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𝐶𝑎𝑝𝑖́𝑡𝑢𝑙𝑜 𝑋𝐼𝑉 : ¿¡𝑄𝑢𝑖𝑒́𝑛 𝑠𝑜𝑦!? ¡𝐴𝑟𝑡𝑢𝑟𝑜!

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˗ˏˋ ♞ 𝐶𝐻𝐴𝑃𝑇𝐸𝑅 𝐹𝑂𝑈𝑅𝑇𝐸𝐸𝑁 ˎˊ˗ ━━━━━ ♛
𝔒𝔫𝔠𝔢 𝔲𝔭𝔬𝔫 𝔞 𝔱𝔦𝔪𝔢... ❛ 𝔚𝔥𝔬 ℑ 𝔄𝔪!? 𝔄𝔯𝔱𝔥𝔲𝔯! ❜

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—𝖃𝕴𝖁—

𝑮𝑨𝑫𝑬𝑨 𝑬𝑺𝑻𝑨𝑩𝑨 𝑷𝑨𝑹𝑨𝑳𝑰𝒁𝑨𝑫𝑨 por el terror que había sentido esa misma noche, pero buena parte de ella sabía que aquel chico le daba tranquilidad aún sin conocerlo, aún sin saber si era real o no, más la imagen de Arturo herido casi al límite de la muerte le hizo en que pensar, sus pensamientos se tornaron en una tempestad de nervios que la agonizaban por dentro, como si de una tormenta se tratara. Aún con las manos por debajo de las sábanas; para disimular sus fuertes temblores, intentó explicarles a Morgana y a Alistair que tan solo había sido un sueño,...solo eso, pero sabía que no, fue demasiado real, no obstante, se vistió con
algunas prendas de terciopelo que le dió Morgana y una suave capucha color castaño, que le cubría la gran parte trasera del cuerpo, también de su nueva amiga y bajó a la posada que moraba en la plaza central de Camelot aún recordando todo lo sucedido, aún con muchas preguntas en su mente pero intentó evadirlo, al menos de momento.

Al bajar por aquellos largos y perfectos pasillos del castillo, intentó no encontrarse con Arturo ni con Theobald aunque sabía que era cuestión de tiempo que la encontraran, pero no se rendiría tan fácilmente, precisamente no hizo un gran viaje para esconderse, sino para avanzar y encontrar respuestas. Si hoy tenía que enfrentarse otra vez con alguno de esos dos bobalicones estaba dispuesta a hacerlo, no podía tener el riesgo de que la trataran como una niña indefensa.

𝔏𝔞𝔰 𝔯𝔦𝔰𝔞𝔰 matutinas de los habitantes decoraban el cálido hogar que se había formado en los interiores de la humilde taberna. Al entrar, Gadea y Alistair; quien quiso acompañarla, se sentaron en unas sillas de madera que estaban firmemente puestas al lado de una gran mesa que ocupaba gran parte de la zona central y en cuestión de poco tiempo, ya se habían reunido dos compañeros y fieles amigos de este último. Saith y Seith, eran dos hermanos gemelos huérfanos que se las ingeniaban siempre para conseguir lo que se proponían, a esto último se podría decir que cogían prestado algún que otro préstamo de aquella pobre víctima que pensara que eran simples ángeles que deambulaban en los mercaderes, pero quitando todo esto, eran buenos chicos y no dudarían en ponerse en peligro si alguno de sus seres queridos corrieran algún riesgo.

—¡Intentaré no confundirme cuando os vea chicos! ¿Entonces...tú eres Seith? ¿Y tú...? ¡Saith! —Jugueteó la chica con ellos, pues sabía que era todo lo contrario.

—¡No! —exclamaron los dos a la vez.

—Yo soy Saith y él es Seith —dijo uno de ellos señalando al otro.

Claramente a simple vista se podía ver una notable diferencia, Saith era algo más fuerte y alto que Seith pero ambos tenían el pelo ondulado y negro, muy característico del reino, y unos ojos profundos y de color avellana.

—¡Perdón! Intentaré no confundirme de nuevo, que cabeza la mía —pausó— ¿Alistair? ¿Te gusta el teatro?

El chico la miró detenidamente y como si le leyera el pensamiento, afirmó con una sonrisa algo traviesa pero divertida.

Al llegar el posadero, este les ofreció un pan y agua para compartir mientras hablaban en total tranquilidad.

Gadea quedó impresionada de tantas cosas que aprendió con ellos, había sentido cierta confianza con las personalidades de cada uno, así que quiso dar un poco de diversión a aquel asunto y que mejor que, ¿pasarse por Arturo? Alistair ocuparía su lugar haciendo lo que no hace ni unos días ocurrió, la gran batalla entre Gadea y Arturo, ¡esa era la idea! Divertida y con afán de aventuras.

La muchacha se subió a la mesa tan rápido como un rayo en las tormentosas noches del frío invierno e imitó la voz de Arturo, haciendo que su voz se hiciera cada vez más grave, hecho que se hizo muy irónico a oídos de los de allí presentes que por suerte solo eran los niños pues el posadero ya se había ido a la cocina y la gente había abandonado la estancia rumbo a los quehaceres de un nuevo día.

—Todos los días me levanto con el pie izquierdo y me enfado con todo el que se interponga en mi camino, ¿¡quién soy!? —exclamó la joven con la cuchara en alto, simulando al príncipe.

—¡Arturo! —bramaron los chicos.

Parece que también les cae mal.

—¡Todos los días intento ponerme la ropa hasta que me doy cuenta que no sé ponérmela y llego tarde a todas las reuniones, mi padre siempre se enfada pero yo le echo la culpa de todo a mi queridísimo Merlín! ¿¡Quién soy!?

—¡Arturo! —gritaron aún más alto, ya se sabía que realmente esa última parte era verdad.

—¿Y...quién es esa chica tan guapa que ven mis ojos? —Mirando a Alistair, que este, por su parte, se subió también a la mesa con su mirada juguetona—. ¿Acaso mis ojos me han engañado de dicha visión? ¿Sois real? Nunca una chica antes se había acercado tanto a mi.

—¡Eso es porque las espantáis con vuestras desagradables palabras y vuestro grandioso orgullo! —gritó Alistair, agudizando la voz— Y si tan varonil sois...¿Aceptareis un duelo contra mí, mi crapulosa Majestad?

—¡Nada me enorgullecería más, amada mía! —bramó Gadea.

Los dos cogieron firmemente las cucharas mientras disimulaban un torneo de espadas.

—¡Chica lista! —gritó la muchacha.

—Vamos principito, podéis hacerlo mejor —siguió Alistair.

Gadea esquivó un golpe del chico y este por su parte hizo lo mismo pero finalmente el niño le dio un pequeño roce en la barriga.

—¡Quedaremos empate! —dijo el niño.

La chica hizo un movimiento breve y disimuló dolor.

—¡No! ¡Me has hecho un pequeño corte! —vociferó, recordando lo que le había dicho Arturo cuando le atacó— ¡Me duele! Voy a decírselo a mis sirvientas para que me curen y me tapen con las mantas, ¡esto duele mucho!

Tanto Seith como Saith no paraban de reírse a carcajadas, Alistair no podía mantenerse en pie pues no podía dejar de reírse tampoco y Gadea iba por el mismo camino hasta que, de repente y sin previo aviso, alguien interrumpió en el tranquilo lugar.

Era Arturo.

—Vaya, vaya...¿Pero qué tenemos aquí? He oído gran parte de la conversación desde afuera y me parece fascinante, Gadea, el hecho de que te hayas arriesgado a salir y para colmo, te estés riendo de mí y enseñándoles a estos críos una versión muy pero que muy equivocada de mí.

La mozuela se rió por aquellas palabras y saltó de la mesa, dirigiéndose al príncipe, que aún su cuerpo reposaba en la pared de la entrada del lugar.

—¿Arriesgado? ¿De verdad, Arturo? ¿Creéis que os tengo miedo? No he venido aquí para esconderme.

—¿Y para que has venido? —preguntó él, con ironía.

—Porque necesitaba un nuevo hogar y no me preguntes el por qué, ¿acaso yo os pregunto cuantas personas os hace falta para colocaros el ropaje que lleváis puesto? —hizo una pausa—. Porque el señorito no sabe hacerlo solo...

—Si sé hacerlo, cuando necesito ayuda es solo para la colocación de las armaduras.

—Ya...claro, ¿por qué sois un príncipe?

—Se podría decir, no quiero ensuciarme las manos, para eso estás tú y Merlín, ¿verdad que sí? —le sonrió.

—No seré vuestra sirvienta.

—Lo serás y te diré el por qué, mi padre se enteró de lo sucedido ayer y no le ha gustado que una chica misteriosa como tú me haya hecho daño, ¿sabes lo que se supone que alguien ataque a su futuro rey? Así que bueno... es tu única oportunidad, sírveme y te perdonaré...quiero decir, mi padre te perdonará.

—¿Cuál es el castigo?

—Pues eso prefiero no decirlo, te dejaré con la intriga pero no te gustará y no será el cepo, eso tenlo claro.

—Si lo hago, será para ganarme la confianza de Camelot y de vuestro padre, no por vos —afirmó ella con gesto serio.

—Está bien, lo que tu digas. —Le siguió él, ahora dirigiéndose a una esquina para coger una escoba, acto seguido, con el pie izquierdo separó la parte baja y se quedó solo con el palo, luego le lanzó el otro a Gadea que la cogió y compartieron una mirada algo traviesa—. Pero me encantaría recordar viejos momentos y al mismo tiempo darte una lección por lo que acabas de hacer, ¡insultarme!

—¡Oh, majestad! ¡No sabéis cuánto me alegraría! —exclamó la joven, separando las dos partes de la escoba y quedándose únicamente con el palo.

Gadea nuevamente se subió a la mesa y Arturo, por su parte, la imitó, ambos se pusieron en posición de defensa, listos para atacar. Eran tal para cual..., por otro lado, los tres niños no paraban de mirar emocionados, observándolos desde la silla y apartándose un poco de la mesa que ahora era la zona de combate.

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𝐺𝐿𝑂𝑆𝐴𝑅𝐼𝑂 𝑀𝐸𝐷𝐼𝐸𝑉𝐴𝐿

Crapulosa : Sinvergüenza

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