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Capítulo 56

A N siempre le había gustado aprender. Desde pequeño, encontraba en los libros un refugio fascinante donde podía perderse durante horas, sin preocuparse del tiempo o de sus obligaciones. Cada página era una ventana a mundos nuevos y emocionantes, a conocimientos que parecían interminables y a lecciones de vida que lo hacían sentir que crecía internamente, aunque físicamente su apariencia no cambiara. Era como si, de alguna forma, esos libros le ofrecieran una especie de vida alternativa, un espacio en el que podía crecer y evolucionar sin preocuparse por el extraño don que tenía: aquella traicionera longevidad clásica de un vampiro. Apreciaba que su padre se uniera a él en sus momentos de aprendizaje, enseñándole cosas más allá de lo que se encontraba en los libros, como si de esa manera intentara llenar los vacíos que sentía por no poder ir a una escuela normal. Las tardes en que compartían lecturas y charlas se convertían en algunos de sus recuerdos favoritos.

Sin embargo, a pesar de todo el conocimiento que su padre le compartía, A N sentía una inquietud que no podía ignorar. Sabía que había mucho más que aprender en el mundo, más de lo que un solo maestro, incluso su propio padre, podría enseñarle. Por eso, desde que fue consciente de la existencia de las escuelas y de la posibilidad de estudiar rodeado de compañeros, soñaba con poder asistir a una. En su mente, la escuela era el lugar donde podría aprender sin límites, donde conocería a otros que compartieran su misma pasión por el conocimiento y donde experimentaría cosas que nunca podría aprender en casa. Así que, apenas tuvo la edad suficiente, y además logró convencer a sus padres de que su apariencia lo haría pasar desapercibido, les rogó que lo inscribieran en una escuela. Sabía que no sería fácil; después de todo, su familia tenía razones para ser cautelosa con el mundo exterior, especialmente cuando se trataba de exponer a uno de los suyos en un ambiente lleno de mortales curiosos. Pero N no desistió, y, tras mucha insistencia, logró su cometido.

Sus primeros días en la escuela fueron como había imaginado, y quizás un poco más. Estaba rodeado de otros estudiantes, todos con el mismo deseo de aprender, aunque algunos no mostraran la misma dedicación que él. A N se destacaba por su curiosidad y por su capacidad para comprender rápidamente los temas que se enseñaban en clase. Esto lo llevó a avanzar de grado con relativa facilidad, algo que, al principio, le hacía sentir orgullo. Sin embargo, pronto se dio cuenta de que había un problema: a medida que pasaban los años y él continuaba progresando académicamente, su apariencia no cambiaba. No envejecía como sus compañeros, y eso no podía pasar desapercibido por mucho tiempo.

Fue entonces cuando comenzó a idear una estrategia. Si no podía envejecer de forma natural, tendría que hacer que su apariencia cambiara de alguna otra forma para que no sospecharan de él. Comenzó a dejarse el pelo largo, luego se lo cortaba, cambiaba su estilo de ropa y hasta llegó a teñírselo de negro en una ocasión. Era una forma de reinventarse, de asegurarse de que nadie pudiera reconocerlo cuando, décadas después, decidiera regresar a la misma escuela, aunque con una identidad distinta. Al principio, le pareció un desafío difícil, pero con el tiempo se dio cuenta de que, en realidad, era algo que disfrutaba. Cambiar de apariencia cada cierto tiempo le daba una sensación de libertad, como si pudiera reinventarse cada vez que lo necesitara.

Con cada nuevo regreso, su amor por la escuela solo crecía. Disfrutaba del ambiente, de los libros que parecían infinitos en la biblioteca, de las clases que lo retaban a pensar de maneras nuevas, y, sobre todo, del hecho de que, al estar en la escuela, podía experimentar una vida casi normal. Aunque siempre estaba consciente de su peculiar condición, en aquellos momentos en clase o en la biblioteca podía olvidarse un poco de ello y concentrarse en aprender, en ser simplemente un estudiante más.

Algo que siempre le resultaba divertido era pensar en lo que los demás podrían creer si alguien revisara las fotos de las clases pasadas. A lo largo de los años, N había aparecido en numerosas fotos de clase, desde las primeras décadas en que comenzó a asistir hasta las más recientes. Cada fotografía en la que aparecía colgaba en las paredes del pasillo que llevaba a la dirección, y probablemente más de un estudiante o maestro habría notado el extraño parecido entre los distintos alumnos que aparecían en las fotos de diferentes épocas. Quizás incluso algunos pensarían que toda su familia había estudiado en la misma escuela, generación tras generación, sin darse cuenta de que era la misma persona con distintas apariencias.

Sin embargo, N también era cauteloso. A pesar de su entusiasmo, sabía que debía ser discreto para no levantar sospechas. Por eso, cuando podía, evitaba aparecer en las fotografías de grupo, aunque eso no siempre era posible. Había ocasiones en que los maestros insistían en que todos los alumnos debían estar en la foto, y en esos momentos no tenía más opción que ceder. Cada vez que lo hacía, sentía una mezcla de emoción y nerviosismo. Por un lado, le gustaba la idea de dejar una especie de rastro en la historia de la escuela; por otro, temía que alguien, eventualmente, descubriera su secreto.

Pero, a pesar de estos riesgos, había un aspecto de su situación que le proporcionaba cierta seguridad: su relación con los espejos. A diferencia de los simples mortales, N no podía verse en los espejos ni en superficies de cristal. Era como si su reflejo no existiera en esos materiales, como si, para el mundo de los reflejos, él fuera invisible. Esto le daba una ventaja cuando necesitaba evitar ser descubierto, ya que no tendría que preocuparse de que alguien lo reconociera por su reflejo en algún lugar inesperado. Sin embargo, esta peculiaridad también tenía sus excepciones. Descubrió que, curiosamente, sí podía verse en el agua y en las fotografías. Era un detalle extraño, pero al mismo tiempo, lo consideraba como un recordatorio de su propia naturaleza única, de ese enigma que lo hacía ser diferente.

El paso de las décadas le enseñó a N que su situación era, en muchos sentidos, tanto una bendición como una maldición. Por un lado, podía dedicarse al aprendizaje de forma continua, explorando temas y adquiriendo conocimientos sin la limitación del tiempo. Por otro lado, estaba obligado a mantener su secreto y a reinventarse constantemente para no levantar sospechas. Esta vida de cambios y adaptaciones le brindaba cierta emoción, pero también le hacía sentir, en ocasiones, una profunda soledad. A pesar de estar rodeado de compañeros, no podía establecer relaciones duraderas con ellos. Sabía que, tarde o temprano, tendría que dejarlos atrás y asumir una nueva identidad.

Con el tiempo, N aprendió a ver su condición como una oportunidad. Cada nueva identidad que asumía le daba la posibilidad de explorar aspectos diferentes de sí mismo, de probar distintas formas de vivir y de descubrir qué cosas le importaban realmente. Además, con cada regreso, podía notar los cambios en la sociedad, en la forma en que se enseñaban los conocimientos y en los valores de cada generación. Era como ser un observador privilegiado de la historia, alguien que podía ver cómo el mundo evolucionaba desde adentro, sin tener que temer al paso del tiempo.

En cada etapa de su vida escolar, encontraba algo nuevo que aprender, algo que lo hacía crecer internamente, aunque su apariencia permaneciera prácticamente inalterada. La escuela se convirtió para él en algo más que un lugar de estudios: era un hogar temporal, un refugio al que podía regresar cuando sentía la necesidad de aprender y de sentirse parte de algo. Y, aunque sabía que nunca podría ser completamente honesto con quienes lo rodeaban, aceptaba ese pequeño sacrificio como parte de su vida.

Al final del día, N comprendía que, aunque su vida no era como la de los demás, eso no le impedía disfrutar de las pequeñas cosas que lo hacían feliz. En los pasillos de la escuela, entre los libros de la biblioteca y en las clases que tanto le apasionaban, encontraba la paz que buscaba, y, aunque nadie lo supiera, él seguiría allí, década tras década, absorbiendo conocimiento y siendo, para siempre, un eterno estudiante.

Y hoy, sentado en la orilla de su cama, con Uzi tranquilamente dormida a su lado, N agradecía más que nunca esa longevidad que le daba su naturaleza como vampiro. Si no fuera por eso, nunca habría conocido a esa chica que, a sus ojos, era hermosa como ninguna otra. Su vida habría sido distinta, menos brillante, menos intensa, y probablemente nunca habría descubierto esta clase de amor. Pensaba que todos esos años de existencia solitaria, de noches interminables sin compañía, habían valido la pena si el destino le había permitido finalmente encontrarla.

Se estiró y volvió a la cama, girándose para quedar frente an ella. No le apetecía levantarse tan "temprano"; aunque la noche ya había caído, prefería quedarse entre las sábanas, observándola en silencio, disfrutando de la paz de tenerla junto a él. Estar a su lado le daba una calidez que no había sentido en siglos. Ella era esa luz que él no había buscado pero que, sin duda, había necesitado. Mirarla dormida, con sus suaves respiraciones y su rostro relajado, era una de las imágenes que más apreciaba en su existencia semi-eterna.

Y vaya que le gustaba estar allí, junto a ella. Tanto que hacía que su corazón, inusualmente inerte, latiera hasta casi salirse de su pecho; tanto que su piel pálida tomaba un leve color, como si la cercanía de ella lograra despertar un resplandor escondido en su interior. Uzi no solo lo hacía sentir vivo; lo hacía experimentar emociones intensas y desconocidas, sentimientos que él ni siquiera sabía que podía tener. Ella se había convertido en su refugio, en esa chispa que lograba despertar cada fibra de su ser, llevándolo a extremos que él jamás imaginó.

La miraba mientras dormía, con sus labios entreabiertos, esos labios suaves y carnosos que amaba besar. Recordaba sus besos de horas antes, la ternura con la que se habían entregado uno al otro. Primero en las mejillas, luego en los párpados, en los pómulos, y finalmente, en los labios. No habían podido detenerse; se besaron hasta que sus bocas se cansaron, hasta que sus labios enrojecidos se volvieran adictos al tacto del otro. Sus manos exploraron el rostro del otro, acariciándose con una suavidad que parecía transmitir el profundo cariño que compartían. N había dejado que su corazón se desbordara en cada uno de esos besos, y no había forma de ocultarlo.

La noche había sido larga y mágica, llena de susurros y de miradas que no necesitaban palabras. Se habían quedado en silencio, entregados a la presencia del otro, hasta que finalmente el sueño venció a Uzi. La bruja se quedó dormida en sus brazos, con una expresión de paz que él jamás olvidaría. Ahora, observándola dormida, N no podía evitar sonreír suavemente. Sabía que era una de esas noches que atesoraría para siempre, una de esas memorias que se guardan en el corazón como el más preciado de los tesoros.

La morena piel de Uzi contrastaba maravillosamente con la palidez de N. Para él, su piel canela era perfecta, suave y cálida, algo que deseaba tocar una y otra vez. Había algo hipnótico en esa piel que lo volvía loco, que lo hacía desear marcarla con el rastro de sus caricias, dejar un recordatorio de su amor. Cada roce entre sus manos mostraba el contraste de su naturaleza, como si cada toque reafirmara las diferencias que los unían y los separaban. Esa dualidad lo fascinaba, lo hechizaba, y hacía que la conexión entre ambos pareciera tan única, tan irremplazable.

A N le gustaba pensar en ellos como dos seres que se completaban, dos almas que, aunque diferentes, se habían encontrado en el momento justo. Ella, una bruja llena de misterio y fuerza, capaz de ver más allá de las sombras y de comprender los secretos del mundo. Él, un vampiro solitario y longevo, condenado a vagar en la noche sin descanso. Y, sin embargo, juntos formaban algo más, algo que desafiaba cualquier descripción. Ella era la luz que iluminaba su oscuridad; él, la calma que apaciguaba su fuego. Eran dos extremos que, al unirse, creaban un equilibrio perfecto.

No dejaba de fascinarle cómo, a pesar de todas esas diferencias, se sentían tan naturales juntos. Cuando estaban uno al lado del otro, el mundo se volvía irrelevante, los siglos y las distancias parecían desvanecerse. Eran simplemente dos personas, dos adolescentes con emociones que parecían desbordarse y no caber en sus cuerpos. N no entendía del todo cómo había sucedido, cómo alguien como él, con tantos años a cuestas, había terminado tan profundamente enamorado de alguien tan diferente. Pero, al final, dejó de hacerse preguntas. Lo único que sabía era que Uzi era todo lo que deseaba y más.

En su mente, repasaba cada detalle de ella, cada pequeño rasgo que había llegado a conocer y a adorar. Su cabello oscuro, que caía en cascada alrededor de su rostro; sus pestañas largas, que descansaban suavemente sobre sus mejillas mientras dormía; sus labios, suaves y tentadores, que parecían llamar su nombre incluso en sus sueños. Cada parte de ella era perfecta a sus ojos. Cada aspecto de Uzi era como una melodía que él no podía dejar de escuchar, como un hechizo del cual no deseaba liberarse.

N dejó escapar un suspiro, intentando contener la emoción que sentía al tenerla a su lado. Sabía que era una suerte inmensa, que el universo le había permitido encontrar algo tan bello en medio de su existencia centenaria. Ella era su consuelo, su amor, el motivo por el que cada noche se sentía menos solo. Y, aunque Uzi aún no sabía la intensidad de sus sentimientos, N no podía evitar imaginar un futuro junto an ella. Quizás era un pensamiento imposible, quizás los desafíos eran demasiados, pero en ese momento no le importaba. Solo le importaba tenerla en sus brazos, sentir su calidez, y saber que, al menos por esa noche, ella era suya y él era de ella.

El contraste entre ambos era algo que le fascinaba, algo que le hacía sentir que, de alguna forma, estaban destinados a encontrarse. Eran luz y oscuridad, sol y luna, lo puro y lo sombrío, y a la vez, eran mucho menos que todo eso. Eran simplemente dos corazones, dos almas que buscaban un ser amado. Dos adolescentes que, a pesar de sus diferencias y sus naturalezas opuestas, habían hallado en el otro el refugio que tanto anhelaban.

Para él, Uzi era un universo en sí misma. Ella era misteriosa y fuerte, pero también podía ser dulce y vulnerable, algo que pocos llegaban a ver. N sabía que él era uno de los pocos privilegiados en conocer esa faceta de Uzi, en ver la profundidad de sus emociones y comprender lo que verdaderamente había detrás de su mirada. Esa confianza, esa conexión tan íntima, era algo que valoraba más de lo que podría expresar con palabras.

Mientras la observaba, sintió el impulso de acariciar su mejilla, de trazar suavemente el contorno de su rostro con la yema de sus dedos. Lo hizo con la mayor delicadeza, temiendo despertarla, pero necesitaba sentirla, asegurarse de que ella realmente estaba allí, junto a él. Su piel era cálida bajo su tacto, y él cerró los ojos por un momento, permitiéndose disfrutar de esa cercanía, de esa intimidad. La noche podía durar eternamente y él no se movería de su lado.

Para N, esos momentos de quietud y ternura eran tan valiosos como cualquier aventura. Porque, al final, eso era lo que realmente anhelaba: alguien con quien compartir su eternidad, alguien que pudiera darle un propósito en su vida interminable. Y ahora, mirando a Uzi, sentía que quizás ese propósito finalmente se había revelado. Ella lo hacía sentir como si la eternidad valiera la pena, como si cada segundo cobrase sentido al estar a su lado.

Sabía que habría desafíos. Que el amor entre una bruja y un vampiro no era sencillo, que el mundo no entendería ni aceptaría fácilmente su relación. Pero él estaba dispuesto a enfrentar cualquier obstáculo por ella. Porque, a pesar de todo, Uzi era su razón, su paz, y él estaba dispuesto a seguir luchando por ese amor, por esa conexión única que los unía.

Siempre si actualicé, ya tenía las bases, Cloe las vio JAJAJA así que una redactada y ya es más rápido.

Yyyy lo hice desde mi cel ^^ Yiepiee (está medio complicado porque pues...)

Se ve curiosito y tamaño hormiga JAJAJA 

Pero en fin... Nuzi mis papis 🛐

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