• 𝐓𝐫𝐨𝐢s ♡︎ ❦︎
Me acerqué para mirarlo mejor. Nunca en mi vida he tenido un más grande miedo. Desde luego era Minho. Lee Minho o Lee Know, como solíamos llamarle. Lo había visto por última vez en el colegio, cuando no tenía más de diecisiete años.
En aquel momento apareció el tren y otra vez él entró en mi compartimiento.
Me miró a través del humo con aquellos ojos pequeños y fríos.
—Un día caluroso, ¿Verdad? — terminó por decir con una sonrisa.
Ya no había duda alguna con la voz. No había cambiado en absoluto aunque las cosas que me había acostumbrado a oírle decir eran muy diferentes.
"Muy bien, Hwang' — solía decir —, "muy bien, idiota. Te voy apegar otra vez, bonito"
¿Cuánto tiempo hacía de eso? Casi siete años. Sin embargo, era extraordinario lo poco que habían cambiado sus facciones.
Ahora estaba recostado en su asiento, observando las calles. Era una sensación curiosa al sentarse al lado de él, que hace siete años atrás me había hecho tan desgraciado, como para hacerme pensar en el suicidio. Extrañamente no me había reconocido. Me sentía seguro y a salvo, para poderlo observar como quisiera.
Rememorando, no hay duda que sufrí mucho en manos de Lee Minho y cosa extraña la causante de todo fue mi madre. Mi madre con su abrigo habitual y su bufanda de seda, me acompañó a la estación y recuerdo que estábamos de pie en la plataforma, entre montones de maletas y baúles y miles de personas hablando unos con otros en voz alta, cuando de repente alguien que quería pasar le dio a mi madre un gran empujón y casi le pisó.
Mi madre, una mujer cortés y digna, de baja estatura se volvió con sorprendente velocidad y agarró al culpable por la muñeca.
"¿No les enseñan mejores formas que estás en la escuela, chico?"
Él chico que le pasaba a mi madre la cabeza, le miró fríamente y con arrogancia pero no respondió nada.
"Me parece que una disculpa sería lo más adecuado" — continuó mi madre.
Pero él no hizo más que quedársele mirando con una sonrisa arrogante en los labios.
"Me sorprende que seas un muchacho tan mal educado " — dijo mi madre —"y espero que seas la excepción del colegio; no me gustaría que mi hijo adquiriera esas costumbres"
Al oír esto, inclinó la cabeza ligeramente en mi dirección y un par de pequeños y fríos ojos me miraron fijamente. Yo no estaba asustado en aquel momento. No tenía idea del poder que ejercían los chicos mayores mayores sobre los pequeños en los colegios privados y recuerdo que le miré con descaro, defendiendo a mi madre, a quien adoraba y respetaba.
Cuando mi madre quiso comenzar a hablar otra vez, él le volvió la espalda, cruzó la plataforma y desapareció.
Lee Minho, nunca olvidó este episodio; y lo realmente desafortunado fue que cuando llegamos al colegio me encontré en el mismo edificio que él. Peor que eso, estaba en su misma sala de estudios. Él cursaba el último año, era el prefecto y por lo tanto tenía permitido oficialmente pegar a los que estaban a sus órdenes, por lo que yo me convertí en su esclavo personal y particular. Yo era su criado, le cocinaba y se lo hacía todo. Mi trabajo consistía en que él nunca tuviese que levantar un dedo, a menos que fuera absolutamente necesario. En ninguna sociedad que yo conozca en el mundo, los criados son tratados como lo éramos nosotros, por los prefectos del colegio. Cuando hacía frío, tenía que sentarme en el retrete (que estaba en un anexo sin calefacción) cada mañana después del desayuno, para calentarlo antes de que entrara Minho.
Recuerdo que solía vagar por la habitación con su manera elegante y despreocupada. Si encontraba una silla en su camino le daba una patada; luego tenía yo que correr detrás de él, para recogerla inmediatamente.
Pero los peores recuerdos eran los del vestuario. Todavía me recuerdo a mí mismo, pálida sombra detrás de la puerta de aquel gran cuarto,con mi pijama. Una sola bombilla eléctrica colgaba del techo y la voz tan temida que decía.
"Bien, ¿Qué va a ser esta vez? ¿Seis con la bata puesta o cuatro sin ella?"
Nunca pude contestar a esa pregunta. Me quedaba mirando los sucios azulejos, muerto de miedo e incapaz de pensar en nada que no fuera Lee Minho, más fuerte que iba a empezar a pegarme inmediatamente, con un largo y fino palo: lenta, hábil y legalmente; recreándose hasta hacerme sangrar. Cinco horas antes había intentado, sin llegar a conseguirlo, encender el fuego del estudio. Me había gastado el dinero de la semana en una caja de fósforos especiales, había puesto un periódico tapando la boca de la chimenea para crear una corriente de aire, me había arrodillado frente al fuego y había soplado, hasta hacerme cisco los pulmones: pero el carbón no quería arder.
"Si te retrasas en contestar, tendré que decidir por ti" — decía la voz.
Yo quería contestar porque sabía cuál tenía que escoger, es lo primero que se aprende al llegar. Hay que tener siempre la bata puesta y aceptar los golpes extra, de lo contrario es casi seguro que te cortan. Hasta tres con la bata puesta, es mejor uno que sin ella.
"Quítate la bata, ve a la esquina y arrodíllate. Te voy a dar cuatro"
Me la quitaba lentamente y la ponía en una percha, encima de los armarios de las botas. Luego iba frío y desnudó en mi pijama de algodón, temblando. A mi alrededor todo se volvía completamente brillante y lejano, como un cuadro mágico, grande, irreal, como flotando sobre las aguas.
"Vamos. ¡Arrodíllate! ¡Más cerca, más cerca!"
Luego iba hacía el otro extremo del vestuario y yo le observaba por entre mis piernas. Desaparecía por la puerta que daba a lo que nosotros llamábamos "el pasaje de las fuentes". Era un pasillo de piedra con fuentes para lavarse y al final estaba el cuarto del baño.
Odiaba ese lugar cuando se daba un baño Minho entraba detrás de él de forma sigilosa en algunas ocasiones, sin importarle nada más, tocaba su cuerpo y hacía hacerle cosas que no quería.
Cuando Lee desaparecía, yo sabía que iba a la otra parte del pasaje de la fuente; siempre lo hacía así.
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