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(10) Magia Antigua

La habitación parece cobrar vida propia. Las vibraciones son cada vez más intensas, como si el castillo mismo estuviera reaccionando a algo que no comprendo, pero que sé que viene de mí.

El aire se siente denso, cargado de electricidad, y cada latido de mi corazón se amplifica hasta retumbar en mis oídos.

Oigo golpes ligeros en la puerta.

Mi mente lucha por distinguir si son reales o parte del caos que siento dentro de mí.

—Leah, por favor, ¿podemos hablar? —dice una voz suave que reconozco al instante.

Hermione.

Su tono es casi suplicante, pero algo dentro de mí se retuerce y hierve al escucharla. 

La rabia que no quiero sentir se apodera de mis palabras antes de que pueda detenerlas.

—¡Vete! —grito, con una voz que no parece mía— No quiero verte. ¡Déjame en paz!

Incluso mientras las palabras salen de mi boca, sé que no son del todo ciertas. Sin embargo, esta fuerza dentro de mí, esta cosa que arde y quema, me obliga a alejarlos a todos, incluso a ella.

Especialmente a ella.

—Leah, déjame ayudarte. Ophelia me dejó pasar porque vio que no estabas bien...—insiste Hermione, su voz más cerca ahora.

Mi mente grita que no debe estar aquí, que es peligroso, que no puedo controlarlo. 

Me levanto tambaleándome y avanzo hacia la puerta, abriéndola de golpe.

—¡Lárgate! —grito de nuevo, tratando de apartarla, pero ni siquiera confío en mi propio toque.

Hermione retrocede un paso, sorprendida.

Mis manos tiemblan fuera de control, y en el reflejo de su expresión aterrada lo noto. Algo anda muy mal.

—Leah... t-tus ojos... —susurra Hermione, su voz temblando.

Mi corazón se detiene un segundo antes de acelerarse aún más. 

Me giro ligeramente y alcanzo a ver mi reflejo en un espejo colgado en la pared. 

El iris de mis ojos ha cambiado de azul a rojo, y estos brillan como si fueran fuego líquido. 

—Hermione, vete... p-por f-favor... —balbuceo, mi voz entrecortada.

Apenas reconozco las lágrimas que caen por mis mejillas mientras intento luchar contra el poder que late con fuerza dentro de mí.

—Leah, tranquilízate —murmura ella acercándose con cuidado.

—¡No puedo! ¡No sé qué me pasa! 

Mis palabras salen entrecortadas por el pánico y el temblor incontrolable de mi cuerpo.

Antes de que pueda retroceder más, las fuerzas me abandonan. La presión en mi mente se convierte en un grito ensordecedor, y mis piernas ceden.

Lo último que veo es la expresión decidida de Hermione mientras murmura un hechizo desconocido, su varita apuntando hacia mí. 

Siento cómo caigo al suelo, pero no llego a tocarlo. 

Sus brazos me sostienen justo antes de que pierda por completo la conciencia.

❀・°・❀

No sé cuánto tiempo ha pasado, pero el primer estímulo que logro identificar es un leve murmullo, como si alguien estuviera hablando a la distancia. 

Luego, un sonido seco: una puerta cerrándose.

Mi cuerpo sigue inmóvil, atrapado en una especie de parálisis extraña. 

Intento mover los dedos, pero no responden. 

Con esfuerzo, trato de abrir los ojos. Al principio, todo está borroso, como si estuviera viendo a través de un cristal empañado, pero poco a poco las formas comienzan a definirse.

Hay alguien junto a mí.

Intento enfocar mi mirada, y después de unos segundos lo reconozco: el director de Hogwarts, Albus Dumbledore. 

Sus ojos azules me observan con cautela y inclina ligeramente la cabeza antes de decir:

—Señorita Leah. Me alegra mucho verla despierta de nuevo.

Parpadeo varias veces, intentando despejar mi mente confusa. Mi garganta está seca, pero consigo murmurar:

—¿Qué... qué ha pasado? ¿Qué hago aquí?

Al intentar recordar, un pinchazo agudo atraviesa mi cabeza, obligándome a cerrar los ojos con un gesto de dolor.

Dumbledore parece notarlo de inmediato y levanta una mano con un gesto calmante.

—No se esfuerce demasiado. Ha usado mucha magia, más de la que su cuerpo puede manejar. Es natural que se sienta debilitada y un poco desorientada.

Sus palabras me confunden aún más, pero me obligo a seguir escuchando mientras observo mi entorno. 

Estoy tumbada en una camilla en la enfermería, y la luz tenue de las lámparas me indica que debe ser de noche.

—¿Cuánto tiempo he estado inconsciente? —pregunto, mi voz apenas un susurro.

—Ha estado inconsciente toda la tarde... —responde él, inclinándose un poco hacia mí— Ha hecho un esfuerzo considerable, tanto físico como mágico. Ahora, si se siente capaz, intente acomodarse con cuidado.

Asiento débilmente y, con un esfuerzo titánico, empiezo a incorporarme.

Cada movimiento se siente como si estuviera levantando un peso enorme. 

Mis músculos duelen, como si hubiera corrido una maratón, pero finalmente consigo apoyarme en los codos y luego en una posición más o menos erguida. 

Dumbledore observa con paciencia y añade:

—Cuando se sienta un poco mejor, me gustaría que me acompañe a mi despacho. Hay algo importante que debemos discutir.

Lo miro, aún algo desconcertada, pero asiento.

—Sí... claro.

Con cuidado, bajo las piernas de la camilla y me pongo de pie, tambaleándome un poco al principio. 

Dumbledore extiende una mano para estabilizarme, pero logro mantener el equilibrio tras unos segundos.

Mientras caminamos hacia su despacho, noto lo silencioso que está el castillo, sus pasillos apenas iluminados por la luz de las antorchas. 

El eco de nuestros pasos parece amplificarse en la soledad de la noche.

El director habla mientras avanzamos, su voz grave y calmada.

—Quiero que sepa que la señorita Granger permaneció a su lado durante toda la tarde y hasta bien entrada la noche. Estaba profundamente preocupada por usted.

Sus palabras despiertan algo en mi mente. Recuerdo vagamente los murmullos que escuché antes de despertar. Debió de ser ella.

—Le dije que debía ir a descansar. Aunque insistió en quedarse, finalmente accedió cuando le aseguré que yo me quedaría hasta que despertara.

Un calor inesperado invade mi pecho al escuchar eso.

Hermione...

Había estado aquí, todo el tiempo.

"¿Por qué la traté así antes?"  El arrepentimiento me golpea. 

Mantengo mi mirada al frente, intentando procesar todo mientras seguimos caminando.

Lo que sea que Dumbledore quiera hablar conmigo, sé que será importante. Sin embargo, por ahora, solo puedo pensar en el rostro de Hermione, en su voz preocupada, y en cómo todo esto parece girar a un ritmo que apenas puedo seguir.

Llegamos al despacho del director, y apenas cruzo la puerta, me detengo un segundo para observar el lugar.

Es tan imponente como había escuchado en los pasillos: paredes forradas de libros que parecen tan antiguos como el propio castillo, artefactos mágicos brillando y girando con vida propia en estantes altos, y una amplia chimenea que arroja una luz cálida que no logra atenuar la seriedad del momento. 

En el centro de todo está su escritorio, un mueble de madera oscura, pulido y lleno de pergaminos y plumas de escritura.

En un rincón, un majestuoso fénix reposa en su percha. Sus plumas rojas y doradas reflejan la luz del fuego, y me parece que me observa con una sabiduría que me pone nerviosa. 

Nunca había estado aquí antes, y la sensación de entrar en este lugar por primera vez es abrumadora.

—Por favor, siéntese —dice Dumbledore, señalando una de las sillas acolchadas frente a su escritorio.

Me acomodo en una de ellas, sintiéndome pequeña bajo su intensa mirada. 

Él permanece de pie, su porte tranquilo, pero con un aire de gravedad que pone todo en perspectiva.

—Leah, —comienza— creo que estás en grave peligro.

Mis músculos se tensan. Su tono es tan serio que me resulta difícil respirar por un momento.

—¿P-por qué dice eso? —pregunto, la confusión pesando en cada palabra.

—Creo que todo lo que te ha pasado hasta ahora tiene relación directa con tu pasado.

—¿Mi pasado? —repito, incrédula.

Él asiente, sus ojos centelleando detrás de las gafas de media luna.

—He estado revisando su expediente en busca de información que nos pueda ser útil. Sin embargo, no hay nada relevante. Lo único que consta es que ha pasado toda su vida en un orfanato.

Asiento en silencio, sin saber cómo responder. Esa es toda la verdad que conozco... o al menos, creía conocer.

—Además, —añade él, con un tono más reflexivo— estoy sorprendido por sus avances este último mes. Parece que la señorita Granger está cumpliendo su papel con dedicación.

—Sí... —murmuro, sintiendo un calor en mis mejillas. 

Es cierto, Hermione ha sido una guía y un apoyo constante, incluso cuando no lo he merecido.

—Ha hecho un gran trabajo. —dice Dumbledore con una pequeña sonrisa, pero esta desaparece rápidamente, y su expresión vuelve a ser seria— Me alegra ver que su estancia en Hogwarts está siendo agradable. A pesar de todo, no podemos olvidar el motivo por el cual está aquí hoy.

Se dirige hacia un armario alto en la esquina de la habitación, abriéndolo con un gesto. 

El interior está lleno de frascos de pociones, cada uno etiquetado con una escritura pequeña y pulcra. Él comienza a buscar entre ellos, murmurando en voz baja, hasta que encuentra uno que parece haber estado esperando.

—Es por este motivo, —dice mientras regresa con el frasco en la mano— que nuestra única opción para que recuerdes tu pasado es usar la Poción Recuperationis Profundae.

Observo el frasco entre sus manos, con la mezcla burbujeando suavemente, casi como si estuviera viva. 

Trago saliva, sintiendo cómo el peso de sus palabras se asienta en mi pecho.

—¿Qué hace exactamente? —pregunto, mi voz apenas un murmullo.

El líquido de la poción brilla con un verde etéreo.

—Es una preparación mágica compleja que permite revivir y experimentar de nuevo recuerdos perdidos o almacenados en lo más profundo de tu mente.

Con un gesto solemne, coloca el frasco en mis manos. 

—¿Esto me ayudará a recordar mi pasado? —pregunto, casi sin aliento.

Dumbledore se cruza de brazos, su mirada más intensa que nunca.

—Así es. Vas a recordar lo que, al parecer, alguien ha querido que no recuerdes.

Mi garganta se seca mientras miro el líquido. 

Esto es lo que he estado buscando, la llave para abrir esa puerta cerrada en mi mente. Respiro hondo y cierro los ojos un momento, antes de beberlo de un solo trago.

El líquido es dulce y cálido, pero tan pronto como baja por mi garganta, una sensación de vértigo me envuelve. 

El mundo comienza a girar a mi alrededor, y siento cómo mi cuerpo se vuelve liviano, como si no tuviera peso.

Un sonido distante, como un zumbido, comienza a llenar mis oídos, y justo cuando parece que no puedo soportarlo más, todo a mi alrededor se desvanece.

❀・°・❀

La mansión, de aspecto antiguo, tenía una atmósfera densa y opresiva. 

Cada rincón del salón estaba decorado con muebles ornamentados, oscurecidos por el tiempo. 

Los candelabros lanzaban destellos parpadeantes, proyectando sombras alargadas sobre las paredes forradas de terciopelo oscuro.

Un hombre de unos treinta años, alto, de cabello castaño y ojos azules, se encontraba de pie junto a una mujer que sostenía a un bebé en sus brazos.

—Sabes que a él no le gusta esperar —dijo el hombre, su voz grave y llena de autoridad.

La mujer, que acunaba a la pequeña niña envuelta en una manta de tela fina, miró a su esposo con cierta preocupación, aunque intentó mantener la calma.

—Lo sé. Ya está todo listo. Puedes llamarlo.

El hombre asintió con frialdad y, sin dudar, se subió la camisa, revelando la marca tenebrosa en su antebrazo.

El símbolo oscuro parecía vibrar con vida propia bajo la tenue luz. 

Tocó la marca con los dedos, y la habitación pareció responder a su llamada.

Unos segundos después, un humo negro y espeso comenzó a materializarse en el centro del salón. 

La temperatura bajó de inmediato, y la sensación de opresión aumentó.

De la negrura emergió una figura alta y delgada, con piel pálida como el mármol y ojos rojos brillantes que destellaban como brasas. 

Su rostro, serpentino y carente de nariz, se contorsionó en una sonrisa maliciosa.

Lord Voldemort había llegado.

—Por fin... —dijo, su voz suave y peligrosa al mismo tiempo— Después de tanto tiempo, vais a darme lo que más quiero.

El hombre, llamado Alanon, inclinó ligeramente la cabeza en señal de respeto, aunque mantuvo la barbilla alta.

—Pero antes, señor, —dijo con cuidado, pero firme— me gustaría que tengas en cuenta nuestra parte del trato.

Voldemort giró la cabeza hacia él con una mirada que parecía atravesarlo como una daga. 

La sonrisa se mantuvo en sus labios delgados cuando dijo:

—Por supuesto, Alanon. Tu familia recuperará el honor que merece y su antigua gloria en todo el reino mágico.

La risa que salió de su garganta resonó como un eco malévolo en la estancia, mientras sus ojos se desviaban hacia la pequeña niña envuelta en la sábana. 

Su mirada ardiente parecía penetrar incluso las telas que cubrían al bebé. La pequeña, como si percibiera la oscura presencia que la rodeaba, dejó escapar un pequeño llanto ahogado.

La mujer alarmada, de nombre Elara, acurrucó a la niña más cerca de su pecho, intentando calmarla. A pesar de sus esfuerzos, no pudo evitar que la atención de Voldemort se enfocara por completo en la criatura. 

Sus movimientos fueron lentos, casi ceremoniales, mientras avanzaba hacia ellas.

—Así que esta es la pequeña Leah... —dijo Voldemort con tono hambriento, sus dedos largos extendiéndose hacia la niña— Justo a quien quería conocer.

El rostro de Voldemort se iluminó con una expresión de triunfo mientras su sonrisa se ensanchaba, una imagen aterradora de poder y malicia pura. 

La mujer retrocedió un paso instintivamente, pero no había escapatoria en esa habitación.

—Elara... —dijo Voldemort, refiriéndose a la mujer con voz calmada— ...Ya discutimos hace tiempo que vuestra familia posee una habilidad única. La magia que corre por vuestras venas, esa que llaman magia antigua.

Elara asintió nerviosa, retrocediendo un paso con la pequeña Leah aún aferrada a su pecho.

—Así es, mi señor. —dijo, su voz temblorosa, aunque intentaba mantenerse firme— Somos de los pocos que podemos contactar con ella. Sin embargo, un uso sin control de esa magia te destruye poco a poco. Es por eso que no la usamos... ni pretendemos hacerlo.

Voldemort sonrió, satisfecho por la confirmación.

—Lo sé. Y mi objetivo es simple: liberar ese poder ancestral y absorberlo. Pero para ello necesito un huésped puro, alguien capaz de canalizarlo sin desmoronarse...

Elara sintió el peso de su mirada, fija en la niña que sostenía. 

Sus ojos se abrieron con terror al entender lo que estaba insinuando.

—No... —murmuró, abrazando con fuerza a la pequeña.

Alanon, que había permanecido en silencio hasta ese momento, dio un paso adelante, interponiéndose entre su esposa y Voldemort.

—No estará sugiriendo que va a usar a nuestra hija... —dijo con un hilo de voz, aunque su expresión comenzaba a endurecerse.

Voldemort sonrió, esta vez con un deleite cruel.

—Quiero usar a vuestra hija como recipiente. Desbloquear al máximo su poder y absorberlo. De esa forma, seré capaz de usar la magia antigua sin sufrir sus efectos dañinos...

Elara dejó escapar un jadeo, su cuerpo temblando mientras miraba a la pequeña bebé. 

Apretó a la niña contra su pecho y alzó la voz con desesperación:

—¡Ella no formaba parte del trato! —gritó, retrocediendo hacia la pared.

Alanon se colocó frente a ella, con una determinación feroz en su mirada.

—El trato era que aprenderíamos a dominar esa magia y lucharíamos a su lado. ¡No que usaría a mi hija como un juguete para sus ambiciones!

Voldemort levantó ligeramente la barbilla, su expresión cambiando a una mezcla de irritación y desprecio.

—¿Y para qué querría que vosotros usarais esa magia por mí, cuando puedo hacerlo yo mismo? —preguntó con un tono frío y calculador— Me han informado de que, con el huésped adecuado, no sufriré daño alguno.

Elara soltó un sollozo ahogado, mientras Alanon sacaba su varita con un movimiento rápido. 

Su voz temblaba de furia contenida.

—Mi hija no será ningún experimento ni un juguete para usted. Lo siento, pero no permitiré que le haga daño a mi familia.

Voldemort se quedó en silencio por un instante, su rostro petrificado en una máscara de desilusión. 

Lentamente, su expresión cambió. Sus cejas se fruncieron, y sus ojos rojos brillaron con una intensidad que helaba la sangre.

—Debo admitir que estoy decepcionado... —dijo Voldemort con un susurro venenoso— Esperaba más colaboración por vuestra parte.

El aire pareció estremecerse cuando alzó su varita, apuntando directamente a Alanon. 

No hubo más advertencias, solo la fría y despiadada pronunciación de las palabras fatídicas:

"Avada Kedavra."

Un destello de luz verde llenó la habitación, y el cuerpo de Alanon se desplomó al suelo, sin vida. 

Elara dejó escapar un grito desgarrador, retrocediendo hasta la pared mientras sostenía a Leah con todas sus fuerzas, lágrimas surcando su rostro. 

Voldemort avanzó un paso hacia ellas, su sonrisa cruel reapareciendo.

—Ahora, Elara, —dijo con un tono casi amable, como si estuviera tratando de razonar con ella— no lo hagamos más complicado. Dame a la niña, y prometo que no sufrirás más de lo necesario.

Elara temblaba de pies a cabeza, sus ojos moviéndose frenéticamente entre el cuerpo inmóvil de su esposo y el rostro frío de Voldemort. 

Apretó a Leah contra sí misma, mientras la pequeña comenzaba a llorar suavemente.

No había escapatoria.

Y lo sabía.

Sus lágrimas caían silenciosamente mientras levantaba la varita con manos temblorosas. 

El miedo no la detuvo; la determinación por proteger a su hija era más fuerte que cualquier otra cosa.

—¡No permitiré que nos haga más daño! —gritó, su voz quebrada pero decidida.

Voldemort dejó escapar una carcajada fría, cargada de desprecio.

—No seas patética, Elara. —dijo con desdén— No tienes nada que hacer contra mí.

Elara lanzó un hechizo desesperado, pero Voldemort lo detuvo con un simple movimiento de su varita, como si fuera un juego insignificante. 

Una sonrisa triunfante se dibujó en su rostro.

—Vuestro linaje termina hoy. —anunció Voldemort, su voz impregnada de crueldad— Pero tranquila, el poder de vuestra familia será temido por todos a partir de ahora.

Antes de que Elara pudiera reaccionar, Voldemort alzó su varita con precisión mortal.

"Avada Kedavra."

El impacto del hechizo golpeó directamente a Elara, quien se desplomó al suelo con un sonido sordo, sujeta aún a la pequeña Leah entre sus brazos. 

El grito ahogado de la bebé resonó en la estancia, mezclándose con el eco del hechizo.

Voldemort avanzó con calma, su rostro inmutable mientras se inclinaba hacia su cuerpo ya inerte.

Con manos frías y sin un atisbo de delicadeza, levantó a la pequeña Leah. Su llanto persistía, pero Voldemort no parecía afectado.

Miró a la bebé como quien examina un objeto precioso, sus labios curvándose en una sonrisa malévola.

—Ahora, por fin, tendré el poder absoluto... —murmuró.

Apuntó su varita hacia Leah, murmurando un extraño mantra. 

Las palabras resonaban con un eco inquietante en la habitación, como si la magia misma se arremolinara en torno a él.

—"Ancientis Magia Revelare..." —entonó con una voz profunda y solemne.

Leah dejó de llorar de repente, su pequeño cuerpo temblando como si algo inmenso estuviera despertando dentro de ella. Sus ojos, antes de un azul brillante, comenzaron a cambiar, oscureciéndose hasta convertirse en un rojo ardiente.

Voldemort observó el cambio con fascinación, su sonrisa ensanchándose con cada segundo.

—Aquí está... —susurró, su voz apenas un suspiro de triunfo— ...Ese poder que tanto he ansiado.

Leah, aún en los brazos de Voldemort, volvió a llorar, pero esta vez su llanto era más profundo, más desgarrador, como si respondiera al peso de una fuerza desconocida.

—Y ahora... —dijo Voldemort con satisfacción, alzando su varita hacia la pequeña— recupero lo que siempre me ha pertenecido.


╔══❀・°・❀══╗

¿Por qué hace eso?

Leah era solamente una bebé inocente...

Espero que os haya gustado, no olvidéis dejar un voto en cada capítulo o comentar, me ayuda mucho <3

Gracias por leer.

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