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Capítulo 14

Edgar caminaba con pasos firmes, cargando a la pequeña Cyn sobre sus hombros. Su rostro estaba serio, pero había una ligera suavidad en sus ojos mientras sentía las pequeñas manos de su hija aferrarse a él con confianza. Detrás de él, J, V y N corrían con energía, sus risas resonando en el amplio pasillo de la antigua mansión. Los tres pequeños vampiros llevaban en sus rostros rastros de su reciente banquete, líneas de sangre que se mezclaban con sus sonrisas inocentes, como si acabaran de volver de una simple travesura infantil y no de una cacería.

Las escaleras crujían bajo sus pies, el eco de sus pasos reverberando en el silencio de la casa. A pesar de la alegría palpable en el aire, había una tensión latente, un peso que todos sentían pero ninguno mencionaba. La mansión, aunque majestuosa, parecía aún más oscura, con las sombras alargándose en los rincones, observando sin ser vistas.

Cuando Edgar llegó a la puerta de la habitación, su corazón se encogió. Sabía lo que encontraría al otro lado, pero eso no hacía más fácil enfrentarlo. Con un movimiento decidido, empujó la puerta. La habitación, iluminada por la luz tenue de la luna|| que se filtraba a través de las pesadas cortinas, reveló a Tessa, sentada en la orilla de la cama. Su postura era frágil, su cuerpo inclinado hacia adelante, y su pecho se sacudía con cada tos profunda que escapaba de sus labios.

Tessa, su querida Tessa, estaba tan pálida que parecía una figura esculpida en mármol, solo que el mármol nunca habría mostrado tal fragilidad. Edgar dejó a Cyn en el suelo, su pequeña figura deslizándose suavemente por su costado, y en dos pasos largos, se acercó a su esposa. Se arrodilló frente a ella, tomando sus manos con una suavidad que contrastaba con la dureza de sus propios rasgos.

El sonido de la tos de Tessa resonaba en la habitación, un sonido húmedo y agónico, que terminó en un silencio pesado y opresivo. Edgar la miró, la hizo alzar la mirada, y lo que vio lo golpeó como un puñal. Los ojos de Tessa, aquellos que una vez brillaron con una luz vibrante, ahora estaban apagados, llenos de dolor. Pero lo que lo dejó helado fue el carmesí brillante que manchaba sus labios y su nariz, una mancha que se extendía como una flor sangrienta sobre su piel de alabastro.

Con manos temblorosas, Edgar usó la manga de su abrigo para limpiar el rostro de su esposa, un acto desesperado y torpe, como si al borrar esas manchas pudiera borrar también la enfermedad que la estaba consumiendo. La abrazó entonces, con fuerza, como si al hacerla suya en ese instante pudiera transmitirle algo de su propia vida, su propia energía. Tessa, tan débil, se aferró a él, como si él fuera la última cosa real en un mundo que comenzaba a desvanecerse ante sus ojos.

El abrazo de Edgar era protector, pero también desesperado. Podía sentir cada hueso en el cuerpo de Tessa, cada respiración errática, y su propia impotencia lo consumía. La amaba con todo lo que era, y sin embargo, no podía hacer nada para detener lo inevitable. Sus hijos estaban ahí, observando en silencio, testigos de la escena más vulnerable que jamás hubieran visto.

J, en su rol de ser la mayor, frunció el ceño, sus ojos oscilando entre la preocupación y la confusión. Su mente luchaba por comprender lo que veía, por reconciliar la imagen de su madre fuerte y sonriente con la figura frágil que ahora temblaba en brazos de su padre. Quería acercarse, quería ofrecer consuelo, pero se sentía atrapada entre su propio miedo y el deseo de proteger a sus hermanos más pequeños.

V, que siempre había sido la más sensible, se cubrió los ojos con las manos, como si al no ver, pudiera negar la realidad. Pero las lágrimas que se filtraban entre sus dedos delataban su angustia. Cada sollozo de su madre resonaba en sus oídos, cada sonido era como un cuchillo que se clavaba en su joven corazón.

N, el más enigmático de todos, permaneció quieto, su expresión una máscara de frialdad que apenas ocultaba el torbellino de emociones dentro de él. Su rostro no mostraba ni miedo ni tristeza, solo un vacío que resultaba desconcertante. Pero detrás de esos ojos sin vida, N observaba cada detalle, cada movimiento, cada cambio en el tono de la respiración de su madre. Era como si estuviera grabando ese momento en su mente, sabiendo que sería uno de los últimos recuerdos que tendría de ella, algo lo atormentaría durante los siglos venideros...

Cyn, en cambio, era la más pequeña, y aunque no entendía completamente lo que estaba sucediendo, sentía el peso de la tristeza en el aire. Sus pasos fueron lentos, inseguros, pero cargados de determinación. Se acercó a su madre, su pequeño cuerpo titubeando con cada movimiento, como si no estuviera segura de lo que debía hacer. Pero algo en su corazón la impulsó a seguir adelante.

-Mami... -su voz fue un susurro, tan suave que parecía que solo Tessa podía escucharlo. Cuando su madre alzó la vista y la miró, Cyn sonrió, una sonrisa inocente y dulce que contrastaba con la gravedad del momento -. Mira, no-no manché mi vestido... -Dijo, estirando los brazos para que Tessa pudiera ver el pequeño logro que había conseguido.

El vestido de Cyn, un pequeño traje de algodón blanco, estaba limpio, a pesar del caos que había precedido. Era como si la niña hubiera comprendido, de alguna manera, que mantener su vestido limpio significaba algo más que una simple cuestión de orden. Era un símbolo, un pequeño rayo de esperanza, algo que su madre podría ver y aferrarse en medio de su dolor.

Las palabras de Cyn rompieron algo dentro de Tessa, una presa de emociones contenidas que se desbordaron en forma de lágrimas. Con un gemido ahogado, se derrumbó, dejando que las lágrimas fluyeran libremente, manchando el vestido de su hija con el rojo carmesí de su sangre mezclado con el salado de sus lágrimas.

- Mi pequeña Cyn...-Tessa murmuró entre sollozos, su voz quebrada. Sus brazos, débiles pero firmes en su deseo de consolar, rodearon a Cyn, acunándola contra su pecho. Era un abrazo desesperado, una madre aferrándose a su hija como si al hacerlo pudiera mantenerla a salvo de todo el dolor y la oscuridad que acechaban en su propia mente.

El pequeño cuerpo de Cyn se acomodó contra su madre, encajando perfectamente como si estuviera hecho para estar allí. Las lágrimas continuaron fluyendo, pero ya no había sollozos, solo un silencio pesado, lleno de todo lo que no se podía decir. Uno a uno, los otros niños se acercaron, como atraídos por un imán invisible. J fue la primero, moviéndose lentamente, todavía dudando, pero incapaz de resistir el impulso de estar cerca de su madre y su hermana.

V, tras unos segundos de duda, apartó las manos de su rostro y dio un paso vacilante hacia adelante. Las lágrimas seguían cayendo, pero ahora había un destello de resolución en sus ojos. Se unió al abrazo, sus pequeños brazos rodeando a su madre y a Cyn con toda la fuerza que pudo reunir.

N fue el último. No mostró emoción alguna mientras se acercaba, pero cuando finalmente se unió al abrazo, hubo un leve temblor en sus manos, una señal de que incluso él, tan contenido y distante, estaba profundamente afectado. Sus brazos se entrelazaron con los de sus hermanos, completando el círculo de consuelo y protección que habían formado alrededor de su madre.

Edgar observaba la escena, su corazón apretado por un dolor que amenazaba con romperlo. Pero no era solo dolor; había también un profundo amor y una determinación feroz de proteger a su familia, de mantenerlos unidos a pesar de todo lo que el destino les arrojaba. Miró a Tessa, su querida Tessa, y sintió que su amor por ella crecía aún más, si eso era posible. Era una mujer increíble, fuerte y valiente, que a pesar de su dolor, seguía siendo el centro de su pequeño universo.

Tessa levantó la vista hacia Edgar, sus ojos hinchados y llenos de lágrimas. Sin decir una palabra, le tendió una mano, invitándolo a unirse a ellos. Edgar no dudó, no podía hacerlo. Se inclinó hacia adelante, aceptando la mano de su esposa, y se unió al abrazo, rodeando a toda su familia con sus brazos fuertes y protectores. En ese momento, el mundo exterior dejó de existir para ellos. No había más enfermedad, no había más dolor, solo ese instante en el que estaban todos juntos, unidos por un lazo de amor que ni siquiera la muerte podría romper.

El silencio en la habitación era absoluto, roto solo por el suave susurro de las respiraciones entrelazadas y el ocasional sollozo que se escapaba de los labios de Tessa. Pero no era un silencio vacío. Estaba lleno de todas las emociones que no se podían expresar con palabras, de todos los miedos y esperanzas que compartían en ese instante.

El tiempo pareció detenerse. Los segundos se convirtieron en minutos, y los minutos en lo que parecía una eternidad. Afuera, la luz del sol se aparecía, y la habitación comenzaba a iluminarse en con los primeros rayos de luz del día que se aproximaba. Pero dentro de ese abrazo, había una calidez que ninguna cosa podía tocar.

Finalmente, Tessa habló, su voz débil pero llena de una determinación suave. 

-Mis pequeños... siempre los amaré. No importa lo que pase, siempre estaré con ustedes.- Sus palabras eran un susurro, pero cada una de ellas estaba cargada de un amor tan profundo que era casi tangible.

Los niños asintieron, sus rostros aún ocultos en el abrazo de su madre, sintiendo el peso de sus palabras y comprendiendo, en su propia manera, la importancia de ese momento. Aunque sus mentes jóvenes no podían comprender completamente la magnitud de lo que estaba sucediendo, sus corazones lo sabían, y eso era suficiente.

Edgar inclinó la cabeza, sus labios rozando la frente de Tessa en un beso suave, lleno de promesas no dichas. Sabía que el tiempo con ella se acortaba, que cada día era una bendición y una maldición al mismo tiempo. Pero no importaba. Lo que importaba era el ahora, este momento en el que estaban todos juntos.

Poco a poco, el abrazo se fue deshaciendo, pero el lazo que habían formado no se rompió. Los niños se quedaron cerca de su madre, J acariciando suavemente su cabello, V apoyando su cabeza en el regazo de Tessa, y N, siempre callado e los momentos como este, sentado junto a ella, su mano pequeña entrelazada con la de su madre.

Cyn, sin embargo, se mantuvo acurrucada contra el pecho de Tessa, negándose a moverse, como si al hacerlo pudiera de alguna manera detener el tiempo. Su pequeño cuerpo temblaba ligeramente, pero no por el frío, sino por el miedo que comenzaba a filtrarse en su corazón.

- Mami... -Susurró nuevamente, y esta vez su voz estaba cargada de una tristeza que era demasiado grande para alguien tan pequeño-. No quiero que te vayas.

Las palabras de Cyn rompieron el corazón de Tessa. Una nueva oleada de lágrimas inundó sus ojos, pero las contuvo. No quería que sus hijos la vieran llorar más. Con un esfuerzo titánico, sonrió, una sonrisa débil pero genuina.

-No me iré, cariño -respondió, aunque sabía que no era completamente cierto-. Siempre estaré contigo, aquí, -dijo, colocando una mano sobre el pequeño corazón de Cyn-, Siempre

Cyn miró a su madre, sus ojos grandes y llenos de confianza, y asintió lentamente. Aunque no entendía completamente lo que su madre quería decir, sentía que sus palabras eran importantes, que debía recordarlas.

El sol finalmente salió, y la habitación quedó en una suave luz que pasaba por las cortinas, creando patrones danzantes en el suelo de madera.

Edgar se levantó lentamente, sintiendo el peso de la realidad regresar con fuerza. Sabía que pronto tendría que tomar decisiones difíciles, que el tiempo de su familia unida estaba llegando a su fin. Pero por ahora, se permitió un momento más de paz, de simple presencia.

- Vamos, pequeños, -dijo suavemente, sabiendo que sus hijos necesitaban descansar-. Es hora de ir a la cama.

J, siempre la más responsable, fue la primero en levantarse. Miró a su padre, asintiendo ligeramente, entendiendo sin necesidad de palabras. V la siguió, todavía aferrada a su madre, pero dejando que J la guiara. N, en su silencio habitual, simplemente se levantó y esperó a sus hermanos.

Cyn fue la última en moverse, sus ojos fijos en su madre, como si quisiera grabar cada detalle en su memoria. Finalmente, con un último abrazo, se separó de Tessa y dejó que Edgar la levantara en brazos.

Edgar miró a su esposa, su corazón lleno de un amor que ninguna palabra podría expresar. 

-Descansa, amor  -dijo en voz baja-. Pronto será un nuevo día.

Tessa asintió, su mirada fija en Edgar, sabiendo que cada palabra era una promesa que ambos estaban haciendo, uno al otro y a sus hijos.

Edgar salió de la habitación, cerrando la puerta suavemente detrás de él, llevando a sus hijos a sus camas, donde los acostó con cuidado, arropándolos uno por uno. Se tomó un momento con cada uno, acariciando sus cabellos, dándoles un beso en la frente, y susurrando palabras de consuelo.

Cuando finalmente todos estuvieron dormidos, Edgar regresó a la habitación que compartía con Tessa. La encontró dormida, su respiración lenta y suave, y por un momento, el peso del mundo desapareció. Se sentó junto a ella, tomando su mano en la suya, y se permitió un suspiro de alivio. Sabía que mañana traería nuevos desafíos, pero por ahora, solo quería estar con ella, en paz.

Las sombras en la habitación se alargaron mientras el sol ascendía en el cielo, pero dentro de la habitación, la calidez del amor de su familia mantuvo a raya el ajeno mundo exterior, al menos por un poco más de tiempo.

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