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Prince

Draxum entrecerró los ojos, analizando a la dama parada elegantemente delante suyo. No le gustaba en lo absoluto a dónde estaba llegando esta conversación, puesto que también conocía las artimañas de Big Mama cuando se trataba de hacer tratos.

Y él, jamás se atrevería a entregarse a ese rumbo con ella a menos que tenga que ser estrictamente necesario. A pesar de la asombrosa labia que caracterizaba a esa mujer, no se dejaba seducir por esos tratos peligrosamente jugosos que solía hacerle, siempre se había negado.

Pero en esta ocasión, en serio estaba resultando ser una molestia, tanto, que empezaba a perder la paciencia. Lo tenía entre la espada y la pared de sus límites, y si no tomaba una decisión pronto las cosas empeorarían.

— ¿Entonces, Draxy? ¿Tomaste una decisión?

Su sonrísa cautivadora, fascinante, seguía plasmada de una forma victoriosa a pesar de que Draxum aún no había respondido a su propuesta, porque lo conocía perfectamente, y porque llevaba el suficiente tiempo en el ámbito de los negocios sucios para saber que había ganado.

Y el alquimista sabía esto último, por eso la molestia que sentía aumentaba considerablemente.

— Tú ganas. Te entregaré a una de las tortugas.

Una pequeña risita blanda salió de los voluptuosos labios de la dama de morado y cabellos blancos, endureciendo sus facciones al convertir su semblante en uno más malicioso, entrecerrando sus ojos, frunciendo el ceño, ampliando su sonrisa.

— Sabía que elegirías lo que más te convendría Draxy, guíame a mi futuro guerrero.

El Yokai con armadura dejó salir un gruñido, elevando uno de sus imponentes brazos y chasqueando sus dedos en el aire, con intención de llamar a sus secuaces, Huginn y Muninn. Estos, inmediatamente se posaron en los hombros del Baron, entre pequeñas risitas que cesaron inmediatamente cuando el 'jefe' los miró intimidantemente.

Dió media vuelta, empezando a caminar hacia un pasaje oscuro, Big Mama siguió teniendo a alguno de sus guardaespaldas detrás suyo.

Los tacones de la dama resonaban en forma de eco en el pasaje iluminado a penas con antorchas, causando más conmoción en el ya alterado hombre cabra.

La caminata se hacía larga a pesar de la poca distancia que existía realmente, de igual forma para el alquimista sobresaltado y la ansiosa dama de morado. El lugar era un pasillo construído de algún tipo de ladrillo oscuro, que lucían algo sucios, y lo único que se hacía distinguir en las paredes eran las rejas que daban a pequeñas habitaciones vacías, y las antorchas.

Draxum dió un último paso definitivo, cuando dió media vuelta y dirigiendo su vista a una de esas habitaciones enrejadas del montón, dando a entender que era allí el lugar que buscaba. Big Mama se permitió acercarse al Yokai, pasando sus delgadas manos por los fornidos brazos metálicos del más alto, sonriendo suavemente.

Ahí estaba, ahí estaba el gran ex campeón del Battle Nexus, y la ex estrella de cine, Lou Jitsu. La oscuridad a penas distinguía su mal estado, pero los dos seres que lo miraban imponentes sabían perfectamente cómo estaba aquel hombre.

Huginn, con pesar, entregó un llavero a Draxum, el cual lo tomó sin muchos rodeos e introdujo una de las tantas llaves en la cerradura, forcejeando por unos segundos y sin más problemas, abriendo la celda.

El hombre dentro de ese lugar no se inmutó, ni siquiera hizo el esfuerzo porque ya sabía perfectamente quiénes eran las personas en ese lugar. Su vista más bien, estaba centrada mirando a una pequeña tortuguita antropomórfica que descansaba en su mano, teniendo a los tres restantes apoyados en su otro brazo.

— Oh, mi Huggypoo.— La voz dulzona de la que alguna vez, el asiático consideró su amor lo asqueó, y no tuvo ningún problema en demostrarlo.— ¿Qué pasa cariño? Llevas una semana aquí y parece que ya se te olvidaron los modales.— La dama volvió a soltar una risa suave. Draxum se mantuvo neutral ante esa situación acercándose a Lou, y parándose delante de este, apretando los puños.

— Entrégame a la tortuga.— Aquello fue suficiente para que el hombre levantase la cabeza, un tanto horrorizado.

— No, no lo haré.— Jitsu estaba consciente de que aquellas tortugas eran sus hijos, habían sido mutadas a partir de su ADN. Draxum podría crear a los monstruos que se le diese la gana, no le importaba. Pero no dejaría que aquellas tortugas se alejasen de su lado, eran su único consuelo en esa oscura y fría celda. El Yokai no estaba de humor para escenitas de amor paterno, sobretodo porque Mama arrugó el ceño ante la negación de la ex estrella.

Draxum fijó su vista en la tortuga más cercana, aquella que dormía en la mano del asiático, así que sacó algunas raíces sin más contemplaciones, y apretó la misma mano y el cuello del hombre con fuerza, obstruyendo cualquier tipo de movimiento defensivo. Después de todo, sabía que Hamato Yoshi no podría defenderse, estaba debilitado.

El hombre soltó un quejido absorto, empezando a moverse violentamente para soltarse de esos agarres, levantando en el proceso a las pequeñas tortugas que descansaban, y que por los movimientos bruscos, empezaban a sollozar.

Draxum tomó del caparazón a la tortuga de franjas rojizas en su rostro, aquella que había estado en la mano de Jitsu, y la cual empezó a moverse con miedo en busca de librarse del agarre al que de repente estaba siendo sometido. Jitsu estiró su mano libre en busca de alcanzar desesperadamente a la tortuga que estaba siendo apartada de su padre.

Pero no lo logró.

En cambio, tuvo que ver como este era entregado a las manos de un guardia cualquiera de Big Mama, entre lloriqueos.

Yoshi sintió que las lágrimas cristalizaban sus ojos, mientras el desespero consumía su ser, y la impotencia de no poder actuar ante Mama y Draxum lo asfixiaban más que las raíces del alquimista.

La celda fue cerrada antes de que pueda estar en libertad, mientras el aire regresaba a sus pulmones, y su respiración se recuperaba de forma agitada. Antes de que pudiese recuperarse del todo, corrió hacia los barrotes, gritando como podía que le devolviesen a su pequeño Leonardo bajo el llanto de las cuatro tortugas. Su voz se quebró mientras veía cómo esas figuras desaparecían en la oscuridad lejana, ignorando sus gritos, su llanto.

[...]

"Me quitaste a mi mejor luchador Draxy, creo que merezco una compensación por ello"

"Ese hombre ni siquiera quería seguir peleando en tu Nexo. ¿Cuál es tu queja?"

"Él seguía siendo de mi propiedad, así que tú decides. O me devuelves a mi campeón, o me entregas a uno de esos guerreros que estás creando."

Big Mama creía que aquello había sido el mejor trato que había realizado en su vida, y no era para menos. Su plan al principio fue criar a un guerrero dedicado 100% al Battle Nexus, convertirlo en su próximo campeón, el primogénito de Lou Jitsu; pero ahora, a trece años después de haber recibido a la tortuga, sus planes habían cambiado.

Ahora entendía al hombre. Esas criaturas tenían un cierto encanto que enamoraban, y su pequeño príncipe no había sido la excepción. Nadie creería que la gran Big Mama, una negociante temida dueña total de uno de los espectáculos más sangrientos y vistos en The Hidden City podría ser capaz de criar a un niño.

Sí, de criar a un niño.

Pero justamente porque se trataba de Big Mama era que aquello estaba mal. Porque entre sus más oscuros secretos estaban la forma en la que trataba al menor.

Léonard, o como la dama de morado lo llamaba, "Príncipe", era sólo un accesorio más de la mujer, aunque le tuviese cariño. Y eso era algo que todos sabían.

Algunos comentaban que tenía suerte de que Big Mama no hubiese decidido a entrenarlo desde pequeño de forma despiadada para destinarlo a matar en el Battle Nexus, otros dicen que es todo lo contrario, que el pobre chico estaría mejor en el campo que al lado de esa inescrupulosa mujer.

Otros opinan que el chico estaba condenado desde el momento en el que estuvo a cargo de Big Mama, sin importar su estatus actual.

Y Léonard estaba consciente de esos comentarios, que lo atormentaban, que lo martillaban hasta el cansancio. Big Mama era... su madre, aunque ella odiaba que la llamase así en público, él estaba seguro de que ella lo amaba, lo amaba porque él era su hijo.

Esa mujer era alguien perfeccionista, alguien que amaba cuidar su imagen, y Léonard, al ser parte de su imagen, debía verse bien, debía ser igual de perfecto.

La tortuga de orejas rojas siempre había sido sometido a ese tipo de tratos, era alguien sumiso, destinado a complacer los deseos de Big Mama, tratando de hacerla feliz. Porque él se lo debía, gracias a ella él vivía, y debía agradecérselo siendo un chico bueno.

¿Pero era esto lo que él quería? ¿Sentarse al lado de la dama a ver cómo unos Yokais se mataban entre sí? ¿Ver cómo los pocos amigos que formaba eran mutilados, asesinados, y maltratados en el campo? ¿Realmente quería seguir siendo el príncipe de Big Mama?

No valía la pena cuestionarse aquello, no es ni será capaz de enfrentarla. Porque ya una vez, en su infancia, cuando era él de verdad, cuando era un pequeño niño aventurero y lleno de vida que jugaba a ser un guerrero ninja y rompió cosas que no debía, lo castigaron, y lo 'arreglaron' para que jamás volviese a comportarse de esa manera, para que jamás vuelva a ser un niño malo.

— Sonríe cariño, mi príncipe debe ser perfecto.

Léonard tragó en seco. Cerró sus ojos con fuerza, y levantó la cabeza, mejoró su postura, sus manos temblaban, y sudaban, pero trató de ignorarlo. Sonrió, sonrió falsamente, como él podía hacerlo.

— Tenemos visitas, así que pórtate bien.

De la lujosa puerta bañada aparentemente en oro, ingresó un Yokai cabra con dos pequeñas gárgolas en sus hombros, detrás de él, tres tortugas mutantes...

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