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Capítulo 38

Un pequeño maullido suave y apenas audible llamó la atención de Nori, interrumpiendo su ensimismamiento mientras lavaba los platos en la cocina. Con un gesto lento y mecánico, giró su cabeza hacia el suelo, donde una majestuosa gata negra la observaba. No era una gata común y corriente; su tamaño superaba al de un perro mediano, su pelaje largo y suave tenía un brillo oscuro que absorbía la luz, y sus ojos verdes resplandecían como esmeraldas bajo la tenue iluminación de la cocina. Las patas delanteras del felino, adornadas con lo que parecían guantes blancos, completaban la imagen de una criatura que, de alguna manera, parecía más allá de lo ordinario.

Nori suspiró, dejando caer el plato que tenía en las manos con delicadeza sobre el fregadero. El agua jabonosa goteaba aún por sus dedos mientras se secaba las manos apresuradamente en el delantal que llevaba puesto. El tiempo para preocuparse por los platos podría esperar. Su mirada estaba fija en Lika, su amada gata, que había sido parte de su vida desde hacía tanto tiempo que casi no recordaba cómo era vivir sin ella. 

- Lika... -murmuró con cariño, casi en una plegaria muda.

Recordaba con claridad el día en que la recibió. Nori tenía apenas siete años cuando su abuela, una mujer sabia y llena de misterios, le había regalado a Lika. A primera vista, había sido simplemente una hermosa gata negra, pero su abuela, con ese tono grave y autoritario que siempre utilizaba cuando hablaba de cosas serias, le explicó que Lika no era una gata ordinaria. Era una kneezle, una criatura mágica profundamente leal a la bruja a la que debía su protección. Desde ese día, Lika se convirtió en más que una simple mascota; era su familiar, un guardián y compañero de vida.

Los años pasaron, y tanto Nori como Lika crecieron juntas, forjando una relación de profunda confianza y afecto mutuo. Ahora, Nori tenía 44 años y Lika, aunque parecía apenas haber envejecido, ya contaba con 37 años. El vínculo entre ambas se había fortalecido a lo largo de los años, casi como si compartieran una sola alma dividida en dos cuerpos. En su mente, Nori recordaba cada etapa importante de su vida, y Lika siempre había estado allí, observando, protegiéndola, acompañándola en silencio con esa lealtad inquebrantable que solo los familiares mágicos parecían tener.

Entre los recuerdos más queridos de Nori, uno en particular destacaba: el nacimiento de su hija Uzi. Aún podía ver claramente en su mente a Lika acercándose sigilosamente a la cuna de la recién nacida. La enorme gata, a pesar de su tamaño, se movía con una gracia y delicadeza inusitadas, como si temiera alterar el frágil equilibrio del mundo del bebé. Con un pequeño salto, Lika se asomaba por el borde de la cuna, sus ojos verdes fijos en la pequeña criatura que había llegado a sus vidas. Olfateaba el aire, como si quisiera asegurarse de que todo estaba en orden, y Nori siempre supo, desde ese primer momento, que Lika no solo la protegería a ella, sino también a su hija.

Con el paso de los meses, Uzi y Lika desarrollaron un lazo especial. Nori recordaba cómo, en las largas noches de llanto y desvelo, cuando la bebé no dejaba de llorar, Lika siempre parecía adelantarse a ella. Al llegar corriendo a la habitación de su hija, Nori encontraba a Lika ya dentro de la cuna, lamiendo el pequeño rostro de Uzi con suaves movimientos de su lengua áspera. El llanto cesaba casi de inmediato, y la bebé, tranquila y adormecida por la presencia cálida de la gata, volvía a dormirse. A lo largo de los años, los momentos como estos se fueron sumando, formando una cadena de recuerdos que Nori atesoraba profundamente.

La longevidad de Lika era otro de esos aspectos que siempre suscitaba comentarios. Las visitas al veterinario eran cada vez menos frecuentes, no porque Lika no las necesitara, sino porque nunca parecía enfermarse o mostrar signos de envejecimiento. Siempre había algo en su mirada que indicaba una sabiduría más allá de la comprensión humana. La abuela de Nori había explicado que, al ser su familiar, Lika viviría tanto como ella, compartiendo el destino de su bruja, en una conexión que iba más allá de lo físico y temporal. Nori encontraba consuelo en esa idea, sabiendo que mientras ella viviera, también lo haría Lika.

Ahora, mientras Lika se frotaba con cariño en las piernas de su ama, un suave ronroneo emanaba de su garganta. Nori se agachó, acariciando con ternura la cabeza de su fiel compañera. Sus dedos recorrieron el pelaje suave, perdiéndose en la textura sedosa y cálida de la gata, y por un instante, el mundo exterior parecía desvanecerse, dejando solo el vínculo entre ambas.

—¿La encontraste? —preguntó Nori en voz baja, mirando a Lika directamente a los ojos, buscando una respuesta que solo su familiar podría darle.

Los profundos ojos verdes de la gata la miraron con una intensidad que parecía atravesar el alma. Sabía lo que su dueña estaba preguntando, y aunque no podía hablar, su mirada comunicaba más de lo que cualquier palabra jamás podría. Nori supo de inmediato la respuesta, aunque su corazón no quería aceptarla del todo.

Uzi había desaparecido hacía una semana. Nori sentía cómo su corazón se encogía al recordar el día en que su hija, junto con otros dos chicos del pueblo, se esfumaron sin dejar rastro. Las búsquedas habían sido intensas los primeros días, pero a medida que pasaban las horas y luego los días, la esperanza comenzó a desvanecerse en el resto del pueblo. Uno a uno, los vecinos, los familiares y hasta las autoridades comenzaron a perder la fe. Los murmullos en las calles ya no hablaban de una búsqueda, sino de una tragedia. La mayoría había dado por muerta a Uzi y a los otros dos chicos.

Sin embargo, Nori no podía aceptar eso. Había algo en su interior, una sensación persistente que no la dejaba caer en la desesperación completa. Una corazonada que, aunque débil y casi imperceptible, la hacía aferrarse a la creencia de que su hija aún estaba viva, en algún lugar. Quizás era la conexión mágica que compartían, el lazo invisible entre madre e hija, o tal vez era simplemente la negativa de una madre a aceptar lo peor. Sea como fuere, esa sensación era lo único que la mantenía en pie, que le daba fuerzas para seguir buscando cuando todos los demás ya habían abandonado.

Por eso había pedido ayuda a Lika. Sabía que, si alguien podía encontrar a Uzi, era su leal gata mágica. Lika siempre había sido una presencia vigilante, protectora y sabia, y Nori confiaba en que, con sus habilidades, podría rastrear a su hija de alguna manera. Lika había aceptado la misión sin vacilar, como siempre lo hacía, porque no solo estaba cumpliendo con su deber como familiar, sino porque también amaba profundamente a Uzi. Nori lo sabía, lo veía en cada pequeño gesto, en la forma en que Lika cuidaba a su hija desde que era apenas una bebé.

Ahora, una semana después, la incertidumbre pesaba sobre Nori como una losa. Lika había estado yendo y viniendo en silencio, rastreando con paciencia y determinación, pero cada vez que regresaba, sus ojos no traían las respuestas que Nori tanto deseaba. Esa tarde, sin embargo, el maullido de Lika había sido diferente. Había algo en su tono, en la forma en que la miraba, que hizo que el corazón de Nori diera un vuelco.

Lika asintió lentamente con la cabeza, sus grandes ojos verdes llenos de una sabiduría y comprensión que Nori apenas podía alcanzar. Nori la observó, anhelando ver más, deseando con todo su ser ser capaz de entender mejor lo que estaba sucediendo, de leer en esos ojos alguna respuesta más clara, más concreta.

—¿Dónde está? —preguntó Nori con la voz apenas un susurro—. ¿Por qué no vuelve?

Esperaba, en vano, una respuesta más directa, más tangible, pero Lika sólo continuaba mirándola en silencio. Ese silencio de los animales mágicos, cargado de significados que las palabras no alcanzan a expresar. Un silencio que a veces era más frustrante que el propio desconocimiento.

—¿Está bien? —La voz de Nori tembló un poco al pronunciar esta última pregunta.

De nuevo, Lika asintió con la cabeza, y en ese simple gesto, Nori sintió un alivio momentáneo. Pero no era suficiente. Su corazón seguía lleno de preguntas, de incertidumbre, y la angustia no desaparecía por completo.

De pronto, algo cambió. Los ojos verdes de Lika comenzaron a brillar, primero con un leve resplandor que luego se fue intensificando. El brillo de esos ojos parecía encenderse desde lo más profundo de su ser, y a medida que la luz crecía, Nori sintió una extraña sensación en su propio cuerpo. Sin previo aviso, sus propios ojos comenzaron a brillar también, pero en un tono morado, su color característico. La conexión mágica entre ambas se activó, y Nori lo vio. Vio todo como Lika lo había visto. Y no solo eso, lo escuchaba también como ella lo había escuchado.

Lo primero que percibió fue un lugar antiguo, una construcción que, a pesar de haber visto mejores días, conservaba una belleza imponente. El espacio estaba lleno de libros, estanterías altísimas que se extendían hasta donde alcanzaba la vista. Aquel lugar olía a sabiduría, a conocimientos olvidados, a secretos guardados por generaciones. Las paredes parecían respirar la historia misma, como si cada grieta, cada mancha de humedad, hablara de un pasado que se resistía a desaparecer.

Pero Nori no tuvo mucho tiempo para detenerse en los detalles. De inmediato, su atención fue capturada por un sonido. Una risa. No cualquier risa, sino la risa inconfundible de su hija, Uzi. Nori sintió un nudo en la garganta al reconocerla, y su corazón, que había estado en un estado de angustia constante desde la desaparición de su hija, se llenó momentáneamente de alivio. Uzi estaba viva, estaba ahí, y sonaba... feliz.

Pero entonces, Nori lo vio. Junto a Uzi, en ese vasto espacio lleno de libros, estaba el chico albino que había aparecido en las grabaciones de las cámaras el día que Uzi desapareció. Él también era uno de los desaparecidos, pero ahora estaba allí, junto a su hija. Lo que más perturbaba a Nori, sin embargo, no era su presencia, sino la forma en que interactuaba con Uzi. El chico la cargaba en sus brazos con facilidad, como si fuera ligera como una pluma, y la lanzaba al aire con una fuerza sorprendente...

Y entonces lo notó. Lo que al principio parecía una escena de alegría inocente, pronto reveló su naturaleza perturbadora. Las alas. El chico tenía enormes alas negras, pero no eran alas de plumas como las de un ángel, sino alas membranosas, de murciélago, que surgían de su espalda. Estaban teñidas con un extraño brillo amarillo en las puntas, y se movían con una gracia inhumana, manteniéndolo flotando en el aire mientras jugaba con Uzi.

La vista de esas alas heló la sangre de Nori. ¿Qué clase de criatura era este chico? Algo oscuro se ocultaba en su naturaleza, algo que la perturbaba profundamente. Nori sabía que había muchos tipos de seres en el mundo, algunos benignos y otros no tanto, y aunque Uzi reía y parecía disfrutar del juego, la presencia del chico albino la inquietaba. Había algo en él que la hacía temer, un peligro latente que parecía estar oculto tras su sonrisa y sus ojos pálidos.

Pero lo que más desconcertó a Nori fue ver a Uzi usando su propia magia en el juego. La pequeña estaba claramente disfrutando del desafío que representaba tratar de engañar al albino. Usaba fragmentos de su poder para dificultar los movimientos del chico, haciendo que sus alas brillaran en un intenso color morado, el mismo color de la magia que Nori había pasado años enseñándole a controlar. A veces, Uzi incluso se elevaba en el aire, flotando por unos segundos antes de que el chico lograra atraparla nuevo.

Ambos reían sin cesar, como si estuvieran en una competencia amistosa, como si el mundo fuera solo un gran juego. Pero para Nori, verlo desde la perspectiva de Lika, a través de los ojos de su familiar, le causaba un profundo malestar. No porque Uzi estuviera usando magia, ni siquiera por el hecho de que estuviera volando. Lo que realmente le inquietaba era que Uzi parecía estar completamente a gusto con aquel chico, con aquella criatura de alas negras que la lanzaba y atrapaba como si no hubiera ningún problema con eso, como si se tratara de algo naturalmente... sencillo...

El juego entre Uzi y el chico albino, cuyo nombre no sabía, continuaba. Se movían como en una danza bien ensayada. Cada vez que Uzi flotaba en el aire, extendiendo sus brazos con una expresión de pura alegría, el chico la atrapaba justo a tiempo, a veces con una precisión tan perfecta que parecía una coreografía. Era como si los dos se entendieran a la perfección, como si compartieran una sincronización que iba más allá de las palabras.

El chico albino, con sus alas batiendo suavemente, usaba sus habilidades para mantenerse siempre cerca de Uzi. La lanzaba al aire con tal facilidad, que Uzi no parecía sentir miedo, ni siquiera en las alturas más grandes. En un momento, cuando Uzi estaba en el aire, el chico dejó que flotara unos instantes más de lo habitual, mientras giraba en el aire. El movimiento de sus alas hacía un sonido sutil, casi como un susurro, y el aire a su alrededor vibraba con la energía mágica de ambos.

Uzi, por su parte, aprovechaba esos momentos para poner en práctica pequeños trucos mágicos. Nori observaba cómo su hija movía sus dedos en el aire, creando destellos morados que parpadeaban alrededor de las alas del chico, desestabilizándolo momentáneamente. Era un juego en el que Uzi intentaba "ganar" entorpeciendo los movimientos del albino. Y cuando lo lograba, su risa llenaba el espacio.

En una de esas ocasiones, el chico albino perdió ligeramente el equilibrio, sus alas se agitaron erráticamente, y Nori vio cómo una ráfaga de magia morada atravesaba las membranas negras, haciendo que el chico descendiera brevemente. Uzi, entre risas, lo señaló, claramente orgullosa de haber logrado que el chico perdiera el control por un instante. Pero la respuesta del chico fue una sonrisa traviesa, y en menos de un segundo ya la había vuelto a lanzar al aire, como si el incidente no hubiera pasado.

Los minutos seguían pasando, y Nori observaba, incapaz de apartar la mirada. Había algo fascinante en la forma en que los dos interactuaban. Cada vez que Uzi se elevaba, su cabello volaba libremente alrededor de su rostro, y sus ojos brillaban con emoción. Era como si este juego fuera lo más divertido que había experimentado en mucho tiempo. Y el chico albino, con sus alas extendidas, la seguía en todo momento, asegurándose de que Uzi nunca cayera ni por un segundo.

Pero, a pesar de la aparente inocencia del juego, Nori no podía dejar de sentirse inquieta. Había algo en la forma en que el chico se movía, en la forma en que sus alas reflejaban la luz con ese brillo amarillo, que le hacía pensar que esto no era solo un simple entretenimiento. No era solo un juego. Había algo más, algo que Nori no alcanzaba a entender del todo. ¿Qué significaba todo esto? ¿Por qué Uzi se encontraba con ellos? ¿Qué propósito tenía este extraño encuentro?

De repente, una tercera figura apareció en escena. Caminando lentamente bajo ellos, en el suelo, estaba otro chico, uno con el cabello y los ojos verdes. Nori lo reconoció de inmediato: era el tercer desaparecido. Parecía molesto, quizás incluso irritado por el ruido y la actividad que había sobre él.

—Están haciendo demasiado ruido —gruñó, cruzando los brazos mientras miraba hacia arriba.

—¡Cállate! —respondió Uzi desde el aire, con una sonrisa pícara en el rostro—. ¡Si quieres aprender a controlar tu magia, deja de quejarte!

El chico de cabello verde rodó los ojos y se dejó caer en el suelo, irritado pero aparentemente resignado. Mientras tanto, el juego entre Uzi y el albino continuaba, con risas y movimientos ágiles que llenaban el aire.

Nori observaba todo esto a través de los ojos de Lika, sintiendo una mezcla de emociones que la abrumaban. Por un lado, se alegraba de ver que su hija estaba viva, que estaba bien, e incluso parecía estar disfrutando de la compañía de aquellos chicos. Pero por otro lado, algo en su interior le decía que no todo estaba bien. ¿Quiénes eran realmente esos chicos? ¿Qué hacían con su hija? ¿Por qué Uzi no había regresado?

Mientras estas preguntas se acumulaban en su mente, Nori sintió una especie de tirón en la conexión con Lika. Era como si la gata estuviera tratando de decirle algo más, de mostrarle algo que aún no había visto. Con un esfuerzo consciente, Nori se enfocó más en los detalles que Lika percibía. El aire alrededor de ellos estaba cargado de energía mágica, una energía antigua, densa, que impregnaba cada rincón de aquel lugar.

Nori se dio cuenta de que aquel espacio no era un sitio común. No era simplemente una biblioteca antigua o una casa abandonada. Había algo más, algo oculto bajo la superficie. La magia en el aire no era la suya, ni la de Uzi. Era algo más grande, más antiguo, más poderoso. Y de repente, una sensación de peligro la atravesó como un rayo. Esa magia no era natural, no era benevolente.

Entonces, la conexión se rompió bruscamente. Los ojos de Lika dejaron de brillar, y Nori sintió que regresaba a la realidad de la cocina. El suelo frío bajo sus pies, el sonido del agua goteando del fregadero. La sensación de desconcierto y miedo aún la envolvía, pero ahora estaba de vuelta en su propio cuerpo, lejos de aquella visión.

Lika seguía mirándola con esos ojos verdes profundos, pero ahora el brillo había desaparecido. Nori se quedó quieta por un momento, procesando lo que había visto, lo que había sentido. Su hija estaba viva. Eso era lo más importante. Pero también sabía que había algo más en juego, algo que no podía ignorar.

Uzi estaba en peligro, aunque ella aún no lo supiera.

La magia que la rodeaba, la presencia de esos chicos, el lugar en el que estaban, todo indicaba que había fuerzas más allá de su comprensión involucradas. Nori sintió un escalofrío recorrerle la espalda. No podía quedarse de brazos cruzados. Debía encontrar a su hija, y debía hacerlo antes de que fuera demasiado tarde.

Miró a Lika, que seguía a su lado, fiel como siempre.

—Gracias, Lika —murmuró Nori, mientras acariciaba suavemente la cabeza de la gata, sus dedos deslizándose por el suave pelaje negro como la noche. El ronroneo de Lika se intensificó con el contacto, creando una melodía reconfortante que llenaba el espacio alrededor de ellas. Para Nori, ese ronroneo era un recordatorio de la conexión profunda que compartían, una que había perdurado a lo largo de los años, y en ese momento, se sintió más fuerte que nunca.

La gata, leal como siempre, había cumplido con su misión, pero ahora, Nori sabía que el verdadero reto apenas comenzaba. Uzi seguía desaparecida, atrapada en algún lugar que escapaba al entendimiento de Nori, un lugar donde fuerzas oscuras, desconocidas, la mantenían alejada de su hogar, de su familia. La imagen del chico albino, con sus alas negras, seguía grabada en su mente, perturbando su paz interior. Sabía que no sería fácil, que este camino que estaba por recorrer sería arduo y peligroso.

—Vamos a traerla de vuelta —dijo con una determinación que resonó en cada palabra.

Era más que una simple declaración. Era una promesa, una promesa a sí misma, a Uzi, y a Lika. No se detendría hasta encontrar a su hija. No importaba qué fuerzas se interpusieran en su camino, no importaba cuán oscuros fueran los secretos que debiera desentrañar, Nori estaba dispuesta a enfrentarlos todos.

Pero entonces, un suave maullido de Lika rompió la determinación de Nori. No era un sonido cualquiera. Era un maullido lleno de significado, uno que Nori entendió al instante. Lika, con esa sabiduría silenciosa que siempre la había caracterizado, le estaba diciendo algo que Nori no quería escuchar, pero que, en el fondo, sabía que era verdad: no podían traer a Uzi de vuelta.

El peso de esa realidad cayó sobre los hombros de Nori como una carga abrumadora. Ella misma no podría traer a Uzi de vuelta, al menos no de la manera en que lo había imaginado. Uzi tendría que encontrar el camino de regreso por sí sola. Tenía que hacerlo con su propia fuerza, con su propio poder. Y eso la llenaba de una mezcla de temor y esperanza. Esperanza porque sabía que su hija era fuerte, más fuerte de lo que muchas veces había imaginado. Y temor, porque si fallaba, si no encontraba ese camino...

—¿La cuidarás? —preguntó Nori, su voz suave pero cargada de una emoción profunda. Era más que una pregunta, era una plegaria desesperada, un ruego a su fiel compañera.

Lika, sin dudarlo, asintió una vez más. El brillo en sus ojos verdes reflejaba la lealtad absoluta que siempre había mostrado hacia Nori y, por supuesto, hacia Uzi. La gata volvió a frotarse contra las piernas de su ama, como si quisiera transmitirle algo más, algo que no se podía expresar con palabras. Su presencia era un recordatorio de que, aunque Uzi tuviera que encontrar su propio camino, no estaría sola. Lika la cuidaría, como lo había hecho siempre.

Nori inhaló profundamente, preparándose para lo que estaba por venir. Sabía que no sería fácil, pero no estaba sola.

Buenasssss :D

No tengo túnel del carpo, es una tendinitis, pero aún así está canijo, así que pues sip, no había podido escribir pero me acabo de hechar el speedrun de mi vida (bueh no, eso fue cuando subi como 4 en la madrugada)

Pero bueno :D

Hasta aquí Solecito, nos leemos luego :D

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