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Capítulo 19

Alvirian despertó cuando el sol ya se encontraba alto en el cielo, su luz penetraba a duras penas entre las copas de los árboles, creando un juego de sombras que parecía danzar sobre el suelo del bosque. Sus compañeros vampiros aún dormían, resguardados en la oscuridad bajo la cual habían decidido refugiarse, sabiendo que la luz solar podía ser peligrosa para ellos. Alvirian, por su parte, no tenía tales restricciones, aunque su piel palidecía un poco bajo los rayos del sol.

Soltó un gruñido bajo, arrastrado por la pereza que se mezclaba con un descontento latente, mientras se levantaba con dificultad, cada movimiento acompañado por los tronidos de su columna vertebral al estirarse. Era un sonido que resonaba como el eco de ramas secas quebrándose, una sinfonía disonante que se perdía entre el susurro de las hojas movidas por una brisa suave. El bosque, a primera vista, parecía pacífico, un santuario de vida que escondía secretos entre sus sombras y claros. Alvirian no lo veía así. Para él, era simplemente un lugar por el que transitar, sin mayores preocupaciones. No creía que el bosque pudiera representar un peligro durante el día, cuando la mayoría de las criaturas más temibles estaban dormidas o se escondían de la luz.

Con una confianza despreocupada, comenzó a caminar. Sus pasos eran pesados, insensibles al entorno, rompiendo ramas y plantas sin detenerse a considerar el daño que causaba. Cada crujido de madera rota, cada hoja aplastada bajo sus botas, era una nota más en la cacofonía de su avance. No prestaba atención a las criaturas diminutas que lo observaban desde sus escondites, ojos diminutos llenos de desconfianza y resentimiento, siguiendo cada uno de sus movimientos con un odio que crecía a cada paso.

Entre los arbustos, unos pequeños gnomos lo vigilaban con ojos brillantes y coléricos. Su piel era rugosa y verdosa, como corteza de árbol envejecida, y sus rostros arrugados expresaban una mezcla de miedo y rabia. Para ellos, Alvirian era una invasión, un intruso que estaba profanando su hogar sagrado. A su alrededor, otras criaturas diminutas, como hadas y pixies, lo miraban con igual desprecio. Eran seres frágiles, casi etéreos, con alas transparentes que destellaban como el rocío bajo la luz del sol. Habían construido sus pequeñas moradas con esmero, usando ramas, hojas y flores, y ahora, esas casas eran destruidas sin que Alvirian siquiera lo notara, aplastadas bajo sus pies como si no fueran más que polvo en el camino. A medida que avanzaba, el odio hacia él crecía como una maleza venenosa en el corazón del bosque.

Algunos de los árboles más antiguos, cuyos troncos retorcidos habían visto pasar generaciones de criaturas, parecían estremecerse en su presencia. No era sólo por el daño físico que causaba, sino por la falta de respeto con la que se movía, como si el bosque no fuera más que un paisaje sin vida, un simple escenario para su caminata. Las raíces bajo el suelo se retorcían con una ira sorda, sintiendo la presencia de un ser ajeno, que no pertenecía a ese lugar. Sin embargo, el bosque aún no se movía contra él. Las criaturas que lo habitaban, desde los gnomos hasta las más grandes y poderosas, lo observaban, esperando, dejando que la ira fermentara.

En las alturas, un Clabert, una criatura extraña que habitaba los árboles, lo seguía con una curiosidad distante. El Clabert era una amalgama bizarra de mono y rana, con una piel verde oliva y ojos grandes y vidriosos que lo hacían parecer perpetuamente sorprendido. Sus largas extremidades eran ágiles, saltando de rama en rama con una gracia que contrastaba con la torpeza de Alvirian en el suelo. Sin embargo, a pesar de su interés inicial, el Clabert pronto perdió el interés. Este humano no tenía nada de especial, nada que justificara su atención. Y así, desapareció entre las ramas, dejándolo solo una vez más.

Alvirian continuó, cada vez más lejos del lago donde sus compañeros dormían. No tenía un destino en mente, sólo caminaba, dejando que sus pies lo llevaran donde quisieran. A lo largo del camino, seguía perturbando la paz del bosque. Destruía sin saberlo, pisoteando hogares y fuentes de alimento, ignorando las miradas de odio que se clavaban en su espalda. A veces, sentía una sensación de incomodidad, como si lo estuvieran observando, pero se encogía de hombros, descartando la sensación como paranoia. No tenía tiempo para preocuparse por cosas tan triviales.

Mientras más avanzaba, más profundo se adentraba en el corazón del bosque. Los árboles se volvían más altos, más antiguos, sus copas entrelazadas formando un dosel que filtraba la luz solar en haces dorados y verdes. El aire se volvía más fresco, más cargado de la fragancia de la tierra húmeda y el musgo. Aquí, el bosque parecía estar más vivo, cada hoja, cada piedra, vibrando con una energía latente, como si el mismo espíritu del lugar lo estuviera observando.

Finalmente, Alvirian se detuvo. Delante de él, posada en la rama de un árbol, se encontraba una criatura negra como la noche. Era un ave, grande y de aspecto moribundo, con plumas que parecían absorber la luz en lugar de reflejarla. Sus ojos eran dos pozos oscuros que brillaban con una inteligencia inquietante, y su pico afilado estaba ligeramente abierto, como si estuviera a punto de hablar. Alvirian lo observó, sintiendo una punzada de reconocimiento en su mente. Había oído hablar de estas criaturas, en viejos cuentos y leyendas.

- Un Augurey... -murmuró para sí mismo, maravillado por su hallazgo. El Augurey, o fénix irlandés, era conocido por sus apariciones sombrías, siempre presagiando la muerte. Su canto, según las leyendas, podía llevar a la locura a quienes lo escucharan, y su presencia era un mal augurio para cualquiera que lo encontrara. Alvirian se sintió cautivado por el ave, fascinado por su aspecto siniestro.

Sin embargo, su fascinación se convirtió rápidamente en temor cuando el Augurey abrió su pico. En un instante de lucidez, Alvirian se llevó las manos a los oídos, cubriéndolos con fuerza para protegerse del grito mortal. Pero aun así, podía sentir el poder de ese canto, como si vibrara en el aire, resonando en lo más profundo de su ser. No podía escucharlo, pero el impacto estaba allí, palpable. A su alrededor, los animales comenzaron a huir, como si algo terrible estuviera a punto de suceder.

- Así que el famoso Augurey... presagista de la muerte -pensó Alvirian en voz alta, su voz temblando ligeramente. No había esperado encontrarse con una criatura tan peligrosa en lo que él había asumido era un simple paseo. Pero ahora, estaba ante una de las más temidas bestias del folklore, y no podía evitar sentirse un poco desafiado. Sin embargo, el Augurey no le prestó más atención. Después de un momento, el ave cerró su pico, y el bosque volvió a caer en un silencio inquietante. Alvirian respiró profundamente, aliviado de haber escapado de la locura que ese canto podía inducir.

Decidió seguir adelante, pero ahora, el bosque había cambiado. Ya no era el mismo lugar que había visto antes. Los árboles parecían más oscuros, sus troncos retorcidos como manos de ancianos deformados. Las sombras se habían alargado, cubriendo el suelo en un manto de penumbra que parecía moverse por sí mismo. El aire, que antes era fresco y limpio, ahora se sentía pesado, cargado de una tensión palpable que oprimía sus pulmones con cada respiración. Un sudor frío comenzó a formarse en su frente, resbalando por su piel pálida mientras la ansiedad se apoderaba de él.

El bosque ya no era el mismo. Había cambiado de forma sutil pero innegable, transformándose de un santuario pacífico en un laberinto de sombras y secretos oscuros. Alvirian, que había comenzado su caminata con un aire despreocupado, ahora sentía que cada paso lo llevaba más y más lejos de la seguridad, más adentro en un territorio que no entendía y que no le era amistoso.

A medida que avanzaba, el suelo se volvió más blando, casi fangoso, sus botas hundiéndose ligeramente en la tierra húmeda. Las plantas alrededor de él eran más espesas, más salvajes, con espinas afiladas que se aferraban a su ropa, rasgando la tela con una facilidad perturbadora. Los sonidos del bosque habían cambiado también. El susurro de las hojas se había transformado en un murmullo constante, casi como voces que intentaban comunicarse entre sí. De vez en cuando, un crujido resonaba en la distancia, haciendo que Alvirian se detuviera y girara la cabeza, sus ojos escudriñando las sombras en busca de la fuente del ruido.

El ambiente pesado lo inquietaba profundamente. Había pasado de ser un simple paseo por el bosque a una experiencia cada vez más perturbadora. La tranquilidad que había sentido antes se había desvanecido, reemplazada por una sensación de peligro inminente. El bosque ya no parecía el mismo lugar, su belleza natural ahora opacada por una oscuridad palpable que parecía envolverlo. Era como si el bosque estuviera vivo, y no de una manera amistosa.

Cada vez que se detenía, sentía como si algo o alguien lo estuviera observando, aunque no podía ver nada entre las sombras. Había una presencia en el aire, algo invisible pero claramente allí, acechándolo con intenciones desconocidas. Alvirian no era del tipo que se asustaba fácilmente, pero incluso él no pudo evitar sentir un escalofrío recorriendo su espina dorsal. Estaba claro que algo en el bosque no quería que estuviera allí, y esa sensación se intensificaba con cada paso que daba.

Finalmente, Alvirian se detuvo en seco. El aire se había vuelto más frío, y una neblina delgada comenzaba a arremolinarse alrededor de sus pies, subiendo lentamente desde el suelo como si el bosque estuviera exhalando un aliento gélido. Frente a él, el sendero que había estado siguiendo se desvanecía en la penumbra, los árboles cerrándose sobre él como si intentaran atraparlo. La sensación de estar atrapado, de estar siendo cazado, se hizo más fuerte, y Alvirian sintió un nudo formarse en su estómago.

- ¿Qué demonios es este lugar? -murmuró para sí mismo, su voz apenas un susurro. Se giró lentamente, sus ojos buscando una salida, pero el bosque había cambiado tanto que no podía estar seguro de dónde venía ni hacia dónde iba. Todo lo que sabía era que debía salir de allí lo antes posible, antes de que algo peor sucediera.

La oscuridad que había estado creciendo en su entorno ahora lo envolvía por completo. Los sonidos del bosque se habían silenciado, dejándolo solo con el eco de su propia respiración y los latidos acelerados de su corazón. El bosque, que una vez había sido un lugar de vida y magia, ahora se había convertido en una trampa mortal, llena de amenazas invisibles y peligros acechantes. Alvirian sabía que no podía quedarse allí, pero tampoco sabía a dónde ir. Estaba perdido en un lugar que parecía cambiar a su alrededor, un laberinto de sombras que amenazaba con devorarlo si no encontraba una salida pronto.

Con una determinación renovada, comenzó a caminar de nuevo, esta vez con más cautela. Sus pasos eran más ligeros, sus ojos escudriñando cada sombra, cada movimiento en la periferia de su visión. Sabía que no estaba solo, que algo lo seguía, y que necesitaba mantenerse alerta. El bosque estaba vivo, y ahora, él era su presa.

El camino que había tomado, tan claro y definido antes, ahora se retorcía y bifurcaba en direcciones imposibles. Alvirian luchaba por recordar de dónde había venido, pero los árboles, todos iguales en su oscuridad retorcida, le ofrecían pocas pistas. El musgo y las raíces bajo sus pies parecían moverse, como si intentaran enredarse en sus botas y detener su avance. Las ramas bajas se curvaban hacia él, sus espinas rasgando su ropa y su piel, dejándole pequeños cortes que ardían con un dolor punzante.

Lo que Alvirian ignoraba por completo era que, durante todo el tiempo que había estado explorando el bosque, una criatura letal lo había estado acechando de cerca: un Lethifold. Esta criatura, de la cual pocos han vivido para contar, es un ser de pesadilla que se desliza con la ligereza de una sombra, apenas perceptible incluso para los más vigilantes. Su forma, cuando está saciada, recuerda a una tela vaporosa que se arrastra por el suelo, moviéndose sin esfuerzo alguno entre la maleza y los troncos de los árboles. La apariencia del Lethifold es engañosamente simple, casi como si fuera un simple fragmento de oscuridad errante, pero su sutileza es lo que lo convierte en un depredador mortífero.

El Lethifold es conocido por ser una de las criaturas más peligrosas del mundo mágico, un enemigo al que pocos pueden hacer frente y sobrevivir para contar la historia. A medida que se acerca a su presa, su presencia se torna apenas perceptible, un susurro en la brisa, una sombra más oscura entre las sombras. Pero cuando finalmente decide atacar, es entonces cuando revela su verdadera naturaleza. En cuestión de segundos, envuelve a su víctima con su tela negra, asfixiándola en un abrazo mortal del que no hay escapatoria. Sus movimientos son tan rápidos y silenciosos que ni los magos y brujas más poderosos pueden reaccionar a tiempo. Lo más aterrador es que el Lethifold no deja rastro alguno. No quedan restos, ni señales de lucha; su presa simplemente desaparece del mundo, absorbida por la oscuridad que la devora.

Mientras se alimenta, el Lethifold adquiere un leve relieve en su forma, una hinchazón apenas perceptible, como si la tela se hubiera llenado ligeramente. Es su única señal de que ha encontrado su próxima comida. Luego, se aleja sigilosamente, buscando un nuevo lugar donde acechar, dejando tras de sí nada más que el vacío.

Alvirian, por supuesto, no tenía idea de que esta amenaza invisible lo seguía de cerca. Ni siquiera los instintos que le habían advertido del cambio en el ambiente lo prepararon para la presencia de un enemigo tan insidioso. Si tan solo hubiera mirado a sus pies, si hubiera prestado atención a los detalles más sutiles del entorno, podría haber percibido una ligera perturbación en el suelo, un oscurecimiento fugaz de la luz del sol filtrada por las copas de los árboles. Pero su mente estaba ocupada con otras preocupaciones, y el Lethifold, con su paciencia infinita, se deslizaba silenciosamente a su lado, esperando el momento perfecto para atacar. Sin embargo, el destino tenía otros planes, pues, aunque la presencia del Lethifold era una amenaza mortal, no sería el mayor peligro que enfrentaría en el bosque ese día.

De repente, un sonido rompió el silencio. Era un susurro, apenas audible, pero tan claramente dirigido a él que Alvirian se detuvo en seco. Giró la cabeza en todas direcciones, pero no podía ver nada entre las sombras. A su alrededor, el bosque permanecía inmóvil, pero el susurro continuaba, una voz que no podía entender, pero que claramente quería decirle algo. Sintió que los pelos de su nuca se erizaban, y su corazón latía con más fuerza en su pecho.

Alvirian apretó los dientes, intentando ignorar la creciente sensación de miedo. No podía permitirse perder la calma, no ahora. Tomó un respiro profundo y continuó avanzando, sus ojos buscando cualquier señal de una salida, un camino que lo llevara de vuelta al lago y a sus compañeros. Pero cuanto más caminaba, más parecía el bosque cerrarse sobre él, como si estuviera atrapado en un sueño del que no podía despertar.

Finalmente, llegó a un claro, una pequeña apertura en el bosque donde la luz del sol apenas lograba filtrarse a través de las copas de los árboles. En el centro del claro, una roca negra y lisa se alzaba como un altar, su superficie cubierta de símbolos extraños que Alvirian no podía reconocer. El aire en el claro era frío, mucho más frío que en el resto del bosque, y cada aliento que tomaba se convertía en vapor frente a su rostro.

Alvirian se acercó a la roca con cautela, sintiendo que algo en ese lugar era profundamente incorrecto. Los símbolos grabados en la piedra parecían moverse cuando los miraba, cambiando de forma y patrón como si tuvieran vida propia. Había una energía en el aire, algo oscuro y antiguo que lo hacía sentirse pequeño e insignificante. Al llegar al borde de la roca, vio que había algo más: un pequeño charco de agua oscura, tan negra que parecía absorber la luz a su alrededor. Alvirian se agachó, extendiendo una mano hacia el agua, pero se detuvo a pocos centímetros de la superficie, un instinto primario diciéndole que no lo tocara.

Se quedó allí por un momento, contemplando el charco, sintiendo como si algo lo estuviera llamando desde las profundidades de esa oscuridad líquida. Pero antes de que pudiera decidir qué hacer, un sonido detrás de él lo hizo girar bruscamente. Una rama se rompió, y Alvirian se encontró cara a cara con lo que parecía ser una figura oscura, apenas visible entre las sombras.

Y como si incluso el Lethifold que lo siquiera entendiera el peligro se marchó, silenciosamente sin dejar rastro alguno, incluso él huyendo de esa criatura, sin que Alvirian llegase siquiera a notar su presencia.

No podía distinguir su forma exacta, pero sabía que no era un animal, ni tampoco humano. Era algo más, algo que no pertenecía a este mundo. La figura se movió lentamente hacia él, y Alvirian sintió que el miedo se apoderaba de él, paralizándolo en su lugar. La figura se detuvo a unos metros de distancia, y aunque no tenía rostro, Alvirian sintió que lo estaba observando, analizando cada uno de sus movimientos.

- ¿Quién eres?  -preguntó Alvirian, su voz apenas un susurro. No esperaba una respuesta, pero la figura pareció entender, inclinándose ligeramente hacia él. El aire a su alrededor se enfrió aún más, y Alvirian sintió que su respiración se volvía más difícil, como si el aire mismo se estuviera espesando, llenándose de una presencia oscura que lo asfixiaba.

La figura no respondió, pero Alvirian podía sentir su intención, un deseo de acercarse más, de tocarlo. Dio un paso atrás, sus manos temblando mientras intentaba mantener la calma. Sabía que debía salir de allí, que no podía enfrentarse a lo que fuera que estaba delante de él. Pero sus piernas se sentían como plomo, incapaces de moverse, atrapado en el lugar por el puro terror.

Y entonces, como si hubiera tomado una decisión, la figura comenzó a moverse hacia él, lenta pero inexorablemente. Alvirian sentía que el aire a su alrededor se volvía más denso, su pecho apretado por una fuerza invisible. Sabía que si la figura lo alcanzaba, no saldría de ese claro. Con un esfuerzo sobrehumano, logró dar un paso atrás, y luego otro, hasta que finalmente se giró y comenzó a correr.

El bosque lo rodeaba con una velocidad que parecía imposible, los árboles y ramas retorciéndose a su alrededor, tratando de atraparlo. Pero Alvirian no miraba atrás, corriendo con todas sus fuerzas, sabiendo que su vida dependía de ello. Podía sentir la presencia detrás de él, cada vez más cerca, una sombra que se deslizaba entre los árboles como una serpiente, implacable en su persecución.

La figura oscura se movía con una agilidad antinatural, cada paso suyo hacía temblar el suelo bajo los pies de Alvirian. A medida que se acercaba, su forma comenzó a cambiar de manera grotesca, deformándose en algo aún más aterrador. Lo que al principio parecía una sombra amorfa, ahora se retorcía y crecía, desarrollando enormes extremidades que se alargaban en garras afiladas, listas para desgarrar todo a su paso. Sus piernas y brazos crecían desmesuradamente, como si absorbieran la energía del bosque mismo, transformándose en monstruosos apéndices que destrozaban todo lo que se interponía en su camino. El sonido de los árboles arrancados de raíz resonaba en los oídos de Alvirian como explosiones lejanas, cada crujido y estallido incrementando su pánico.

El terror lo consumía mientras corría a través del bosque, pero no importaba cuán rápido moviera sus piernas, la criatura estaba siempre cerca, a su sombra. Alvirian podía sentir la vibración en el suelo con cada paso del monstruo, el aire alrededor suyo se volvía más denso, cargado con una energía maligna que parecía succionar la vida del entorno. Estaba tan absorto en su huida que no vio la gruesa raíz que sobresalía del suelo justo delante de él. Su pie se enredó en ella y, en un instante, se desplomó hacia adelante, cayendo con fuerza al suelo. El impacto le sacó el aire de los pulmones y le raspó la piel de las manos y las rodillas. El dolor era punzante, pero lo que realmente lo paralizó fue la sensación de desesperanza absoluta que lo invadió.

Inmóvil, Alvirian sabía que no tenía tiempo para levantarse. Podía escuchar la criatura acercándose, el sonido de su monstruosa mandíbula abriéndose y cerrándose, con dientes tan afilados que podría cortar el metal. El rugido gutural que emitió hizo que el corazón de Alvirian latiera desbocado en su pecho, tan fuerte que pensó que explotaría. En ese momento, una abrumadora sensación de resignación lo cubrió como un manto. Creyó que había llegado su fin. Cerró los ojos con fuerza, esperando el golpe fatal, la mordida que pondría fin a todo.

Pero en lugar de la oscuridad definitiva, lo que llegó fue un sonido completamente diferente. Unos cascos resonaron sobre la hojarasca del bosque, un sonido que, aunque extraño, no llevaba consigo el peso del terror. Alvirian abrió los ojos de golpe, la confusión venciendo momentáneamente al miedo. Sintió un tirón brusco que lo levantó del suelo, como si una fuerza invisible lo arrastrara hacia arriba. El siguiente instante, se encontró siendo llevado a toda velocidad lejos de la amenaza. El aire azotaba su rostro, el entorno pasaba rápidamente a su alrededor, pero lo que más lo sorprendió fue darse cuenta de que estaba sentado en lo que parecía ser el lomo de un caballo.

Pero algo no cuadraba. Cuando miró hacia abajo, notó que no era un caballo común. Su cuerpo era rojizo, con músculos que se tensaban y relajaban con cada poderoso movimiento, pero cuando levantó la mirada, vio que la parte superior no pertenecía a un caballo, sino a un hombre. Un centauro. Alvirian apenas podía creer lo que veían sus ojos. Era una figura imponente, con un torso musculoso cubierto de una piel pálida, y una melena castaña corta que se agitaba al viento mientras corría a través del bosque con una agilidad sobrehumana. Sus ojos, de un rojizo intenso, reflejaban una determinación férrea mientras sorteaba con facilidad los obstáculos naturales del terreno.

El centauro, moviéndose con una velocidad y destreza que desafiaban la lógica, no parecía en lo más mínimo perturbado por la peligrosa criatura que habían dejado atrás. Saltaba por encima de raíces expuestas y árboles caídos, esquivando ramas bajas y arbustos espinosos con una precisión casi instintiva. Alvirian, asido con fuerza al torzo del centauro, sentía el poder de los músculos bajo la piel tensa mientras el ser mitológico los conducía a través del bosque con una velocidad que le quitaba el aliento.

La densidad del bosque comenzó a disminuir gradualmente. La oscuridad que los había envuelto se disipaba lentamente, dando paso a un ambiente menos opresivo. La luz del sol, que había sido casi completamente bloqueada por el follaje denso, empezó a filtrarse entre las copas de los árboles. Alvirian notó que el aire, antes pesado y cargado de tensión, ahora se sentía más liviano, como si la amenaza se hubiera quedado atrás. Respiró profundamente, sintiendo un alivio que casi le hizo soltar una risa nerviosa.

El centauro se detuvo de golpe, plantando firmemente sus cascos delanteros en la tierra. Alvirian, que había estado concentrado en el cielo que se oscurecía, levantó la vista para descubrir que estaban de regreso en claro con el lago donde había comenzado su travesía. Vio a sus compañeros en el agua, riendo y divirtiéndose, completamente ajenos al horror que acababa de experimentar. La normalidad de la escena le produjo un extraño contraste con el caos en su interior.

El centauro, sin decir una palabra, se inclinó ligeramente hacia adelante, doblando sus rodillas delanteras para permitir que Alvirian desmontara. El joven se deslizó cuidadosamente por el costado del ser, sintiendo el suelo firme bajo sus pies. Cuando finalmente estuvo de pie, se dio cuenta de que su cuerpo estaba temblando, un eco del terror que aún no lograba sacudirse por completo. Respiró hondo, tratando de recuperar la compostura, y miró al centauro con un profundo agradecimiento.

—Muchas gracias —dijo Alvirian, su voz cargada de sinceridad. No podía recordar la última vez que había pronunciado esas palabras con tanto sentimiento. Sabía que, sin la intervención de aquel ser, su vida podría haber terminado en el oscuro corazón del bosque.

El centauro lo miró con una expresión inescrutable, sus ojos rojizos brillaban con una intensidad que Alvirian no podía descifrar del todo. Finalmente, el centauro habló, su voz resonó con una autoridad tranquila, pero llena de una advertencia implícita.

—Nunca vuelvas.

Las palabras, pronunciadas con una gravedad que no admitía objeciones, sorprendieron a Alvirian. Sin embargo, asintió lentamente, reconociendo la seriedad en la voz del centauro. Sabía que no era un consejo, sino una orden, una que no debía tomarse a la ligera. Aquel bosque, con todos sus misterios y peligros, no era un lugar al que alguien como él debía aventurarse nuevamente.

El centauro, viendo que su mensaje había sido entendido, dio un paso hacia atrás, preparándose para regresar al bosque. Pero antes de que pudiera irse, Alvirian lo llamó, sintiendo la necesidad de saber más sobre su salvador.

—¿Cuál es tu nombre? —preguntó, su voz sonó más suave de lo que había esperado, casi como si temiera interrumpir el momento.

El centauro se detuvo, girando su cabeza hacia él, sus ojos rojizos parecían analizarlo por un breve momento antes de responder.

—W —dijo, su voz profunda resonó en el aire, cargada con una simplicidad que sugería que no necesitaba explicar más.

Alvirian observó más detenidamente al centauro ahora que estaban fuera de peligro. La luz del crepúsculo iluminaba su piel pálida, haciendo que su melena castaña brillara con tonos cálidos. La mitad inferior de su cuerpo, de un castaño rojizo profundo, era poderosa y robusta, un reflejo de la fuerza y velocidad que había demostrado en su carrera a través del bosque. Sus ojos, aunque intimidantes, ahora le parecían menos feroces, casi como si en ellos se reflejara una sabiduría antigua, una comprensión de los peligros que acechaban en la oscuridad.

Alvirian también notó algo peculiar en la vestimenta del centauro. Llevaba puesta una bolsa de supermercado hecha de tela, rota por la parte de abajo, a modo de playera corta. Era un detalle extraño, casi cómico, que contrastaba con su imponente figura. Pero Alvirian no se atrevió a preguntar sobre ello; después de todo, aquel ser acababa de salvarle la vida, y había una parte de él que no quería saber más de lo necesario sobre sus costumbres.

—Gracias, W... —repitió Alvirian, sintiendo que el nombre llevaba un peso significativo, aunque desconocido para él.

El centauro asintió ligeramente, reconociendo las palabras de Alvirian, y sin más, se dio la vuelta, adentrándose nuevamente en el bosque. Su figura se desvaneció entre los árboles con una rapidez sorprendente, y pronto, Alvirian quedó solo, caminando en dirección a la orilla del lago, el silencio de la noche envolviéndolo, sólo roto por las risas de los que jugaban dentro del lago.

Por un largo momento, Alvirian permaneció inmóvil, tratando de procesar todo lo que había ocurrido. El encuentro con la criatura, el rescate por parte de W, todo parecía tan irreal. Sentía como si hubiera estado atrapado en una pesadilla de la que finalmente había despertado. Sin embargo, la realidad de la situación se manifestaba en su cuerpo, aún tembloroso, y en la sensación de alivio que llenaba su pecho.

Miró hacia el lago, donde sus compañeros seguían sumergidos en la diversión, sin percatarse de la gravedad de lo que él había vivido. Nadie le creería si les contara sobre lo que había sucedido en el bosque. Pero, por alguna razón, Alvirian sentía que Uzi debía saberlo. No era solo el peligro que él había enfrentado, sino la oscura presencia que aún acechaba en las sombras del bosque. Había algo en la forma en que el centauro le había advertido, en la urgencia de sus palabras, que hacía que Alvirian supiera que este no era un simple encuentro desafortunado. Algo más profundo, algo más peligroso, estaba en juego.

Con esos pensamientos en mente, Alvirian se dirigió hacia el grupo, decidido a encontrar una manera de comunicar lo que había descubierto. El sol se ocultaba en el horizonte, y la noche comenzaba a reclamar el cielo. Mientras caminaba, sentía que una nueva determinación se formaba en su interior. El bosque no era un lugar seguro, y él, más que nadie, lo sabía ahora. Tenía que advertirles, tenía que encontrar la manera de que le creyeran, porque algo le decía que la próxima vez que se adentraran en el bosque, podría no haber un centauro para salvarlos.

-¡Ey, amargado! -S gritó desde el agua, la voz cargada de entusiasmo y burla. La luna estaba justo sobre ellos, cubriendo todo con su plateado resplandor y haciendo que las partes lobunas de S fueran aún más destacables. La brisa suave y fresca parecía cantar con las olas del agua, creando una atmósfera de relajada diversión. Las risas y el bullicio de sus compañeros se mezclaban con el sonido del agua.

S, con su agilidad y energía inagotable, salió del agua como una flecha, sus patas de rasgos lobunos surcando la superficie con una velocidad sorprendente. Era como si sus movimientos estuvieran coreografiados con la naturaleza misma, una danza de fuerza y gracia. Su entusiasmo era contagioso, y su objetivo estaba claro: Alvirian.

Alvirian, aún tambaleándose por la reciente experiencia en el bosque, estaba de pie en la orilla, tratando de sacudirse el sudor frío y la adrenalina de su cuerpo. Había estado en silencio, inmerso en sus pensamientos, cuando sintió la mano firme de S agarrándolo del brazo. Antes de que pudiera protestar o incluso procesar lo que estaba ocurriendo, S lo había arrastrado hacia el agua con una risa desafiante.

—¿Qué estás-? —Alvirian intentó decir, pero las palabras se ahogaron en el rugido del agua cuando S lo lanzó al lago. Ambos cayeron al agua con un estrépito de salpicaduras que levantó una nube de gotas brillantes, como si la luna misma estuviera lloviendo sobre ellos.

El impacto frío del agua fue un choque revitalizante para Alvirian, sacándolo de sus pensamientos y llevándolo de vuelta al momento presente. La sensación era casi liberadora, una ola de frescura que contrastaba bruscamente con la tensión de los eventos recientes. Cuando emergió a la superficie, respiró profundamente, llenando sus pulmones con el aire fresco del atardecer.

S apareció junto a él, su rostro iluminado por una sonrisa amplia y juguetona. La risa de S se mezclaba con el sonido del agua mientras nadaba alrededor de Alvirian, salpicándolo y retándolo a un juego improvisado.

Alvirian, al principio, dudó en unirse a la diversión. La intensidad de la experiencia en el bosque aún pesaba sobre él, pero algo en la vivacidad de S, en la pureza de su diversión, hizo que el peso comenzara a levantarse. En lugar de resistirse, se permitió ser arrastrado por el momento. Sonrió por primera vez, una expresión genuina que había sido rara en él últimamente. Era un alivio sentir la alegría simple y sin complicaciones, un pequeño consuelo tras la agitación que había vivido.

Mientras S continuaba burlándose y desafiándolo, Alvirian no podía evitar dejarse llevar, incluso participando en el juego. Chapoteó y nadó a su alrededor, y la risa de ambos llenaba el aire con una energía renovada.

Sin embargo, no todos compartían el mismo nivel de entusiasmo. En la orilla, Dopa observaba con una expresión reservada, sus ojos fijos en Alvirian. Aunque su rostro mantenía una neutralidad calculada, había algo en su mirada que delataba una preocupación latente. Dopa podía sentir que algo en Alvirian estaba diferente al resto del grupo, algo que no podía explicar completamente. Era una intuición, una percepción que le decía que no todo estaba bien, pero Dopa, fiel a su naturaleza, no dejaba que sus inquietudes salieran a la superficie. Mantenía su distancia, observando y esperando, mientras el resto del grupo se entregaba a la diversión.

En medio de la risa y el chapoteo, Alvirian se permitió un momento para apreciar la vida que aún tenía por delante, el segundo chance que el destino le había concedido. Mientras disfrutaba del tiempo con sus compañeros, sentía que quizás, solo quizás, podría encontrar una forma de lidiar con lo que había enfrentado en el bosque, un paso a la vez.

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5404 HOLLY MOLLY

como escribo tanto en un día?

1. este cap amé, amo la magia las criaturas mágicas y el bosque, soy bruja verde así que es mi elemento, de manera literal jaja

2. Tengo casi toda la historia escrita en una libreta, en ideas bases así que sólo la desarrollo aquí.

3. ¡¿YA DIJE QUE AMÉ ESCRIBIR ESTE CAPÍTULO?!

hasta aquí Solecito que tiene práctica de bádminton y va tarde pero quería acabar el cap-

Nos leemos luegooo

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