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━━ 02. INVOCADORES DE SOMBRAS

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CAPÍTULO DOS
INVOCADORES DE SOMBRAS
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ANTES

La oscuridad de la noche es casi sofocante, pensó la joven de cabello oscuro.

Lo cual era un poco irónico, considerando la razón por la que sus padres habían llamado a Los Examinadores.

Se rumoreaba que El Oscuro pagaría una buena suma de dinero al que encontrara a otra de su clase, y también era bien sabido que Kirigan llevaba años —desde el inicio de su carrera militar— buscando a otra Invocadora de Sombras, al igual que el Hereje Negro.

—¿Cersei? —La voz de su padre resonó por la habitación.

Cersei volvió la cabeza hacia su padre, con miedo en sus ojos esmeralda mientras su respiración se aceleraba.

—Yo...yo... —tartamudeó la pelinegra mientras miraba a los dos grisha frente a ella.

El de kefta azul le sonrió con antes de acercarse un poco más. 

—¿Has notado algo peculiar recientemente? —Repitió con voz tranquila. Cersei mantuvo la boca cerrada y de nuevo, el hombre continuó: —¿Hiciste que algo se doblara aunque se suponía que no debía hacerlo? ¿O quizás curaste a alguien?

—Hice que oscureciera una vez— confesó Cersei tímidamente, repentinamente muy asustada bajo la atenta inspección de los dos Examinadores.

El hombre de kefta color rojo se congeló y una sonrisa orgullosa apareció en su rostro. —Cuéntanos sobre eso, por favor — pidió simplemente antes de reemplazar al hombre de azul y agacharse frente a la adolescente.

—Fue hace varios meses —comenzó Cersei, ocultando sus manos—. Era un día muy caluroso y el sol no bajaba. Yo solo moví mi mano... y el cielo se oscureció. No había luz.

Ella dejó de hablar cuando el hombre se le acercó y le rodeó la muñeca con los dedos. Cersei miró hacia abajo en estado de shock y se olvidó por completo de cómo respirar. Una sensación de ardor comenzó a extenderse desde el lugar donde el hombre la sostenía en su muñeca hasta su antebrazo y a través de su hombro hasta la mitad de su torso.

Ardía más justo donde su corazón latía en su pecho y esperaba que latiera más rápido, pero su joven corazón solo se desaceleró y latió a un ritmo lento y tranquilo. Cersei sintió que se calmaba cuando la sensación de ardor se detuvo y apareció una nueva sensación extraña, una que no había notado antes.

Ella miró al hombre a los ojos cuando él la soltó y se levantó de su posición de cunclillas. Solo así, el sentimiento se retrajo hasta su núcleo y Cersei sintió que sus hombros se desinflaban al no sentirlo.

—Ella viene con nosotros—declaró el hombre de kefta roja.

Los ojos verdes de Cersei se abrieron de par en par y volvió la cabeza hacia sus padres. Parecían felices. Mientras su padre se acercaba a Los Examinadores para hablar con ellos, su madre se quedó sentada y escuchó su conversación sin mirar ni una sola vez a la pelinegra, como si le tuviera miedo.

El horror se apoderó de Cersei y la joven salió corriendo a toda velocidad de su hogar, tomando un pequeño morral para emergencias en el proceso, con la tela blanca de su vestido arrastrándose por la tierra. Tan concentrada estaba en su necesidad de huir que apenas registró que había chocado con una persona en la oscuridad.

—¡Lo siento! — La disculpa salió de la boca de Cersei casi por instinto.   

Su morral resbaló por uno de sus hombros y los utensilios que habían adentro se desperdigaron en el suelo. Cersei se agachó al instante, empezando a recoger sus pertenencias y se maldijo a sí misma por no tener más cuidado.

—Estaba distraída y simplemente... no tengo idea de cómo no te vi —la joven prosiguió guardando sus suministros y suspiró—. Lo lamento tanto.

Alcanzando un frasco que todavía estaba en el suelo, los ojos verdes de Cersei se posaron en los zapatos de la persona con la que había chocado. Eran de cuero negro. El tipo de cuero fino e intrincado destinado a los palacios, no a caminar por terrenos disparejos. A Cersei se le secó la boca al pensar en la gravedad de su error. Exhaló lentamente y se atrevió a mirar hacia arriba mientras cerraba su morral.

Cuando sus ojos se encontraron con los del desconocido, no le quedó más remedio que quedarse boquiabierta. No fue porque ahora estuviera a merced del General Kirigan. No fue porque nada podría haberla preparado para su fina belleza. No, ella estaba boqueando porque conocía esa cara. Ella conocía esos rasgos afilados y esos ojos grises.

Los labios rojos del General estaban ligeramente separados y a Cersei le surgió la extraña idea de que tal vez él también quería decir algo.

—Eres tú —ella susurró.

Esas palabras parecieron descongelar a Kirigan y su expresión pasó de ser sorprendida a estoica. —¿Disculpa?

Cersei bajó la cabeza con temor, desesperada por escapar del poder de su mirada grisácea.

—General Kirigan —la joven articuló las palabras con cuidado antes de levantarse. A Cersei le costaba creer que el hombre frente a ella era el mismo con el que había soñado toda su vida. —Me disculpo por mi comportamiento inapropiado y...

—No, no me refiero a eso — él negó con la cabeza y ella evitó mirarlo—. Has dicho "eres tú".

La vergüenza le hizo un nudo en el estómago a Cersei. ¿Cómo pudo ser tan tonta? —Es que no me había dado cuenta de que me había topado con usted, General. Yo... sabía que vendría hoy, pero no esperaba verlo.

Los ojos grises del General parecían no ser más que antorchas de emoción encendidas. Tan familiares y a la vez tan distintos. No podía ser el hombre de sus sueños. El hombre de sus sueños no debía ser más que una composición de rasgos que ella encontraba generalmente atrayentes. El General Kirigan simplemente poseía esos rasgos. Y sin embargo, había algo tan conocido detrás de su expresión, tan específico del rostro que ella sólo había visto mientras dormía.

Ella comenzó a escudriñar la zona para poder escapar, pero Kirigan se adelantó a los hechos y colocó una mano en el brazo de Cersei. El toque dejó a la ojiverde sintiéndose eufórica sin razón alguna. Y tal vez por eso la joven dejó que él la guiara hacia adelante, metiéndose en una tienda grisha vacía. Ella continuó sosteniendo su pequeño morral mientras él se giraba, con los ojos repletos de algo oscuro y desconocido. Pero no luce enfadado, pensó Cersei, esa mirada era demasiado pacífica para ser generada por rabia.

—Cuando me miraste... —él habló con voz baja y aterciopelada: —Dijiste "eres tú". — Cersei parpadeó, sintiéndose hipnotizada. —¿Me conoces?

En su urgencia, el agarre del Oscuro en el brazo de la ojiverde se tornó más seguro. Algo dentro de Cersei quiso protestar pero se dio cuenta de que su toque no era para enjaularla, la mirada que él le estaba dando se lo decía. Su toque rozaba más en lo suplicante, desesperado y esperanzado.

—Todo el mundo te conoce— respondió Cersei al fin, insegura.

Las comisuras de la boca de Kirigan cayeron y algo en él pareció amenzar con desinflarse.

—Quiero decir... ¿me has visto antes? —La pregunta no era una que la joven Naharis estuviera demasiado dispuesta a responder. ¿Cómo podría decirle a este extraño hombre, que lo conocía? Ella lo conocía como si fuera su propio comienzo y final. —Porque yo sí te he visto.

Cersei no pudo evitar que sus ojos verdes se abrieran de par en par. Estuvo a punto de intentar salir corriendo pero las palabras que él murmuró la detuvieron:

—No corras. Sé que tú también lo has experimentado.

La presión en el pecho de Cersei era casi abrumadora. —¿Experimentar qué?

Kirigan miró la entrada de la tienda, confirmando que no se acercara nadie.

—Todos los buenos sueños— exhaló con reverencia—, han sido contigo.

Cersei soltó un suspiro de alivio; no estaba loca. Él también soñaba con ella.

—También te he visto en mis sueños.

Lentamente, él soltó su agarre en el brazo de la pelinegra. Mirándola como si fuera un espejismo, Kirigan levantó una de sus manos, rozando con los nudillos una de las mejillas coloradas Cersei. Ella lo dejó, conteniendo la respiración hasta que su mano volvió a caer a su lado.

Una parte de El Oscuro esperaba que la chica fuera un truco de la luz, algo que su toque revelara como una falacia. Pero ella se mantuvo firme, observándolo con ojos curiosos y verdes como bosques infinitos.

—Nunca sabrás cuánto tiempo he estado esperándote— confesó él. Su voz era tan pesada como un lamento.

Ella sintió cómo su espalda se enderezaba ligeramente por instinto, desesperada por pasar cualquier escrutinio que se le estuviera haciendo. —¿Cómo... cómo ocurre esto? ¿Cómo dos extraños sueñan el uno con el otro durante tanto tiempo y...?

Algo de conocimiento tiñó la sonrisa del ojigris. —¿Cuál es tu nombre?

—Cersei.

La mente del General revoloteó a través de débiles recuerdos. La chica que ríe, la chica de ojos melancólicos, la chica que encarna todas las estrellas que nunca tendrá, la chica que representa casi todo lo que necesita. Cersei. Por fin había un nombre para ella.

La chica que ha visto a su lado en sus sueños, su igual en todos los sentidos habidos y por haber; igual en poder, gracia y apariencia.

El nombre era un regalo.

El Oscuro extendió su mano derecha y tomó la de Cersei, quien estaba demasiado perdida en sus sentimientos de euforia.

Con sus dedos entrelazados, se sentía como si sus corazones estuvieran tocándose.

El ceño de la joven se frunció cuando él apretó su mano. Esa ligera confusión se convirtió rápidamente en un shock total cuando todo quedó en completa oscuridad. No había ni un pequeño hilo de luz en las calles.

Y las sombras giraron a su alrededor, regocijándose.

No existía un listón rojo que los uniera, porque la raíz que los unificaba no se derivaba de un árbol.

El lazo que acababan de crear no conocía la genética.

—Tú y yo vamos a cambiar el mundo, Cersei.

Había algo empapado de Luna y con sabor a amanecer en ella. Algo besado por la naturaleza y amado por el rayo. Cersei se parecía a Artemisa después de una noche de caza de tormentas. Se parecía al sol cuando sale después de besar el amanecer.




✧✦✧




AHORA

En el Pequeño Palacio, El Oscuro permanecía de pie en la entrada, con los brazos cruzados sobre su pecho y la mirada perdida. No podía dormir, de ahí que hubiera decidido salir para tomar un poco el aire.

Había conversado con sus espías hacía apenas un par de horas. Tal y como siempre lo hacía para obtener noticias de Cersei.

Suspiró al pensar en la joven Naharis, que llevaba varios días desaparecida.

—¿Ocurre algo, general? —A su espalda, la voz de Zoya lo sacó de su ensimismamiento. Ella avanzó unos pasos hasta situarse a su lado.

Kirigan la miró de soslayo, para después volver la vista al frente.

Debido a su silencio, la vendaval se aventuró a retomar la palabra:

—No debes preocuparte. Ella estará bien.

El azabache volvió a observarla, ocultando su sorpresa.

—¿Qué te hace pensar que estoy preocupado por ella? —inquirió, tratando de sonar lo más neutral posible.

Zoya esbozó una pequeña sonrisa.

—Desde que se marchó, todos los días sales al exterior y miras el horizonte sin descanso, esperando su regreso. ¿Acaso eso no es preocuparse por alguien? —La mujer contempló a El Oscuro, que había desviado la mirada a causa de su acertada apreciación.

El General chasqueó la lengua.

—Aún no hay noticias de ella—musitó, cabizbajo.

—General, Cersei es muy astuta—indicó Zoya en un intento por infundirle algo de seguridad y confianza—. Sabe cuidar de sí misma. Siempre lo ha hecho—apostilló con voz afable.

Acto seguido, realizó una sútil reverencia en dirección al General e ingresó de nuevo a su tienda color azul, dejándolo solo con sus pensamientos.




✧✦✧




El sol ya comenzaba a ocultarse. Cersei estaba agotada tras una larga jornada de exhaustivas caminatas y algún que otro susto. Sus doloridos pies se arrastraban pesadamente por el suelo de piedra del Pequeño Palacio, haciendo que la marcha fuera aún más agónica y desesperante. Caminó por los pasillos y tuvo el extremo cuidado de no ser vista por nadie.

Cuando logró llegar a sus habitaciones, ya había anochecido, por lo que un largo y profundo suspiro escapó de los labios de Cersei mientras se quitaba su kefta negra con bordados grises.

Las estrellas brillaban de forma desplomada, como diamantes. Sus aposentos le proveían una vista hermosa. En diferentes circunstancias, le habría gustado salir balcón para poder admirar el espectáculo del cielo nocturno.

Cersei encendió las velas perfumadas que se encontraban en las ventanas, alineadas en las esquinas de la habitación. Pasó poco tiempo antes de que empezara a oler a flores de cerezo. Repentinamente, ella oyó cómo alguien tocaba las puertas y la ojiverde las abrió de un tirón.

Cuando vio quién estaba allí, bañado en sombras, su corazón casi detonó. El anhelo se tambaleó en sus entrañas.

—¿Aleksander?

Con los ojos grises brillando, él flotaba en el umbral como un eclipse alto y de anchos hombros, envuelto en una kefta completamente negra. Una sonrisa curvó sus labios cuando la boca de Cersei se abrió por la sorpresa. ¿Qué estaba haciendo? ¿Cómo supo que ella había regresado? Y, sin embargo, en ese mismo momento, el pulso de la joven comenzó a acelerarse, un staccato salvaje y con una sonrisa en sus mejillas, Cersei lo agarró por la muñeca y tiró de él dentro de sus habitaciones.

Tan pronto como las puertas se cerraron detrás de ellos, Cersei le rodeó la cintura con los brazos. Agarró puñados de su kefta negra y hundió la cara en su hombro. El alivio inundó toda su entidad. Estaba a salvo. Kirigan y Cersei se abrazaron como si hubieran estado separados durante mil años, balanceándose en las sombras, tan entrelazados que apenas podían respirar. Todas sus inquietudes se perdieron.

—Estaba preocupado por ti—estalló el Oscuro cuando finalmente se alejaron. Mantuvo los brazos alrededor de su cintura y frunció el ceño. —Tenía que verte. Los otros espías dijeron que desapareciste.

Tan aturdida de júbilo, Cersei había olvidado su desconcierto. Sus ojos ardieron mientras lo miraba.

—Estoy bien—ella respondió —. Ya era hora de que regresara a casa.

—Te ves feroz, querida. ¿Hay alguna razón en particular?

Ella pudo contener la respiración por un momento largo, con los brazos de Kirigan clavándose en su cintura, pero no le respondió. ¿Qué se suponía que dijera? Ella jamás admitiría que tenía celos de la recién descubierta Invocadora del Sol y tampoco diría que iba a ayudar a Kaz Brekker a sacar a dicha etherealki del Pequeño Palacio.

—Feroz— el ojigris repitió al notar su silencio, en voz baja, con las sílabas entretejidas cremosamente en sus labios—. Se ve bien en ti.

La respuesta de Cersei salió ligeramente ronca. —No sé qué decir.

—Entonces no digas nada—declaró él, acariciando su espalda baja con la mano.

Todo se mantuvo en silencio.

Las estrellas, la luna, la noche, su respiración resonando silenciosamente.

Y entonces la besó, una suave unión de sus labios, una afirmación. Cersei entrelazó sus dedos, el familiar sabor de la oscuridad empapándole la boca. Ella se apretó más y el Oscuro respondió, jalándola hacia adentro, una dulce sincronización, permitiendo que sus sentimientos salieran victoriosos por fin. 

Sin aliento, Aleksander se separó. Sus cejas aún se tocaban, sus manos aún estaban entrelazadas. Y su corazón estalló de felicidad, bañando todo su cuerpo con una luz carmesí. Sus narices se rozaron.

—No quiero estar solo.

Lo susurró como una oración, tímido, devoto y suplicante. Los ojos verdes de Cersei se abrieron, el aliento se atascó en su garganta, pero algo en la forma en que sonreía le dijo a Kirigan que ella ya lo sabía. Sus manos lo atrajeron hacia ella y lo volvió a besar.

Sus bocas chocaron, sus manos se agarraron con tanta fuerza que eran casi una sola carne. Un escalofrío de electricidad caliente recorrió las venas de Cersei, encendiendo sus labios.

Sus huesos estaban chamuscados, crujiendo hasta que quedó convertida en polvo de estrellas. Sus dedos se enrollaron en su ropa como alambre. Su boca vagó por la de él como si estuviera hambrienta de ella, y tiró de él más cerca, más cerca, hasta que Aleksander estuvo completamente borracho en ella.

Sus manos arrastraron un fuego escarlata sobre su piel, deslizándose por sus brazos desnudos, picando cenizas. Deslizándose por su cuello y rizándose en su cabello, incinerándola de modo que quedó coronada en brasas y no en seda de ébano. Luego bajó por los lados de su cuerpo como si la estuviera moldeando, arcilla en sus palmas. El corazón de Cersei estaba desenfrenado en su pecho, una humedad formándose entre sus muslos.

Fuego, necesito fuego.

Cuando Kirigan, accidentalmente, involuntariamente, rozó su pecho a través de su camisón, cualquier restricción que Cersei pudiera haber ejercido se perdió. Sus barricadas se hicieron añicos, su mediación pereció como una columna de humo. Ella gimió suavemente mientras él se desviaba allí, un calor tórrido floreciendo dentro de ella. Era una erupción con sus labios rosados y avaros.

Él era tan gentil, tan audaz, tratando su cuerpo como un santuario. Cersei pensó que El General podría tocarla para siempre. Sus rodillas casi se doblaron.

Él la volvió a acariciar.

Quizás estaban ebrios a la luz de la luna, quizás los encantos habían deslumbrado sus pensamientos y los habían cegado, quizás fueron las estrellas las que los impulsaron: nacieron para esto, nacieron para estar juntos.

Independientemente de lo que causó que tal lujuria consumiera sus huesos, se agitó dentro de ellos, una flota completa de polillas alzando el vuelo. Los envolvió, ardiendo, ampollando, el fuego chillando a través de su sangre. Envió los pensamientos de Kirigan en espiral hasta el infierno.

Solo había un antídoto para el dulce veneno; piel contra piel, labios sobre labios, una ardiente maraña de miembros.

Y con eso en mente, Aleksander se despojó de su kefta negra opaca como si fuera una segunda piel. Cersei no trató de detenerlo y abrió su mandíbula con la suya propia mientras sus dedos escarbaban en su ropa, rasgando sus protectores cruzados, su cinturón, sus camisetas interiores oscuras. Su torso desnudo brillaba como porcelana en la penumbra y él tiró de Cersei, atrayéndola en sus brazos, aplastando sus bocas.

Tiró de ella hasta que se derrumbaron, tropezando en su cama. Las sedosas sábanas blancas se los tragaban como un mar. Solo hubo un latido de incertidumbre.

Como siempre que lo hacían, se sintió intrínseco, destinado. Como si el universo existiera para que se encontraran. Sus miedos yacían olvidados en el suelo, acurrucados entre su ropa.

—Eres tan hermosa—Kirigan lo dijo en voz alta cuando se sentó a horcajadas sobre ella, ahuecando sus mejillas en sus manos temblorosas. Su voz era cruda y entrecortada por el deseo, pero las octavas eran suaves como una canción de cuna. Grises como la plata recién fundida, sus ojos brillaron en los de ella, las manos encontraron su cintura, una piel hirviendo, la otra hecha de acero gélido.

Cersei se inclinó y se besaron con la boca abierta, sus brazos rodeando sus caderas desordenadamente.

—Te amo—, croó ella contra sus labios. Las sílabas temblaron de convicción, fragmentos de estrellas, desnudando su alma. Todo su cuerpo se estremeció de anticipación, los dedos se enredaron en las hojas de color negro en la base de su cuello. —Te amo, Aleksander.

Haciéndose eco de ella, la boca del General del Segundo Ejército cosió supernovas en su cuello, su mandíbula, sus labios.

El deseo estaba acosando todos sus nervios. Podía sentirlo presionado contra su muslo y él gimió suavemente cuando ella se movió sobre su regazo. Temblando, Cersei acunó la cabeza de Kirigan en sus manos mientras sus dedos helados se atrevían a rozar sus muslos, arrastrándose debajo de su camisón, debajo de la seda color albaricoque.

Cersei lo empujó, murmurando su nombre en señal de consentimiento. Ella se aferró como si él fuera su ancla, olvidando los dolores que apretaban su corazón, olvidando el mundo.

—Te amo.

Kirigan lo murmuró como un mantra cuando encontró el dulce centro de ella. Nunca había sido tan ingenioso en toda su vida, respirando interminablemente mientras la acariciaba, mientras ella se estremecía sobre él, sus suspiros calientes le acariciaban la piel.

Te quiero. Siempre te querré. Lo susurró hasta que las palabras empezaron a confundirse, la tocó hasta que ella lo agarró desesperadamente, hasta que su lujuria lo corrompió y no pudo esperar más. Te amo. Mejillas fucsias, resbalando sus pantalones con manos temblorosas, permitiéndole tocarlo. Labios chocando, manos entrelazadas, infracción y devoción y entrega.

Cuando finalmente se fusionaron, El Oscuro soltó su nombre en su lugar.

Cersei.

Sinónimo de su amor, de su poder. Pensó que su corazón podría estallar en su pecho cuando ella se movió sobre él, agarrando sus caderas, su aliento tórrido contra su cuello.

Luchando por dominar sus gemidos, sus manos se enterraron en su cabello. Consumiéndola. Cersei. Te amo. Tienes mi corazón.

El cielo de medianoche estaba inundado de violeta. Las nubes hervían con lágrimas amargas.

Las sombras tarareaban, luminiscentes en las venas de una oscura pareja mientras se fusionaban.

Había calcio en sus huesos, hierro en sus venas, carbón en sus almas, y nitrógeno en sus cerebros. Casi completamente hechos de estrellas, con almas repletas de llamas; ellos solo eran estrellas con nombres de personas.

Y más allá de eso, más allá de todo, más allá del tiempo y el espacio, el Cosmos y los mundos, una estrella llamada Alina Starkov suplicaba caer.










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NOTAS
( ¿quieren notas de autor o x? )

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❛ i  h a t e  y o u ❜

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