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Estrellas

N/A: Aquí subiendo un One Shot para participar en un concurso, espero de verdad que os guste. (Ni lo he corregido, ah-)

¿A caso no sabían lo que significaba estar en silencio?

La profesora de matemáticas no había venido, lo que quería decir que ahora teníamos a un sustituto. Nada más entrar por la puerta nos pidió por favor que no hiciésemos ruido, pero evidentemente los irrespetuosos de mis compañeros pasaron de él olímpicamente.

No tenían ni idea lo que era concentrarse al lado de una persona que estaba intentando adivinar los límites del dolor humano al meterse lápices por la boca.

Es decir, era consciente de que teníamos doce años, pero no tenían por qué ser así de estúpidos.

Prácticamente me estampé contra el libro de pura exasperación cuando vi un estuche volando sobre mí cabeza.

Cerré el libro y me dirigí hacia el pupitre que se encontraba delante del profesor. Por suerte, demostraron el coeficiente intelectual necesario para no armar alboroto justo en esa esquina.

Abrí el libro de nuevo, concentrándome en demasía para poder entender lo que ponía. Al fin y al cabo ese era MÍ día y al menos tenía derecho a leer un libro de física en paz en mi cumpleaños.

Había comprado ese libro cuando tenía ocho años, y estaba completamente convencido de que sería capaz de entenderlo, aunque me hubiesen dicho que aún me faltaban un par de años más de aprendizaje.

Cuando empezaba a entender el inicio de una explicación, el timbre sonó, desatando un caos (aún mayor) dentro del aula, con lo que sería un equivalente a veintiocho pre-adolescentes recogiendo sus lápices del suelo y gritando mientras buscaban sus mochilas.

Solté un suspiro, cerré y guardé el libro en la mochila, preparado para dirigirme a casa. Suponía que los secretos de la materia oscura no se revelarían ante mí ese día, sin embargo, algo mucho mejor me esperaba.

Llegué a mi casa y tiré la mochila en la cama. Lo primero que hice nada más salir de mi habitación fue bajar las escaleras y encender la televisión, poniendo uno de tantos documentales que había grabado del Discovery Channel.

-Llevas así desde los seis años, ¿en serio nunca te cansas?- Mi hermano, Asmita, se había sentado a mi lado en el sofá.

En circunstancias normales le hubiese dicho que se callase y que me dejase en paz, sin embargo, después del regalo de cumpleaños que me había hecho, no podía comportarme de esa manera con él.

Así que simplemente sonreí levemente y seguí mirando el documental sobre las supernovas y los agujeros negros.

-Más te vale hacerme un buen regalo después del detalle que he tenido contigo- Asmita se levantó del sillón dirigiéndose a la cocina- Y espero que te guste la visita al observatorio, feliz cumpleaños hermano.

Sólo llegué a formular un rápido "gracias" antes de que él entrase a la cocina y volviese a salir con una pila de platos en la mano. Capté el mensaje y me levanté enseguida para ayudarle a poner la mesa.


Faltaba una hora, pero sentía como si al espacio tiempo le hubiese dado por alargarse como un elástico. No era posible que un mísero segundo pasase tan lento. Era como si tuviese tantas ganas de pasar como las que yo tenía de hacer deporte.

Era casi tortuoso mirar cómo se iba tan lento. Pero al mismo tiempo sentía que necesitaba más tiempo, tiempo para prepararme.

¿Qué pasaba si le preguntaban algo relacionado con algún tema astronómico y él no tenía ni idea de lo que me estaba hablando? ¿Y si pensaba que lo sabía pero me equivocaba al contestar? ¿Y si alguien se daba cuenta? No podía dejar pasar ninguna de estas cosas, bajo absolutamente ninguna circunstancia.

Casi en un ataque de pánico saqué todos los libros que tenía en la habitación, releyéndolos uno a uno. Y cuando pensaba que el tiempo me sobraba, escuché a mi hermano llamarme desde bajo de la escalera.

¿Por qué a mí reloj le daba por hacer una maratón de cincuenta kilómetros justo en ese momento?

Me miré rápidamente en el espejo del baño, para asegurarme que salía de manera aceptable hacia el observatorio (y con aceptable me refería a perfecto).

Estaba consciente de que no me daría tiempo a cepillarme el pelo, no contaba con esas prisas, así que me hice una coleta alta y lavé mi cara con agua.

Bajé las escaleras corriendo, para unirme a mi hermano, que me esperaba en el marco de la puerta, jugando con las llaves.

Ya habíamos dejado atrás la ciudad y nos adentrábamos en las montañas. Mi corazón cargaba contra mí pecho, me sentía como si estuviese yendo a Disneylandia.

Pegué mi cara al cristal frío de la ventanilla. Al alejarnos de toda esa contaminación lumínica las estrellas brillaban con mucha más intensidad, y las constelaciones que antes me costaba tanto ver se distinguían perfectamente en el firmamento.

Me acurruqué entre el asiento y la puerta, cerrando mis ojos. Comencé a frotar mis manos contra mis brazos, en busca de crear calor a base de fricción, hacía más frío de lo que esperaba y solo llevaba una camiseta corta.

Poco a poco me comencé a sentir cómodo en esa posición y los sonidos comenzaron a apagarse mientras me quedaba dormido.

Cuando me desperté estábamos a punto de llegar al observatorio. El coche subía una cuesta empinada y el cielo estaba cubierto entre un tupido follaje.

Mi hermano hizo una curva cerrada, subiendo un poco más la montaña, y dejando ver a media altura una gran cúpula y un parquin delante de ella. Supuse que eso era el observatorio.

Asmita aparcó delante de la puerta. A pesar que ese año las visitas eran gratis, no había mucha gente.

Salí del coche una ola de aire frío chocó contra mí piel. Me despertó enseguida, haciendo que mis ojos se abrieran completamente.

Estaba arrepintiéndome de no haber traído una chaqueta cuando una cazadora vaquera negra se presentó justo delante de mí, colgando de la mano de mi hermano.

La agarré y le agradecí. Pero cuando empecé a ponérmela me di cuenta de que me apretaba en la espalda. Miré a un descosido en la solapa derecha, y me di cuenta que era la chaqueta que utilizaba cuando tenía ocho años.

-¿No teníamos otra chaqueta?- Asmita que hasta el momento se encontraba mirando hacia el firmamento se giró hacia mí.

-Era la única que estaba en el maletero, haberte traído tú una- Metió sus manos en los bolsillos de una sudadera vieja y se sentó en el poyete de la barandilla del observatorio -Y ni se te ocurra quitártelo, no quiero que te resfríes.

A regañadientes me senté junto a él en la piedra fría, y otra brisa de aire frío trajo consigo un olor familiar. Olía a sal marina, no sabía dónde se situaba el observatorio realmente, nunca fui bueno en geografía, pero parecía que estábamos al lado del mar.

-Asmita, ¿está el mar cerca?- El me miró y esbozó una pequeña sonrisa.

-Nunca te ha gustado el mar, ¿para qué quieres saberlo?- Me crucé de brazos y miré al suelo, por mucha emoción que tuviese por entrar al observatorio era consciente de que aún nos faltaba bastante tiempo para entrar, Asmita siempre tenía esa manía de llegar antes a los sitios.

-Es por hacer algo, me estoy congelando aquí quieto con el frío que hace- Él se levantó riéndose y extendiéndome una mano.

-Me pides hacer un mínimo de actividad física y ver el mar, si no estuviésemos en un observatorio pensaría que me han cambiado el hermano- Rodé los ojos y agarré su mano, aceptando su ayuda para levantarme, pues por el frío de la piedra, mis piernas se habían empezado a dormir.

Seguí a mi hermano atravesando todo el parquin hasta el asfalto se convirtió en tierra, encendió la linterna de su teléfono y nos adentramos en un pequeño sendero entre las encinas y las piedras.

Poco a poco los árboles dejaron de hacerse tan frecuentes, para dar cabida al ruido de las olas del mar chocando contra la costa.

Avanzamos un poco más para quedar en el borde de un acantilado, donde el mar se extendía bajo nuestros pies como una gran masa de alquitrán negro, mientras que se fundía en el horizonte con el manto azabache donde las estrellas brillaban robando el protagonismo en esa noche de luna llena.

Revisé el suelo para asegurarme de que estaba lo suficientemente lejos del borde para no caerme, pero en cambio acabé divisando unas escaleras angostas talladas en la roca natural, bordeadas por una barandilla de madera con apariencia muy poco segura. Justo debajo, una pequeña playa entre las rocas altas, donde no cabrían más de cinco personas.

-Oh no, ni se te ocurra que vayamos a bajar ahí- Asmita se fijó en donde estaba mirando y negó repetidas veces con su cabeza.

-No te preocupes, no tenía pensado hacerlo, ¿pero cómo sabías que esto estaba aquí?- Ahora que lo pensaba, Asmita parecía saberse el camino, y solo acabábamos de llegar, tampoco creía que pusiese nada en el folleto del observatorio sobre una playa súper secreta (y el camino tampoco se veía a simple vista, que digamos).

-Cuando intenté sacar las entradas para la visita, el internet falló en casa, así que tuve que venir hasta aquí para poder sacarlas, vi este camino mientras buscaba entradas al observatorio- señaló hacia el firmamento y me miró sonriendo- pero no es un mal lugar para ver las estrellas, es gratis y hay muy poca contaminación lumínica, ya no puedes quejarte.

Tenía razón, Asmita estaba en una racha en la que había ganado un montón de puntos de hermano.

Iba a responderle cuando escuchamos el sonido de una verja chirriar detrás de nosotros. Mi hermano y yo nos miramos un momento para dirigirnos apresuradamente hacia la puerta del observatorio.

Allí nos encontramos a un chico de la edad de Asmita, batallando con la cerradura de la puerta. Por suerte, gracias a eso, conseguimos rebajar el paso y llegar a tiempo justo cuando logró abrirla.

-Siento mucho haber tardado tanto en abrir la verja, nos encontramos al lado del mar, y la sal marina suele oxidar el metal- A pesar del gran esfuerzo físico que había hecho para abrir la puerta, su voz sonaba totalmente calmada e impasible, e hizo una pausa para apartar un mechón azul que se había enganchado en sus gafas -De todas maneras, yo soy Dégel, y seré vuestro guía esta noche.

Dégel se apartó de la puerta dejándonos pasar a lo que seríamos un grupo de unas siete personas. Asmita y yo fuimos los últimos en entrar, pisando las piedras puestas como baldosas en lo que parecía ser un pequeño jardín en el exterior del edificio.

-Esperaremos aquí hasta que sea la hora de entrar, puede que llegue alguien más, serán sólo unos siete minutos- dicho esto, nuestro guía se sentó en una de las piedras que bordeaban el recinto de las plantas, poniendo una pierna sobre la otra, y manteniendo su espalda más recta que una plancha. Me pasé un rato mirándole, preguntándome si pusiese un transportador me daría un ángulo justo de noventa grados.

Noté una mano en mi hombro y me giré, era mi hermano.

-Oye Shaka, tú que entiendes, ¿esa estrella de allí cuál es?- Seguí su dedo que apuntaba hacia un punto rojizo en el cielo.

Sólo conocía una estrella que cumpliese la condición de ser así de roja, Antares. Sin embargo no estaba seguro del todo de que fuese esa. Era un todo o nada, aunque si fallaba sabía que Asmita no se daría cuenta. Así que decidí arriesgarme y hacerme el listo, daría algunos datos extra.

-Esa estrella es Antares, ¿No ves que es tan roja y llamativa? Pertenece a la constelación de Escorpio, y de hecho, algunas culturas antiguas hacían rituales en su nombre- Asmita abrió su boca, visiblemente sorprendido mientras asentía repetidamente con la cabeza.

-En realidad no es siquiera una estrella, es Marte, fácilmente distinguido de Antares porque los planetas no titilan, sin embargo es cierto que Antares es rojiza, de hecho se llama así porque el equivalente griego de Marte es Ares, dios de la guerra, esa estrella, al ser también roja se llamó Antares, Anti-Ares, pues rivalizaban en el firmamento- una voz sonó detrás de mí, me giré para ver a un niño de mí misma edad, con un cabello violeta que enseguida captó mi atención.

-Un planeta muy interesante, Marte, siempre se consideró extraño, e incluso dio pie a pensar sol no giraba alrededor de la tierra, igualmente hiciste muy bien sabiendo que Antares era rojiza, me decepciona que no supieses el dato de los planetas, es una de la primeras cosas que se aprende, igualmente, mejor suerte adivinando la siguiente vez- El niño formó una sonrisa ladina y me extendió la mano.

Le devolví el gesto, separándome lo más rápido posible de su agarre. Todavía no conocía a ese niño, pero ya lo odiaba. Es decir, me acababa de dejar en evidencia delante de mí hermano justo cuando me quería hacer el inteligente, esa no se la perdonaría nunca.

Hice mi mayor esfuerzo en mandarle cuchillas con los ojos, a lo que él solo ensanchó su sonrisa.

-Bueno, ya podemos entrar al observatorio, si estáis todos, seguidme- Dégel se levantó sutilmente y abrió la puerta dejándonos pasar hacia una sala con múltiples objetos dentro de vitrinas. Maquetas, astrolabios e incluso trozos de meteoritos. Mío emoción fue tanta que me hizo tragarme la rabia que me había provocado el niño de antes.

Sintiendo mis energías renovadas, empecé a examinar todos los objetos, provocando así que me quedase atrás. Al final Asmita optó por agarrarme de la muñeca para que no tardase tanto en mirar cada una de las cosas, y así poder seguirle el ritmo al grupo.

-¿A caso no vas a decir nada como sueles hacer?- Mi hermano me miraba ahora que habíamos parado frete a unas puertas de cristal. Claro, ni de canto me atrevía yo a arriesgarme a hablar en ese momento, no mientras ese niño con el pelo morado seguía estando tan cerca de nosotros. No me podía arriesgar a decir algo y volverme a equivocar, ya había perdido demasiada reputación como cerebrito en una noche.

-Ahora saldremos a los telescopios, por favor, solo caben dos personas en un telescopio, justo delante de cada cúpula hay un pequeño cartel donde se explica que planeta podrán ver, así que repártanse de forma ordenada, gracias- Dégel se puso a un lado de la puerta, dejándonos pasar a todos.

Recorrí con mi hermano el pequeño sendero de luces que conectaba las pequeñas cúpulas unas con otras. Vimos tanto Urano como Saturno juntos, fue muy emocionante saber que estábamos viendo un planeta, aunque solo se pudiese distinguir una manchita azul en cada telescopio.

A partir del tercer planeta, Asmita y yo nos separamos, para ver los planetas faltantes cada uno por su cuenta. Yo me dirigí hacia Saturno, mientras que él se metía en la cúpula de Júpiter.

En cuanto miré por la lente para ver a Saturno mi corazón se saltó un latido, juraba que se podían distinguir los anillos galileanos, aquellos que llevaron a pensar a Galileo Galilei que Saturno era una especie de conjunto de tres estrellas. Me hubiese quedado a vivir en esa cúpula, pero la gente que había detrás de mí no me paraba de meter prisa, así que no tuve otra que apartarme.

Me encaminé al sendero todavía con la emoción de ver los anillos de Saturno revoloteando en mi pecho. Sin pensar mucho, entré en la primera cúpula que encontré. Me dirigí hacia la lente y vi una mancha roja. Una mancha estática y aburrida. Suponía que sería Marte. Juraba que le empezaba a pillar manía a ese planeta.

-¿Así que mirando a Antares?- Levanté mi vista para encontrarme con el niño repelente de antes. En serio, creía que Ares me estaba empezando a pillar manía.

-Sé que es Marte, no soy tan idiota, me lo dejaste bastante claro antes- Le saqué la lengua para demostrarle lo malo y rebelde que era. La sonrisa ladina que había aparecido anteriormente volvió a hacer acto de presencia.

-No me tires de la lengua- Se rió levemente y puso un ojo en la lente

¿A caso se estaba riendo de mí? -¿Sabías que por un fallo en la lente de un telescopio se pensó durante mucho tiempo que en Marte había un canal creado por vida inteligente? De hecho, eso prácticamente dio nacimiento a la ciencia ficción, creando una cultura en la que el nombre marciano pasó a ser sinónimo de alienígena.

-No me interesa, Marte me parece aburrido –Crucé los brazos mirando hacia otro lado. Odiaba cada vez que ese niño hablaba y soltaba todos esos datos, probablemente simplemente lo utilizaba para hacerse el lumbreras y chulearse delante de la gente, dejándome en ridículo en el proceso, repugnante.

-Puede que si lo miras desde un telescopio, comparado con los otros planetas, no parezca la gran cosa, pero tiene un montón de historia, se nota que no has estudiado casi nada sobre esto- Sentí la sangre correr atropelladamente hacia mis mejillas de pura rabia. No había estado estudiando fórmulas tan difíciles desde los seis años, para que en el día de mi cumpleaños viniese un niño con una sonrisa asquerosa a y aires de superioridad a humillarme delante de la gente que está en el observatorio. Pues tenía muy claro que quería trabajar allí cuando fuese mayor, y no quería dar una mala impresión.

-Tú no tienes ni idea de lo que se o lo que no se- Mi voz salió un poco más cortante y más alta de lo que me hubiese gustado. Tratando de evitar enfadarme, salí de la cúpula dejando al niño atrás.

-Bueno, después de comprobar que no sabes que los planetas no titilan como las estrellas, me queda claro que sabes más bien poco- Mis esfuerzos fueron en vano, pues el niño lo único que hizo fue seguirme. No entendía por qué hacía eso, quizás ese niño representaba al universo, diciéndome que me odiaba.

-¿Qué quieres de mí? ¿Por qué no me dejas en paz?- Finalmente decidí encararle, si tenía algo que decir, era mejor que me lo dijese directo y a la cara. Aunque en el fondo muy fondo, empezaba a sentir que ese niño podría destruirme con sus argumentos.

-Yo no quiero nada de ti, nada más que hablar, eres el único de mi edad aquí, y molestarte es la única manera que he encontrado de llamar la atención- el niño se paró delante de mí y me extendió la mano –Hola, soy Mu.

-Simplemente me podrías haber dicho "Hola, soy Mu y me gustan las estrellas", no tenías por qué dejarme en evidencia delante de mi hermano, por cierto, yo soy Shaka- Acepté su mano y me dirigió una sonrisa maliciosa.

-Pero es mucho más divertido molestarte, Shaka- Soltó mi mano y comenzó a reírse, mientras, yo hice mi mejor esfuerzo para dirigirle una mirada de desaprobación –No me mires mal, soy consciente de que sabes muchas cosas, tienes pinta de listo, solo que nunca te has molestado en aprender los básicos, vives a costa del Discovery Channel, ¿no?

Fui a abrir la boca para preguntarle cómo lo supo cuando mi hermano apareció por el sendero de luces llamándome para que fuese allí.

-Debe ser la hora de la proyección, es mejor que vayamos- Mu se me adelantó dirigiéndose hacia donde se encontraba mi hermano, haciéndome correr para alcanzarlos.

Los tres nos incorporamos al grupo, que se encontraba delante de las puertas con las que habíamos salido al patio. Junto con todos, volvimos a entrar en el edificio y nos desviamos hasta acabar en una habitación con un proyector de múltiples lentes en el medio, butacas rodeándolo y techo cupular.

En una de esas butacas había un niño sentado, extrañamente parecido a nuestro guía, y que se encontraba leyendo un libro con la portada completamente negra. Mu prácticamente corrió a sentarse al lado de él, parando abruptamente cuando se dio cuenta de que no le estaba siguiendo.

-¿Vienes?- Mu me señaló con su cabeza las dos butacas vacías al lado del chico, y como poco a poco se iban llenando las de al lado. Miré a mi hermano y me hizo un gesto con las manos mientras sonreía, dándome a entender que me sentase con ellos, casi podía leer en su cara el "Así es Shaka, muy bien, socializa, socializa", tenía que plantearme el pasar menos tiempo con él.

Seguí a Mu y me senté con él junto al niño del pelo azul y el libro. Levantó los ojos del libro un momento y me dedicó una mirada más fría que el tiempo que hacía fuera (y eso para mí, el friolero campeón consecutivo de mi casa, era mucho decir).

-Shaka, este es Camus, el hermano pequeño del guía, Dégel, hoy estaba pasando el día con él, por eso estoy aquí- Camus levantó los ojos del libro no más de dos segundos soltando un pequeño "hola" que casi no pude ni oír.

Por un momento vi como Mu sacaba un papelito de su bolsillo y agarraba un boli de la butaca de Camus, escribiendo algo y doblando el papel de forma tan precisa que me pregunté si había hecho algún curso de origami.

Me dio la nota y le miré con confusión.

-¿Qué es esto?- Le pregunté y Mu me miró, ni siquiera se molestó en intentar no rodar los ojos.

-Es mi correo, evidentemente, no todos los días se conoce a alguien de nuestra edad a quien también le guste la astronomía- Me encogí de hombros, guardando el papelito en un bolsillo y prestando atención a la proyección en cuanto las luces se apagaron.

Ese mismo día pero veintitrés años más tarde me encontraba sentado en esa misma butaca, mirando ausente al proyector mientras recordaba cómo nos conocimos, como acabé casado y con hijos con aquel niño repelente que me dejó en evidencia delante de mi hermano.

Recordaba cómo nos dimos el primer beso en un parque mientras discutíamos por una constelación cuyo nombre no llegaba a recordar, recordaba cómo me había pedido matrimonio justo cuando Marte estaba en oposición, argumentado que los planetas (y ojo, no estrellas) estaban de acuerdo con nuestra unión. Y por último, recordaba todo lo  que tuvimos que pasar para adoptar a Kiki, para ser honestos, mis cumpleaños empezaron a ser irrelevantes desde que los de Kiki entraron en juego.

Sin embargo ese día cumplía treinta y cinco años, y esperaba una visita, una visita muy especial que llegaría en muy poco tiempo. Me levanté dirigiéndome hacia el exterior del edificio y a la verja, justo a tiempo para ver un coche aparcar, y de él salió (tan hermoso como siempre), Mu.

Abrí la puerta y me encontré con él, envolviéndome con un abrazo y dándome un beso en la mejilla. Rió levemente y se separó de mi.

-Kiki está con Camus, no te preocupes, hoy es tu cumpleaños y te mereces descansar de niños un poco- Hice una mala cara y le di un beso rápido.

-De Kiki no se descansa, a Kiki se le quiere porque es la luz de mi vida y el sol de mi sistema planetario- Mu se rió levemente y me abrazó por el cuello.

-¿Eso quiere decir que he sido reemplazado como Sol?- Formó la misma sonrisa ladina que siempre hacía cuando me corregía.

-Mu, fuiste reemplazado hace mucho tiempo- Me reí mientras veía a Mu actuando lo más dramáticamente posible.

-Ahora si que me siento traicionado- Mientras ambos nos reíamos él sacó una bolsita de su mochila -Bueno, ahora que no esta Kiki podemos hacer lo que tanto estuvimos esperando.

En su cara se formó una sonrisa maliciosa mientras sacaba el contenido. Y ambos coreamos al unísono.

-¡Ver las estrellas con los prismáticos en la playa!

Y prácticamente dando brincos de alegría, nosotros, hombres de treinta y cinco años completamente crecidos, nos lo pasamos como niños turnándonos los prismáticos mientras veíamos las constelaciones.

Definitivamente, el mejor regalo de cumpleaños que podría haber tenido.

FIN

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