VI.
CHAPTER SIX
"Rochelle"
═══════"Othello"═══════
Mayo había llegado, y con este el calor.
Las ventanas de mi habitación se encontraban cerradas mientras me arreglaba para la visita de una "Lady" que se hospedaría en nuestra casa. Nesta no me había dado mucha información y no es como que quisiera saber más al respecto.
Eran aproximadamente las 4:30 de la tarde cuando baje al recibidor de la casa en donde mis hermanas mayores me esperaban con sus vestidos formales bien planchados y con las espaldas rectas como tablas.
–Llegas tarde –. La voz hostil de Nesta me hablo mientras yo me encontraba con ellas junto a la puerta.
No respondí a sus provocaciones mientras las tres cruzábamos el umbral de la puerta de madera blanquecina.
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Llevábamos unos minutos esperando en el porche de la casa a la mujer que hospedaríamos durante un tiempo.
A lo lejos puede visualizar un hermoso carruaje blanco con tres ventanillas a cada lado tapadas con cortinas, con detalles de oro en los bordes de estas. Un gran caballo blanco y majestuoso tiraba del guiado por un hombre de traje azulado con un sombrero negro a juego.
Los galopes del majestuoso caballo se detuvieron por completo a unos metros del porche de la gran mansión que habitábamos. El conductor del carruaje descendió de su asiento para abrir la diminuta puerta del carruaje; lo primero que vi fueron las zapatillas blancas de la lady que desmontaba el carruaje, después las faldas del vestido amarillento aparecieron ante mi visión; y finalmente, cuando la mujer termino de salir del carruaje, ahí fue cuando distinguí su rostro.
Se veía tan diferente; su piel había adquirido un color pálido sin lucir enfermizo y su desnutrida figura había sido cambiada por una esbelta y con preciosas curvas.
Una pequeña lagrima recorrió mi mejilla mientras corría hacia Feyre sin importarme si tropezaba con una piedra o los escalones del porche.
Mi rostro choco contra su pecho mientras mis brazos se envolvían alrededor de su cintura. Feyre no dudo en devolverme el abrazo al mismo tiempo que las lágrimas también empezaban a empapar sus mejillas.
–Sabía que volverías – mi voz salió temblorosa mientras levantaba mi cabeza para verla.
–Me alegra que no lo dudaras– Feyre se separó de mi para observarme de pies a cabeza. –Vaya que cambiaste.
Mi boca se abrió para contestar, cuando escuche el jadeo de Elain a mis espaldas.
–¿Feyre? –Dio un paso hacia nosotras, pero se detuvo –. ¿Entonces, que paso con la tía Ripleigh? ¿Esta...? ¿Murio?
Esa era la historia, recordé: que Feyre había ido a cuidar a una tía rica, perdida hacía ya mucho tiempo.
–Te dejo su fortuna –dijo Nesta con simpleza. No era una pregunta.
–¡Deberías habernos dicho, Feyre! –dijo Elain que seguía con la boca abierta –. Ah que horrible... Papa se va a sentir muy mal cuando sepa que no pudo ir al funeral y mostrarle su respeto.
No dije nada al respecto, sabia de sobra que Elain y mi padre seguían sumidos en la mentira de la magia inmortal, que no nos había afectado a Nesta y a mí por alguna razón.
Nesta se dedicó a mirar con frialdad a Feyre en todo el rato que estuvimos mostrándole la casa, dudaba de las intenciones de Feyre al volver tan inesperadamente, y no la culpaba; era extraño que volviera de la nada sin avisar, especialmente después de lo que había sucedido con los Beddor. Pero eso no le daba derecho a dudar de las intenciones de Feyre con nosotras.
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Feyre y yo nos encontrábamos en mi estudio de música personal. Le había mostrado la habitación que yo personalmente me había encargado de decorar para ella.
–Veo que retomaste el hábito de la música. – dijo mi hermana mientras repasaba sus dedos por el piano que se encontraba en el centro de la habitación.
Una pequeña sonrisa apareció en mi rostro.
–Siempre la he amado –. Mi mirada se encontró con la de ella mientras me acercaba a ella.
La música siempre había sido especial para mí. Era más que una forma de entretenimiento o distracción; como lo era para muchos. Era una forma para expresar las cosas que sentía, rabia, miedo, amor... Era de las pocas cosas en la vida que me hacían felices.
–¿Tocarías algo para mí? –Feyre me saco de mis pensamientos.
Asentí con la cabeza y me acerqué a el arpa que se encontraba en una esquina de la habitación.
Me senté en el pequeño asiento acojinado que necesitaba para poder tocarla y la incliné para colocarla sobre mi hombro izquierdo. Mis dedos comenzaron a tocar cada cuerda creando una sinfonía que crecía con cada roce de mis dedos. Era una pieza que mi instructor de música me había enseñado hacia poco.
La suavidad de cada nota acariciaba mis oídos, haciéndome volar entre recuerdos de mi infancia con Feyre; cada nota y roce era un recuerdo diferente. Las notas más agudas me transportaban a las primaveras en las que mi hermana y yo solíamos ir a la orilla del lago a nadar, y las más graves me recordaban el invierno y las copas de los árboles revestidas con nieve.
Cuando la sinfonía se acabó; y mis pensamientos se dispersaron, pude escuchar los aplausos de Feyre a mis espaldas.
–Tocas muchísimo mejor que los músicos de la cor...– Feyre cerro la boca al instante en cuanto se dio cuenta de su error. – ...de la casa de la tia Ripleigh. –se corrigió.
Solté un suspiro mientras me levantaba del asiento y me ponía frente Feyre.
–No me mientas –mi mirada penetro la suya cuando esas palabras salieron de mi boca. – Por favor Feyre, no me mientas, tu no. – se me hizo un nudo en la garganta.
Las tablas del piso resonaron mientras Feyre daba un paso hacia atrás.
–Recuerdo todo, la bestia y el asunto del tratado –dije con voz temblorosa. –Te eh buscado sin parar desde que te fuiste –. Los ojos me empezaron am lagrimear mientras la tomaba de las manos.
Feyre agacho la cabeza evitando mi mirada. Parecía estar pensando en que decirme o trataba de ignorar la mirada demandante que le dirigía.
–¿Que sucedió?
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La corte primavera.
Ahí fue el dónde estuvo mi hermana por tantos meses.
Pasamos horas en mi habitación mientras Feyre hablaba y yo solo me dedicaba a escuchar.
Al parecer su estadía había sido grata y no se parecía en nada a las cosas horribles que me había imaginado. Sus relatos trajeron alivio a la angustia que había residido en mi corazón durante los últimos meses.
Ponernos al corriente acerca de lo sucedido nos tomó toda la noche. Terminamos dormidas entre abrazos y risotadas sobre la cama.
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Habían pasado un par de días desde la llegada de Feyre.
Y nunca me había sentido tan feliz.
No nos habíamos separado desde entonces, parecíamos uña y mugre según Nesta. Me había encargado de enseñarle a Feyre el pueblo y cada hermoso rincón de este. Le presente a Ruby y los cuantos amigos que había hecho en poco tiempo.
Feyre me había pedido que fuéramos a la choza en la que solíamos vivir; no necesite preguntarle por qué quería volver. A veces yo también quería regresar.
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El baile que padre daría en nombre de Feyre se llevaría a cabo en dos días y la casa era un absoluto frenesí. Elain derrochaba el dinero en las decoraciones más finas y caras que podía encontrar. Ni en un millón de años me imagine que volveríamos a tener estas cosas de nuevo.
Mis recuerdos de nuestra vida antes de la pobreza eran escasos, si no es que nulos. Recordaba cosas agradables, como Feyre y yo haciendo castillos de nieve en invierno. Pero los recuerdos que más me atormentaban, eran los recuerdos de nuestra madre.
El recuerdo que me atormentaba día y noche. Era aquel en el que madre me había castigado por llevar un pequeño conejito a la casa. Se había puesto como loca cuando lo vio escondido entre las sedas de los vestidos de mi armario; me había tomado bruscamente del brazo derecho, clavando sus largas y afiladas uñas en la carne sensible de mi brazo, arrastrándome por los pasillos de nuestra casa en aquel entonces.
Sus pasos se habían detenido delante de las escaleras del ático.
–¡Esto es para que aprendas a no traer más bestias a la casa! –su agarre alrededor de mi brazo de endureció mientras me arrastraba hacia el ático.
Me dejaba días encerrada en un pequeño baúl. Días en los que no bebía ni comía; regresaba solo cuando consideraba que me iba a morir.
Y esa no fue la primera, ni la última vez que lo hizo.
Mis tortuosos pensamientos se vieron interrumpidos en el momento que Elain se acercó a mí con una caja entre las.
Me había comprado un precioso vestido rosa melocotón.
Era largo, y tenía holanes al final de la falda. Parecía que la tela había sido remojada en cubo lleno de estrellas debido a su brillo. El escote en forma de corazón vestido estaba cubierto con tela aterciopelada del mismo color, junto con dos listones que bajaban desde las mangas abullonadas hasta cruzarse por debajo del pecho, y terminaba en la espalda con un enorme moño de seda.
Era totalmente el estilo de Elain.
No me molestaba en lo absoluto, debido a que consideraba nuestros estilos parecidos.
Le di las gracias y me dirigí hacia mi habitación donde Feyre me esperaba.
Me había prometido hacía ya muchos años que me enseñaría a pintar. Y ese era el momento perfecto.
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El baile fue un borrón de valses y de pavoneo, de aristócratas enjoyadas, de vino y brindis en honor a mi hermana. Feyre se quedó cerca de mí un buen rato, hasta que tuvimos que acercarnos a Nesta para que espantara a los pretendientes que acechaban como carroñeros.
A la media noche nos terminamos deslizando escaleras arriba.
A la tarde siguiente, todos con los ojos rojos y en silencio, nos reunimos en la mesa del almuerzo.
Había llegado el calor del verano, y era una tortura estar con el corse y vestido. Feyre y yo habíamos pasado una noche fatal debido al calor. En invierno solíamos dormir abrazadas, y no nos separábamos por nada. Pero en verano no soportábamos ni rozarnos, afortunadamente la cama en la que descansábamos era lo suficientemente grande para que cada una durmiera en un extremo de esta.
–Estoy pensando en comprar la tierra de los Beddor– estaba diciendo mi padre; hablaba con Elain. – Oí un rumor, dicen que va a salir a la venta pronto porque no hay sobrevivientes. Sería una buena inversión. Tal vez una de ustedes puede construir ahí su casa cuando llegue el momento.
–¿Qué les paso a los Beddor? – Pregunto Feyre.
Había sido una tragedia. La casa de los Beddor de había quemado; habían muerto todos, y no habían encontrado el cuerpo de Clare. Fue un día antes de que Feyre regresara. Las llamas de la podían observarse desde el cuarto de mi habitación.
El semblante de Feyre cambio repentinamente. Su respiración se aceleró y su mirada se perdió en su plato de comida.
–¿Feyre? –pregunto mi padre.
Paso una mano temblorosa sobre los ojos, respiro hondo.
–Feyre –dijo mi padre de nuevo. Nesta le chisto:
–Cállate.
Le lance a Feyre una mirada de duda, pero parecía estar fuera de sí misma. Coloque mi mano sobre su hombro hasta que pareció reaccionar y me miro a los ojos.
–Escúchenme con mucho cuidado –dijo y trago saliva –. Todo lo que te conté tiene que seguir siendo un secreto. No vengas a buscarme. No vuelvas a decir mi nombre a nadie.
–¿Pero que carajos te pasa, Feyre? – la rabia en mi voz pronto se quebró, llenando mis ojos de lágrimas de impotencia.
Ni siquiera habían pasado dos semanas desde que había regresado y ya pensaba irse otra vez, pero en esta ocasión, por voluntad propia.
Las lágrimas no dejaban de recorrer mi rostro, mientras Feyre se dedicaba a explicarle a Elain y mi padre lo que realmente había sucedido aquella noche en la choza.
Nos pidió que contratáramos guardias y exploradores que vigilaran el bosque, y que, a la primera señal de peligro o rumor o cosa rara, nos largáramos de aquí.
Feyre salió del comedor, y se dirigió a los establos con mis pasos pisándole los talones.
–Iré contigo. – dije cuando nos detuvimos en frente de una de nuestras yeguas –. Y no es una pregunta Feyre.
No pensaba dejar a mi hermana una segunda vez.
Me dirigí a la caballeriza de Othello; mi caballo de confianza. Comencé a desatarlo para sacarlo de los establos.
–No, no puedes, es demasiado peligroso –hizo una pausa –. No conoces Prythian.
La ignore sus palabras mientras tomaba la montura de Othello.
–Rochelle, escúchame –decía Feyre a mis espaldas.
Las manos me temblaban al intentar colocarle la montura a mi caballo. La rabia nublaba mi juicio. Sabía que no debía tratar a Feyre de esa manera, especialmente con lo que estaba ocurriendo, pero simplemente no podía dejar a Feyre, ya la había dejado una vez hacía ya tiempo; pero esta vez no sería así.
–Nada de lo que digas, o hagas, va a detenerme Feyre. – tenía las emociones a flor de piel.
Feyre me tomo de las manos, deteniéndome.
–Por favor –me suplico– No podría soportar que algo te suceda, ese lugar es un peligroso y lo sabes. – hizo una pausa– Se suponía nosotros éramos los Beddor...
La mire por unos segundos. Entendía su preocupación por mí, pero yo ya había tomado una decisión.
Le di la espalda mientras seguía preparando a Othello.
Feyre no dijo mucho más, pero note como se alejaba de mis espaldas.
Así que no lo vi venir, fue muy sigilosa, y jamás lo esperé de ella.
Primero sentí el golpe
Después vino el aturdimiento
Y finalmente, todo se volvió negro.
A esta morra le encanta quedarse inconsciente.
Bueno ya el siguiente cap es el bueno vvs 🫦
Voten 💋
-MAGIKSM
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