𝔄𝔩𝔟𝔞 𝔅𝔞𝔨𝔢𝔯
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Alba Baker, nació un 22 de Julio de 1987, nueve años después de su querido hermano Roth Baker, y murió a los 26 un 3 de Febrero de 2014; tan solo una semana antes de su primer San Valentín con quien creía era el amor de su vida.
La historia de la difunta Alba Baker, sin embargo, no comienza con su nacimiento; de hecho, ella misma te diría que su vida realmente empezó cuando se graduó de la secundaria. Había sido relativamente popular, sí, porque bueno era rubia y hermosa y le iba bastante bien en términos académicos (se había saltado un año escolar es más), pero la secundaria era; bueno, la secundaria. Nada especial. Probablemente lo más interesante que le había pasado había sido ganar un concurso de pintura en su último año, pero nada más. Apenas acabó, al igual que su hermano mayor, supo que quería seguir el camino de su padre; había demostrado interés en el pasado en ser abogada, como su madre, pero finalmente optó por ser policía tras presenciar un juicio. Le pareció que los abogados, en su mayoría, eran personas nefastas e inmorales que les daba igual la ética con tal de hacer que su cliente ganara el juicio.
Y Alba no era así.
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Probablemente podría haber optado por el FBI, por pasar primero por la universidad, estudiar algo relacionado con leyes dado su interés previo en la abogacía, y luego volverse agente. Pero sabía, por su padre y por su hermano, que en Nueva York siempre había sombras. Muchas sombras siniestras, lo que significaba mucho trabajo para cualquiera que trabajara en el área de la justicia. Y Alba no quería perderse ni un minuto más de la acción. Quería comenzar a trabajar rápido, a ganar un sueldo y así independizarse un poco más, empezar a proteger a la gente; esa era su vocación, y quería que ese fuese su propósito hasta su jubilación.
Su motivación y persistencia le permitieron graduarse de la Academia rápidamente y sin problemas, galardonada por sus buenos resultados aunque no fuese LA mejor de su año. Esos reconocimientos y ese mismo espíritu apasionado por la justicia y el orden, fueron los que hicieron que el jefe de la Policía de Nueva York escogiera su carpeta por sobre los cientos de otras, a la hora de buscar un agente en cubierto.
La emoción que sintió Alba fue tal, que sintió que estaba llegando a la cúspide de su vida laboral; sintió que todo por lo que había trabajado desde los diecisiete estaba rindiendo frutos, que podría empezar a traer a la justicia a los peces gordos de Nueva York que le hacían la vida miserable a tantas personas. Escuchar que la misión sería infiltrarse en una Mafia Irlandesa no la asustó, por el contrario, solo la azuzó todavía más a decir que sí.
Y entonces, Alba Baker se transformó en Rachel Wicket, artista graduada de NYU con honores y que vendía y exhibía sus pinturas en ni más ni menos que el Guggenheim.
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Por supuesto que Rachel Wicket también tenía una faceta oscura y oculta, que permitió justificar su repentina presencia en el círculo de las mafias y evitar así que la investigaran más de la cuenta; la mujer quería ganar más dinero, y prestar sus cuadros para el contrabando de droga era una buena forma. La Mafia Irlandesa era buena para hacer contactos y negocios como intermediarios, y tenerla a ella de mula era simplemente perfecto.
Así logró infiltrarse en el círculo de Aidan Bryne, prestando pinturas cada vez que alguien quería llevar cocaína de Mexico a Nueva York o Marihuana de una parte del país a otra. También le vendió un par a algunos mafiosos, incluyendo una de un hermoso paisaje a Silas Kreager.
Lentamente, sin embargo, el mismísimo irlandés comenzó a acercarse cada vez más a ella. Empezó con conversaciones normales, mucho más normales de lo que Alba esperaba de un mafioso narcotraficante, y progresó hasta que la invitó a un bar a tomarse algo. La relación entre los dos fue creciendo, y aunque Alba no quisiera tener nada que ver con él de manera personal, estuvo dispuesta a permitirlo con tal de obtener más información para llevarle de regreso al Departamento.
Todo su plan, sin embargo, se fue a la mierda cuando ella también, como Alba, comenzó a interesarse por él. Descubrió que era, a pesar de todo, un hombre bueno, que amaba a sus padres y a los suyos y que era gentil y considerado, refinado y agradable; por no decir extremadamente apuesto, pero eso lo había comprobado desde el primer día. Se encontró en una encrucijada, entre lo que debía hacer como policía y mujer racional y lo que quería de verdad. Pero no alcanzó a tomar una decisión y ya la había cagado de nuevo, con un atraso de su período que comprobaría era un embarazo.
Estaba embarazada del desgraciado hijo de puta que se suponía que debía meter a la cárcel, que era un asesino, un narcotraficante y alguien que no se merecía nada más que su desprecio; pero al mismo tiempo se había enamorado de él y quizás incluso de su poder, se había enamorado del hombre que era cuando estaba con ella y no con el que tenía en el expediente policial.
Pensó en confesarle todo, pasarle toda la información que había adquirido sobre él, contarle que estaba embarazada y tirar todo a la mierda. También pensó en decirle la verdad, jurarle que no diría nada, y separarse de él; retirarse de la policía por trauma, dedicarse a la pintura y criar a su hijo sola.
Claro que todo eso se quedó allí; en pensamientos. Porque nunca alcanzó a decirle nada a Aidan, ni siquiera sobre el embarazo.
Nunca, ni en un millón de años, se esperó lo que pasó; pensaba, ingenuamente, que si Aidan alguna vez la descubría hablaría con ella primero, o quizás la mataría él mismo en algún momento privado de esos que compartían hace medio año más o menos. Pero no que le ordenaría a alguien más que lo hiciera por él, como si ella nunca hubiese valido nada; como si nunca se hubiesen besado o amado en absoluto. Como esperando que ella no se diera cuenta de quién había sido, cuando la evidencia había estado en el grueso acento irlandés del hijo de puta que la secuestró y la torturó.
Todavía, seis años después, sigue sin saber cómo exactamente fue que se salvó de una muerte segura. Fue un instinto sobrehumano, un llamado extremo de supervivencia, el que la llevó a soportar tantas cosas e incluso a devolverlas. Porque mientras sentía la sangre caliente chorrearle por entre las piernas, sintiendo como la vida de su hijo de unos pocos meses se iba acabando en cada gota, mezclándose con la sangre de las demás heridas que tenía en el cuerpo, cogió una llave inglesa que había en el suelo de la oscura habitación de casualidad y le partió la cabeza en dos al tipo. No dudó ni un segundo tampoco en cortarlo en pedacitos, tantos que sería absolutamente irreconocible, ni en cortarse el meñique de la mano izquierda; dejando así suficiente evidencia de que estaba muerta, porque la única pieza remotamente estudiable de toda aquella carnicería era su dedo. Uno de los hombres de Aidan era, aparentemente, un infiltrado de la FBI y se compadeció de ella y la ayudó a escapar a Brasil.
Llegó hasta Brasil con el señuelo, y apenas el avión clandestino aterrizó, Alba desapareció para siempre. Murió, o esa fue la versión oficial y la versión que tanto su familia como Aidan seguramente creen. Se quedó en el país sudamericano, y gracias a la cuenta bancaria de emergencia que le había dado la policía antes de mandarla de encubierto, pudo sobrevivir.
Claro estaba, que su hijo no.
Seis años. Seis años se tardó en adquirir suficiente estabilidad emocional como para regresar a Estados Unidos. Seis años para armar un plan para meter a la cárcel a Aidan Bryne, para vengar la vida de su hijo y la suya, destruída primero por un placer carnal y luego por la desgarradora pérdida de su bebé a manos de su propio padre. Claro, él no tenía idea, pero eso no volvía los hechos menos nefastos. Lo odia, y con justa razón, y no hay nada que quiera más en el mundo que ver a Aidan tras las barras, con varias condenas perpetuas encima, mirarlo a los ojos y gritarle a la cara toda la verdad; la verdad de como lo amaba, y como él asesinó a su propio hijo. Quiere verlo sufrir, tanto como ella lo hizo esa tarde y como lo siguió haciendo en Brasil por los próximos seis años.
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Las diferencias de personalidad entre Alba y Rachel eran mínimas. La única notoria era que Rachel haría de todo por dinero, mientras que Alba siempre había dejado que su moral y su corazón la guiaran; una persona pura, de buenas intenciones, justa y honesta, la policía tuvo que esconder todo eso bajo llave cuando asumió la persona de una artista arribista sin moral.
Siempre destacó por su buen carácter, afable y humilde, con un buen sentido del humor y con habilidades blandas muy desarrolladas; era el tipo de persona que respondía a las burlas y a los malos tratos con un denso silencio, y que luego te cortaba de su vida pero que nunca llegaba a perder los estribos. Externamente muy controlada, nunca demostró debilidad ante nadie, pero tampoco necesitaba ser dura y altiva para hacer que ese control y temple de acero fueran evidentes.
En realidad Alba era, una persona muy sensible hasta el borde de la irracionalidad a veces, creando una curiosa dualidad con su moral inquebrantable y con su visión moralista del mundo; era muy fácil, como se comprobó con Aidan, convencerla de la bondad de las personas. Seguía creyendo por supuesto en las consecuencias, después de todo era policía, pero a nivel personal había llegado incluso a creer que Aidan era, en su interior, un buen hombre. Apelar a sus sentimientos era la forma más fácil de quebrarla, y eso también se vio en su disgusto por la profesión de su madre; le parecía nefasto como algunos abogados estaban dispuestos a hacer llorar a una víctima en el estrado con tal de que su cliente ganara.
Pero eso se fue a la mierda cuando Aidan la mandó a matar, o eso siente ella. Esa tarde Alba verdaderamente murió, pero en el sentido literal de la palabra; una parte de ella, la parte idealista y genuina que la había llevado a ser policía para empezar, murió. Ahora ve el mundo como un lugar horrible, lleno de personas terribles que merecen secarse en la cárcel, pero que la policía nunca logrará vencerlos a todos; así que se conforma con meter a solo uno donde pertenece. A Aidan.
Está agotada, plana, sin emociones desde todo lo que pasó. Solo siente dolor y una ira inmensa, y considerará el oro de su carrera cuando entre al Departamento de Policía con toda la evidencia que recaudó esos seis años; y luego se retirará. Se dedicará a la pintura, como alguna vez se lo planteó, y verá si le queda algo más por lo que vivir.
Ya nada le importa. Le da igual la ética. Quiere conseguir esa única retribución por todo lo que sufrió, tener esa única satisfacción de ver a Aidan pagar; aunque tenga que venderle el alma al diablo para ello.
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EXTRAS:
—A veces siente el meñique que se cortó; juraría que está ahí, incluso lo siente cuando teclea en el computador. Y lo que más miedo le da de regresar a Nueva York no es Aidan y su poder, sino el frío y el dolor que este podrá causar en su mano.
—Siempre le gustó más disparar con las dos manos, pero como ahora le falta un dedo, terminó considerando más cómodo hacerlo con una; la derecha, obviamente, que es su mano dominante.
—Viviendo en Brasil se consiguió pasaportes falsos en colaboración con la NYPD, y ha regresado a los Estados Unidos bajo un tercer nombre; Joanne Martins.
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