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𝐋𝐚 𝐩𝐫𝐢𝐬𝐢ó𝐧 𝐝𝐞 𝐒𝐭𝐞𝐩𝐡𝐚𝐧𝐢𝐞 𝐋𝐞𝐫𝐢𝐧𝐭𝐨𝐧𝐬

Son las 11:38 pm en New York, cuando a penas la ciudad parece estar despertando, en casa de los Lerintons los niños ya están arropados y listos para dormir. Los platos se encuentran limpios y lo que parece ser una noche como cualquier otra estaba por tornarse tenebrosa. Los gritos de Stephanie hacen que su esposo saltara de la cama de un susto, quien corrió como pudo con su soñolienta vista. Derribó la puerta de un solo golpe para encontrarse con todo un charco de sangre, trataba de entender qué pasaba y buscaba desesperadamente heridas graves en su esposa. Stephanie levantó su brazo y había un profundo corte en la palma de su mano que no paraba de sangrar como cascada. El señor Lerintons preocupado, se apresura a cubrir la herida con toallas, mientras que Stephanie solo permanece inmóvil y lo observa. Era difícil suponer que cruzaba en ese instante por la cabeza de ambos, pero algunas dudas sí que provocaba aquella escena. ¿Cómo terminaron así? ¿Qué sucedió? ¿En algún punto de su vida imaginaron estar atrapados en un baño sosteniendo cuchillas y toallas cubiertas de sangre? Ciertamente no, cuando se casaron el sacerdote nunca habló sobre este tipo de escenas, habló de riquezas-pobrezas, salud-enfermedad; pero nunca de sangre, cuchillas y gritos ¿Dónde se puso tan mal para ambos? ¿Fue el matrimonio o en el noviazgo, fueron los niños o la rutina? Mientras todas estas preguntas rondan por nuestras cabezas y quizá también en la de ellos, los paramédicos ya han terminado de suturar la herida de Stephanie y su esposo la lleva a dormir. Otra noche termina en casa de los Lerintons, noches como estas se han estado repitiendo constantemente en los últimos meses sin causa evidente.

Bobby Lerintons y Stephanie se casaron hace 7 años, ambos con carreras exitosas, ella abogada y el como profesor. Luego de 2 años de matrimonio tuvieron a su primera hija Lory y poco tiempo después llegó el pequeño Bobby Jr. Estaban muy felices y disfrutaban de ser una familia unida. Aunque Stephy abandonó el trabajo para dedicarse a los chicos, nunca mostró resentimiento a dicho tema. Es joven, luce bien incluso después de dos partos, tiene un esposo adorable y la vida que toda chica soñaría tras casarse. Lo cierto es que estas palabras cubrían frente a sus amigos y familiares todas sus frustraciones. A pesar de ser cierto todo esto, se esforzó durante tanto tiempo para graduarse en la Universidad de Derecho y ahora solo puede ser la jueza en casa.  Sí, ama a su familia, en ocasiones es abrumador ver a todos a su alrededor triunfar en sus metas, aunque no es infeliz con su realidad. Entonces, ¿por qué Stephanie se haría daño a sí misma?

Luego de su último parto, Stephanie, estaba atravesando una depresión. Su doctor le estaba ayudando, así que cada día era notable el avance en ella. Podía experimentar momentos en los que odiaba todo en su mundo, incluso a sí misma, otros en los que se sobrecargaba de amor y energía para apagarse con facilidad al día siguiente. Fueron varios meses de esta depresión agotadora. Su familia y amigos la apoyaron para salir de ello, parecía sencillo, no lo era. Parecía exagerado, no lo era. Pocos podían ver más allá de su depresión, su esposo que la conocía muy bien comprendía lo difícil que estaba siendo para ella, no podía hacer más que ayudarla cada mañana a despertar y cada noche a dormir, cada día a cuidar de los pequeños y brindarle motivos por los cuales amar la vida una vez más. Realmente Stephy ya estaba agotada, se esforzaba al máximo por mejorar, pero nada resultaba, su cuerpo parecía rendirse ante la vida y no quería continuar batallando consigo misma. A pesar de los estragos que la depresión postparto estaba causando en su mente, hizo lo que la mayoría en estos casos, continuar soportando, permanecer en silencio, simulando que estamos bien, citar que es solo una etapa de la que tarde o temprano saldremos sin recordar nada. Concuerdo con ella al decir que el tiempo será el mejor desinfectante para las heridas del alma, pero no debemos dejar toda la responsabilidad sobre ese chico que pasa tan fugaz como para hacerse cargo de todos.

Tres semanas antes de la inicial escena en el tocador, Stephanie, estuvo despertando cada madrugada con ataques de pánico y llanto incontrolable. Juraba que una vez cerraba los ojos se arrastraban sobre las sábanas monstruos que anhelaban llevarla lejos de su familia. Durante el día se resistía a salir de casa, pues allí fuera estarían todos listos para juzgarla y señalarla solo por ver algo que los demás no son capaces de visualizar. Voces en su cabeza le gritaban e insultaban a cada rato, otras veces era su propia voz reclamándose desde el más allá cómo pudo ser tan irresponsable para perder a sus seres queridos. Stephy no comprendía, pero estaba segura de algo, esta no era su familia. Tras rememorar el pasado con algunas fotos del cumpleaños de Lory descubrió las noticias del accidente automovilístico en que todos murieron, incluida ella. ¿Cómo era posible? Seriamente, se debatía entre la verdad y la ficción, el no saber que era real o sueño aturdían cada vez más sus oídos. Mientras disfrutaba de una noche de película con los chicos y Bobby solo podía contemplar como en esta realidad, eran felices y estaban sanos y vivos, sintiendo la pena de que todos hayan perecido. Por su parte, la familia lucía tranquila de ver a Stephanie más relajada. Listos para dormir, esta se acercó a su esposo y lo abrazó:

— Podrían existir mil vidas y aún te seguiría amando, solo quería decirte esto mientras veo tu rostro, aunque sé que no eres más que un espejismo de mi imaginación— le susurró al oído al desorientado Bobby que solo fruncía el ceño, para luego observar a su esposa clavar unas tijeras en su muñeca, a lo que reaccionó rápidamente para evitar que perdiera demasiada sangre. 

Lo que comenzó como una noche tranquila y común terminaba en algo grotesco de lo que hablar con el psicólogo de turno en Emergencias. Este recetó medicina para que la señora Lerintons descansara mejor y pidió que fueran a verlo una vez estuviese lista, a lo que ella se negó evidentemente. Pues, qué sentido tendría visitar a un psicólogo, después de todo está muerta.  Así debutaron estas belicosas noches. Su esposo se sumergía cada vez más en la posibilidad de separarse. No antes de crear miles de estrategias para ayudar a su amada, las cuales solo fueron un fiasco. 

— Quiero el divorcio— La serenidad con que Stephanie lo decía era ensordecedora. El señor Lerintons fingía no entender lo que escuchó, mientras las grietas en su corazón se abrían paso a volverlo a añicos. 

— Entiéndelo, no eres el hombre del que me enamoré, no sé por qué te haces pasar por él, pero no te quiero cerca de mí. Puedes llevarte a los niños, ya los visitaré algún día—continuaba balbuceando y entretanto rasguñaba el vacío con su cortante y fría mirada. 

Bobby ni siquiera lo dudó, tomó a los chicos y se marchó. El silencio comenzaba a prenderle fuego a lo que un día fue el hogar de esta familia y hoy, no es más que la prisión de Stephanie Lerintons. Una vez se aseguró de estar sola en casa, se dispuso a iniciar una grabación sobre la aparente historia paranormal que estaba atravesando. 

— Soy Stephanie Lerintons, antes era abogada, pero ahora soy madre, morí en el 2021 y sin razón aparente me encuentro divagando en una realidad alternativa. Podrías no comprenderlo, pero es posible que si veas esto es porque también estás muerto . He caminado durante horas en el jardín y es increíble como después de morir puedes ver las cosas que las demás personas no distinguen. A nuestro alrededor patrullan seres con vestimenta negra pendientes a nuestros errores para castigarnos por ello, es así como terminamos teniendo un mal día o enfermándonos. He decidido echar a mi familia de casa hoy, pues estoy segura de que esta noche vendrán a por mí —

La historia de Stephy se ve interrumpida por alguien que golpea su puerta, está realmente asustada, su corazón late con fuerza y se aferra a la manilla de la puerta para que no intenten forzarla. Escucha los pasos de alguien en la habitación de arriba, seguidos del llamado de personas que preguntan dónde está. Pensó, que para entonces ya era muy tarde, como podría salir de tal situación. Corrió a la cocina y agarró un cuchillo, inhaló una bocanada de aire como quien va a correr un maratón y exhaló como reo que ya aceptó su condena. Tomó asiento nuevamente frente a la cámara, con los gritos de estas personas por toda su casa. 

— Me quedarán solo unos pocos minutos para explicarles. ¡Mierda! No pensé que vendrían tan pronto a por mí. No puedo dejar que me encuentren, solo me torturaran. Tengo miedo. Podría simplemente morir antes de que ellos me maten, pero como podrá morir alguien que ya no tiene sino los recuerdos de su corazón. ¡Cierto! ¡Mi corazón! Por eso sigo en pie, si puedo hacer que deje de latir será suficiente para deshacerme de esta miseria —

La desesperación iba colonizando su cuerpo como gusanos en un cadáver y en las paredes retumbaban los gritos y golpes de las criaturas enmascaradas. El miedo la poseía mucho más rápido que el valor. Justo cuando la punta de aquella faca comenzaba a penetrar en su pecho, los horribles monstruos irrumpieron en la habitación. No había vuelta atrás, Stephy solo lloraba. Arrebataron el arma de su mano rápidamente, pero para ella todo pasaba de forma lenta e indolora, lo que antes eran gritos altos y abrumadores, ahora se escuchaban lejanos y difíciles de distinguir. Su mirada encontró una cueva oscura y allí se quedó, sus piernas decidieron cansarse y volverse inmóviles, su torso se dejó gobernar por quienes la sacudían de los hombros, de manera incontrolable el temor la obligó a mojar sus pantalones como niño pequeño. Era vergonzoso para ella, incluso en esa situación. Aún cuando su cuerpo no respondía, el miedo no desapareció. La ansiedad por querer correr fuera de esa cueva oscura en que terminó era agotadora. De repente solo se durmió.   

El sol crea un despampanante espectro de colores al cruzar el gran ventanal de aquella tenue habitación. Han pasado algunos días desde que Stephanie ve las puestas del sol desde ese sitio, lo suficiente para llegar a apreciarlas. 

— Ha recibido unas hermosas flores, nuevamente señorita Lerintons — Interrumpe el pensativo instante, una ruidosa voz. 

— Muchas gracias enfermera. ¿Sin remitente otra vez? — murmura Stephy sin apartar su vista de aquella ventana. 

— Lo siento, sin información otra vez. No te agobies, eso significa que hay alguien deseando que mejores pronto— Lanzando una sonrisa de consuelo y con mirada de pena, la dulce enfermera, buscaba dar palmaditas de apoyo, fallidas en cualquiera de sus pacientes. 

— ¿Crees que estoy segura en este lugar? ¿Crees que los demonios del castigo no me encontraran? ¿Cómo puedo estar tan segura de que estaré bien? — Su vista comenzó a girar temerosa a todas partes de su habitación, Stephy, no se sentía segura. 

— No te preocupes hermosa, este es un sitio donde esas bestias no podrían hacerte daño— Dicho esto se acercaba a Stephanie con su jeringa en mano. 

— Durante mucho tiempo solo pude ver esa cueva negra y no podía moverme. El sol, los paisajes, las personas eran muchas de las tantas cosas que añoraba. Si esas bestias regresaran, intentaran llevarme a ese sitio, yo debo impedir eso — La señorita Lerintons sonaba decidida, aunque solo hablar del tema le ocasionaba horribles pesadillas en la noche. 

— Tú pasaste mucho tiempo allí sola, pequeña, es normal que tengas miedo ahora, pero te aseguro — La charla motivadora de la enfermera se ve cesada por los gritos de Stephanie, quien no deja que esta se acerque y solo la observa horrorizada.

— ¡Gusanos, gusanos, hay gusanos por todas partes! ¡Aléjate de mí! — Estos gusanos solo significaban una cosa para ella, muerte, descomposición, desagrado. Y ahora quien dice salvarla está cubierta de ellos. 

En pocos instantes la recámara estaba llena de doctores y enfermeros que sostenían a la chica tratando de inyectar los medicamentos. Algunos la observaban como un caso inútil y desafortunado que no vale la pena atender. Otros estaban perplejos de cómo podía alguien tan joven comportase así. Quienes llevaban muchos años ejerciendo como doctores solo la socorrían con cuidado, como si de un hijo querido se tratase.

Finalmente, han pasado 6 meses desde que Stephanie Lerintons fue internada. Durante este tiempo atravesó por sí misma túneles sombríos que no conducían a ninguna parte. Peleó en batallas con seres provenientes de la negrura, listos para robar la cordura que aún habitaba en la joven esposa. Lideró estas duras batallas y ganó contra ellos. Hoy es su último día en ese lugar que en los últimos meses se había vuelto su hogar, aunque anhela volver a casa se siente solo una extraña después de tanto tiempo. Algo culpable por sus acciones, pero segura para afrontar las consecuencias. Hoy no le han entregado flores a Stephy, pero ha recibido algo mejor, una visita inesperada aparece en su habitación. Su esposo e hijos, su familia. El pequeño Bobby Jr. es mucho más grande y puede caminar, le muestra a mamá lo que ha aprendido corriendo hacia sus brazos. La hermosa Lory tiene un debate entre sus lágrimas, con su sonrisa. Y su esposo, su dulce esposo, solo la observa inerte, sin saber qué hacer, yace conmovido por tal escena y en sus ojos el brillo que iluminaba su rostro en la primera cita. Estaban listos para ir a casa. 

— El cerebro es la cárcel donde el corazón cumple su condena. No subestimes su poder, no ignores sus señales, no evites la realidad. La terapia de electrochoque, los medicamentos, todo eso fue la cura para su enfermedad, pero las flores de cada mañana fueron el motivo de su felicidad. Saber que alguien la esperaba fue suficiente para querer salir, ahora solo queda no descuidarlo— Con tono de sabiduría y suavidad, la enfermera entrega a Bobby el expediente médico de su esposa, marchándose simplemente sin decir más. 

De regreso a casa nadie aparta la vista de la señora, después de tanto tiempo los ojos que la observan no la miran con pena o desdén, sino con amor, con amor del bueno, con admiración regocijante y con calidez humana. Después de todo se trataba de su familia, quienes la estuvieron esperando por mucho tiempo. Se abre la puerta y unas enormes pancartas le dan la bienvenida, los recuerdos intoxicantes de aquella última tarde también le saludan y aunque perturbadores no son lo suficientemente claros para evitar la magia de aquel momento. Un enorme abrazo sorprende a Stephanie, un enorme abrazo sincero y asfixiante. Realmente estaba de regreso a su vida y se había liberado tras grises brochazos de aquellos retratos en que estuvo encerrada.

Esta repentina historia es el resumen de una triste pesadilla por la que esta familia atravesó. Nuestra protagonista en cuestión fue diagnosticada con Síndrome de Cotard. La enfermedad debe su nombre a su descubridor Jules Cotard, neurólogo francés, quien en un principio la bautizó como le délire de négation (delirio de negación). Conocida como una condición neuropsiquiátrica poco frecuente, se asocia a diversos cuadros como: Bipolaridad, Parkinson, esquizofrenia o en el caso de la señora Lerintons, la depresión. Representa un alto riesgo de autoagresión y suicidio. Su tratamiento es además riesgoso para la vida del paciente.

Ciertamente, su diagnóstico llega a ser en ocasiones complicado, por su semejanza a diversas enfermedades mentales. Siendo así que se han determinado como factores claves para su detección las ideas de no existencia, alucinaciones, ''ausencia de órganos'' y la ideación suicida. La persistencia de los delirios de negación y una sintomatología melancólica sirven también como indicios para identificar este síndrome. La aparición de síntomas catatónicos es poco frecuente, y solo se han encontrado algunos reportes que ilustran dicha coexistencia, como es el caso antes narrado.

Lo infrecuente de esta condición constituye una limitación para extraer conclusiones; sin embargo, queda claro que los pacientes tienen un fuerte pensamiento nihilista, lo que termina siendo peligroso para sí mismos si le agregamos el resto de complicaciones.

Su remisión es lograda con el uso de benzodiazepinas y TEC (Terapia Electroconvulsiva) aun así se recomienda un seguimiento estricto luego del alta médica. Si bien no tiene un porcentaje de personas más propensas que otras, pues se han documentado casos de adolescentes hasta adultos mayores; condiciones comunes como la ansiedad o la depresión podrían ser el detonante para este extraño síndrome. Por ello es vital no restarle importancia o resumir en simplicidades hasta un simple estrés cotidiano.

... Ni cerebro, corazón, ni estómago, ni intestinos... su cuerpo era como un vestido infecto, descomponiéndose día tras día, ahí donde solo los huesos y un poco de piel, daban forma a lo que quedaba de ella. Pero si su devastación alcanzaba todo su plano físico, también el plano emocional y espiritual estaba desfragmentado en esta mujer. Decía que carecía de alma, que no le hacía falta, ya que ni Dios ni el Demonio tenían que juzgarla...

Mademoiselle X, sujeto presentado por Julio Cotard en su conferencia en  1880.

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