𝐄𝐥 𝐈𝐦𝐩𝐨𝐬𝐭𝐨𝐫
Era una de estas noches traidoras, donde la lluvia y el viento tienen una fuerte pelea. El mar está revuelto por tanta jauría y las personas molestas por tanto frío. Es de extrañar que a alguien le gusten tales noches; la realidad es que muchos las aman en secreto. Quienes de su ventana observan la tormenta, permanecen en paz, descubriendo recuerdos. Quienes desde el centro de tal huracán ven su vida pasar, descubren nuevas creencias y rezos.
Una tormenta atacó la ciudad y, tras la salida del alba esta mañana, se pudo descubrir cuánto destrozo había causado. La naturaleza, en su intento de devolvernos un poco de lo tanto que le hemos hecho, arrasó con su propia vida al instante. Proclamándose a sí misma suicida, terminó por derribar árboles desde las raíces, por incendiar hectáreas y hectáreas. Ahora los hospitales se encuentran abarrotados de malheridos, las funerarias con cuerpos que no han podido ser identificados y los rescatistas se dejan la piel en la búsqueda de almas sin rostros. ¿Quién necesita las guerras? ¿Quién necesita bombardeos? ¿Quién necesita del odio? Si no hay nada más rapaz que la madre naturaleza conmutando su plan de venganza. Entre los tantos damnificados llegó a Emergencias, una familia que se debatía entre la vida y la muerte producto a un accidente automovilístico en el diluvio. La madre, asombrosamente consciente, lloraba a mares buscando a su hijo sin poder mover ni un músculo. Entre intervalos de cordura, exclamaba con súplicas a los doctores por atención a su pequeño. Finalmente, sus ojos se apagaron para encaminarse hacia un profundo sueño. Vislumbraba un paisaje desgarrador y apocalíptico entre ráfagas de viento huracanado. Cubierta en un velo de sangre logra reponer fuerzas para ponerse en pie. Corre directamente a su carro donde yacen su esposo e hijo, ambos inconscientes aún. La desesperación aprovecha su oportunidad y comienza a introducirse rápidamente entre sus arterias, haciendo ecos en la mente de culpabilidad. Desconsolada tomó al vástago en los brazos e intentaba sentir su respiración. El marido, quien despertó por unos pocos segundos, lanzó un adiós con sus ojos y corrompió las esperanzas que podían quedar en aquel momento.
Tres meses han pasado desde entonces, Stella, madre y esposa, aún permanece en coma, sumergida en este sueño una y otra vez, sin éxito en cambiar su final. Los médicos comienzan a desechar las posibilidades de que despierte. Sin embargo, esa noche, al comenzar la pesadilla redundante, Stella podía notar ciertas cambios. El cielo no era gris, sino despejado. La lluvia incansable había cesado esta vez y, mientras sostenía a su criatura en brazos, sintió a su esposo acercarse. Tomó su mano avanzando hacia un futuro distante que se podía avistar al final de aquel túnel. Llegando al otro lado, se vio a sí misma en soledad, nadie sujetaba su mano y su pequeño en brazos se alejaba, volviendo al otro lado con una sonrisa. La paciente se ha despertado de su largo reposo y se mantiene en calma procesando todo lo que sucedió.
—¿Qué me ha pasado?—pregunta a una enfermera que palidecía al escucharla.
— Tranquila, señorita, usted está ahora en el hospital. La hemos cuidado muy bien tras su accidente. Llamaré al doctor para que la examine— con voz entrecortada, la enfermera intentaba sosegarla en un intento por lucir profesional, disimulando la expresión de quien ha visto un fantasma.
Por su parte, la chica pensaba para sí misma sobre que los sueños continuos que tuvo trataban de una realidad. Realidad que ya había aceptado luego de haberla revivido cada noche durante estos meses, pero que aún no podía superar. El doctor ingresa a la sala y con vasta energía comienza a hacer preguntas para evaluar el estado de la paciente.
— Hola, señora, mi nombre es Francisco Montes, neurocirujano y amigo. ¿Cuál es su nombre?— ella lo observa con recelo por la falsa alegría que desborda aquel doctor, dirige su vista hacia la pequeña ventana de aquella habitación.
— Mucho gusto, doctor Francisco, mi nombre es Stella, Stella Torrefiel, cardiópata y renacida ahora que lo noto. Conozco este protocolo y lo haré corto para usted. Sí, recuerdo lo que sucedió la noche que ingresé, no, no tengo claro qué día es hoy y sí, aún guardo las memorias de gran parte de mi vida, las que no encuentro en estos momentos, es porque las prefiero olvidar —un tono prepotente y desconfiado se oía en aquellas palabras.
— Me alegra que así sea, señorita Torrefiel; aun así, debe entender que hay algunos estudios que debemos realizar para descartar cualquier daño colateral. Los médicos somos los peores pacientes, así que daremos nuestro mayor esfuerzo para que se sienta cómoda— una vez más, el extraño doctor intentó agregar humor a alguien que ya lo había perdido y terminó llenando el ambiente de tensión.
— He llamado a casa para que vengan de inmediato. Su esposo se ha puesto tan feliz por la noticia que se puso en marcha al instante —interrumpió la enfermera inexperta que había recuperado un poco el aliento.
Estas palabras alertaron al subconsciente de Stella, quien sabía que su familia había perecido ante sus ojos. Permaneció tranquila para comprobar hasta dónde eran capaces de llevar esta mentira. Mientras buscaba pistas que le guiaran hacia su huída, apareció un gran ramo de flores escoltado por un hombre alto y apuesto, el señor Alcides. Su aroma, el tono de su voz tras decir no más de una palabra, el sonido de sus pasos lentos que se acercaban, todo, era sospechoso y diferente para Stella. Podía sentir que quien se escondía detrás de aquel cuerpo no era su esposo, pero ver su rostro una vez más le invitaba a querer que así fuera.
— Te extrañamos mucho, nos distes un enorme susto, hermosa— No paraba de hablar sobre lo conmovido que estaba por su regreso, acariciando el cabello de Stella y ella solo lo observaba desde el desprecio de su alma por profanar la existencia del amor de su vida con tal actuación. Él, por su parte, no lo notaba.
Al llegar a casa tras una cantidad estresante de análisis, Stella, solo quería tomar una ducha. Observaba todo a su alrededor con cierta inocencia, tratando de convencerse a sí misma de que lo peor había pasado. Con algo de curiosidad visitó la recámara de su difunto hijo, olvidando por completo que dentro la esperaba otro pequeñín por un cuento. A pesar de su impotencia, asintió con el libro en manos.
Un nuevo amanecer ha llegado. Stella se ha despertado de un salto y cubierta de sudor, otro mal sueño parece ser. Fuera la esperaba una mesa llena de platillos y algo de música para armonizar el ambiente que le terminó por resultar irritante. Estaba lista para reprender a quién estuviera detrás de esto y cuál fue su sorpresa al levantar la mirada. Su mejor amiga de la infancia era la encargada de aquel festín.
— ¿Alana, eres tú?—no muy satisfecha con sus ojos últimamente, optó por preguntar.
— Buenos días, Dulcinea. Pues claro que soy yo tonta, te extrañé tanto —decía esto mientras rodeaba con sus brazos a su amiga.
— ¿Qué haces acá tan temprano? Hubiese preparado algo de haber sabido que vendrías.
— No vas a cambiar nunca. Estaba ansiosa por verte, pero no pude ir de inmediato al hospital cuando despertaste. Estuve ayudando a Alcides estos meses a cuidar a Tobías. Y ahora la cuidaré a usted, señorita— Alana continuaba hablando sin parar. Stella solo la contemplaba de aquí para allá con una leve sonrisa. Sentía que era reconfortante saber que incluso con su mundo patas arriba aún tenía a alguien en quien apoyarse.
— ¿Por qué los ayudas? No son ellos realmente, después de todo— dio un giro inesperado al grato reencuentro.
— ¿De qué hablas, Stella?
— ¿Por qué has estado ayudando a estas personas cuando no son mi verdadera familia? ¿A caso te lavaron el cerebro a ti también? — hablaba en voz baja y miraba hacia todos lados para estar segura de que no eran escuchadas.
¡Alana la observó perpleja con toda la intención de decirle que estaba loca; sin embargo, fue frenada por el sonido de la puerta y el grito del pequeño Tobías que corría a los brazos de Alcides gritando, papá, volviste!
— Me iré a descansar, vuelve mañana, por favor— se dirigió rápidamente a su cuarto para evitar cualquier encuentro con aquel personaje.
Así fue que su amiga volvió al otro día y al siguiente y al día siguiente de este, no la dejó sola y la apoyó cuidando al infante actor que desempeñaba el papel de su hijo fallecido. Stella continuaba sumergida en sus propios pensamientos, atravesando un duelo inexistente en el que añora a quienes ahora la rodean. Tras varias deliberaciones, acordó con Alana visitar a sus padres este fin de semana, así que, se arregló y se puso en marcha. Conducir nuevamente era algo que la hacía sentir nerviosa, pero que necesitaba volver a intentar. De repente, gotas de llovizna cubrieron el parabrisas y se paralizó. Casi en pánico y entre lágrimas, permanece Stella a un lado de la carretera, deseando que aquella lluvia cese. El suceso le hizo querer devolverse de inmediato. Aparcando pudo notar las luces tenues de unas velas que iluminaban la cocina. Atraída por la curiosidad, se aventuró sigilosamente. Desde el otro lado de la ventana se escuchaba aquella canción de jazz que podía recordar como su canción de boda. Las voces irreconocibles comenzaban a volverse más claras.
— Fue difícil convencer a Stella para que se fuera. Ya debería estar llegando a casa de sus padres— murmuraba Alana mientras sus brazos caían como colgante sobre el cuello de Alcides.
— Aún no entiendo que salió mal aquella noche— comentó él.
— Debiste dejarme intentarlo a mí, te dije que podía hacerlo. ¿Recuerdas aquel seguro de auto que cobré del carro de mi padre? Pues fui yo quien había roto los frenos, algunas heridas le quedaron, pero al menos nos forramos en plata— narraba con aires de grandeza su atroz hazaña.
— Era asombroso, sabes, esa noche cuando la vi sujetar al niño en brazos cubierta de sangre pensé que había salido todo mal, luego cayó en coma y fueron los mejores tres meses contigo a mi lado, tenía esperanza de que no despertara— su falso esposo después de todo terminó siendo una bestia vestida de oveja y mientras los escuchaba, los escombros que aún quedaban de su alma se deshacían transformándose en polvo.
— No salió tan mal, puedes internarla en un manicomio. Después de todo lo que hemos visto estos días, es obvio que no está bien— Alana continuó contoneando su cuerpo al ritmo de la música y, en tanto decidían cómo deshacerse de Stella, se besaban pasionalmente.
Aquella alma en pena decidió retirarse, tal y como planeó, visitó a sus padres durante unas semanas y se sintió en calma. Colocaba flores blancas cada mañana en la ventana para su esposo e hijo en el cielo. Ahora es momento de volver a casa y su mente solo da vueltas a la última escena que presenció. Decidida a romper todo el teatro, preparó una romántica cena con velas, vino y jazz. Alcides, que ni siquiera estaba esperando encontrar a su esposa, quedó perplejo ante la escena.
—¿Qué es todo esto?—preguntó.
— No puedo creer que hayas olvidado nuestro aniversario— con un tono sensual se fue acercando al impostor.
— ¿Cómo podría olvidarlo? Solo que no esperaba esta grata sorpresa querida. Alana llamó que cuidaría del niño esta noche, pero no pensé que tramaban algo en esto. Gracias por todo, te amo tanto— con falsas lágrimas que no brotaban, actuaba emocionado frente a Stella, quien, desde su interior, lo observaba con repulsión y rabia.
La noche siguió avanzando, cenaron y bailaron jazz por un rato. Sin notarlo, lo hacía repetir cada uno de los pasos de aquella cita con su amiga. Una vez que comenzaron a besarse, su cuerpo se recubrió con un completo asco.
— No entiendo por qué te empeñas en manchar la memoria de mi difunto marido, pero haré que se lo expliques a él en el más allá, si es que existe. Hoy no es nuestro aniversario y tu no eres mi esposo— descendió de su oído para lanzar una mirada cargada de odio y cierta nostalgia y clavó un cuchillo en su estómago. Dejando a Alcides en un charco de sangre mientras agonizaba, se bebió un sorbo de vino y caminaba lentamente. Ahora, tumbada sobre la cama de su hijo, se hacía cómplice del silencio que a estruendos arrancaba su sentido común. La policía no tardó mucho en llegar después de que Alcides los llamara, diciendo que un ladrón entró en su casa e intentó matarlo. Fue llevado a Urgencias y afortunadamente sobrevivió. Stella pensaba para sus adentros que había sido enviada al infierno y que para purgar la culpa de haber matado a su familia le tocaría vivir esta pesadilla. Fuera del hospital se acercó el doctor Francisco a saludar a su antigua paciente. Con un tono calmado sonrió y le brindó un café.
— Tu esposo se recuperará, deberías estar alegre— sin siquiera saludar, solo dijo esta frase.
— ¿Por qué debería?—con aquel tono hostil que siempre adoptaba ante su presencia, le respondió.
— Sé que has sido tú, solo no sé por qué, quiero ayudarte— continuó el neurocirujano.
— Nunca lo he negado, nadie me ha preguntado tampoco. No hay nada en que ayudarme porque no siento ninguna pena de querer matar a ese charlatán. Así que, doc., déjeme en paz— sus palabras brotaban de forma automática, pero sus ojos pedían a gritos auxilio.
— ¿Recuerdas cuál es el apellido de tu esposo, Stella?—
— Sí, Cayetano, Alcides Cayetano es su nombre. ¿Por qué me preguntas?—
— Cuando nos conocimos, te presentaste como Stella Torrefiel, usaste tu nombre de soltera y esto me llamó la atención. Al comienzo creí que tenías algunas lagunas mentales producto del choque. Tu falta de emoción al decirte que tu familia aún vivía, me hizo cuestionarme tu forma de pensar en aquel momento. Entonces comencé a revisar tus análisis y me puse en contacto con el señor Alcides y también tus padres para estar al tanto de tu reciente comportamiento— el doctor explicaba con total elocuencia su razonamiento hasta que Stella lo interrumpió.
—¿Puede ir al grano? ¿Ha de tener mucho tiempo libre usted si puede andar hurgando en la vida de los demás, no cree? ¿Termina involucrándose así con todos sus pacientes? No debería —
— Es cierto, perdón por cotillear en tu vida, aunque no me arrepiento. He estado al tanto de todo, de la muerte de tu esposo e hijo. El engaño de este suplantador con tu amiga, aunque esto último lo descubrí cuando estabas en coma. También conocí lo mucho que te aman tus padres y los deseos que tienes de volver a ejercer la medicina. Me ayudó a entenderte y por ello es que voy a ayudarte— colocando sobre sus hombros la bata blanca que no la protegía en lo absoluto de la ventisca, pero que hizo sentir a la chica segura.
— ¿Entonces planeas encubrir que yo lo apuñalé?—dijo ella con un metal de voz más tranquilo.
— No tengo pruebas de que hayas sido tú. ¿Por qué diría lo contrario?—comenzó a reír mientras que ella lo observaba con una ceja levantada y algo de resignación — Quiero que me acompañes a conocer a una amiga, vamos— la tomó de la mano sin permitirle espacio a pensar en una excusa para negarse.
Recorrieron todo el hospital en silencio. Ella, perdida entre las losas del suelo y el tendido de sus labios, caminaban por inercia como quien no tiene rumbo. Han llegado a una oficina, el cartel de Psicología captó toda la atención de Stella, quien ahora atraviesa con sus ojos a Francisco cargada de incertidumbre. Ambos irrumpieron en el sitio y la médica los recibía con una dulce sonrisa invitándoles a sentarse.
Finalmente, Stella ha vuelto a casa de sus padres con su pequeño. Y tras un año de terapias, está lista para enfrentarse al mundo con total valentía. Su verdadera familia cuida de ella y la ayuda para mejorar cada vez. Se divorció e incluso abrió un caso penal contra Alcides y su amante por su intento de homicidio en aquel accidente. Él, escuda su triste defensa en el apuñalamiento del que no quiso culparla. A pesar de sus amenazas, no se detuvo y con el apoyo de Francisco pudo conseguir que ambos fueran procesados. Ahora lo principal es su salud y sus seres queridos, de los cuales cuida entre altibajos. Torrefiel ha sido diagnosticada con Síndrome de Capgras. Aunque no todos los pacientes consiguen una completa recuperación tras esta enfermedad, cada día logra reducir sus síntomas y va en completa mejoría.
En síntesis, este es un síndrome en el que el paciente sostiene de forma irreductible que alguien (mayormente cercano) ha sido sustituido por un doble exacto. Como con la mayoría de los trastornos mentales, las mujeres presentan una tasa más elevada de padecerlo. Se puede asociar con diversas patologías; en este caso, la paciente sufrió un traumatismo y shock que afectó gravemente en su desencadenamiento. Este síndrome de suplantación, como también se le conoce, puede aparecer sin datos de un deterioro cognitivo franco. Tras varias teorías, considero que la más acertada sería la de Herstein quien planteó lo siguiente: Representamos a las personas que conocemos bien con representaciones híbridas contenidas en dos partes. Una parte los representa externamente (como lucen) y la otra internamente (sus personalidades, creencias, emociones características, preferencias). Entonces el síndrome ocurre cuando la parte interna está dañada o es inaccesible. Produciendo la impresión de alguien que se ve igual en el exterior, pero parece diferente por dentro, es decir, un impostor.
Como siempre acudir a los especialistas pertinentes a tiempo, evitará la cronicidad de los síntomas, dependiendo de la forma en que se presente. Puede estar en riesgo de autolesionarse o de dañar a la persona que creen que ha sido suplantada. Es una creencia falsa fija con la que no es posible razonar; ninguna cantidad de consuelo o prueba puede hacerle cambiar de parecer. Por ello, es fundamental que el paciente reciba tratamiento y cuidado para su recuperación.
Propio de la condición humana es la enfermedad de creer a los demás impostores e impíos, no a nosotros mismos, porque nadie reconoce sus propios errores
- Impostores de la vida. Miguel Servet-
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