Capítulo 9 (Especial De Halloween)
—¡____! –llegó Maddie atrás de mi y me abrazó.
—¡Woah! ¡Maddie! ¿Qué sucede? –pregunté.
—¿Lista? –preguntó divertida.
—¿Lista para que? –pregunté.
Ella me miró e hizo un puchero.
—¿Acaso lo olvidaste? –me preguntó–. Hoy es Halloween, acordamos que me acompañarías al museo de los Warren a ver sus artilugios embrujados. Te invite a ti y a Carly, pero ella estará ocupada.
Mire a Carly quien estaba a mi lado, al igual que Michael. Ellos me miraron divertidos y extrañados. La situación les divertía y se burlaban, les enseñe el dedo de en medio en respuesta.
—Oh, eso –dije y solté una risita–. Claro que iré. Pero no haremos un disfraz complementario –le dije.
—Awww, pero yo pensé que podríamos disfrazarnos de diablillos o enfermeras –dijo.
Vi a Michael mirar hacia otro lado cuando Maddie dijo eso. Ella lo notó también y sonrió pícara, cual Grinch o diablillo travieso.
—Michael~ –musito–. ¿No quieres acompañarnos? –preguntó divertida
—N-no –le respondió mirando a otro lado–. Debo ir a recoger a un familiar al aeropuerto esta noche.
—Pues pasa la tarde con nosotros y en la noche vas por ella –intento convencerlo Maddie.
—En mi casa quieren prepararse para recibirla –se excusó.
Tomé a Maddie del hombro.
—Maddie, déjalo. Ya habrá otra oportunidad –le dije.
Ella suspiro y se calmó.
—Bueno, no importa, arréglate y nos vemos en un rato –dijo y se fue.
—¿Enserio no quieres venir Michael? –pregunté volviendo a caminar por la calle otoñal, mirando como las hojas cobré y doradas caían frente y detrás de nosotros.
El negó.
—A mi familiar de verdad le importa que la recibamos de la mejor manera. Si no comenzará a quejarse –me dijo–. Por eso tengo que llegar a casa temprano y ayudar a prepararlo todo.
Michael se ofreció a dejarme en mi departamento. Yo acepte. Cuando me dejó enfrente de mi apartamento me quedé un rato a solas con él.
—Espero puedas alcanzarnos en la fiesta –me despedí para besarle la mejilla y salí de su auto.
Al entrar al recibidor del departamento vi todo decorado con esqueletos, calabazas y decoraciones del momento.
—Wow –dije asombrada.
Vi a Ángel acercarse. Venía disfrazada como diablo, sin usar una ropa tan reveladora.
—¿No crees que tu disfraz es algo irónico Ángel? –le pregunte sonriendo de lado.
—Oh vamos ____ es Halloween. Cualquiera puede disfrazarse de lo que quiera -soltó una risa "malvada"-. ¿Iras al museo de los Warren? -me preguntó.
—¿Cómo lo sabes? –pregunté.
—Todo mundo va. Es la fiesta más popular del condado –me explico.
Estuve un rato hablando con ella y después me fui a mi apartamento a prepararme para ir con Maddie a la fiesta. Llegué a mi departamento, cocine algo ligero, una crema de poro para rápido. Cuando estaba cortando el poro recibí un a llamada de mi mamá. Le conteste.
—Hola mamá –hablé en español
—Hola hija, ¿ya hiciste tu ofrenda del día de muertos? Acuérdate que se hace desde ayer
Sonreí.
—Si mamá. Las flores, las fotos, los antojitos, la bebida, no encontré pulque ni tequila, así que compre smirnoff –hablé mientras miraba el pequeño altar que estaba en mi sala–. ¿Sabías que aquí el cempasúchil se llama marigold, que significa María dorada? –me detuve a contar antes de pasar a la llamada a modo manos libres.
—¿Enserio? Órale, suena bonito –me dijo.
—Si, y aparte está muy cara, me costó mucho buscar florerías por aquí que lo vendieran –dije volviendo a cortar el poro.
—Pero ya está la ofrenda –dedujo mi madre.
—Si, aunque no pude conseguir pan de muerto -respondí.
—Pues ni modo hija. Hiciste lo que pudiste –me dijo–. ¿Vas a salir?
—Solo un rato. Iré con una amiga a una fiesta –respondí.
—Bueno diviértete; has mínimo un rosario en estos días, si no las almitas se enojan y vienen a espantarte y a jalarte los pies en la noche. Adiós hija.
—Adiós mamá –respondí y ella me colgó.
Cuando colgué recordé lo que mi mamá decía en esas fechas. Que aunque no te gustara hacer el rosario, debías hacerlo, si no, ellos vendrían a asustarte y a reclamarte porque no oraste por sus almas y su descanso eterno. Algunas veces, aunque tenía once o doce años, le creía, pues tenía miedo de que fuera verdad, nunca he sido escéptica del todo. Creo que eso puede explicar porque siempre atraigo lo paranormal y parezco un imán para ellos.
Terminé de hacer la sopa y comí. Lave todo lo que use y la sopa que me sobró la metí en mi congelador. Me quede una rato en la cocina cruzada de brazos, pensado en él ¿Y si viene hoy? Probablemente no, debe estar matando por ahí por ser Halloween, debe ser una fecha significativa para él, supongo. ¿Pero y si viene y no estoy? Decidí dejarle una nota en donde faltaba el cuchillo que el se llevó. Le di una limpieza rápida y ligera a mi departamento. Ya después cuando iban a ser las cuatro me metí a bañar.
Mientras estaba en la tina, leía nuevamente la carta nuevamente con una sonrisa digna de una adolescente. Es que nunca me había sentido así por alguien. Nunca tuve novios, solo pequeños empujones o atracciones, para mi eso no era suficiente. Intenté salir con escasos chicos que podría contar con mis dedos, y por más que estuvimos saliendo nunca sentí nada como lo siento ahora con él.
Salí de mi baño y me prepare para ir con Maddie. Por mas que ella me rogó, exigió y hasta intentó amenazarme, me negué a disfrazarme de algo. Incluso me dijo que me disfrazara de Jessica Rabbit, que por mi figura me quedaría perfecto. Pero me negué.
Me puse unas bragas moradas y me puse el vestido que use en el Candy of Muriatic Acid. Me mire al espejo, por un momento me pensé en de verdad disfrazarme de algo. Oí el timbre de mi apartamento y di un sobresalto ¿Quién sería? Oí qué la persona insistía más y decidí revisar. Era Maddie, disfrazada de enfermera, pero el uniforme era negro.
Abrí de inmediato.
—Maddie –hablé y ella entró.
—¿Lista? –preguntó y miró mi vestido–. ¿Otra vez el mismo? –me preguntó.
—Es mi favorito y el único que tengo –intente excusarme.
Ella todo los ojos y se tocó el puente de la nariz.
—Que Dios me de paciencia contigo –murmuro.
Me tomo de la muñeca y fue a mi cuarto a "arreglarme". Escogió unos tacones negros con agarre. Me maquillo usando algo de polvo, base, rímel y labial.
—¿Enserio es necesario? –pregunté divertida mientras ella me maquillaba.
—Accediste ir conmigo, ahora acepta las consecuencias –me dijo.
Termino de maquillarme y me arreglo mi cabello, ondulándolo un poco. Cuando terminó, me mire al espejo.
—Wow, Maddie, eres grande –dije tocando delicadamente mi cabello.
Ella se dio un aire de grandeza y reí por su acto.
Finalmente tomé mi bolso, sentí la necesidad de llevarme el collar de tortuga que conseguí en Derry así que me lo coloqué.
—¿Lista? –me preguntó y yo asentí–. Bien. Ahora vámonos –me dijo Madie sacándome de mi apartamento.
No me dio tiempo de despedirme de Ángel o de ver siquiera si estaba ahí.
Maddie me metió en su auto porsche y arrancó. Tardamos menos de una hora en llegar a la calle donde se organizó todo. Desde la entrada había un montón de calabazas y decoraciones, niños pidiendo truco o travesura y al final de la calle, la casa de los Warren.
Bajamos de su auto y llegamos a la entrada de la casa, donde un grupo se estaba formando para entrar a la casa. Entre aquella multitud pude divisar una cabellera lacia rojiza casi carmesí, era Glenn, por un momento pensé que había venido solo, pero no, luego distinguí otra cabellera del mismo tono, solo que larga y esponjosa, era Glenda, quien al verme me miró fría, ya decía yo que el no era capaz de moverse sin su gemela.
Lo curioso de ellos es que alguien más venía con ellos, una chica a la cual le calculaba unos 16 0 15 años, tenía el cabello rubio hasta los hombros y lo adornaba con una diadema negra, era como ver a Sabrina, aquella bruja mitad humana. Nos unimos a ellos y entramos con ellos, le salude con la mano y el hizo lo mismo de una manera tímida, pero su hermana se paró entre nosotros y lo jaló hacia ella.
Rodé los ojos, que posesiva era, Maddie tenía razón.
—¿Quién es ella? –pregunté a Maddie.
—La hermanita menor de Glenn y Glenda, Lottie –me explicó Maddie rápidamente.
—Síganme por favor, no se separen –pidió la mujer que estaba enfrente del grupo, no pude divisar quien era.
Bajamos hasta el sótano, donde estaba el verdadero museo de los Warren. Vimos un montón de cosas embrujadas, espejos, cráneos, libros, fotos e incluso juguetes.
Madie y yo estábamos asombrada con tanto objeto. Se sentía incluso que el ambiente era algo pesado, se sentía ligeramente tenebroso, pero para adolescentes como nosotros se sentía genial e incluso divertía.
Camine cerca de un perchero con suéteres y boas viejas, uno de los objetos más cercanos y que casi todos evitaron.
En eso, sentí como alguien me empujaba intencionalmente fuera del barandal hacia los objetos. Sentí como esos objetos se volvían más tétricos y lúgubres. Tuve miedo por un momento.
¿Qué tal si las maldiciones eran reales? ¿Qué tal si la maldición caía en mi? ¿Ahora que haría?
Gracias a alguien no me caí. Ese alguien me había abrazado para evitar caerme. Mire a mi salvador. Glenn.
—Gracias –dije con un tono nervioso muy notorio.
Glenn me soltó y me ayudó a enderezarme.
—No hay de que, nadie quiere una maldición encima –me respondió con una voz dulce.
Le sonreí.
La mujer que estaba frente del grupo fue a verme. Era una mujer de sesenta casi setenta años, pero que aún podía dar de sí.
—Señorita, tenga más cuidado –me dijo–. ¿Qué tal si las energías oscuras que tienen los objetos caen en usted?
—Sentí que alguien me empujó –respondí como si hubiera hecho una mala travesura.
Ella suspiro.
—Solo tenga más cuidado, probablemente fue un espíritu el que lo hizo –me respondió y se alejó.
—Un espíritu, o alguien –habló Maddie acercándose a mí–, sobre todo una bruja –murmuró de manera hostil mirando a Glenda, quien se reía, Lottie a su lado, la miraba seria.
Glenn frunció el ceño y se acercó a ella, la tomó de su arete dorado y caminaron lejos de nosotros.
—Fue ella, la vi hacerlo –me habló bajo Maddie.
—¿Pero que le he hecho yo? Ni siquiera le hablo y rara vez me topo con ella –le explique a Maddie.
—No, pero creo que le gustas a su hermano –me habló divertida y me dejó sola un rato.
¿Le gustaba a Glenn? Ese pensamiento me dejó confundida un buen rato, era un buen chico, dulce, amable y notoriamente tímido, pero nunca hable tanto con él como con Michael o Bill, ni mucho menos lo vi con otros ojos.
Oh no, ¡le gustaba a Glenn! ¡Si Chuck se enteraba probablemente lo iba a matar! ¡Lo iba a torturar! ¡Le iba a cortar la cabeza o partirlo por la mitad! ¡Mutilarlo en miles de pedazos!
Respire hondo. Si alejaba a Chuck de Glenn y evitaba a este lo más posible nadie saldría herido.
No me gustó la soledad rodeada de un montón de objetos embrujados, sentía que me miraban solo a mí, así que apresure mi paso y me acerque a ella.
Llegamos finalmente a la atracción principal del museo. Annabelle. Ella era tan terrorífica como contaban, pero en persona, era el triple.
Descuidada, con la pintura cayéndose de su cara, dejándola en madera que comenzaba a pudrirse y dándole un aspecto aún más tétrico. Si que daba miedo, pero no tanto como él en su forma de muñeco. Con el soy capaz de saltar tan alto hasta por encima de un ropero.
El recorrido acabó y todos salimos de la casa, fui una de las últimas en salir. Y afuera de la casa, en el pórtico, estaba la mujer que me advirtió de no tocar nada, se veía asustada.
—Jovencita –me detuvo y yo me le acerque a ella–. ¿Segura de que no tocó nada?
—Estoy más que segura y espero que no haya sido así –respondí con nerviosismo.
Ella me miró y luego le prestó atención al collar que traía puesto.
—¿Y ese collar tan bonito? ¿De seguro y es un amuleto familiar? –me habló segura de lo que dijo.
—Pues de hecho no –respondí tocándolo–. Lo compré hace un par de semanas, yo no le llamaría amuleto.
Ella me miró algo decepcionada.
—Ya veo –comentó-. Pero antes de que se vaya quiero que tenga algo.
Busco entre sus bolsillo y sacó un bonito brazalete metálico dorado con una gema escarlata la cual yo, esperaba fuera de fantasía.
—Que bonito –dije yo.
—Tómalo –me dijo poniéndolo en la palma de mi mano.
Sip, definitivamente yo era un imán para lo extraño. ¿Acaso me veo tan fregada como para decir "tome buena mujer"? ¿Daré tanta lastima? ¿O por que será que últimamente me regalan un montonal de cosas? ¿Pues de que me ven cara?
—No puedo tomarlo señora, mucho menos si es oro y un rubí de verdad –respondí poniéndome nerviosa.
—Quiero que lo conserves y descuida, si es de fantasía –me dijo y yo me tranquilice–. Pero no te lo doy por lo que esta hecho, si no por lo que es, un amuleto para protegerse de los espíritus. Puedo ver que en tu vida tienes muchos espíritus negros detrás de ti –me comentó.
Chuck y Pennywise, pensé.
—Pero si yo ni siquiera los busco como otros chicos o intento llamarlos, incluso suelo evitarlos –respondí
—Ya se, pero a veces, las entidades oscuras suelen posar su ojo en personas como nosotras, puras, inocentes, normales y ajenas a su mundo, eso los tienta a acercarse a nosotros –sonrió de lado de manera melancólica–. Eso decían mis padres de cada artilugio que metían a la casa.
Pare en seco y abrí bien los ojos, de manera sorprendente.
—¿Usted es...? –pregunté atonada, ella asintió.
—Ahora ve con tu amiga, ella debe estar esperándote. Y usa siempre ese amuleto, te protegerá de los demonios y fantasmas y te hará tenerlos a raya –me comentó.
—¿Cómo está tan segura? –pregunté antes de irme.
—Porque mi mamá lo usaba, y ella siempre era capaz de ponerse cara a cara frente a los demonios –dijo y me fui.
Cuando me acerque a Maddie ella me miró igual de asombrada que yo al saber quien era.
—¿Esa era la legendaria Judy Warren? –me preguntó boquiabierta.
Asentí asombrada igual que ella.
—Lo sé ¿no es fantástico?
—¿Y de qué te habló? –preguntó.
—Me preguntó si no había tocado algo –respondí.
Asintió. Fuimos a su auto y de ahí sacó una cantimplora de metal, le abrió la tapa y me lo dio. Lo probé, era alcohol algo rudo para mi, pude sentir como incómodos pinchitos pasaban por mi garganta mientras lo bebía, eso siempre era señal de que era algo fuerte dicho alcohol, aclaré mi garganta y luego se lo di. Le dio un profundo trago. Se zarandeó la cabeza de manera ruda y soltó un gruñido ronco.
—Agh –se aclaró la garganta–. Ahora sí, vamos al baile tenebroso.
Al beber dicho alcohol las dos nos habíamos desenvuelto más en el ambiente y nos animamos más, decidimos ir hacia la casa embrujada.
Entrelazadas de brazos, caminábamos por la calle animadamente. Mostrando mi vestido con orgullo y ella pavoneándose con su disfraz de enfermera. Mirábamos como niños pequeños paseaban por la calle en sus disfraces, al igual que adultos. Uno de ellos me llamó la atención: alto, fornido, con un traje de mecánico y una máscara blanca, pasó al lado de nosotros sin pronunciar una palabra, dándonos una mirada tenebrosa y casi asesina.
—Su disfraz era exactamente al verdadero Michael Myers –me susurro Maddie divertida.
—Lo sé –respondí–. Hasta pareciera que es el mismísimo Michael.
—¡Oye Michael! –le grito Maddie volteandolo a ver–. ¡Ven por nosotras si es que puedes! –dijo y se soltó a carcajadas.
Comenzamos a escuchar la música a lo lejos y comenzamos a mover nuestras caderas al compás del ritmo. Estábamos algo ebrias, con decir que tomé algo de la cantimplora de Maddie que no se que era, supongo que se pasa.
Cuando encontramos de donde provenía la música vimos un gran salón al final de la calle. Ahí entraban personas disfrazadas y salían personas ebrias y sin sentido de la orientación.
La entrada decorada como si fuera la entrada al infierno, con una parca en la entrada recibiendo a todos. Nos emocionamos y fuimos a paso rápido. Al entrar el hizo una reverencia y nos dijo.
—Bienvenidas a la cueva del pecado –con una voz siniestra.
Entramos y todo estaba negro, oscuro, todo lo iluminaban velas y luces de neón. La decoración con sangre y telarañas en las paredes. Gente con diferentes disfraces bailando o bebiendo.
Fuimos primero al área de los bocadillos, ahí había "ojos" hechos de gomitas, arañas de chocolate con alcohol dentro, "pizza de arañas", copas de sangre y cupcakes adorables en forma de fantasma.
Tome uno entre mis manos y le di un mordisco.
—¡____! –me habló Maddie y yo le miré–. ¡Las jeringas tienen vodka! ¡Pruébalas! –tenía una jeringa metiéndosela por la boca.
Tomé una jeringa de él tazón donde estaban y lo probé. Maddie tenía razón, sabían a alcohol.
No note cuando comencé a bailar con una copa de sangre en mis manos (que en realidad era tequila). Cuando sentí que había rebasado mi límite, alguien me toma del brazo y me lleva a una parte oscura y desolada de la fiesta, arrinconada contra la pared, casi tirando mi copa de sangre
—Oye amigo, no se quien eres pero déjame –hable intentando apartarlo, pero él nuevamente me arrincono contra la pared.
Algo enojada le di otro trago a mi bebida. El se dio a conocer. Y reconocí aquellos ojos que me costaría confundir
—Chuck –hablé sorprendida.
Era como la primera vez que lo vi, como un humano, con su característico overol y sus cicatrices.
—¿Divirtiéndote? –me preguntó sonando venéreo.
—¿Cómo supiste que estaría aquí? –pregunté sin tartamudez ni nervios.
—Fui a tu departamento, me dejaste una nota –me respondió y sacó mi cuchillo de cocina–. Fui a devolverte esto cómo prometí.
Impulsada por el alcohol o cualquier sentimiento que tuviera en ese momento, me le avente a sus brazos y le bese yo.
No me negó nada y me correspondió. Sus labios sabían a cigarrillo combinado con dulces, sabía rico. Poniendo sus manos en mis caderas, levantando una de mis piernas y acariciando mis muslos.
Nos separamos un momento.
—No estas nerviosa ni tiemblas –habló entre jadeos.
—Estoy ebria –declaré y bebí mi copa hasta dejarla vacía–. Creo que ebria me armo de valor.
Me sonrió de lado y me volvió a besar.
Besando sus labios me hicieron recordar todos los sentimientos que tenía por él. Recordando que son adictivos y que se habían vuelto mi nueva droga.
—Es Halloween –hable entre el beso y nos separamos–, pensé que estarías ocupado.
—Ocupado, pero contigo –me respondió.
Sonreí y lo tomé de la mano, hacia donde todos estaban bailando. Ahí, entre la multitud baile para él, baile a su alrededor, de una manera provocativa. El me correspondía tomándome de las caderas y atrayéndome a él, era una noche que definitivamente no iba a olvidar.
En medio de la diversión y las risas, en medio del placer, la lujuria y el paganismo. En noche de Halloween, mientras todos estaban divirtiéndose en aquella fiesta, hechizados por la música, el baile y la tentación de la diversión, un hombre entraba a la desprotegida casa de los Warren.
La anciana Judy, dormida profundamente bajo una especie de hechizo en la antigua recámara de sus padres. El hombre, entrando por la puerta principal desamparada.
Caminó lentamente por la sala, ignorando cualquier objeto que se viera valioso o costoso. Tenía un objetivo, un solo objetivo y no iba a distraerse; ni siquiera pasaba por su cabeza en ese momento robar algo.
Al llegar a las escaleras se detuvo un momento, con una expresión indiferente, bajo por las escaleras y llegó al sótano.
«Cerrado»
«Abierto sólo en horarios asignados»
Como si eso lo fuera a detener.
Cualquiera creería que esta persona rompería la puerta de un solo golpe, creando todo un escándalo, despertando a la anciana Judy y arruinando todo; o probablemente forzaria la cerradura, con el mismo resultado.
Lo único que el tuvo que hacer, fue girar la perilla como persona civilizada, y está se abrió mágicamente. Un rechinido se oyó al abrirla, pero eso no despertó a nadie.
Camino entre tanto artilugio embrujado, sintiendo las oscuras energías que desprendían, intentando intimidarlo, ninguno de estos le llamó la atención, él era como ellos, igual o peor. Solo uno, uno de ellos, una vieja muñeca, puesta en el centro de todo y guardada en una vitrina llamativa y especial captó su atención.
Se puso enfrente de ella, sin gesto alguno. Congelada, ella mantenía la mirada vacía y fingida, al igual que una sonrisa que sólo tenía porque ya estaba en ella.
Lentamente, tocó el vidrio de la vitrina tres veces y esperó a que algo sucediera.
Después de unos momentos, la muñeca parpadeó lentamente, parpadeó dos veces seguidas y después varias veces, al mismo tiempo que movía sus facciones. Le tomó unos momentos estar en sus cinco sentidos, para después, mirar a su libertador y dar una sonrisa no forzada.
—Ya era hora –habló–. Pensé que me habían olvidado, tardaste.
—Tuve complicaciones –habló el otro cortante.
—Ya veo. ¿Cómo está Elvira? ¿Cómo está Pinhead? Háblame de Pennywise. ¿Cómo están los demás?
—Esperándote, preparando todo para cuando llegaras –dijo nuevamente.
—Bien, bien, así me gusta. Ahora sácame de aquí Michael, que tanto tiempo en esta vitrina me ha dejado débil.
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