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𝐶𝑎𝑝𝑖́𝑡𝑢𝑙𝑜 𝑉𝐼 : 𝑈𝑛𝑎 𝑏𝑎𝑡𝑎𝑙𝑙𝑎 𝑖𝑛𝑜𝑙𝑣𝑖𝑑𝑎𝑏𝑙𝑒

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˗ˏˋ ♞ 𝐶𝐻𝐴𝑃𝑇𝐸𝑅 𝑆𝐼𝑋 ˎˊ˗ ━━━━━ ♛
𝔒𝔫𝔠𝔢 𝔲𝔭𝔬𝔫 𝔞 𝔱𝔦𝔪𝔢... ❛ 𝔄𝔫 𝔲𝔫𝔣𝔬𝔯𝔤𝔢𝔱𝔱𝔞𝔟𝔩𝔢 𝔟𝔞𝔱𝔱𝔩𝔢 ❜
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✠ ⎯⎯ 𝖂𝖗𝖎𝖙𝖙𝖊𝖓 𝖇𝖞 𝕭𝖗𝖎𝖓𝖆 ⎯⎯ ✠

📜 «𝄞» ¡Cuando veáis el símbolo de la
Clave de Sol
poned la música del vídeo!
—𝖁𝕴—

«𝄞» 𝑻𝑬 𝑳𝑶 𝑨𝑫𝑽𝑰𝑬𝑹𝑻𝑶, 𝑯𝑬 𝑺𝑰𝑫𝑶 𝑬𝑵𝑻𝑹𝑬𝑵𝑨𝑫𝑶 para matar desde mi nacimiento —bramó Arturo, moviendo "el lucero del alba" en círculos mientras se acercaba a Gadea—, veamos como se te da el esquivar tal mazo.

—No os tengo miedo, adelante pues, enseñadme de lo que sois capaz —la jovenzuela se puso en posición de defensa, sosteniendo con firmeza la empuñadura de la espada, que se mantenía fría como el hielo, tras esto, hizo un movimiento ligero en la mano e hizo girar la espada al compás de su muñeca, para luego protegerse el rostro, sabía que no debía acercarse, si no Arturo la derribaría con su arma por lo que optó la distancia y cuando sea el momento justo, esquivar y atacar por la espalda.

El príncipe con todas sus fuerzas hizo que el mazo hiciera un arco en el aire y cayera sobre Gadea, pero no fue así, la chica fue lo suficientemente rápida como para esquivarlo.

—¡Vaya! Te mueves bien para ser una niña indefensa —se bufó Arturo.

—¡No soy una niña!

A pesar del enfado que tenía por esas palabras, no se dejo llevar, él quería eso, que se dejara llevar por sus sentimientos, que se cegara a la ira para así ganarla, pero esta vez, su plan no le iba a salir tan bien como le salía, casi siempre por no decir, siempre.

Gadea no paraba de estar a la defensa, con la espada firme, protegiéndole el rostro y el torso, Arturo se movía al son de los círculos que emitía el mazo de cadena, sus movimientos fueron en vano, pues la joven lo esquivaba todo, era muy rápida, como un águila en pleno vuelo, en un intento de desesperación, el chico se abalanzó hacia ella; no podía avergonzarle delante de los suyos y con toda su fuerza hizo que el mazo rozará el brazo izquierdo de la muchacha, a la que esta, ni se inmuto por el dolor e hizo un breve movimiento con la espalda, mientras Arturo recogía el mazo del suelo le rozó también el brazo izquierdo, haciéndole un breve corte.

—Te vas a enterar —gritó el rubio.

—Jajaja, atrapadme si podéis, principito.

Con una última risa iluminando la cara, la contrincante se dirigió al mercado de la plebe, había de todo un poco, posaderas donde se servían todo tipo de cervezas, hasta pequeños mercados que vendían carne, pescado, verduras, todo lo necesario para cualquier campesino y plebeyo que viviera en el reino pues los nobles tenían todo lo necesario para abastecerse durante años en el castillo, aunque claro está, que las importaciones las obtendrían de otro lado, pues algunas veces no confiaban de la gente plebeya.

𝔊𝔞𝔡𝔢𝔞 no paraba de brincar y saltar todo tipo de obstáculos, por su parte, Arturo le seguía con el mismo ritmo, parecían niños correteando por los campos en un día de primavera, aún sosteniendo la espada en mano, evitaba el filo que siempre estaba enfrente del suelo para no dañar a nadie, los plebeyos tanto artesanos, comerciantes o pequeños propietarios  no paraban de mirarles, estupefactos. El impulso fue tanto, que la propia Gadea quiso darle algo más de diversión al asunto y se preguntó a sí misma  : ¿Por qué no invitar a los pequeños ratoncitos de los rincones a molestar a nuestro querido Príncipe?   Tan pronto como lo pensó, empezaron a salir unos cuantos de las paredes y agujeros de los pequeños mercaderes, dirigiéndose al paso de Arturo,  ni siquiera se acordó de la normativa de la prohibición de todo tipo de magia, aunque en ese momento lo único que quería era ver a Arturo avergonzado por lo que le hizo al pobre esclavo.

—¿Pero qué? —dijo asombrado, perdiendo el equilibrio y cayéndose al suelo, mientras todos les observaba, algunos hasta incluso no pudieron evitar reírse, pero la mirada fulminante de este, les detuvo.

—Vaya, parece que me equivoque con vos, puede que algunos si os quiera de verdad, puede que incluso se vuelvan locos por estar a vuestro lado. —Refiriéndose a los pequeños roedores que no paraban de moverse por todos lados, mirando a Arturo, ella se mantenía quieta, mientras le observaba de pie y le ponía el filo de la espada en su garganta, riéndose.

El chico, tirado en el suelo, se levantó con una fuerza enorme tirando la espada de un solo golpe, la mozuela no se lo esperó y se quedó sin arma, acto seguido, Arturo le hizo un traspié y esta vez el turno de perder el equilibrio fue para Gadea que cayó al instante en un carro lleno de paja y heno, a su alrededor se formó un grupo más grande de gente, esta vez de guardias y los amigos de Arturo, que no pudieron evitar morirse de carcajadas al ver el pelo de la chica lleno de heno.

—Parece un espantapájaros —dijo uno.

—¿Qué decías? —le preguntó Arturo con una sonrisa traviesa en su cara, mientras la muchacha se levantaba del carro y se quitaba todo el heno que estaba por su pelo y por la vestimenta,  acercándose a él, ignorando las risas de los demás.

—¿Sabéis qué? Me habéis ganado, saboreadlo porque no os volverá a ocurrir, para la próxima, no correréis la misma suerte —le insinúo.

Tan pronto como lo dijo se dispuso a coger la espada y dársela a Arturo, esté la acepto mientras la miraba con una mirada juguetona —Quédatela, necesitarás una en todo caso, estaré encantado de luchar contigo de nuevo, es gracioso ver las caras que pones—. Ella ni se inmutó ante tal acusación, por lo que cogió el arma y se fue hasta que Arturo la detuvo sosteniéndole el brazo y atrapándola, uniéndole las dos manos hacia atrás de las caderas.

—¿Adónde crees que vas? —le dijo mientras la sujetaba, poniéndose detrás y susurrándole con aire victorioso en el oído de la chica.

—¡Soltadme! —Se interpuso Gadea, intentando salir de sus brazos pero era difícil pues tenía mucha fuerza.

—¿Crees que te voy a dejar ir así sin más? Me has puesto la espada en la garganta y me has hecho un corte.

—Lo dice aquel que me ha dejado la espada otra vez en mis manos, además vos también me habéis hecho un corte, pero yo, por el contrario, no me quejo como una niña pequeña.

—Eres idiota jovencita, no puedes tratarme así, mi vida vale más que la tuya, soy tu príncipe. —Se la arrebató de sus manos—, después de que hayas cumplido un castigo la volverás a tener, ¡Ah! Y la punición es una de mis favoritas, me animaré a verte, te encantará. —Se acercó a su oído y le susurró—. ¿Te gustan las verduras?

Gadea no entendía a que se refería con esa pregunta, aún así, si venía de él nada bueno podría ser.

—Sí...tal vez, me gusten,...depende para que, en todo caso, vos no sois Uther Pendragón, no tenéis voto en este asunto.

—¡Jajaja! No, no soy él. —Le sostuvo con más fuerza y le bramó en alto—. Soy su hijo. —Tan pronto como lo dijo la empujó hacia las manos de los guardias, que no paraban de mirarlos, a los dos por igual y les dio una orden tan firme que sonó varias veces en los oídos de cada uno de los presentes—. Apresadla.

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