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Capítulo 41

Uzi volvió a aparecer frente a N en un pequeño resplandor morado, y el chico la atrapó en sus brazos con rapidez, sin dejarla caer al suelo.

—¡Lista! —dijo él con su característica sonrisa radiante, como si todo estuviera bajo control, como si nada malo pudiera suceder cuando estaban juntos.

Sin embargo, Uzi no le devolvió la sonrisa. Lo miraba con una expresión cansada, visiblemente agotada. Su cabello, que ahora le llegaba hasta la cadera, era la prueba de que había usado demasiada magia, y su cuerpo estaba reaccionando a ello. N la observó con una mezcla de preocupación y cariño. No podía evitar sentirse alarmado al verla en ese estado, tan vulnerable y agotada. Y aunque intentaba no demostrarlo, la preocupación estaba escrita en su rostro.

A pesar de todo, no podía negar que Uzi siempre le parecía linda, incluso en ese momento de cansancio extremo. Con el cabello largo o corto, con su expresión neutral o sonriente, le gustaba tal y como era. Sus ojos morados siempre parecían tener un brillo especial, incluso cuando estaba agotada. Su piel morena, su cabello también morado, ese pequeño cuerpo que ocultaba una gran fuerza interior... Cada detalle de Uzi le resultaba encantador, pero lo que más le gustaba de ella era la forma en que, poco a poco, habían comenzado a confiar el uno en el otro. Esa confianza que se construyó lentamente, que creció con cada conversación, con cada situación difícil que enfrentaban juntos, era lo que hacía que N sintiera algo tan especial por ella.

Ya ni siquiera trataba de negarlo. Le gustaba esa bruja. Le gustaba mucho.

N se perdió un segundo en sus pensamientos, observando cada rasgo de Uzi. La manera en que su cabello caía desordenadamente sobre sus hombros, la forma en que sus ojos, normalmente llenos de energía, ahora mostraban el cansancio de usar tanta magia. Era imposible no admirar su valentía, su determinación, pero al mismo tiempo, N sentía un deseo profundo de protegerla, de cuidarla, especialmente en momentos como ese, en que parecía tan vulnerable.

Verla agotada de esa manera hacía que su corazón se encogiera. Sentía la necesidad de asegurarse de que ella estuviera bien, de que no se estuviera exigiendo demasiado. Quería hacerla feliz, quería verla sonreír. Esa sonrisa que siempre iluminaba su rostro, con los hoyuelos que se formaban en sus mejillas, y cómo sus ojos se entrecerraban de manera adorable. Era una imagen que N guardaba en su mente, una imagen que siempre le alegraba el día. Y, aunque Uzi intentaba ocultarlo, N había notado cómo ella se sonrojaba cada vez que él hacía algo tierno o dulce por ella. Esos pequeños momentos en los que su rostro se encendía le provocaban un torbellino de emociones, y su corazón latía a mil por hora.

Pero ahora, ver su rostro tan cansado, sin esa chispa habitual, solo reforzaba su deseo de cuidarla.

—¡Uzi! —exclamó N, sujetándola suavemente por los hombros y ayudándola a sentarse en el suelo de la biblioteca, acomodándose detrás de ella para que se apoyara en sus piernas—. ¿Estás bien?

Uzi levantó la mirada, sus ojos conectando con los de N. Durante unos segundos, ambos se quedaron inmóviles, mirándose fijamente, como si el mundo a su alrededor se hubiera detenido. Había algo en esos momentos, algo indescriptible que ocurría cuando sus miradas se cruzaban. Poco a poco, sin siquiera darse cuenta, sus rostros comenzaron a acercarse. El aire entre ellos parecía volverse más denso, más eléctrico. Podían sentir la cercanía del otro, el calor de sus cuerpos, el suave ritmo de sus respiraciones...

Pero, justo antes de que sus labios se tocaran, Uzi pareció darse cuenta de lo que estaba ocurriendo y rápidamente se apartó, su rostro enrojeciendo ligeramente.

—Sí, sí, estoy bien —respondió, nerviosa, mientras se pasaba una mano por el largo mechón de su cabello, jugando con él para distraerse—. Solo necesito unas tijeras. Usé demasiada magia, y mi cuerpo reacciona a eso, por eso... esto —dijo, señalando su cabello, que parecía haberse extendido más de lo normal.

N asintió lentamente, comprendiendo lo que Uzi le explicaba. No era la primera vez que veía cómo la magia afectaba su cuerpo de maneras inesperadas. Pero lo que más llamó su atención fue el leve sonrojo que cubría el rostro de Uzi. Le parecía adorable, aunque sabía que no debía presionarla. Aún así, no pudo evitar sonreír ante lo que había ocurrido. Le gustaba la manera en que Uzi siempre intentaba mantener la compostura, aunque claramente también había sentido algo en ese momento. Pero, como siempre, ella lo disimulaba lo mejor que podía.

—De acuerdo —dijo N, con una sonrisa suave—. Quédate aquí, buscaré unas tijeras.

Ayudó a Uzi a recostarse en el suelo de la biblioteca, asegurándose de que estuviera cómoda antes de levantarse para buscar lo que necesitaba. Ella asintió en silencio, agradecida por el gesto, y continuó jugueteando con los mechones de su cabello, observando cómo caían sobre su rostro.

N salió de la biblioteca rápidamente, dirigiéndose hacia la cocina en busca de unas tijeras. Mientras caminaba por los largos y oscuros pasillos de la vieja mansión, sus pensamientos seguían girando en torno a Uzi. A veces, se sorprendía de lo mucho que había llegado a importarle. Recordaba cómo, al principio, apenas hablaban. Había una distancia entre ellos, una desconfianza natural, pero con el tiempo, todo había cambiado. Ahora, no podía imaginar su vida sin ella. Cada pequeño detalle sobre Uzi lo había atrapado por completo.

Entró en la cocina y comenzó a buscar entre los cajones. Todo estaba cubierto de polvo, y en su búsqueda, se topó con varias telarañas que le hicieron fruncir el ceño. A veces se preguntaba por qué nunca se molestaban en limpiar adecuadamente esa vieja mansión. Claro, ellos mantenían limpias sus habitaciones y algunos baños, pero el resto de la mansión siempre parecía abandonado. Era un lugar enorme, lleno de rincones oscuros y olvidados.

Finalmente, después de hurgar en varios cajones, encontró unas tijeras en uno de los cajones superiores de la encimera. Estaban un poco oxidadas en las partes exteriores, pero las hojas aún parecían afiladas. Probablemente J o V las habían dejado ahí en algún momento, o tal vez incluso Cyn las había usado para cortar el pelaje de S en alguna ocasión. De cualquier manera, servirían para lo que necesitaba.

Con las tijeras en la mano, N se dio la vuelta y comenzó a regresar hacia la biblioteca. Mientras lo hacía, no podía dejar de pensar en lo que había ocurrido unos minutos antes. Ese momento en el que casi se habían besado... No sabía si había sido intencional o simplemente el resultado de estar tan cerca el uno del otro, pero lo que sí sabía era que su corazón seguía latiendo con fuerza. No podía negar lo que sentía por Uzi. Sabía que estaba enamorado de ella, aunque aún no se lo había dicho abiertamente. Había algo en su relación que lo hacía dudar, algo que le decía que quizás no era el momento adecuado.

Cuando llegó a la biblioteca, encontró a Uzi exactamente donde la había dejado, recostada en el suelo, jugando distraídamente con su cabello. Al verlo regresar, levantó la mirada y esbozó una pequeña sonrisa, aunque seguía viéndose agotada.

—Aquí tienes —dijo N, entregándole las tijeras.

Uzi las tomó con un suspiro de alivio y comenzó a cortar cuidadosamente los mechones más largos de su cabello, intentando devolverlo a su longitud habitual. N la observaba en silencio, sentado a su lado. No podía evitar sentir una profunda admiración por la fortaleza de Uzi. A pesar de todo lo que había pasado, siempre encontraba la manera de seguir adelante, de luchar. Era una de las cosas que más le gustaban de ella: su valentía, su capacidad para enfrentar cualquier obstáculo.

Mientras Uzi cortaba su cabello, N pensó en lo que había ocurrido en la biblioteca. Ese breve instante en el que sus rostros se habían acercado tanto... Quizás no había sido el momento, pero sentía que eventualmente lo sería. Sabía que no podía seguir ocultando lo que sentía, pero también sabía que debía ser paciente. Uzi era una persona compleja, y no quería apresurarse.

Cuando Uzi terminó de cortar su cabello, soltó un suspiro, aliviada de haberse librado del exceso de longitud.

—Gracias —murmuró, mirándolo con una pequeña sonrisa.

N le devolvió la sonrisa, sabiendo que, aunque ese había sido un momento pequeño, cada instante con Uzi era importante. Y aunque todavía no había llegado el momento de confesar sus sentimientos, sabía que eventualmente lo haría. Porque, al final del día, no podía imaginar un futuro sin ella a su lado.

N miró a Uzi, con su cabello habiendo vuelto a su longitud habitual, los mechones cortados se apilaban en el suelo a su alrededor. Los limpiaría luego, no le importaba demasiado en ese momento. Se sentó junto a ella y respiró profundamente, dejando que el silencio de la biblioteca los envolviera por unos segundos. Había algo en esa quietud que hacía que quisiera quedarse ahí para siempre, como si en ese lugar y en ese momento no hubiera problemas, ni peligros, solo ellos dos y la calma.

El ambiente estaba cargado de una extraña mezcla de intimidad y algo no dicho, algo que flotaba entre ellos, que ambos parecían sentir pero ninguno se atrevía a nombrar. N quería hablar, de cualquier cosa, sin importar el tema, solo quería escuchar la voz de Uzi, perderse en la conversación y sentir que ese vínculo que tenían se volvía aún más fuerte.

Finalmente, fue Uzi quien rompió el silencio, como si hubiera sentido la misma necesidad de llenar el espacio entre ellos con palabras.

—¿Qué se siente la inmortalidad? —preguntó, mirándolo de reojo mientras aún jugaba con los mechones de cabello que habían caído al suelo.

N sonrió levemente, frotándose la nuca, pensando en cómo responder a esa pregunta que tantas veces había escuchado, pero que nunca parecía tener una respuesta clara.

—Bueno, realmente no soy inmortal —comenzó, eligiendo las palabras con calma—. La gente piensa que los vampiros somos inmortales, pero no es así. Somos longevos, muy longevos, pero podemos morir como cualquier otro ser. Solo que vivimos más tiempo del que los humanos pueden imaginar, por eso se tiende a confundir.

Uzi lo escuchaba atentamente, su mirada intensa pero tranquila, como si estuviera evaluando cada palabra, cada gesto. Asintió ligeramente, procesando la información.

—¿Cuántos años tienes, entonces? —preguntó de nuevo, esta vez con un tono curioso, como si no pudiera evitar sentir cierta fascinación por lo que N estaba a punto de revelar.

N soltó una risa suave, algo nerviosa, pero también divertida. No estaba acostumbrado a hablar de su edad, al menos no con alguien como Uzi.

—Tengo trescientos diecisiete... soy de 1707 —dijo con una pequeña sonrisa, esperando ver su reacción.

Y la reacción no tardó en llegar. Uzi lo miró con los ojos muy abiertos, claramente sorprendida por el número, aunque tal vez había esperado algo así. Aun así, escuchar esas cifras de forma tan casual era impactante.

—Tres siglos... —murmuró, casi para sí misma—. Y... ¿siempre has vivido aquí?

N asintió con la cabeza, sus ojos vagando por la habitación como si cada rincón de la vieja mansión le trajera recuerdos antiguos.

—Sí, desde que tengo memoria. No sé muy bien cómo papá consiguió este lugar o cómo es que llegamos aquí, pero es el único hogar que he conocido. No sé si es por el tiempo que ha pasado o simplemente por lo que este lugar significa, pero me siento parte de él, como si las paredes mismas fueran una extensión de mí.

Uzi volvió a asentir, aún asimilando todo lo que N estaba contando. Era difícil imaginar la perspectiva de alguien que había vivido tanto tiempo, tantas experiencias, tantos siglos.

El ambiente en la habitación parecía volverse más denso, cargado de emociones que ni siquiera sabían que estaban allí. Las sombras de los candelabros antiguos danzaban en las paredes, proyectando figuras que parecían cobrar vida propia. El crepitar de las velas era el único sonido, además de sus respiraciones. El lugar, lleno de polvo y telarañas, no era precisamente acogedor, pero en ese momento para ellos, era perfecto.

—Cuéntame más —pidió Uzi, su voz baja pero firme—. De lo que sea. Quiero saber más de ti.

N sonrió, agradecido por la oportunidad de compartir un poco más de su vida, de su historia. Se recostó en el suelo, con las manos detrás de la cabeza, mirando el techo adornado con viejos candelabros. Había algo relajante en hablar con Uzi, algo que le permitía bajar la guardia de una manera que no había experimentado en siglos.

—Bueno... siempre he vivido aquí. Amo los perros, amo el chocolate, aunque no lo creas —dijo con una risa suave—. Suena gracioso para alguien que no debería disfrutar de esas cosas, pero bueno, tengo mis peculiaridades.

Uzi lo observaba atentamente, su mirada recorriendo el cuerpo relajado de N, notando detalles que antes habían pasado desapercibidos. La forma en que su pecho subía y bajaba lentamente con cada respiración, su piel pálida que contrastaba con la oscuridad de la mansión, el brillo tenue de sus ojos dorados bajo la luz de las velas. Era atractivo, no podía negarlo. Para ser un vampiro de más de tres siglos, N conservaba una vitalidad y una energía que la hacían preguntarse cómo había sido su vida antes de conocerse.

N, sintiendo que Uzi lo observaba, giró ligeramente su cabeza para mirarla a los ojos. Ese breve contacto visual hizo que Uzi apartara la mirada, su rostro encendiéndose en un leve rubor. Se sentía vulnerable bajo la intensidad de esos ojos, como si N pudiera ver más allá de lo que ella estaba dispuesta a mostrar.

—Pero bueno... no creo tener muchas historias interesantes —continuó N, todavía con una sonrisa en los labios—. Tres siglos viviendo en la noche, alejándome de los humanos... la verdad es que prefiero hablar de ti. Háblame de ti, Uzi.

La pregunta tomó a Uzi por sorpresa. No estaba acostumbrada a hablar de sí misma, al menos no en un contexto tan íntimo. Pero algo en la forma en que N la miraba, la suavidad de su voz, la hizo sentir que estaba bien compartir un poco más.

—Me gusta la playa —comenzó, jugando con uno de los mechones de su cabello recién cortado—. El sol en mi piel, el agua salada, las gaviotas. Quizá cuando salgamos de aquí pueda llevarte... solo que de noche, obviamente.

N sonrió ampliamente, claramente emocionado ante la idea. Se incorporó un poco, apoyándose en un codo mientras la miraba con un brillo especial en los ojos.

—¡Eso suena genial! —exclamó con entusiasmo—. Podríamos hacer castillos de arena, aunque sea de noche. Y tendré que conseguirme un traje de baño, claro. No sé qué tal me veré en uno, pero estoy dispuesto a intentarlo si es contigo.

La emoción en su voz era genuina, tanto que Uzi no pudo evitar reír, aunque trató de mantener una expresión seria. N aprovechó ese pequeño quiebre en su fachada para acercarse un poco más, con una sonrisa traviesa en los labios.

—Por favor, no me vas a hacer un castillo de arena tú sola —bromeó mientras estiraba sus brazos hacia ella.

Uzi lo miró, con una mezcla de diversión y advertencia en sus ojos, pero antes de que pudiera reaccionar, N la atrapó en un abrazo, derribándola suavemente al suelo junto a él.

—¡N, suéltame! —protestó entre risas, mientras N comenzaba a hacerle cosquillas sin piedad.

La risa de Uzi llenó la sala, resonando entre las paredes viejas y polvorientas de la mansión. Intentaba alejarse de las manos de N, pero él era más rápido, y sus dedos parecían encontrar todos los puntos sensibles de Uzi. (me acabo de dar cuenta que suena mal, pero ya ni modo JAJAJA)

Después de lo que pareció una eternidad de risas y cosquillas, N finalmente la soltó, permitiendo que ambos recuperaran el aliento. Uzi quedó tumbada sobre su pecho, respirando agitadamente, pero sin moverse, disfrutando del momento, aunque no lo admitiría.

—Gracias, Uzi —dijo N de repente, su voz suave, casi un susurro.

Uzi levantó la cabeza, mirándolo con curiosidad. No entendía a qué se refería.

—¿Por qué me das las gracias? —preguntó, frunciendo ligeramente el ceño.

N la miró con una expresión tan sincera que Uzi no pudo evitar sentir cómo su corazón latía más rápido.

—Si no nos hubiéramos conocido... —empezó N, con una pequeña sonrisa en los labios—. Creo que no sería tan feliz como lo soy ahora. Has traído algo a mi vida que no sabía que necesitaba, algo que me hace querer seguir adelante, incluso después de todos estos siglos.

Uzi sintió cómo el calor subía a sus mejillas, el rubor extendiéndose rápidamente por su rostro. Gruñó ligeramente, incómoda con la intensidad de sus emociones, y giró hacia el suelo, alejándose un poco de él. Pero aunque no quería admitirlo, las palabras de N la habían tocado profundamente.

—Yo también agradezco haberte conocido —murmuró, apenas audible, pero lo suficientemente claro para que N lo escuchara.

El silencio volvió a caer sobre ellos, pero esta vez no era incómodo. Ambos sabían que algo había cambiado entre ellos. Algo que, aunque no se dijera en voz alta, los unía de una manera que iba más allá de las palabras.

Y así, tumbados en el suelo de una vieja mansión, rodeados de oscuridad y polvo, Uzi y N compartieron un momento de paz, de conexión, de algo más profundo que ambos estaban empezando a comprender.

Mientras tanto, Alvirian estaba acostado en un enorme sillón con respaldo orejón, sumido en un profundo sueño. La biblioteca estaba en un silencio casi absoluto, solo interrumpido por el suave crujir de la madera antigua bajo el peso del tiempo y el ocasional susurro del viento que entraba por la ventana entreabierta. Con sus 17 años, Alvirian había comenzado a explorar su camino en el mundo de la magia, pero en ese momento, la paz de su sueño lo mantenía alejado de las inquietudes del mundo exterior.

El sillón, tapizado en un lujoso terciopelo de un profundo color burdeos, parecía engullirlo por completo. Sus largos brazos estaban extendidos sobre los reposabrazos, y su cabeza reposaba cómodamente contra el respaldo, dejando entrever la serenidad que solo el sueño profundo podía proporcionar. Las luces de la biblioteca estaban atenuadas, creando un ambiente acogedor y casi mágico, y el aroma de las velas perfumadas que ardían en las esquinas llenaba el aire, aportando una sensación de tranquilidad al espacio.

Si Alvirian hubiera estado despierto en ese instante, habría sentido un torbellino de emociones al observar a Uzi y N en su pequeño intercambio, que consistía en risas suaves y miradas cómplices. La química entre ellos era evidente, una conexión que se tejía entre sonrisas y palabras apenas susurradas. Alvirian siempre había sido algo... celoso y propenso a la ira, seguramente habría terminado a estallar ante esa visión.

Sin embargo, la fortuna estaba de su lado esa vez. Sumido en su mundo onírico, Alvirian no fue consciente de cómo las miradas de N y Uzi se entrelazaban en una danza silenciosa, marcada por la complicidad y la alegría compartida. La conexión que estaban formando era como un hechizo, un encantamiento que llenaba la habitación de una energía vibrante. Uzi, con su cabello morado y su risa contagiosa, se sentía más viva que nunca. La inocente despreocupación de N solo aumentaba su felicidad, creando un ambiente donde la magia parecía fluir entre ellos.

Mientras el mundo real seguía girando a su alrededor, Uzi y N continuaban disfrutando de su momento, ajenos a la amenaza que Alvirian podría representar si despertara. La amistad, o quizá algo más, que estaba floreciendo entre ellos era un regalo, una luz en la oscuridad, y por ahora, todo estaba en calma, incluso con un aprendiz de brujo durmiendo en el sillón a solo unos pasos de distancia.

En su sueño, Alvirian se veía a sí mismo como un maestro de la magia, conjurando hechizos que iluminaban la noche con destellos de luz y color. Imaginaba un futuro donde podría ayudar a Uzi en su propia búsqueda de conocimiento y donde juntos, podrían enfrentar cualquier desafío que se presentara. Mientras tanto, en la realidad, el suave sonido de la risa de Uzi y N resonaba en el aire, creando una melodía que podría haber despertado incluso a los más profundos de los soñadores.

Pero sin saber que incluso en sus más profundos sueños una entidad lo observaba, esperando el momento de despertarlo, de iniciar el génesis...

BUENASSSS AL CARAJO CON EL TUNEL DEL CARPO PERO ES QUE INSPIRACIÓN ES INSPIRACIÓN

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