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Capítulo 11

De entre los arbustos, emergió una figura alta, su presencia se hizo inconfundible en el momento en que la luz de la luna iluminó su cabello oscuro, negro como la noche, intercalado con mechones de un rojo intenso, casi carmesí, como si la sangre misma se hubiera enredado entre sus hebras. Sus ojos, dos orbes rojos que parecían incandescentes en la penumbra del bosque, se clavaron con fiereza en el grupo. Había una autoridad en su postura, una fuerza indomable que hacía que el aire alrededor de ellos se sintiera más denso, más cargado de peligro.

- Creí que te habíamos dejado todo claro -dijo la figura con una voz que, a pesar de su suavidad, llevaba consigo una amenaza implícita. Sus palabras se deslizaron como una serpiente, llenas de veneno y determinación.

Junto a ella, una figura más pequeña emergió de las sombras, casi mimetizándose con el entorno, excepto por los detalles que la distinguían. Su cabello castaño, corto y rebelde, estaba adornado con mechones azules que contrastaban con el tono terroso de su melena. Sus ojos, de un color miel que en otra circunstancia podría haber parecido cálido, ahora observaban con frialdad, evaluando cada detalle de la situación, buscando cualquier signo de debilidad en sus oponentes.

Ambas lobas, tan diferentes y a la vez tan similares en su ferocidad, fijaron su atención primero en S, quien, al sentir la intensidad de sus miradas, dejó escapar un bajo gruñido, el sonido reverberando en su pecho como un trueno contenido. Las orejas de S se retrajeron, pegándose a su cráneo en un gesto claro de desafío, mientras que su cola, erguida y rígida, indicaba su disposición a atacar si la situación lo requería. Era un cuadro de tensión contenida, de violencia a punto de desatarse.

Las lobas luego dirigieron su mirada, lenta y deliberadamente, hacia el resto del grupo: Uzi, con sus ojos abiertos en una mezcla de sorpresa y miedo, sintiendo el peso de aquellas miradas como un aluvión de plomo; N, cuyo cuerpo entero parecía vibrar con la urgencia de la situación, la adrenalina corriendo por sus venas mientras instintivamente se colocaba en una posición que le permitiría huir en un instante; Alvirian, que mantenía una compostura casi estudiada, sus ojos calculadores siempre en movimiento, buscando una salida, una oportunidad; y finalmente Cyn, cuyos ojos se endurecieron al encontrar la mirada de las lobas, mostrando una resolución inquebrantable, incluso cuando su corazón latía con fuerza desbocada.

S, sintiendo la tensión incrementarse, dio un paso atrás, moviéndose con la precisión de un depredador que no deja nada al azar, colocándose estratégicamente entre Cyn y las lobas. Era un gesto protector, una declaración silenciosa de que nadie tocaría a Cyn mientras ella estuviera allí.

- Sólo puedo suponer que no sabes seguir órdenes -gruñó la loba pelinegra, quien S reconoció como Y. Su voz, ahora más cargada de desdén, resonó como un trueno en el silencio del bosque. El poder que emanaba de Y era palpable, y S sintió una chispa de duda en su mente, una chispa que rápidamente extinguió con un gruñido aún más profundo.

El ambiente alrededor de ellos parecía haber quedado suspendido en el tiempo, como si incluso la naturaleza se contuviera, esperando a ver cómo se desarrollaría el enfrentamiento. Los árboles se alzaban, testigos silenciosos del conflicto inminente, sus ramas inmóviles, y el viento, que momentos antes había susurrado entre las hojas, ahora estaba ausente, como si el bosque entero hubiese contenido la respiración.

N, sintiendo que el peligro estaba a punto de desatarse, hizo lo que su instinto le dictaba: tomó la mano de Uzi con firmeza. El contacto fue tan inesperado para Uzi que por un instante su miedo fue reemplazado por la sorpresa. Sin embargo, no retiró su mano, al contrario, apretó la de N con fuerza, buscando en ese simple gesto un ancla a la realidad, algo que la mantuviera conectada mientras el peligro crecía a su alrededor.

El único sonido que rompía el silencio sepulcral eran los gruñidos bajos y amenazantes de las tres mujeres lobo, un intercambio de advertencias y desafíos que resonaban en el pecho de quienes los escuchaban, haciendo que el aire se sintiera más espeso, más opresivo. Era un preludio a lo inevitable, una tensión que aumentaba con cada segundo que pasaba sin que nadie se moviera.

-Corran -dijo S finalmente, su voz áspera, cargada de una autoridad innegable. No había duda en su tono, no había lugar para la discusión. Sus ojos, sin embargo, no se apartaban de Y y R, sabiendo que cualquier signo de debilidad podría ser su perdición.

Los otros no lo pensaron ni un segundo. Fue como si la orden de S hubiera roto un hechizo. N fue el primero en reaccionar, su cuerpo ya en movimiento antes de que su mente hubiera procesado por completo lo que estaba haciendo. Tiró de Uzi, llevándosela consigo mientras sus pies golpeaban el suelo del bosque con una velocidad y agilidad que sólo podía venir del miedo y la urgencia. Uzi, aún aferrada a la mano de N, se dejó llevar, su mente aún procesando el giro abrupto de los acontecimientos.

Alvirian, por su parte, se lanzó tras ellos, sus ojos buscando cada posible trampa, cada obstáculo que pudiera interponerse en su camino mientras trataba de mantenerse al ritmo frenético de sus compañeros. Sus pensamientos iban a mil por hora, tratando de predecir cada movimiento, cada posibilidad, mientras sus pies le llevaban más y más lejos de la inminente batalla.

Cyn, la última en moverse, echó una última mirada a S, una mirada cargada de emociones encontradas. Sabía que debía irse, sabía que S le había dado una orden que no debía cuestionar, pero aún así, la preocupación y el miedo por lo que podría pasar la atormentaban. Aun así, apretó los dientes y corrió tras su hermano, sus pasos resonando con una desesperación contenida.

El silencio del bosque, que había sido tan absoluto, fue roto por el sonido de la batalla. S se lanzó hacia adelante, su cuerpo un borrón de movimiento cuando se abalanzó sobre R, sus colmillos brillando bajo la luz de la luna mientras mordía con una fuerza brutal. El sabor metálico de la sangre llenó su boca, y el gruñido de dolor de R se mezcló con el crujido de ramas bajo sus pies.

Y, no se quedó atrás. Con un aullido que parecía sacudir los mismos cimientos del bosque, se lanzó hacia S, sus garras extendidas, preparadas para desgarrar la carne de su adversaria. Pero antes de que pudiera alcanzar a S, las sombras de los árboles las envolvieron, y sus figuras desaparecieron entre la densa oscuridad, dejando tras de sí solo el eco de sus gruñidos y el rastro de su olor a sangre y furia.

El grupo que había huido no se atrevió a mirar atrás. Sus corazones latían con fuerza desbocada, y cada paso los alejaba más y más de la violencia que se desataba entre los árboles. La oscuridad del bosque parecía tragarlos, envolviéndolos en una manta de sombras que los protegía y los ocultaba de lo que habían dejado atrás.

Pero el miedo, ese miedo primigenio, ese que sólo se siente cuando uno sabe que la muerte está cerca, seguía latente en cada uno de ellos. Porque aunque estaban corriendo, aunque habían dejado la batalla detrás, sabían que no estaban a salvo, no completamente. Y mientras el sonido de la batalla se desvanecía en la distancia, lo único que quedaba era el eco de sus propios pasos y el pesado aliento de sus perseguidores, que, aunque no visibles, se sentían en cada rincón oscuro del bosque.

Corrieron con toda la fuerza que sus piernas les permitían, sus respiraciones descompasadas resonando en el silencio opresivo del bosque. N no soltaba la mano de Uzi ni por un segundo, aferrándose a ella como si fuera su única conexión con la realidad en medio del caos que les rodeaba. Cada paso que daba lo acercaba más a la decisión que había tomado en lo más profundo de su ser: estaba dispuesto a luchar por ella, a protegerla a cualquier costo, aunque no entendiera del todo el porqué.

Mientras corrían, N desvió la mirada por un instante hacia Uzi, quien se movía a su lado con una determinación inquebrantable. Su cabello morado ondeaba al ritmo frenético de su carrera, cada mechón capturando la luz que se filtraba entre los árboles como destellos de amatista en la penumbra. Su piel morena, bañada por una fina capa de sudor, parecía brillar suavemente bajo la luz tenue del bosque, como si el mismo aire a su alrededor reconociera su importancia y la rodeara con un resplandor etéreo.

Sus ojos, de un violeta profundo, estaban enfocados en el camino frente a ellos, pero había algo en su mirada que capturaba a N, algo que le hacía querer mirar más allá de lo evidente. Era pequeña, sí, más baja que él, pero había una fortaleza en su postura, una energía que irradiaba de ella y que él no había notado con tanta claridad hasta ahora. Ella era bonita, se dio cuenta, más de lo que había permitido a su mente admitir antes. Esa era la verdad que ahora lo golpeaba, pero N no podía permitirse perderse en esos pensamientos. No ahora.

La realidad los rodeaba con garras invisibles, el peligro acechando en cada sombra, en cada susurro del viento entre las hojas. N sabía que no podían detenerse, que no podían permitir que la duda o la distracción los ralentizaran. Tenían que correr, tenían que sobrevivir, y en ese momento, nada importaba más que mantener a Uzi a salvo. No le importaba mucho si Alvirian se quedaba atrás; de hecho, una parte de él lo veía como una posible ventaja, una carga menos en su huida desesperada. Pero Uzi... Uzi sí que le importaba.

Nunca antes había tenido un amigo, no más allá de su propia hermana Cyn. Su vida había sido una serie de encuentros solitarios, de momentos compartidos con su reflejo y poco más. Y ahora, aquí estaba Uzi, la única persona que sabía lo que él era, que conocía su verdad, que sabía que era un vampiro y, aun así, había decidido quedarse a su lado. Esa realidad le resultaba tan extraña, tan ajena a lo que él había conocido, que por un momento, mientras corrían, se permitió aferrarse a esa idea como si fuera un salvavidas en medio de un océano de incertidumbre.

La distancia parecía eterna, un tramo interminable de sombras y ramas que se extendía ante ellos como una prueba impuesta por el destino. Cada paso los alejaba más del peligro, pero también parecía acercarlos a algo desconocido, a un destino que no podían prever. Finalmente, después de lo que se sintió como una eternidad, llegaron a un claro en el bosque. Era un lugar de ensueño, casi irreal en su perfección.

El claro se abría ante ellos como un refugio escondido entre los árboles. En el centro, un lago sereno y cristalino reflejaba el cielo nocturno, como si hubiera capturado las estrellas y las guardara en su superficie. El agua, inmóvil como un espejo, parecía tener una profundidad infinita, y las sombras de los árboles circundantes se alargaban sobre ella, creando un paisaje de contrastes y matices que hipnotizaban la vista.

Los árboles alrededor del claro eran altos y robustos, sus ramas extendiéndose como brazos protectores que ofrecían una sombra densa, lo suficientemente espesa como para proteger a N y a Cyn de los peligros que traía el sol. Era un lugar que, en otras circunstancias, podría haber parecido el escenario perfecto para una tarde de paz, un rincón donde el tiempo parecía detenerse y la magia del bosque se manifestaba en cada detalle.

Entraron al claro, respirando con dificultad pero aliviados por la seguridad que ese espacio les brindaba. N aún no había soltado la mano de Uzi, y ella, aunque consciente de ese contacto, no había hecho nada para separarse. Era como si ambos entendieran que, en ese momento, esa conexión física era lo único que les anclaba al aquí y al ahora, lo único que les recordaba que estaban vivos, que habían logrado escapar.

Uzi miró su mano entrelazada con la de N, sus dedos pequeños y morenos contrastando con los largos y pálidos de él. Ahora, en la calma momentánea del claro, podía observar con más detalle las diferencias entre ellos. La piel de N, tan pálida que casi parecía translúcida, resaltaba aún más cuando se comparaba con su propia piel, oscura y rica en matices. Era una comparación que antes no había notado con tanta claridad, pero que ahora, con sus manos unidas, se hacía imposible de ignorar.

La mente de Uzi comenzó a divagar, preguntándose qué significaba realmente ese contacto, por qué N no la soltaba, por qué ella no sentía la necesidad de apartarse. Había una comodidad extraña en esa conexión, una sensación de seguridad que nunca había experimentado con nadie más. No quería incomodarlo, no quería hacer algo que lo alejara, así que simplemente dejó que siguiera tomando su mano, disfrutando de la calidez que ese contacto le brindaba, una calidez que contrastaba con la frialdad de la situación en la que se encontraban.

N, por su parte, estaba igualmente inmerso en sus propios pensamientos. Mientras caminaba, aún sosteniendo la mano de Uzi, su mente corría a la par con su corazón. No entendía del todo por qué sentía la necesidad de protegerla, de mantenerla cerca. Había algo en ella, algo en su fuerza, en su tenacidad, que lo hacía querer estar a su lado, querer ser alguien en quien ella pudiera confiar. Pero esos pensamientos eran demasiado confusos, demasiado nuevos para él, así que decidió simplemente dejarse llevar por el momento, por la sensación de tenerla a su lado, sin cuestionar demasiado lo que significaba.

Se acercaron a un roble que dominaba uno de los extremos del claro, un árbol antiguo y majestuoso cuyas raíces se extendían profundamente en la tierra. Era como si el roble hubiera sido testigo de siglos de historia, como si guardara en su interior los secretos del bosque y los ofreciera a aquellos que sabían escuchar. N se sentó bajo sus ramas, la sombra del árbol envolviéndolo en un abrazo protector. Uzi, siguiendo su ejemplo, se sentó junto a él, y solo entonces, cuando el contacto se rompió, ambos sintieron una ligera pérdida, como si algo importante se hubiera desvanecido.

El silencio del claro era distinto al del resto del bosque. Aquí, no había amenazas al acecho, no había sonidos que presagiaran peligro. En su lugar, había una quietud mágica, una calma que envolvía cada rincón del lugar. La luz de la luna se filtraba a través de las hojas, creando patrones de sombras que danzaban suavemente sobre el suelo cubierto de hierba. El aire estaba cargado de una fragancia sutil, una mezcla de tierra húmeda, hojas y el suave aroma del lago. Era un lugar de paz, un respiro en medio de la tormenta.

N observó el entorno con ojos atentos, notando los detalles que hacían de ese lugar algo especial. Había flores silvestres esparcidas por el borde del lago, sus pétalos brillando con un resplandor suave que parecía emanar de ellas mismas. Eran flores que nunca antes había visto, con colores que desafiaban la lógica, combinaciones de tonos que parecían sacadas de un sueño. Cada flor era única, y su presencia contribuía a la sensación de que estaban en un lugar fuera del tiempo, un rincón escondido donde la magia del bosque se manifestaba en su forma más pura.

Uzi, sentada junto a N, también se dejó llevar por la belleza del lugar. Sus ojos recorrieron el paisaje, capturando cada detalle con una fascinación que no podía disimular. Había algo en ese claro que le hablaba a su alma, que la hacía sentir conectada con el mundo de una manera que nunca antes había experimentado. Era como si el lugar entendiera sus miedos, sus dudas, y los calmara con su presencia.

El silencio entre ellos no era incómodo, al contrario, era una pausa necesaria, un momento de conexión en el que no se necesitaban palabras. Ambos estaban sumergidos en sus propios pensamientos, pero había un entendimiento tácito, una comprensión mutua que hacía que ese silencio fuera cálido, casi reconfortante.

N la miró, sin palabras para expresar lo que sentía en ese momento. No era solo la belleza del lugar lo que lo afectaba, era la sensación de estar allí con ella, de compartir ese momento, de sentir que, aunque solo fuera por un instante, todo estaba bien. Pero esas eran emociones complicadas, difíciles de articular, así que simplemente se quedó en silencio, permitiendo que el momento hablara por sí mismo.

El tiempo parecía detenerse en el claro. No había prisa, no había urgencia. Solo estaban ellos, el lago, y el suave susurro del bosque a su alrededor. Era un respiro, un alto en el camino que ambos necesitaban, un recordatorio de que, incluso en medio del caos, todavía podían encontrar momentos de paz, de belleza, de conexión.

-Háblame de ella, de tu madre... ¿por favor?

N miró a Uzi por un momento, sus ojos morados reflejando la luz suave del atardecer. La pregunta que le había hecho lo tomó por sorpresa, pero no de una manera desagradable. Era una invitación a compartir algo íntimo, a abrirse de una manera que no solía hacer, y Uzi había logrado romper esa barrera con una simple pregunta.

N se estiró suavemente, dejando que su espalda descansara contra el tronco del roble. Una sonrisa ligera y melancólica se dibujó en sus labios mientras su mirada se perdía en la superficie tranquila del lago. Los reflejos danzantes del agua parecían acompañar sus recuerdos, trayendo consigo imágenes de un tiempo que ahora parecía muy lejano.

- Bueno -comenzó, su voz tomando un tono más suave, casi reverente-, mi madre era hermosa. Tenía ese tipo de belleza que no se desvanecía con el tiempo. Siempre estaba sonriendo, como si cada día trajera algo nuevo por lo que estar agradecida. Y sus abrazos... eran cálidos, como si al envolverme en sus brazos pudiera protegerme de todo el mal del mundo.

El viento susurraba entre las ramas del roble, como si el bosque mismo se inclinara a escuchar la historia de N. Los ojos de Uzi estaban fijos en él, absorbiendo cada palabra, como si cada detalle fuera un tesoro precioso.

N continuó, su mirada fija en el agua, pero su mente claramente en otro lugar, en otro tiempo. ----Tuvo a J cuando era joven, tendría unos 21 o 22 años. Recuerdo que siempre decía que J fue su primer gran amor, la primera vez que sintió lo que era amar a alguien más que a sí misma. J siempre fue nuestra líder, incluso de pequeños. Siempre tenía ese aire de seguridad que, creo, heredó de mamá.

N hizo una pausa, sus dedos jugando inconscientemente con un pequeño guijarro que había encontrado en el suelo. 

- Dos años después nació V. Mamá siempre decía que V era como un rayo de sol, siempre tan llena de energía, tan curiosa por el mundo. Era difícil mantenerla quieta, siempre explorando, siempre preguntando. Y mamá... mamá era la mejor en responder sus preguntas, siempre tenía una historia o una explicación que nos dejaba a todos boquiabiertos.

La sonrisa de N se amplió ligeramente al recordar esos momentos. 

- Al año siguiente, nací yo. Mamá siempre decía que fui su bebé tranquilo, el que le dio un respiro entre J y V. Dijo que desde pequeño, siempre parecía estar observando, como si estuviera analizando el mundo antes de decidir qué hacer.

El bosque parecía haberse quedado en silencio, como si incluso los animales nocturnos respetaran la memoria que N estaba compartiendo. El aire estaba cargado con la fragancia fresca de la tierra y las hojas, creando una atmósfera que se sentía casi sagrada.

- Y luego, un año después de mí, llegó Cyn -continuó N, su voz suavizándose aún más-. Cyn era... especial. Desde el principio, mamá decía que había algo diferente en ella, algo que la hacía única. Cyn tenía una conexión con mamá que nosotros no teníamos, como si compartieran un vínculo más profundo, más allá de las palabras.

N hizo una pausa más larga esta vez, su expresión cambiando ligeramente, volviéndose más pensativa. 

-Pero después de Cyn... mamá empezó a enfermar. Al principio, no era nada grave, solo pequeñas molestias, cansancio... pero poco a poco, fue empeorando. Pasaba mucho tiempo en cama, y aunque trataba de no mostrarlo, sabíamos que sufría.

Uzi se inclinó un poco más cerca, como si con su cercanía pudiera ofrecerle a N algún tipo de consuelo. Pero N parecía perdido en sus recuerdos, sus palabras fluyendo como si estuviera reviviendo cada momento.

- Mientras estaba en cama -continuó N-, mamá nos contaba cuentos. Historias de sus viajes antes de tenernos, de cómo conoció a papá, de su vida antes de nosotros. Siempre tenía una historia para cada ocasión, y nosotros nos acurrucábamos a su alrededor, escuchando cada palabra como si fuera un hechizo. Creo que esas historias fueron su forma de mantenerse conectada con nosotros, de darnos algo de ella misma incluso cuando no podía estar físicamente presente.

El viento cambió de dirección, trayendo consigo el aroma suave y fresco del agua del lago. N respiró hondo, como si el aire fresco pudiera aliviar un poco el peso de sus recuerdos.

-Mamá siempre hablaba de papá con tanto amor. Decía que él era su ancla, su apoyo en los momentos difíciles. Nos contó cómo se conocieron, cómo se enamoraron, cómo construyeron una vida juntos. 

La voz de N se quebró ligeramente, pero rápidamente se recompuso, tomando otra respiración profunda antes de continuar. 

-A veces, cuando no podía dormir, me quedaba despierto escuchando el sonido de su respiración desde la otra habitación. Era un sonido suave, pero siempre podía notar cuando estaba despierta, cuando el dolor no la dejaba descansar. Y en esos momentos, desearía haber podido hacer algo más por ella.

El silencio cayó de nuevo entre ellos, pero esta vez no era incómodo. Era un silencio lleno de respeto, de empatía, de entendimiento. Uzi podía sentir el peso de las palabras de N, la profundidad de su dolor y su amor por su madre.

Finalmente, N suspiró, dejando caer el pequeño guijarro que había estado sosteniendo. 

- Y... el cuadro de ella en mi habitación, lo pintaron unos meses antes de su muerte... La extraño, Uzi. Todos la extrañamos. Pero creo que lo que más extraño es la forma en que nos hacía sentir... seguros, amados. Ella era el corazón de nuestra familia, y cuando se fue... dejó un vacío que nunca pudimos llenar. Y al poco tiempo nuestro padre también nos dejó... Creo que no pudo soportarlo y... se suicidó...

Uzi extendió su mano, colocándola suavemente sobre la de N. No necesitaba decir nada, su gesto era suficiente para comunicar lo que las palabras no podían. N la miró, y por un momento, el dolor en sus ojos se suavizó, reemplazado por una gratitud silenciosa.

El bosque, con su magia natural, parecía envolverlos en un abrazo invisible, protegiéndolos de todo lo demás. Y en ese claro, junto al lago que contenía las estrellas, N y Uzi compartieron un momento de vulnerabilidad, de conexión, que solo sirvió para fortalecer el lazo que los unía.

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