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━━ 08. CRUELES VERDADES

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CAPÍTULO OCHO
CRUELES VERDADES
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La luna llena ya se alzaba en su cénit y los serpenteantes caminos del bosque ravkano permanecían sumidos en una penumbra crispante, a excepción de algunos rincones que eran iluminados por fugaces destellos de luz nívea que se colcaban a través de los árboles.

Incapaz de conciliar el sueño, Cersei se removió en el suelo tratando de ignorar las marcas rojas que se estaban formando en su piel.

Aleksander la había convertido en su prisionera, y la ojiverde sabía que esperaba hacer lo mismo con Alina. Todo el escuadrón —y por consecuencia ella— estaban persiguiendo a la Invocadora del Sol, quien a su vez estaba bucando al ciervo de Morozova con la ayuda de Malyen Oretsev.

Estaba tan ensimismada en sus cavilaciones que no reparó en que alguien se había sentado junto a ella

—¿Amor? — la llamó Aleksander.

Amor.

Cersei no sabía si reír o llorar.

—¿Cersei?

—Alina te traicionó, y yo te traicioné a ti. Y tú nos traicionaste a las dos, de mil maneras diferentes. —Las palabras fueron pesadas como una piedra, pero correctas. Tan correctas—. Baghra una vez me dijo que solo me usabas y no le creí. Ahora, dime, ¿es eso cierto? —Su voz tembló.

—Cersei...

Ella lo encaró, torciendo la boca. —¿Es eso cierto? ¿Solo me usaste?

Él apartó la mirada de ella.

—No, ¡mírame! Dime que me equivoco. Dime que esto está mal.

Cersei quería que la abrazara, que le diera besos en la cara y le dijera que se equivocaba al decir que esa no era su intención. Que se trataba de una mala broma.

—Es verdad.

Cersei se alejó de él tanto como pudo. Las lágrimas finalmente comenzaron a deslizarse por sus mejillas. Mientras el muro que rodeaba su corazón comenzaba a desmoronarse, los escombros pesaban sobre su pecho. —¿Alina?

—También la usé.

Cersei jadeó, tapándose la boca con la mano mientras miraba hacia otro lado. Sintió la mano de él en su hombro y se apartó de un tirón. —¡No me toques!

—Cersei, por favor...

—No des un paso más en mi dirección—, Cersei extendió las manos para separarlos, como si él fuera un enemigo que venía a atacar. Cuando él se congeló. —No creas que puedes salir de esto hablando, Oscuro.

Dioses, hacía años que no le llamaba así.

—Cersei, por favor. Sabes que necesito las hablidades de la Invocadora del Sol. Ella no estaba lista para...

—¿Así que te la tiraste para convencerla? — Su pareja parecía sorprendido por su elección de palabras. —No—, se rió ella. —Eso está mal, ¿debo usar tu palabra entonces? ¿Hiciste el amor con ella para convencerla? — Algo encajó en su sitio. —¿Es por eso que no pasabas tiempo conmigo? ¿Es por eso por lo que te ibas en las mañanas después de follarme como una puta?

La expresión de Aleksander estaba totalmente rota. —Cersei...

—Dioses. Oh, dioses. — Se apartó de él de nuevo mientras los sollozos empezaban a sacudir su cuerpo. —¿Es por eso que me diste una kefta igual a la tuya? — Preguntó.

—Cersei, yo... por favor. Empezó así, pero...

—¿Pero qué? —Ella se volvió hacia él. —¿Pero sentiste lástima por mí? Pobre chiquilla—. Hizo una mueca. —Ella nunca ha estado con un hombre. Nunca conocerá otra cosa. Supongo que debería apaciguarla de alguna manera. Tratarla como una puta, no notará la diferencia.

—No eres una puta, Cersei—, suplicó El Oscuro.

—¡Me has tratado como a una! Como una amante que has mantenido en tu cama mientras...

Aleksander estuvo a su lado en un instante. —Cersei, por favor, puede que fuera así al principio, pero nunca...

—¡¿Nunca qué?!— Su mirada volvió a dirigirse a él. —¿Nunca me trataste como si fuera la suciedad bajo tus pies? ¿Nunca me trataste como si fuera un inconveniente cada vez que necesitaba algo?

—Nunca te mentí—, insistió. —Solo omití algunas cosas.

Cersei sintió que cualquier fuerza que tuviera en su cuerpo se desmoronaba dentro de ella. Su corazón se desgarró como si un león lo hubiera asolado con sus dientes y garras.

—Pero yo te amaba, Alek. — No le quedaba nada por lo que llorar. Nunca había habido nada por lo que llorar. Nada real, al menos. —Pero te amo.




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—Pero yo te amaba, Alek —dijo ella, con la voz hueca y tranquila. Lo miró, con los ojos vacíos del cuidado que una vez le había dado. —Pero te amo.

Su voz resonó en su mente.

Lo amaba. No, eso era imposible. Él no merecía, ni merecería nunca, una mujer como ella. ¿Cómo podía ser posible que alguien como ella pudiera amar tanto a un hombre como él? ¿Cómo? Estaba tan seguro de que era imposible, que nunca había imaginado...

El corazón le dolía en el pecho.

—Cersei, por favor... yo... las cosas son diferentes ahora.

—¿Diferentes? —Cersei soltó una carcajada. Se dobló sobre sí misma, rechazando la mano que él le ofrecía. —Por favor, General, dígame qué es diferente—. Consiguió ponerse en pie por sí misma. —Ahora todo tiene sentido, las crueles palabras de Baghra.

Lágrimas escurrían por su rostro de porcelana y Aleksander se sintió mal.

—¡Cersei, no es así! Por favor, escucha...

—¡No! ¡Te he escuchado durante casi cuatro años! He dejado que te abrieras paso en mi corazón y que lo arrancaras de mi pecho y lo echaras a un lado. —Ya no lloraba, pero sonaba muy rota. —Basándome en tus palabras me había permitido creer que te importaba, que me querías a tu manera, pero ahora veo que estaba equivocada. No puedes hablar. No puedes hablar para salir de esto. Esta fue tu decisión. Hiciste tu cama. — Ella se estremeció ante la palabra. —Ahora acuéstate en ella. Porque nunca volveré a hacer el papel de tu Comandante.

Los ojos grises de Kirigan se abrieron de par en par. No. No. ¡No! La sujetó por los brazos. —¡No, Cersei! Por favor, no... — No me dejes.

—¿No lo cuente? — terminó ella por él. La ojiverde se rió insensiblemente. —¿Y a quién se lo diría sin poner en peligro mi vida? Si la gente lo supiera, ¿tienes idea de lo que eso les haría, de sus perspectivas? Perdería todo el respeto de las masas... —Tomó un fuerte respiro. —Me habéis atrapado, General. No os preocupéis, no se lo diré a nadie. Te honraré y no tomaré amantes ni daré mi cama o mi cuerpo a nadie. Cumpliré mi deber contigo y haré el papel de Comandante cuando estemos en público. Esa es mi suerte en esta vida, pues juré unos votos que pienso mantener. En todo seré tu Comandante; en la ley y el nombre. En ningún otro aspecto te veré como mi superior. Has perdido todos los derechos sobre mi corazón. ¡Pierdes el lugar en nuestra cama! ¡Puedes dormir en tu estudio por lo que me importa! A partir de este momento no soy tu amante, sino una extraña con la que debes aprender a vivir.

Aleksander sintió que la voz se le atascaba en la garganta.

—Cersei—, se atragantó. —Por favor...

—Cuando llegue el momento, podrás explicar a los demás el dolor y la vergüenza que me hiciste pasar. — Ella le miró con tanta rabia y odio que él no pudo seguir hablando. —Los hombres siempre trabajan en su legado, pero ¿cuándo aprenderás que ellos son tu legado? Nosotros somos tu legado.

—Ce...

Cersei se volvió hacia él, con su pelo negro iluminado por las llamas de la fogata.

—Enhorabuena, te has librado de mí, Aleksander. No necesitas forzarte a fingir que alguna vez te he importado. —Se llevó una mano al corazón y con la otra sacó un pañuelo con insignia de ecplise, el cual le aventó con fuerza—. No hace falta que finjas que nos has querido a mí o a Alina.

Su querida se dio la vuelta y lo ignoró, el mundo alrededor de Aleksander se sintió como si se hubiera vuelto silencioso y quieto.




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Aleksander no supo cuánto tiempo permaneció en la oscuridad, dejando que las palabras de Cersei se hundieran en su piel como si fueran moratones. Se sentía sucio. Se sentía como la escoria de la tierra. Se agachó, apretándose el pelo. No. Esto no podía terminar. No podía haberla perdido.

La única mujer a la que había amado de verdad...

El Oscuro abrió los ojos, con el dolor calando en sus huesos. La única mujer que había amado.

Una risa sin gracia se le escapó de los labios. Ahora lo veía. Ahora veía que aquellos sentimientos que había confundido con cariño eran realmente amor. La lujuria que había sentido hacia la ojiverde era la necesidad de hacerla sentir bien, de sentirse querida. El amor es lo que le hizo anteponer siempre el placer de ella al suyo propio.

Y ahora la ha perdido. La perdió porque fue un hombre estúpido que nunca aprendió. Un hombre estúpido que había creído amar a una Mortificadora porque era la única mujer que había conocido durante tanto tiempo. Una mujer que estaba muerta.

Aleksander miró el pañuelo que Cersei le había aventado. Se agachó y lo recogió. Era su pañuelo, algo que su madre le había hecho cuando era niño. Hacía años que no lo veía. ¿Por qué lo tenía Cersei?

De repente, el recuerdo se agitó. El olor a fuego y a carne quemada le llegó a las fosas nasales, los gritos de agonía resonaron en su mente. Una joven de catorce años llorando en los jardines porque los demás grisha no la aceptaban por ser diferente. Él le había ofrecido el pañuelo, sin pensar nunca en que se lo devolviera. La chica le había dado las gracias. Le había preguntado si estaba bien y él había estado a punto de responderle, pero el Rey lo había llamado.

Dioses. Ya había conocido Cersei. Había sido amable con ella antes. Ella había sido amable con él. La conocía desde hacía mucho tiempo, en sus sueños y en carne y hueso.

Aleksander rugió de angustia. Su visión era tan roja como los colores de un inferni, dejándose llevar por su ira.

Cuando volvió en sí, la parte del bosque en la que había estado ahora solo eran ruinas. Los árboles que habían estado cerca acabaron talados y las flores que estaban creciendo terminaron marchitas.

Aleksander cayó de rodillas ante el caos.

Esto era su culpa. Su culpa.

El Oscuro enterró la cara entre las manos, deseando desaparecer en su interior. Hacer que el dolor cesara. Pero se lo merecía. Se lo merecía todo.




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Su mujer salió de su tienda en el tiempo que Aleksander tardó en limpiar el desorden físico que había hecho. Cuando entró en su tienda color negro para pasar la noche, cualquier rastro de ella había desaparecido. Era como si nunca hubiera estado allí.

Le dolía. Le dolía mucho.

Aleksander se acurrucó en su lado de la cama y se durmió entre unas sábanas que aún olían vagamente a ella.




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—Cersei —dijo Aleksander en voz baja, acercándose al balcón con cuidado.

Su amante estaba de pie en la cornisa y el corazón de Aleksander palpitó en su pecho, golpeó sus oídos mientras se acercaba a ella. Llevaba un vestido azul, el dobladillo chorreaba rojo como la sangre y su pelo en una singular trenza se balanceaba ligeramente con el viento. Ella miraba Os Alta, el sol en lo alto del cielo, observándolos, juzgándolos.

—Cersei, por favor—, le rogó. —Toma mi mano. Por favor, no me dejes. Por favor. — Cuando Aleksander estuvo lo suficientemente cerca, se agarró a su falda, hundiendo los dedos en ella y aferrándose a la tela. —Vuelve de la cornisa.

—Si me dejara caer—, contestó ella, sus palabras extrañamente acentuadas. —Si me dejara caer, ¿te volverías loco? Si me cayera—, le miró. —¿Te romperías?

—No me dejes, Cersei—, le instó él, rodeando sus piernas con los brazos. —No me dejes solo, por favor. No puedo perderte, no así. No puedo.

—¿Entonces por qué lo mataste? ¿Por qué mataste al hombre que amo?

—Estamos en guerra, Cersei—, intentó razonar. —Yo... él también me habría matado. Yo no... no quería... por favor. Eres mi mejor amiga, por favor, créeme.

—Mataste a Kaz—, respondió ella, con la voz fría. —Habría sido mejor que hubieras muerto. Hubiera sido mejor que fueras tú quien se desangrara en la Sombra.

—No—, suplicó. —No, Cersei, por favor.

—Me dejaste morir. —Aleksander giró la cabeza y vio a su anterior amante, la Mortificadora, de pie en la cornisa junto a Cersei. Estaba llorando y tenía las manos frente a ella, con un bastón de agarradera dorada en forma de cuervo en sus manos. —Me dejaste morir.

—Cersei...

—¿Por qué le dejaste morir?

La Mortificadora desapareció bajo su agarre y Aleksander se lanzó hacia Cersei, agarrándola mientras caía.

—¡Cersei!

Aleksander se despertó de golpe, con lágrimas bajando por su rostro.




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Cersei se sintió como si estuviera enferma, pero no como lo había estado en las últimas semanas. Su sangre lunar estaba retrasada, muy retrasada. Dos meses de retraso, casi tres, de hecho.

Había leído en uno de sus muchos libros que a veces la sangre lunar de una mujer podía saltarse un mes más o menos debido al estrés y Cersei había estado sometida a mucho estrés últimamente. Pensó que tal vez fuera eso, que no había que preocuparse. Pero entonces se puso enferma y sólo podían ser náuseas matutinas.

No quería estar embarazada. No quería estarlo porque sólo había una persona que podía ser el padre.

Quería llorar. Quería llorar desesperadamente, pero las lágrimas no salían.

Le vino a la mente la idea del té de luna, pero entonces recordó que no tenía forma de conseguir todos los ingredientes. No, ya que estaban de viaje. No tenía tiempo para recogerlos y no tenía ni idea de dónde podría buscar las hierbas en el camino. Podría encontrar las hierbas adecuadas una vez que encontraran a Alina.

Y además, Cersei no estaba segura de lo que podría hacerle a su cuerpo beber ese té si ya estaba embarazada de tres meses. ¿Cuánto sangraría? No podría ocultar algo tan grande.

Los pensamientos que pasaban por su cabeza hacían que su estómago se revolviera incómodo. No le gustaba. No le gustaba ni un poco.

No había manera de que ella pudiera ganar.

Tal vez... tal vez si regresaba a Os Alta y bebía allí el té de la luna. Seguramente se las arreglaría para ocultarlo si estuviera lejos de Aleksander. Genya no diría nada si Cersei le rogaba lo suficiente.

Se tocó la planicie del estómago. Su única conexión con Aleksander, el único pedazo benévolo de él que los santos le habían dado, y no podía conservarlo.











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NOTAS
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Entonces, cuéntenme, ¿sufrieron?
👁👄👁 ¿tienen teorías?

Prepárense, porque ya casi llegamos al final de esta historia. Los amo un montón.

Ahora, les quiero presumir la nueva portada que -BarbsxNina-  me hizo, thanks babe ✨❤️


❛ i l o v e y o u ❜
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❛ i h a t e y o u ❜

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