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Capítulo 23

Yeva corría a través del bosque, su respiración entrecortada y su andar torpe y desaliñado revelaban el agotamiento que sentía. La ropa, hecha girones, colgaba de su cuerpo como trapos, apenas cubriéndola. Su cabello corto estaba completamente enredado, con pequeñas ramitas y hojas secas atoradas entre sus mechones. Los ojos carmesí, que normalmente brillaban con una intensidad peligrosa, ahora estaban apagados, vacíos de cualquier destello de esperanza. El terror los había oscurecido, y la única emoción que quedaba era la necesidad desesperada de sobrevivir.

El bosque que la rodeaba era un laberinto de sombras y sonidos extraños, donde el viento susurraba secretos que parecían burlarse de ella. Cada crujido bajo sus pies, cada silbido entre las ramas, era un recordatorio de que estaba sola, perdida en un lugar que no tenía intención de dejarla salir con vida.

Había llegado al bosque como siempre lo hacía, en busca de conocimiento, de poder. No era la primera vez que se adentraba en la espesura, pero esta vez, la suerte no estaba de su lado. Todo lo que podía salir mal, había salido mal.

Todo comenzó al entrar al bosque. Apenas había dado unos pasos cuando sintió un movimiento a su derecha. Giró la cabeza y sus ojos se encontraron con un árbol de Boutruckles. Estas pequeñas criaturas, que parecían hechas de ramitas retorcidas, con dedos largos y afilados como palillos, la observaban con ojos diminutos pero penetrantes. Sabía que eran relativamente inofensivos, siempre y cuando no atentara contra su árbol. Pero los Boutruckles consideraron que ella había caminado demasiado cerca de su hogar, invadiendo su espacio personal, y la atacaron.

Yeva intentó retroceder, pero fue demasiado tarde. Los Boutruckles se lanzaron sobre ella con una velocidad sorprendente, clavando sus largos y afilados dedos en su piel. Sintió el dolor punzante en los brazos y las piernas, y al mirar hacia abajo, vio la sangre brotando de las heridas. Gritó y agitó sus brazos, intentando apartarlos, pero las criaturas eran persistentes, su única preocupación era proteger su hogar. El miedo la envolvió, y en un último esfuerzo, lanzó un hechizo para alejarlos. Las pequeñas criaturas soltaron su agarre y cayeron al suelo, pero no antes de dejar profundas marcas en su piel. El dolor era insoportable, pero no tenía tiempo para lamentarse. Salió corriendo, dejando un rastro de sangre en su camino.

La sensación de vulnerabilidad la golpeó como una tormenta. Sabía que la sangre que dejaba atrás podía atraer a criaturas más peligrosas, y la idea de ser seguida por bestias hambrientas la llenaba de pavor. Apretó los dientes, luchando contra el dolor, y continuó corriendo. La espesura del bosque se cerraba a su alrededor, las ramas se enredaban en su cabello y la hierba alta rozaba sus piernas, empeorando las heridas.

Después de lo que pareció una eternidad, su pie tropezó en una zanja oculta por la maleza. Cayó de bruces, golpeando el suelo con fuerza. El aire salió de sus pulmones en un jadeo ahogado, y por un momento, se quedó allí, inmóvil, tratando de recuperar el aliento. El mundo giraba a su alrededor, y el dolor de sus heridas se mezclaba con la confusión y el agotamiento. Se obligó a levantarse, sus brazos temblaban mientras se apoyaba en el suelo cubierto de hojas muertas. Su cuerpo gritaba por descanso, pero la desesperación de sobrevivir la empujaba a seguir adelante.

Con un esfuerzo sobrehumano, se puso de pie, tambaleándose mientras continuaba su marcha. El bosque parecía moverse a su alrededor, los árboles susurraban su condena mientras ella avanzaba a ciegas. Cada paso era un recordatorio de su fragilidad, y su mente luchaba por mantener la cordura en medio del caos.

No pasó mucho tiempo antes de que se encontrara con una nueva amenaza. Un Lethifold, una criatura mortal conocida por su insaciable hambre de almas, se deslizó desde las sombras, persiguiéndola con un sigilo que helaba la sangre. La figura amorfa parecía una manta traslúcida flotante sobre el suelo, pero Yeva sabía que era mucho más que eso. Los Lethifolds eran cazadores silenciosos, y su abrazo significaba una muerte lenta y aterradora.

El corazón de Yeva latía con fuerza mientras sentía la presencia de la criatura acercarse. Sabía que no tenía muchas opciones, así que, con las últimas fuerzas que le quedaban, conjuró un encantamiento de luz. El hechizo se formó débilmente en la punta de su dedo, pero fue suficiente. Una explosión de luz cegadora llenó el área, y el Lethifold se retiró con un siseo amenazador. La luz era su debilidad, y aunque sabía que no sería suficiente para matarlo, al menos le había dado un respiro. Sin perder un segundo, Yeva corrió, tratando de alejarse lo más posible antes de que la criatura decidiera volver.

La mente de Yeva estaba nublada por el terror y la fatiga, pero su instinto de supervivencia la empujaba hacia adelante. Tropezaba a cada paso, pero no podía detenerse. Cada sombra, cada susurro del viento entre las hojas, parecía ser una amenaza acechante. La paranoia se apoderaba de ella, y sentía que los ojos invisibles del bosque la observaban, juzgándola, esperando el momento adecuado para atacarla.

Finalmente, después de lo que pareció una eternidad de sufrimiento y terror, Yeva llegó a su destino. Se encontraba en un claro en el corazón del bosque, un lugar que alguna vez había visitado en busca de conocimiento. El aire aquí era diferente, más pesado, como si el tiempo se hubiera detenido en este rincón olvidado del mundo. En el centro del claro había un lago negro, oscuro como la noche, cuyas aguas eran un espejo inquietante que reflejaba las sombras de los árboles circundantes. En medio del lago, una enorme piedra negra se alzaba majestuosa, cubierta de inscripciones rúnicas que parecían brillar con una luz tenue y sobrenatural.

Yeva sintió un escalofrío recorrer su espalda al acercarse al lago. La piedra la llamaba, susurrando promesas de poder y conocimiento, pero también de peligro. Su cuerpo y mente estaban exhaustos, pero la curiosidad innata que la había llevado hasta aquí la empujaba a continuar. Sabía que esas runas ocultaban secretos antiguos, tal vez el conocimiento que necesitaba para sobrevivir, para escapar del destino cruel que parecía acecharla en cada esquina.

Se acercó con cautela, sintiendo la fría brisa que emanaba del lago rozar su piel. El agua oscura parecía moverse de manera antinatural, como si algo vivo se agitara en sus profundidades. Yeva no podía apartar los ojos de las inscripciones rúnicas en la piedra. Cada símbolo parecía vibrar con energía propia, y aunque no podía entender su significado completo, sentía que contenían un poder que podía cambiar su destino.

Pero justo cuando estaba a punto de dar el paso final hacia el borde del lago, algo se movió en las sombras. Su corazón se detuvo por un segundo mientras giraba la cabeza, buscando la fuente del movimiento. De las profundidades de la oscuridad surgió una criatura que parecía una sombra viviente. No tenía forma definida, solo una presencia ominosa que irradiaba una malevolencia palpable.

Yeva sintió cómo el terror se apoderaba de ella. La criatura no emitía ningún sonido, pero su mera presencia era suficiente para llenar el aire de tensión. Se quedó paralizada por un momento, incapaz de moverse mientras la sombra se deslizaba hacia ella. Su mente gritaba que corriera, que huyera de ese lugar maldito, pero su cuerpo se negaba a obedecer.

Fue solo cuando la sombra estaba a punto de alcanzarla que su instinto de supervivencia la obligó a reaccionar. Con un grito ahogado, Yeva dio media vuelta y corrió, sin mirar atrás. El bosque se cerró a su alrededor una vez más, y el sonido de sus pasos resonaba como un eco en la quietud ominosa del lugar. La sombra la perseguía, implacable, pero Yeva no se detuvo. Su cuerpo dolía, cada herida ardía como fuego, pero la adrenalina la impulsaba a seguir adelante.

Finalmente, después de lo que pareció una eternidad, logró perder a la sombra en la espesura del bosque. Se dejó caer contra un árbol, jadeando, con el corazón latiendo desbocado. Estaba cubierta de sudor, sangre y tierra, pero había sobrevivido. Al menos por ahora.

Miró a su alrededor, intentando orientarse, pero el bosque era un laberinto de árboles idénticos y sombras interminables. No tenía idea de dónde estaba ni cómo salir de allí. Su estómago rugió de hambre, recordándole que llevaba días, si no semanas, sin comer. Su magia la había mantenido con vida hasta ahora, pero sabía que no podría continuar así por mucho más tiempo.

Mientras trataba de decidir su próximo movimiento, escuchó un ruido en la distancia. Al principio, pensó que era otra criatura del bosque, pero el sonido era diferente. Era más... humano. Se levantó con cautela, moviéndose hacia la fuente del sonido. A medida que se acercaba, pudo distinguir una figura entre los árboles. Era una mujer, alta y esbelta, con cabello corto y blanco que no le llagaba ni a los hombros. Yeva sintió una mezcla de alivio y temor. No estaba sola, pero tampoco sabía si esta mujer era amiga o enemiga.

La figura se giró lentamente hacia ella, y Yeva sintió un escalofrío recorrer su cuerpo. Los ojos de la mujer eran de un amarillo profundo, casi hipnótico, y cuando sonrió, Yeva vio los colmillos afilados que asomaban entre sus labios. El pánico se apoderó de ella al darse cuenta de que estaba frente a una vampira, una criatura peligrosa que podía terminar con su vida en un abrir y cerrar de ojos.

V, la vampira, observó a Yeva con una mezcla de curiosidad y diversión. Para ella, la bruja parecía una presa fácil, agotada y herida, sin fuerzas para defenderse. Sus ojos brillaron con anticipación mientras se acercaba lentamente, disfrutando del miedo en los ojos de Yeva.

Yeva retrocedió, su mente luchando por encontrar una salida. Sabía que no podía correr, no en su estado. La vampira la alcanzaría en segundos. Pero también sabía que no podía quedarse quieta y esperar la muerte. Con un último esfuerzo desesperado, alzó su mano y conjuró un hechizo. Una ráfaga de energía mágica envolvió a V, inmovilizándola en su lugar.

Por un momento, el bosque quedó en silencio, solo interrumpido por el sonido de la respiración agitada de Yeva. La vampira la miró con sorpresa, sin poder moverse, mientras la magia la mantenía en su lugar. Yeva no esperó para ver cuánto tiempo duraría el hechizo. Se dio la vuelta y corrió, sus pies tambaleándose bajo ella mientras se adentraba aún más en la espesura del bosque.

Corrió hasta que no pudo más, hasta que sus pulmones ardieron y sus piernas amenazaron con ceder. Solo entonces se permitió detenerse, escondiéndose entre los árboles y liberando finalmente el hechizo que mantenía a V inmovilizada. Esperaba que la distancia que había puesto entre ellas fuera suficiente para mantenerla a salvo, al menos por ahora.

Yeva se dejó caer al suelo, agotada y desesperada. Sabía que no podía continuar así por mucho más tiempo. La noche se profundizaba y el bosque, con su espesura de sombras y susurros, se volvía aún más peligroso en la oscuridad. Pero, por ahora, todo lo que podía hacer era respirar, tratar de reunir sus fuerzas, y esperar que, de alguna manera, encontraría una salida de este infierno verde.

El aire alrededor de ella se sentía denso, como si la oscuridad misma tuviera un peso, aplastándola. Las sombras se alargaban, y los sonidos del bosque parecían tomar un tono más siniestro. Las ramas crujían en la distancia, el viento silbaba entre los árboles, y de vez en cuando un aullido solitario rompía el silencio, haciéndola temblar. Yeva se acurrucó contra un tronco, tratando de hacerse pequeña, deseando desaparecer en la oscuridad.

Pero sin que ella se diera cuenta, algo la observaba desde las profundidades del bosque, una criatura que se movía sigilosamente entre las sombras. Su presencia era tan sutil que incluso el bosque parecía contener la respiración en su paso, temeroso de perturbar a ese ser antiguo y temible.

El viento sopló con un gemido agudo, agitando las ramas sobre su cabeza. Yeva levantó la vista, sintiendo una presencia extraña y ominosa. Al principio, pensó que su mente jugaba trucos, que era solo su imaginación avivada por el miedo y el cansancio. Pero entonces lo vio. Una silueta imponente se deslizaba entre los árboles, una sombra más oscura que la noche misma.

Sus ojos, normalmente astutos y calculadores, ahora estaban llenos de terror puro. En medio de la penumbra, una figura enorme y aterradora emergió lentamente. Su tamaño era descomunal, y su cuerpo deformado parecía ser una amalgama de carne putrefacta y oscuridad. Tenía un cráneo esquelético, blanqueado como hueso viejo, con cuencas vacías que parecían devorar la luz a su alrededor. Grandes astas, enredadas con plantas y musgo, se erguían como una corona maldita sobre su cabeza. La criatura, un wendigo, era la personificación misma del terror que habitaba en los rincones más oscuros de las pesadillas.

El corazón de Yeva se detuvo por un instante. No podía moverse, no podía gritar, solo podía mirar fijamente a esa aberración que se cernía sobre ella. El wendigo también la miraba, sus cuencas vacías parecían perforar su alma. Era como si el tiempo se hubiera detenido, dejando a ambos atrapados en ese momento de horror absoluto.

Yeva estaba hipnotizada, atrapada por la mezcla de belleza y terror que emanaba de la criatura. Era una visión tan espantosa que no podía apartar la mirada, como si su propia mente estuviera fascinada por la abominación que tenía ante sí. El wendigo se acercó lentamente, sus movimientos eran fluidos, casi etéreos, como si flotara sobre la tierra.

El bosque entero parecía contener la respiración, cada sonido había cesado, como si todas las criaturas hubieran huido o estuvieran observando en silencio. La temperatura cayó bruscamente, el aire alrededor de Yeva se volvió helado, su aliento se transformaba en pequeñas nubes de vapor mientras intentaba contener su pánico. Su mente luchaba por comprender lo que estaba viendo, pero cada intento de razonamiento se encontraba con una pared de miedo absoluto.

La criatura dio un paso más cerca, y Yeva pudo ver más detalles de su horrorosa forma. Su piel, si es que se podía llamar así, parecía estar estirada sobre huesos afilados, desgarrada y en algunos lugares colgaba en jirones podridos. De su boca, una grieta en su rostro esquelético, goteaba una sustancia negra y viscosa que caía al suelo, donde se evaporaba al contacto con la tierra. El hedor que emanaba era insoportable, una mezcla de carne podrida, sangre seca y la humedad de la tierra corrupta.

Yeva trató de retroceder, de arrastrarse lejos de la criatura, pero su cuerpo no respondía. El terror la tenía paralizada, cada músculo congelado por la presencia de ese monstruo. Quería gritar, correr, hacer algo, pero su voz se había ahogado en su garganta, atrapada por el horror que sentía.

El wendigo se detuvo a solo unos metros de ella, y en ese momento, algo en su comportamiento cambió. Ya no se movía con la calma depredadora de antes. Sus astas se inclinaron hacia adelante, y su cuerpo comenzó a retorcerse, como si estuviera reuniendo fuerzas para un ataque. Yeva sintió el pánico apoderarse de ella, sus ojos se abrieron de par en par, y finalmente, encontró su voz. Pero el grito que salió de su garganta fue un sonido débil, roto por el miedo, apenas un susurro en la inmensidad del bosque.

De repente, el wendigo se lanzó hacia ella con una velocidad que desafió toda lógica. En un parpadeo, la distancia entre ellos se evaporó, y antes de que Yeva pudiera siquiera levantar una mano para defenderse, el monstruo la empaló con una de sus enormes astas. El dolor fue tan intenso que por un momento no sintió nada, solo una especie de vacío helado que la envolvía.

La criatura la levantó del suelo, manteniéndola empalada en su asta mientras la miraba con sus cuencas vacías. Yeva sintió la vida escaparse de su cuerpo, el dolor era insoportable, pero aún más aterrador era la sensación de frío que se extendía desde la herida, consumiéndola desde adentro. La sangre comenzó a fluir de su boca, sus ojos se llenaron de lágrimas mientras miraba a la criatura con una mezcla de incredulidad y desesperación.

El wendigo emitió un sonido bajo, gutural, como un gruñido de satisfacción mientras mantenía a Yeva suspendida en el aire. Su cuerpo temblaba violentamente, cada espasmo enviando olas de dolor a través de su ser. Quiso gritar, pero su voz se había ido, robada por el terror y el dolor. Sus ojos comenzaron a cerrarse, su visión se nubló, y finalmente, su cuerpo quedó completamente inmóvil.

El wendigo la dejó caer al suelo, como si ya no fuera más que un despojo sin valor. Yeva yacía en el suelo, su vida desvaneciéndose lentamente mientras la oscuridad la envolvía. El monstruo se retiró, volviendo a las sombras de donde había salido, dejando tras de sí solo silencio y muerte.

Por su mente moribunda pasaban imágenes fragmentadas, como un caleidoscopio de recuerdos y emociones que se entrelazaban en un último intento de aferrarse a la vida. La sensación de frío que se extendía desde la herida era abrumadora,sus intestinos incluso desparramados por el suelo y su sangre esparcida, incluso el camino de sangre que había dejado el wendigo mientras que esta escurría de sus astas, pero los recuerdos se abrieron paso, inundando su consciencia mientras la oscuridad la rodeaba.

Primero, vio con claridad el momento en que descubrió que estaba embarazada de su hija. Fue un día inesperado, una mezcla de temor y asombro la llenó al mirar la pequeña prueba en sus manos temblorosas. Recordó cómo había mirado su reflejo en el espejo, buscando alguna señal en su rostro que le indicara que todo cambiaría, y lo hizo. La noticia había sido un rayo de luz en su vida, una chispa que iluminó su camino en medio de la incertidumbre. Aunque el padre de Doll, un hombre ausente y distante, no mostró ningún interés ni emoción al enterarse, Yeva sintió una oleada de amor tan profunda por la vida que crecía dentro de ella, que supo que no importaba quién estuviera a su lado. Sería madre, y eso le bastaba.

El nacimiento de Doll fue el siguiente recuerdo que se deslizó en su mente. La habitación estaba llena de luz suave, las paredes decoradas con tonos cálidos que ella misma había elegido con tanto cuidado. El dolor de parto había sido intenso, casi insoportable, pero cuando por fin escuchó el primer llanto de su hija, todo el sufrimiento se desvaneció. La pequeña criatura que le colocaron en los brazos era frágil, pero tan viva, con ojos tan grandes y curiosos que inmediatamente la cautivaron. Sintió que en ese momento, el mundo entero se reducía a esos ojos carmesí que la miraban con la inocencia pura de un recién nacido. Ese fue el momento en que entendió que su vida ya no le pertenecía; su propósito, su existencia misma, se entrelazó con la de Doll de una manera que nunca antes había experimentado.

Los primeros años de vida de su hija pasaron ante ella como un torrente de imágenes llenas de risas, llantos y todo lo que una madre puede experimentar en ese periodo de crecimiento. Recordó las noches en vela, cuando Doll se despertaba llorando y ella la acunaba, susurrando suaves melodías para calmarla. Recordó los primeros pasos titubeantes de Doll, cómo había caído y llorado, y cómo Yeva había corrido hacia ella para consolarla. Cada día había sido una nueva aventura, una oportunidad para enseñar, proteger y, sobre todo, amar.

Yeva también recordó los momentos en que comenzó a enseñar a Doll la magia, los secretos que ella misma había aprendido con tanto esfuerzo. Al principio, había dudas y temores en su corazón, preguntándose si era lo correcto, si estaba preparando a su hija para un destino que podría ser más una maldición que una bendición. Pero cada vez que veía la fascinación en los ojos de Doll cuando lograba conjurar un pequeño hechizo, o cuando comprendía una lección complicada, esos miedos se desvanecían. Había orgullo en su corazón, un orgullo que superaba todo lo demás. Doll era brillante, un prodigio en ciernes, y Yeva estaba convencida de que su hija podría hacer grandes cosas con las enseñanzas que le estaba proporcionando.

Sin embargo, mientras esos recuerdos la inundaban, un nuevo pensamiento surgió, uno oscuro y desgarrador. Se dio cuenta de que su mente estaba llena de imágenes de su hija porque, en el fondo, sabía que su tiempo se estaba agotando. Un dolor aún más profundo que el físico la atravesó al pensar en Doll ahora. Estaba sola. Completamente sola. Su padre nunca había estado presente, un fantasma que solo había dejado una vaga sombra en su vida, y ahora, Yeva también se estaba yendo. Las lágrimas comenzaron a brotar de sus ojos, cayendo pesadamente por sus mejillas pálidas. Era un dolor que superaba cualquier sufrimiento físico, la angustia de una madre que sabía que estaba abandonando a su hija en un mundo que podría ser implacable y cruel.

Los pensamientos se entrelazaban, mezclando la desesperación con la tristeza. ¿Qué sería de Doll sin ella? ¿Cómo podría enfrentarse a los desafíos del mundo sin la guía de su madre? Estas preguntas la atormentaban mientras sentía cómo la vida se le escapaba poco a poco, con cada latido más débil, cada respiración más superficial. Yeva sabía que Doll era fuerte, que tenía un corazón valiente y una mente aguda, pero aun así, el temor por el futuro de su hija la consumía.

En medio de ese abismo de miedo, un rayo de esperanza cruzó su mente. Pensó en su hermana Nori, en la tía de Doll. Sabía que al menos Doll no estaría completamente sola. Su hermana, aunque diferente de ella en muchos aspectos, era una mujer fuerte, alguien que podría cuidar de Doll cuando ella ya no estuviera. Ese pensamiento le dio un pequeño consuelo, una chispa de alivio en medio de su dolor. Recordó las veces que su hermana había pasado tiempo con Doll, las risas compartidas, los consejos que le había dado, la manera en que su hermana siempre había demostrado un cariño genuino hacia la niña. Doll tendría a alguien, alguien que la amara y la guiara cuando ella ya no pudiera hacerlo.

Yeva cerró los ojos, sintiendo el peso de sus párpados, y dejó que ese último pensamiento se aferrara a su mente. Visualizó a Doll en brazos de su hermana, protegida, amada, y eso le dio un breve momento de paz. Sabía que su tiempo estaba llegando a su fin, que no habría más amaneceres para ella, ni más risas, ni más lágrimas. Pero al menos, Doll tendría a alguien. No estaría completamente sola.

Con ese pensamiento, la oscuridad finalmente la reclamó. La vida se esfumó de su cuerpo, llevándose consigo el dolor y el sufrimiento, pero dejando atrás un amor profundo y eterno. Las últimas lágrimas de Yeva cayeron mientras su cuerpo se relajaba, su alma liberada del tormento, y el silencio del bosque la envolvió en un abrazo final.

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Desde su habitación, sentada en la cama con J a su lado, Doll sintió algo dentro de ella romperse. Era como si un hilo invisible que la mantenía conectada a su madre se hubiera cortado de repente, como si pesadas tijeras hubieran seccionado el último vestigio de esperanza que había mantenido en su corazón. El peso de la realidad cayó sobre ella como una losa, aplastando cualquier vestigio de negación que aún quedara. Sabía, en lo más profundo de su ser, que su madre había muerto. No necesitaba verlo, no necesitaba oírlo de labios de nadie; simplemente lo supo. Era un conocimiento silencioso y devastador, una certeza que brotaba del vínculo inquebrantable que había compartido con su madre, ahora reducido a cenizas.

Un nudo se formó en su garganta, sofocante y doloroso, mientras las lágrimas comenzaban a brotar de sus ojos, calientes y traicioneras. No quería llorar, no quería mostrar debilidad, pero su cuerpo ya no respondía a su voluntad. El dolor era demasiado grande, demasiado profundo. La tristeza la invadió, llenando cada rincón de su ser, y por un momento, se sintió completamente sola en el mundo, como una niña pequeña perdida en medio de una tormenta.

J, sorprendida por la repentina reacción de Doll, la miró con preocupación. No entendía del todo lo que estaba sucediendo, pero sentía la intensidad del dolor que emanaba de Doll, como si pudiera sentir su corazón quebrándose en mil pedazos. Sin pensarlo dos veces, la rodeó con sus brazos, atrayéndola hacia sí en un abrazo firme y protector. No sabía qué decir, no sabía cómo consolarla, pero quería estar ahí para ella, quería ser el refugio que Doll necesitaba en ese momento.

J sentía que el amor que había empezado a florecer en su corazón por Doll ahora se entrelazaba con el deseo de protegerla, de cuidarla, de ser la persona en quien pudiera confiar sin reservas. Había admitido para sí misma que sus sentimientos por Doll iban más allá de una simple amistad, que la intensidad con la que deseaba verla sonreír, con la que quería borrar cualquier tristeza de su rostro, era algo más profundo, más complejo. Aunque no había encontrado el valor para confesárselo a Doll, estaba decidida a estar a su lado, a tropezar cuantas veces fuera necesario en el camino de aprender a amar a Doll, en cada sentido de la palabra.

Doll se dejó envolver por el abrazo de J, permitiéndose por primera vez en mucho tiempo dejar de ser fuerte, dejar de ser la chica que siempre lo tiene todo bajo control. Se permitió ser simplemente una niña pequeña, débil e indefensa, que sólo quería el consuelo de los brazos de su madre. Recordó las noches en las que, siendo más pequeña, corría al regazo de su madre en busca de protección contra los miedos nocturnos, cómo su madre la envolvía en sus brazos y la mecía hasta que el miedo se desvanecía. Pero ahora, esa realidad se había esfumado para siempre. No había un regazo al cual correr, no había unos brazos cálidos que la esperaran en la oscuridad.

El dolor de esta realidad la abrumó, y sollozó con más fuerza, hundiéndose en el abrazo de J. El contacto físico, el calor que emanaba de J, era todo lo que tenía en ese momento para aferrarse, el único ancla que la mantenía conectada a la realidad. Los sollozos sacudían su cuerpo pequeño, y en cada lágrima sentía que un poco más de su niñez se desvanecía, que la niña que había sido se estaba desmoronando, dejando en su lugar a una versión de sí misma que aún no comprendía del todo.

J acariciaba suavemente el cabello de Doll, sin decir nada, solo estando ahí, ofreciéndole su presencia, su consuelo. Sabía que las palabras no serían suficientes, que lo único que podía hacer era estar ahí, ser la roca en la que Doll pudiera apoyarse mientras atravesaba este dolor inimaginable. Sentía el corazón encogido al ver a Doll así, tan vulnerable, tan rota. Deseaba poder hacer más, pero entendía que a veces, simplemente estar ahí era suficiente, que su presencia era lo único que Doll necesitaba en ese momento.

Doll, entre sollozos, dejó que su mente viajara a recuerdos de su madre, esos momentos felices y seguros que ahora parecían tan lejanos. Recordó la calidez de la voz de su madre, la ternura en sus ojos cuando le enseñaba sus primeros conjuros, la paciencia infinita con la que la guiaba a través de los misterios de la magia. Recordó las historias que le contaba antes de dormir, los cuentos de su juventud, de los tiempos en los que la magia era algo nuevo y maravilloso. Pero ahora, esos recuerdos eran agridulces, llenos de una nostalgia que dolía más de lo que reconfortaba.

Pensó en su madre, en cómo había sido su guía, su protectora, y cómo, a pesar de la distancia que las había separado cuando se mudó con su tía Nori, siempre había mantenido la esperanza de que algún día volverían a estar juntas. Pero esa esperanza ahora se había desvanecido, dejando en su lugar un vacío que parecía consumirla desde dentro. Las lágrimas continuaban fluyendo mientras se daba cuenta de que nunca más volvería a ver a su madre, nunca más escucharía su voz, nunca más sentiría la calidez de su abrazo.

Doll sentía que ahora estaba sola en el mundo. Su madre había sido su todo, y sin ella, se sentía como un barco a la deriva en un mar tempestuoso. Pensó en su padre, un hombre que nunca había sido una figura presente en su vida, y sintió un dolor aún más profundo al darse cuenta de que ahora realmente no tenía a nadie. Pero luego, su mente volvió a su tía Nori, y aunque sabía que su tía la quería, no era lo mismo. No era su madre.

Pero en medio de ese dolor, Doll recordó a J, la persona que en ese momento la sostenía, que estaba ahí para ella sin importar qué. Y aunque la tristeza la consumía, sintió una chispa de gratitud hacia J, por estar a su lado, por no dejarla enfrentar este dolor sola. El abrazo de J era lo único que la mantenía conectada a la realidad, lo único que evitaba que se perdiera por completo en la oscuridad de su dolor.

Finalmente, después de lo que pareció una eternidad, los sollozos de Doll comenzaron a calmarse, y la fatiga la envolvió como una manta pesada. Se sentía exhausta, tanto física como emocionalmente. El dolor seguía ahí, agudo y punzante, pero había una pequeña parte de ella que encontraba consuelo en el hecho de que no estaba completamente sola. J estaba con ella, y aunque eso no borraba la pérdida, le daba un poco de fuerza para seguir adelante.

Doll levantó la mirada, sus ojos aún llenos de lágrimas, y encontró los ojos de J. Vio la preocupación y el cariño en ellos, y eso le dio un pequeño rayo de esperanza. Aunque su madre ya no estaba, aunque se sentía como un pequeño cisne negro perdido en un mundo demasiado grande y cruel, sabía que tenía a alguien que la amaba, que la cuidaría, y eso era algo a lo que podía aferrarse en este momento de oscuridad.

Por ahora podía ferrarse a J y permitirse ser una niña pequeña y vulnerable, un pequeño cisne negro herido y solo... pero al menos tenía a su ancla junto a ella...

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5068 palabras holly molly

creo que me agarré de algo que una vez mi psicologo me dijo, porque nos gusta analizar murder drones porque él también es fan, y una vez analizando a Uzi me dijo: "una madre muerta que resultó que no estaba muerta" piensa en eso, que te hace sentir?

y bueno... depsués pasaron cosas pero al escribir esto pensé en eso, una madre muerta que Doll sabe que no lo estaba, pero ahora ella sabe que lo esta...

Y quise plasmarla en un cisne negro porque neta que estoy muy tentada en volver al Ballet...

Hasta aquí Solecito, nos leemos luegoooo

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