda, y ahí está.

Hermione.

Duerme pacíficamente a mi lado.

A pesar del agotamiento mental y físico que estoy sintiendo, no puedo evitar sonreír al verla.

Su cabeza está apoyada en el colchón, su cabello revuelto cayendo en cascadas desordenadas alrededor de su rostro. Sus dedos están entrelazados con los míos. Y aunque está sentada en el suelo en una posición no muy cómoda, parece que no ha querido soltarme ni un segundo.

Se ve tan tranquila.

Tan... agotada.

Una punzada de culpabilidad me atraviesa el pecho, mucho más fuerte que el ardor del guardapelo.

"¿Qué hice?" Apenas puedo recordar... las imágenes son borrosas.

Un rayo de luz roja...

Voces que no eran las mías...

Mi mirada se fija en su rostro, y noto algo que no había visto antes.

Una herida pequeña, pero visible, adorna su ceja. La piel aún está cicatrizando. Mi corazón se encoge al instante, un peso insoportable hundiéndose en mi pecho.

"¿He sido yo?" La pregunta retumba en mi mente, amarga y devastadora. "¿Le he hecho... daño?"

Decidida a no molestarla más de lo necesario, intento moverme con cuidado para tratar de incorporarme.

El movimiento, aunque leve, es suficiente para que ella despierte.

—Leah...

Su voz es un murmullo ronco, sus ojos entrecerrados, todavía adormecidos, mientras levanta la cabeza del colchón.

—No, no, no te levantes. Siento haberte despertado...

Antes de que pueda decir algo más, Hermione se incorpora con rapidez y me rodea con sus brazos.

El abrazo es cálido, protector, y a la vez, desesperado.

La culpa en mi pecho se siente como una piedra afilada que corta con cada respiración.

—¿Cómo te sientes? —pregunta, su cabeza escondida en mi cuello.

Me toma un momento responder. Las palabras se me atascan en la garganta.

—No lo sé... —admito en voz baja— Apenas recuerdo... nada.

Hermione se aparta solo lo justo para mirarme a los ojos, y yo no puedo evitar que mi mano, casi por instinto, suba hasta su rostro.

Mis dedos rozan su piel con cuidado, siguiendo el contorno de la pequeña herida en su ceja.

—¿Qué te ha pasado? —susurro, mi voz quebrándose ligeramente.

Hermione desvía la mirada, su cuerpo se tensa, como si no quisiera responder.

Es un gesto sutil, pero lo noto.

Está evitando algo, algo que no quiere decirme.

—Hermione... —insisto, mi tono un poco más fuerte esta vez— ¿He sido yo? ¿He sido yo quien te ha hecho esto?

Su silencio lo dice todo.

Mi mente se acelera con cada segundo que pasa, y la presión en mi pecho se vuelve insoportable.

Me levanto de la cama de un salto, mis piernas tambaleándose bajo mi peso.

—No... —murmuro, empezando a hiperventilar.

Imágenes vagas y fragmentadas regresan a mi mente. Mis dedos rozan el medallón que arde contra mi pecho

—No, no puede ser...

—Leah, cálmate...

Hermione se pone de pie rápidamente, acercándose con las manos alzadas, como si intentara calmar a un animal asustado.

— No fue tu culpa. Escúchame, no fue tu culpa. Fue el guardapelo...

"El guardapelo..."

Con solo mencionar el objeto, algo despierta dentro de mí.

La voz.

Esa maldita voz.

"Fue tu culpa, Leah."

"Le hiciste daño a la persona que más amas."

"Eres un peligro para ella."

—¡Cállate! —grito, llevándome las manos a la cabeza.

Intento bloquear las palabras que me taladran el cerebro mientras mi respiración se vuelve errática.

Mis ojos, por instinto, se clavan en el medallón. Y es entonces cuando sé lo que tengo que hacer.

—Debo... debo quitármelo —susurro, desesperada.

Mis manos alcanzan la cadena del guardapelo. Mis dedos la envuelven con fuerza, y el metal quema. Sin embargo, no me importa.

Lo único que quiero es arrancarlo de mi cuello.

Alejarlo de mí.

Justo cuando estoy a punto de hacerlo, siento una mano suave detenerme.

—¿Qué haces, Granger? —pregunto, perpleja.

—No puedes... —murmura, su voz apenas un susurro.

Me quedo paralizada, mi mente atrapada entre el dolor, la confusión y la sorpresa.

—¿Cómo que no puedo? —balbuceo, incapaz de entender— ¡Claro que puedo! ¡Tengo que quitármelo!

Hermione aprieta sus labios, su mirada se endurece. No obstante, hay un temblor en su voz cuando responde:

—El medallón... se ha unido a ti.

El mundo a mi alrededor parece detenerse.

Mi mirada se pierde en algún punto de la tienda, casi sin escucharla mientras sigue hablando.

—Creemos que... de alguna forma, el guardapelo se fusionó con tu magia. Leah, intentamos quitártelo, pero... era como si arrancáramos una parte de ti.

"Una parte de mí". Las palabras son un eco distante, surrealista, como si estuviera flotando fuera de mi cuerpo.

Entonces, el ruido de pasos apresurados interrumpe mi aturdimiento. Ron y Harry entran en la tienda, sus rostros teñidos de preocupación. Es evidente que han venido corriendo.

—¿Qué ha pasado? —pregunta Harry, con la respiración agitada.

Mis ojos se fijan en Ron.

Está de pie, sin tambalearse y ya puede caminar bien.

Una verdad amarga se filtra en mi mente: he estado inconsciente mucho más tiempo de lo que pensaba.

No obstante, no es eso lo que me hace retroceder. Es Harry. Está sosteniendo su varita con fuerza, casi por instinto. Sus dedos están tensos, sus nudillos blancos, y en sus ojos hay algo que no esperaba ver: miedo.

Miedo de mí.

Doy un paso atrás, levantando ambas manos:

—Chicos... por favor... decidme qué pasó —mi voz tiembla, y mi corazón late tan rápido que creo que va a explotar.

—Leah, no pasó nada —dice Hermione rápidamente, casi por instinto.

Ella toma mi mano.

Su toque es cálido, pero sus ojos están llenos de promesas que no puede cumplir:

— Juntas encontraremos una solución. Te lo prometo.

Sacudo mi mano, liberándome de la suya, y doy otro paso atrás.

—No... no quiero promesas —mi mirada va de Harry a Ron, y mi voz se quiebra— Quiero la verdad. Vosotros no vais a suavizarlo, ¿verdad? Decidme... ¿Qué hice?

La tensión en la tienda es palpable.

Harry mira a Ron, como si esperara que él hablara primero. Al ver que no lo hace, Harry suspira y baja la mirada.

—Nos atacaste.

Su voz es baja, casi un susurro, pero cada palabra corta como un cuchillo:

—El medallón... te controló, Leah. Te hiciste daño y nos hiciste daño.

—¿Qué? —mi garganta se cierra, y siento que me falta el aire.

Miro a Ron, buscando un desmentido, una palabra que anule lo que Harry acaba de decir. No obstante, él solo se limita a asentir.

—No eras tú, Leah. —Ron intenta suavizar el golpe— Fue ese maldito collar.

Mis rodillas tiemblan, y doy un paso atrás, tambaleándome.

—No... —murmuro, sacudiendo la cabeza con fuerza— No, yo no... no haría eso.

La voz del guardapelo se ríe en mi mente: "Claro que lo harías. Lo hiciste. ¿No viste el miedo en sus ojos? ¿No escuchaste sus gritos?"

Hermione da un paso hacia mí.

—¡No te acerques! —grito, mi voz llena de pánico.

Mis pasos me llevan hacia atrás, más lejos de ellos, más lejos de ella.

El aire dentro de la tienda se siente opresivo, como si me estuviera ahogando con cada respiración.

—No puedo... —murmuro, mi mirada perdida en el suelo— No puedo quedarme aquí.

—¿Qué estás diciendo? —Hermione se adelanta, su tono lleno de angustia.

La miro, y duele.

Duele tanto que siento como si algo se rompiera dentro de mí.

Su rostro refleja tanto dolor como el que llevo dentro. No obstante, solo puedo ver en ella esa herida. La que aún no ha sanado.

Esa pequeña marca en su ceja se vuelve más profunda cada vez que la veo.

—Leah, por favor, no digas eso —suplica ella.

Hermione intenta acercarse nuevamente.

Mi mano se levanta automáticamente, como si quisiera detenerla sin tocarla.

—Tengo que irme... —mi voz tiembla— Esto... esto es mi culpa. Todo esto. No puedo quedarme aquí y arriesgarme a que os haga más daño.

—¡No!

Hermione niega con la cabeza, sus ojos llenos de lágrimas:

—¡No puedes irte! Juntas... juntas encontraremos una forma. Por favor, no me dejes.

Mi corazón se quiebra. Cada palabra es un golpe, cada lágrima suya me arranca algo más de mi alma.

—Harry...—intento llamar su atención.

Él da un paso al frente cuando lo llamo por su nombre.

—Cuida de ella. —le pido en un susurro desesperado— Por favor. Cuida de Hermione.

Harry me mira fijamente, con ese tono que usa cuando intenta hacerme entrar en razón, aunque sabe que he tomado una decisión.

—Leah, no creo que debas hacer esto sola...—dice él después de unos segundos.

Intento no romperme en mil pedazos frente a ellos.

—Harry, los dos sabemos que si me quedo aquí solo voy a empeorar las cosas.

Bajo la mirada al suelo, incapaz de enfrentar los ojos de Hermione, que todavía están llenos de lágrimas, y añado:

—Necesitáis encontrar los otros horrocruxes antes de que sea tarde. Yo... me encargaré de este. Lo destruiré como sea. Cueste lo que cueste.

—No tiene por qué ser así, Leah. —él da un paso adelante— Podemos hacerlo juntos.

Niego con la cabeza, alzando la mirada para encontrarme con la suya.

—No, Harry. Sabes que no puedo quedarme. Este medallón... está haciendo algo conmigo. No podemos destruirlo. Y yo no puedo controlar lo que pase a partir de ahora. No quiero arriesgarme a heriros de nuevo.

Harry parece dudar. Frunce el ceño mientras considera mis palabras.

—¡No estarás considerando dejarla ir, Harry! —Hermione irrumpe con un grito desesperado.

Ambos nos giramos hacia ella.

Hermione está de pie, temblando, sus puños cerrados como si intentara mantener su mundo entero unido.

—Hermione... —susurro, mi voz rota.

Ella no me deja continuar:

—¡No puedes dejar que haga esto! —le grita a Harry, aunque sus ojos están fijos en mí— ¡No puede irse sola! ¿Cómo... cómo puedes siquiera pensarlo?

Harry aparta la mirada de Hermione, su mandíbula apretada. Sé que está debatiéndose consigo mismo, pero también sé que entiende.

Él lo entiende mejor que nadie.

—No hay otra forma...—mi voz suena extrañamente tranquila, aunque por dentro me siento como si estuviera desmoronándome— Si me quedo, os pondré en peligro. No puedo hacer eso, no después de todo lo que hemos pasado.

Hermione da un paso hacia mí, como si quisiera detenerme, pero yo ya estoy moviéndome hacia la salida.

—No... —susurra ella, su voz apenas audible, rota.

Miro a Harry una última vez.

—Encuentra los horrocruxes, Harry. Acaba con esto.

Y entonces me giro hacia la salida, sin atreverme a mirar a Hermione de nuevo. Cada paso que doy hacia fuera es como si me arrancara algo del pecho.

—¡Leah, no puedes! ¡Por favor! —el grito desesperado de Hermione me sigue hasta el borde de la tienda.

Salgo de la tienda y me adentro en la noche, el frío aire golpeando mi rostro como si tratara de despertarme de esta pesadilla.

Mis piernas empiezan a moverse antes de que alguien pueda detenerme y me alejo rápidamente de allí.

—¡Leah, vuelve! —La voz rota de Hermione atraviesa la oscuridad.

Miro hacia atrás, un solo instante, y lo que veo me duele más de lo que esperaba.

Hermione está luchando, forcejeando contra Harry y Ron, quienes la sujetan mientras trata de seguirme. Sus gritos me desgarran, pero sé que no puedo detenerme.

—¡¿Qué estáis haciendo?! ¡No la dejéis ir!

Hermione se retuerce, sus ojos llenos de lágrimas que parecen brillar bajo la luz tenue de la luna. Ron apenas puede mantenerla quieta, mientras Harry intenta calmarla.

Tal vez es mejor así, ¿no?

Miro hacia el camino que tengo delante, mis piernas avanzando solas mientras las ramas de los árboles arañan mi piel. Si estoy lejos de ella, de todos ellos, no les haré daño.

Tal vez de esta forma no volveré a lastimar a la persona que más quiero.

❀・°・❀

No sé cuánto tiempo llevo caminando.

Mis piernas están agotadas, pesadas como si estuvieran hechas de plomo.

Sin embargo, el verdadero dolor no está en ellas. Es mi pecho, donde cada latido duele más que el anterior, como si mi corazón intentara huir del tormento que he dejado atrás.

Hermione.

El rostro de su desesperación sigue grabado en mi mente. Sus gritos aún resuenan en mis oídos, más fuertes incluso que las voces que vienen del medallón.

Finalmente, mis piernas ceden. Caigo de rodillas al suelo, el impacto levantando pequeñas motas de tierra. El peso de todo lo que he hecho, de todo lo que he perdido, me aplasta de golpe.

Y entonces me rompo.

Las lágrimas salen sin control.

Grito al vacío del bosque, a la noche que no responde. Todo el dolor que he reprimido, toda la culpa y el miedo, se liberan en un torrente imparable.

—Lo siento... —susurro entre sollozos— Lo siento tanto...

El medallón quema contra mi pecho, como si se regodeara en mi sufrimiento. La voz sigue ahí, burlándose:

"Claro que lo sientes. Pero ya es tarde. Los perdiste. Perdiste a todos."

Sacudo la cabeza, apretando los puños en la tierra húmeda.

Sigo sumida en la miseria hasta que el sonido de pasos me congela de golpe.

Al principio es apenas un eco distante, pero se vuelve más claro, más cercano. ¿Es ella? ¿Es posible que me haya seguido?

No. No puede ser. Hace horas que me marché, caminando sin rumbo, sin descanso. Es imposible que me hayan encontrado.

Mis ojos se enfocan en la distancia. A través de los árboles, veo sombras moviéndose, iluminadas por débiles destellos de varitas. Es un grupo. Cinco, tal vez seis personas.

Me escondo rápidamente detrás de un árbol, mi respiración descontrolada. El medallón vibra contra mi pecho, como si tratara de escaparse.

La voz en mi cabeza se intensifica, susurrando cosas que no quiero oír:

"Lucha. Acaba con ellos antes de que te atrapen. Hazlo."

Aprieto los dientes, intentando silenciarla, pero mi magia se revuelve, inquieta.

Desde mi escondite, escucho una conversación a lo lejos:

—¿Seguro que los viste por aquí? —pregunta una voz masculina, áspera y desconfiada.

—Sí, estoy seguro. Tres de ellos. Probablemente escondiéndose —la segunda voz es más grave, imponente.

—Si encontramos a Potter, será nuestro boleto de oro —una risa cruel sigue la frase.

Mi corazón late con fuerza.

Son carroñeros, servidores del Señor Oscuro.

Quiero moverme, correr lejos... No obstante, mis piernas están atascadas, como si el suelo mismo me retuviera. Entonces, lo siento otra vez: el medallón arde contra mi pecho, no físicamente, sino algo más profundo, como si tocara mi alma.

Mis dedos se aferran a mi varita sin que yo lo quiera, mi cuerpo moviéndose como si ya no me perteneciera. Trato de resistir, pero es inútil. Es como si el medallón se apoderara de cada rincón de mí, de mis pensamientos, de mi voluntad.

Doy un paso al frente, saliendo del escondite. Mis ojos se fijan en ellos antes de que pueda darme cuenta, y siento que el aire se vuelve más frío a mi alrededor.

Mi mente grita: "¡Detente! ¡Vuelve atrás!" Sin embargo, mi cuerpo ya no responde.

"Es demasiado tarde." Murmura el medallón.

¿Demasiado tarde para mí... o para ellos?

❀・°・❀

En el claro del bosque, la figura de Leah se planta en medio de la penumbra, inmóvil.

Los carroñeros emergen de entre los árboles, varitas alzadas, sus ojos observándola con la cautela de depredadores que evalúan a su presa.

Su cabello plateado brilla tenuemente bajo la escasa luz, pero su postura rígida y su mirada fija en el suelo hacen que los hombres se detengan momentáneamente.

—¿Qué tenemos aquí? —pregunta el más grande del grupo.

—Oye, niña, ¿te has perdido? —pregunta otro, su tono burlón, casi divertido.

Leah no responde.

Sus labios tiemblan ligeramente, y su respiración es irregular, como si estuviera luchando con algo dentro de sí misma.

—¡Te estoy hablando! —gruñe el primero, dando un paso al frente— ¿Estás sorda o qué?

El silencio se vuelve denso, opresivo. Un escalofrío recorre a los carroñeros cuando, sin previo aviso, Leah levanta la cabeza.

Sus ojos arden con un brillo sobrenatural, un color entre el rojo y el fuego que no pertenece a este mundo. Antes de que alguno pueda reaccionar, su varita se alza con un movimiento rápido, demasiado preciso para ser humano.

— "¡Bombarda!"

El hechizo impacta con una explosión ensordecedora, lanzando a los magos hacia atrás.

La tierra se levanta en una nube de polvo y escombros, y los carroñeros caen al suelo, aturdidos.

El más grande se levanta primero, su rostro enrojecido por la rabia.

—¿Estás loca? ¡Vamos a matarte!

Apunta su varita hacia ella y lanza un hechizo directo, un rayo de luz verde que corta el aire hacia Leah.

"Avada Kedavra"

Todos los carroñeros se quedan impactados cuando, antes de que el hechizo mortal alcance a la chica, un escudo translúcido aparece frente a ella, absorbiéndolo por completo.

El rayo de energía es capturado y redirigido hacia el medallón que cuelga de su cuello.

El medallón brilla con una intensidad peligrosa, como si se alimentara del poder recibido.

—¿Qué... qué demonios es eso? —balbucea uno de los carroñeros, retrocediendo con la varita temblando en su mano.

Leah no responde.

Su varita se mueve con la misma velocidad antinatural, y un rayo de energía roja sale disparado hacia el hombre más cercano. Este apenas tiene tiempo de gritar antes de ser lanzado contra un árbol, quedando inconsciente.

—¡Maldita sea! ¡Atáquenla juntos! —grita el líder, pero su voz delata un miedo palpable.

Los cuatro restantes lanzan hechizos al unísono, luces de todos los colores iluminando el claro.

Leah no se mueve. Sigue con esa expresión sin vida.

Cada hechizo que impacta contra ella se disuelve o es absorbido, fortaleciendo la energía que la rodea.

Con un movimiento fluido, Leah ataca de nuevo. Esta vez, se limita a apuntar con su varita hacia el suelo.

— "¡Confringo!"

El suelo bajo los pies de los carroñeros explota, enviándolos volando en distintas direcciones. Los gritos llenan el aire mientras el líder intenta levantarse, su rostro ensangrentado y lleno de pánico.

—¡Esto no es normal! ¡Es un monstruo!

Leah avanza lentamente, su mirada fija en ellos.

Cada paso que da parece anunciar el final para todos ellos, quienes, uno por uno, son reducidos con una violencia que únicamente puede describirse como despiadada.

Mientras el líder de los magos intenta escapar, Leah alza su varita una vez más. El medallón arde contra su pecho, como si estuviera exigiendo más.

—¡Avada...!

La palabra queda inconclusa cuando el brazo de Leah comienza a temblar.

Su mano, que antes sostenía la varita con una firmeza inhumana, parece estar en conflicto consigo misma, como si alguien dentro de ella luchara desesperadamente por recuperar el control.

El líder de los carroñeros, ensangrentado y el último en pie, observa perplejo cómo Leah se tambalea.

Su respiración se acelera, su mirada se nubla, y finalmente, como una marioneta a la que le han cortado los hilos, se desploma en el suelo.

Un silencio gélido envuelve el claro.

El líder, aún jadeante, da un paso hacia ella, sus labios moviéndose en un susurro cargado de asombro y codicia:

—Un monstruo como ella debe ser analizado por mi señor...

Se arrodilla junto a la figura inconsciente de Leah, sus ojos brillando con un atisbo de malicia.


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Ummm... ¿Capítulo muy intenso? Maybe...

PD: Perdón por tardar en actualizar, pero como habéis notado, es un capítulo que es un poco intensito jajajajja

Espero que os haya gustado, no olvidéis dejar un voto en cada capítulo o comentar, me ayuda mucho <3

Gracias por leer.

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