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꧁𒆜 🅽🅰🆅🅸🅳🅰🅳 🅽🅾 🆂🅸🅴🅼🅿🆁🅴 🅴🆂 🅵🅴🅻🅸🆉 𒆜꧂

Feliz Navidaaaaad :D

Uzi y N corrían por el bosque, sus respiraciones agitadas y entrecortadas. N prácticamente arrastraba a Uzi, forzándola a mantenerse en movimiento. Ella tropezaba con frecuencia, sus piernas debilitadas por el cansancio y el frío extremo, pero él no permitía que se detuviera. ¿Por qué no volaban? La respuesta era sencilla: la tormenta de nieve era tan intensa que cualquier intento de elevarse en el aire sería un suicidio. El viento gélido rugía entre los árboles como un depredador hambriento, y cada copo de nieve que caía les quemaba la piel como si fueran diminutas brasas.

La nieve les llegaba hasta las rodillas, dificultando cada paso. Sus botas, empapadas y pesadas, no ofrecían protección suficiente contra el hielo que mordía sus pies. El bosque, normalmente un lugar familiar y reconfortante, ahora se sentía como un laberinto interminable de sombras y ramas desnudas que parecían extenderse hacia ellos, amenazantes. Necesitaban huir, correr lo más lejos posible, lo más que sus piernas les permitieran. Pero por más que intentaban enfocarse en avanzar, las imágenes de lo que habían dejado atrás no los dejaban en paz.

Esas imágenes estaban grabadas en sus mentes con una nitidez cruel, como un tatuaje que jamás podrían borrar. Era un recordatorio constante de lo que habían perdido, de lo que no pudieron salvar. Pero ahora lo único que importaba era mantenerse con vida, aunque el peso del horror que habían presenciado amenazaba con quebrarlos.

Todo había comenzado esa misma Navidad, una celebración que inicialmente parecía no tener nada fuera de lo común. Desde la mañana, Uzi había notado algo extraño: un silencio inusual en el aire. El bosque, normalmente lleno de pequeños sonidos —el crujir de la nieve bajo los animales, el susurro de las ramas moviéndose con el viento—, estaba inmóvil, como si contuviera la respiración. N también lo había notado, pero ninguno quiso mencionar nada en voz alta. Decidieron ignorar la sensación, atribuyéndola al frío más intenso de lo normal. Pensaron que sería un día tranquilo, ideal para compartir con los suyos.

La calma persistió durante el desayuno y las horas siguientes, llenando de incomodidad a quienes estaban atentos. Nadie quiso arruinar el espíritu navideño señalando lo obvio. Fue hasta que salieron al jardín que la realidad los golpeó como un huracán.

Allí, en medio de la nieve, encontraron a Cyn y a S. Ambas yacían inmóviles, pero lo que más les impactó no fue la quietud de sus cuerpos, sino el estado en que los habían dejado. Sus mandíbulas habían sido arrancadas de un golpe descomunal, dejando sus rostros deformados y grotescos. Los vientres estaban abiertos, exponiendo vísceras desgarradas que se mezclaban con la nieve, ahora teñida de un rojo brillante.

Uzi se llevó las manos a la boca para sofocar un grito. Sus piernas amenazaron con ceder mientras el horror de la escena la golpeaba con fuerza. N, por su parte, sintió un nudo en el estómago.

Alzaron la vista hacia la mansión, y lo que vieron les heló la sangre más que el frío de la tormenta. En una de las ventanas, con la mitad del cuerpo colgando hacia afuera, estaba V. Su estado era tan aterrador que el aire parecía haberse vuelto más denso a su alrededor. La mandíbula arrancada, las cuencas vacías y las vísceras colgando pintaban un cuadro tan grotesco que el simple acto de mirar se sentía como un castigo. La sangre de V había manchado la pared de la mansión y la nieve debajo de la ventana, formando un río escarlata que fluía con lentitud, como si la muerte misma no hubiera sido capaz de detener completamente el sufrimiento.

Uzi retrocedió un paso, su mano cubriendo su boca, como si eso pudiera detener el mareo y el terror que amenazaban con derrumbarla. La escena frente a ellos era irreal, un espectáculo que ningún ser humano debería presenciar. N, junto a ella, permanecía rígido, su mente tratando de procesar lo que tenía ante sus ojos, aunque cada fibra de su ser le gritaba que huyera.

—Esto no está pasando —murmuró Uzi, con voz quebrada, casi inaudible.

Más arriba, la silueta de J se dibujaba contra el cielo encapotado. Su cuerpo, colgado de una soga amarrada al pararrayos, se balanceaba al compás del viento como una macabra decoración navideña. Estaba destrozado: la piel rasgada, los huesos expuestos y las ropas empapadas en sangre. Era un espectáculo tan brutal que el tiempo pareció detenerse, congelando a Uzi y N en su lugar.

La realidad era abrumadora. Las luces de la mansión, parpadeando débilmente por las ráfagas de viento, iluminaban brevemente el horror con cada destello. Los rostros de sus amigos, sus familias... se mezclaban con la nieve teñida de rojo, transformando la Navidad en una pesadilla indescriptible.

Fue Uzi quien reaccionó primero. Su instinto de supervivencia se activó, y sin una palabra comenzó a correr hacia el bosque. N la siguió de inmediato, sacudiéndose la parálisis que lo había mantenido anclado frente a la mansión. El frío mordía sus rostros, pero el temor era aún más intenso, impulsándolos a seguir avanzando.

A medida que se adentraban en el bosque, el escenario se volvía más aterrador. Los árboles, ennegrecidos por las sombras, parecían gigantes vigilantes, testigos de lo que acababa de suceder. El silencio sepulcral que los rodeaba se rompía únicamente por el crujir de la nieve bajo sus pies y sus respiraciones agitadas. Pero sabían que no estaban solos.

Muy pronto, el rastro de muerte los alcanzó incluso entre los árboles. Primero encontraron a Thad. Su cuerpo estaba tendido sobre un banco de nieve, sus ojos vacíos reflejaban el horror de sus últimos momentos. La mandíbula arrancada y las marcas de garras en su pecho hablaban de una fuerza descomunal, algo que no podían comprender. Uzi tuvo que taparse la boca para no gritar.

—No te detengas —ordenó N, tomándola del brazo. Su voz sonaba firme, pero Uzi podía sentir el temblor contenido en sus palabras.

No habían avanzado mucho cuando encontraron a Lizzy. Estaba inclinada contra un árbol, como si hubiese intentado usarlo como escudo. Pero su estado era igual de terrible: el rostro desfigurado, el cuerpo desgarrado. Uzi apretó los dientes para contener las lágrimas, pero estas brotaron con fuerza, rodando por sus mejillas y congelándose en el frío invernal.

—¿Qué está haciendo esto? —preguntó ella en un susurro, más para sí misma que para N.

Él no respondió. No había palabras que pudieran explicar lo que estaban presenciando.

El horror alcanzó su punto máximo cuando encontraron a Khan y Nori. El cuerpo de Khan yacía inerte sobre la nieve, su rostro congelado en una expresión de sorpresa y agonía. Nori, sin embargo, seguía viva. Estaba sentada junto a él, con la espalda apoyada contra un tronco, apenas respirando.

—¡Mamá! —gritó Uzi, corriendo hacia ella.

Los ojos de Nori, vacíos y ensangrentados, se movieron débilmente hacia la voz de Uzi. Su mano, delgada y temblorosa, seguía aferrada a la de Khan, acariciándola como si ese gesto pudiera revivirlo.

—No... se detengan... —susurró con esfuerzo. Su voz era apenas audible, un hilo roto que se apagaba con cada palabra.

Uzi cayó de rodillas junto a ella, llorando mientras sostenía la otra mano de Nori.

—Vamos a sacarte de aquí. Aguanta, por favor —suplicó Uzi, pero en el fondo sabía que era inútil.

Con un último suspiro, Nori dejó caer la cabeza hacia un lado, su mano soltando finalmente la de Khan. Había muerto.

El grito de Uzi rompió el silencio del bosque, resonando entre los árboles como un eco de pura desesperación. Fue un alarido que condensó todo el dolor, la pérdida y el terror que sentía en ese momento.

—¡Uzi, no podemos quedarnos aquí! —dijo N con urgencia, tomándola por los hombros y levantándola a la fuerza.

Ella intentó resistirse, queriendo quedarse con los cuerpos de quienes había amado, pero N no le dio opción. La sujetó con fuerza y la arrastró, sabiendo que si se quedaban, serían los siguientes.La sensación de que algo los seguía era inconfundible. Podían sentirlo, como un peso invisible que se cernía sobre ellos. No sabían qué era exactamente, pero la presencia era tan abrumadora que era imposible ignorarla. Cada crujido en la nieve, cada sombra que se movía entre los árboles, les hacía pensar que había llegado su fin. Sin embargo, no se detenían. No podían permitíselo.

El bosque, que en otras ocasiones había sido un refugio, ahora era un laberinto de pesadilla. Los árboles parecían moverse, cerrándose a su alrededor, y el viento aullaba con una fuerza que parecía humana. Pero N no dejaba de avanzar, forzando a Uzi a seguir adelante. Sabía que su supervivencia dependía de ello.

Cada minuto que pasaba era una lucha constante contra el miedo y la desesperación. Sus cuerpos estaban al límite, agotados tanto física como emocionalmente. Pero no había espacio para rendirse. Lo único que importaba era seguir adelante, un paso a la vez, sin mirar atrás. El horror que habían presenciado en la mansión y el bosque era algo que nunca podrían olvidar, pero por ahora, solo podían concentrarse en mantenerse con vida.

Pero todo su esfuerzo había sido en vano...

En un momento, algo se abalanzó sobre ellos. Fue tan rápido que no tuvieron siquiera tiempo de reaccionar ni de distinguir la figura de su agresor. Todo sucedió en un parpadeo, un instante que se sintió eterno. Apenas lograron entrever una sombra difusa antes de ser brutalmente atacados. El aire pareció llenarse de una energía opresiva, una presencia que helaba los huesos y paralizaba el aliento.

El golpe fue devastador, una fuerza inhumana que los derribó al suelo como si fueran simples juguetes. Ambos sintieron el impacto contra la nieve helada, un golpe seco que resonó en sus cuerpos mientras el frío les mordía la piel. El dolor llegó después, un ardor lacerante que se extendió desde sus abdómenes hasta cada rincón de su ser. Antes de que pudieran comprender lo que ocurría, sus vísceras ya colgaban grotescamente de sus cuerpos. La nieve blanca quedó manchada con su sangre, un hermoso pero macabro color carmesí que resaltaba en el paisaje desolado.

N, impulsado por un instinto primitivo y una desesperación feroz, intentó defenderse. Sabía que también tenía que proteger a Uzi, aunque el panorama fuera desesperanzador. Reunió toda la fuerza que le quedaba y lanzó un ataque contra aquello que los había emboscado. Pero fue en vano. Su movimiento, por valiente que fuera, no tuvo efecto alguno contra la criatura que se cernía sobre ellos. Antes de que pudiera siquiera completar su ofensiva, sintió un dolor indescriptible.

Con una fuerza descomunal, su mandíbula fue arrancada de cuajo. El crujido del hueso al romperse se mezcló con un grito ahogado que quedó atrapado en su garganta. La mandíbula, destrozada, fue lanzada a un lado como si no fuera más que un trozo de carne sin valor. El dolor lo abrumó, un torrente de agonía que lo dejó momentáneamente inmóvil.

La sangre brotaba sin control de la herida, manchando su cuello y pecho, mezclándose con la nieve ya empapada en rojo. En ese instante, N se dio cuenta de algo que lo llenó de terror. Su cuerpo no se estaba regenerando como siempre lo había hecho. La herida seguía abierta, su fuerza vital escapándose con cada segundo que pasaba.

Fue entonces cuando lo comprendió. Iba a morir. Esa certeza se clavó en su mente como un dardo helado. El inmortal, el invulnerable, ahora enfrentaba su fin de una manera cruel e implacable. No había nada que pudiera hacer, nada que pudiera cambiar ese destino.

En su último instante de lucidez, su mirada buscó a Uzi. Aunque sus fuerzas lo abandonaban y su visión comenzaba a nublarse, necesitaba verla una vez más. Su desesperación no era solo por él, sino por ella, por lo que pudiera sucederle ahora que él no podría protegerla. Su último pensamiento no fue para sí mismo, sino para ella, mientras el mundo a su alrededor se desvanecía en un mar de oscuridad.

Miró a Uzi una última vez, sus ojos reflejando la tristeza de lo inevitable. Uzi, con una expresión que parecía cargar siglos de recuerdos, le devolvió la mirada. En sus ojos no había miedo, solo un profundo entendimiento doloroso, como si ambos compartieran el mismo destino, el mismo final. Las palabras no eran necesarias entre ellos; el silencio era más elocuente que cualquier frase que pudieran haber pronunciado. La conexión entre sus miradas decía más de lo que sus voces nunca podrían expresar. Era una despedida, pero no una de las que se dan con arrepentimiento o resentimiento. Era una despedida que nacía de la aceptación, de saber que sus caminos habían llegado a su fin, que sus destinos, por más que se hubieran entrelazado, ahora debían separarse de manera irreversible.

En ese último instante, sus manos se encontraron, y el contacto entre ellas fue tan firme y seguro como siempre lo había sido. A pesar del caos que los rodeaba, a pesar del peligro inminente, sus manos se entrelazaron con una certeza que no necesitaba explicación. No era solo un gesto de unión, sino un recordatorio de todo lo que habían compartido, de los momentos de alegría, de los sacrificios y de la confianza mutua. Era la última prueba de que, en ese mundo lleno de sombras, siempre se habían tenido el uno al otro.

Entonces, sin decir palabra, ambos soltaron su último aliento. Fue un suspiro casi inaudible, un suspiro que, aunque diminuto, marcó el fin de todo. Era como si el tiempo se hubiera detenido, como si el universo hubiera suspendido su marcha por un segundo, dándoles ese breve espacio para estar juntos, por última vez. Y mientras eso sucedía, la cosa que los había estado acechando, que se había alimentado de sus miedos y debilidades, aprovechó el momento. Su rostro, distorsionado por una mezcla de desesperación y hambre, se hundió en las vísceras de Uzi con una rapidez que hizo que el aire se volviera denso y pesado. El grito silencioso de la última entrega de vida llenó el aire, pero no hubo más lucha, solo el acto final de rendición.

El lugar, que había sido testigo de su lucha, de su amor, de su resistencia, ahora era solo una tumba para esos dos. En ese mismo instante, cuando la última chispa de vida se apagó, el destino de ambos se selló en la oscuridad, mientras el eco de su sacrificio quedaba atrapado en el aire, sin esperanza de resurgir.Cuando la criatura sacó su rostro, su boca llena de viceras y sangre podemos verla con más claridad, y se trata de nada más y nada menos que Alvirian, con su pelo verde, pero con ojos negros, piel grisacea, hileras de afilados dientes, y una inmensa sed de sangre.

Navidad no siempre está llena de amor, no siempre es hermosa, pero siempre tiene una historia que contar. Es curioso cómo una festividad tan esperada, tan llena de expectativas y tradiciones, puede esconder tantas emociones contradictorias. Porque la Navidad, aunque se nos presenta como el momento más alegre del año, no siempre está adornada con sonrisas o abrazos cálidos. A veces, está marcada por ausencias, por heridas que no sanan, por silencios incómodos que invaden el lugar donde una vez hubo risas. La Navidad puede ser un recordatorio de todo lo que se ha perdido o de lo que no se ha alcanzado. Pero lo más intrigante de esta época del año es que, aunque no siempre sea perfecta, siempre tiene una historia que contar. Y aunque muchas veces esa historia no sea del agrado de todos, sigue siendo una historia, sigue siendo parte de la vida.

Ciertamente, esta no fue una feliz Navidad. Quizás no hubo la cena perfecta, ni los regalos esperados, ni el calor de las risas familiares que se escuchaban de una habitación a otra. En lugar de eso, hubo silencios, dudas y la sensación de que algo faltaba. Tal vez las luces del árbol no brillaban con la misma intensidad de otros años, o tal vez las canciones navideñas no sonaban igual de alegres. Pero eso no significa que no hubiera algo que aprender de esta Navidad. Porque, a veces, cuando las cosas no salen como se esperan, es cuando más podemos descubrir de nosotros mismos y de lo que realmente importa. A veces, lo que parece un fracaso es en realidad una lección disfrazada, una oportunidad para reflexionar sobre lo que hemos perdido, lo que hemos ganado, y lo que todavía tenemos.

Pero... ¿Qué eso no te hace atesorarla aún más? Es curioso cómo las dificultades pueden darle un valor adicional a las cosas. Cuando algo no es perfecto, cuando no todo sale como se planeó, tal vez es cuando realmente entendemos lo que significa apreciarlo. Tal vez no hubo risas desbordadas, pero hubo momentos de silencio compartido que hablaban más que cualquier palabra. Tal vez no hubo regalos costosos, pero hubo gestos de cariño genuinos, de aquellos que no se pueden comprar. Y cuando todo eso pasa, algo dentro de ti cambia, porque sabes que el valor de una Navidad no está en la perfección, sino en la autenticidad de lo que se vive.

Y es que, cuando recuerdas el pasado, cuando hubo navidades felices, y te das cuenta de que quizá en ese entonces no valoraste tanto esos momentos, ahí es cuando la perspectiva cambia. Porque ahora, quizás con una madurez que no tenías antes, entiendes lo que significaba cada gesto, cada abrazo, cada conversación. Esas navidades que quizás pasaron desapercibidas en su momento, ahora cobran un significado más profundo. Quizás no eran tan grandiosas como pensabas, pero en su sencillez, en su fragilidad, radicaba su belleza.

Y ahora, cuando miras atrás, claro que las valorarás más. Porque a veces solo cuando nos enfrentamos a momentos difíciles, a navidades que no son lo que esperábamos, aprendemos a valorar lo que realmente importa. Y quizás este año no haya sido el mejor, pero lo que está claro es que te deja algo: una nueva forma de mirar la Navidad, una forma de entender que, a pesar de todo, siempre hay algo por lo que estar agradecido. Y quizás, solo quizás, ese sea el regalo más valioso de todos.

Y con un último aullido, la boca llena de viseras, Alvirian volvió a internarse entre los frondosos árboles nevados.

Mhm.... bueno creo que se nota que escribí esto estando enfermo, pero bueh 

Los tkm, hasta qupi Solecito, nos leemos luego y felices fiestas!!

Yyyy mañana espero estar subiendo más headcanons :D

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