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—¿No te encanta cómo se reflejan a través del parabrisas las luces de la calle? Es tan lindo. Se ven como luces de feria —murmuró mirándome de soslayo —. ¿Alguna vez has estado en una feria?

—Umm... seguro. ¿Quién no ha ido a una feria?

Siempre que venían a mi ciudad se asentaban en el aparcamiento al aire libre que estaba cerca de nuestro barrio. Solía escabullirme y llevar a Yeonwoo, también a Gunwoo cuando tuvo la edad mínima para subirse a los juegos. Sin embargo, no me quedé el tiempo suficiente para llevar a WooJin antes de irme a la universidad. Espero que Yeonwoo haya hecho eso por mí. Algunos de mis recuerdos más felices eran el haber comprado dulces y boletos y ver a mis hermanos mientras subíamos a los juegos. WooJin necesitaba un recuerdo así.

Demonios, todo el mundo necesitaba esa clase de recuerdos.

—Nunca he ido a una —admitió SeMi suavemente. Miré a través del silencioso interior de su auto para ver que su expresión se llenaba con más nostalgia—. Mis padres decían que las ferias eran tontas y una pérdida de tiempo.

—Tus padres parecen ser completos idiotas. —dije divertido mientras su sistema de navegación me decía que girara a la derecha en la esquina.

—¿Crees que si mi cita se hubiese presentado habría tenido suerte esta noche?

—Tal vez.

—Yo podría estar teniendo sexo en este momento. Vaya, ni siquiera puedo recordar cuando fue la última vez que tuve sexo.

Eh... Mal tema

Ella estuvo hablando sin parar desde que la puse en su coche pasando de un tema a otro más rápido de lo que yo podía cambiar las velocidades. Pero no nos habíamos sumergido de nuevo en este territorio tabú desde que me apretó el bíceps en el bar.

—Pero sí recuerdo la última vez soñé sobre ello — continuó—. Me lo estabas haciendo en el escritorio de mi oficina...

¿Qué? ¿Ella también había soñado eso?

—...y me tenías tumbada sobre mi espalda con todos estos trabajos calificados clavándose en mi espina mientras tú estabas parado entre mis piernas. Entonces golpeaste ese punto en mí... y Oh, por Dios. De alguna forma pateé la pantalla del monitor de mi computadora. Pero tú solo continuaste, y, bueno, de alguna forma desperté mojada y dolorida, y nunca descubrí cómo terminaba ese sueño.

Oh, yo sabía cómo terminaba ese sueño. Pero -de nuevo- maldición; esto no era bueno. Escuchar cómo la había puesto toda excitada rompió las cadenas alrededor de mi control.

—Tal vez no debería estar hablándome de esto.

Me miró. —¿Por qué no? Has tenido sexo, ¿verdad? —Entonces bufó y echó la cabeza hacia atrás para reírse abiertamente— ¿Qué estoy diciendo? Eres Kim Namjoon. Probablemente has tenido sexo más veces este mes del que yo he tenido en toda mi vida.

Aspiré conteniendo el aire. Y la ira también. —Vaya.

Con la mandíbula totalmente tensa di un volantazo apropósito esperando que eso le regresara la sobriedad.

—¡Oye! —se quejó.

—¿Te pareció gracioso?

—¿Qué?

—Acabas de insultarme. Será mejor que dejes de hacerlo. Tú no sabes nada acerca de mí. No soy un enfermo adicto al sexo, ¿de acuerdo? El hecho de que sea conocido por todos en la universidad, no me convierte un...

—Cuatro —soltó abruptamente.

—¿Qué?

—He tenido sexo cuatro veces en mi vida. Tres chicos diferentes.

Quedé boquiabierto. ¿Por qué...? No necesitaba un recuento. Pero demonios, ahora que me dio uno, pensé que tal vez había tenido más sexo solo en este mes que el que ella tuvo en su vida entera. De acuerdo, no este mes ni el último exactamente. Pero sí durante un mes de la temporada de fútbol.

Ladeó la cabeza hacia un costado y frunció el ceño de modo pensativo.

—Espera. ¿Si no lo haces por tu propia voluntad, cuenta?

Enfocando mi atención en ella, casi me paso una luz roja. Apretando los frenos, exploté—: ¿Perdón?

—Dije...

—No. ¡Te escuché! ¿De qué hablas? Si no lo haces por tu propia voluntad no creo que siquiera sea considerado sexo. Se llama violación.

No acababa de decirme que había sido... No. De ninguna manera.

Frunciendo el ceño pensativamente, murmuró—: No. No, mis padres me dejaron muy en claro que no podía llamarlo así. Dijeron que no le podía decir a nadie, que no podía ir a la policía ni volver a hablar de ello jamás. No—Sacudió la cabeza vigorosamente—. No fue una violación. Me lo merecía.

—¿A qué demonios te refieres?

Sé que no era el mejor momento y la mejor manera de preguntarle eso, pero es que todo en mí estaba cubierto en rabia. No hubiese no podido hablarle golpeado ni aunque quisiera.

Medio palideció, medio buscó la forma de justificarse— Después de todo acepté ir a una cita con él. Incluso me subí en el asiento de atrás con él por mi propia voluntad. Ellos dijeron que debí haberlo esperado.

¿Haberlo esperado...? No podía estar hablando enserio. Pensé que tal vez vomitaría.

Con mis dedos estrangulando el volante y pretendiendo que era el cuello de su violador, me las arreglé para preguntar—: ¿Hace cuánto tiempo fue?

—Trece años. Tenía diecisiete. Fue mi primera vez. No creo que la primera vez de una chica deba ser así.

—No, no debería. —Por alguna razón pensé en mi hermana. ¿No había asistido a ese festival esta noche?

¿Y si ese chico Changbin esperaba más de ella de lo que estaba dispuesta a dar? ¿Y si aceptaba escabullirse con él por algunos besos y luego se asustaba cuando él quisiera más e intentara frenarlo pero no la dejaba? Rompería cada hueso en su jodido cuerpo. Estaba tentado de sacar mi teléfono y ver cómo se encontraba, pero también quería estar aquí para SeMi. Era obvio que pasaba por algo ahora, y quería ser el que escuchara sus revelaciones borrachas.

—Alguna vez... —Lamí mis labios secos mientras giraba en su calle—. ¿Alguna vez le dijiste a alguien de esto, además de tus padres?

Rogaba que me dijera que había ido a la policía a pesar de los deseos de mami y papi, y que el imbécil había sido echado tras las rejas donde había estado hasta que murió después de haber sido violado por otros veinte reclusos.

Cuando no respondió inmediatamente, giré la cabeza hacia ella tan pronto como bajé la rampa hacia su estacionamiento.

Se había acurrucado en su asiento con las rodillas presionadas contra el pecho y los brazos envueltos protectoramente alrededor de sus piernas. Viéndose una década más joven que treinta, me miró con los ojos abiertos de par en par.

—Por supuesto, le dije a mi terapeuta. En el mundo de mis padres es muy elegante tener un terapeuta. Pero el mío me ayudó a superarlo. El primer chico con el que estuve después de que sucedió, no cosechó ningún beneficio. Ni siquiera se quedó a terminar nuestro primer encuentro juntos de tanto que lo asusté. Se retiró tan pronto como comencé a llorar. Luego salió corriendo y nunca más me llamó. Pero el segundo muchacho atravesó más de un encuentro antes de dejar de devolver mis llamadas. Eso es algo, ¿no? Es un progreso.

Siseé una maldición debajo de mi aliento. Bastardos. Los tres. Podía decir que cada uno de sus compañeros anteriores la había lastimado, incluso si no fueron como el primer imbécil. Quería traerla a mi regazo y solo sostenerla. O incluso mostrarle cómo era el lado bueno de la pasión.

Pero me contuve.

Había estado mirando por la ventana de enfrente, probablemente a las luces de nuevo, cuando de repente se volvió hacia mí.

—Leí tu trabajo.

Sus tranquilas palabras hicieron que mi estómago ya inestable rugiera con ansiedad. —Lo sé. Me lo devolviste, ¿recuerdas? Tuvimos toda una discusión en tu oficina sobre si merecía ese 99 o no. Y también de cómo vas a guardar mi secreto.

—Cierto —murmuró suavemente como si lo recordara de repente—. Sí, entonces, creo que te debía un secreto, ¿verdad? Estaba tan excitada todo el tiempo que me estuviste gritando, diciéndome que te quitara esa nota si no la merecías. Si me hubieses besado ese día, te lo habría devuelto.

Santa jodida mierda. Abrí la puerta del conductor y me lancé fuera del coche. El aire frío fue un sacudón bienvenido para mí. Pero entonces ella abrió la puerta y también salió.

—Yo, uh, voy a llamar al taxi. —Bueno, eso sonó penoso, pero ella estaba ebria. No podía hacer nada sobre todas sus confesiones. No ahora.

Asintió, entonces se estremeció y se abrazó a sí misma antes de dirigirse al elevador. Cuando tropezó y casi cayó, maldije un poco fuerte y volví a arrojar mi teléfono en el bolsillo.

—Espera —grité, lanzándome tras ella y agarrando su brazo justo cuando se tropezaba de nuevo—. Déjame ayudarte.

Se balanceó hacia mi lado hasta que estuvo apoyándose completamente sobre mí. Tuve que deslizar mi brazo alrededor de su cintura para mantenerla de pie.

—Eres tan...

—¿Cuál es tu piso?

—Sexto. Apartamento 43. —Justo después de que presioné el botón del número seis, levantó la cabeza y sonrió cautivadoramente. —Fue el mejor ensayo que he leído, ¿sabes?

—Hmm. —Fue todo lo que "dije". Llegué a la conclusión de que su ascensor era demasiado lento ya que le tomó más o menos cuarenta y dos segundos llegar a nuestro destino. Una vez frente a su puerta, y justo cuando parecía no poder encontrar las llaves en su bolso, le señalé la pantalla táctil que se hallaba junto al marco. Sonrió mostrándome todos sus dientes y tecleó el código de acceso.

—Sigo opinando que deberías revisar tu gramática —continuó en cuanto se desbloqueó la puerta—, pero...Me hizo llorar. Lo leí una y otra y otra vez. Incluso lo fotocopié.

Levantando la mano, pasó sus dedos por mi frente y a través de mi cabello. La sensación de sus manos sobre mí fue como un shock eléctrico. Poderoso, sobrecogedor. Un completo ataque a mis hormonas y a mi corazón.

En el pasado, mi madre solía abofetearme todo el tiempo por decir algo fuera de lugar, o me empujaba por cruzarme en su camino. Las chicas con las que me acostaba me clavaban las uñas en el trasero cuando las hacía sentir bien. Mis hermanos se acurrucaban cerca de mí cuando se sentían asustados. Mis compañeros me palmeaban la espalda felicitándome. Pero nunca nadie me había tocado así, con afecto puro y honesto, como si quisieran cuidar de mí.

—Has pasado por mucho —susurró—. Tienes tanto con lo que lidiar. Quiero perseguir a tu madre y hacerle daño por lo que te hizo pasar.

Dejé escapar una sonrisa triste al mismo tiempo que me forcé a regresar mi atención a la puerta de enfrente, pero quería seguir mirándola. Verla tal cual era -suave, dulce y un poco vulnerable- por el resto de mi vida.

Su mano cayó de mi cabello solo para bajar sobre mi brazo. Cálidos y suaves, sus dedos tentaban y seducían.

—Lo siento —su respiración se ahogó—. Pensé que eras como él. Pero no lo eres. No te pareces en nada.

¿De qué habla? Pasé la mirada de sus dedos sobre mí hasta sus ojos.

—¿Cómo quién?

No respondió. En vez de eso sorbió y se secó las mejillas con la palma de la mano; el movimiento la hacía lucir como una niña en vez de una realizada profesora de universidad.

—Él me hizo odiar a los jugadores de fútbol. Sobre todo a los defensas de campo. Me hizo... me hizo fría y solitaria. Vacía por dentro. Pero tú nunca harías eso. Nunca lastimarías a nadie de la forma en que él...

Cuando sus palabras se desvanecieron, una ardiente pizca de enojo volvió a desatarse en mi estómago.

—¿Qué te hizo? —la alenté a seguir, pero no respondió. Eso solo me enfureció y preocupó más—¿SeMi? ¿Él es el que... el que te violó?

Si eso resultaba cierto, no era de asombrarse que siempre me lo hiciera pasar tan mal. Yo le recordaba ese momento traumático.

Odiaba saber que yo le hacía eso.

—No eres como él. Eres... no lo sé. Eres algo asombroso.

Ahogué una risa áspera y abrí su puerta en un movimiento salvaje. —Sí, muy asombroso. Apenas estoy pudiendo mantener mi beca de fútbol a flote, a punto de defraudar a las tres personas que más me importan si no puedo mantener mi mierda en orden. Y no olvidemos cómo llegué aquí con trampas ni cómo te recuerdo al chico que te violó. No hay nada asombroso en eso.

—Ven aquí. —SeMi tomó mi mano y me dirigió dentro de su oscuro apartamento.

Yo la seguí. No tengo idea de por qué ni siquiera dudé, sino que fui a dondequiera que me llevaba.

Una vez dentro, estiré la mano buscando a tientas hasta que encontré un interruptor. Cuando una pálida luz iluminó la esquina de una ordenada sala de estar decorada en diferentes tonos de azul, la miré al mismo tiempo en que ella lo hizo.

Enmarcó mi rostro con sus manos, me miró a los ojos y dijo—: Eres asombroso, Kim Namjoon.

—No lo veo de esa forma.

—Habría apostado a que la estrella del equipo de fútbol de la universidad sería un poco más creído y confiado de sí mismo.

Sacudí la cabeza. —Uno crece como el pobre y tonto hijo de la puta de la ciudad y tus compañeros te quitan la arrogancia a golpes cuando eres joven. Literalmente.

—Pero tienes todo el derecho de estar orgulloso de quién eres. Eres un sobreviviente.

—¿Por qué? ¿Por qué sé cómo lanzar un balón?

—No. Porque no sólo eres una cara bonita en una cáscara vacía. Amas. Temes. Sientes las cosas con tanta, tanta fuerza.

Cuando una mano cayó justo sobre mi corazón, respiré fuertemente.

—Todo el mundo siente, Se Mi. Solo que algunos son mejores ocultándolo.

—Pero tú sientes cosas buenas. Tal vez sean un poco toscas, pero tienes un buen corazón. Un corazón compasivo. —Entonces besó mi pecho a través de mi ropa y sobre mi corazón. Hubiera sido tan fácil enterrar los dedos en su cabello, inclinar mi cabeza hacia abajo e inhalar su esencia. Pero no lo hice, sin importar cuánto me matara contenerme.

—SeMi, deberíamos...

Alzó la cabeza sorprendiéndome mientras suspiraba complacida. —Me encanta la forma en que dices mi nombre.

—SeMi —murmuré, diciéndolo de nuevo porque simplemente no pude evitarlo.

¿Qué estaba haciendo? ¿Dónde me estaba metiendo?

—Nam...

Un gruñido se escapó de mi garganta. Agarré su hombro diciéndome a mí mismo que debía alejarla, pero en vez de eso, la sostuve justo donde estaba.

—La primera vez que entraste a mi clase sentí un sofoco que me cubrió de pies a cabeza. Recuerdo tartamudear cuando me presenté porque me sentí asombrada. Tú me asombraste. Nadie suele hacerlo. Pero entonces me enteré que eras el preciado capitán del equipo y todo se aclaró. Él también era la estrella del fútbol, y yo tenía un flechazo tan grande. Creo que esa es mi maldición. Pero solo me prestó atención para hacerme creer que estaba interesado, y así humillarme... y luego me lastimó. Pensé que serías exactamente así. Y lo lamento. Tuve la misma impresión de ti que con él. Ahora te veo y sé que eres mil veces mejor que cualquiera. Nunca, nunca, superaré la forma en que amas a tu familia y cómo serías capaz de cualquier cosa para salvarlos. Yo solo deseo que, algún día, alguien me ame de esa forma.

La mirada en sus ojos era obvia. Quería que yo la amara de esa forma. Me refiero a que no había caído en ese instante ni nada. Pero después de escucharla confesar todo eso, quería que alguien la amara de esa manera casi tanto como ella.

—Estás borracha —le recordé.

Asintió, concordando. —Muy borracha.

—No puedo besarte. Estaría tomando ventaja. —Joder, ¿por qué había mencionado lo de besarnos? No habíamos estado hablando de eso.

—De acuerdo —arrastró las palabras no notando mi cambio de tema—. Entonces... ¿qué tal si mejor te beso yo?

Sucedió así. No le dije no a tiempo así que se paró de puntillas y presionó su boca contra la mía. Cerré los ojos tratando de resistirlo, sin embargo, la palma con la que había estado acunando mi mejilla se deslizó hasta que capturó mi nuca. Cuando sus uñas rasparon la base de mi cráneo mientras peinaba mi cabello, me estremecí. Y sus labios, Cristo, sus labios eran suaves y flexibles. Sabía a alcohol dulce y rayo de sol. No pude contenerme. Abrí la boca para probar solo un poquito más.

—Si no nos detenemos ahora seré un imbécil.

—No te preocupes —Volvió a tirar de mí hacia ella—. Ya te consideraba un imbécil.

Me reí solo para que me besara otra vez. Un gruñido ahogó mi risa y me perdí en sus labios hasta que pude alejarme, solo para maldecir y regresar por más. Ella era tan pequeña que me cansaba de encorvarme para besarla, así que la alcé y enroscó sus piernas alrededor de mi cintura inmediatamente.

Viviendo la fantasía que tuve en el bar cuando la vi por primera vez esta noche, enterré mis dedos en la parte de cabello que había dejado suelto y besé un camino hacia el costado de su garganta, y luego a su hombro.

No tenía idea de que ella fuera tan suave, ni oliera tan bien. Empañaba mi juicio. Así que cuando deslicé la mano hacia abajo por su perfecta espina dorsal, solo seguí avanzando. Desde ese momento, estuve bastante perdido.

—¿Dónde está tu habitación? —jadeé.

—Primera puerta, lado derecho.

Fusionando nuestras bocas nuevamente, la aparté de la pared y la llevé a través de la oscura sala, solo tropezando una vez. Al entrar en su dormitorio ella estiró el brazo para encender la otra luz. Su santuario se hallaba brillantemente coloreado y mucho menos ordenado que la sala. Las sábanas estaban apenas lanzadas sobre el colchón, había ropa esparcida por el suelo mientras que los libros yacían apilados en cada rincón y grieta en la que podían caber.

Ésta era ella, la verdadera, no una profesora aburrida y tensa frente a un salón de clases. Esta habitación representaba a la mujer en mis brazos, y tuve la sensación de que no mucha gente había tenido el honor de ver a la verdadera Lim SeMi.

La llevé a la cama. Una vez que había sido colocada sobre su espalda, me sonrió. Al momento en que la vi extender los brazos, me sentí atraído. Sin pensar en las consecuencias, la moral o las reglas, me subí encima de ella y junté nuestras bocas otra vez.

Encontrar a una chica que besara a la perfección era como una mina de oro. Y Lim Se Mi era la mina de oro de todas las minas de oro.

—Esto es increíble, no sabía que podía sentirse así —El asombro en su voz me mató.

Mi ego subió al tiempo que mis labios encontraron su mandíbula, y luego fui hasta su garganta mientras mis dedos exploraban debajo del vestido. Fue justo ahí que su mano se relajó y la dejó caer a su lado.

Mi lengua se detuvo en su pulso y mi mirada se lanzó a su mano caída.

—¿SeMi? —Alcé la cabeza para encontrar sus ojos cerrados y sus labios entreabiertos con el rostro inclinado a un lado.

La mujer se había desmayado. Mi cuerpo gritó en negación mientras que una parte muy distante de mi cerebro trató de decirme que era algo bueno. Comenzando a temblar, me aparté de ella y aterricé sobre mi espalda. Frotándome la cara para refregar mi piel ardiente solté un suspiro antes de contar hasta veinte en mi cabeza. Entonces volteé mi cara para ver cómo se encontraba. Sip. Aún fuera de combate.

Bueno, al menos ella se veía tranquila.

Girando la cabeza hacia otro lado, inspeccioné su habitación en busca de algo que me distrajera para poder combatir la lujuria de una vez por todas e irme. Uno de los libros de bolsillo en su mesita de noche me llamó la atención. Apuesto a que no enseñaba sobre este tipo de novelas en sus clases. Lo alcancé y volteé la portada para estudiarlo más a fondo. La mujer que yacía junto a mí era una adicta al romance. Qué extraño. No fui capaz de notarlo en ninguna de sus clases. Parecía tan fría y profesional al enseñar que yo nunca habría adivinado que tenía una soñadora en su interior.

Girándome, examiné su cara al tiempo que mi pecho se llenaba de punzadas compasivas. Las cosas comenzaron a tener sentido; sus padres imbéciles nunca la llevaron a un carnaval, no le dieron una infancia adecuada, probablemente le exigieron tanto en la escuela hasta que ella se adelantó los cursos y fue excelente en la educación. No podía imaginarla con un montón de amigos si siempre había sido la chica genio.

Y si el hijo de puta que la lastimó cuando ella tenía diecisiete años daba alguna pista de cómo había sido su vida, ella no debía haberse sentido muy querida ni protegida. Probablemente ha estado muy sola.

Sin embargo, ella todavía leía novelas de amor hasta que quedaban deshilachadas y desgastadas en las esquinas. SeMi aún conservaba las esperanzas de algún tipo de felices para siempre.

Era tan parecida a mí que era francamente extraño. Nos encontrábamos separados entre dos mundos. Ella era la profesora desaliñada y genio que ocultaba esperanzas románticas y sueños. Yo era la estrella de futbol "mujeriego" que trabajaba muy duro para salvar a mi pobre y rota familia.

Vaya pareja hacíamos.

Y qué imbécil me sentía. Ella no era solo un trozo de fruta que quería probar porque se hallaba prohibida; Era mucho más profunda de lo que había imaginado.

Poco a poco extendí la mano hasta que apenas toqué su mejilla. Suspiró en su sueño cuando encontró mi calor y se acurrucó estrechamente. La rodeé con los brazos, abrazándola contra mí.

Fue tan dulce, cómodo y tan jodidamente angustioso tenderse así con ella.

Nos quedamos dormidos envueltos en los brazos del otro, y aunque traté, no pude recordar una sola noche en la que dormí tan profundamente.

Tan en paz.

Hola todxs! Espero estén teniendo un buen fin de semana. Yo apenas vengo saliendo de los exámenes parciales, juro que no tenía cabeza ni para respirar. Espero subir otro capítulo hoy en la noche o sino mañana. 

Les tqm

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