Capítulo 16
V se quedó en su habitación tras la partida de J, y aunque no lo demostró de inmediato, la idea de que el sol pudiera haber alcanzado a N no le gustaba en absoluto. N era su hermano, después de todo. Aunque su relación había cambiado con el paso de los años, y los gestos de afecto habían sido reemplazados por distancia y frialdad, el lazo que los unía no se había desvanecido. Había un amor latente, profundo, enterrado bajo capas de tiempo, cicatrices, y una vida que los había llevado por caminos oscuros. Su mente, a menudo acostumbrada a la indiferencia y al distanciamiento emocional, ahora se encontraba inquieta, como una corriente subterránea que no podía ignorar.
V recorrió la habitación con pasos pesados, casi como si intentara sacudirse los pensamientos que la invadían. La habitación, como una cápsula del tiempo, estaba congelada en una era que ya no existía. Era un reflejo de su apego a un pasado que jamás la dejaría ir, como si en el año 1700 el tiempo hubiera detenido su curso y se hubiera quedado allí, atrapado en los muebles de madera oscura, los tapices de las paredes que narraban historias olvidadas, las alfombras gruesas que amortiguaban cada paso, y los cuadros que colgaban, mostrando rostros y paisajes de otra época. La cama con dosel se alzaba en el centro de la habitación, majestuosa y opresiva, con sábanas de tela pesada que parecían absorber cualquier rastro de calidez. Era un contraste marcado con los restos de almohadas esparcidos por la habitación, destrucciones resultantes de sus momentos de furia, una pequeña concesión a la violencia que a veces amenazaba con desbordarse. Desgarrar las almohadas con sus garras afiladas, en lugar de salir al bosque y matar lo primero que se cruzara en su camino, le parecía un acto más sano, una forma de canalizar la ira que bullía en su interior sin perder completamente el control.
El aire en la habitación era denso, cargado con el aroma de la madera antigua y el leve rastro de humedad que se filtraba desde las paredes. Las velas que alguna vez habían iluminado la estancia con una luz cálida, ahora estaban reducidas a cera derretida, testigos mudos de noches de vigilia. Los cortinajes de terciopelo rojo, que alguna vez habían sido vibrantes, ahora estaban descoloridos por el paso del tiempo, moviéndose con lentitud mientras V se acercaba a la ventana. Los pliegues pesados y polvorientos de las cortinas parecían susurrar con el roce del aire que se filtraba, sus sombras alargadas cubrían las paredes en un juego de luces y sombras que reflejaban la naturaleza inquieta de V.
La ventana, su única conexión con el mundo exterior, se abrió con un crujido prolongado, como si también estuviera resistiéndose al paso del tiempo. El aire nocturno, fresco y limpio, invadió la habitación, contrastando con la sofocante atmósfera interior. Las cortinas se alzaron, ondulantes como las alas de un pájaro en pleno vuelo, y el polvo que había permanecido en suspensión durante años comenzó a bailar en la luz plateada de la luna, un ballet de partículas que brillaban momentáneamente antes de desvanecerse en la oscuridad.
V se apoyó en el alféizar de la ventana, la madera rugosa y gastada bajo sus dedos, y cerró los ojos un momento, permitiendo que el viento acariciara su rostro. Dejó que su mente se despejara, pero el peso de sus preocupaciones seguía presente, una carga que no podía ignorar. Se dejó caer, pero antes de tocar el suelo, sus alas negras se desplegaron con gracia, amortiguando su caída y elevándola con una facilidad que desafiaba la gravedad. En el aire, V se sentía libre, aunque solo fuera por unos momentos, alejada de los muros de piedra que la contenían.
El vuelo siempre había sido su escape, una manera de desconectar del mundo terrenal y sumergirse en una libertad que solo el cielo podía ofrecerle. Cada batir de sus alas la alejaba más y más de la opresiva realidad, permitiéndole navegar por corrientes de viento que la llevaban hacia el vasto firmamento nocturno. El cielo estaba despejado, salpicado de estrellas que parpadeaban con intensidad, como si quisieran ofrecerle una compañía silenciosa en su soledad. La luna, brillante y alta, proyectaba su luz sobre el paisaje, iluminando el mundo con un resplandor suave y pálido que convertía todo en sombras y siluetas. El paisaje bajo ella se deslizaba rápidamente, un borrón de colores oscuros interrumpidos por la luz esporádica de las casas del pueblo y las farolas que marcaban las calles como hilos dorados en la noche.
Mientras volaba, sus pensamientos volvieron a N, su hermano, y el pequeño temor que había tratado de ahogar en su habitación comenzó a crecer. Recordó momentos de su infancia, cuando N era solo un niño, y solían jugar juntos en los jardines de la mansión. Esos recuerdos, que antes le provocaban ternura, ahora solo le traían una mezcla de tristeza y frustración. ¿En qué momento habían cambiado tanto las cosas? ¿Cuándo dejaron de ser esos niños que se protegían mutuamente, para convertirse en los seres fríos y distantes que eran ahora? Sentía una punzada en el pecho, una señal de que aún le importaba, aunque intentara negarlo. Y por más que se esforzara en ignorarlo, no podía sacudirse la preocupación. No quería perder a su hermano, no como ya había perdido otras partes de sí misma con el paso del tiempo.
El pueblo apareció ante ella, sus luces titilantes dándole la bienvenida. Pero esta vez no se dirigió a las áreas más concurridas. No estaba de humor para la compañía ni para la caza. La zona cerca del muelle, con su atmósfera más tranquila y sus rincones oscuros, le ofrecía lo que necesitaba: soledad y un espacio para sus pensamientos. Descendió con gracia en un callejón oscuro, donde las sombras la envolvieron como un manto protector, y guardó sus alas, volviendo a su forma humana. El pavimento húmedo bajo sus pies reflejaba las luces distantes de las farolas, y el olor del agua salada del muelle llenaba el aire, mezclado con el aroma tenue del pescado y el humo de las chimeneas.
V comenzó a caminar por la avenida principal, aunque no buscaba realmente algo ni a alguien en particular. Solo quería despejar su mente, tal vez encontrar algo que pudiera distraerla, aunque fuera momentáneamente. A lo lejos, las risas de los adolescentes que caminaban en grupo, algunos tambaleándose por el alcohol, otros compartiendo momentos de felicidad juvenil, resonaban en el aire, recordándole una vida que ella ya no podía vivir. Sus ojos, de un profundo color ambar, se pasearon por las sombras que proyectaban las luces de las farolas, observando el ir y venir de las almas nocturnas que no tenían idea de lo que se escondía en la oscuridad.
A menudo, se entregaba a sus instintos, buscando a un hombre que la distrajera, alguien que, por una noche, pudiera ofrecerle un escape de la monotonía de su existencia. Los llevaba a lugares apartados, rincones oscuros donde la luz no llegaba, y allí, en la intimidad de la oscuridad, encontraba lo que necesitaba: sangre y olvido. Pero esa noche, mientras caminaba, no sentía el mismo deseo. Algo en ella se resistía, una quietud que le impedía seguir sus antiguos patrones. La idea de participar en un ritual familiar le parecía vacía, carente de propósito.
El agua del muelle brillaba con el reflejo de la luna, sus ondas tranquilas creando un espejo natural que duplicaba la belleza del cielo. V se detuvo al borde del muelle, permitiéndose unos minutos para mirar su reflejo en el agua. Allí, en la superficie, vio sus propios ojos rojos mirándola de vuelta, fríos e imperturbables. ¿Quién era ahora? ¿En qué se había convertido? La eternidad pesaba sobre ella, y a veces se preguntaba si podría soportarla para siempre. Pero esos pensamientos eran peligrosos, y se esforzó por apartarlos de su mente.
Sin embargo, la preocupación por N volvió a apoderarse de ella. ¿Dónde estaba? ¿Estaba a salvo? La posibilidad de que algo le hubiera sucedido le hacía sentir una ansiedad que no quería admitir. Aunque el orgullo y la frialdad que había cultivado a lo largo de los años la empujaban a ignorar estos sentimientos, sabía que no podía seguir huyendo de ellos.
El ambiente de la noche era espeso, impregnado de una atmósfera densa y cargada de sombras que se deslizaban por las calles iluminadas débilmente por los faroles. La brisa ligera movía las hojas de los árboles y traía consigo ecos lejanos de risas y murmullos. En medio de esta escena nocturna, una figura destacaba con un aura siniestra, un ser que parecía moverse con una elegancia sombría. V se destacaba, con su piel albina, pelo corto y su vestimenta ajustada a su cuerpo, shorts cortos blancos y una ombliguera negra que era una pequeña chaqueta.
Mientras caminaba con paso deliberado por la acera, sus ojos, profundos y penetrantes, buscaban entre la multitud una presa que fuera lo suficientemente vulnerable. No pasó mucho tiempo antes de que sus ojos se posaran en un hombre que se tambaleaba con dificultad. Era un individuo de mediana edad, con el rostro ruborizado y los movimientos descoordinados, claramente afectado por el alcohol. Su risa involuntaria y su andar errático lo hacían un candidato perfecto para el propósito de V.
Con un ligero suspiro de satisfacción, V se acercó al hombre. El ruido del tráfico y la música que emanaba de los bares cercanos ahogaban cualquier intento de discreción. La figura de V, envuelta en un misterio oscuro que contrastaba con las luces de la ciudad, se movió con la precisión de un depredador que se aproxima a su presa. Con una sonrisa que apenas se asomaba en sus labios, se colocó junto al hombre, su presencia casi invisible al principio.
De manera calculada, V dejó que sus manos rozaran suavemente los hombros del hombre, un contacto que fue inicialmente sutil pero cargado de una sugestión deliberada. La sensación de las manos de V, frías y suaves, contrastaba con el calor del cuerpo del hombre, y esto provocó que el hombre se girara lentamente, con una expresión de confusión y curiosidad en su rostro.
—¿Necesitas algo, amiga? —preguntó el hombre, su voz arrastrándose con una borrachera casi melodiosa.
V se inclinó hacia él, acercando su rostro al oído del hombre. Su aliento era cálido y penetrante, una caricia suave que se mezclaba con el aroma embriagador del alcohol. Sus palabras eran suaves, casi seductoras, como un susurro que parecía llevar un hechizo oculto.
—Sí, de hecho, creo que podríamos encontrar un lugar más tranquilo para charlar —respondió V, su voz un susurro que parecía calar en lo más profundo de la mente del hombre.
El hombre, desorientado pero intrigado, asintió con un movimiento de cabeza y siguió a V sin dudarlo. Se dirigieron hacia un callejón oscuro y estrecho, apenas iluminado por la tenue luz de una farola que parpadeaba de manera intermitente. Las paredes del callejón estaban sucias y desgastadas, llenas de grafitis y manchas que hablaban de una decadencia persistente.
V condujo al hombre hasta una esquina del callejón, donde el sonido de la ciudad se desvanecía y el silencio se hacía más profundo. El hombre parecía cada vez más desprevenido, su mirada fija en V con una mezcla de fascinación y embriaguez. V, con movimientos ágiles y precisos, hizo un gesto casi imperceptible, y el hombre no notó el cambio en el aire hasta que fue demasiado tarde.
En un movimiento rápido y casi imperceptible, V se inclinó hacia el hombre, sus labios se separaron revelando unos colmillos afilados como cuchillas. Con una rapidez y precisión mortales, clavó sus colmillos en el cuello del hombre. La piel se rasgó fácilmente bajo la presión, y el fluido rojo comenzó a brotar. El hombre, sorprendido, soltó un grito ahogado que se desvaneció en el aire nocturno.
Mientras drenaba la sangre del hombre, V mantenía sus ojos cerrados, sumida en una experiencia de éxtasis sombrío. Cada trago de sangre era una explosión de sabor, un alivio a una necesidad voraz que había estado latente. El calor y la vitalidad del fluido vital llenaban sus venas, y una sensación de saciedad que la invadía gradualmente.
Finalmente, con un último sorbo, V se apartó, dejando que el cuerpo del hombre cayera al suelo con un sonido sordo. Lamió sus labios con satisfacción, disfrutando del sabor residual de la sangre. La sensación de saciedad era evidente, y el hambre que lo había consumido ahora parecía apaciguada.
Con un último vistazo hacia el cuerpo sin vida del hombre, V dio un paso atrás y se alejó del callejón. La noche continuaba su curso, indiferente a la escena que se había desarrollado en su seno. V se mezcló nuevamente con las sombras, desapareciendo en la oscuridad mientras la vida de su última víctima se extinguía con la misma tranquilidad que la noche misma.
Caminó por la ciudad con la mirada perdida, sus pasos resonaban débilmente en el pavimento mientras avanzaba entre las sombras de los edificios. La noche ya había caído, y el fresco aire nocturno se sentía a través de su abrigo. V intentaba mantenerse en las zonas menos iluminadas, moviéndose con la discreción de un espectro en busca de refugio en el bosque que se extendía a las afueras de la ciudad. El bosque, un lugar que siempre había mantenido su misterio y su aura de peligro, era su destino.
A medida que se acercaba al borde del bosque, el sonido de risas y charlas animadas llegó a sus oídos. Levantó la vista y notó un grupo de adolescentes reunidos cerca de la orilla del bosque. El grupo estaba compuesto por cinco jóvenes, todos ellos con una energía juvenil palpable. Había algo inusual en su presencia; el bosque era conocido por sus desapariciones y el temor que inspiraba en la gente, y ver a estos adolescentes tan decididos a adentrarse en él despertó una intriga en V.
Los adolescentes estaban rodeados de varias mochilas que parecían estar llenas de equipo para una excursión. Las mochilas estaban dispersas por el suelo y se podían ver linternas, botellas de agua y otros accesorios que indicaban una planificación cuidadosa para internarse en el bosque. V se acercó un poco más, manteniéndose en las sombras, con la intención de escuchar la conversación para entender mejor qué les motivaba a aventurarse en un lugar tan temido.
Uno de los chicos, el más animado del grupo, hablaba con una determinación que parecía influir en los demás. Era rubio, con el cabello corto y despeinado que parecía resaltar aún más con la luz tenue de las farolas cercanas. Sus ojos verdes brillaban con una intensidad que revelaba su entusiasmo y preocupación al mismo tiempo. Llevaba puesta una chamarra deportiva de un equipo escolar de fútbol, con el logotipo del equipo claramente visible en el pecho. Completaba su atuendo con unos pantalones deportivos rojos y unos tenis deportivos del mismo color, además de una gorra colocada al revés que parecía casi un símbolo de su rebeldía.
V se detuvo a una distancia prudente, lo suficientemente cerca para escuchar pero lo suficientemente alejada para no ser vista. El grupo estaba en medio de una conversación animada y, de vez en cuando, sus voces se entremezclaban con el sonido del viento que movía las hojas de los árboles.
—Estoy seguro que Uzi está ahí adentro, algo debe habérsela llevado —dijo Thad, el chico rubio, con una voz firme y llena de convicción.
Sus palabras resonaron en la mente de V. El nombre "Uzi" parecía evocar una sensación de urgencia y desesperación. Thad continuó hablando, su tono mezclado con un matiz de determinación y esperanza.
—Y quizá... aún podamos encontrarla —añadió, su mirada fija en la entrada del bosque, como si esperara que de un momento a otro apareciera una señal que confirmara su suposición.
La preocupación en la voz de Thad era evidente. Los otros adolescentes lo escuchaban en silencio, algunos con expresiones de duda y otros con una mezcla de miedo y resolución. La conversación giraba en torno a la desaparición de su amiga Uzi, una situación que al parecer había llevado a Thad y a su grupo a tomar una decisión arriesgada. La desesperación por encontrarla parecía superar cualquier temor que el bosque pudiera inspirarles.
V observó detenidamente mientras el grupo se preparaba para adentrarse en el bosque. Thad revisaba una lista en su teléfono móvil, posiblemente una lista de cosas que necesitarían para su búsqueda, mientras sus amigos conversaban entre sí, ajustándose las mochilas y verificando el equipo. El brillo de las linternas se reflejaba en sus rostros, creando una escena casi surrealista en medio de la oscuridad que los rodeaba.
El bosque, con sus sombras profundas y su silencio ominoso, parecía esperar en la penumbra, como un guardián de secretos antiguos. V sintió un escalofrío recorrer su espalda al pensar en la posibilidad de que los adolescentes estuvieran caminando hacia un destino incierto, atraídos por la esperanza de encontrar a su amiga perdida.
Con un último vistazo hacia el grupo y el bosque, V dio un paso atrás, desapareciendo en la oscuridad de la noche. La escena se desvaneció mientras los adolescentes, ajenos a su presencia, se adentraban en el bosque, sus pasos resonando en la quietud de la noche.
V, ajena a los adolescentes que se adentraban en el bosque, decidió no involucrarse en sus peligrosas aventuras. En lugar de eso, desplegó sus alas con un suave susurro de estas. La noche, aún envuelta en la penumbra, ofrecía el refugio perfecto para su vuelo. Con un impulso elegante y controlado, se elevó en el aire, sintiendo la libertad del vuelo nocturno.
El viento acariciaba sus alas mientras ascendía, y la ciudad se desvanecía rápidamente debajo de ella. La mansión, su santuario personal, se alzaba a lo lejos, un faro de seguridad y calma en la distancia. Con la destreza y precisión de un ser que estaba acostumbrado a volar en la oscuridad, V descendió hacia la mansión. La ventana de su habitación estaba entreabierta, una invitación a su llegada.
Al entrar en su habitación, se deslizó con suavidad, sus alas plegándose a sus costados en un movimiento casi imperceptible. Sin perder tiempo, se lanzó sobre su cama, sintiendo el alivio del colchón bajo su cuerpo agotado. Se acomodó en la oscuridad de su cuarto, preparándose para descansar antes del amanecer.
A la lejanía, desde el bosque que quedaba atrás, un profundo aullido rompió el silencio de la noche. El sonido, grave y resonante, se desvaneció lentamente en el aire, un recordatorio inquietante de las criaturas que habitaban el lugar. V, ajena a su significado, se sumió en un sueño profundo, ajena a los misterios y peligros que continuaban desarrollándose en la penumbra del bosque.
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Me puse a ver Helluva Boss para maratonear y no morir mientras escribo y hago un chest binder, aunque ya tengo uno pero bueh.
Voy a empezar a escribir el otro cap y a dibujar un rato y a mimir :3
Hasta aquí Solecito, nos leemos luegooooo
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