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Capítulo 15.

-¿Haz visto al idiota de N? 

V se giró a ver a su hermana J, la mencionada vestida en un vestido negro ajustado que le llegaba a medio muslo y sus características coletas, V negó con la cabeza.

-Seguramente salió al pueblo y el sol lo alcanzó o que mierda sé yo

V se encogió de hombros y J soltó un gruñido.

-Pues si el sol alcanzó a ese idiota tendré que preocuparme por uno menos de ustedes...

Ninguna dijo nada más, V se fue volando a su habitación mientras que J salió por la puerta principal cerrándola con fuerza, la noche majestuosa con la luz de la luna, era temprano relativamente, quizá al rededor de las doce, sus alas hicieron presencia y emprendió el vuelo rumbo hacia el pueblo, buscando encontrar una víctima fácil, algo de que alimentarse y largarse luego, no le apetecía mucho estar entre tanta gente con sus vidas nocturnas, donde a pesar de ser tarde había vida, cosa de esperarse en una noche de sábado, los adolescentes iban y venían, en grupo o con alguna pareja, algunos entrando al único club del pueblo y otros cuantos tomando alcohol con identificaciones falsas o simplemente porque el dueño del establecimiento los conoce. Normalmente J entraría a uno de esos lugares, seduciría algún hombre convenciéndolo de ir a un "lugar más privado" y lo llevaría a un callejón o una calle desolada en donde lo mataría y se alimentaría drenando su cuerpo.

La noche se cernía sobre el pueblo como un manto de terciopelo oscuro, engalanado por la luz plateada de la luna que se filtraba entre las nubes. Viento suave acariciaba las calles, susurrando secretos a aquellos que aún permanecían despiertos a tan avanzada hora. J, con su vestido negro ajustado que delineaba su esbelta figura, se movía con la gracia de un depredador, su mente ocupada en la búsqueda de alimento y divagando un poco hacia que pudo suceder con su hermano N. La indiferencia de V no le sorprendió, pues sabía que la preocupación no era una emoción que sus hermanos compartieran con facilidad.

Las calles desiertas del pueblo parecían resonar con el eco de sus propios pensamientos, y la irritación que sentía hacia N crecía con cada paso que daba. J no era alguien que se preocupara fácilmente, pero había algo en la desaparición de N que la inquietaba. Tal vez era el instinto protector que tenía hacia sus hermanos, o tal vez simplemente no soportaba la idea de que uno de ellos hubiera sido tan descuidado como para dejarse atrapar por el sol.

El aleteo de sus alas la llevó hacia el pueblo, una sombra en la oscuridad, y aterrizó en un callejón vacío, donde el silencio era su único compañero. Guardó sus alas con un movimiento fluido, y con un suspiro, se dirigió hacia la avenida principal. A pesar de la hora, la vida nocturna del pueblo seguía vibrante, con adolescentes y jóvenes adultos que buscaban perderse en el caos de una noche de sábado. La risa, el bullicio, y la música se mezclaban en el aire, creando una sinfonía que le resultaba tanto atrayente como repulsiva.

Normalmente, J ya habría entrado en uno de los bares o clubes, escogido una presa y la habría seducido con su belleza etérea y su encanto innato. Hubiera susurrado promesas de placeres clandestinos, atrayendo a su víctima a un lugar solitario donde el aroma de su miedo y deseo se entrelazarían con el dulce néctar de su sangre. Pero esa noche, algo la detenía. Quizá era la creciente frustración que sentía por la desaparición de N, o tal vez la fatiga emocional de un día lleno de sombras.

Perdida en sus pensamientos, casi no se dio cuenta cuando su cuerpo chocó contra el de otra persona. El impacto la sacó de su ensimismamiento, y vio cómo una chica caía al suelo, esparciendo una bolsa de papel y su contenido por el pavimento. Libros y cristales preciosos rodaron por el suelo, brillando bajo la luz de las farolas.

J parpadeó, sacudiendo la cabeza como si eso pudiera despejar la niebla de su mente, y se inclinó para ofrecerle una mano a la chica. 

- Lo siento -dijo, con una voz que no era del todo suya. A pesar de lo que su mente le decía, su instinto le gritaba que esta era una oportunidad perfecta, una excusa para seguir con sus hábitos depredadores. Pero al mirarla más de cerca, algo la detuvo.

La chica era pequeña, con una figura esbelta que parecía aún más diminuta por la amplitud de sus shorts y la holgura de su sudadera roja. Su cabello largo y oscuro caía en cascada hasta su cadera, y sus ojos rojos, brillaban con una mezcla de sorpresa y timidez. Sus labios, de un hermoso tono rosa pálido, estaban ligeramente separados, como si estuviera a punto de decir algo pero no pudiera encontrar las palabras.

- ¿Estás bien? ¿Te lastimaste? -preguntó J, sus ojos dorados recorriendo rápidamente el cuerpo de la chica en busca de algún daño. No encontraba ningún rastro de heridas, pero su mirada no podía evitar volver una y otra vez a esos ojos rojos, que la miraban con una intensidad que la desconcertaba.

- Gracias -respondió la chica, su voz suave como un susurro en la noche-. Estoy bien... aunque, emmm...

J  observó cómo la chica jugaba con un mechón de su cabello, claramente nerviosa. 

-¿Estás libre? Digo, podría invitarte algo, por ayudarme a levantarme.

J no pudo evitar sonreír ante la torpe excusa. Sabía que era la oportunidad perfecta para llevar a cabo su plan, pero algo en la manera en que la chica la miraba la desarmó. Era como si, por un momento, hubiera olvidado quién era y qué debía hacer. Sin embargo, su lado racional le recordó que tenía una misión que cumplir, así que asintió, permitiendo que la chica la guiara por la calle.

A medida que caminaban, J observó a su acompañante con más atención. Había algo en su forma de moverse, en la delicadeza de sus gestos, que la intrigaba. No era solo una presa fácil; había una especie de quietud en ella, una calma que contrastaba fuertemente con la agitación interna que J sentía. No podía entender por qué, pero se sentía extrañamente atraída hacia esa calma, como si fuera un faro en medio de una tormenta.

- Por aquí -dijo la chica, señalando una pequeña cafetería en una esquina. J se sorprendió al darse cuenta de que, en lugar de un bar ruidoso o un club oscuro, la chica la estaba llevando a un lugar mucho más tranquilo y acogedor. Era una pequeña cafetería que parecía sacada de otra época, con luces suaves que emitían un cálido resplandor desde sus ventanas.

El interior de la cafetería era acogedor, con muebles de madera oscura y suaves cojines en tonos de rojo y marrón. El ambiente era relajado, casi íntimo, con solo unas pocas personas sentadas en mesas dispersas, sumidas en conversaciones en voz baja. La chica condujo a J hacia una mesa en una esquina, lejos de las miradas curiosas, y se sentaron frente a frente.

-¿Qué te gustaría tomar? -preguntó la chica, sacando una pequeña sonrisa que parecía iluminar su rostro. J la observó, sus pensamientos girando en torno a la extraña situación en la que se encontraba. No era normal para ella sentirse tan desconcertada, tan fuera de lugar. Estaba acostumbrada a tener el control, a ser la que guiaba la situación. Pero aquí estaba, sentada en una cafetería con una desconocida, y sin saber qué decir.

- Lo que tú prefieras -respondió J finalmente, decidiendo que seguiría el juego por un rato más. Quizá podría aprender algo más sobre esta chica antes de decidir qué hacer con ella.

La chica asintió y se levantó para acercarse al mostrador. J la observó mientras se alejaba, sus pensamientos aún más confundidos que antes. Había algo en esta situación que no cuadraba, algo que la hacía sentir... diferente. Y no podía sacudir la sensación de que había algo importante que se estaba perdiendo.

Mientras esperaba, J permitió que su mirada vagara por el lugar. Las paredes estaban decoradas con fotos en blanco y negro de paisajes antiguos, y una suave música instrumental flotaba en el aire, creando una atmósfera de tranquilidad que contrastaba fuertemente con la agitación que J sentía por dentro. Se preguntó, no por primera vez, quién era esta chica y por qué la había llevado a un lugar así.

Cuando la chica regresó con dos tazas humeantes, J la miró con curiosidad. 

- ¿Qué es esto? -preguntó, tomando la taza que le ofrecía.

- Té de jazmín -respondió la chica con una sonrisa-. Es mi favorito. Pensé que te gustaría probarlo

J tomó un sorbo, y el delicado sabor floral la sorprendió. No era algo que hubiera probado antes, pero no estaba mal. De hecho, era bastante agradable. Dejó que el calor de la taza le calentara las manos mientras observaba a la chica tomar un sorbo de su propia taza, sus ojos rojos brillando a la luz suave de las lámparas.

- Mi nombre es Doll, por cierto -dijo la chica, rompiendo el silencio que se había formado entre ellas-. ¿Y tú eres...?

- J -respondió ella con un tono neutral, sin revelar mucho más. No estaba segura de por qué, pero sentía que no debía ser completamente abierta con esta chica, al menos no todavía.

Doll asintió, como si esperara esa respuesta, y luego sonrió de nuevo. 

- Es un placer conocerte, J

A medida que la conversación continuaba, J comenzó a relajarse, algo que no hacía con facilidad. Doll resultó ser una compañía sorprendentemente agradable, con una voz suave y una risa que era a la vez contagiosa y calmante. Hablaban de temas triviales al principio: el clima, el pueblo, y la música que sonaba en la cafetería. Pero lentamente, la conversación comenzó a profundizarse, tocando temas más personales.

J se encontró revelando más de lo que había planeado, compartiendo pequeños fragmentos de su vida y sus pensamientos, algo que rara vez hacía con desconocidos. Doll la escuchaba con atención, sin juzgar, solo asintiendo y ofreciendo su perspectiva cuando se le pedía. Había una tranquilidad en ella, una aceptación que J no estaba acostumbrada a recibir, y eso la desconcertaba.

Pronto, J se dio cuenta de que había perdido la noción del tiempo. La noche parecía haberse desvanecido, y el ambiente cálido de la cafetería había envuelto sus sentidos, alejándola de la fría realidad exterior. Estaba tan absorta en la conversación que casi se olvidó del propósito original de su salida. La urgencia de encontrar a N, de cazar, de cumplir con sus instintos, se desvaneció en un segundo plano, eclipsada por la inesperada conexión que sentía con Doll.

Cuando finalmente se levantaron para irse, J se sorprendió al notar que se sentía... bien. Había algo en esta chica, algo en la noche que habían compartido, que la había cambiado de alguna manera. Era un sentimiento extraño, uno que no podía identificar completamente, pero no podía negarlo.

- Gracias por la compañía -dijo Doll mientras salían de la cafetería y se dirigían a la calle iluminada por las farolas-. Me alegra haber chocado contigo

J se detuvo un momento, mirándola fijamente. 

- Yo también -admitió, aunque no entendía completamente por qué.

Doll sonrió, y J sintió una extraña calidez en su pecho, algo que no había sentido en mucho tiempo. 

- ¿Te gustaría caminar un poco más? -preguntó Doll, como si no quisiera que la noche terminara todavía.

J asintió sin pensarlo, y juntas comenzaron a caminar por las calles casi desiertas del pueblo. El silencio entre ellas ya no era incómodo, sino cargado de una comprensión tácita. Caminaban sin rumbo fijo, simplemente disfrutando de la compañía mutua, y J se dio cuenta de que, por primera vez en mucho tiempo, no sentía la necesidad de estar en control, de ser la cazadora. Estaba bien simplemente ser, y dejar que la noche tomara su curso.

A medida que la noche avanzaba, el pueblo comenzaba a dormir. Las luces de las casas se apagaban una por una, y el bullicio de la vida nocturna se desvanecía, dejando atrás un silencio pacífico. J y Doll continuaban caminando, hablando de todo y nada a la vez. J descubrió que Doll tenía una forma única de ver el mundo, una perspectiva que la intrigaba y la desafiaba a pensar de manera diferente.

Mientras caminaban, Doll le habló sobre su interés por la magia y los cristales, mostrando una pasión que J no había anticipado. Doll llevaba consigo un pequeño cristal que había recogido del suelo cuando chocaron, y lo sostuvo en su mano, hablando sobre cómo creía que cada cristal tenía una energía única que podía influir en las personas. J la escuchó con atención, sorprendida por la profundidad de sus creencias y por cómo eso contrastaba con la violencia que ella misma solía ejercer.

- ¿Y tú? -preguntó Doll de repente, mirándola con curiosidad-. ¿Tienes algo que te apasione?

J se quedó en silencio por un momento, reflexionando sobre la pregunta. Era raro para ella pensar en algo fuera de su existencia vampírica, pero la forma en que Doll la miraba, con una mezcla de expectativa y comprensión, la hizo querer responder de manera sincera.

- No lo sé -dijo finalmente-. Supongo que... mis hermanos. No diría que es una pasión, pero son importantes para mí. Me preocupo por ellos, aunque a veces no lo demuestre

Doll asintió lentamente, como si entendiera más de lo que J estaba dispuesta a admitir. 

- Eso es algo bueno -dijo suavemente-. Significa que te importa, y eso es lo que realmente importa.

J sintió un nudo en la garganta, una emoción que no sabía cómo manejar. Era extraño cómo esta chica, que había conocido solo hacía unas horas, había logrado llegar a un lugar tan profundo dentro de ella. Sentía una conexión que no podía explicar, pero sabía que no quería que esa noche terminara.

Finalmente, llegaron a un parque en las afueras del pueblo, un lugar tranquilo y apartado donde el único sonido era el murmullo del viento entre los árboles. J se detuvo, mirando hacia el cielo estrellado, y sintió una paz que la envolvía de manera inesperada.

- Es hermoso aquí -dijo Doll, rompiendo el silencio-. ¿No te parece?

J asintió, sin apartar la vista del cielo. 

-Sí, lo es -murmuró, y por un momento, se permitió simplemente disfrutar del momento, dejando de lado todas sus preocupaciones y responsabilidades.

Sin darse cuenta, sus pensamientos comenzaron a divagar, y se encontró pensando en cómo había empezado esa noche. Había salido con la intención de cazar, de encontrar a su hermano, de cumplir con su rol de protectora. Pero ahora, todo eso parecía distante, casi irrelevante en comparación con la calma que sentía estando con Doll.

- Gracias -dijo J de repente, girando para mirar a Doll. La otra chica levantó la vista, sorprendida-. Por esta noche. Realmente lo necesitaba

Doll sonrió, una sonrisa cálida y sincera que hizo que J sintiera un calor en su pecho. 

- No tienes que agradecerme -respondió ella-, Yo también lo necesitaba.

El silencio volvió a asentarse entre ellas, pero esta vez era un silencio lleno de entendimiento, de una conexión tácita que no necesitaba palabras para ser comprendida. J se dio cuenta de que, por primera vez en mucho tiempo, no se sentía sola. Había algo en la compañía de Doll que la hacía sentir completa, como si hubiera encontrado una parte de sí misma que no sabía que había perdido.

El tiempo pareció detenerse mientras se sentaban juntas en el parque, contemplando el cielo nocturno. Ninguna de las dos tenía prisa por irse, y J se dio cuenta de que estaba disfrutando del momento, algo que rara vez le sucedía. Había algo en Doll, en su presencia tranquila y en su forma de ver el mundo, que la hacía sentir en paz consigo misma.

A medida que la noche avanzaba y el frío comenzaba a asentarse, J se encontró deseando que la noche no terminara. Pero sabía que eventualmente tendrían que regresar a la realidad, a sus respectivas vidas. Sin embargo, esa noche había sido diferente, y J sabía que no la olvidaría fácilmente.

Finalmente, Doll rompió el silencio. 

- Deberíamos irnos -dijo suavemente, y J asintió, sintiendo una ligera punzada de decepción. Pero sabía que Doll tenía razón.

Se levantaron y comenzaron a caminar de regreso al pueblo, el silencio entre ellas cargado de emociones no dichas. J no sabía cómo terminaría esto, pero había una parte de ella que deseaba que no fuera el final.

Cuando finalmente llegaron al lugar donde se habían encontrado, Doll se detuvo y se giró para mirarla. 

- Me alegra haberte conocido, J -dijo, su voz suave pero cargada de sinceridad-, Espero que podamos volver a vernos

J asintió, sintiendo una extraña mezcla de emociones. 

-Yo también -dijo, sorprendiéndose a sí misma por lo mucho que lo decía en serio.

Se despidieron con una sonrisa, y J observó cómo Doll se alejaba, desapareciendo en la noche. Solo cuando se quedó sola se dio cuenta de cuánto había cambiado en tan poco tiempo. La caza, la misión, todo eso había quedado en segundo plano, eclipsado por una noche que había sido más significativa de lo que jamás hubiera imaginado.

Mientras caminaba de regreso a casa, J se dio cuenta de que había encontrado algo esa noche, algo que no sabía que estaba buscando. Y mientras el viento frío de la noche la envolvía, supo que no era solo la compañía de Doll lo que había disfrutado, sino la forma en que Doll la había hecho sentir, la había hecho olvidar, aunque solo fuera por un momento, quién era y qué debía hacer.

La noche había terminado, pero J sabía que algo había cambiado dentro de ella, algo que no podía ignorar. Y mientras sus pensamientos vagaban, una pequeña sonrisa se formó en sus labios, una sonrisa que no había sentido en mucho tiempo.

Mientras extendía sus alas, aprovechando la soledad del lugar, J no podía dejar de pensar en esa chica, Doll. Un nombre peculiar, pero extrañamente lindo, y ahora que lo consideraba, le quedaba sorprendentemente bien. Doll, con su cabello oscuro que caía como una cascada de seda hasta su cadera, sus ojos rojos que brillaban con una intensidad casi hipnótica, y su figura esbelta y delicada, parecía una muñeca de porcelana, frágil y hermosa. El tipo de belleza que no pasa desapercibida, que se queda en la mente, atormentando a quien la ha contemplado con la necesidad de verla de nuevo.

El vuelo de regreso a la mansión, que normalmente se sentía como una eternidad, esta vez pasó en un abrir y cerrar de ojos. Cada batida de sus alas la acercaba más a su hogar, pero su mente estaba en otro lugar, ocupada con pensamientos de Doll. Recordaba el sonido suave de su voz, con ese peculiar acento que remarcaba mucho la letra "r",  la forma en que jugaba con su cabello cuando le hablaba, y ese gesto tímido pero audaz al mismo tiempo cuando la invitó a acompañarla. J no era de las que se dejaban llevar por tonterías sentimentales, pero algo en esa chica la había desarmado por completo.

Finalmente, aterrizó en los terrenos de la mansión, la oscuridad de la noche aún abrazando los jardines que rodeaban el antiguo edificio. Caminó hasta su habitación, una que había permanecido inalterada durante siglos. Al entrar, el ambiente la envolvió con su familiaridad: paredes de piedra cubiertas con tapices antiguos de tonos oscuros, un suelo de madera de roble que crujía bajo sus pies, y un gran ventanal con cortinas de terciopelo rojo que apenas dejaban entrar la luz del amanecer. Había un escritorio tallado a mano de caoba, cubierto con papeles antiguos y una pluma de plomo, un vestigio de épocas pasadas. A un lado, una estantería repleta de libros encuadernados en cuero, algunos con páginas amarillentas por la edad, y en el centro de la habitación, una cama con un dosel de madera oscura y cortinas de brocado que caían pesadamente a su alrededor.

Pero J no prestó atención a nada de eso. No se molestó en encender las velas que normalmente iluminaban su espacio, ni en quitarse la ropa del día. Simplemente se dejó caer en la cama, con los brazos extendidos, como si el peso del mundo la hubiera aplastado. La suavidad de las sábanas de seda apenas la alcanzó mientras se hundía en sus pensamientos. Recordó la calidez en los ojos de Doll cuando se despidieron, y cómo, por un breve instante, había olvidado sus intenciones iniciales. Una sonrisa cansada se dibujó en su rostro al pensar en cómo había pasado la noche, una que originalmente tenía un propósito oscuro, pero que había terminado de una manera tan inesperada.

El amanecer comenzaba a filtrarse lentamente a través de las cortinas, lanzando débiles rayos de luz sobre las paredes de piedra y haciendo brillar el polvo en el aire como pequeñas estrellas. A lo lejos, en el bosque que rodeaba la mansión, se escuchó un fuerte aullido, un recordatorio de que el mundo exterior seguía su curso, pero J estaba ajena a todo. Sus pensamientos se entrelazaban con imágenes de Doll, de su voz, de su fragancia, y, mientras el sueño comenzaba a vencerla, decidió que la próxima vez que estuviera en el pueblo, se aseguraría de buscarla. Y de comprar té de jazmín, porque ese aroma ahora también le recordaba a Doll. Con ese último pensamiento, cerró los ojos y se dejó llevar por el cansancio, mientras el amanecer finalmente cubría todo con su luz dorada.

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