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(2) El Mundo Mágico

Estoy completamente perdida entre la multitud.

El ruido es ensordecedor: maletas arrastrándose, voces cruzándose, los anuncios de trenes llenando el aire...

Todo esto me da la bienvenida a la estación de King's Cross, una de las más importantes de Londres.

Busco en el bolsillo de mi abrigo, con la esperanza de que algo me ayude a entender qué hacer. Y ahí está, la nota que Hagrid me dio antes de despedirse.

La saco rápidamente y la despliego con urgencia, leyendo las palabras una vez más:

"Andén 9¾, de King's Cross. Un consejo: no lo dudes, solo corre." Frunzo el ceño.

¿Andén 9¾?

Mi mirada se mueve de un lado a otro, buscando alguna señal, algún indicio de que estoy cerca, pero todo parece igual: puertas numeradas como en cualquier estación.

"¿Cómo puede ser que no vea un solo rastro de ese andén?" Nada parece especial, nada parece fuera de lo común.

Mientras sigo mirando a mi alrededor sintiéndome cada vez más frustrada, un grupo de chicos con carritos pasa a mi lado, charlando animadamente.

—Yo te juro que el profesor Snape da miedo, ¿verdad? —admite uno de ellos en voz baja.

Este último parece estar contando una historia con gran entusiasmo, mientras los demás lo escuchan atentos:

—¿Crees que este año seguirá en Hogwarts? Porque si lo hace, ¡espero no tenerlo como profesor!

Otro chico a su lado, de aspecto más tranquilo, suelta una risita nerviosa, como si no estuviera tan seguro de cómo responder.

—Mientras Dumbledore siga siendo el director, Snape no va a ir a ninguna parte —responde, su tono serio.

Mi corazón da un brinco.

¿Dumbledore?

El nombre me suena inmediatamente, como un eco de algo que había leído antes.

Mi mente conecta rápido: La Lechuza. El Sobre. La Carta.

En la carta que recibí hace unos días, estaba ese nombre.

Dumbledore.

Junto al de Hogwarts.

Mis ojos siguen a los chicos mientras avanzan, y aunque no logro entender todo lo que dicen, algo en sus voces me dice que están conectados con el mundo al que pertenezco ahora.

Si ellos conocen a Dumbledore y hablan de Hogwarts con tanta familiaridad, tal vez puedan a yudarme a encontrar el misterioso andén y llegar a la escuela.

Decido seguirlos.

No obstante, ellos no parecen darse cuenta. Siguen absortos en su conversación, y me permiten avanzar sin dificultad.

Llegamos al andén 9, y aunque siento que estamos cerca, algo dentro de mí me dice que no puede ser tan simple.

He pasado por aquí varias veces hoy, y nunca he visto un rastro del famoso andén 9¾.

"¿Dónde está?" Me quedo quieta, mirando a mi alrededor, esperando que suceda algo.

"¿Qué van a hacer ahora?" No hay señales, no hay ninguna puerta especial que se abra para revelar algo oculto.

De repente, los chicos se detienen frente a la pared. Miran a su alrededor, asegurándose de que nadie los esté observando.

Mi pulso se acelera.

Me agacho detrás de una columna, escondiéndome para no ser vista, pero mi mirada no puede apartarse de ellos.

Sin previo aviso, empujan sus carritos hacia la pared.

Mi boca se abre de asombro.

No puede ser... Están desapareciendo.

Mis ojos se abren de par en par mientras trato de procesar lo que acabo de ver.

Han atravesado la pared como si fuera lo más natural del mundo.

Lentamente, con los nervios a flor de piel, avanzo hasta la posición exacta en la que estaban los chicos. Me quedo allí un momento, quieta, mi corazón latiendo con fuerza en mi pecho.

Aún estoy llena de dudas, pero entonces recuerdo las palabras de Hagrid, las cuales han resonado en mi cabeza desde que las escuché por primera vez:

"Las cosas no siempre son lo que parecen en el mundo mágico."

Cierro los ojos por un instante, respiro profundamente, y sin pensarlo más, me lanzo hacia la pared.

El impacto no es lo que esperaba.

No hay dolor, no hay choque.

Más bien, como si el aire mismo se abriera ante mí, como si la pared no fuera una pared en absoluto, sino una especie de velo invisible.

En un abrir y cerrar de ojos, me encuentro en un espacio completamente distinto. El bullicio de la estación de King's Cross desaparece como si nunca hubiera existido, y me veo envuelta en un ambiente que parece sacado de un sueño.

El andén frente a mí es completamente diferente al que acabo de dejar atrás.

La luz del sol baña suavemente el lugar, dándole un tono cálido, casi acogedor, como si todo estuviera envuelto en una niebla dorada.

El tren que está a punto de partir se muestra con toda su majestuosidad. La enorme locomotora negra parece sacada de una era pasada. Es tan imponente que no puedo evitar quedarme hipnotizada por su presencia.

En letras doradas en la parte de la locomotora puedo leer: Hogwarts Express.

El nombre resuena en mi mente, y todo comienza a encajar. Este es el tren al que pertenece mi carta, el tren que me llevará hacia mi destino, a Hogwarts.

Hay muchos chicos y chicas listos para embarcar el tren. Los carritos que llevan son tan variados como los propios estudiantes: unos van repletos de enormes maletas, otros apenas llevan más que un par de libros.

Algunos carritos llevan pequeñas jaulas con mascotas dentro, gatos con ojos brillantes que se asoman curiosos, y hasta un par de lechuzas que se agitan inquietas en sus jaulas.

Sujeto la maleta con fuerza, mi pulso acelerado por la emoción y la ansiedad. No estoy segura de qué esperar, pero lo que más quiero ahora es encontrar un lugar donde sentarme.

La mayoría de vagones están llenos.

Los asientos están ocupados por chicos y chicas que parecen conocerse de toda la vida. Todos charlan animadamente, compartiendo risas e historias sobre sus vacaciones, pero para mí, este lugar sigue siendo completamente ajeno.

Al final, me decido por una mesa pequeña en el centro de un vagón sentándome en uno de sus asientos y dejando mi maleta a un lado mientras trato de no llamar la atención.

Me percato de la presencia de un grupito en la mesa frente a mí.

Están charlando, y aunque no logro oír toda la conversación, algo en su actitud me hace pensar que se conocen bien.

Hay uno de ellos, con el cabello rubio y una mirada altiva, que parece estar liderando la conversación, mientras los otros dos, un chico y una chica, lo miran con admiración.

No quiero seguir invadiendo su privacidad, así que saco uno de mis libros favoritos de la bolsa que traje del orfanato.

Es una vieja edición de "Los Cuentos de Beedle el Bardo" y decido concentrarme en mi lectura para no sentirme tan fuera de lugar.

Abro el libro y dejo que sus palabras me envuelvan, perdiéndome en el relato, al menos mientras el tren comienza a avanzar y el paisaje detrás de la ventana se transforma lentamente.

El viaje transcurre con calma durante la primera media hora, y estoy tan absorta en mi lectura que me siento casi tranquila. Pero entonces, unas palabras dichas en voz alta rompen mi concentración.

Hogwarts... —oigo decir al chico rubio con un tono burlón— Es una escuela realmente patética. ¡Si hubiera sabido que era tan... vulgar! La mayoría ni siquiera estaríamos estudiando allí.

Levanto la vista y veo que el chico ha adoptado una expresión de desprecio, y noto cómo los otros dos asienten, casi como si estuvieran de acuerdo por costumbre.

—Realmente, Hogwarts debería ser un lugar para los que lo merecen. No cualquiera puede hacer magia y menos tener éxito en algo grande —continúa con tono altivo.

La chica y el otro chico se ríen por lo bajo, mientras él lanza una última frase con un tono frío y cortante:

—Y si yo estuviera a cargo, créeme, las cosas serían muy distintas.

Me doy cuenta de que estoy apretando el libro entre las manos, incómoda por sus palabras y el desdén en su voz. Aunque no entiendo del todo su perspectiva, siento una punzada de rechazo por su tono arrogante.

Respiro hondo y obligo a mis ojos a acomodarse otra vez sobre las páginas de mi libro. Con esfuerzo, consigo concentrarme, y el tiempo parece pasar rápidamente mientras el tren avanza hacia nuestro destino.

De vez en cuando, miro por la ventana, y el paisaje es cada vez más salvaje y menos familiar.

Me sorprende lo rápido que las horas pasan sumergida en el libro hasta que, finalmente, noto que el tren comienza a desacelerar y escucho las voces de otros estudiantes anunciando la llegada.

Cierro el libro con cuidado y lo guardo.

A mi alrededor, los estudiantes se levantan y comienzan a sacar sus maletas, hablando en voz alta, emocionados por la llegada.

Al girarme, veo que el chico rubio de antes susurra algo en voz baja a sus amigos, mirándolos con una expresión de seriedad calculada.

Ellos asienten y se adelantan, dejándolo atrás, como si él tuviera la intención de ser el último en abandonar el vagón.

Sin embargo, no le doy más importancia; estoy demasiado nerviosa y emocionada por lo que nos espera afuera. Con mi maleta en mano, avanzo hasta la puerta del vagón y salgo al andén, rodeada por el bullicio de los otros estudiantes.

La noche ha caído, y el aire es fresco y algo húmedo.

No estoy del todo segura de a dónde debo ir, y durante unos instantes me quedo quieta, observando a mi alrededor.

Y entonces, una voz familiar llama la atención de todos:

—¡Alumnos de primer año, por aquí!

Levanto la vista y, al fondo del andén, veo una figura alta y robusta, sujetando un farolillo.

—¡Alumnos de primer año, por aquí! —llama otra vez— ¡Primer año, seguidme!

Hagrid.

Una oleada de alivio me inunda, y, sin dudarlo, me acerco hacia él.

Cuando me ve aparecer entre la multitud, me regala una sonrisa alentadora. Como si reconociera mi nerviosismo y quisiera asegurarme de que todo va a salir bien.

Con el farolillo balanceándose en su mano, él guía a los estudiantes hacia un camino desconocido, y yo, con el corazón palpitante, lo sigo.

Me doy cuenta de que todos los chicos y chicas a mi alrededor tienen entre once y doce años, y son mucho más pequeños que yo.

De inmediato, empiezo a sentirme fuera de lugar, y el murmullo de una niña cercana solo empeora esa sensación.

—¿Crees que esa chica es una alumna mayor que se ha colado en nuestro grupo? —susurra, mirándome de reojo.

Mi incomodidad crece al sentir las miradas curiosas de algunos de los otros niños.

Intento no darle importancia, pero me resulta imposible no sentirme un tanto fuera de sitio.

Antes de que mi malestar vaya a más, siento la gran mano de Hagrid posarse en mi hombro, y me vuelvo para verlo.

—¿Qué tal el viaje hasta la escuela, Leah? —pregunta con su voz grave y reconfortante.

—Ha sido... interesante —respondo, sin saber muy bien cómo describirlo.

—Eso me alegra. —dice él con una gran sonrisa, su tono sincero— Me reconforta saber que has llegado bien.

Aunque intente ocultarlo, él parece notar mi incomodidad.

—Entiendo que ahora mismo te sientas un poco fuera de lugar.

Hagrid asiente, como si entendiera perfectamente lo que estoy sintiendo, antes de añadir:

—No es fácil empezar aquí con una situación especial como la tuya. Pero escucha, Leah, esto es solo temporal. Si todo va bien y progresas como esperamos, te adelantaremos unos cursos más adelante.

Lo miro, sintiéndome más aliviada de lo que pensé.

No esperaba compartir todo el tiempo con niños y niñas menores que yo, y el saber que esto es solo una medida de precaución para las primeras semanas me da ánimos.

—Gracias, Hagrid —le agradezco con una leve sonrisa.

Él asiente, como si quisiera asegurarme que todo está bien, y hace un gesto para que sigamos avanzando junto al grupo.

Nos guía hacia la orilla de un lago oscuro y vasto, donde varias barcas esperan alineadas, balanceándose suavemente en el agua. Subimos en ellas en grupos pequeños mientras yo, sigo tratando de ignorar las miradas curiosas de los niños a mi alrededor.

Con un movimiento mágico que me deja boquiabierta, las barcas comienzan a deslizarse suavemente por el lago.

El aire es fresco y el cielo estrellado se refleja en el agua, creando la sensación de que estamos avanzando hacia un lugar suspendido entre la realidad y la fantasía.

Miro hacia adelante, y de repente lo veo: un castillo enorme, iluminado por miles de luces que parpadean en sus torres y ventanas, surge majestuoso en lo alto de un turón en medio del lago.

Hogwarts.

El nombre resuena en mi mente, y siento un estremecimiento de emoción mezclado con asombro.

El castillo se alza frente a nosotros con una grandeza que nunca había imaginado, como si llevara siglos esperando a que llegara este momento.

Mientras la barca avanza, no puedo apartar los ojos del castillo. Siento un nudo en la garganta; estoy a punto de comenzar una nueva vida, y por primera vez siento que quizá, de algún modo, estoy en el lugar al que siempre pertenecí.

Finalmente, llegamos a la orilla, y bajamos uno a uno bajo la atenta mirada de Hagrid, nuestro guía.

—Seguidme y por favor, no os separéis. Todo esta muy oscuro y podéis perderos con facilidad —nos indica él.

Mientras avanzamos, mi mirada recorre el castillo de Hogwarts, pero algo en el paisaje capta mi atención.

En la distancia, un árbol enorme se mueve por sí solo, con ramas gruesas y nudosas que golpean el aire como si estuviera agitando un par de brazos. La visión me deja helada por un momento, y me quedo observando, intrigada.

Absorta en el árbol, ya es demasiado tarde cuando me doy cuenta de que me he quedado atrás.

Miro a mi alrededor, y ya no veo a Hagrid y al resto del grupo. Por lo que parece, han seguido avanzando por el sendero hacia el castillo.

Siento cómo mi respiración se acelera, y miro desesperada a mi alrededor, buscando una señal, alguien más.

Entonces, como si alguien hubiera escuchado mi llamada, una pequeña luz comienza a acercarse, iluminando la niebla a su alrededor.

Estoy inquieta y temblando mientras la figura se acerca.

No obstante, toda mi preocupación desaparece cuando veo que es solo otro alumno, caminando tranquilo hacia el castillo.

Cuando la persona se acerca lo suficiente, lo reconozco enseguida: es el mismo chico rubio del vagón, el que hablaba con sus amigos de forma despectiva y despreocupada.

Al parecer, también se ha quedado atrás del grupo, pero él no parece tan perturbado como yo por el aislamiento.

—¿Qué haces aquí sola? Los de sexto año ya están en el Gran Comedor —me pregunta una vez llega a mi lado.

Al cruzarse con mi mirada, él frunce el ceño, evaluándome por un instante con esos ojos fríos.

—No deberías estar aquí.

Intento responder, pero las palabras se atascan en mi garganta.

Él me observa, evaluándome como si tratara de descifrar un enigma, y, tras unos segundos, su expresión cambia. Algo parece despertar su curiosidad.

—Espera... no puedes ser de sexto año. Si lo fueras, ya te habría visto antes... —me mira con los ojos entrecerrados, y levanta una ceja—... ¿Tal vez quinto?

Niego con la cabeza.

—¿Cuarto? —pregunta, su tono intrigado.

Vuelvo a negar.

Algo en su expresión cambia al darse cuenta de que sus suposiciones están fallando, y murmura para sí mismo:

—¿Cómo es posible?

El chico da un paso hacia mí, con el ceño fruncido y un aire de escepticismo.

—Espera... no me digas que eres de primer año —dice con una mueca de burla, como si la idea fuera tan absurda que no pudiera evitar reírse.

No obstante, al ver mi expresión seria, su sonrisa se desvanece de golpe.

Mis ojos confirman su sospecha, y lo que parecía una burla divertida se transforma en una sorpresa genuina.

—¿Esto... esto no es posible, no? —murmura, mirándome como si acabara de descubrir algo completamente fuera de lugar.

—Es... complicado... —respondo finalmente— Es mi primer año, pero no exactamente como el resto. Es una situación especial.

Mi voz apenas es un susurro. Es evidente que me intimida su presencia.

El chico me observa durante unos segundos más, como si intentara decidir si estoy diciendo la verdad o si esto es algún tipo de broma elaborada.

Al observarme durante unos segundos más y ver que mi uniforme de novata solo parece afirmar lo que le he dicho, suspira:

—Bueno, sea como sea, deberías tratar de no perderte. Los novatos siempre terminan metiéndose en líos cuando menos se lo esperan. —expresa con desinterés— Vamos, te enseñaré el camino al Gran Comedor antes de que sigas dando vueltas por aquí.

Sin esperar a ver si lo sigo, el chico rubio se da la vuelta y comienza a caminar hacia el castillo.

Aunque intenta mantener la indiferencia, lanza una última mirada por encima del hombro, claramente sin poder entender cómo alguien como yo había acabado en una situación tan inusual.

Sigo al chico rubio en silencio, intentando memorizar cada paso.

El camino hacia el interior de Hogwarts es una sucesión de detalles que dejan sin aliento: altos arcos de piedra, paredes cubiertas con tapices antiguos, y retratos que, para mi asombro, parecen cobrar vida y se giran para observarnos con curiosidad.

—Soy Draco. Draco Malfoy.

Por fin puedo ponerle nombre al chico que se ha transformado en mi guía improvisado.

—Leah —respondo, nerviosa.

—Leah... ¿De qué familia? —pregunta con una ligera nota de interés.

Titubeo un segundo, sorprendida, y termino por decir simplemente:

—Solo Leah.

Él me mira, como si mis palabras no tuvieran sentido. Parece que está por preguntar algo más, pero en lugar de eso se limita a fruncir el ceño y murmurar algo ininteligible. Aunque noto que mi respuesta lo desconcierta, decide no insistir.

Al parecer, en este lugar, las familias tienen un peso importante, y yo, por primera vez, siento que eso podría hacerme diferente.

El trayecto continúa en silencio hasta que llegamos a dos enormes puertas de madera que están entreabiertas. Desde el otro lado se filtran murmullos, risas y un tenue resplandor dorado.

Draco se detiene, hace un gesto con la mano hacia las puertas y, con una inclinación de cabeza, me invita a pasar al Gran Comedor.

— Ya hemos llegado.

Doy un paso al frente y cruzo el umbral, con Draco observándome desde atrás.

Al instante, el Gran Comedor se despliega ante mí, más grandioso de lo que hubiera podido imaginar.

El techo encantado se extiende alto y profundo, imitando el cielo nocturno repleto de estrellas, mientras cientos de velas flotan en el aire, iluminando el lugar con una luz suave y cálida.

Largas mesas se alinean en el salón, llenas de estudiantes que charlan y ríen, creando un murmullo constante que llena cada rincón del comedor.

Cuando empiezo a abrirme paso por la sala, las voces parecen ceder, como si alguien hubiera bajado el volumen de todo el lugar solo por mi presencia.

Poco a poco, los estudiantes giran la cabeza en mi dirección, mirándome con una curiosidad que parece mezclarse con algo más profundo, como si mi llegada hubiera sido anticipada de algún modo que yo aún no comprendo.

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Vaya, vaya, menudo recibimiento, ¿no?

Espero que os haya gustado, no olvidéis dejar un voto en cada capítulo o comentar, me ayuda mucho <3

Gracias por leer.

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