XII
Golpeé los dedos sobre mi rodilla mientras presionaba el teléfono a mi oído esperando que alguien contestara.
Jin se tomó su tiempo antes de dar un saludo somnoliento como si lo hubiera despertado de la cama a las cuatro y media de la tarde. —¿Sí?
—Oye, ¿puedes cubrir mi turno esta noche?
—¿Qué? ¿Por qué no puedes trabajar?
—Es una larga historia —Miré a Se Mi tendida en la cama junto a mí, con los brazos descansando plácidamente a sus costados mientras sus pies se extendían hacia el final de la camilla. Sospechaba que estaba despierta, aunque tenía los ojos cerrados—. Estoy en el hospital... con un amigo.
—¿Todo bien? —La preocupación en la voz de Jin me hizo sonreír. Podía actuar como un arrogante todo lo que quisiera, pero el corazón del hombre era tan blando como el de un cachorro. Se habría cortado su propia pierna para ayudar a un amigo que lo necesitara.
—Nada que no puedan arreglar un par de puntadas. —Mi mirada halló el parche de gasa en la parte superior de su brazo casi hasta la curva de su hombro. Quince puntos de sutura para ser exactos.
—Bueno, está bien. Pero me debes una.
—Gracias. —Colgué y bajé el teléfono al mismo tiempo que las pestañas de Se Mi se abrieron. El medicamento para el dolor que le habían dado debía de estar haciendo efecto porque sus ojos parecían vidriosos e incoherentes.
—No tienes que quedarte. En serio, estoy bien. Si tienes que ir a trabajar, ve. Probablemente me darán el alta muy pronto.
—Vas a necesitar a alguien que te lleve a casa una vez que lo hagan.
Me sentí de lo peor por haberla lastimado. Pero, ¿quién sabía que las esquinas de las cajas de cartón abiertas podrían causar tales profundos y desagradables cortes? Debí haberle dejado que tirase de la maldita cosa ella misma. Habría estado, sin duda, ilesa ahora mismo. Sabía que le había dolido, y mucho. Me dejó llevarla al hospital sin una palabra de resistencia.
—Puedo conducir. Tengo un pequeño corte, no es que me amputara el brazo —Pero tan pronto como habló, el color se fue de su cara. Sus ojos se desdibujaron como si sus propias palabras hubieran provocado un recuerdo doloroso. Cerrando los ojos, dejó escapar un gemido de pesar—. No debí haber dicho eso.
—¿Por qué no?
No contestó, solo me miró con los ojos muy abiertos.
De su bolso, un teléfono comenzó a sonar. Ya que estaba sobre una mesa junto a mí, y no quería que ella se moviera, lo alcancé sin pedir permiso y abrí la presilla superior. Saqué su teléfono, mientras lo hice, vi que la llamada era de Padres.
—Toma. —Se lo di, pero solo me miró. Uno habría pensado que le daba una manzana envenenada o algo parecido. Así que traté de ser útil al decir—: Son tus padres.
Si antes había estado pálida, ahora era una hoja blanca—Es el karma.
—¿Por qué el karma utilizaría el teléfono de tus padres para llamar?
Trataba de ser lo suficiente lindo para hacerla sonreír. No funcionó. En todo caso parecía sentirse peor.
—Si supieras.
Por alguna razón quise saber. —Entonces dímelo.
SeMi se me quedó mirando con expresión sorprendida. El teléfono seguía sonando entre nosotros. Parpadeó y sacudió la cabeza antes de tomarlo con dedos temblorosos.
—Ho... ¿hola? —Su voz sonaba tan joven y asustada. No me gustaba eso. Pensé que lo odiaba en clases cuando su tono se volvía de profesora. Pero en este momento, hubiera dado cualquier cosa por oír ese tono potente y seguro.
Desde mi asiento, escuché la voz ahogada de una mujer decirle a Se Mi que su padre estaba en el hospital. Hmm. Qué casualidad. Debe darse en la familia el visitar un hospital hoy. Esperé a que le explicara que ella también estaba en uno. Pero no lo hizo.
—Eh... um, ¿cuánto tiempo lleva allí? —Asintió cuando una respuesta débil llegó a través del receptor— ¿Y su pierna? ¿Esto va a afectar eso? Todavía la tiene, ¿verdad? ¿No le han amputado nada todavía?
Oh, así que por eso los chistes de perder extremidades eran tabú para ella. Era bueno saberlo.
Cuando cerró los ojos y cruzó los dedos, experimenté esta necesidad ineludible de extender la mano y estrechar la suya, o por lo menos cruzar mis dedos junto con los de ella.
Se veía tan sola y pequeña en esa cama, cruzando los dedos con una esperanzadora ansiedad infantil. Me hizo sentir incómodo verla de esta manera, sobre todo porque no podía hacer nada para ayudarla, o más exactamente, porque no debería.
Pensando "a la mierda, necesita esto", extendí el brazo y le tomé la mano. Sus dedos se sentían fríos y se sacudieron por la sorpresa debajo de mi agarre. No la solté. Sus ojos se abrieron para mirarme, pero solo asentí, haciéndole saber que me encontraba allí. Cuando sus dedos por fin apretaron a modo de respuesta, juro que sentí que el apretón se ajustaba alrededor de mi corazón en lugar de mi palma.
—Bien, eso es bueno —dijo al teléfono solo para luego hacer una mueca como si supiera que no tenía que decir eso. Pero no debió haber recibido la respuesta que temía porque un segundo después dejó escapar un suspiro de alivio—. Está bien, entonces. Gracias por llamar.
Y eso fue todo. Eché un vistazo alrededor de la habitación antes de volverme hacia ella.
—¿Por qué no les dijiste que también estabas en el hospital?
—No es nada serio. Solo me habría ridiculizado por ser torpe.
—Pero no fuiste torpe. Fue mi culpa que te lastimaras.
—No... No fue tu culpa. De todos modos ella habría encontrado alguna manera de echarme la culpa.
Fruncí el ceño, lo que le causó apartar la mirada. Sus dedos jugueteaban con las mantas.
De escuchar sus parloteos borrachos el sábado ya creía que sus padres eran unos completos idiotas, pero ahora, no me gustaban para nada. No me gustaba la forma en que le afectaban, haciéndole tartamudear y volviéndola nerviosa. Esta no era la mujer que había visto llevar una clase en los últimos meses. Y sin duda no era la mujer que sostuve entre mis brazos toda la noche del sábado.
—Después de todo lo que te han hecho, me sorprende que continúes hablando con ellos —solté antes de poder detenerme.
—¿Qué? —Su cara una vez más se drenó de color— ¿Cómo sabes... quiero decir, de qué hablas? No sabes nada acerca de mi relación con mis padres.
—Es obvio que no te acuerdas de todo lo que me dijiste el sábado.
Sus ojos parecieron demasiado grandes para su cabeza y se quedó boquiabierta de horror—¿Qué te dije?
Jamás podría repetir lo que me había dicho. Abrí la boca, pero no salió ninguna palabra.
—¿Namjoon?
Mi nombre en sus labios me mató. Me hizo desear cosas, como lastimar a sus padres o al otro futbolista imbécil que le hizo daño. Me dieron ganas de alcanzar su mano nuevamente o inclinarme y alejar todo el dolor en sus ojos al besar su frente.
Sí, sin duda me encantó cómo dijo mi nombre. Pero antes de que pudiera quedar como un tonto y reaccionar, la puerta se abrió, y una enfermera entró.
—Muy bien, señorita Lim. Es libre de irse.
—Es doctora —dije antes que SeMi pudiera. No es que ella luciera como si fuera a corregir a la enfermera. Ambas mujeres parpadearon hacia mí—. Ella es una doctora, no una señorita. Es...
Bueno, ahora me sentía como un idiota pretencioso por hacer un alboroto por su maldito título. Pero SeMi merecía el respeto de tal magnitud. Había trabajado mucho para ganarlo
—...Una profesora de literatura —terminé patéticamente.
La enfermera se sonrojó. —Oh, disculpe, Dra. Lim. —Se volvió hacia Se Mi en tono de disculpa, pero ésta le hizo un gesto con la mano antes de darme una mirada extraña.
Me encogí de hombros sin interesarme si sonaba cursi. Ahora mismo, quería que todos la adoraran y trataran como si fuera lo único que importaba.
Pasaron unos minutos después de eso para que dejáramos el hospital. Cuando saqué de mi bolsillo las llaves de su coche, se concentró en ellas.
—Puedo conducir.
—¿En serio? —Mostrándole mi dedo medio, le pregunté—: ¿Cuántos dedos ves?
En vez de ofenderse y decirme que me comportara, entornó los ojos y se inclinó hacia mí, pero perdió el equilibrio y casi se me cayó encima. La agarré por la cintura, manteniéndola en posición vertical.
—Respuesta equivocada. Voy a conducir. Además, vinimos aquí juntos. ¿Cómo esperas que llegue a casa?
—Podría llevarte a la escuela para buscar tu auto.
Ahí iba de nuevo, pensando que tenía mi propio coche. Suspiré. —Ni siquiera puedes ver a un metro delante de ti. Voy a conducir yo —Cuando me frunció el ceño, simplemente le envié una sonrisa socarrona—. Lidia con ello, cariño.
Suspiró, cediendo, y apoyó la cabeza en mi hombro mientras la llevaba el resto del camino a su auto. Se sentía bien, pero aun así tenía que mirar los alrededores para asegurarme de que nadie nos viera. Dudaba que pudieran despedirla porque se encontraba herida, y drogada, y no tenía idea de lo que hacía. Sabía que no debía correr el riesgo, pero se sentía demasiado bien en mis brazos como para dejarla ir.
Una vez en su casa me aseguré de que estuviese cómoda y con toda su medicina al alcance.
Luego de entregarle un vaso de agua me senté en el borde de la cama a su lado, mi cadera peligrosamente cerca de la de ella, a pesar de que se hallaba cubierta por unas pocas capas de mantas. Aun así podía sentir su calor emanando a través de ellas.
Después de que devolviera el vaso para dejarlo sobre la mesita, acomodé su almohada antes de que pudiera acostarse. —¿Necesitas algo más?
Retorció su torso para mirarme con una media sonrisa. —El niñero Kim Namjoon —bromeó.
Le sonreí. —¿Qué? ¿No sabías que era uno en mi otra vida secreta?
—¿Cuántas otras vidas secretas tienes? —Se acostó, pero no en la almohada que acababa de prepararle. Se acurrucó sobre mí, envolviendo sus cálidos brazos alrededor de mi cintura antes de poner su mejilla en mi muslo. Luego cerró los ojos y suspiró con satisfacción.
—SeMi —gemí, incapaz de detener mis propios brazos mientras se entrelazaban alrededor de ella. Levantándola ligeramente, me deslicé hacia abajo para poder estar a su lado y ofrecer mi hombro como su almohada.
—¿Mmmm?
—¿Por qué siempre te pones tan dulce y tierna cuando estás un poco fuera de sí? —¿Cuando no podía, con buena conciencia, hacer nada al respecto?
—Siempre soy tierna —respondió con voz gruesa y lenta—. Solo lo notas cuando estoy un poco fuera de sí.
Me reí y puse las mantas hasta su barbilla. Con los ojos todavía cerrados, suspiró de nuevo y una sonrisa se dibujó en su rostro.
De ninguna manera podía dejarla así. Además, estaba herida. Alguien debía velar por ella. Pero me dejé los pies colgando al borde del colchón, pensando que de alguna manera hacía que esto no fuera tan "inapropiado".
—¿Quieres saber un secreto? —susurré contra su cabello, esperando que estuviera lo suficientemente somnolienta para así confesarle todo a su subconsciente en lugar de a ella.
—Síp.
Sonreí con cariño a la forma en que arrastró las palabras. Me recordó mucho a la otra noche cuando estuvo borracha y nos habíamos besado. Eso me ayudó a soltar mi confesión con más libertad.
—Quedé completamente loco por ti el primer día de clases.
Levantó la cara y me miró, sus pestañas parpadearon hasta revelar sus ojos empañados de drogas. —Claro que no.
—Te digo que sí. Lo recuerdo perfecto: yo tenía mi atención haciendo garabatos en un bloc de notas; entonces oí tu voz al presentarte, y tuve que alzar la vista. Parecías tan... no sé, Cautivadora. Incluso usando uno de esos horribles trajes que te pones para clase, te deseé.
Sus labios se curvaron con placer. —¿En serio?
Asentí. —Por supuesto. Algunos chicos tienen debilidad por las piernas, o los rostros, o pechos. Yo sin duda soy un hombre de bocas. Y tu boca...—Extendí la mano para apenas presionar la yema de mi pulgar en sus labios— Lo juro, SeMi. Creo que tuve unas cincuenta visiones instantáneas de todo lo que quería hacer con tu boca —Sacudiendo la cabeza, sonreí mientras ella continuaba mirándome con ojos perezosos y cansados, pero paralizados—. Quería impresionarte con la primera asignación que nos diste. Quería que me recordaras y pensaras en mí como uno de tus alumnos favoritos. Pero odiaste mi trabajo. Creo que nunca había puesto tanto esfuerzo en una estúpida tarea de literatura, y obtuve un seco 80. Me voló la cabeza. Entonces, cuando contesté una pregunta que hiciste un día en clase y te enteraste de que estaba en el equipo de fútbol, me miraste como si fuera un completo desperdicio. Eso como que dolió, ¿sabes?
—Lo siento —murmuró, apoyando la mejilla sobre la almohada con tristeza—. En realidad no era que no me gustaras. —Levantó una mano para tocarme, pero sus dedos cayeron lánguidamente como si pesaran demasiado para poder manejarlos. Así que tomé su muñeca y le alcé la mano, trayendo sus nudillos a mi boca para besarlos.
—Lo sé. Ahora. Pero con cada 60 y 70 que me diste dejabas de gustarme cada vez más hasta que te odié con una pasión ardiente. Me molestaba tanto sentirme tan atraído por ti, y que todo lo que vieras en mí era un gran y tonto deportista.
—No eres tonto, Namjoon. Ni siquiera cerca.
—Sin importar lo que sintiera por ti, siempre fue intenso. Atracción u odio, todo es intenso. He sido muy consciente de ello desde el día en que llegaste a mi vida. Cada vez que nos asignabas algo, el impresionarte era como un reto personal para mí, pero mi nota seguía bajando. Me sentía tan estúpido. Yo solo... —Tomé un mechón y lo aparté de su cara. —Quería que me miraras y vieras el éxito que yo quería ser. No el fracaso que sabía que era.
—Yo veo un éxito —Ya que todavía sostenía su mano junto a mi boca, fue fácil para ella abrir los dedos sobre mi mejilla—. Has logrado tanto.
—No. Solo desearía hacerlo. —Me incliné hacia delante para presionar mi frente contra la suya, añadiendo un par de metas más que sabía nunca alcanzaría en mi lista de deseos, y todos en relación con ella.
Su caricia se deslizó por mi mandíbula hasta que los dedos suaves se cerraron alrededor de mi nuca y me instaron hacia abajo, inclinándome hasta que me encontré cara a cara con ella. Sin embargo, al tratar de besarme, me resistí.
—SeMi —musité a modo de advertencia—, no eres consciente de tus actos. No puedo aprovecharme así de ti dos veces seguidas.
—No le diré nada nadie si tú tampoco lo haces. —susurró y tiró de mí con un poco más de fuerza.
Resistirse a su boca no era algo posible para mí, así que le di un beso suave. Pero, maldita sea. Su boca. Mis labios no podían tener suficiente. Se volvieron hambrientos y se movieron con un poco más de interés hasta que la tuve abriendo la boca bajo mi insistencia.
Gemí, profundo y bajo, tratando de aligerar el beso para que pudiera separarme de forma segura. Pero sus manos recorrieron mi cuerpo, y acabé besándola con más fuerza. Antes de darme cuenta, la estaba rodando sobre su espalda y arrastrándome sobre ella.
—Eres tan hermosa. —Tracé la delicada curva de su mandíbula antes de recorrer su garganta. Levantó la barbilla dándome acceso, así que me incliné para besar su pulso.
Con un dulce gemido de aceptación, enterró los dedos en mi cabello. Mi boca encontró su clavícula y mi lengua se adentró en el pequeño espacio. Tiré suavemente de su blusa con mis dientes para exponer piel de su pecho. Y mientras mis labios creaban un camino al sur, mi mano pasó por su brazo hasta su hombro, solo para encontrarse con el montón de gasa, tapando los puntos de sutura en la parte superior de sus bíceps.
Fue el golpe que necesitaba para volver a la realidad. —Espera — respiré contra su garganta y cerré los ojos mientras apartaba mi boca de ella. —, espera.
—¿Qué ocurre?
Permanecí cernido sobre ella un segundo más antes de levantar mis pestañas y encontrar su preocupada, pero todavía nublada mirada. —Nada— Sonreí—. Descansa ahora, ¿de acuerdo?
Cuando intenté alejarme, ella tomó un puñado de mi camisa y se aferró a él. —Quédate.
Asintiendo, metí un mechón de cabello detrás de su oreja. —No te preocupes por nada. Yo cuidaré de ti.
Su mano se relajó y su cuerpo se acomodó.
—Gracias —murmuró una última vez antes de que estuviera completamente inconsciente.
Lo más inteligente hubiera sido irme. Pero no había otro lugar en el que quisiera estar. Y le prometí quedarme. Así que me senté a su lado, ignoré la enojada erección en mis pantalones, y me acosté junto a SeMi por segunda vez. Y fue tan increíble como la primera noche que la había abrazado hasta el amanecer.
Tan pacíficamente increíble.
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