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Capítulo 46

Era temprano por la mañana, y el sol apenas asomaba entre las cortinas, tiñendo la habitación con una luz tenue y anaranjada. Una chica de cabello morado, que muchos pensaban que estaba teñido (aunque realmente ese fuese su tono natural) con ese tono rebelde que marcaba su personalidad, se levantaba con pesadez, aún somnolienta. Al estirarse, su cuerpo crujía y un suspiro de alivio escapaba de sus labios. Mientras alzaba los brazos hacia el techo, un gruñido casi involuntario salió de su garganta, y en ese momento, como si hubiera despertado una pequeña chispa de magia dormida en su interior, su despertador, que apenas había sonado un segundo antes, salió disparado hacia la pared con una fuerza sorprendente. El aparato se hizo añicos, dejando pequeñas piezas de plástico y engranajes regados por el suelo.

—Genial... el quinto de esta semana —murmuró Nori, su voz cargada de frustración y resignación. La semana apenas iba por la mitad y ya había tenido que deshacerse de cuatro despertadores anteriores. Estos pequeños accidentes mágicos eran algo a lo que había empezado a acostumbrarse, aunque eso no hacía que fueran menos molestos. A veces, parecía que su magia reaccionaba a sus emociones sin que ella pudiera controlarla del todo.

Se levantó de la cama de un solo impulso, su cuerpo moviéndose con la agilidad de alguien acostumbrada a hacerlo todo de prisa. Mientras se dirigía hacia la pared, su mano rozó los carteles de bandas de rock que cubrían casi por completo el espacio. Bandas como "The Killers", "Metallica", y hasta algunos de "Evanescence" decoraban el lugar, reflejando sus gustos musicales. La música era su refugio, una especie de salvavidas que la ayudaba a desconectar del caos interno y externo que sentía a menudo.

Nori gruñó de nuevo, un hábito que parecía surgir con cada movimiento mañanero, y se dirigió hacia el pequeño tocador que ocupaba un rincón de la habitación. El espejo mostraba su rostro todavía algo adormilado, los ojos ligeramente hinchados y con el maquillaje de la noche anterior aún sin retirar del todo, lo que le daba una apariencia un tanto desaliñada. No le importaba mucho su aspecto en las mañanas, ya que su prioridad principal era simplemente estar lo suficientemente despierta para enfrentar el día. Abrió uno de los cajones y sacó una camiseta gris, ancha y cómoda, la primera que encontró. No era de las que se preocupaban demasiado por la moda o lo que otros pudieran pensar de su apariencia, prefería la comodidad sobre todo lo demás. Se la puso rápidamente y luego buscó unos pantalones que combinaran, aunque a esa hora cualquier prenda serviría. Optó por unos jeans desgastados que estaban colgados de una silla cercana. No eran exactamente los más nuevos, pero le daban esa vibra grunge que tanto le gustaba.

Ató su largo cabello morado en una coleta que caía hacia un lado, el flequillo rozando ligeramente su frente, y mientras lo hacía, se escuchó un suave maullido desde el otro lado de la habitación. Era su gata, una hermosa felina de pelaje negro, con patitas blancas que parecían pequeños calcetines. La gata la observaba con esos ojos verdes penetrantes, como si estuviera impaciente por recibir atención o, más probablemente, por el desayuno.

Nori sonrió al verla. Su gata era su compañera constante, un pequeño consuelo en las mañanas caóticas. Se acercó para acariciarla suavemente detrás de las orejas, haciendo que la gata ronroneara con satisfacción. Era un pequeño momento de paz antes de que comenzara el caos cotidiano. Sabía que en cualquier momento, la voz de su madre resonaría por toda la casa, exigiendo que ella y su hermana bajaran para desayunar.

—¡Nori! ¡Yeva! —La voz fuerte y autoritaria de su madre rompió el silencio matutino, exactamente como Nori había anticipado. Su madre era una mujer práctica y directa, siempre pendiente de que sus hijas cumplieran con sus responsabilidades. El desayuno era sagrado, y no había excusas para faltar a la comida más importante del día.

—¡Ya voy! —respondió Nori, levantando la voz lo suficiente como para que su madre la escuchara desde la cocina. Segundos después, escuchó una respuesta similar proveniente de la habitación de al lado, donde su hermana, Yeva, también comenzaba a moverse perezosamente. Las mañanas en casa eran siempre iguales, como si cada día fuera una repetición del anterior.

Nori caminó hacia la puerta de su habitación con pasos pesados, aún sin demasiadas ganas de afrontar el día que le esperaba. La escuela no era su lugar favorito, más bien lo veía como una obligación tediosa. A veces sentía que no encajaba allí, como si estuviera en una constante lucha por encontrar su lugar. Las normas sociales, los grupos populares y el comportamiento esperado de una adolescente a menudo la hacían sentir atrapada en una especie de jaula invisible.

Mientras descendía las escaleras, el olor a pan tostado y huevos revueltos invadía sus sentidos. Su madre siempre preparaba el desayuno antes de que ellas bajaran, y aunque a veces el ambiente en casa podía ser tenso, esos pequeños momentos de rutina familiar le daban algo de estabilidad en medio del torbellino que era su vida. A medida que se acercaba a la cocina, podía escuchar a su hermana Yeva tararear una melodía. Yeva era todo lo contrario a Nori: siempre alegre, con una energía inagotable y una sonrisa que parecía iluminar cualquier habitación. Mientras que Nori prefería la oscuridad y los tonos apagados, Yeva vestía colores brillantes y alegres, y parecía no tener ningún problema con seguir las reglas establecidas.

—¿Otro despertador? —preguntó Yeva con una sonrisa burlona al verla entrar a la cocina, refiriéndose al sonido del aparato roto que había oído minutos antes.

—Sí, el último de la semana... —respondió Nori, medio en broma, medio en serio, mientras se dejaba caer en una silla frente a la mesa. Aunque había rivalidad entre ellas, en el fondo ambas hermanas se querían y comprendían más de lo que a veces estaban dispuestas a admitir.

El desayuno transcurrió como cualquier otro día, con la radio sonando de fondo, emitiendo las últimas noticias y canciones populares de la época, mientras su madre daba las instrucciones del día. Aunque la década de los 90 traía consigo nuevas modas y tendencias, para Nori, todo seguía siendo igual. Su vida era una mezcla de pequeñas rebeldías, magia incontrolada y la eterna búsqueda de algo más, algo que todavía no podía definir, pero que sabía que estaba allí, esperándola, en algún lugar más allá de las paredes de su habitación.

Nori masticaba su pan tostado lentamente, casi sin ganas, como si el simple acto de comer fuera una tarea pesada. De vez en cuando, levantaba la vista y observaba de reojo a su hermana, Yeva. El cabello de Yeva era corto y de un tono azul oscuro, muy similar al que llevaba su padre. Su piel era clara, casi pálida, otro rasgo heredado de su progenitor. Nori, en cambio, tenía la piel morena, una clara señal de que había tomado más de su madre.

Era curioso observar las diferencias entre ellas. Yeva era, sin lugar a dudas, una copia idéntica de su padre, no solo en apariencia, sino también en personalidad. Sus ojos rojos brillaban con la misma intensidad que los de él, algo que siempre le había llamado la atención a Nori. Era como si cada vez que miraba a su hermana, estuviera mirando una versión más joven de su padre. Nori, en cambio, era todo lo contrario. Ella se parecía mucho a su madre, tanto en lo físico como en su carácter más reservado. No podía evitar sentir que su hermana y ella venían de mundos distintos, aunque compartieran la misma casa y los mismos padres.

Desde su lugar en la mesa, Nori podía ver a su madre en la cocina, siempre ocupada, siempre haciendo mil cosas al mismo tiempo. Había una coreografía mágica que envolvía a su madre cada mañana: los platos flotaban en el fregadero, lavándose solos con pequeños destellos de magia, mientras que en la estufa, una olla se removía de forma automática. Era como si las tareas domésticas estuvieran tan sincronizadas con la magia de su madre que todo se hacía solo. En la sala, la escoba barría el suelo con movimientos suaves, y en el sofá, una bufanda, o quizá un suéter, se tejía a sí mismo, los hilos moviéndose como por arte de magia.

Nori observaba todo esto sin sorpresa. Ya estaba acostumbrada al espectáculo matutino de su madre controlando todo a la vez, como si fuera una orquesta que ella dirigía sin esfuerzo. Para Nori, esto formaba parte de su rutina diaria, pero no podía evitar pensar en la diferencia entre su vida y la de sus compañeros de escuela, quienes seguramente no experimentaban algo similar al despertarse cada mañana.

Mientras masticaba otro pedazo de pan, pensó en los contrastes que definían a su familia. Ella, con su apariencia y actitud melancólica, frecuentemente llamada "emo" o "apática" por otros, solía preferir mantenerse al margen. Su hermana, en cambio, era una explosión de colores y estilos; una mezcla extraña entre el estilo "scene" y el de una preppy girl. Si Nori era oscuridad y silencio, Yeva era luz y energía. Esa dualidad entre ambas siempre había sido evidente, desde pequeñas.

Nori no podía negar que a veces la envidiaba, aunque solo fuera un poco. Yeva siempre parecía encajar, tenía un carisma natural que la hacía destacar entre sus amigos, y su apariencia vibrante hacía que nunca pasara desapercibida. Nori, en cambio, prefería la soledad y evitaba el protagonismo, lo que hacía que pareciera distante, incluso fría, ante los demás. Esa brecha entre ellas parecía crecer cada día, pero era algo que ya había aprendido a aceptar.

A lo lejos, Nori escuchó pasos que bajaban las escaleras. Su corazón se aceleró un poco, anticipando la inevitable llegada de su padre. Sabía que no faltaba mucho para que él se uniera al desayuno, y ese era un encuentro que prefería evitar. No es que hubiera un conflicto abierto entre ellos, pero la relación era tensa, llena de silencios incómodos y palabras que a veces no se decían. A esas horas de la mañana, Nori no tenía la energía para lidiar con él.

Así que, como todos los días, prefirió apresurarse. Bebió el último sorbo de su jugo y dejó el plato en la mesa, levantándose con rapidez. No quería enfrentarse a ninguna charla innecesaria ni a los interrogatorios habituales de su padre sobre sus planes del día o sus estudios. La escuela, por mucho que la aburriera, se había convertido en su refugio, un lugar donde podía evitar esos encuentros familiares que, aunque breves, la incomodaban.

—Me voy —dijo en voz baja, lo suficientemente fuerte como para que su madre la escuchara desde la cocina, pero no tan alto como para llamar la atención de su padre, que probablemente ya estaba cerca.

Con un último vistazo a su hermana, que seguía comiendo despreocupadamente, Nori salió de la casa, cerrando la puerta tras de sí.

Salió de casa mientras que la voz de su padre sonaba adentró llamando a "Larissa", nombre de su madre, y por un momentó pensó en los retrados de ellos dos por la casa, donde Iván, su padre, abrazaba a su madre con cariño; esas epócas que ella y yeva nunca habían llegado a ver.

Su madre es una mujer de estatura baja, siendo un poco más baja que sus hijas, regodeta, con el cabello morado corto, y unos ojos del mismo color y con una preciosa tez morena oscura; mientras que su padre es un hombre esbelto, de piel palida, ojos rojos brillantes y cabello azul oscuro casi azabache.

Subió en su bicicleta aún pensando en aquellas fotos de ellos juntos, en la foto de su boda que estaba puesta sobre la chimenea, y  aveces pensaba en sí ella encontraría a alguien así, ya que bueno, aunque no lo quiciera admitir quería algún día estar cocinando en una casa cálida, con su marido en el sofá y un pequeño niño o niña corriendo a abrazarle las piernas, pero algo en ella la hacía sentir que eso no pasaría.

Salió de casa justo cuando la voz profunda de su padre, Iván, resonó desde el interior, llamando a su madre: "¡Larissa!". El sonido de su nombre flotaba en el aire, y por un momento, Nori se quedó inmóvil, como atrapada en una sensación extraña. La mención de su madre la hizo pensar en los retratos que colgaban por toda la casa. Retratos que mostraban a Iván y Larissa en sus años más jóvenes, sonriendo, felices, con una calidez que sus hijas nunca llegaron a presenciar. Eran imágenes de una época que para ella y Yeva solo existía en fotografías, como un recuerdo ajeno.

En esas fotos, Iván siempre aparecía abrazando a Larissa con cariño, su expresión serena y protectora. Había algo reconfortante en esas imágenes, algo que contrastaba con la realidad que vivían ahora. A veces, Nori se preguntaba si realmente era la misma pareja que conocía ahora, o si el tiempo y las responsabilidades habían apagado esa chispa de felicidad que se veía tan claramente en sus rostros.


Su madre, Larissa, era una mujer de estatura baja, incluso un poco más baja que Nori y su hermana Yeva. Tenía una figura regordeta, pero eso solo la hacía parecer más acogedora, como alguien cuya presencia llenaba la casa de calidez. Su cabello, de un tono morado con pequeños mechones blancos que habían ido apareciendo con la edad, era corto y siempre estaba bien peinado. Los ojos de Larissa, del mismo color que su cabello, brillaban con una intensidad especial, algo mágico que siempre parecía estar presente en ella. Y su piel, de un tono moreno oscuro y precioso, contrastaba con la palidez de Iván, lo que hacía aún más evidente la mezcla única que sus hijas habían heredado.


Iván, por otro lado, era esbelto y alto, con una piel pálida que destacaba en cualquier lugar al que fuera. Sus ojos rojos brillantes eran lo más notable de su apariencia, unos ojos que Yeva había heredado casi por completo. Su cabello azul oscuro, casi azabache, siempre estaba perfectamente peinado, dándole un aire elegante, pero distante. A veces, Nori sentía que su padre era inalcanzable, como si siempre estuviera en su propio mundo, lejos del bullicio familiar. Era un hombre serio, pero las fotos que Nori veía por la casa mostraban una versión diferente de él, una que parecía más abierta, más dispuesto a mostrar su afecto.


Con esos pensamientos en mente, Nori subió a su bicicleta, el metal frío del manillar en sus manos la ayudó a despejarse un poco. Mientras pedaleaba, su mente volvía una y otra vez a aquellas fotos, especialmente a la imagen de la boda de sus padres que estaba sobre la chimenea. Esa foto era un recordatorio constante de un amor que ella nunca había visto manifestarse de la misma manera en la vida real. En la imagen, su madre llevaba un vestido sencillo, pero hermoso, y su padre la miraba como si fuera el centro de su universo.A veces, Nori se preguntaba si alguna vez encontraría algo así. Aunque le costaba admitirlo, una parte de ella anhelaba un futuro similar. A pesar de su fachada de chica solitaria y distante, había una pequeña esperanza en su interior de que, algún día, podría tener una vida cálida, con un hogar lleno de amor. Se imaginaba a sí misma en una casa acogedora, cocinando en la cocina mientras su esposo descansaba en el sofá. Incluso se permitía soñar con la idea de un niño o una niña corriendo por la sala, riendo y abrazándola con fuerza.Pero algo en ella, un sentimiento profundo y oscuro, le hacía pensar que tal vez eso no sucedería. Quizás estaba destinada a seguir un camino diferente, uno más solitario. A veces, sentía que el tipo de felicidad que sus padres parecían haber tenido en el pasado simplemente no estaba hecho para ella. Pedaleaba más rápido, intentando dejar esos pensamientos atrás, pero no podía evitar que volvieran una y otra vez. Era una batalla interna constante, entre lo que deseaba y lo que creía que era posible para ella.Mientras se alejaba más de su casa, el aire fresco de la mañana golpeaba su rostro, despejando un poco la melancolía que la envolvía. No podía evitar preguntarse si, en algún rincón del mundo, había alguien que la estaba esperando, alguien que pudiera entenderla y, quizá, amar esa parte de ella que ni siquiera ella comprendía del todo.


—¡Cuidado! —La advertencia resonó en el aire justo cuando Nori frenó bruscamente, el sonido de las ruedas de su bicicleta chirriando contra el pavimento. Su corazón latía acelerado por el sobresalto, y tardó un segundo en darse cuenta de quién había saltado a un lado para evitar ser arrollado. Era un chico de su clase, alguien a quien había visto solo un par de veces en los pasillos.

El chico tenía la piel clara, casi translúcida bajo la luz suave de la mañana, y unos ojos azules que parecían deslizarse entre el gris y el blanco, como si pudieran perderse en la neblina que cubría el día. Su bigote, apenas visible, era un intento juvenil de parecer mayor, pero aún no lo suficientemente poblado para lograrlo del todo. Llevaba una camisa blanca, metida desordenadamente en unos jeans que parecían nuevos, y su cabello, ligeramente despeinado, le daba un aire relajado. Nori lo reconoció de inmediato: Khan.

—Perdón, Khan... —murmuró Nori mientras volvía a pedalear con lentitud, intentando retomar el ritmo después del susto. La idea era seguir adelante, olvidar el pequeño incidente y llegar a la escuela sin más distracciones. Sin embargo, para su sorpresa, Khan no se apartó ni se fue. En lugar de eso, empezó a caminar junto a ella, su mochila roja colgando del hombro de manera despreocupada.

El viento frío de la mañana soplaba suavemente, haciendo que los árboles cercanos susurraran y las hojas cayeran al suelo en lentas espirales. El cielo gris parecía reflejar el estado de ánimo de Nori: algo distante, casi inalcanzable. Pero Khan rompió el silencio, su tono amistoso, como si fueran viejos conocidos, desconcertando un poco a Nori.

—Ya casi viene el baile —comentó con una naturalidad que la descolocó, como si fueran amigos de toda la vida, como si esa conversación fuera algo que hubieran tenido mil veces antes.

Nori lo miró de reojo, sin saber muy bien cómo responder. Los bailes no eran su cosa. Nunca lo habían sido. A menudo se sentía fuera de lugar en esos eventos sociales, rodeada de luces y música alta, con gente que parecía disfrutar de lo que para ella era solo una molestia más. Era una escena donde ella siempre se sentía como una espectadora, alguien que nunca encajaba del todo.

—¿Ajá? —fue lo único que consiguió responder, manteniendo su mirada fija en el camino delante de ella. Pedaleaba de manera mecánica, intentando evitar cualquier tipo de conversación incómoda.

Pero Khan no se desanimó. Había algo en su manera de ser, algo persistente pero no molesto, que lo hacía continuar con la charla, como si no le importara la aparente indiferencia de Nori.

—¿Vas a ir? —preguntó con un tono casual, pero con una curiosidad latente en su voz.

Nori frunció ligeramente el ceño, pensando en cómo responder. Claro, podía ir al baile si quería, pero eso no significaba que realmente deseara hacerlo. A veces era más fácil simplemente seguir la corriente y hacer lo que los demás esperaban de ti, aunque en el fondo no te importara en lo más mínimo. Pero antes de que pudiera darle una respuesta definitiva, Khan lanzó otra pregunta que la hizo detenerse por completo.

—¿Ya tienes pareja para el baile? —La pregunta salió de sus labios con una mezcla de audacia e inocencia, y de inmediato sintió que el aire entre ellos se volvía más denso, más cargado.

Nori frenó en seco, sus pies tocando el suelo y su bicicleta quedando quieta a pocos metros de la entrada de la escuela. El ambiente a su alrededor parecía haberse detenido también, como si incluso el viento hubiera dejado de soplar, esperando su respuesta.

Khan, por su parte, no parecía afectado por el silencio repentino. Seguía caminando junto a ella, su mochila roja aún balanceándose al ritmo de sus pasos tranquilos, como si la situación no fuera extraña en absoluto. Había una calma en él que Nori encontraba desconcertante.

—No —respondió finalmente, con un tono que intentaba ser casual, aunque en su interior se sentía un poco incómoda. No estaba acostumbrada a este tipo de conversaciones, y mucho menos a que alguien como Khan, un chico con el que apenas había intercambiado palabras, le hiciera una pregunta tan personal. Después de todo, no era común que alguien se interesara en si ella tenía pareja para un evento tan social como el baile.

Khan asintió con la cabeza, como si la respuesta no lo sorprendiera ni lo afectara. Nori no podía descifrar si había alguna intención detrás de sus preguntas o si simplemente estaba siendo amigable, intentando entablar una conversación en medio de la rutina escolar. El murmullo lejano de otros estudiantes llegando a la escuela llenaba el aire, y la distancia entre ellos y la entrada se acortaba lentamente. Ella continuó pedaleando, esta vez más despacio, como si estuviera esperando algo más de Khan, aunque no supiera exactamente qué.

El sol, aún bajo en el horizonte, comenzaba a asomarse tímidamente entre las nubes, creando destellos de luz que iluminaban su camino hacia la escuela. Khan no dijo nada más, pero la sensación de que algo quedaba en el aire entre ellos persistía, flotando como las hojas que caían suavemente a su alrededor.

Nori estacionó su bicicleta en la entrada de la escuela, asegurándose de encadenarla firmemente a la reja. Guardó la llave del candado en su bolsillo, sintiendo el pequeño peso de metal contra su muslo. Luego, se inclinó hacia la canastilla y sacó sus libros, junto con su walkman y dos discos para el día: uno de The Killers y otro de Evanescence. El sonido del metal chocando mientras sacaba sus cosas le resultó tranquilizador, como una pequeña rutina que la mantenía anclada.

—Así que eres fan de The Killers —dijo Khan, mirando su walkman con interés. Su voz sonó ligera, como si fuera un comentario cualquiera, pero Nori notó un brillo en sus ojos.

Ella asintió con la cabeza, una sonrisa tímida asomándose en su rostro. La música siempre había sido su refugio, y compartir eso con alguien más, incluso con un chico como Khan, la llenaba de una pequeña alegría.

—¿Te gustaría escuchar mi mezcla de The Killers? —preguntó Khan, sacando su propio walkman de su mochila. Ella observó cómo lo abría, revelando una cinta que tenía una etiqueta escrita a mano que decía "The Killers Mix.09".

—Vaya, eso suena interesante —respondió Nori, sintiendo que un pequeño hilo de conexión se tejía entre ellos. Se le ocurrió que tal vez esa sería una buena manera de romper el hielo—. Tienes buen gusto, Doorman —dijo ella, arqueando una ceja con un toque de desafío.

- Lo mismo te digo a ti, Miller —respondió Khan con una sonrisa amplia. Había algo en su risa que parecía contagiosa, una chispa que iluminaba su rostro y le daba un aire de confianza.

Nori sintió que su corazón se aceleraba un poco al notar esa sonrisa. Era extraño para ella sentirse así, especialmente por alguien que apenas conocía. Pero había algo en la manera en que Khan la miraba, en su tono ligero, que hacía que la conversación se sintiera más cercana y menos tensa.

Mientras caminaban juntos hacia el laboratorio de biología, el ambiente de la escuela era familiar y a la vez lleno de nuevos matices. El murmullo de los estudiantes se mezclaba con el sonido lejano de una campana que anunciaba el inicio de las clases. La luz del sol entraba a raudales a través de las ventanas, iluminando el pasillo con un cálido resplandor.

Khan comenzó a hablar sobre su mezcla de canciones, compartiendo anécdotas sobre las letras que le gustaban y cómo cada una tenía un significado especial para él. Nori escuchaba atentamente, asintiendo de vez en cuando, y se dio cuenta de que, aunque su propia vida era bastante diferente, había una conexión en su amor por la música.

A medida que se acercaban al laboratorio, el pasillo se hacía más estrecho y los estudiantes se agolpaban a su alrededor, risas y murmullos resonando en el aire. Nori sintió que su nerviosismo comenzaba a disiparse, reemplazado por una emoción nueva y vibrante. Era agradable tener a alguien con quien hablar, alguien que no la juzgaba ni se burlaba de ella por ser diferente.

Sin embargo, en un instante, todo cambió. Al entrar al laboratorio, Nori apenas tuvo tiempo de darse cuenta de que había un esqueleto humano expuesto en una mesa, parte del material didáctico para la clase. Justo cuando iba a cruzar la puerta, el esqueleto, que estaba mal sujeto, comenzó a tambalearse.

—¡Cuidado! —gritó Khan instintivamente, y en un impulso rápido, se lanzó hacia adelante, extendiendo sus brazos para atrapar el esqueleto antes de que cayera. Nori, atrapada entre la sorpresa y el horror, sintió su rostro arder al ver cómo él luchaba por estabilizarlo.

Khan logró mantener el esqueleto en su lugar, pero el movimiento abrupto hizo que un par de huesos cayeran al suelo con un estruendo sordo. El ruido resonó en el laboratorio, y Nori sintió que su corazón latía con fuerza.

—¡Qué desastre! —murmuró Nori, sonrojándose mientras se maldecía a sí misma por la situación incómoda. La mezcla de sorpresa y vergüenza la invadió, y en su mente, repetía palabras de maldición por lo bajo, deseando que la tierra la tragara.

Khan, aún sosteniendo el esqueleto con una mano, se volvió hacia ella con una sonrisa nerviosa. —¿Estás bien? —preguntó, con una mezcla de preocupación y diversión en su voz.

Nori sintió que su rostro se encendía más al mirar esos ojos azules, tan cercanos y llenos de vida. Era un momento absurdo, y sin embargo, había una extraña intimidad en la risa que compartieron después de la pequeña calamidad.

—Sí, estoy bien... —respondió Nori, tratando de recuperar su compostura, aunque su voz salió entrecortada. —Solo un poco... sorprendida.

Finalmente, Khan se inclinó hacia un lado, dejando caer el esqueleto en la mesa con un ligero golpe. Se sacudió las manos, como si eso pudiera despejar la tensión del momento. 

—La próxima vez, quizás deberíamos tener cuidado con los esqueletos en esta escuela.

Nori soltó una risa nerviosa, aliviada por el giro que había tomado la situación. En medio de la confusión, se dio cuenta de que a pesar de lo embarazoso que había sido el momento, también había acercado a ambos. La risa compartida creó un pequeño refugio en el caos, y de alguna manera, hizo que todo se sintiera más ligero.

Khan se acomodó en su lugar junto a ella, ambos preparados para comenzar la clase. En ese momento, Nori se dio cuenta de que, a pesar de sus temores y reservas, a veces las conexiones podían surgir de los lugares más inesperados, incluso en un laboratorio de biología lleno de esqueletos y estudiantes distraídos. En medio de la rutina diaria, había algo genuino y hermoso en la posibilidad de conocer a alguien nuevo y explorar esa conexión, incluso si era solo a través de un par de canciones y un pequeño desastre.

La clase pasaba de manera monótona y tranquila, con el sonido del profesor resonando en el aula, pero Nori no podía evitar sentir que cada palabra sobre mitocondrias se convertía en un murmullo distante. Apoyada sobre sus brazos en el escritorio, su mente vagaba lejos de los gráficos y las explicaciones, centrada más en las melodías que resonaban en su cabeza y en las letras de las canciones que había escuchado esa mañana. Era difícil concentrarse en algo que no la apasionaba, especialmente a primera hora de la mañana, cuando su energía aún se estaba despertando.

De repente, como si la vida hubiera decidido interrumpir su ensueño, escuchó la voz de Khan, quien estaba sentado justo a su lado. Su tono fue claro y directo, pero el contenido de su pregunta la tomó por sorpresa.

—¿Irías al baile conmigo? —preguntó Khan de manera repentina, haciendo que Nori se levantara completamente, incrédula, y lo mirara a los ojos. Era como si el tiempo se hubiera detenido por un momento, y todo lo que la rodeaba se desvaneciera, dejándolos a ambos en una burbuja de incertidumbre.

—¿Qué? —su voz salió más alta de lo que pretendía, mezclando sorpresa y confusión. La idea de que Khan le estuviera preguntando eso era completamente inesperada, y sintió cómo su corazón comenzaba a latir más rápido.

Khan, con una sonrisa llena de esperanza en su rostro, repitió la pregunta con una confianza que parecía casi contagiosa. 

—¿Irías al baile conmigo?

Nori lo observó, sintiendo una mezcla de emociones. Era raro que alguien se interesara en ella de esa manera. Nunca había tenido una cita ni había estado enamorada. La idea de ir al baile con Khan era emocionante, pero también aterradora. Aún así, había algo en su forma de mirarla, en esa sonrisa esperanzadora, que la hacía sentir especial. Era como si, por un breve instante, toda la monotonía de la mañana se desvaneciera y la posibilidad de algo nuevo y emocionante se manifestara ante ella.

Se tomó unos segundos para pensarlo. 

—Está bien —dijo finalmente, su voz un poco más firme, aunque todavía temblorosa de incredulidad—. Pero deberás llevarme a algún lado antes, Doorman.

La expresión de Khan se iluminó aún más al escuchar su respuesta.

—¿Es una cita, Miller? —preguntó, arqueando una ceja en un gesto que mezclaba curiosidad y desafío.

Nori se sintió sonrojarse levemente ante la pregunta, pero también sonrió. 

—Probablemente, Khan Doorman —La respuesta salió de sus labios con un toque de picardía, sintiendo que el juego entre ellos se estaba volviendo más divertido.

—En ese caso, te veo hoy después de la escuela, Nori Miller —respondió Khan, su sonrisa ampliándose mientras una chispa de emoción brillaba en sus ojos.

Con una promesa de una nueva aventura en el aire, ambos volvieron a sumirse en la clase, aunque la atmósfera había cambiado. La monotonía del aula parecía menos opresiva, y Nori notó cómo el tiempo pasaba más rápido entre intercambios de miradas cómplices y sonrisas furtivas. Cada vez que sus ojos se encontraban, un pequeño destello de anticipación brillaba entre ellos.

La idea de una cita, de salir con Khan, comenzaba a cobrar vida en su mente, como una melodía pegajosa que no podía sacarse de la cabeza. Se preguntó cómo sería, si realmente disfrutarían de la compañía del otro, si podrían reír juntos y compartir algo más que el habitual intercambio de palabras en clase. Era un salto al vacío, pero al mismo tiempo, sentía que estaba lista para dar ese paso, para dejarse llevar por una experiencia que prometía ser diferente de todo lo que había conocido hasta ahora.

Mientras el profesor continuaba hablando sobre mitocondrias y funciones celulares, Nori no podía evitar preguntarse qué harían juntos después de la escuela. La emoción y los nervios se entrelazaban en su estómago, y en ese momento, en medio de un aula llena de estudiantes, comenzó a darse cuenta de que a veces, dejarse llevar podía resultar en algo realmente especial.

Esto se va a dividir en varios capítulos <3

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