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(1) Una Carta Perdida

Las paredes de la habitación son de un gris sucio y apagado, como si se tragaran cualquier intento de luz.

Las grietas y manchas en el yeso parecen dibujar patrones que solo yo veo, formas que se entrelazan y me distraen cuando todo lo demás aquí se siente tan... vacío.

Estoy tumbada en la cama, mirando fijamente una de esas grietas más profundas, y por un segundo me dejo llevar por la idea de que, tal vez, más allá de estas paredes haya algo más, algo esperando por mí.

Un leve golpe en la ventana me saca de mis pensamientos. Me incorporo, y mi corazón late más rápido de lo normal al ver lo que hay del otro lado.

Una lechuza de plumaje gris oscuro me observa, sus ojos amarillos fijos en mí, y en su pico... una carta.

Me acerco lentamente y tomo el sobre con dedos temblorosos.

COLEGIO HOGWARTS DE MAGIA Y HECHICERÍA

Director: Albus Percival Wulfric Brian Dumbledore.

Al girarlo, veo un sello en tinta verde esmeralda, un símbolo extraño que nunca antes había visto. Lo abro con cuidado, y el papel cruje bajo mis dedos.

La primera línea es suficiente para que el aire se me quede atrapado en la garganta.

"Estimada Leah..."

Mi nombre. Escrito ahí, como si alguien hubiera estado esperándome durante mucho tiempo. Como si alguien supiera algo que yo aún no entiendo.

Justo en ese momento, escucho pasos detrás de mí. 

—¿Leah? —pregunta alguien.

Me doy la vuelta y veo a Daphne, mi compañera de habitación, parada en la puerta con la mirada fija en la carta que sostengo.

—¿Qué es eso? En tus dieciséis años aquí nunca habías recibido una carta, ¿verdad? Aquí nadie recibe cartas...

Me quedo en silencio por un segundo, sin saber bien qué decir. En todos estos años, jamás había llegado una carta a este lugar. 

Y menos una para mí.

—No tengo idea. Ha aparecido en mi ventana.

Daphne se acerca un poco más, sus ojos fijos en el sello verde esmeralda del sobre.

—¿La envió alguien que conoces? —murmura, como si ni ella misma creyera lo que está diciendo.

Aquí dentro, nadie conoce a nadie. Somos como fantasmas para el mundo exterior.

—No lo sé, Daphne. 

Vuelvo a mirar mi nombre en la carta, como si pudiera encontrar alguna respuesta escondida entre las letras.

—Sea quien sea que la envió... sabe exactamente quién soy —admito.

Ella me mira con una expresión preocupada, mordiéndose el labio inferior.

—Nadie debe enterarse de que recibiste esto. 

Mira hacia la puerta y después añade:

— Sabes que no permiten que nadie de fuera se ponga en contacto con... bueno, con ninguno de nosotros.

Asiento, entendiendo la gravedad de sus palabras. El orfanato siempre ha sido estricto con las comunicaciones del exterior.

Nunca hay visitas, no hay llamadas, y mucho menos cartas. Para el mundo de afuera, prácticamente no existimos.

El orfanato...

Mi hogar desde que tengo memoria... o desde los tres años, que es tan lejos como mi mente alcanza a recordar.

Es un edificio viejo y sombrío, perdido en alguna parte de Inglaterra, y lo dirige una mujer fría y distante a la que todos llamamos "la directora".

Aquí, la vida se resume en horarios estrictos, en paredes sin vida y en una rutina que nunca cambia.

Las ventanas tienen barrotes, el jardín está siempre descuidado, y el sonido de la risa es algo raro, algo casi prohibido.

Desde siempre, parece que lo único que importa en este lugar es mantenernos alejados de todo y de todos. Tal vez porque, para el resto del mundo, somos solo niños sin historia.

Siento que mis dedos tiemblan mientras mis ojos regresan al sobre. La curiosidad me consume, y antes de que pueda pensarlo demasiado, deslizo los dedos para abrirlo por completo.

La carta está escrita con una tinta verde esmeralda, la misma que decora el sello, y las palabras parecen danzar en el papel.

Respiro hondo y empiezo a leer en voz alta para que Daphne pueda escuchar:

COLEGIO HOGWARTS DE MAGIA Y HECHICERÍA

Estimada Leah,

Tenemos el placer de informarle de que dispone de una plaza en el colegio Hogwarts de Magia y Hechicería.

Este año comenzará su formación mágica como estudiante de primer curso, dado que su acceso a la magia fue detectado recientemente y requiere un entrenamiento adecuado.

Hogwarts es una institución de renombre donde desarrollará sus habilidades mágicas, conocerá los fundamentos de las artes mágicas, y descubrirá el alcance de su poder.

Por favor, observe la lista del equipo y los libros necesarios. Las clases comienzan el 1 de septiembre.

Esperamos su lechuza antes del 31 de julio,

Atentamente,

Minerva McGonagall,

Subdirectora del Colegio Hogwarts de Magia y Hechicería.

Levanto la vista para mirar a Daphne. Ella parece congelada, tratando de asimilar lo que acaba de escuchar.

—¿Magia? —pregunta en un susurro, casi como si temiera que alguien más pudiera oírla. 

Sus ojos reflejan una mezcla de incredulidad y fascinación.

— Leah, ¿están diciendo que... que tú puedes hacer magia?

—No lo sé —respondo, aún sorprendida.

Sostengo la carta como si fuera un secreto que podría desvanecerse en cualquier momento antes de decir:

— Nunca me ha pasado nada extraño, nada que yo pudiera llamar... mágico.

Daphne niega lentamente con la cabeza, aún sin poder apartar los ojos de la carta.

—Pero, ¿cómo podrían saberlo? Aquí no viene nadie. Nadie sabe que existimos, y mucho menos que podrías hacer algo como... magia.

Me quedo en silencio, dándole vueltas a la idea en mi mente.

Nunca me había pasado algo fuera de lo normal, pero... había tenido sueños, visiones fugaces que no parecían reales. Sombras danzando, luces parpadeantes, susurros en la oscuridad. Momentos extraños que siempre atribuía a mi imaginación.

—Daphne... creo que tengo que ir. 

Una extraña mezcla de emoción y miedo crece en mi interior.

—Quienquiera que sean, saben algo de mí que yo aún no entiendo. Quizás si voy... pueda descubrirlo.

Daphne frunce el ceño y pregunta:

—¿Y cómo se supone que llegues a un lugar que ni siquiera sabes dónde está? 

Antes de que pueda responder, alguien toca la puerta de la habitación.

Mi corazón se acelera de golpe, y, con los nervios a flor de piel, escondo la carta detrás de mí, apretándola contra mi espalda.

La puerta se abre, y entra la directora del orfanato, con su habitual expresión severa y fría. Busca con la mirada a través de la habitación hasta que sus ojos se posan en mí.

—Leah, baja al vestíbulo. —ordena con su voz cortante— Tienes... una visita.

Me quedo paralizada, incapaz de procesar lo que acaba de decirme.

Visita.

La palabra retumba en mi mente como si no tuviera sentido. En todos estos años, nadie había venido a verme; ni siquiera sabía que alguien pudiera venir.

Daphne me mira con preocupación, pero no dice nada.

Con el corazón latiendo a toda prisa, asiento lentamente, guardo la carta en el bolsillo y me dirijo hacia la puerta, sintiendo la mirada de la directora clavada en mí.

Bajo las escaleras con la mente llena de preguntas y un extraño presentimiento en el pecho. 

"¿Quién podría estar aquí para verme?" 

"¿Cómo podría alguien saber de mi existencia?"

A medida que me acerco, la sensación de inquietud se mezcla con una emoción que no logro identificar.

Al llegar al vestíbulo, mis pasos se detienen en seco cuando veo a la persona que me espera. 

Es un hombre enorme, fácilmente el doble de la altura de cualquiera que haya visto antes, y el ancho de sus hombros podría llenar toda la puerta de entrada.

Lleva una chaqueta de cuero enorme y una barba espesa que le cubre casi la mitad del rostro. Sus ojos cálidos me miran con atención a través de sus mechones desordenados de cabello oscuro.

El miedo se apodera de mí por un instante. Este hombre no se parece a ninguna de las visitas o inspecciones del orfanato; parece salido de algún sueño extraño.

Trago saliva, incapaz de moverme o de decir algo.

El hombre me sonríe, una sonrisa amable que, sin embargo, apenas logra reducir el tamaño intimidante de su presencia.

—¿Tú debes de ser Leah? —pregunta, su voz profunda y ronca.

Parpadeo y miro hacia la directora buscando respuestas, quien está de pie junto a él, con los brazos cruzados y su expresión de siempre.

—Aprovechando que ya tienes dieciséis años, —dice ella sin ceremonias, como si esto fuera cualquier otro anuncio— ha llegado el momento de que dejes el orfanato. Este... caballero ha venido a buscarte.

Me quedo mirándola, confundida, sin poder procesar lo que acaba de decir. 

Nunca había escuchado que los chicos mayores fueran "buscados" por nadie, ni mucho menos que tuvieran que dejar el orfanato de un día para otro. 

Además, ¿quién es este hombre? ¿Y cómo se supone que deba confiar en alguien así?

El hombre, que sigue mirándome con paciencia, da un paso adelante y extiende una enorme mano hacia mí.

—Hagrid. Rubeus Hagrid, para ser exactos. Trabajo en Hogwarts. Estoy aquí para llevarte allí, Leah.

Miro a la directora, buscando alguna explicación que haga que esto tenga sentido, pero su expresión no muestra ni una pizca de emoción. 

Al final, suspira y dice:

—El señor Hagrid me ha explicado que se trata de un... colegio especial. Para personas con habilidades... particulares... 

Se detiene un momento, como si estuviera eligiendo las palabras con cuidado, claramente sin entender del todo.

— Así que, según tengo entendido, es un lugar adecuado para ti, Leah.

La confusión crece en mi mente. ¿Un colegio especial? ¿Para habilidades particulares? Si este sitio es tan importante, ¿por qué no he oído hablar de él antes? Y, más aún, ¿qué clase de "habilidades" especiales puedo tener yo? 

Mi vida ha sido de todo menos especial.

Antes de que pueda formular otra pregunta, Hagrid se aclara la garganta, interrumpiendo mis pensamientos.

—Bueno, mejor vamos saliendo, Leah. No tenemos mucho tiempo. Tienes que recoger tus cosas. —dice con una mezcla de paciencia y prisa en su voz.

Miro a Hagrid y luego a la directora, sintiendo cómo una ola de nervios se arremolina en mi estómago.

Esto es demasiado.

Toda mi vida he pasado cada día en este edificio, siguiendo el mismo horario, las mismas reglas.

Y ahora, en un par de minutos, se supone que tengo que dejarlo todo para irme con un desconocido a un lugar que no entiendo. La carta en mi bolsillo parece quemar contra mi piel, recordándome que todo esto es real.

—Yo... sí, claro. —balbuceo, asintiendo sin saber realmente cómo actuar.

Con las manos ligeramente temblorosas, me dirijo hacia la habitación, sintiendo cada paso como si fuera el último en este lugar que ha sido mi hogar.

Al llegar a la habitación, encuentro a Daphne sentada en mi cama. Apenas cruzo la puerta, se levanta de un salto y me mira fijamente, esperando una explicación.

—¿Qué está pasando, Leah? ¿Quién ha venido preguntando por ti? —me pregunta, con la voz cargada de una mezcla de curiosidad y temor.

Tomo aire y, sin saber muy bien cómo explicarlo, intento resumir la situación.

—Daphne, no sé cómo... pero, al parecer, todo esto tiene que ver con esa carta... 

Saco el sobre de mi bolsillo y lo sostengo en mis manos como si me ayudara a darle sentido a todo.

—Dicen que existe una escuela, un colegio... para personas como yo.

Ella frunce el ceño, claramente sin entender, y siento que el peso de la despedida comienza a apretarme el pecho. 

—Me... me voy a ir con él, Daphne. Se supone que... tengo que dejar el orfanato —Trato de hacerle entender.

La incredulidad pasa por su rostro como una sombra, y por un momento parece que va a decir algo, pero finalmente solo me observa, con un destello de tristeza en los ojos.

La idea de despedirme de ella, de la única persona que ha estado conmigo todo este tiempo, hace que mi garganta se sienta aún más apretada.

—Entonces, esto es una despedida... —murmura, tratando de sonreír, pero la tristeza en su mirada es evidente— Nunca pensé que nos separaríamos así.

Asiento, sintiendo cómo mis propios ojos se humedecen. 

Daphne, apenas unos años menor que yo, ha sido mi familia, mi única amiga en este lugar tan vacío y frío. Me acerco y la abrazo con fuerza, tratando de retener cada segundo de este momento.

—Prometo que voy a escribirte. —mi voz es un susurro, pero pongo toda mi convicción en esas palabras, aunque no tengo idea de si realmente podré cumplir esa promesa.

Daphne asiente y me suelta despacio, con una pequeña sonrisa triste.

—Cuídate, Leah. Y, donde quiera que vayas, no te olvides de mí.

Con un nudo en la garganta y los ojos aún húmedos por la despedida, recojo mis escasas pertenencias: un par de libros viejos, una muda de ropa y una pulsera deshilachada que Daphne y yo habíamos encontrado juntas en el patio años atrás.

Guardo todo en una pequeña mochila, sin poder evitar que mis manos tiemblen. Todo lo que he conocido se queda aquí, en esta habitación donde han transcurrido todos mis días.

Cuando regreso al vestíbulo, Hagrid me espera pacientemente. Me mira con una sonrisa amable y me hace un gesto para que lo siga.

Salimos del orfanato y, al pisar la calle, el aire fresco golpea mi rostro. 

Avanzamos por las estrechas y sinuosas calles de Londres, con Hagrid guiándome como si hubiera hecho este camino miles de veces antes.

Mientras caminamos, él empieza a hablarme sobre Hogwarts y la vida que me espera.

—Es un sitio impresionante, Leah. —dice, su voz ronca llena de entusiasmo— Todos los jóvenes como tú que tienen magia van allí para aprender. Y no te preocupes por empezar un poco tarde. ¡Hogwarts siempre da la bienvenida a los que están destinados a estar allí!

Asiento en silencio, escuchándolo mientras trato de absorber cada palabra. Aunque apenas lo conozco, hay algo en él que me inspira confianza.

Su risa cálida, su voz profunda, su manera de explicarme las cosas... no sé cómo describirlo, pero tiene algo familiar, como si ya me hubiera relacionado con este mundo mucho antes.

—Dime, Leah, —pregunta de repente.

Me mira de reojo mientras seguimos avanzando por un callejón.

— ¿Alguna vez has hecho algo que podrías considerar... extraño? —sus ojos destellan con un brillo de curiosidad— Algo que te parezca fuera de lo común, por pequeño que sea.

Pienso un momento, intentando recordar.

Algunas imágenes borrosas cruzan mi mente: veces en las que sentía que algo se movía sin que yo lo tocara, destellos de luz cuando estaba sola, o esos susurros en sueños que parecían tan reales que me sobresaltaban al despertar. Sin embargo, siempre había asumido que era mi imaginación o algún juego de sombras en el viejo edificio del orfanato.

—No estoy segura. —admito finalmente— Hay cosas que... me han parecido raras, pero nunca pensé que fueran algo real. Supongo que asumí que era solo mi cabeza jugándome trucos.

Hagrid asiente, como si ya hubiera esperado esa respuesta.

—A veces, la magia hace eso al principio, ¿sabes? —explica, con una sonrisa cálida— Se manifiesta en pequeños destellos, apenas lo suficiente para que lo notes. Pero en cuanto empieces a entrenarte, verás de lo que eres capaz.

Hagrid y yo seguimos avanzando hasta que llegamos a un callejón que parece, a simple vista, un final sin salida.

Las paredes de ladrillo se alzan a ambos lados, y el suelo está húmedo y resbaladizo. Me detengo, confusa, mientras Hagrid me dirige una sonrisa enigmática.

—No te preocupes, Leah. —dice, señalando hacia la pared de ladrillos frente a nosotros— Las cosas no siempre son lo que parecen en el mundo mágico.

Saca su enorme paraguas, y, para mi sorpresa, comienza a golpear suavemente algunos ladrillos en una secuencia particular.

Observo intrigada, cuando, de repente, los ladrillos comienzan a moverse por sí solos. Se desplazan, formando un arco que se abre como una puerta, revelando un mundo completamente distinto al otro lado.

—Bienvenida al Callejón Diagon, Leah —anuncia Hagrid con una sonrisa orgullosa.

El callejón que se extiende frente a mí está lleno de tiendas que parecen sacadas de un sueño: puestos con calderos relucientes, vitrinas llenas de plumas brillantes, y escaparates que exhiben frascos con ingredientes misteriosos.

— Este es el centro de comercio del mundo mágico. Aquí encontrarás de todo, desde varitas y túnicas hasta libros y criaturas mágicas. Todo lo que necesitarás para tu vida en Hogwarts.

Me siento abrumada y, al mismo tiempo, emocionada como nunca antes. 

La multitud a mi alrededor se mueve con propósito; niños con túnicas negras y bufandas de colores corretean mientras señalan tiendas y charlan animadamente. Magos y brujas de todas las edades van de un lado a otro, cargando bolsas, libros, y algún que otro animal extraño.

—¿Todo esto es... real? —logro preguntar, todavía incrédula.

—Tan real como tú y yo —responde Hagrid, riendo con su profunda voz— Y pronto será tu día a día.

Él saca una hoja de papel algo arrugada de uno de los bolsillos de su gran abrigo.

—Bueno, aquí tienes la lista de todo lo que necesitarás, Leah. 

La observa con detenimiento y sonríe, casi con un toque de nostalgia en la mirada.

— ¡Ah! Todo esto me trae tantos recuerdos... —dice, su voz suavizándose— Hace unos años, también acompañé a otro muchacho en su primer día por el Callejón Diagon. Harry, su nombre es Harry Potter.

Lo miro, curiosa, y no puedo evitar preguntar:

—¿Harry Potter? ¿Quién es él?

Hagrid se ríe, una carcajada profunda y alegre que hace eco entre la multitud.

—¿Qué quién es Harry Potter? 

Repite con los ojos brillando de diversión antes de añadir:

— ¡Todo el mundo mágico conoce a Harry, por suerte o por desgracia! Es una historia larga, ya la escucharás pronto. Supongo que tiene sentido que no lo conozcas... Al fin y al cabo, estás entrando en este mundo un mucho más tarde que los otros.

Asiento, sin entender del todo a qué se refiere, pero sintiéndome fascinada. 

La emoción en su voz al hablar de ese tal Harry Potter me hace preguntarme qué clase de historia habrá detrás de ese nombre.

—Bien, empecemos por lo importante. —dice, revisando la lista una vez más— Lo primero será conseguirte una varita. Acompáñame, Leah. Vamos a Ollivanders.

Con paso firme y decidido, me guía hacia una tienda pequeña y polvorienta. La fachada es vieja y parece que ha visto siglos pasar. 

Sobre la puerta, un letrero gastado nos da la bienvenida a "Ollivanders: Fabricantes de Varitas desde el 382 a.C."

La campanilla de la tienda resuena al abrir la puerta y me invita a cruzar el umbral.

—Aquí es donde empieza tu verdadero viaje, Leah.


╔══❀・°・❀══╗

¡Gracias por empezar a leer este libro!

Espero de corazón que lo disfrutéis tanto como yo escribiéndolo. 

No olvidéis que podéis dejar comentarios y, si os ha gustado, podéis dar un "like".

¡Hasta la próxima!

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