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𝐁𝐋𝐎𝐎𝐃

Los cuerpos a su alrededor yacían sin vida. Todos habían exhalado su último aliento hace bastante. El nauseabundo hedor de sudor, suciedad y sangre que flotaba en el aire a su alrededor era espeso y le llenaba los pulmones sin permitir que distinguida el aroma del bosque. Pero de todas maneras se quedo ahí, en medio de ese amplio claro que fue testigo de una sangrienta masacre más.

Él era el único sobreviviente.

De nuevo.

Ninguno de esos Japoneses invasores había sobrevivido, pero tampoco ninguno de los hombres que había llevado con él.

Claro que en el palacio se alegraría de que el príncipe Min Yoongi regresará, pero no podía dejar de preguntarse… ¿Era realmente bueno peleando o solo era suerte?

Además…

Otra vez…

De nuevo no podía dejar de escucharla.

Siempre después de una batalla estaba ahí, esa risa suave como música con un matiz travieso.

Aunque no importaba cuanto mirara a su alrededor, no había nadie.

— Seré conocido como el príncipe heredero que enloqueció antes de tomar el trono.

El susurro del escaso aire qué atravesaba entre los árboles movió su cabello, fue una extraña brisa qué acaricio su mejilla como si se tratara del suave roce de una mano.

No estás loco.

— ¡Mierda!

Desenvainó su espada tan rápido como sus reflejos se lo permitieron, todos sus músculos recordaron los años de entrenamiento y se tensaron preparados para la lucha. Esa palabras contra su oído habían dejado su piel cosquilleando, había sentido el aliento caliente golpeando contra su oreja. Pero cuando dio media vuelta con su espada Lista para la acción, no había nada ni nadie esperándolo, solo la vista sin obstáculos de más y más árboles en el oscurecido bosque que pronto quedaría cubierto por completo de sombras.

No importó cuanto su mirada se agudizó, cuanto giró su cuerpo buscando.

No había nadie…

…Pero sentía a alguien.

— ¡¿Quien mierda esta aquí?! ¡Deja de esconderte!

Su lado racional trató de explicar qué sería imposible que alguien estuviera ahí, debería de haberlo visto al momento de girar, nadie podía ser tan rápido para esconderse. Pero su cuerpo e instintos entrenados para pelear solo según gritándole que había peligro cerca de él.

Sus manos se apretaron en su espada al punto de ser doloroso. Él era mucho mejor con el arco, pero ya no tenía flechas y sería más peligroso ahora que sus hombres estaban en él suelo sin vida y evitando qué el enemigo se acercara lo suficiente.

Ahora estaba solo contra… ¿qué?

— ¡Muéstrate cobarde!

Difícilmente me consideraría alguien cobarde.

Volvió a girar, pensando que había ubicado esa voz a sus espaldas, pero de nuevo estaba solo él y esa risa melódica parecía que venía de todo el bosque en lugar de un solo lugar.

¿Qué mierda esta pasando?

No creía ser un maldito cobarde, peor juraría qué toda su piel se erizó por esa aura de maldad que besaba su piel como si fuera el aire. Se sentía como todo y al mismo tiempo nada.

— ¿Entonces por que no te muestras?

Si me muestro será porque yo lo quiero, no voy a dejar que nadie me diga que hacer… ni siquiera tú… príncipe Min Yoongi.

Si no estoy enloqueciendo… Si… algo… estaba ahí con él…

— ¿Cómo sabes mi nombre?... ¿Eres… un fantasma?

¡Que ofensa más grande acaba de salir de tus labios! — La voz dejó de ser suave y musical, el gritó incluso provocó que algunas aves salieran volando por lo potente y escalofriante que resonó con un eco en el vacío bosque. — Yo nunca fui humano y nunca lo seré. No estoy perdido como ellos, se bien detrás de quien debo estar.

No debía tentar a la suerte, pero la ansiedad crecía con cada momento que permanecía en ese lugar en medio de los muertos y hablando con la nada.

— ¿Cómo se que no me estas mintiendo? — No podía dejar de mirar a todos lados, por cualquier pista que le ayudara, pero era inútil. — No puedo verte, tienes que ser un fantasma.

Min Yoongi, eres un humano tonto, ¿crees que caeré en ese plan que se trama en tu cabeza?

Bueno, ahora ya se estaba molestando. No estaba más cerca de descubrir la verdad, habían pasado días para que pudiera llegar a la costa a interceptar los barcos, había estado en una batalla agotadora y ese… esa maldita cosa, solo estaba haciendo qué continuará hablando con la nada como si fuera un demente.

Puede que si sea un demente y lo este imaginando.

Pero igual ya estaba harto.

— ¡¿Entonces que mierda eres?!

¿Aún no lo adivinas? ¿Aunque solo hace poco hicieron un ritual en tu palacio para ahuyentarme?

La luz titilante de un color azul comenzó a brillar suspendida en el aire, una pequeña flama qué no tenía una base, que solo flotaba a unos escasos pasos frente a él. Pero no fue necesaria para saber a que se refería esa voz.

— Dokkaebi…

La risa musical y traviesa volvió a llenar sus oídos, pero esta vez sabía exactamente de donde venía porque ya no se escuchaba como su proviniera del bosque completo, solo de esa flama flotante que tenía enfrente.

Aunque eso no lo hizo usar su espada.

Si estaba cometiendo el peor de los errores solo lo sabría después, en ese momento su guardia se relajo un poco y solo sostenía la espada como un seguro por si tenia que usarla rápidamente.

Ahora que sabes lo que soy parece que no me tienes miedo.

— ¿Por que debería temer de una pequeña flama azul?

Reunió todo el desdén qué era capaz y lo mostró en sus palabras. Esa pequeña llama azul solo quería irritaron, eso hacían los dokkaebi, travesuras qué solo buscaban desesperarte.

Tus pensamientos tienen una falla, no todos somos tan benévolos.

Miró la luz titilante. Una sensación fría se deslizó hacia abajo por su columna.

— ¿Estas leyendo mi mente?

Solo escucho lo que piensas.

— Pues no lo hagas.

No es como que pueda evitarlo. Solo escucho los tuyos.

— ¿Qué quieres decir?... — Esa alerta en el fondo de su mente volvió a encenderse, ya la había ignorado mucho tiempo. — Nunca me dijiste como sabes mi nombre. — Solo otra risa juguetona fue su respuesta. Ya se estaba hartando de la situación, pero obligó a su mente a trabajar en lugar de solo enfadarse. — ¿Es porque vives en el palacio?

Mmm… eres muy curioso, me gusta la gente curiosa… si no les respondo solo se desesperan más.

Esa risa comenzaba a ser molesta, aun más porque se estaba burlando de él.

— Bien, quédate con tus malditas explicaciones, me largo.

Comenzó a tomar sus flechas, solo unas pocas qué le fueran de ayuda para mantenerse a salvo mientras volvía. El bosque oscurecería en cuestión d enana y los animales más grandes eran un peligro. Debió solo haber regresado en cuanto fue el único de pie pero estaba al borde del fastidio y la desesperación. Por ser el único sobreviviente, por esa risa que estaba ahí al final de cada una de sus batallas, por ese sentimiento de repulsión qué revolvía sus entrañas al darse cuenta de las vidas qué había arrebatado, aunque esas vidas pertenecieran al enemigo.

Pero al menos había aclarado una cosa.

Con una flechas más en su carcaj, miro la pequeña flama flotante.

— Tienes nombre o solo eres un Kim más.

Solo esperaba curioso, aunque dudaba que el dokkaebi le contestara, su actitud traviesa siempre les hacía irse por comentarios sarcásticos y a veces solo hablaban tonterías para confundir y frustrar. Ya estaba preparado para la respuesta, de todas maneras todos los dokkaebi decían llamarse Kim, pero su curiosidad le había hecho preguntar.

No puedo revelarte todo de mi en solo un día.

La luz azul brillo con un poco más de intensidad, como si le emocionara, al menos esa voz tenía ese tono de alguien que sabía que se iba a divertir.

Y por supuesto solo le irritó más.

— Bien, guárdate tu maldito nombre.

Arrancó de ese cuerpo sin vida la última flecha qué tenía ganas de tomar. Solo quería descansar por días después de esa sangrienta batalla y el frustrante momento.

Te lo diré si vienes conmigo.

— ¿A dónde?

La risa creció hasta ser una estruendosa carcajada qué calo en sus huesos mientras resolana en el bosque vacío.

Príncipe… a veces eres tan…

Otra carcajada lleno el aire antes de que esa llama parpadeaba con fuerza. Sus ojos se entrecerraron cuando esa luz brilló con más intensidad. Ya no fue solo una pequeña flama, eran unas llamas que se alargaron hasta tocar el suelo y crecieron un poco las arriba de su propia altura.

Aunque trató de mantener su atención en lo que sucedía, esa luz en medio del ahora oscuro bosque, lo encandiló y tuvo que cerrar sus ojos un breve momento.

Y ya no había una flama pequeña, ni siquiera el rastro de lo que habían sido esas intensas llamas, solo una alta figura. Piel de un verde grisáceo rodeaba músculos gruesos y al mismo tiempo resplandeciente con luz propia que impidió qué el bosque quedara totalmente e la obscuridad. No era absolutamente brillante, pero si iluminaba ligeramente.

Aunque su atención fue a ese rostro. Solo pudo pensar que era exactamente como lo pintaban en la molduras de algunos lugares del palacio. Cuernos sobresaliendo de la frente, orejas y nariz puntiagudas. Pero era una máscara.

Podía ver el diferente tono con el resto de la piel que se mostraba a través de las ropas oscuras. Además brillaba un poco de dorado en el borde.

No era un rostro real.

Pero lo que ya podía ver era demasiado imponente.

No encontraba ningún parecido con todo lo que la gente contaba. No había un bangmangi, un hanbok colorido, ni un gamtu. Ni siquiera estaba pidiéndole un enfrentamiento de ssireum, al menos no aún.

— Los humanos quieren vernos como personas para temernos menos. ¿También quieres que me disfrace, príncipe ?

Escuchar esa voz sin ese toque sobrenatural… más humana… fue hipnotizante.

No perdía ese toque suave y musical, era simplemente… una dicha para los oídos.

Tardo un momento en darse cuenta de que tenía que responder, y también en pensar que definitivamente era una máscara, porque esos labios no se movieron en absoluto.

— No tengo que verte como una persona, no te tengo miedo. — Esa risa burlona e irritante floto a sus oídos y rompieron sus nervios. No debería provocarlo, pero quería hacerlo. — Creo que eres el que tiene miedo de mostrarse, ni siquiera puedo ver tu rostro. ¿Tan feo eres?

En un párpado su cuerpo fue presionado contra uno de los gruesos troncos de los árboles. Tenía que preguntarse como había recorrido esa distancia en solo un latido de su corazón, pero en su lugar miraba al ser qué estaba tan cerca que podía escuchar su respiración. Sus cuerpos no se tocaban, pero no era necesario que lo hicieran para que ese calor del contrario llegara a él.

— Estas tratando de provocarme, lo haces siempre con todos los que te rodean para obtener lo que quieres. Te he observado desde hace mucho tiempo, Min Yoongi. — Gruesos dedos con largas uñas que terminaban en punta, tomaron su rostro y presionaron sus mejillas hasta que estas dolieron un poco. — Y te vuelvo a decir que yo no soy humano y soy mucho más hábil qué tu en provocar y burlarme.

Más allá de la oscuridad qué creaba la máscara, dos ojos amarillentos lo miraban con intensidad. No podía ver los labios del dokkaebi, pero sentía que estaba sonriendo.

Trató de hablar, regresar la burla para mostrar que no estaba intimidado, porque lo cierto era que solo había curiosidad y una alerta en el fondo de su mente qué la verdad ya se estaba volviendo más fácil ignorar.

Si iba a morir ahí, estaba extrañamente en paz con ello.

Realmente enloquecí.

— Ya te dije que no estás loco. Y si quieres ver mi rostro tendrás que venir conmigo.

— ¿Por qué alargas todo como si fuera un juego? — Empujó la mano que había estado lastimando sus mejillas, la molestia no apareció, pero, no podía invocarlo, tenía una calma extendiendo se por su cuerpo, la misma que lo seguía antes de sus batallas sabiendo que podría morir. — Si vas a matarme hazlo ahora, donde puedan venir a encontrar mi cuerpo y darme un entierro, no dejare que me escondas en el bosque.

La risa más estruendosa qué había escuchado en su vida perforó sus oídos.

— ¿Realmente crees que estas vivo porque eres bueno con el arco? — El dokkaebi se acercó más, esa máscara a nada de su rostro, si quería podía ver lo detalles mínimos tallados en la madera pero no pudo apartar su mirada de esos ojos amarillos. — Yo soy el aire que mueve tus flechas para llevarlas al blanco. Soy quien te mantiene con vida. Así que si te quisiera muerto ya lo habrías estado hace mucho, Min Yoongi.

Las palabras se asentaron en el lentamente, menos al final cuando estas cayeron sobre él como una pesada carga qué movió su realidad.

Claro que se había cuestionado antes su extraña puntería qué solo era eficaz en el campo de batalla, pero saber la realidad…

Fue difícil de asimilar.

— Sígueme, príncipe.

Aún tenía que averiguar porque ese tono divertido estaba ahí cada vez que le decía príncipe o que lo llamaba por su nombre, pero igual siguió lo que parecía ser su única fuente de iluminación en esa noche qué ya no permitía ver nada más allá de si mismo.

Y porque esa voz casi no le permitía pensar, estaba siendo atraído como cualquier presa a la trampa de un depredador y no podía hacer nada.

Pero el dokkaebi lo había dicho, si lo quisiera muerto ya lo estaría.

Solo siguió caminando detrás de la imponente figura. Trataba d emigrar más allá del largo cabello negro, buscando una pista de donde se escondía esa cinta qué mantenía la máscara en su lugar, aunque se rindió porque no parecía haber ninguna.

— Es porque no hay ninguna.

Si, estaba comenzando a odiar qué se metieran en su mente.

Una risa divertida sonó antes de que el dokkaebi se diera media vuelta.

— Llegamos.

Miró alrededor. No podía haber pasado mucho tiempo, solo habían avanzado un poco, pero se daba cuenta ahora que tenía que ser de verdad la casa del dokkaebi. El suelo con suave césped estaba iluminado con luz propia que hacia posible que la oscuridad no fuera absoluta. No había una luna en el cielo qué hiciera posible esa cantidad de luz, los hilo de luz tampoco habrían sido capaces de pasar a través de los frondosos altos árboles qué los rodeaban, no parecía haber huecos entre ellos y ahora se preguntaba como había llegado ahí porque no podía ver el sendero qué habían seguido.

— ¿Qué es este lugar?

— Mi casa.

Volvió a mirar alrededor, buscando… cualquier cosa que dijera que ese espacio era una casa, pero solo había rocas, césped y árboles alrededor del pequeño claro.

Y luego finalmente pudo cuestionar lo que ese ser le decía. Como si ese lugar evitará qué la voz melódica fuera tan hipnotizante como lo había sido antes.

Porque ya estoy en su trampa y no puedo escapar.

— Los dokkaebi están ligados a lugares u objetos, si estas en el palacio, esa es tu casa.

— Yo no estoy ligado al palacio — contesto el ser riendo divertido.

Entonces a un objeto.

Volvió a mirar a su alrededor pero vio exactamente lo mismo que antes. Pasto, rocas y árboles.

Esta vez incluso trato de ver lo que había a su espalda pensando que había pasado algo desapercibido.

— ¿A que estas…?

¿Dónde había quedado el dokkaei?

Frente a él solo podía ver un hombre de ojos amarillos, ropa oscura, orejas puntiagudas, con una máscara apoyada en el costado de su cabeza. Con un rostro tan atractivo como ningún otro.

Mierda, sabía que era el dokkaebi pero no podía asimilar que era el dokkaebi a quien estaba mirando. Se supone que tenía que ser feo, con cuernos en la cabeza, no… ese hombre que lo miraba con una sonrisa juguetona que también quedaba bien con ese rostro.

Parpadeo confundido por bajo la mirada amarilla qué parecía ver su alma.

Mierda, debía parecer un completo tonto.

Exprimió su cerebro tratando de recordar el hilo de la conversación qué habían tenido pero tardo un poco en volver a recordarlo y no ayudaba qué ese ser se quedara mirándolo de esa manera burlona.

— ¿Fue por eso que no funciono el ritual para echarte del palacio?

— Fue por dos cosas en realidad. — Con un andar seguro, el dokkaebi se acercó hasta que solo la distancia de un paso los alejaba. — Yo no le temo a la sangre… y no estoy ligado al palacio ni a un objeto. — Ese paso que le estaba dando un poco distancia Fue cerrado, sus rostros estaban a Solo un puño de distancia. El aire en sus pulmones ahora parecía insuficiente pero no se movió, sus pies no cedieron a pesar de esa inquietante sensación qué erizo los poros de su piel. — Yo surgí de la desesperación que había en la sangre derramada de esa mujer que trataba de proteger a su hijo, aun cuando estaba exhalando su último aliento. — Su mirada no podía escapar de esos intensos ojos amarillos. —  Por eso estoy ligado a ese pequeño humano que el rey robo de los brazos sin fuerza de una mujer moribunda. Estoy ligado al niño al qué toda su vida le hicieron creer que era el príncipe heredero cuando en realidad no tenía derecho al trono por encima de su hermano enfermizo… qué no tenía el derecho de ser rey porque no es hijo de verdad de la reina, ni siquiera es un hijo legitimo porque su madre era una mujer que trabajaba en una casa de citas y tuvo el infortunio de ser la favorita del rey y quedar embarazada.

Esos ojos amarillos brillaron, con posesividad, odio, diversión y enojo mientras le prestaban su absoluta atención.

Y ahora solo estaba seguro de dos cosas.

Le habían mentido toda su vida a quienes considero su familia…

Y ese dokkaebi aun no se decidía si debía protegerlo o matarlo, porque los unía la sangre pero eso no significaba algo bueno…

Lo cierto era que no sabia si alguna vez saldría de ese pequeño claro rodeado de árboles.

3047 palabras.

Esperen por el Epílogo ♡

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