N se encontraba en un estado donde la realidad y la fantasía se fundían de manera borrosa. No tenía idea de en qué parte de la habitación estaba su mente, pero, para ser sincero, tampoco le importaba. Todo lo que sentía y percibía en ese momento era lo que realmente ocupaba sus pensamientos. Uzi estaba sobre él, moviéndose con una cadencia hipnótica, subiendo y bajando en un ritmo que parecía casi eterno, como si el tiempo se hubiese detenido solo para ellos dos. El cabello de Uzi caía en suaves ondas, su piel brillaba bajo la luz tenue, y sus pechos pequeños y suaves rozaban su rostro con cada movimiento.
N la miraba con una mezcla de fascinación y devoción. Era como si estuviera bajo un hechizo, atrapado en ese vaivén rítmico que lo envolvía por completo. Y, en cierto sentido, lo estaba. La forma en que sus cuerpos se acoplaban, como si estuvieran hechos el uno para el otro, le hacía sentir que podría pasar el resto de su vida así, perdido en esa danza lenta y constante que compartían. Cada vez que ella subía, él sentía una oleada de placer recorrer su cuerpo, y cuando bajaba, el éxtasis se intensificaba.
Verla así, montada sobre él, con su rostro sonrojado por el esfuerzo y el placer, le hacía sentir algo más que simple deseo físico. Sus ojos morados, entrecerrados y brillantes, capturaban su atención de una manera que iba más allá del acto en sí. Había una conexión profunda, una intimidad que trascendía el simple contacto de sus cuerpos. Cada jadeo, cada susurro que escapaba de los labios de Uzi, era como un eco que resonaba en su interior, haciéndolo vibrar desde lo más profundo de su ser. Podía ver cómo el placer la envolvía, cómo sus músculos se tensaban y relajaban al mismo tiempo, atrapada en el mismo trance en el que él estaba.
Sus manos, grandes y fuertes, se aferraban a las caderas de Uzi, ayudándola a mantener el ritmo, guiándola con suavidad. Podía sentir la calidez de su piel bajo sus dedos, el pulso acelerado de su corazón a través del contacto. Cada movimiento estaba perfectamente sincronizado, como si hubieran hecho esto miles de veces, como si sus cuerpos supieran exactamente lo que el otro necesitaba en cada momento. N sentía que podría pasar la eternidad en este estado, en esta conexión perfecta que parecía desafiar el tiempo y el espacio.
Sin embargo, la realidad de sus cuerpos se hacía cada vez más presente. El sudor cubría sus pieles, mezclándose en una capa delgada que hacía que sus movimientos fueran aún más fluidos, más naturales. El calor era abrumador, pero ninguno de los dos parecía dispuesto a detenerse. Uzi estaba claramente exhausta; su respiración era irregular y su cuerpo temblaba de fatiga. Pero a pesar de eso, había una determinación en sus ojos, una fuerza que la impulsaba a continuar. Sin embargo, N decidió tomar el control. Con una suavidad inesperada, la giró sobre la cama, de manera que ahora era él quien se encontraba sobre ella.
La cama crujió ligeramente bajo el peso de ambos cuando N comenzó a moverse, embistiéndola con una fuerza que parecía hacer eco en toda la habitación. Uzi lanzó un grito ahogado, enterrando su rostro en las almohadas para sofocar los sonidos que inevitablemente escapaban de su garganta. A cada embestida, su cuerpo se arqueaba hacia él, como si estuviera buscando más, deseando más. Y él se lo daba. Con cada movimiento, con cada respiración entrecortada, N sentía cómo su propio placer crecía, cómo la intensidad de la situación lo llevaba más y más lejos de la realidad.
Sin embargo, había algo más, algo que se movía bajo la superficie de ese placer. Un deseo oscuro, casi primitivo, que lo llevaba a apretar ligeramente su mano alrededor del cuello de Uzi, aplicando la presión justa para hacerla gemir aún más fuerte. A cada suave apretón, ella respondía con un grito, con un susurro de su nombre, que parecía resonar en sus oídos como un eco interminable. N podía ver cómo ese pequeño gesto, esa mezcla de control y sumisión, la volvía aún más loca de deseo, haciendo que su cuerpo temblara con cada embestida, con cada toque.
Sin embargo, el trance en el que se encontraba comenzó a desmoronarse. Al principio, fue solo una ligera incomodidad, una punzada de dolor que recorrió su cuerpo como un rayo fugaz. Pero, poco a poco, esa sensación comenzó a crecer, transformándose en algo más. Ya no era placentero, ya no era el éxtasis que había estado experimentando momentos antes. Ahora era dolor. Un dolor agudo que lo sacó de golpe de ese estado de trance, devolviéndolo bruscamente a la realidad.
N se despertó de golpe, jadeando, con el sudor empapando su cuerpo. Su respiración era pesada, entrecortada, y su corazón latía con una fuerza descomunal en su pecho. Había sido solo un sueño, un sueño vívido y hermoso que lo había dejado con una sensación de vacío al despertar. Pero, aunque el sueño había terminado, su cuerpo aún no había escapado del todo de sus efectos. La incomodidad en su entrepierna era evidente, y el dolor que lo había despertado persistía.
Gruñó en voz baja, frustrado por la intensidad de la sensación. El sueño había sido tan real, tan vívido en todos los sentidos, que ahora sentía una mezcla de decepción y frustración al darse cuenta de que no era más que una fantasía. Aún con esa molestia en su cuerpo, N se levantó de la cama y estiró sus músculos adoloridos. Afuera, el sol todavía brillaba, lanzando rayos cálidos a través de la ventana, iluminando la habitación con una luz suave y dorada. Decidió que dormiría más tarde, una vez que hubiera solucionado el problema en el que se encontraba.
Antes de salir de la habitación, N lanzó una última mirada a la cama. Uzi seguía ahí, dormida profundamente, ajena a todo lo que acababa de ocurrir en el mundo de los sueños de N. Su respiración era tranquila, regular, y su rostro tenía una expresión de paz que contrastaba con la intensidad que había visto en su sueño. La imagen lo hizo sonreír ligeramente. Verla así, tan serena y tranquila, era un contraste enorme con la Uzi de su sueño, cuyos ojos brillaban con pasión y deseo. Pero ambas versiones de ella le resultaban igualmente cautivadoras.
Con esa imagen en mente, N salió de la habitación, sus pasos resonando suavemente en el piso de madera mientras se dirigía al baño. El corredor estaba silencioso, solo el leve susurro del viento que entraba por una ventana abierta rompía el silencio de la casa. Mientras caminaba, N no podía dejar de pensar en lo real que había sido todo, en cómo su mente había sido capaz de crear una fantasía tan vívida que aún podía sentir el eco del placer y el dolor en su cuerpo.
N entró al baño y cerró la puerta tras de sí, asegurándose de deslizar el seguro. El leve clic del cerrojo resonó en el pequeño espacio, como un eco distante que lo aislaba momentáneamente del resto del mundo. Se apoyó contra la puerta y soltó un largo suspiro, como si con ese gesto intentara liberar algo más que el aire acumulado en sus pulmones. Una pequeña risa se escapó de sus labios. Era una risa suave, llena de incredulidad, de vergüenza, de algo parecido a la culpa. Sabía exactamente lo que estaba a punto de hacer, y aunque parte de él se resistía a la idea, no podía negar lo que su cuerpo estaba pidiendo.
El recuerdo del sueño aún lo perseguía, ese sueño tan vívido, tan real que su piel todavía parecía arder con el contacto imaginario de Uzi. Cerró los ojos por un momento, dejando que las imágenes volvieran a su mente con la misma claridad que cuando estaba dormido. Podía verla claramente, moviéndose sobre él con una pasión que lo volvía loco. La forma en que sus caderas se balanceaban de un lado a otro, sus ojos morados brillando con deseo. Cada detalle estaba tan profundamente grabado en su mente que parecía imposible que fuera solo un producto de su imaginación.
N dejó que una de sus manos se deslizara lentamente hacia el cierre de sus pantalones, sintiendo la evidente presión que estos ejercían en su entrepierna. Con un suave movimiento, bajó el cierre y liberó esa tensión que lo había estado acosando desde el momento en que se despertó. La imagen de Uzi, montándolo con esa mezcla perfecta de intensidad y delicadeza, lo invadía de nuevo, haciéndolo suspirar mientras su cuerpo respondía instintivamente. Con un ligero toque, sacó su miembro de la ropa interior, sintiendo el leve dolor del deseo acumulado, de la necesidad de ser liberado.
No recordaba con exactitud la última vez que se había tocado a sí mismo de esa manera. Se sentía extraño, casi ajeno a su propio cuerpo, pero a la vez, la sensación era familiar. Lentamente, comenzó a mover su mano arriba y abajo, su respiración ya empezaba a acelerarse con los primeros toques, y cada leve roce incrementaba el placer. Se mordió el labio inferior, recordando cómo Uzi lo había hecho sentir en el sueño, su cuerpo aún húmedo por la fantasía de lo que había ocurrido. No le costó mucho trabajo comenzar a recrear esas sensaciones, a medida que su mano subía y bajaba, imitando lo que había experimentado en su mente mientras dormía.
Con la espalda pegada a la fría pared del baño, N dejó que su imaginación hiciera el resto. Cerró los ojos y se dejó llevar por el calor que lo invadía, esa oleada de placer que crecía con cada movimiento. No era solo su mano lo que sentía, no en su mente al menos. En su imaginación, era Uzi quien lo tocaba, sus dedos deslizándose por su piel con la misma delicadeza que había visto en sus sueños. La idea de que era ella y no él quien le estaba dando ese placer intensificó las sensaciones, haciéndolo gemir suavemente, casi sin quererlo.
A medida que sus pensamientos se sumergían más en la fantasía, su cuerpo respondía con más fuerza. Cada movimiento de su mano se volvía más rápido, más desesperado. N empezó a jadear, su respiración se hacía cada vez más pesada, y su boca formaba un susurro que apenas lograba contener. "Uzi..." Era el único nombre que pasaba por su mente, el único pensamiento que lo mantenía atado a esa sensación. Ella era la razón de todo esto, la razón por la que su cuerpo se sentía al borde del abismo, incapaz de contener el deseo que lo consumía.
Incluso en medio de ese fervor, había algo más que simple deseo físico. A medida que su mano seguía subiendo y bajando, mientras su mente imaginaba los cálidos interiores de Uzi, una parte de él anhelaba más que solo el acto físico. Quería besarla, sentir el calor de sus labios contra los suyos, acariciar su piel más allá de lo carnal, de lo efímero. Quería demostrarle lo que sentía, lo que realmente significaba para él, incluso en la intimidad más profunda. Ese pensamiento lo sacudió, añadiendo una capa de emoción que intensificó el placer y, a la vez, lo hizo más consciente de lo que realmente deseaba.
El deseo no era solo físico; era algo más, algo que ni siquiera él mismo terminaba de comprender. N continuaba imaginando a Uzi, no solo con sus movimientos, sino también con la conexión emocional que sentía hacia ella. Mientras más pensaba en eso, más sentía cómo sus piernas comenzaban a debilitarse, incapaces de sostenerlo por mucho más tiempo. Sus rodillas temblaron, y al darse cuenta de que no podría mantenerse de pie, se dejó caer sobre la tapa del retrete, jadeando mientras intentaba no perder el control.
Sus movimientos se volvían más rápidos, más desesperados, buscando esa liberación que su cuerpo le pedía con tanta urgencia. Su mente estaba completamente consumida por Uzi, por la imagen de su cabello oscuro y sus ojos violetas, por el deseo de estar con ella en más de un sentido. Cada vez que pensaba en ella, su mano se movía con más intensidad, y el placer lo inundaba de una manera que lo hacía casi olvidar dónde estaba. Sus gemidos eran bajos, apenas audibles, pero llenos de una necesidad profunda.
Sin embargo, justo cuando sentía que estaba a punto de alcanzar ese punto de no retorno, unos suaves golpes en la puerta lo hicieron detenerse en seco. El sonido, aunque apenas perceptible, resonó en su cabeza como un trueno, sacándolo bruscamente de la fantasía en la que se había sumergido. N abrió los ojos de golpe, su respiración aún acelerada, intentando procesar lo que acababa de suceder.
—¿N? —preguntó una voz familiar desde el otro lado de la puerta—. ¿Estás ahí?
Era Uzi. La voz que había estado imaginando durante todo ese tiempo ahora sonaba a solo unos metros de distancia. N intentó calmar su respiración, sus movimientos cesaron de inmediato, pero aún sentía el calor y la humedad en su mano, que seguía aferrada a su miembro.
—¿Pasa algo? —volvió a preguntar ella, esta vez con un tono más curioso, pero aún suave, casi inocente.
N tragó saliva, intentando que su voz sonara lo más normal posible. Pero por dentro, su mente estaba llena de caos. ¿Cómo podría explicarle lo que estaba haciendo? ¿Cómo podría decirle que ella era la razón por la que se encontraba en esta situación, tan cerca de perderse por completo en el deseo?
—Estoy bien —respondió finalmente, su voz sonaba un poco forzada, pero esperaba que ella no lo notara—. Solo necesitaba un momento. En un rato salgo, ¿sí?
Por unos segundos, hubo silencio en el otro lado de la puerta. N podía imaginarse a Uzi, con su ceño ligeramente fruncido, quizás preocupada, pero no lo suficiente como para insistir. Finalmente, escuchó un suave sonido de aprobación, seguido por sus pasos alejándose por el pasillo.
N soltó un largo suspiro, apoyando la cabeza contra la fría pared de azulejos. El silencio volvió a llenar el baño, pero su mente seguía agitada, aún bajo los efectos de lo que acababa de suceder. Estuvo quieto por un momento, intentando calmar su respiración y relajarse lo suficiente como para pensar con claridad. Pero su cuerpo todavía estaba tenso, todavía clamando por esa liberación que había sido interrumpida.
No tenía tiempo. Sabía que Uzi lo estaba esperando, pero al mismo tiempo, no podía salir del baño en ese estado. Con un último suspiro, decidió que tenía que terminar lo que había comenzado. Sus movimientos se reanudaron, esta vez con más urgencia. Sabía que no podía permitirse mucho más tiempo, pero su cuerpo aún necesitaba ese alivio. Sus manos se movían con más rapidez, y aunque intentaba ser silencioso, algunos jadeos escapaban de su boca. El nombre de Uzi volvió a ser un mantra en su mente, su presencia, aunque no física, lo rodeaba.
Finalmente, después de unos minutos que parecieron eternos, N sintió cómo el clímax lo inundaba, liberando toda la tensión que había acumulado. Su cuerpo se relajó, y por un momento, solo el sonido de su respiración pesada llenaba el baño. El alivio era palpable, aunque mezclado con una sensación de vergüenza y extraña satisfacción.
Se levantó lentamente, sintiendo las piernas aún algo temblorosas, pero el alivio que recorrió su cuerpo le permitió relajarse un poco. Con movimientos algo torpes y apresurados, se lavó las manos y se enjuagó el rostro, dejándose envolver por la sensación fría del agua contra su piel caliente. Mientras el líquido resbalaba por su rostro, cerró los ojos e intentó centrarse de nuevo, buscando recuperar algo de compostura antes de salir del baño.
El reflejo vacío en el espejo, sabía que de poder verlo le devolvería una mirada entre cansada y confusa. Aunque sabía bien algo... tenía su cabello desordenado y las marcas leves en su cuello, rastros del sudor provocado tanto por el sueño como por lo que acababa de hacer, le recordaban la intensidad de todo aquello. Intentaba apartar de su mente la imagen de Uzi, pero era inútil. Cada vez que lo hacía, su rostro volvía a aparecer, con esos ojos violáceos que ahora se sentían más cercanos que nunca.
Suspiró de nuevo, una mezcla de satisfacción y desconcierto. Sabía que salir del baño y enfrentarla, aunque ella no supiera nada, iba a ser complicado. No era solo la vergüenza de lo que había hecho, sino la confusión emocional que lo embargaba. Su mente estaba en un lugar extraño, atrapada entre el deseo y algo más profundo que no lograba identificar del todo. Uzi no era solo una compañera, una amiga. Ella significaba algo más para él, algo que crecía cada día que pasaba a su lado. Y aunque estaba claro que había una atracción física innegable, también estaba la necesidad de protegerla, de estar a su lado de una manera más... completa.
Sacudiendo la cabeza, N decidió que no podía quedarse allí por más tiempo. Uzi lo esperaba y, aunque no sabía lo que él había estado haciendo, el simple hecho de haberla tenido en su mente durante todo el tiempo lo hacía sentir incómodo. Se arregló la ropa lo mejor que pudo, asegurándose de que no quedaran rastros de lo sucedido, y salió del baño. El pasillo estaba en silencio, pero sabía que Uzi no estaba lejos.
Al volver a la habitación, la encontró sentada en la cama, con la espalda recostada contra la pared y una expresión serena en su rostro. Su cabello oscuro caía en suaves ondas sobre sus hombros, y sus ojos, esos ojos violetas que tanto lo perturbaban, lo miraron con una mezcla de curiosidad y afecto. N sintió un leve nudo en el estómago al verla así, tan relajada, ajena a todo lo que había pasado en su mente y su cuerpo hacía unos minutos.
—¿Todo bien? —preguntó ella, arqueando una ceja mientras lo observaba. Había algo en su tono, una ligera burla o preocupación, que hizo que N se sintiera aún más consciente de sí mismo.
—Sí, todo bien —respondió él, intentando sonar natural mientras se sentaba al borde de la cama, cuidando que su distancia fuera lo suficientemente respetuosa, aunque su cuerpo todavía vibraba con la energía residual de lo que había hecho.
—Te ves cansado —observó Uzi, inclinándose un poco hacia él, lo suficiente como para que N pudiera sentir su esencia. Un aroma suave, fresco, que siempre había asociado con ella y que ahora parecía multiplicar el eco de sus pensamientos.
—Un poco —admitió N, mirando hacia la ventana, intentando evitar su mirada por un momento. Sabía que si la miraba de frente, sus ojos lo delatarían. Esa mezcla de emociones que apenas podía contener seguramente sería evidente, y no quería que Uzi supiera nada de lo que estaba pasando por su mente. No podía.
Uzi asintió con la cabeza mientras se levantaba de la cama, estirando los brazos y sacudiendo un poco el cabello para despejarse. Su mirada se desvió hacia la ventana y sus pesadas cortinas, donde la luz del sol entraba tímidamente en la habitación, iluminando el espacio con una calidez que a ella le resultaba incómoda. Sabía que era mejor evitar que N se acercara a los peligrosos rayos solares, puesto que por su mera naturaleza vampírica no podía exponerse demasiado sin sufrir las consecuencias.
—Vuelve a dormir —le dijo Uzi con suavidad, cruzándose de brazos mientras lo observaba desde el pie de la cama—. Debe ser alrededor del mediodía, y yo planeo practicar algunas cosas en la biblioteca. Pero si caminas conmigo hasta allá, acabarás calcinado antes de siquiera cruzar el ventanal.
La advertencia tenía un toque de humor, pero también una preocupación genuina. Aunque N no era exactamente frágil, la vulnerabilidad a la luz solar seguía siendo una parte importante de su vida, y Uzi prefería no arriesgarse. Sabía que a veces él quería acompañarla a todas partes, pero en este caso no quería que lo hiciera. Al menos no bajo el sol del mediodía.
N asintió lentamente, reconociendo la sensatez en sus palabras. Aunque había dormido lo suficiente, aún se sentía algo cansado, como si el sueño lo llamara de nuevo con insistencia. Se dejó caer sobre la cama una vez más, hundiéndose en la suavidad del colchón y permitiendo que su cuerpo se relajara de nuevo. Mientras se acomodaba entre las sábanas, observó a Uzi con una mirada tranquila, pero no pudo evitar un pequeño gesto de sorpresa cuando ella, de repente, se inclinó hacia él.
Sin previo aviso, Uzi le dio un pequeño beso en la mejilla, un gesto simple pero cargado de ternura y algo de torpeza. El contacto fue suave, casi tímido, pero para N fue suficiente para que un calor inesperado se extendiera por su rostro y pecho. No había esperado ese gesto, y mucho menos la sensación de cosquilleo que dejó en su piel.
Uzi, por su parte, retrocedió rápidamente, casi como si se arrepintiera de haberlo hecho. Sus mejillas adquirieron un tono rosado evidente, y antes de que N pudiera decir algo, ella ya estaba saliendo de la habitación a toda velocidad, con pasos rápidos y torpes que resonaban en el suelo de madera. La puerta se cerró tras ella con un suave golpe, dejándolo solo, aún procesando lo que acababa de ocurrir.
N sonrió tontamente, incapaz de contener la expresión que se dibujó en su rostro. La calidez que sentía no era solo por el beso en sí, sino por el significado detrás de ese acto. Uzi no era alguien que mostrara afecto con facilidad, al menos no de una manera tan directa. Sabía que el beso, aunque fugaz, significaba algo más profundo, algo que ella todavía estaba aprendiendo a expresar.
Mientras la sonrisa se mantenía en sus labios, N dejó que sus pensamientos se calmaran poco a poco. El sueño comenzó a envolverlo de nuevo, arrastrándolo lentamente hacia un estado de tranquilidad. Sus párpados se hicieron pesados, y la imagen de Uzi, sonrojada y apresurada, fue lo último que pasó por su mente antes de sumergirse completamente en el sueño.
El tiempo parecía fluir de manera diferente cuando dormía. Los minutos se mezclaban con las horas, y el mundo exterior se desvanecía hasta quedar en silencio. Pero a pesar de estar profundamente dormido, había una sensación de bienestar que lo mantenía en paz. El beso de Uzi, aunque pequeño, había sido suficiente para llenar su corazón de una satisfacción que lo acompañaba incluso en sus sueños.
No estaba seguro de cuánto tiempo había pasado, pero cuando despertó, la habitación estaba mucho más oscura. El sol ya había comenzado a descender, y las sombras se alargaban por el suelo. El calor del día había disminuido, dejando una atmósfera más fresca y agradable. N se estiró perezosamente, aún sintiendo los restos de ese sueño reparador que lo había envuelto por completo.
Se sentó en la cama, mirando a su alrededor en busca de señales de Uzi, pero no la encontró. Seguramente todavía estaba en la biblioteca, practicando como había dicho que haría. Aunque quería verla de nuevo, decidió no apresurarse. La sensación de tranquilidad seguía presente en su cuerpo, y por primera vez en mucho tiempo, no sentía la necesidad de correr a hacer algo. Estaba contento de simplemente estar allí, pensando en ese pequeño gesto que Uzi le había regalado antes de marcharse.
Pensó en lo que significaba para él, en cómo, a pesar de sus diferencias, había algo en su relación con Uzi que lo hacía sentir completo. Sabía que no era fácil para ninguno de los dos. Uzi, con su carácter fuerte y su determinación, a veces parecía distante, como si construyera muros a su alrededor. Pero esos momentos de vulnerabilidad, esos pequeños gestos, eran pruebas de que ella confiaba en él, de que lo valoraba más de lo que decía con palabras.
N sonrió para sí mismo, sabiendo que, aunque todavía había muchas cosas que no comprendía sobre lo que sentía por Uzi, ese beso en la mejilla había sido una señal. Tal vez pequeña, tal vez tímida, pero una señal de algo más profundo. Algo que, con el tiempo, ambos podrían explorar más a fondo.
Con esa idea en mente, decidió levantarse y buscarla. El día no había terminado aún, y aunque Uzi había dicho que fuera a dormir, ahora se sentía más despierto que nunca. Y, en el fondo, sabía que quería pasar más tiempo con ella, incluso si eso solo significaba estar a su lado en silencio.
Felices con sus cochinadas? :>
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