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07

Al día siguiente, los hermanos Min despertaron en el campamento, sin sentirse diferente a lo usual, aunque sí con un fuerte dolor de cabeza y una pequeña sensibilidad a la luz, a la cual ellos atribuyeron su mal descanso. Acordaron no comentar nada a nadie sobre lo sucedido, ya que realmente desconocían si realmente había pasado algo. No recordaban nada en absoluto y pensaron que podría haber sido algún sueño colectivo porque parecían estar normales.

Luego de unas horas, realizaron sus deberes como de costumbre, entrenaron y participaron en las andadas de seguridad por la orilla de las tierras, asegurándose de que ningún enemigo se escabullera en ellas.

Por la tarde, bajo una lona desgastada del ejército, se preparaban para la batalla en conjunto de sus ya escasos compañeros y generales. Tenían mapas en su poder sobre un campamento nuevo, ubicado en el este, y planeaban atacar, esto mientras los del campamento al norte les trasladaban armas.

YoonGi, Suga y Agust junto a otros diez hombres, debían asegurarse de cabalgar dos horas enteras y llegar a tiempo para interceptar y detener, mínimamente, a la mitad de los transportes para evitar que los enemigos del este se equiparan con armas. Aquel movimiento podría traerles grandes ventajas si realmente funcionaba, pero la misión era riesgosa debido a que se desconocía la cantidad de soldados que resguardaban el encargo y las bajas de los transilvanos eran seguras, muertes inevitables.

Los generales, tras pensarlo un buen rato, no estaban seguros de hacerlo porque solamente contaban con una pequeña cantidad de hombres en ese momento y temían que el tiro les saliera por la culata. En caso de que fallaran, tendrían muchísima desventaja y podrían perder la guerra de quince largos años que llevaban, eso lamentablemente no era aceptable por cuestión de su orgullo.

Sin embargo, los hermanos Min estaban seguros de poder ellos tres solos, habían hecho misiones muy parecidas cuando eran apenas unos niños y ahora, un poco más adultos, tenían la confianza para aprovechar esta oportunidad. Nadie se opuso a su acto suicida porque, de fallar, únicamente serían tres simples muertes entre muchísimas más. Finalmente, los generales les dieron el permiso de hacerlo, pero sin los diez soldados extras y con la excepción de que si eran atrapados debían soportar cualquier tortura sin dar información.

Cuando llegó la hora acordada, los hermanos Min salieron en sus caballos con dirección al norte y esta vez no se encomendaron a Dios como normalmente hacían. Viajaron las dos horas de camino, sin descanso alguno, y solamente se detuvieron al diferenciar el sonido lejano del galope enemigo. No se encontraban inseguros ni divagaban en sus pensamientos, parecian estar centrados en una sola cosa: la esperanza.

—Deben estar cerca, amarremos los caballos aquí y sigamos a pie para interceptarlos con efecto sorpresa. — señaló YoonGi, bajándose del animal y sus hermanos estuvieron de acuerdo, por lo que copiaron sus acciones.

Acto seguido los tres trotaron con cuidado de no pisar alguna rama y provocar un sonido no deseado, orientándose nada más por el galope de los caballos, pero tardaron demasiado en llegar hacia donde provenía. Eso fue extraño para ellos porque era muy lejos como para haberlo escuchado desde donde habían estado antes, más le restaron importancia por la situación crítica en que estaban. Ciertamente no era oportuno hacerse preguntas al respecto, lograron hacerlo y ese era el punto, lo demás no importaba en diferencia con la paz.

—Son demasiados. — murmuró Agust, contando a los hombres —Quizás haya más de cincuenta.

—Si nos dividimos podríamos lograrlo. — opinó Suga, mirando a sus hermanos mayores —Sé que siempre hemos intentado permanecer juntos por seguridad, pero si vencemos tendremos más probabilidades de terminar con esta guerra.

—Sí, terminaríamos con la guerra, pero en el proceso tal vez alguno muera y el plan es que los tres permanezcamos con vida, así que no. — refutó YoonGi.

Suga hizo el amague de insistir, pero Agust lo detuvo, dándose cuenta de que lo mejor era intentarlo juntos y que pasará lo que tenía que pasar. En lo personal, prefería morir con ellos al mismo tiempo, que verlos morir antes y es por eso que decidió sacrificarse en cuanto el momento llegase.

—Iremos directamente por los de atrás e iremos matándolos mientras avanzamos, si atacamos sus caballos se detendrán y no tendrán otra opción más que luchar contra nosotros.

Los hermanos concordaron en seguir el plan de YoonGi, comenzaron desde el final del grupo, logrando matar silenciosamente a casi la mitad. Sin embargo, los que iban delante no tardaron en darse cuenta de las múltiples bajas tan repentinas y se juntaron para hacerles frente.

Para ese momento y por la batalla, YoonGi tenía heridas leves de espada, Suga no tenía afortunadamente casi ningún rasguño y Agust era el más herido, pues se había lanzado al peligro varias veces para protegerlos.

Creyeron que podrían descansar un poco y tratar sus heridas en un espacio del bosque, pero los enemigos aprovecharon ese instante de debilidad para rodearlos con cierta distancia. Los hombres eran alrededor de veinte, armados hasta los dientes con arcos, hachas y espadas, ellos ya no contaban con la misma ventaja y sabían que su tiempo había llegado.

YoonGi decidió ocultar tanto a Agust como a Suga tras su espalda y alzar su espada para defenderlos, aunque todo quedó en un intento cuando una veloz flecha golpeó directamente contra el centro de su pecho.

—¡Yoon!— grito Suga preocupado, sosteniendo al mayor por la cintura para evitar que su cuerpo cayera.

Agust tambaleante por sus heridas, alcanzó a evitar que otra flecha los atacara, interponiéndose y recibiéndola en el costado de su espalda. Luchó por mantenerse de pie delante de sus hermanos para actuar como escudo humano para ellos, lo cual fue en vano porque a pesar de su esfuerzo... terminó desmoronándose.

Suga entró en pánico al ver a sus hermanos mayores sangrando y muriendo lentamente frente a sus ojos, no supo qué hacer y solo se congeló. Los enemigos notaron su obvia rendición, pero no conocían la piedad y se acercaron para atravesarlo en el abdomen a sangre fría con una espada.

—No...— murmuró YoonGi en un hilo de voz.

Agust vio como Suga caía de rodillas, pero el menor a pesar del daño se obligó a sostener todavía a YoonGi entre sus brazos y cayeron juntos a su lado. Los tres se miraron por última vez, entrelazaron sus manos como pudieron y se entregaron a su inminente muerte.

Habían hecho todo lo posible por sobrevivir hasta ahora, pero no lograron su cometido. Jamás volverían a ver a su madre y no llevarían la paz a su pueblo, no importó lo mucho que sufrieron e intentaron, fue en vano.

Realmente ese hubiera sido el fin, de no haber sido por el ser que decidió interceder y mató a todos los enemigos en un parpadeo con el uso de sus poderes. Cada humano ni siquiera tuvo la oportunidad de ver venir su fin, en cuestión de segundos sus vidas habían sido arrebatadas de manera grotesca y no hubo ni tiempo de que gritaran por ayuda.

Al acabar, el demonio se acercó con suma tristeza a los cuerpos casi sin vida de los Min, podía verlos como los niños pequeños que en algún momento fueron reclutados por la fuerza. En un inicio pensó que estaría bien dejarlos como neonatos y entregarles una parte de las habilidades, pero algo en su interior lo obligó a vigilarlos. Fue de esa manera que se dio cuenta de que necesitaban mucho más para acabar con la guerra y conocía el precio que debía pagar si quería darles la ayuda completa.

Sin dudarlo, el ser con sus propias uñas se hizo un corte en la muñeca y se encargó de que cada uno de ellos consumiera su sangre, al punto de casi quedarse vacío. Cuando terminó con su acción, tomó asiento a su lado y espero a que despertaran, recordando su propia experiencia como humano antes de cambiar a lo que era entonces.

El primero en levantarse fue YoonGi, quien dio una calada de aire desesperado y se sentó de golpe con sumo desconcierto. Su último recuerdo había sido morir junto a sus hermanos y ahora estaba despierto, vivo de nuevo.

—Los otros no deben tardar. — comentó el ser llamando su atención.

Y tal como dijo, Agust y Suga reaccionaron de la misma manera que YoonGi para luego verse entre sí y seguidamente al demonio delante de ellos. Los hermanos Min en ese momento tenían sus ojos rojos, la piel mucho más blanca y una sensación de tortuosa sed que los mareo por igual.

—Beban todo lo que quieran, necesitan alimentarse si planean finalizar todo esto, aún pueden lograrlo.— aconsejo el ser tomando uno de los cuerpos enemigos y lanzándolo hacia ellos, como si fuese algo normal.

Realmente ninguno comprendió al instante, pero fue su nueva naturaleza la que los intuyo a reaccionar y terminaron obedeciendo sin darse cuenta de lo que hacían. Después de llenarse, se apartaron con una sensación que oscilaba entre el pánico y la tranquilidad, beber sangre los hizo sentir poderosos, pero también culpables.

—¿Q-qué es lo que somos?— balbuceo Suga, mirando sus manos llenas de sangre y los múltiples hombres que habían chupado casi hasta los huesos.

—Ustedes eran neonatos, vampiros de cuna, con pocos poderes otorgados.— informó el demonio —Más ahora son mi legado, mis hijos y son vampiros tan puros como yo.

—¿Vampiros?

—Esto debe ser una broma.— agregó Agust después de YoonGi.

El ser negó —Lo son, años atrás, por razones parecidas a las de sus corazones, yo entregue mi alma al diablo y termine convirtiéndome en esto.— señaló con disgusto, viendo como poco a poco su piel se quebraba —Mi plan no era que pasaran por lo mismo, pero lo que les otorgue no fue suficiente y al verlos moribundos me vi reflejado en ustedes.— aclaró, tomando por el hombro a YoonGi, eso provocó que su propia mano se convirtiera en cenizas —He pagado el precio con mi propia vida, ahora los tres son inmortales y podrán conseguir la paz que tanto quieren. — finalizó con una sonrisa, desvaneciéndose tras un fuerte soplo de viento que se llevó hasta el último fragmento de su existencia.

Esa fue la última vez que vieron al ser, habían sido salvados y no por Dios ni ninguno de sus miles de ángeles, sino por un repudiado demonio.

Ese momento había marcado la vida de los hermanos por la eternidad y estaban agradecidos de lo que les fue dado. Maldición o no, tenían otra oportunidad de ganar, volver de una buena vez a casa y cuidar de su amada madre.

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