Capítulo 66
Cuando Uzi y N entraron corriendo al claro del bosque, todo pareció detenerse. Los sonidos del bosque se apagaron de golpe, como si el aire mismo se hubiese congelado. Frente a ellos se extendía un lago negro, su superficie completamente inmóvil, como un espejo oscuro que reflejaba un cielo nublado y ominoso. No había árboles, ni maleza, ni siquiera rocas a su alrededor, sólo un suelo desnudo que se extendía en todas direcciones, dejando al lago como el único protagonista de aquel escenario desolado. Por un instante, el tiempo mismo pareció quedar atrapado en ese lugar, suspendido en una tensión que los envolvía.
Por un momento, ambos pensaron que tal vez habían cometido un error. Quizás Alvirian había tomado un camino distinto, y su instinto los había traicionado. El claro era silencioso y vacío, y la ausencia de cualquier señal evidente los hizo dudar. Sin embargo, apenas unos segundos después de cruzar el límite del claro, algo sucedió que hizo desaparecer cualquier sombra de incertidumbre.
De forma abrupta, dos figuras aterrizaron frente a ellos con un estruendo sordo que hizo temblar el suelo bajo sus pies. J y Doll, o al menos lo que quedaba de ellos, habían aparecido. Sus cuerpos transformados en bestias eran una visión grotesca y perturbadora. Ambas lucían distorsionadas, con extremidades desproporcionadas y ojos que brillaban con un fulgor malsano, como si un fuego interno alimentado por pura oscuridad los dominara. J mostraba garras alargadas y filosas que parecían capaces de destrozar cualquier cosa con un solo movimiento, mientras que Doll exhibía un par de piernas de cabra largas y deformes, que goteaban un líquido oscuro y pegajoso que se evaporaba al tocar el suelo. Sus mandíbulas abiertas dejaban ver dientes imposibles, demasiado afilados y numerosos, y de sus gargantas emanaban gruñidos que no parecían pertenecer a ningún ser vivo conocido.
El impacto de verlos ahogó cualquier palabra que Uzi o N pudieran haber dicho. Su mera presencia era sofocante, como si el aire se hubiese llenado de una energía pesada y opresiva que se colaba en los pulmones y en el alma. Pero antes de que pudieran siquiera procesar del todo lo que tenían frente a ellos, algo más sucedió.Desde el centro del lago negro, una figura emergió lentamente. Al principio, parecía una sombra informe que se alzaba desde las profundidades, como si el agua la estuviese moldeando y dando forma. Pero pronto se hizo evidente que era Alvirian. Su cuerpo se deslizaba fuera del agua como si no obedeciera las leyes de la gravedad, flotando con una facilidad antinatural. Su cabeza estaba completamente echada hacia atrás, dejando al descubierto un cuello tenso y una expresión que no era humana.
Una risa comenzó a llenar el claro, baja y gutural al principio, pero creciendo en intensidad hasta volverse un sonido desgarrador que resonaba en cada rincón de ese lugar maldito. Era una risa aterradora, carente de cualquier rastro de humanidad. Era fría, como el hielo que quema, y transmitía un terror que se clavaba como un cuchillo en lo más profundo del corazón. Esa risa no traía alegría, sino un abismo de desesperación que helaba la sangre. Cada carcajada parecía un grito distorsionado, un eco que se multiplicaba en la oscuridad, amplificando el miedo que emanaba de él.
El agua del lago seguía cayendo de su cuerpo, pero nunca tocaba el suelo; desaparecía en el aire, como si se evaporara al instante, dejando un rastro de frialdad en el ambiente. Sus manos estaban extendidas hacia los lados, los dedos alargados y con una tensión que sugería un poder oscuro conteníose apenas bajo la superficie. Sus ojos, si es que aún podían llamarse así, eran dos pozos de oscuridad absoluta, que no reflejaban luz alguna. Era imposible mirar directamente en ellos sin sentir que algo estaba siendo arrebatado, un fragmento del alma quizá.
Uzi y N se quedaron inmóviles, sus cuerpos atrapados entre la necesidad de actuar y el terror paralizante que los había invadido. La risa de Alvirian continuaba, acompañada por el siseo y los gruñidos de las bestias que eran J y Doll, quienes ahora rodeaban a los intrusos como depredadores jugando con su presa. El claro, tan vacío al principio, ahora parecía estar vivo, respirando una maldad tangible que pulsaba en el aire. El lago negro, testigo silencioso, reflejaba todo lo que ocurría, como si almacenara en su superficie cada sombra, cada destello de oscuridad.
Era un lugar sin escape, y ellos lo sabían.
N se preparó para atacar, y el aire alrededor de él pareció cambiar. Sus garras, que normalmente eran imponentes, ahora habían crecido al menos el triple de su tamaño habitual, transformándose en instrumentos de destrucción que parecían nacidos para un único propósito: devastar. Eran largas y curvadas, como la hoz de un segador, y su brillo metálico reflejaba la escasa luz que lograba atravesar las densas nubes del cielo cubierto. Cada una de esas garras poseía un filo tan perfecto que resultaba casi hipnótico, como si fueran obras maestras creadas por un escultor obsesionado con la violencia. Las sombras danzaban en su superficie mientras se movían, proyectando imágenes distorsionadas y creando una atmósfera que podía helar la sangre de cualquiera que las observara demasiado tiempo.
El vampiro desplegó sus alas membranosas en un movimiento que llenó el claro con un sonido seco, profundo y vibrante, como el desgarrar de un pergamino gigante. Las alas se alzaron hacia los cielos con una gracia que parecía antinatural, como si desafiaran no solo la gravedad, sino también las mismas leyes de la lógica. Cada músculo que las sostenía se tensaba con una precisión casi mecánica, dejando entrever la fuerza contenida en cada fibra de su ser. Las membranas eran delgadas pero resistentes, lo suficientemente traslúcidas para permitir que una luz tenue las atravesara, revelando un intrincado entramado de venas que parecían formar un mapa vivo. Los bordes de las alas estaban reforzados con una estructura ósea que relucía como el marfil, dotándolas de un aspecto tanto majestuoso como amenazante. La forma en que se extendían, alcanzando su máximo esplendor con un chasquido sordo, parecía una declaración de poder absoluto, un desafío que nadie osaría ignorar.
Mientras tanto, su cola ácida se agitaba con una energía casi independiente, describiendo arcos caóticos en el aire que dejaban una estela de tensión palpable. Su superficie estaba cubierta por una capa viscosa que brillaba con un fulgor mortífero, como si el veneno contenido en su interior buscara desesperadamente una salida. Cada vez que la cola se movía, producía un siseo casi imperceptible, un sonido que resonaba como el eco de una advertencia. La cola no era solo un arma; era una extensión de la voluntad de N, calculada, precisa y letal. Los movimientos eran fluidos pero implacables, como el golpe de un látigo manejado por un maestro. Era imposible predecir hacia dónde se dirigiría en el siguiente instante, y esa imprevisibilidad la hacía aún más aterradora.
N se posicionó frente a Uzi como una muralla viviente, una barrera de carne, hueso y puro instinto protector. Su figura, alta e imponente, se erigía entre la bruja y la amenaza, bloqueando completamente la visión de Alvirian. Cada músculo de su cuerpo parecía esculpido en piedra, tensándose con una determinación que no requería palabras. Su postura no solo era desafiante, sino que también transmitía una promesa silenciosa: nadie tocaría a la bruja. No mientras él respirara. Su mirada, intensa y penetrante, se fijó en el enemigo con una furia contenida que se asemejaba a una tormenta a punto de desatarse. Sus colmillos comenzaron a alargarse lentamente, emergiendo de entre sus labios con una parsimonia casi ceremoniosa. Eran armas en sí mismos, relucientes y mortales, como dagas listas para hundirse en la carne de cualquier adversario.
Al mismo tiempo, Alvirian seguía riendo. Su risa era un sonido que perforaba el ambiente, un eco grotesco que parecía provenir de todas partes y de ninguna a la vez. No era una risa común; estaba impregnada de un desprecio tan absoluto que era imposible no sentirse disminuido al escucharla. Cada carcajada era un recordatorio de la confianza desbordante que Mammon, habitando el cuerpo de Alvirian, sentía en ese momento. Era como si estuviera viendo una obra teatral en la que él ya conocía el desenlace, y ese desenlace solo podía ser su victoria. La forma en que inclinaba ligeramente la cabeza hacia atrás mientras reía, con los hombros relajados y los brazos colgando despreocupadamente a los costados, reforzaba esa imagen de superioridad. Para él, la batalla ya estaba ganada antes de empezar.
Detrás de N, Uzi intentó asomarse, su curiosidad y terquedad superando su instinto de preservación. Los ojos de la bruja centelleaban con una energía vibrante que parecía acumularse en su interior, buscando desesperadamente una salida. Su cabello, normalmente un remolino de vida, ahora era una tormenta en sí mismo, cada hebra cargada de poder y chispeando como si estuviera vivo. Los tonos cálidos que reflejaba daban la impresión de que el fuego mismo fluía a través de ella. Con paso decidido, Uzi intentó avanzar, pero antes de que pudiera hacer algo, N alzó una mano firme y la empujó suavemente hacia atrás. El gesto, aunque aparentemente simple, estaba cargado de una autoridad que no admitía discusión.
Uzi frunció el ceño, claramente molesta, pero no dijo nada. Sabía que no era el momento de discutir, aunque su naturaleza rebelde hacía que contenerse le resultara casi imposible. Ambos sabían que ella encontraría la manera de unirse a la batalla en cuanto surgiera la mínima oportunidad, porque esa era la esencia misma de Uzi: una fuerza imparable de voluntad y magia.
El tiempo pareció ralentizarse. Todo lo que acababa de ocurrir no había tomado más de diez segundos, pero esos segundos se extendieron como si el universo mismo hubiera decidido alargar el momento, capturando cada detalle, cada movimiento, cada respiración contenida. Y entonces, como si el hechizo del tiempo se rompiera de repente, J fue el primero en moverse.
Mammon chasqueó los dedos, un gesto casual que desencadenó una tormenta. J, la criatura en la que se había transformado, soltó un rugido que desgarró el aire. Era un sonido que resonaba en el alma, un rugido primitivo que parecía provenir de las entrañas mismas de la tierra. La criatura, masiva y grotesca, se lanzó hacia N con una velocidad que desafiaba la lógica, sus enormes alas cortando el aire como guadañas.
N reaccionó al instante. Sus alas se alzaron como un escudo vivo, bloqueando el impacto inicial con un estruendo que hizo temblar el suelo. El golpe fue tan potente que el terreno bajo sus pies se agrietó, como si no pudiera soportar la magnitud de la fuerza desatada. Sin perder un segundo, N lanzó un contraataque con sus garras, dirigiéndolas hacia el flanco de la criatura. Pero J no era una presa fácil. Su piel, gruesa y dura como la roca, resistió el ataque, apenas mostrando un rasguño superficial.
Al mismo tiempo, Doll, la otra criatura, se lanzó hacia Uzi con una ferocidad igual de implacable. La bruja, anticipándose al ataque, comenzó a invocar su magia, pero antes de que pudiera terminar el conjuro, N se interpuso entre ellos, bloqueando el camino de Doll con un movimiento brutal. Su voz, baja pero cargada de autoridad, resonó con un tono severo.
—No vas a pelear.
La orden era clara, pero Uzi no era de las que obedecían fácilmente. Aprovechando un momento de distracción, se escabulló, colocándose lo suficientemente lejos como para liberar su magia. La energía que acumuló en sus manos brillaba como un pequeño sol, y sin vacilar, la lanzó directamente hacia Alvirian. Sin embargo, Mammon apenas alzó una mano para detenerla, creando una barrera verde que absorbió el impacto con facilidad. La explosión resultante iluminó el claro, pero cuando el resplandor desapareció, Uzi estaba en el suelo, jadeando por el esfuerzo.
Se levantó con dificultad, su determinación más fuerte que nunca. Los ojos completamente negros por la magia brillaban con destellos morados, una muestra del poder contenido en su interior. El suelo tembló bajo sus pies mientras invocaba una nueva oleada de energía, pero Mammon, con su sonrisa confiada, ya tenía la ventaja.
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En la mansión, S y Cyn estaban en la sala principal, una habitación amplia con techos altos y cortinas pesadas que apenas dejaban filtrar la luz del sol. Estaban jugando a las luchas, como solían hacerlo en esos momentos de calma que se intercalaban entre las tensiones que a menudo marcaban sus vidas. La madera del suelo crujía bajo sus movimientos mientras se empujaban mutuamente, y las risas resonaban en el espacio, llenándolo de una calidez que contrastaba con la austeridad de los muebles antiguos que las rodeaban.
S era incansable. Cada vez que lograba derribar a Cyn, se alzaba victoriosa, dejando escapar un gruñido juguetón que hacía eco por toda la sala. Cyn, por su parte, también se entregaba al juego, aunque a veces sus movimientos eran más calculados, como si estuviera planeando el momento perfecto para contraatacar. Pero cuando S mordía juguetonamente a Cyn en el hombro o el brazo, cualquier estrategia se desmoronaba en un instante. Las mordidas eran suaves, apenas un roce que nunca dejaba marcas, pero suficientes para hacer reír a Cyn, que inevitablemente intentaba zafarse entre carcajadas.
Mientras tanto, V observaba desde un sillón de terciopelo situado junto a la chimenea apagada. Su postura era relajada, con una pierna cruzada sobre la otra y la cabeza apoyada en su mano. No participaba en los juegos, no porque no quisiera, sino porque su mente estaba en otra parte. Miraba a través de las cortinas gruesas hacia el cielo exterior, esperando que la oscuridad se apoderara del día. La noche era su momento; solo entonces se sentía completamente libre. Sus ojos brillaban con un tenue resplandor dorado, y aunque su expresión era neutral, en su interior ya planeaba la cacería que la aguardaba. Era una rutina que conocía bien, un ciclo interminable que aceptaba con la resignación de quien ha vivido más vidas de las que quisiera recordar.
La paz y la tranquilidad llenaban la sala, pero todo cambió en un instante. Un temblor inesperado sacudió la tierra, reverberando a través de las paredes de la mansión. Los candelabros tintinearon, y un jarrón pequeño que decoraba una de las mesas cayó al suelo, rompiéndose en mil pedazos.
S reaccionó de inmediato. Sus orejas, que antes se movían distraídamente al ritmo de su felicidad, se alzaron de golpe, tensas y alerta. Su cola, que había estado oscilando con la alegría despreocupada de un cachorro, se quedó completamente estática, como si algo en su interior hubiera cambiado de forma drástica. Cyn, aún atrapada bajo el peso de S, dejó de reír y la miró fijamente. Había algo en la mirada de S que la inquietaba, una mezcla de preocupación y alarma que no solía ver en ella.
—¿Qué sucede? —preguntó Cyn, aunque sabía que no recibiría una respuesta inmediata.
S no contestó. Se levantó lentamente, con cada uno de sus movimientos cargado de una tensión palpable. Su nariz se movía rápidamente, olfateando el aire con desesperación, mientras sus ojos, entrecerrados, intentaban enfocar algo que parecía estar más allá de lo visible. Sus orejas giraban en todas direcciones, captando cada pequeño sonido como si intentaran descifrar un mensaje oculto en el viento.
De repente, S pareció congelarse, sus ojos bien abiertos como si hubiera visto algo que la paralizara. Pero no era exactamente ver; era algo más. Su mente había sido invadida por una visión, una escena que no estaba frente a ella pero que se desplegaba con una claridad inquietante. Allí estaba N, luchando con una fuerza que pocas veces había visto. Sus garras brillaban mientras lanzaba a las bestias lejos de él con una ferocidad que hablaba de un instinto protector más que de una simple batalla. Y junto a él, Uzi, intentando atacar desesperadamente a Alvirian.
Alvirian. El nombre resonó en la mente de S como un eco doloroso. Su corazón dio un vuelco al reconocer al joven de ojos y cabello verdes. Era imposible confundirlo; su rostro estaba grabado en su memoria con la precisión de un retrato. Alvirian había sido el primer humano relevante que conoció, el primero que no había intentado matarla ni capturarla. Había sido amable con ella en un mundo donde la bondad era un recurso escaso. Había confiado en ella cuando nadie más lo hacía. Y ahora, esa misma figura estaba allí, en medio de un caos que no podía comprender del todo.
Sin dar explicaciones, S salió corriendo. Sus pasos resonaron por la mansión, cada uno de ellos más apremiante que el anterior. Empujó la puerta principal con fuerza, abriéndola de par en par y dejando que la luz del sol inundara el recibidor por un breve instante antes de salir disparada al exterior. Corrió a cuatro patas, su cuerpo moviéndose con la velocidad y agilidad de un depredador en pleno frenesí. Las lágrimas comenzaban a deslizarse por sus mejillas, dejando surcos húmedos en su rostro. No podía permitir que esto fuera real. No podía aceptar que algo malo le estuviera pasando a Alvirian. Él era su único amigo, su conexión más pura con un mundo que siempre la había tratado como una amenaza.
Detrás de ella, Cyn y V intercambiaron una mirada rápida. No hubo palabras, pero ambas sabían lo que debían hacer. Sin perder tiempo, salieron tras S, moviéndose con la velocidad propia de su naturaleza vampírica. Cyn corría con una agilidad casi felina, mientras que V avanzaba con pasos calculados, asegurándose de mantenerse siempre bajo la sombra de los árboles. La luz del sol era su enemiga, y aunque las sombras ofrecían cierta protección, cada movimiento debía ser meticulosamente medido.
S, ajena a todo, seguía corriendo. El paisaje pasaba a su alrededor como un borrón, pero ella apenas lo notaba. Su mente estaba fija en un solo objetivo: llegar a ellos. El suelo bajo sus patas parecía vibrar con cada paso, como si compartiera su urgencia. Su respiración era rápida y entrecortada, pero no se detenía. No podía permitirse detenerse. El bosque a su alrededor se volvía más denso, las ramas de los árboles formando arcos que apenas dejaban pasar la luz. Las hojas crujían bajo su peso, y el sonido se mezclaba con el murmullo del viento y el latido acelerado de su propio corazón.
Cyn, a unos metros detrás de ella, intentaba alcanzarla sin perder la protección de las sombras. La preocupación estaba grabada en su rostro. Conocía a S lo suficiente como para saber que algo grave debía haber ocurrido para que reaccionara de esa manera. Pero Cyn también sabía que, en momentos como ese, las palabras no servían de nada. S no se detendría hasta llegar a su destino, y lo único que podía hacer era seguirla y estar allí para apoyarla cuando fuera necesario.
V, por su parte, mantenía su distancia. Aunque su rostro permanecía estoico, sus ojos escarlata brillaban con una intensidad que delataba su inquietud. Su naturaleza calculadora le decía que se estaba adentrando en un territorio peligroso, pero no podía permitir que S se enfrentara sola a lo que fuera que estuviera ocurriendo. A pesar de su aparente frialdad, V era leal, y esa lealtad la empujaba a seguir adelante, incluso cuando cada paso bajo la luz filtrada de los árboles quemaba ligeramente su piel.
Mientras tanto, los recuerdos inundaban la mente de S. Recordó el primer encuentro con Alvirian, cómo sus ojos verdes habían brillado con una mezcla de curiosidad y compasión en lugar de miedo. Recordó sus palabras amables, sus gestos que hablaban de una bondad rara y preciosa. Para ella, Alvirian era más que un amigo; era un faro, una prueba de que no todo en el mundo era oscuridad. Y ahora, esa luz parecía estar en peligro de extinguirse.
El temblor inicial que había sacudido la mansión se sentía ahora como un eco distante, reemplazado por una nueva tensión que parecía emanar de la tierra misma. S podía sentirlo en cada fibra de su ser: algo estaba terriblemente mal. Su nariz captaba rastros de olores que no podía identificar del todo, y cada vez que cerraba los ojos, la imagen de N, Uzi y Alvirian volvía a aparecer, como si fuera un llamado que no podía ignorar.
El viaje, aunque rápido, se sintió eterno. Cada segundo era una agonía, cada paso un recordatorio de lo que estaba en juego. Pero S no se detuvo. No podía detenerse. Porque, para ella, perder a Alvirian no era una opción. Y aunque no sabía exactamente lo que encontraría al llegar, estaba dispuesta a enfrentarlo.
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N se detuvo un segundo, apenas un instante, para tomar aire. Su pecho se expandía y contraía rápidamente, cada respiración era una lucha por controlar la tensión que atravesaba su cuerpo. El sudor resbalaba por su frente, mezclándose con las pequeñas heridas que decoraban su piel. Ese segundo, insignificante para cualquier otro, fue suficiente para que Doll aprovechara la oportunidad y cargara contra él con una velocidad alarmante. La fuerza del impacto estaba destinada a desequilibrarlo, a tomar ventaja de su momento de vulnerabilidad.
Los ojos de N se estrecharon al ver a Doll abalanzarse sobre él. Aunque la criatura había mutado en una versión grotesca de sí misma, conservaba todavía rasgos humanos. Su piel, mucho más suave y frágil que la de las otras bestias, delataba esa humanidad residual que aún persistía en ella. Pero N no tenía tiempo para la compasión ni la duda. Sabía que su mejor oportunidad era atacar por el estómago, donde los órganos vitales serían más vulnerables y fáciles de alcanzar.
Sus garras, afiladas como cuchillas y relucientes bajo la luz mortecina que rodeaba el campo de batalla, se alzaron para asestar el golpe. Era un movimiento calculado, directo, y cargado con toda la fuerza que le quedaba. Pero justo cuando la punta de sus garras estuvo a milímetros de rozar la carne de Doll, algo se interpuso entre ambos.
Un remolino de plumas negras surgió de la nada, envolviendo el espacio con un aire imponente que parecía detener el tiempo. Las plumas, oscuras como el abismo, se movían con una gracia casi sobrenatural, llenando el ambiente con una sensación de solemnidad y peligro. En menos de un segundo, entre N y Doll apareció una figura que parecía pertenecer a otra realidad, a un plano más elevado, más puro y más terrible.
Allí estaba él. Alto, imponente, irradiando una autoridad que hacía temblar incluso a los más valientes. Sus ojos, de un rojo intenso como la sangre recién derramada, parecían atravesar el alma con una mirada fija y abrasadora. Su piel era increíblemente pálida, casi translúcida, como si nunca hubiera sido tocada por la luz del sol. Cada detalle de su apariencia estaba diseñado para inspirar tanto asombro como temor.
Lo que más llamaba la atención, sin embargo, no era su vestimenta, aunque el traje negro perfectamente entallado que llevaba, acompañado de una corbata roja, le daba una elegancia que bordeaba lo irreal. No, lo más impactante eran las alas negras que se desplegaban majestuosas a su espalda. Enormes, imponentes, cada pluma parecía viva, moviéndose al compás del aire y del largo cabello negro que caía en cascada por sus hombros. Las alas no eran solo un adorno; eran una extensión de su poder, una declaración de lo que él era y de lo que representaba.
El ángel caído, Adael, no perdió el tiempo. Con un movimiento calculado y fluido, levantó la lanza que llevaba consigo, un arma que parecía sacada directamente de las profundidades de algún juicio celestial. La lanza tenía una punta de plata pulida que brillaba con un resplandor antinatural, y lo más perturbador era el ojo incrustado justo en el centro. Ese ojo, de un rojo intenso que rivalizaba con los de Adael, se movía constantemente, observando, evaluando, juzgando. Era como si poseyera una consciencia propia, como si pudiera penetrar en los corazones de quienes se atrevían a enfrentarse a su portador.
Con un movimiento rápido y preciso, Adael usó la lanza para lanzar a N hacia atrás. La fuerza del impacto fue brutal, obligándolo a retroceder varios metros hasta que sus pies dejaron profundas marcas en el suelo al intentar frenarse. N gruñó, un sonido bajo y gutural que resonó en el aire, mezclándose con el susurro de las alas de Adael. Su cuerpo estaba tensado como un resorte, listo para atacar, pero sus ojos no podían apartarse del ángel. Había algo en su presencia que lo perturbaba profundamente, algo que parecía ir más allá de su apariencia o de su evidente poder.
N apenas tuvo tiempo de procesar lo que estaba ocurriendo cuando sintió la mirada de Uzi sobre él. Giró la cabeza ligeramente y sus ojos se encontraron con los de la bruja. Fue un intercambio silencioso, un entendimiento tácito que no necesitaba palabras. En ese instante, ambos supieron que no podían detenerse, que no podían ceder ni por un segundo. La llegada de Adael no era solo una complicación; era la señal de que el enfrentamiento estaba alcanzando su clímax. No habría segundas oportunidades, no habría margen para el error. El génesis había llegado.
Uzi apretó los puños, la magia fluyendo a través de ella como un torrente incontrolable. Sus ojos brillaban con una intensidad feroz, reflejo de la determinación que la consumía. N, por su parte, ajustó su postura, afilando las garras contra sus propias palmas, el sonido metálico llenando el aire como una declaración de guerra. Ambos sabían lo que estaba en juego. No solo sus vidas, sino algo mucho más grande, algo que ni siquiera podían nombrar con certeza pero que sentían en lo más profundo de sus almas.
Adael permanecía en su lugar, impasible. Su rostro era una máscara de calma absoluta, pero su presencia lo decía todo. No estaba allí para negociar ni para mostrar piedad. Estaba allí como ejecutor, como un juicio encarnado que había descendido para cumplir con un propósito divino e ineludible. La lanza en su mano parecía vibrar ligeramente, como si respondiera a la tensión creciente que llenaba el aire.
N no esperó más. Sabía que dudar sería su perdición. Con un rugido que parecía brotar desde lo más profundo de su ser, se lanzó hacia Adael con una velocidad que desafiaba las leyes de la naturaleza. Sus garras brillaron mientras trazaban un arco letal en el aire, dirigidas directamente hacia el torso del ángel. Pero Adael no se movió. En el último segundo, con un gesto casi perezoso, levantó su lanza y bloqueó el ataque. El choque de las garras contra la punta de plata produjo un destello de luz que iluminó el área, seguido de un sonido que hizo vibrar el suelo bajo sus pies.
—¿Crees que puedes desafiarme? —la voz de Adael era baja, pero resonaba como un trueno. Había en ella una mezcla de autoridad y desprecio que hacía que cada palabra cayera como un golpe.
N no respondió. No había espacio para palabras en ese momento. Sus ojos estaban fijos en los de Adael, buscando una debilidad, cualquier indicio de que podía superar al ser que tenía frente a él. Pero todo lo que encontró fue una pared impenetrable de poder y determinación.
Uzi, mientras tanto, observaba la escena con los labios apretados y las manos temblando. La magia en su interior exigía ser liberada, y cada segundo que pasaba sin actuar era una tortura. Pero sabía que no podía precipitarse. Este no era un oponente cualquiera. Cada movimiento debía ser calculado, cada decisión tomada con cuidado.
Adael, con una ligera sonrisa que no llegaba a sus ojos, giró la lanza en su mano y la apuntó hacia N. El ojo en el arma parecía brillar con un resplandor aún más intenso, como si disfrutara del enfrentamiento tanto como su portador. Con un movimiento rápido, Adael lanzó un ataque directo, una ráfaga de energía que salió disparada desde la punta de la lanza, cortando el aire con un silbido agudo.
N apenas logró esquivar, el ataque pasando a centímetros de su costado y dejando una línea de humo negro en su estela. Sin embargo, la fuerza del impacto al golpear el suelo fue suficiente para desequilibrarlo, y por un breve instante perdió la ventaja. Adael no desaprovechó la oportunidad. En un abrir y cerrar de ojos, se encontraba frente a N nuevamente, su lanza levantada y lista para asestar un golpe que no dejaba lugar a dudas sobre sus intenciones.
Pero antes de que pudiera hacerlo, Uzi finalmente entró en acción. Extendió las manos, y una ráfaga de energía mágica se disparó hacia Adael, obligándolo a retroceder unos pasos. El ángel giró la cabeza hacia ella, sus ojos rojos centelleando con algo que podría interpretarse como interés o irritación.
—Interesante —murmuró Adael, su voz cargada de un matiz que hacía difícil saber si estaba impresionado o simplemente entretenido.
Uzi no respondió. Su concentración estaba completamente dirigida hacia la magia que fluía a través de ella, cada palabra de los hechizos que murmuraba cargada con la intensidad de su determinación. Las ondas de energía a su alrededor eran como un huracán en miniatura, un caos controlado que prometía devastación.
El enfrentamiento apenas había comenzado, pero ya estaba claro que sería una batalla de proporciones épicas. La tierra bajo sus pies temblaba con cada impacto, como si la misma naturaleza respondiera al choque de poderes que se desarrollaba ante ella. N, Uzi y Adael eran figuras en un tablero cósmico, cada uno moviéndose con la certeza de que el destino del mundo podría depender de sus acciones.
Y así, bajo un cielo cargado de presagios, el génesis comenzó en toda su plenitud.
Dentro de todo el caos, Adel giró su cabeza para ver a Doll.
- Su familiar a su servicio, querida bruja -dijo con una pequeña sonrisa y una leve inclinación de cabeza.
Y entonces en la cabeza de Uzi todo hizo click.
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Calladitos aún faltan muchos capítulos pero shhhh
En fin, agradézcanle a Epic por quitarme el bloqueo y hacerme escribir un chingo en chinga
Los tqm, nos leemos luego 🗣️‼️
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