
𝐶𝑎𝑝𝑖́𝑡𝑢𝑙𝑜 𝑋𝐼𝑋 : 𝑀𝑒𝑙𝑢𝑠𝑖𝑛𝑎, 𝑙𝑎 ℎ𝑎𝑑𝑎 𝑞𝑢𝑖𝑠𝑞𝑢𝑖𝑙𝑙𝑜𝑠𝑎
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˗ˏˋ ♞ 𝐶𝐻𝐴𝑃𝑇𝐸𝑅 𝑁𝐼𝑁𝐸𝑇𝐸𝐸𝑁 ˎˊ˗ ━━━━━ ♛
𝔒𝔫𝔠𝔢 𝔲𝔭𝔬𝔫 𝔞 𝔱𝔦𝔪𝔢... ❛ 𝔐𝔢𝔩𝔲𝔰𝔦𝔫𝔞, 𝔱𝔥𝔢 𝔣𝔲𝔰𝔰𝔶 𝔣𝔞𝔦𝔯𝔶 ❜
❛ 𝔑𝔲𝔫𝔠𝔞 𝔥𝔢 𝔠𝔬𝔫𝔬𝔠𝔦𝔡𝔬 𝔞 𝔲𝔫 𝔭𝔯𝔦́𝔫𝔠𝔦𝔭𝔢 𝔱𝔞𝔫 𝔣𝔞𝔫𝔣𝔞𝔯𝔯𝔬́𝔫
𝔠𝔬𝔪𝔬 𝔄𝔯𝔱𝔲𝔯𝔬 𝔶 𝔪𝔦𝔯𝔞 𝔮𝔲𝔢 𝔱𝔢𝔫𝔤𝔬
𝔪𝔞́𝔰 𝔡𝔢 𝔪𝔦𝔩 𝔞𝔫̃𝔬𝔰 ❜
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✠ ⎯⎯ 𝖂𝖗𝖎𝖙𝖙𝖊𝖓 𝖇𝖞 𝕭𝖗𝖎𝖓𝖆 ⎯⎯ ✠
—𝖃𝕴𝖃—
𝑻𝑹𝑨𝑺 𝑽𝑨𝑹𝑰𝑨𝑺 𝑯𝑶𝑹𝑨𝑺 𝑷𝑹𝑶𝑩𝑨𝑵𝑫𝑶 𝑵𝑼𝑬𝑽𝑶𝑺 𝑯𝑬𝑪𝑯𝑰𝒁𝑶𝑺, Gadea perdió los estribos y acabó ocasionando un pequeño problema, la lumbre acabó en llamas, en intentos desesperados cogió algunos paños y los roció en él, hecho que fue en vano pues las llamas seguían consumiendo gran parte de esa estancia, por suerte las paredes del fogón estaban hechas de piedras por lo que el fuego tardaba en consumirla. Pero las llamaradas seguían y seguían aumentando de altura hasta tal punto de llegar a la parte alta formando una pira descomunal.
—Σβήσε, σβήσε, σβήσε! (Apágate, apágate, ¡apágate!) —exclamó desesperada, el hechizo no funcionó por lo que se dirigió a la alcoba de Merlín en busca de ayuda, al llegar vio como todos los instrumentos de limpieza se movían solos y flotaban en el aire haciendo el trabajo que le tocaba hacer al hechicero, este por su parte, estaba acostado en su cama con los pies estirados y las manos cruzadas detrás de la cabeza, durmiendo— ¡Merlín! ¿Esto es lo que llamas tú, «limpiar»?
—¿A qué? ¿Dónde? ¿Cuándo? —Confuso se levantó de golpe y se chocó con las camisas que estaban colocándose por sí solas en el aire, haciendo que todo cayera de golpe.
—Mira voy a ser clara y directa, ¡la lumbre se está quemando!
—Bueno...es algo normal, una fogata tiene fuego y el fuego quema a no ser que se te haya ido de las manos y por eso huele a quemado ahora mismo...pero seguramente no sea eso, ¿verdad..., Gadea?
—Mejor no pienses eso..., o eso te diría en condiciones normales, ahora puede que se me haya ido un poco de las manos, bastante de las manos —rectificó—, ¡Ven, corre! —La chica cogió el brazo más cercano de Merlín y lo estiró hacia ella, él todavía algo somnoliento no puedo evitar bostezar, cuando ambos estaban en la cocina, Merlín abrió los ojos de golpe, ahora estaba totalmente despierto por el asombro.
—¡La lumbre está ardiendo! —exclamó ademán asustado mientras se dirigía hacia ella, estiró su mano y en susurros, en un abrir y cerrar de ojos, apagó el fuego.
—La verdad no sé por qué te pusiste nervioso si en menos de un chasquido ya lo has apagado con tu poderosa magia —le replicó ella.
—Parece que alguien tiene celos —bromeó—. Además quería imitarte, es gracioso ver las caras que pones.
Tras esta última frase recordó que Arturo también se lo había dicho cuando lucharon en pleno mercado del reino, «¡por qué a mí!», pensó.
—Muy gracioso Merlín...Ya veremos cuando le diga a Wallace como son tus métodos de limpieza, de seguro que le encantará.
El chico rió por aquellas palabras más también por la actitud de Gadea cuando intentaba enfadarse, sus gestos eran muy graciosos.
—Ya lo sabe, no sería la primera vez que se diese cuenta.
Gadea puso los ojos en blanco y se dirigió a la alcoba del muchacho, dispuesta a ayudarle.
—Venga, hagamos esto antes de que Wallace llegue a no ser que se haya quedado fuera y haya escuchado todo lo que ha pasado.
—Tente, Gadea. Ya el hechizo que lancé a la puerta ha desaparecido, no hay nadie, habrá ido a hablar con Uther o a curar a algunos plebeyos de la villa, en estos tiempos desgraciadamente abundan las enfermedades...
—Es un gran hombre, de seguro que todo saldrá hacia delante pero ¡no diré lo mismo de este ajetreo! —Mientras miraban al suelo comprobaron que las escobas estaban esparcidas, el cubo de agua a medias y la otra mitad esparramada por los suelos de madera, por no hablar de los trapos, residían en lo alto de los muebles, de la cama y en gran parte del habitáculo había una gran multitud de vestimentas hechas con algodón y fila tela de Merlín. Gadea se agachó y empezó a recogerlas, por otro lado, el chico cogió unos trapos y empezó a secar todo, pero de repente y en ese mismo instante, se escuchó una voz detrás de ellos.
—¡Duendes, duendes!
La voz era femenina y aguda, muy propia de una niña más se podía intuir que la voz provenía del interior del armario. Los dos jóvenes compartieron miradas de confusión.
—¿Has sido tú? —le preguntó Merlín, dudoso.
La muchacha se dirigió al armario con gesto firme y abrió la puerta y en ese instante una chica algo más joven que su edad, gritó, ambos hechiceros la imitaron así hasta tres veces seguidas, era todo un coro de gritos.
—¿¡Quién eres!? ¿¡Y qué haces aquí!? —exclamó Gadea.
—¿¡Cuánto llevas aquí!? —le siguió Merlín.
—Muchas preguntas, pocas respuestas..., me habéis despertado de un sueño profundo iba a conocer a unos duendes que me iban a enseñar algunos métodos...¡explosivos!
Tras esto, se abalanzó hacía delante y blandió sus alas a volar, dando una vuelta en sí, sus profundos ojos color verde recordaban el corazón de los ancestros bosques que habitaban en toda la isla, su pelo pelirrojo y ondulado estaba decorado con una diadema de flores de azucenas y algunas hojas de distintos tamaños y de colores, su tez blanca era similar a las nubes de un día blanquecino a la luz del sol. Lo que más llamaba la atención eran sus alas, enormes y con un color similar al púrpura de tiro, cuando le daba gran parte de la iluminación exterior. La chica para ser una hada era bastante alta al menos a la medición de estaturas de hadas se refiere.
—¡Eres un hada! —clamó Gadea— En los cuentos se dice que son pequeñas pero tú eres... ¿mediana?
—Variamos en tamaño pero gran parte de nosotras somos como salimos en dichos cuentos, yo soy especial y ¡poderosa! —continuó ella— Así que podría haceros desaparecer en un santiamén.
—¡Nosotros no hemos hecho nada! ¡Estás en mi alcoba! —dijo el joven, aún asombrado por la magia del momento.
—¡Oh mi queridísimo Merlín! No sabes pronunciar bien tus hechizos, en un intento te equivocaste y en vez de aparecer comida, me invocaste a mí.
—¿Y cómo buena hada que eres cumplirás mi afán? —bromeó él.
—Debería de hacerlo si no, no podría irme, tengo que cumplir con mi... trabajo.
—Pero espera, ¿cuánto llevas aquí? —preguntó Merlín.
—Bueno...una semana...durmiendo, ya sabéis todo este asunto, las hadas últimamente estamos muy agobiadas cumpliendo los deseos de los humanos y necesitamos descansar.
—¿Es vuestro trabajo? ¿Complacer las peticiones de los humanos?
—¡Muchas preguntas, pocas respuestas! —exclamó ella—. No pensé que los hechiceros fuerais tan botarates.
—¡No! ¡No lo somos! —dijeron a la par.
—Es solo que muy pocas veces tienes la oportunidad de conocer a una hada la cual lleva contigo una semana en el armario y durmiendo...por lo tanto, es normal que tengamos ciertas dudas al respecto. —Merlín se dirigió a ella y le hizo un gesto para estrecharle la mano— Ya sabes como nos llamamos supongo pero para no perder la formalidad mi nombre es Merlín y ella es Gadea. —Esta última aún admirada por dicha presencia le saludó con la mano, sonriéndole—. ¿Y tú te llamas?
—Mi nombre es Melusina, diría que también es un placer conocerles pero creo que no es el momento ni el lugar para hacerlo.
—¿Por qué? —preguntó Gadea.
—Porque Arturo está a punto de entrar por esa puerta.
—¿¡Qué!? ¿¡Y cuándo pensabas decírnoslo!? —Merlín y Gadea escucharon los pasos y apresurados, la cogieron por la mano delicadamente y la llevaron al armario pero ella se soltó.
—¡Era cuestión de tiempo que lo supierais digo yo que el sentido de la audición lo tenéis bien más no puedo decir lo mismo de vuestro humor...y no hace falta que me llevéis, sé caminar sola!
Gadea se llevó un dedo a los labios para intuirle que se callara y luego cuando ya estaba dentro cerró la puerta, no tras ver que Melusina le hacía un gesto burlón y molesto. La muchacha posó la espalda y la cabeza tras la puerta, no se fiaba y conociendo la forma de ser del hada no le extrañaba en absoluto que saliera a plantarle cara y alas a Arturo.
—¡Merlín! —Arturo se dirigía poco a poco y a sus anchas por la morada del hechicero hasta llegar a su habitación y se sorprendió al ver a Gadea que todavía estaba firme en la puerta del armario, sonriendo algo nerviosa, no solo por tener un hada escondida sino también comportarse bien ante el príncipe para disimular.
—Gadea, ¿qué haces aquí?
—Esto...bueno..., es una larga historia.
—Ya..., claro, pues más vale que pongas leña al fuego —nunca mejor dicho, pensaron los magos—, porque te espera grandes trabajos, Merlín, tú te ocuparás de mi armadura y tú, Gadea de mis aposentos, quiero que brillen como el oro, como el anillo que llevo puesto y la mayoría de cosas que tengo —sonrió—, claro que vosotros nunca entenderéis tal riqueza.
—Arturo y su arrogancia... —susurró el hada.
Gadea y Merlín pusieron los ojos como platos y el ojiazul no pudo poner una cara de fastidio.
—¿Qué has dicho Gadea? —le preguntó mientras se acercaba a ella.
—¿Yo? Pues ya sabes que te admiro mucho, dije que tienes una gran abundancia..., abundancia de riquezas.
—Entendí arrogancia.
—No, dije abundancia —rectificó ella.
—Arturo deberías de visitar a Wallace para que te haga una revisión en los oídos, lo necesitas.
—Tú cállate Merlín, no estoy hablando contigo, no te metas en conversaciones de mayores.
—Tenemos los tres casi la misma edad... —continuó la mozuela.
—No de sabiduría, todos sabemos que yo soy el más sabio y quien justifique lo contrario es que me tiene celos, por cierto Merlín —se giró hacia él al mismo tiempo que cogía una prenda de vestir del suelo—, hay una cosa que se llama armario y sirve para guardar cosas, ¿no te lo habían dicho?
—Sí, puede funcionar para muchas cosas, en eso llevas razón. —Merlín le guiño un ojo y Gadea puso los ojos en blanco.
—Os veo raros, ¿os pasa algo? ¿Gadea por qué estás tan firme en la puerta del armario? ¿Acaso habéis robado y lo estáis ocultando?
—¡No! Es decir...no —rió nerviosa y le cogió con la mano para sentarlo en la cama—, confía en nosotros, ¿quieres tomarte algo?
—Entonces no te importara que mire dentro —siguió él mientras se levantaba de la cama ignorando su última petición pero la chica fue lo suficientemente rápida como para pararlo, Merlín, por otra parte, estaba riéndose por no llorar.
—¡No te atrevas poner tus sucias manos de príncipe en este pequeño rincón que ha sido mi hogar esta semana! —exclamó la hada pero Gadea y Merlín tosieron para disimularlo.
—¡Eres todo un mangurrián!
El coro de toses con sonrisas nerviosas resonó nuevamente por toda la estancia.
—¡Me estáis hartando! ¿Gadea te parece bonito? ¿Cambias la voz y a mis espaldas me insultas?
—No, no, ¡dije que eras todo un galán!
—Te he oído bien, no dijiste galán, me dijiste mangurrián. —Molesto se volvió al armario pues sospechaba de que pudiera ser una broma y había alguien más, esta vez ninguno de los dos pudo detenerle pues ya era demasiado tarde, ambos se llevaron las manos hacia los labios, sobresaltados pero tal fue la sorpresa que no había nadie dentro, simplemente algunas mantas y los ropajes sobrantes del joven mago.
—¿Lo ves? No estaba nadie, Arturo, deberías de confiar más en nosotros. —En su rostro aún había dudas aunque siendo un hada podía hacer de todo.
Arturo por otra parte, se acercó a él y dirigió su dedo hacia su cara y con una voz firme empezó a mandarle todo tipo de órdenes y la que más fuerte resonó fue la última, esta también se la dijo a Gadea.
—Más os vale que sea así porque como vea que estáis poniendo en mi contra a la gente, las verduras decoraran vuestra astuta cara. —Y sin remediar palabra alguna, se dispuso a ir a la puerta de la alcoba pero Gadea quiso darle un merecido por sus modales e hizo que el agua cayera del cubo, hecho que hizo que Arturo resbalara y cayera hacia atrás.
—Parece que el príncipe por fin ha encontrado sus aposentos y no me refiero al de trono precisamente —se burló ella, acercándose al rostro de Arturo pero este la cogió de la mano y la estiró hacia él, por lo que quedó empapada.
—Y parece que Gadea no ha controlado sus aguas menores de nuevo —continuó él.
Ambos se molestaron pero en el fondo este hecho les hizo gracia. Por orgullo de Arturo, este se fue sin despedirse. Gadea y Merlín estuvieron buscando por todos lados a Melusina pues al fin y al cabo no podía irse hasta completar su «cometido». Pero en poco tiempo ya había vuelto.
—No soporto estar aquí con ese principito. —Melusina apareció de la nada y alzó las manos y salieron pequeños destellos dorados, como la luz del sol que iluminaron toda la morada, flotaban como ángeles por la estancia, ordenando todo y haciendo que apareciera un gran banquete en su alcoba—. Aquí tienes, la verdad es que nunca he conocido a un príncipe tan fanfarrón como Arturo y mira que tengo más de mil años...en fin, ha sido un placer y ahora sin más preámbulos, ¡me despido! Y otra cosa más, intenta no confundirte con los hechizos, Merlín, necesito descan...trabajar —rectificó—. Ahora sí, ¡hasta más ver!
Merlín le agradeció.
—¡No, espera! —exclamó Gadea— ¿Volveremos a verte?
—El destino me dice que sí pero si por mi fuera otro conejo cantaría, oh esperen, ¿no era así el dicho, verdad? Bueno no importa, ¡adiós!
Y sin más espectáculo, tan pronto como llegó desapareció, dejando tras de sí una nube de destellos, pero estos al contrario de los de antes eran blanquecinos como la nieve.
𝔄𝔩 𝔭𝔞𝔰𝔞𝔯 la tarde los jóvenes ya se habían comido gran parte de la comida pues muy pocas veces tenían ese privilegio y si Arturo volvía, quien sabe lo que podría ocurrir, estaba claro que pensaría que lo habían robado.
Gadea después del banquete, volvió a estudiar los hechizos y Merlín se puso más serio con el orden, más tarde, llegó Wallace y su enorme reprimenda, la chica con disimulo salió y se dirigió a los aposentos de Morgana pues ya había caído la gran noche.
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🤍Este capítulo es también muy especial ya que lo he querido hacer por la Navidad, las hadas del bosque son signo de pureza, armonía y felicidad lo mismo que abarca estas fechas históricas, por lo que guardo mucho cariño, sé que es más diálogo que narración pero igualmente espero que os guste, estoy segura que os sacará una sonrisa. Se lo dedico a esta bellísima escritora @MariMCredes pues una de sus novelas habla sobre estas criaturas y sus preciosos cuentos, ¡os invito a leerla si os gusta la fantasía! ¡Os quiero!🤍
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