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Capítulo 50

Nori caminaba dentro del bosque, cargando a la pequeña Uzi en sus brazos. La luz del sol se filtraba a través de las hojas, creando un hermoso mosaico de sombras y luces en el suelo cubierto de musgo. Nori iba rezando pequeñas plegarias, hablando al aire con una voz suave y melodiosa que resonaba entre los árboles. Sus palabras eran como un canto, un susurro que parecía atraer la atención de todo ser mágico que habitaba en el bosque.

Las hadas, curiosas y encantadas, comenzaron a agruparse cerca de ella. Hacía años que no veían a una bruja en su hogar, y mucho menos a una madre con su hija. Nori, con su cabello morado que brillaba como el sol y su vestido de tonos verdes que se mezclaba con la vegetación, se movía con gracia. Uzi, en su abrazo, observaba el mundo con ojos grandes y brillantes, fascinada por la magia que la rodeaba.

Las hadas danzaban alegremente alrededor de ambas, creando un espectáculo de luces y risas. Sus alas brillantes centelleaban como pequeños diamantes mientras giraban y se movían al ritmo de una música que solo ellas podían escuchar. Algunas de ellas lanzaban polvos brillantes que caían como lluvia de estrellas, envolviendo a Nori y a Uzi en un suave resplandor. La magia era palpable en el aire, y cada destello parecía tener vida propia.

—Mira, Uzi —dijo Nori, señalando a las hadas—. Ellas son los guardianes del bosque, pequeñas criaturas que cuidan de la naturaleza y de quienes tienen un corazón puro.

Uzi miraba con asombro, su rostro iluminado por la fascinación. A sus escasos tres años, había escuchado historias sobre hadas y seres mágicos, pero nunca había creído que realmente existieran. Ahora, en brazos de su madre, se sentía como si estuviera en un cuento de hadas.

Las hadas, emocionadas por la presencia de la niña, comenzaron a jugar alrededor de ellas. Un par de ellas se acercaron y, con un movimiento rápido, hicieron que Nori y Uzi levitaran unos pocos centímetros del suelo. Ambas se rieron, sintiendo la ligereza en su cuerpo, como si pudieran flotar por el aire como las hadas mismas.

—¡Mamá! —exclamó Uzi, sus ojos brillando de alegría—. ¡Volando!

—Así es, mi amor —respondió Nori, sonriendo mientras disfrutaba del momento—. Este bosque está lleno de sorpresas. Aquí, la magia es real.

Mientras continuaban su paseo, las hadas danzaban más cerca, haciendo piruetas en el aire y dejando estelas de polvo brillante. Era como si quisieran compartir su alegría y su magia con la pequeña Uzi. De vez en cuando, una de las hadas se detenía para tocar suavemente la mejilla de Uzi, dejando una pequeña chispa de magia que hacía que la niña sonriera aún más.

—Cada hadita tiene un poder especial —explicó Nori, mientras caminaban—. Algunas pueden hacer que las flores crezcan más rápido, otras pueden curar heridas, y algunas simplemente hacen que el día sea más brillante.

Uzi escuchaba atentamente, absorbiendo cada palabra de su madre. Su corazón se llenaba de felicidad y asombro. En ese momento, sentía que todo era posible, que la magia existía en cada rincón del bosque y que, con su madre a su lado, podría descubrirlo todo.

El viaje continuó, y las hadas guiaron a Nori y Uzi a través de senderos cubiertos de flores silvestres y árboles antiguos. La conexión entre madre e hija y el mundo mágico que las rodeaba era palpable, creando un lazo que trascendía el tiempo y el espacio. Era un viaje de descubrimiento, un momento que quedaría grabado en sus corazones para siempre, en un bosque donde la magia y el amor eran eternos.

Fue ahí cuando llegaron a un claro, un rincón mágico del bosque que parecía sacado de un sueño. El lugar estaba plagado de flores silvestres en una explosión de colores vibrantes: amarillos, púrpuras, rosas y azules se mezclaban en un tapiz natural que atraía la mirada y el corazón. Al centro del claro, había una roca redonda y blanca, brillante bajo la luz del sol que se filtraba a través de las hojas. La roca parecía irradiar una energía especial, como si guardara secretos ancestrales en su superficie pulida.

Nori se sintió atraída por la belleza del claro. Con una sonrisa en su rostro, se sentó frente a la roca, dejando que Uzi la tocara con curiosidad. La pequeña, con sus dedos delicados, acarició la superficie de la piedra, como si tratara de percibir la historia que contenía. Mientras tanto, Nori cerró los ojos y comenzó a realizar una plegaria, una oración a su diosa, Selene.

Nori era una fiel creyente en las diosas lunares, y había sentido una conexión especial con Selene desde que era una niña. En las noches despejadas, cuando la luna llena iluminaba el cielo, Nori solía sentarse en su ventana, mirando hacia arriba y susurrando sus secretos y deseos a la luna. Para ella, Selene no era solo una figura distante; era una madre amorosa que la guiaba y la protegía. Así que, en ese claro, rodeada por la magia del bosque y el canto de las hadas, Nori se dedicó a rezar y a cantar, dejando que su voz fluyera como un río en calma.

—Oh, Selene, diosa de la luna, —murmuró Nori, su voz era un suave murmullo entre los susurros del viento—. Te agradezco por este milagro, por Uzi, que es un regalo otorgado a mí por tu luz. Te ruego que la guíes y la protejas siempre.

Mientras Nori ofrecía su plegaria, su corazón se llenaba de gratitud. Recordó el dolor de haber perdido su primer embarazo, la profunda tristeza que había sentido cuando sus sueños se desvanecieron. Era un dolor que aún resonaba en su interior, pero también había aprendido a encontrar esperanza en medio de la pérdida. Después de aquel trágico momento, había rezado todos los días, cantando todas las noches bajo la luz de la luna, rogando por poder tener una vida nueva y hermosa junto a su hija.

Ahora, allí estaba, frente a la roca, con su pequeño ser por el que tanto había suplicado. Uzi, alegre y llena de vida, jugaba entre las flores, riendo y correteando torpemente mientras las hadas la rodeaban. Las criaturas mágicas la animaban, creando coronas y collares de flores silvestres. Sus risas resonaban como cascabeles, llenando el aire de una melodía encantadora que hacía que el corazón de Nori se hinchara de amor y alegría.

Ira, Ira, mamá, ¡soy reina de fores! —exclamó Uzi, con una corona de margaritas adornando su cabeza y un collar hecho de pequeñas violetas que brillaban bajo el sol.

Nori sonrió al ver a su hija tan feliz. La imagen de Uzi, rodeada de hadas y flores, se grabó en su mente como un recuerdo precioso. Sabía que esos momentos eran tesoros que llevaría consigo por el resto de su vida. Con ternura, Nori se acercó a Uzi y le acarició el cabello, sintiendo una conexión que iba más allá de las palabras.

—Eres la reina de mi corazón, pequeña —respondió Nori, su voz llena de amor—. Siempre serás mi milagro, mi luz en la oscuridad.

El claro se llenó de risas y alegría, mientras las hadas continuaban su danza, añadiendo más flores a la corona de Uzi. Con cada rayo de sol que atravesaba las copas de los árboles, parecía que el bosque entero celebraba la vida de la niña. Nori, llena de gratitud, supo que estaba en el lugar correcto, en el momento perfecto, rodeada por la magia de la naturaleza y el amor que compartía con su hija.

Con el tiempo, el claro se convirtió en un refugio sagrado para ambas. Volverían una y otra vez, en busca de consuelo, alegría y conexión con lo divino. Cada visita se convertiría en una celebración de la vida, un recordatorio de que incluso en medio de las adversidades, había siempre espacio para la esperanza, el amor y la magia.

Nori se despertó de repente al sentir algo caer sobre su pecho, sacándole el aire de los pulmones. Abrió los ojos con rapidez, sorprendida por la sensación de peso que la mantenía en la cama. Ante su vista, la enorme figura de su gata, Lika, estaba sentada sobre ella, con su pelaje suave y brillante. La felina la miraba fijamente, sus ojos verdes resplandecían como esmeraldas en medio de la penumbra. Esa luz lunar que se colaba a través de la ventana parecía realzar aún más la intensidad de su mirada, como si los mismos destellos de la luna se reflejaran en su iris.

—¿La encontraste? —preguntó Nori con una voz entrecortada, referenciando a su hija, Uzi. Cada palabra estaba cargada de desesperación y anhelo. Haría lo que fuera por encontrarla, por traerla de vuelta a casa, incluso si eso significaba sacrificar su propia vida y su energía vital. La preocupación y el amor por su hija llenaban su corazón, y Nori sintió que su pecho se apretaba al pensar en ella.

La gata, como si entendiera la profundidad de la pregunta de su ama, asintió con la cabeza de manera solemnemente significativa. Era un gesto que llenaba a Nori de esperanza, aunque la incertidumbre continuaba acechando en su mente.

—¿Está bien? —preguntó Nori nuevamente, sintiendo que su corazón latía con más fuerza. La angustia se apoderaba de ella, y la necesidad de saber que Uzi estaba a salvo era abrumadora.

En respuesta, Lika acercó su frente a la de Nori. En ese instante, Nori sintió un extraño cosquilleo recorrer su cuerpo. Era como si un hilo invisible las conectara, un vínculo mágico que trascendía la realidad. Mientras Lika estaba en contacto con ella, Nori se sumergió en una visión que la envolvía. La habitación se desvaneció y, en su lugar, apareció la escena que la gata había presenciado.

Vio a Uzi en la misma biblioteca de la última visión que Lika le había mostrado. El aire estaba impregnado de un aroma a papel viejo y a misterio. Los altos estantes de la biblioteca estaban llenos de libros antiguos, sus lomos desgastados y polvorientos, con títulos que hablaban de secretos olvidados y conocimientos perdidos. La luz de las velas parpadeaba suavemente, proyectando sombras que danzaban por las paredes, creando un ambiente casi mágico.

En el centro de la habitación, el chico albino estaba sentado en un sillón de terciopelo desgastado, que parecía haber visto mejores días. Su rostro era sereno, pero había una intensidad en su mirada, como si estuviera absorto en sus propios pensamientos. Uzi, por otro lado, estaba sentada frente a él, con su cabello cayendo en cascada sobre sus hombros, su expresión era de concentración profunda, como si estuviera intentando descifrar un enigma complicado.

—317 —dijo Uzi con firmeza, y Nori sintió un pequeño destello de orgullo al escuchar la determinación en su voz.

El chico albino asintió con la cabeza, como si estuviera dándole la razón a Uzi. Ella continuó, su voz resonando en el silencio de la biblioteca.

—Golden Retriever —dijo Uzi, su rostro iluminado por la emoción del descubrimiento. La conexión entre ellos parecía palpable, y Nori se preguntó si había algo más entre ellos que simple curiosidad.

El vampiro volvió a asentir, y el ambiente se tornó más denso, como si la tensión de la conversación aumentara. La biblioteca, con su aura mística, estaba llena de secretos, pero Nori no podía evitar preocuparse. La cercanía entre Uzi y el chico la inquietaba, y su corazón se llenaba de dudas.

—Chocolate —continuó Uzi, su entusiasmo evidente.

Nori se sintió un poco más relajada, sonriendo al escuchar la respuesta de su hija. La risa espontánea que surgió de su interior se desvaneció rápidamente cuando Uzi pronunció la siguiente palabra.

—Sangre —dijo Uzi, y Nori sintió cómo una oleada de preocupación la envolvía.

—No puedes culparme, tengo hambre —respondió el chico, abriendo los ojos de forma repentina, como si acabara de salir de un profundo sueño. Acunó el rostro de Uzi en sus manos, y Nori sintió un escalofrío recorrer su espalda al ver esa cercanía. Era un gesto que despertaba en ella una mezcla de sentimientos: miedo, protectora, pero también curiosidad.

Uzi se sonrojó, y en un instante de sorpresa, apartó la cara con un suave empujón. En un destello morado, Uzi desapareció de la biblioteca, y Nori sintió cómo su corazón se detenía un momento, llena de incertidumbre. Pero en un abrir y cerrar de ojos, Uzi volvió a aparecer sobre la espalda del chico, sonriendo y riendo.

—¡Atrapado! —gritó Uzi, su voz llena de alegría y diversión. Nori observaba desde su lugar en el espacio, sintiendo cómo la calidez de la risa de su hija llenaba la escena, y al mismo tiempo, una sombra de preocupación se cernía sobre su corazón.

La biblioteca parecía cobrar vida a su alrededor. Los libros, las velas, los estantes altos: todo parecía estar en armonía con la energía de Uzi. La forma en que se movía, su risa, su alegría; todo era contagioso. Nori, aunque solo observadora, sentía que la felicidad de su hija era una luz que iluminaba incluso los rincones más oscuros de su mente.

La escena se desarrollaba con una fluidez mágica. Uzi giraba sobre la espalda del chico, riendo, y Nori podía ver el brillo de su piel iluminada por la luz suave de las velas. El chico albino, aunque tenía una apariencia seria, no podía evitar sonreír ante las travesuras de Uzi. Era un intercambio entre dos jóvenes que parecían compartir un vínculo especial, y Nori no podía evitar preguntarse qué más había entre ellos.

Mientras tanto, el ambiente de la biblioteca estaba lleno de murmullos. Las sombras danzaban, y los libros, con su presencia enigmática, parecían observar con curiosidad. Era como si la misma biblioteca estuviera viva, respirando en sincronía con la alegría de Uzi.

Nori se sintió atrapada en un mar de emociones. Deseaba estar allí con su hija, deseaba que Uzi estuviera a salvo, que conociera solo la alegría y la luz. Pero la realidad era que la magia y los peligros del mundo la rodeaban. No podía intervenir, no podía cambiar el curso de los acontecimientos, solo podía observar, y eso la llenaba de impotencia.

La visión comenzó a desvanecerse lentamente, pero antes de que Nori pudiera entender lo que estaba sucediendo, el chico albino volvió a mirarla. Sus ojos, aunque fríos y serenos, parecían transmitir un mensaje. Era como si pudiera sentir la preocupación de Nori, aunque ella no podía interactuar con él. La conexión entre ellos era extraña; él no sabía quién era, pero había una comprensión implícita en el aire.

Mientras la escena se desvanecía por completo, Nori sintió que el espacio a su alrededor se contraía. Era un recordatorio de que, aunque no podía estar presente, siempre tendría un lazo con Uzi, una conexión que iba más allá de lo físico. Era un hilo de amor que nunca podría romperse, no importaba la distancia o el peligro.

Finalmente, la visión se desvaneció por completo, y Nori se encontró de nuevo en su habitación, con Lika a su lado, que la miraba con esos ojos verdes tan profundos y misteriosos. A pesar de que había presenciado momentos felices de Uzi, la inquietud seguía presente en su pecho. Sabía que debía permanecer fuerte y vigilante, que su amor por su hija era la única luz en medio de la oscuridad.

- ¿Pasa algo? -dijo Uzi, mirando a N con una mezcla de curiosidad y preocupación en sus ojos. Su voz era suave, como el murmullo del viento entre los árboles, y estaba acompañada por una ligera inclinación de cabeza que reflejaba su interés genuino por el bienestar del chico. Era un momento de vulnerabilidad compartida; el aire estaba impregnado de un leve aroma a libros antiguos y madera pulida, lo que creaba un ambiente de calidez y familiaridad.

El chico sacudió su cabeza, tratando de ocultar la confusión que se agolpaba en su mente.

- No, no, sólo me pareció ver un gato -dijo, volviendo a mirar hacia arriba, donde las estanterías de la biblioteca se alzaban como monumentos de sabiduría acumulada. La luz suave que se filtraba a través de las ventanas iluminaba motas de polvo que danzaban en el aire, y el silencio era casi palpable, interrumpido solo por el leve crujir de los libros al moverse.

Uzi arqueó una ceja, una expresión que combinaba escepticismo y diversión, reflejando su carácter juguetón.

- Estás alucinando -replicó, una sonrisa juguetona curvando sus labios. Su tono era ligero, pero había una chispa de preocupación en su mirada; la falta de comida siempre lo ponía un poco irritable.

- Sip, la falta de comida va a matarme... -murmuró N, dejando escapar un pequeño gruñido que resonó en el silencio de la biblioteca. Se rascó la nuca, una acción que delataba su incomodidad, antes de estirarse y desperezarse, como si intentara sacudirse el letargo que había empezado a apoderarse de él. La luz de la tarde brillaba sobre él, acentuando la palidez de su piel y el brillo de sus ojos, que parecían resplandecer con un destello enigmático.

Uzi, con una energía renovada, cayó al sillón con un movimiento despreocupado, como si estuviera dejando atrás todas las preocupaciones del mundo. La acción la llenó de un impulso juguetón, y no le molestó en absoluto. Al contrario, aprovechó el momento para atacar al vampiro, haciéndole cosquillas en el estómago.

N de inmediato se retorció sobre sí mismo, intentando contener la risa que se agolpaba en su pecho como una burbuja a punto de estallar. Su risa era contagiosa, llenando el aire con un sonido ligero que resonaba entre los estantes. En un instante, el ambiente se llenó de una ligereza que contrastaba con la pesadez de la tarde.

N de inmediato se retorció sobre sí mismo, intentando aguantar la risa que amenazaba con escapar de sus labios. Su mirada traviesa no podía evitar dirigirse hacia Uzi, quien estaba sentada en el sillón, con una expresión de diversión en su rostro. Sin pensarlo dos veces, se giró lo suficiente y comenzó a hacerle cosquillas en el estómago a Uzi, provocando que ella se retorciera y riera sin parar.

Las risas llenaron la habitación, creando un ambiente de alegría contagiosa. Finalmente, la fuerza de la risa y la diversión los llevó a ambos a caer al suelo, con N aterrizando sobre Uzi. El contacto y la cercanía hicieron que sus corazones latieran más rápido, llenando el aire de una electricidad palpable.

- ¡Eres un idiota! -dijo Uzi, riéndose, la alegría brillando en sus ojos como pequeñas estrellas. La risa llenó la habitación, envolviéndolos en una burbuja de felicidad que los mantenía a salvo de cualquier preocupación externa.

- Probablemente -respondió N con una sonrisa amplia, pero su mirada se tornó más seria a medida que se acercaba lentamente a Uzi. La tensión entre ellos era palpable, como una cuerda tirante a punto de romperse. Se acercó, su corazón latiendo con fuerza en su pecho, y miró sus labios un segundo, un pensamiento fugaz que lo hizo sentir como si el tiempo se hubiera detenido.

Alejando esos pensamientos de su mente, N vio la expresión en los ojos de Uzi. Estaba completamente sonrojada, sus mejillas encendidas como si llevara el fuego de un atardecer dentro de ella. Lo miraba con un brillo de expectativa en sus ojos, como si esperara que él hiciera el primer movimiento. Ella también echó una mirada fugaz a los labios del chico, un acto que envió un escalofrío por la espina dorsal de N.

Ambos podían sentir sus corazones acelerados, una sinfonía de pulsos que resonaban en sus oídos, y juraban que incluso podían escuchar el latido del otro. Era como si el mundo a su alrededor hubiera desaparecido, dejando solo el instante compartido entre ellos.

N tomó una bocanada de aire, la sensación de su pecho expandiéndose era casi eléctrica. No se permitió pensar demasiado en lo que estaba a punto de hacer; simplemente se lanzó hacia ello. Cerró la distancia que quedaba entre ellos, presionando sus labios contra los de la chica. En un principio, Uzi se quedó completamente de piedra, sorprendida por la audacia de N. Pero pronto se derritió al beso, sus manos comenzando a recorrer el cabello de N, sintiendo la suavidad de las hebras blancas y esponjosas entre sus dedos. Era como tocar un pedazo de nubes, y se perdió en la sensación.

El mundo exterior se desvaneció por completo. En ese instante, nada importaba más que ellos dos. N sintió cómo su cuerpo se relajaba, como si cada preocupación, cada miedo, se evaporara en el aire. El beso se sentía como una declaración, un susurro de promesas no pronunciadas. Uzi, al principio insegura, encontró confianza en ese momento, y su cuerpo comenzó a responder a él, uniendo sus mundos de manera que nunca había imaginado posible.

Se separaron un segundo, mirándose a los ojos, y fue como si salieran de un trance. N se levantó, un enorme sonrojo tiñendo sus mejillas, haciéndolo ver como un tomate maduro. Uzi, aún aturdida, gruñía y refunfuñaba mientras abrazaba sus piernas contra su pecho. Había un aire de inocencia y descubrimiento entre ellos, algo que nunca había estado presente antes, pero que ahora parecía innegable.

La risa de Uzi rompió el silencio nuevamente, un sonido suave que llenó la habitación de calidez y alegría. N sintió que su corazón se aceleraba una vez más, no por el beso, sino por la certeza de que había un futuro esperándolos, lleno de momentos como aquel. La tensión se disipó lentamente, dejando solo un sentimiento de ligereza, como si las preocupaciones que antes los rodeaban hubieran sido borradas.

Uzi, todavía sonrojada, miró a N con un destello de travesura en sus ojos, como si estuviera planeando su próximo movimiento. La biblioteca, con sus estantes llenos de historias y susurros antiguos, parecía estar viva a su alrededor, como si cada libro contara su propia historia de amor y aventura. Era un lugar mágico, donde el tiempo se detenía y las realidades se entrelazaban, y ellos, en su pequeña burbuja de felicidad, eran los protagonistas de su propia narrativa.

N sintió una oleada de confianza y determinación; estaba decidido a descubrir lo que significaba este nuevo vínculo entre ellos. Sin embargo, había un ligero retazo de incertidumbre, un hilo que lo mantenía alerta. A pesar de que se habían besado y compartido un momento tan íntimo, la complejidad de sus sentimientos lo abrumaba. Pero al mirar a Uzi, entendió que no estaba solo en esto. Ella también estaba explorando este nuevo territorio emocional, y juntos podrían navegar por él.

El brillo de la luz de la luna se filtraba a través de las ventanas, creando un ambiente casi etéreo en la biblioteca. Era un recordatorio de que, incluso en la quietud de la noche, había magia en el aire. Y mientras ambos jóvenes se recuperaban de su primer beso, el mundo a su alrededor parecía alinearse con sus sentimientos, como si cada estrella en el cielo estuviera celebrando su unión y el inicio de una nueva historia.

Sin más palabras, N y Uzi se miraron, y en ese instante, supieron que lo que compartían era solo el principio de una aventura aún más grande, un viaje que los llevaría a descubrirse a sí mismos y a lo que significaba estar juntos.

Pero la tarea bien gracias...

Holaaaaaa

1. Cambie varias cosas de esta historia, tanto en trama como el la línea temporal, pero creo que les va a gustar

2. Ya no sé que tan larga sería esta cosa... porque sigo pensando en nuevas formas de mostrarles más sobre este mundo y su historia y personajes que sigo agregando capítulos sacados de sepa donde JAJA

3. Tengo que reorganizar mi libreta con ideas porque ya no sé entiende nada

4. Chauuuu los tkm ^^

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