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Capítulo 54

Las farolas de gas se quemaban lentamente, sus luces titilando en el aire frío de la noche, proyectando sombras que se estiraban y retorcían a lo largo de las calles empedradas del pueblo. La oscuridad se disipaba gradualmente, su presencia suave y tenue, mientras el farolero avanzaba con pasos seguros y constantes, encendiendo cada lámpara una por una. Cada farola emitía un leve silbido y chisporroteo cuando el farolero acercaba su larga vara con una llama parpadeante en la punta, iluminando una parte de la calle con cada encendido. El resplandor cálido y amarillento iba extendiéndose poco a poco, envolviendo el pueblo en un manto de luz titilante que transformaba el aspecto del lugar, dándole una atmósfera casi de ensueño. La luz de las farolas resaltaba las fachadas de los edificios de piedra y madera, donde los techos se inclinaban pronunciadamente, y las ventanas, en su mayoría cerradas, reflejaban el débil destello del fuego.

V caminaba a un paso lento, apenas sostenida de la mano de su madre, una ligera inquietud en su semblante que no lograba ocultar del todo. Cada paso parecía medido, como si un temor invisible la retuviera y, a pesar de la presencia tranquilizadora de su madre a su lado, no podía evitar echar miradas furtivas a su alrededor, observando las sombras y las luces que se movían por el suelo al ritmo de las farolas encendidas. El pueblo le resultaba extraño, como si en cualquier momento algo fuera a surgir de entre las sombras o detrás de los muros de las casas adormecidas.

Pero a diferencia de V, N y J parecían mucho más relajados. Sus rostros reflejaban una confianza y una familiaridad que contrastaban con la tensión que V no lograba disipar. Caminaban sin mostrar signos de inquietud, con la curiosidad y la emoción brillando en sus ojos, claramente cómodos en este lugar. Ellos no compartían la misma preocupación que V; para ellos, el pueblo era un sitio que guardaba sorpresas y secretos emocionantes, un lugar donde podían experimentar un poco de la magia que ofrecía la feria, esa feria que venían a visitar especialmente en la oscuridad, cuando el sol ya se había ocultado tras el horizonte y el aire se llenaba de susurros y risas lejanas.

Cyn, por su parte, dormía plácidamente en los brazos de su padre, ajena al bullicio y la anticipación que empezaba a envolver al grupo. Su respiración era tranquila y constante, su pequeña figura descansando cómodamente en los brazos de Edgar, quien la llevaba con facilidad, protegiéndola del frío y del ruido, acunándola contra su pecho. Su cabello, un poco revuelto, caía sobre su rostro, pero ella parecía tan sumida en su sueño que ni siquiera notaba los movimientos ni el ambiente que la rodeaba. A diferencia de su hermana, Cyn no tenía preocupaciones ni miedos; en su mundo de sueños, todo debía ser paz y tranquilidad, una dulce inconsciencia que sólo podía interrumpirse con el sonido de la risa y las luces brillantes que seguramente pronto llamarían su atención.

La familia tenía un plan claro para esa noche: dirigirse a la feria. Apenas el sol se puso y la oscuridad empezó a envolver el bosque circundante, Edgar, con una decisión rápida, los guió hacia el camino que bordeaba el bosque y se adentraba directamente en el pueblo. Sabían que la feria era el gran atractivo del lugar, y esa era la razón por la que habían salido a esa hora, cuando las luces y el bullicio de las atracciones comenzaban a llenar el ambiente con una energía que se percibía desde lejos.

Los humanos, claro, estaban cerca, pero no se preocupaban demasiado. Había una historia que mantenía sus verdaderas identidades a salvo. La gente del pueblo creía firmemente que Tessa, era una mujer que había llegado hace ya varios años, junto a sus padres, que habían fallecido hace un tiempo. Con el tiempo, surgió la creencia de que Tessa se había mudado a la ciudad para formar su propia familia con su esposo y criar a sus hijos. Esta versión oficial explicaba por qué aparecían ocasionalmente y solo durante la noche, una historia que les brindaba la libertad de disfrutar de las festividades sin levantar sospechas. Era un relato sencillo pero efectivo, uno que los habitantes del pueblo aceptaban sin cuestionar, una excusa perfecta para explicar su presencia en esas horas en las que preferían pasear y disfrutar del ambiente festivo sin ser molestados.

La feria, como tal, era una rareza, algo que difícilmente se veía en aquellos días, y menos en un pueblo tan pequeño y remoto. En esa época, los lugares de diversión ambulante solían ser tan escasos que, cuando llegaban, causaban un revuelo en toda la comunidad. El ambiente era de emoción y asombro. Consistía básicamente en un circo que traía consigo algunos juegos sencillos, pero llenos de encanto y mística para los lugareños. Uno de estos juegos era el clásico de sacar una manzana de una cubeta llena de agua usando sólo la boca, un reto que siempre atraía risas y aplausos entre quienes miraban. Otro de los juegos consistía en una pequeña piscina donde los participantes debían pescar patitos de madera que flotaban en el agua, ganando premios modestos pero simbólicos que los niños disfrutaban mucho. Había también una atracción de tiro al blanco, donde los más atrevidos podían probar su puntería con un revolver, un reto que atraía a los adultos, deseosos de impresionar a sus acompañantes o ganar algún trofeo.

Sin embargo, para N, lo más emocionante de todo era el circo. Ese era el verdadero motivo de su entusiasmo, el espectáculo que esperaba con ansias y al que jalaba a su madre con una impaciencia apenas contenida. Sus ojos brillaban con expectativa, y cada paso lo daba con energía renovada, deseando que la caminata se acortara para poder llegar cuanto antes a la gran carpa que albergaba el espectáculo principal.

Los circos de aquella época eran, ciertamente, peculiares. No eran como los que se conocen hoy en día, sino que estaban llenos de rarezas y personajes exóticos que ofrecían trucos y actuaciones que desafiaban la lógica. Se hablaba de fenómenos en exposición, personas con habilidades inusuales o apariencias extrañas, animales traídos de tierras lejanas que muchos sólo podían imaginar en sueños. Este circo, en particular, era conocido por ser el más extravagante de todos los que habían visitado el pueblo en mucho tiempo. La llegada de este espectáculo era una ocasión especial, y no pasaba desapercibida. Los rumores decían que el circo traía consigo un espectáculo que era realmente inigualable, y para N, eso significaba la posibilidad de ver algo realmente extraordinario, algo de lo que había leído en el periódico de su padre y que deseaba ver con sus propios ojos.

Mientras tanto, V seguía avanzando con pasos cautelosos, sin la misma emoción que sus hermanos. J y N parecían haberse olvidado por completo de cualquier preocupación, arrastrando a sus padres hacia la feria en un intento por apresurarse y llegar antes de que el espectáculo comenzara. Pero V mantenía una distancia segura, aferrada al vestido de Tessa, encontrando en su madre el apoyo necesario para enfrentar el desconcierto que le provocaba el ambiente del pueblo a esa hora de la noche. A diferencia de sus hermanos, ella no se sentía tan cómoda en este lugar lleno de luces y de rostros que, aunque familiares, le resultaban ajenos en ese contexto. No podía evitar el deseo de ver el pueblo en un momento más silencioso, en la calma de la medianoche, cuando todo estaba vacío y las calles no guardaban más que la brisa nocturna. Era entonces cuando se sentía más tranquila, cuando Edgar los llevaba a alimentarse en la tranquilidad de la noche y cuando Tessa esperaba pacientemente en la mansión, un recuerdo que la hacía sentir segura y en paz.

A medida que avanzaban, V intentaba distraerse de esos pensamientos que le hacían sentir fuera de lugar, pero no se dio cuenta de lo cerca que estaban del circo hasta que, de repente, la carpa se alzó majestuosa frente a ellos. Era una estructura enorme, con franjas rojas y blancas que se elevaban hacia el cielo, como si fueran las torres de un castillo de fantasía. Sobre la entrada, un letrero resplandeciente proclamaba en letras doradas: "Ringling Brothers and Barnum & Bailey Circus". Las luces rodeaban las palabras, haciendo que el nombre brillara y resplandeciera en la noche, como una promesa de asombro y misterio.

N no pudo contener su entusiasmo al ver la carpa y la entrada tan de cerca. Sus ojos se abrieron aún más, y la emoción parecía haberse adueñado de cada uno de sus gestos. Había leído sobre el espectáculo en el periódico, conocía algunas de las atracciones, y ahora, finalmente, estaba a punto de presenciarlas.

No podía esperar para ver al hombre pequeño que, vestido como Napoleón, el cual hacía reír y asombrar a todos los presentes con sus gestos exagerados y su manera peculiar de caminar. Este hombre había aparecido en varias ilustraciones del periódico, y aunque N sólo había visto una imagen borrosa de él en papel, su imaginación había volado al respecto. 

Lo imaginaba como un personaje divertido y extravagante, alguien que pudiera hacer reír incluso a los adultos más serios del pueblo. Además, N estaba ansioso por ver al maestro de ceremonias, el hombre que todos llamaban "El mejor Showman", conocido no sólo por sus habilidades como presentador sino también por su imponente presencia, capaz de captar la atención de cualquier audiencia con sólo una mirada. Se decía que tenía una voz profunda y resonante que hacía vibrar a la audiencia y que sus gestos eran tan elegantes y teatrales que parecía dominar cada rincón de la carpa con absoluta seguridad.

Sin embargo, V seguía mostrando señales de duda y nerviosismo. Sus pies se mantenían firmes, casi como si hubiera echado raíces en el suelo, y sus manos, aferradas al vestido de Tessa, no soltaban el agarre protector que la hacía sentir un poco más segura. Tessa, notando la inquietud de su hija, le dedicó una sonrisa tranquila y la rodeó con un abrazo suave, acercándola a sus caderas en un gesto que buscaba reconfortarla. 


V cerró los ojos un momento y se dejó envolver por la calidez del abrazo de su madre, sintiendo cómo su respiración se calmaba poco a poco. Tessa siempre tenía esa capacidad de tranquilizarla, de hacer que el mundo a su alrededor pareciera menos intimidante. En sus brazos, las sombras parecían menos aterradoras y el murmullo de la gente a su alrededor se volvía un sonido distante, casi como un susurro.

Mientras tanto, Cyn se había despertado de su sueño en los brazos de Edgar, probablemente atraída por la emoción que percibía en el aire y el bullicio de las personas que se agolpaban alrededor de la entrada del circo. Al abrir los ojos y ver las luces, sus ojos brillaron con una curiosidad infantil que era imposible de ocultar. Sin pensarlo dos veces, Cyn comenzó a saltar ligeramente en los brazos de Edgar, mirando con entusiasmo a su alrededor, como si quisiera absorber cada detalle de la escena que tenía frente a ella. 

No pasó mucho tiempo antes de que tomara la mano de N, quien con gusto la recibió, y ambos comenzaron a caminar juntos hacia la entrada de la gran carpa, con Cyn soltando pequeñas risas de emoción a cada paso. Parecía tan emocionada como su hermano, aunque su interés estaba más en las luces y en los sonidos festivos que rodeaban el lugar.

Una vez en la entrada del circo, un hombre alto y vestido con un uniforme de botones dorados y galones rojos los recibió con una reverencia exagerada, inclinándose ante cada uno de los miembros de la familia como si fueran invitados de honor. Su bigote rizado y su sombrero de copa le daban un aspecto casi caricaturesco, como si fuera una figura sacada de una historia fantástica. Con una voz profunda y un tono lleno de solemnidad, el hombre les dio la bienvenida, invitándolos a disfrutar de cada acto y cada sorpresa que el circo había preparado para ellos esa noche. 

N y Cyn apenas podían contener su entusiasmo; cada palabra del hombre parecía añadir un toque de misterio y magia a lo que estaba por venir, y ambos niños estaban convencidos de que esta noche sería una que jamás olvidarían.

Ya dentro de la carpa, el ambiente era completamente diferente. Las luces se atenuaban ligeramente, y el aroma a palomitas de maíz y algodón de azúcar se mezclaba con un leve olor a aserrín que cubría el suelo. Alrededor del escenario central, varias hileras de asientos formaban un semicírculo, ofreciendo una vista clara de lo que sería el corazón del espectáculo. La carpa estaba decorada con banderines y cortinas de terciopelo rojo que caían en elegantes pliegues, y las antorchas situadas en las esquinas lanzaban sombras que bailaban al ritmo de una música suave que provenía de algún lugar oculto, tal vez de una pequeña orquesta que se preparaba para dar inicio al espectáculo.


N se sentó al borde de su asiento, incapaz de contener su emoción, mientras que Cyn, con sus pequeñas manos, sostenía con fuerza un algodón de azúcar que Edgar le había comprado. La pequeña mordía el algodón con una sonrisa feliz, disfrutando del dulzor mientras mantenía sus ojos abiertos de par en par, lista para presenciar cualquier cosa que ocurriera en el centro del escenario. Tessa, por su parte, mantenía a V a su lado, acariciando su mano de manera tranquilizadora, como si pudiera sentir cada una de las dudas que seguían recorriendo la mente de su hija.Entonces, las luces disminuyeron de intensidad, y un foco iluminó el centro de la pista. Un redoble de tambores llenó el aire, creando una atmósfera de expectativa que hacía que cada persona en la carpa contuviera la respiración. De entre las sombras surgió una figura alta y esbelta, el maestro de ceremonias, vestido con un traje brillante de cola larga y un sombrero de copa que reflejaba las luces en destellos dorados y plateados. Con una sonrisa teatral y una mirada que parecía recorrer cada rincón de la carpa, el hombre se dirigió a la audiencia con una voz profunda y resonante.


- ¡Damas y caballeros! Niños y niñas de todas las edades, bienvenidos al espectáculo más grandioso de la tierra: ¡el Ringling Brothers and Barnum & Bailey Circus! -exclamó, levantando los brazos al cielo mientras su voz llenaba cada rincón de la carpa, creando un eco que se sentía como un trueno en la distancia. 

La audiencia estalló en aplausos y vítores, y N y Cyn no fueron la excepción; ambos aplaudían con todas sus fuerzas, emocionados y maravillados ante la imponente presencia del maestro de ceremonias.

Los primeros actos comenzaron, y la familia observaba con asombro cada número. Acrobatas que desafiaban la gravedad con saltos y piruetas en el aire, lanzándose desde trapecios con una gracia que parecía imposible; domadores que interactuaban con animales exóticos, leones y elefantes que seguían sus órdenes como si fueran mascotas bien entrenadas; y contorsionistas que doblaban sus cuerpos de formas que desafiaban la lógica. 

Cada acto era recibido con aplausos y exclamaciones de asombro de la audiencia. N no apartaba la vista del escenario, completamente hipnotizado por cada detalle, mientras que Cyn se reía y aplaudía con cada nueva sorpresa, sus ojos brillando con una mezcla de asombro y felicidad.

V, aunque seguía algo nerviosa, comenzó a relajarse poco a poco. La mano de su madre en la suya y la presencia de su familia a su alrededor la hacían sentir segura, y, poco a poco, empezó a dejarse llevar por el encanto del circo, olvidando sus temores y dejándose envolver por la magia del espectáculo. Aunque aún miraba a su alrededor con cautela, cada acto la sumía más y más en el ambiente festivo, y una pequeña sonrisa comenzó a asomarse en su rostro, como si empezara a disfrutar, al menos un poco, de la experiencia.


Finalmente, llegó el acto que N tanto esperaba. La música cambió, ahora más vivaz y animada, y una serie de tambores comenzaron a marcar el ritmo de una marcha enérgica. La audiencia se llenó de murmullos emocionados, pues todos sabían que lo siguiente era un número especial, uno de los momentos más esperados de la noche. 

Al centro de la pista se abrió un pequeño espacio y, bajo la luz de un reflector que lo iluminaba como un héroe de leyenda, apareció el hombre pequeño que había sido anunciado como el "General Napoleón". Llevaba un uniforme minuciosamente detallado, con una chaqueta azul adornada con botones dorados y charreteras que le caían sobre los hombros como los de un auténtico general, y un sombrero bicornio que le daba el toque perfecto de grandiosidad y pompa.

A pesar de su estatura, el hombre irradiaba una presencia extraordinaria. Caminaba con la cabeza en alto, las manos en la espalda, y una expresión de seriedad fingida que hacía reír a todos los niños de la audiencia, quienes no podían evitar sentirse fascinados por la idea de ver a un "general" en miniatura. N observaba embelesado, sin perder detalle de sus gestos y movimientos. Sabía que este personaje no sólo era famoso por su aspecto, sino también por su habilidad para realizar actos sorprendentes que requerían una destreza y precisión impresionantes. Con cada paso, el General Napoleón realizaba pequeños saltos y movimientos marciales, haciendo el saludo militar o imitando la pose de algún retrato clásico de Napoleón Bonaparte.

De repente, el maestro de ceremonias, con su voz profunda y cautivadora, anunció que el general estaba a punto de realizar un acto de equilibrio. Dos asistentes aparecieron en escena y colocaron un conjunto de objetos pequeños: una cuerda, un taburete y una serie de copas de cristal, formando una especie de plataforma improvisada sobre la que el General Napoleón debía equilibrarse. Sin perder su expresión seria y decidida, el pequeño hombre subió con agilidad, colocando un pie sobre el taburete, otro sobre la cuerda y, finalmente, usando los brazos para estabilizarse, colocó una de las copas sobre su cabeza, sin derramar ni una gota del líquido que contenía. La audiencia contuvo el aliento, y luego estalló en aplausos al ver cómo el pequeño general mantenía el equilibrio sin titubear.

Mientras tanto, V seguía observando desde la seguridad del lado de su madre, aunque ya comenzaba a disfrutar un poco más del espectáculo. La escena del General Napoleón la había sorprendido y, aunque no lo demostrara abiertamente, había comenzado a relajar su mirada, sintiendo la magia del circo envolverla poco a poco. J, por su parte, no podía dejar de aplaudir, fascinada por la destreza del hombre y el control que tenía sobre cada uno de sus movimientos. Era un acto que claramente exigía concentración y equilibrio, y la habilidad del General Napoleón para realizarlo de forma tan precisa era impresionante.

El acto continuó con otros números igualmente sorprendentes: payasos que se perseguían entre ellos, lanzándose pasteles y cayendo en montones de heno, generando carcajadas en la audiencia; y un mago que realizaba trucos de cartas y desapariciones que dejaban a todos boquiabiertos. El tiempo pasaba rápidamente, y para cuando llegaron los últimos actos, la familia estaba completamente absorta en el espectáculo, disfrutando cada número sin preocuparse ya por el entorno.

Para cerrar el espectáculo, el maestro de ceremonias volvió al centro de la pista, esta vez montado en un elegante caballo blanco, y con una última reverencia, se despidió de la audiencia, invitándolos a volver a la próxima función. La carpa se llenó de aplausos, y, uno a uno, los artistas comenzaron a desfilar, saludando y lanzando besos a los espectadores. N y Cyn aplaudieron con más entusiasmo que nunca, sus rostros iluminados por la emoción de haber presenciado algo tan extraordinario.

Cuando las luces de la carpa comenzaron a apagarse, V sintió un ligero alivio. Sabía que la noche aún no había terminado y que, aunque había disfrutado del espectáculo, también anhelaba la tranquilidad de regresar a casa. Edgar, viendo la expresión relajada de V, le dedicó una sonrisa y acarició su cabello, recordándole que estaba a salvo.

Mientras salían de la carpa y se mezclaban nuevamente con las luces de la feria, N comenzó a hablar sin parar sobre cada detalle del espectáculo, describiendo con entusiasmo los momentos que más le habían impresionado. Cyn, aunque no hablaba tanto, seguía saltando de la emoción, aún abrazando el resto de su algodón de azúcar. V, con una sonrisa pequeña pero sincera, escuchaba a sus hermanos, disfrutando de su entusiasmo y sabiendo que, aunque la feria no era su lugar favorito, había compartido un momento especial con su familia.

Con paso tranquilo, comenzaron a caminar de regreso por el sendero que bordeaba el bosque, dejando atrás las luces y sonidos de la feria, pero llevando consigo el recuerdo de una noche mágica que seguramente recordarían por mucho tiempo.

La escena cambia de manera un tanto brusca, mostrándonos ahora a V, sentada sobre la lápida de su padre, varios años después de aquel feliz recuerdo de la feria. Ya no era la niña que alguna vez disfrutó de los actos de los acróbatas y el espectáculo del circo junto a su familia. Ahora se sentía sola y miserable, pequeña y confundida, con un dolor profundo y un vacío en el pecho que parecía imposible de llenar.

Acababa de perder su virginidad, y no como hubiera deseado, no en un momento de amor o de entrega mutua, sino en un episodio oscuro que la había dejado marcada de una manera que no podría borrar. La habían atrapado entre varios hombres del pueblo, que la usaron para su conveniencia, cada uno imponiendo su voluntad sobre ella mientras le obligaban a beber alcohol. Sintió cómo el licor abrasaba su garganta y nublaba sus pensamientos, debilitándola cada vez más. Cuanto más bebía, más difícil le resultaba pensar con claridad, y sus fuerzas menguaban hasta que sus defensas fueron completamente anuladas.

Recordaba cómo, al salir el sol, apenas pudo ponerse en pie, con el cuerpo adolorido y el alma destrozada. Había esperado hasta el anochecer, escondida entre sombras para no ser vista, antes de encontrar fuerzas suficientes para volar de regreso a casa. Las horas que pasó esperando, sintiendo el paso del tiempo como si fuera una tortura interminable, fueron como un castigo, un recordatorio cruel de lo que había perdido y del daño que le habían hecho. Cada minuto parecía cargarla con más culpa y vergüenza, emociones que la hicieron sentirse aún más pequeña e impotente.

Ahora, sentada sobre la lápida de su padre, las lágrimas corrían libremente por sus mejillas, sin que ella hiciera el menor esfuerzo por detenerlas. No había nadie para verla, y tampoco quería que nadie supiera de su dolor. Sabía, sin lugar a dudas, que lo que había vivido ese día sería algo que jamás contaría a nadie. Era un secreto oscuro que guardaría en lo más profundo de su corazón, un peso que llevaría en silencio. Ni siquiera a J, aunque siempre habían sido muy cercanas, le revelaría lo que había ocurrido. Había una barrera invisible que se había levantado entre ella y el resto del mundo, una barrera que no permitiría que nadie cruzara.

Sentía una mezcla de rabia y desesperación que no sabía cómo procesar. Se sentía sucia, como si una capa invisible de impureza cubriera su piel y no pudiera desprenderse de ella. Era una sensación que iba más allá de lo físico, como si el mismo aire que la rodeaba estuviera impregnado de esa mancha que ahora llevaba consigo. Sabía que no había una forma fácil de liberarse de esta carga. El consuelo que deseaba desesperadamente no estaba disponible, porque aquellos a quienes hubiera recurrido no estaban ya en este mundo.

Lo único que deseaba en ese momento era a sus padres, el calor de sus abrazos, el consuelo que sólo ellos podrían darle. Recordaba la seguridad que sentía cuando estaba en sus brazos, como si nada pudiera dañarla, como si el mundo fuera un lugar seguro. Pero ahora lo único que le quedaba de ellos era el frío y negro lago donde descansaba su madre, y la lápida de piedra áspera de su padre, que se erguía detrás de la mansión. Aquella lápida, que parecía tan imponente y solitaria en medio del bosque, se había convertido en su único refugio.

Así que a eso se aferraba ahora, a la fría y rasposa piedra que sentía bajo sus manos. La textura de la lápida, áspera y tosca, era lo único que le brindaba una sensación de realidad, algo sólido a lo que podía aferrarse en un mundo que se sentía borroso y distante. La piedra parecía absorber su dolor, su amargura y su desesperación, como si, de alguna manera, el espíritu de su padre todavía estuviera ahí para escucharla, para ser testigo de su sufrimiento. Cerró los ojos y apoyó su cabeza en la lápida, dejando que el peso de su cuerpo cayera sobre ella, deseando que de algún modo pudiera sentir la presencia de su padre, aunque fuera sólo una ilusión.

Las lágrimas continuaban cayendo, manchando la superficie de la piedra, y V se preguntaba si alguna vez volvería a sentirse completa. No tenía respuestas, y en ese momento, la idea de sanar parecía inalcanzable, una esperanza demasiado lejana. La única certeza que tenía era la de ese vacío profundo que se había instalado en su pecho, un dolor que se entrelazaba con cada uno de sus pensamientos, volviéndose parte de ella. 

No podía borrar lo sucedido, no podía escapar de la realidad que la asfixiaba y que la mantenía atrapada en un ciclo interminable de tristeza y desesperanza.

Quería gritar, quería soltar el dolor de alguna forma, pero su voz parecía haberse quedado atrapada en su garganta, incapaz de salir. Era como si el trauma la hubiera convertido en una prisionera dentro de su propio cuerpo, sin poder encontrar una vía de escape. 

Sabía que este momento la había cambiado para siempre, que la inocencia que alguna vez tuvo ya no existía, y que una parte de ella había muerto junto con ese acontecimiento. Y sin embargo, allí estaba, aferrada a la lápida de su padre, buscando una chispa de consuelo en medio de la oscuridad.

El viento soplaba suavemente, acariciando su rostro, trayendo consigo un susurro casi inaudible. En su mente, trataba de recordar las palabras de consuelo que alguna vez su padre le había dicho en sus momentos de duda, frases de fortaleza y amor que ahora parecían más necesarias que nunca.

V sabía que no podía quedarse ahí eternamente. Sabía que en algún momento tendría que levantarse y regresar a la vida, aunque no estuviera lista para enfrentar el mundo nuevamente. Pero, por ahora, este rincón del jardín era su refugio, el único lugar donde podía sentirse cerca de sus padres y desahogar su dolor en silencio. A medida que la oscuridad se hacía más densa, se permitió derrumbarse por completo, sabiendo que al menos aquí, en la soledad de la noche, nadie la juzgaría, nadie vería su vulnerabilidad.

Con una última mirada a la lápida de su padre, V suspiró profundamente y se preparó para regresar a la mansión, sabiendo que debía recomponerse antes de volver a enfrentar a su familia.

V despertó sobresaltada, el corazón latiéndole con fuerza y las lágrimas cayendo silenciosas de sus ojos, resbalando hasta caer al suelo. Confusa y con la mente aún atrapada en su pesadilla, parpadeó varias veces, mirando a su alrededor hasta darse cuenta de que seguía colgada de cabeza del candelabro en el cuarto de N. La penumbra del lugar la envolvía, y el silencio era casi absoluto. No escuchaba más que el sonido de las suaves respiraciones en el cuarto, lo cual le hizo sentir una momentánea paz.

Sin embargo, el peso de sus emociones no tardó en arrastrarla de vuelta al abismo de dolor. Así que se permitió llorar en silencio, abrazándose a sí misma con sus alas, envolviéndose en un gesto de consuelo propio. Sabía que nadie podía entender del todo lo que sentía, que nadie podría quitarle esa pesada carga que llevaba en su interior.

¿Cuántas veces había soñado esto? ¿Cuántas veces aquel horrible recuerdo había regresado para invadir su mente y opacar momentos que alguna vez habían sido hermosos? Su memoria la traicionaba constantemente, borrando el brillo de los días felices y reemplazándolo por la oscura sombra de lo sucedido. Era una herida que parecía imposible de cerrar, que se abría una y otra vez, recordándole que no importaba cuánto intentara olvidar, el pasado siempre encontraba la forma de volver.

Pero ahora eso era lo que menos le importaba. Lo que más deseaba en ese momento era sanar de verdad, liberarse de las ataduras invisibles que parecían rodearla. Anhelaba encontrar la paz que tanto necesitaba, sentir que podía seguir adelante sin ser perseguida por esos recuerdos oscuros. Sin embargo, cada vez que intentaba dar un paso hacia la sanación, era como si algo la tuviera atrapada por el tobillo, impidiéndole avanzar. Esa sensación de estar atada a un peso invisible la desgarraba lentamente, llenándola de frustración y desesperanza.

Suspiró profundamente, sintiendo cómo el aire le llenaba los pulmones y luego escapaba en un suspiro tembloroso. Sabía que la sanación no era fácil, que era un proceso largo y doloroso. Pero, a pesar de todo, no quería renunciar. En el fondo, existía una chispa de esperanza que la impulsaba a seguir intentándolo, a no dejarse vencer. Así que, en silencio, con la tenue luz del cuarto y el calor de sus propias alas envolviéndola, V cerró los ojos de nuevo, permitiéndose un momento de tregua, con la promesa de no abandonar su camino hacia la sanación.

V ya les tenía desconfianza a los humanos, miedo incluso, recordemos que estamos hablando de 1700 aproximadamente, cuando la cacería de vampiros estaba en su mayor auge.

Pero pues mhm, después de lo que sufrió dejó de tenerles miedo y desconfianza a tenerlos odio y rencor puro

Nos vemossssss^^

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