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(29) Río Desbordado

Dolores Umbridge se reclina en su silla, entrelazando los dedos frente a ella, como si recordara una historia lejana, llena de matices oscuros.

—Mi padre, Orford Umbridge, era un mago incompetente y mi madre, Ellen Cracknell, una simple... muggle. —habla con una calma helada, su voz cargada de desdén— A pesar de todos los pronósticos, se enamoraron. Y de ese amor nacimos mi hermano menor, Theon, y yo.

Los presentes están todos inmóviles, incapaces de asumir lo que están escuchando.

—Mi familia era... algo parecido a una familia feliz. —hace una pausa, como si las palabras le resultaran amargas— Sin embargo, esa farsa no duró mucho...

❀・°・❀

Las cortinas de terciopelo púrpura colgaban sobre ventanas polvorientas, y los muebles, aunque antiguos, mostraban destellos de encanto mágico que intentaban compensar la falta de riqueza.

Una joven Dolores, de apenas catorce años, estaba sentada en una silla alta junto a la mesa, con las piernas colgando, balanceándose de manera nerviosa.

Su padre golpeó la mesa con frustración.

—¡Otra vez lo mismo! —gritó Orford, sus ojos llameantes mientras se dirigía a su esposa, quien estaba de pie junto a la puerta— ¡Theon ni siquiera ha mostrado un destello de magia! ¡Nada!

Ellen, una mujer de cabello castaño claro y rostro amable, cruzó los brazos con firmeza.

—Es solo un niño, Orford. Tiene tiempo.

—¡Es un squib! —la palabra se disparó como un veneno que inundó la sala— ¡Un fracaso! ¿Y sabes de quién es la culpa? ¡Tuya! ¡Tu sangre sucia lo ha condenado!

Ellen retrocedió ligeramente.

—¿Y qué hay de Dolores? —preguntó con un tono gélido, señalando a la joven, que se encogió ligeramente en su silla— Ella es mágica, ¿no?

—¡Eso no importa! —Orford golpeó la mesa otra vez— ¡Un varón debería ser quien lleve el legado de nuestra familia!

Dolores observaba en silencio, sus grandes ojos moviéndose entre su padre y su madre.

A su lado, Theon, de 11 años, miraba la escena con una expresión de confusión y miedo. No entendía completamente lo que ocurría, pero el tono de la discusión lo hacía temblar.

—Deja de gritar, papá... —murmuró Dolores en voz baja, apenas audible.

Su súplica se perdió en el estruendo de la pelea.

—¡No me hables de legado, Orford! —respondió Ellen, su voz aumentando— ¡Tú apenas puedes mantener un trabajo estable en el Ministerio! Siempre dependemos de mi sueldo, y aun así, ¿tienes el descaro de culparme por todo?

El rostro de Orford se puso rojo de ira.

—¡Eres una inútil! —bramó, apuntando con su varita hacia Ellen, quien no se inmutó— ¡Siempre lo has sido! ¡Tú y tu maldito mundo muggle!

Ellen no respondió.

En lugar de ello, se giró hacia Theon, lo levantó del suelo y lo estrechó contra su pecho.

—No voy a permitir que nos sigas envenenando con tus prejuicios —dijo Ellen con una dureza que nunca antes había mostrado.

Su mirada hacia Orford era cortante como una cuchilla:

— Nos vamos, Orford. Tú y tu ego herido podéis pudriros solos.

Dolores se levantó de su silla, con los ojos llenos de pánico. Sin embargo, no pudo moverse. El miedo la paralizó.

Orford permaneció sentado, con una expresión de burla fría y un vaso de whisky en la mano, como si la escena no tuviera importancia.

Ellen cogió a Theon del brazo y lo llevó hacia la puerta.

—Dolores. —dijo Ellen, dándole una última mirada desde el umbral— Eres fuerte. Puedes manejar esto sola.

Esas palabras no fueron consuelo.

Fueron una sentencia.

Dolores observó cómo su madre y su hermano desaparecían al cruzar la puerta, llevándose consigo la única chispa de calidez que alguna vez conoció. Se fueron al mundo muggle.

Y aquella fue la última vez que los vio.

Los años siguientes junto a su padre fueron un calvario.

Orford se hundió más en su amargura, dedicándose únicamente a sus propias aspiraciones vacías.

Siempre deseó que alguien más, alguien más poderoso que Dolores, pudiera continuar con su legado. No obstante, para él, su hija mayor no era suficiente.

—Nunca serás lo que esta familia necesita, Dolores. —decía Orford, su voz teñida de desprecio cada vez que pasaba junto a ella en la casa— Eres funcional, pero no especial.

El tiempo pasó, y con él, Ellen y Theon se convirtieron en recuerdos distantes, casi borrados por los golpes emocionales que Orford infligía día tras día.

Fue entonces cuando la vida de Dolores cambió nuevamente.

Su padre conoció a una joven maga que trabajaba en el Ministerio de Magia. Era elegante, ambiciosa y tenía algo que Ellen nunca tuvo: sangre mágica pura.

Orford quedó cautivado por ella de inmediato.

No pasó mucho tiempo antes de que naciera Elara, la media hermana de Dolores.

Su padre, que había relegado a su primera hija a un papel casi invisible en la familia, parecía renacer con el nacimiento de Elara.

—La hija perfecta... —murmuró ella al ver a Orford jugando con su nueva media hermana.

Dolores, desde el rincón oscuro donde observaba, contemplaba con resentimiento cómo toda la atención y los recursos de su padre se volcaban sobre Elara, su media hermana.

La niña no solo era el centro de sus planes, sino que también traía consigo una habilidad extraordinaria: la capacidad de usar magia antigua, un talento raro transmitido por el linaje materno.

Este descubrimiento selló su destino como la hija predilecta.

Dolores, ya una joven adulta que había empezado a trabajar en el ministerio de magia para seguir los pasos de su padre, sintió que su existencia se desdibujaba aún más.

El amor y la validación que había anhelado desesperadamente de su padre se redirigieron a Elara, quien parecía perfecta a los ojos de Orford.

Era como si su mera presencia confirmara todo lo que ella no era: especial, valiosa, digna de orgullo.

Cuando cumplió la edad requerida, Elara fue enviada a un lugar para estudiar exclusivamente la magia ancestral, aislada de todos y de la sociedad mágica.

Los años pasaron, y la siguiente etapa del plan de Orford se reveló: el matrimonio de Elara con Allanon Strauss, el hijo mayor de una de las familias más influyentes y fieles al Señor Tenebroso.

Esta unión no era solo un acuerdo político, sino un intento por consolidar un linaje de poder, combinando las capacidades de magia antigua que ambos poseían.

Elara, sin embargo, no compartía los ideales de su familia política. Detestaba las enseñanzas de pureza de sangre y la servidumbre al Señor Oscuro, pero su destino estaba sellado.

Observar como su medio hermana conseguía todo lo que ella alguna vez había deseado solo aumentó el resentimiento de Dolores. Su vida se convirtió en una búsqueda por demostrar su valía, por reclamar el poder y el control que le habían negado desde niña.

No obstante, había algo más profundo: Dolores creía firmemente en los ideales de supremacía que predicaba el Señor Oscuro.

Para ella, esas creencias eran una validación de su propia perspectiva: un mundo donde solo los fuertes y dignos prevalecían.

Por eso, le resultaba insoportable ver cómo Elara, con todo su potencial y el privilegio de poder pertenecer a una de las familias más leales al Señor Oscuro, los Strauss, repudiaba esa causa. 

Y, que su media hermana no aceptara el "honor" de ser parte de ese linaje, le parecía un insulto personal.

Poco después del matrimonio de Elara y Allanon, Dolores recibió la noticia que terminó de encender su furia: Habían tenido una hija. Y, según lo previsto, la niña había heredado el don de la magia antigua, marcándola como una figura de gran valor dentro de la familia.

Dolores, cansada de haber pasado toda su vida opacada por su media hermana, decidió que era hora de tomar el control.

Trabajando en el Ministerio de Magia, utilizó su posición para seguir con atención las actividades del Señor Oscuro y sus seguidores, aferrándose a la esperanza de que podría encontrar una forma de reclamar el poder que siempre había deseado.

Fue entonces cuando, explorando antiguos textos prohibidos, descubrió algo que iluminó sus ambiciones más oscuras.

Sentada en la penumbra de su despacho, con una pila de libros polvorientos frente a ella, Dolores murmuraba para sí misma mientras hojeaba las páginas de un tomo en particular.

En él, se hablaba de un ritual oscuro, casi olvidado por el tiempo, que permitía a un individuo acceder a la magia antigua sin necesidad de heredarla. No obstante, había un precio.

—Un alma inocente... —susurró Dolores, sus ojos brillando con fascinación— Un sacrificio es todo lo que se necesita para liberar el poder más puro.

El dedo índice de Dolores recorrió lentamente las líneas del texto, su mente trabajando frenéticamente. Este conocimiento era todo lo que había estado buscando. Después de tanto, tenía una manera de superar a Elara y a cualquiera que osara eclipsarla.

—Así que... puedes usar magia antigua sin tener que heredarla —dijo en voz baja, su tono cargado de una peligrosa determinación.

Una sonrisa retorcida se dibujó en su rostro mientras cerraba el libro con un golpe seco:

—Esto... esto es lo que he estado esperando.

Sin perder tiempo, ideó el siguiente paso de su plan.

Este descubrimiento no sería únicamente su llave al poder, sino también el medio para ganar un lugar en la confianza del Señor Oscuro.

Con manos firmes y una estrategia clara, Dolores envió de inmediato una lechuza a uno de los contactos más cercanos a su círculo, haciendo que llegara la información sobre el ritual antiguo al Señor Tenebroso.

Acompañó su mensaje con una advertencia calculada, sugiriendo que el potencial de la magia antigua podía hacer que incluso los más fieles, intentaran sobrepasar el poder de hasta ahora, el mago más poderoso, Voldemort.

Esa misma noche, el Señor Oscuro visitó la casa de Elara y Allanon Strauss, cumpliendo exactamente con lo que Dolores había planeado.

El ataque fue devastador: Elara y Allanon fueron asesinados sin que tuvieran tiempo de reaccionar.

En las noticias mágicas del día siguiente, se reportó sobre el ataque, destacando que el paradero de su hija de apenas unos meses era desconocido.

Aunque el fracaso de acabar con la niña dejó una espina en su orgullo, Dolores cosechó los frutos de que había hecho.

Ganó la confianza del Señor Oscuro y ascendió rápidamente en el Ministerio, utilizando su posición para consolidar su poder.

Fue reconocida como una de las seguidoras más leales y astutas, una figura temida y respetada entre los círculos oscuros.

Sin embargo, su tiempo de gloria fue breve. El Señor Oscuro cayó, derrotado por una fuerza que escapaba incluso a su comprensión.

La comunidad mágica celebró con júbilo, y las calles se llenaron de alegría al sentir que el oscuro manto de terror que los había cubierto durante años finalmente había sido levantado.

Para Dolores, fue un golpe devastador.

Aunque mantenía su posición en el Ministerio por qué afirmó seguir al Señor Oscuro bajo la influencia de la maldición "imperio", el vacío de poder y la pérdida de su maestro dejaron un hueco que ni siquiera sus ambiciones podían llenar.

No obstante su lealtad no flaqueó.

Umbridge, junto a un grupo selecto de magos oscuros, esperó pacientemente su regreso. Y cuando el Señor Oscuro resurgió, fue una de las primeras en enterarse.

Su dedicación y fanatismo le valieron nuevamente un puesto destacado, y esta vez asumió uno de los cargos más importantes en el Ministerio de Magia, moviendo las piezas en las sombras para fortalecer la influencia de su causa.

Todo marchaba según lo planeado.

Dolores sentía que el control estaba en sus manos, hasta que una noticia perturbadora llegó a sus oídos: una joven maga recién llegada, llamada Leah, había demostrado ser capaz de usar magia antigua.

Leah...

El hecho de que la chica pueda usar magia ancestral y haya aparecido de la nada...

No podía ser una coincidencia.

El destino de Leah estaba sellado desde el momento en que Dolores supo de su existencia.

❀・°・❀

Mis pensamientos son un torbellino.

No puedo creer lo que acabo de escuchar. Toda mi vida, todas mis desgracias, todo mi sufrimiento... ella es la causa. Esa mujer, con su sonrisa venenosa y su aire de superioridad, fue quien me arrebató todo.

Mis padres.

Mi hogar.

Mi identidad.

Umbridge sonríe, una sonrisa que parece un cuchillo afilado clavándose en lo más profundo de mí.

—No pensaba que fueras la hija de Elara... —dice, su tono cargado de desprecio— Pero, al parecer, la genética nunca engaña. Eres igual que ella.

"Ella fue la causante de todo." Mis puños se cierran con fuerza y mi mirada se torna agresiva. El calor en mi pecho se convierte en una rabia que apenas puedo contener.

Ella se recuesta en su silla, una sonrisa de incredulidad adornando su rostro como si no pudiera tomarme en serio.

—Querida, ¿por qué me miras así? Yo no tengo la culpa de nada... —responde con calma, tomando un sorbo de té como si todo esto fuera una conversación trivial.

—¿C-cómo te atreves...? —mi voz tiembla, cargada de odio y dolor.

Intento respirar, pero cada vez que la miro siento que la sangre hierve en mis venas. Mis manos, todavía atadas, se mueven con desesperación.

Mis dedos encuentran mi varita. La escondí bajo mi camisa antes de venir aquí.

A mi lado, una voz apenas audible llega a mis oídos. Es Harry.

—Leah, contrólate. Tus ojos están rojos... sigue el plan.

Intento escucharle, intento calmarme.

Respiro hondo y cierro los ojos por un momento, enfocándome en el consejo que me dio Aberforth cuando entrenábamos:

"La magia es como un río. Si no lo canalizas bien, o te arrastra o te ahogas." Su voz resuena en mi mente como un eco calmante, una guía en medio del caos que amenaza con consumirlo todo.

Mi respiración, agitada y violenta, empieza a atenuarse poco a poco.

Intento encontrar ese equilibrio, esa corriente tranquila que Aberforth me enseñó a buscar. La energía que arde en mi pecho empieza a menguar, transformándose en un flujo controlado.

Pero entonces, la voz de Dolores vuelve a romper la frágil calma como un martillo sobre cristal.

—Al parecer, sí es cierto lo de tu magia. Mira tus ojos... —dice, con un tono que mezcla curiosidad y burla— Tan... llenos de poder.

Mis ojos se abren de golpe, mi control se tambalea. El río dentro de mí se desborda nuevamente.

Con una fuerza casi sobrehumana, rompo la cuerda que me mantenía atada.

—¡Cállate! —grito, con la varita firme en mi mano, apuntándola directamente.

Umbridge se cruza de brazos sobre su escritorio, inclinándose hacia mí con una sonrisa de satisfacción en su rostro. Es como si disfrutara del espectáculo, como si mi rabia fuera un premio para ella.

—Parece que eres tan fuerte como esperaba. —dice, su voz calmada, pero cargada de veneno— Has sido capaz de soltarte... impresionante.

Desde mi lado, una voz suave se filtra a través de la tormenta de mi mente.

Hermione, aún bajo los efectos de la poción, murmura mi nombre:

—Leah...

No puedo escucharla. El rugido del río que corre por mi interior ahoga todo lo demás. Solo veo a Umbridge, su rostro satisfecho y sus palabras provocadoras.

—Adelante. —dice Dolores, inclinándose aún más cerca, su mirada fija en mí— Acaba conmigo. Después de todo, la oscuridad forma parte de ti...

Sus palabras caen como una chispa en un charco de combustible.

Mis manos tiemblan, la varita vibra en mis dedos, llena de una magia que clama por liberarse. La rabia, la frustración, la injusticia... todo arde en mi interior.

—¡Cállate de una vez! —grito de nuevo, mi voz rota, cargada de emociones contenidas por años de dolor.

Umbridge no retrocede.

Su sonrisa es ahora una mueca de satisfacción oscura, como si supiera que está ganando.

Como si mi rabia fuera exactamente lo que quería provocar.

—Dime pequeña, ¿qué vas a hacer?


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 Las emociones están a flor de piel...

Yo no sé si Leah va a poder controlarse esta vez... muchas revelaciones dolorosas en poco tiempo...

Espero que os haya gustado, no olvidéis dejar un voto en cada capítulo o comentar, me ayuda mucho <3

Gracias por leer.

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