IX
Sabía que jugaba con fuego, pero no me importó. Cada vez que tenía un momento libre me encontraba deambulando de vuelta a Se Mi al final de la barra.
Me decía a mí mismo que era solo para mantener un ojo en ella porque ordenaba una nueva cerveza cada vez que me volteaba. Casi me convencí de que estar cerca era noble o alguna basura parecida, pero a su alrededor se sentía correcto, justo donde pertenecía. O quizá me lanzó algún tipo de hechizo. No podía alejarme lo suficiente porque al segundo siguiente ya me encontraba de regreso.
Peor aún, me seguía hablando cada vez que entablaba una conversación. Tenía que seguir retrocediendo. Debía hacerlo.
—No puedo decidir si ustedes van a estrangularse, o van a hacerlo justo aquí —murmuró Jin la cuarta vez que me alejé de ella por un intrépido cliente.
Levanté la mirada del vaso que sostenía bajo un dispensador de cerveza que fluía. —¿A qué te refieres?
Sabía exactamente lo que quería decir, solo esperaba que no fuera tan obvio para alguien externo.
Jin enarcó su ceja como si no pudiera creer que haya preguntado. — Siguen mirándose entre sí y diciendo cosas que parecen un intercambio de insultos. Pero son los insultos más atractivos y coquetos que he visto entre dos personas. Como si cada "jódete" fuera solo un código que en su lugar dice "jódeme".
Vaya. Veía exactamente como me sentía.
—Sí —murmuré distraídamente sin preocuparme ya que Jin no iba a la universidad y no podía saber que esa mujer era una de mis profesoras—. Tal vez.
Sin embargo, admitirlo en voz alta no disminuyó nada mi deseo. Después de verbalizarlo, mi cerebro pareció aceptar lo que mi cuerpo ya sabía, y solo me hizo desearla más.
Deslicé el trago rebosante al chico esperando con un billete levantado en mi dirección. —Guarda el cambio —gritó.
—Gracias. —Ni siquiera presté atención al billete. Simplemente abrí la caja registradora y lo metí. Mi mente y cuerpo solo pudieron concentrarse en una cosa en ese instante.
Volteándome hacia ella sin que lo notase, me incliné contra la barra y grité sobre la música y conmoción—: Así que, ¿qué hace en la escena universitaria dado que obviamente es demasiado mayor para ser uno de esos simples estudiantes mortales que van a clases a un ritmo normal, no cómo nosotros?
Ella saltó y giró hacia mí, electrizándome con esa increíble mirada soberbia. La sonrisa secreta que mostró jugó con cada posible nivel cuando se rehusó a responder mi pregunta.
Levanté la barbilla intencionadamente. —Ah. Una cita, ¿no?
Se sonrojó. Por todo lo bueno, su sonrojo era adictivo. Y maldita sea, ¿por qué demonios me sentía provocado por ella? Todo esto iba mal. A ella no debería permitírsele usar un vestido como ese, o peinar su pelo así, o maquillar su rostro de esa manera. Mucho menos lamer sus labios, especialmente no después de cada trago que bebía.
Quería arrastrarla a la parte trasera, probablemente para besarla sin sentido en el débil sillón de la sala de descanso. Ya podía imaginar cómo se sentiría enterrar mi rostro en el hueco de su cuello mientras alzara de un tirón la falda y deslizara sus bragas.
Claro, ahora me preguntaba qué tipo de bragas usaba mi desaliñada profesora de literatura.
¿Usaba bragas? Dios mío.
—No dije que era una cita. —Sus hombros se enderezaron en ese modo altanero que hacía en clases. Pero, sin su anticuada chaqueta con hombreras para ocultarlo, lucían muy atractivos cuando subían con indignación. Muy sensual. Quería pasar mis manos por su cuerpo. Mucho.
Pero sonreí para esconder mi intensidad. —Ah. Así que es una noche de chicas... —Mirando alrededor suyo para asegurarme que estaba sola, agregué—: ¿Sin las chicas?
Endureció la mandíbula, y bebió un rápido trago. El modo en que su boca se frunció sobre la cima del cuello de la botella me volvía loco.
Disfrutar de cuán fácil era incomodarla provocaba que ciertas partes de mi anatomía también se hallaran muy incómodas, por lo que me encorvé para apoyarme con mis antebrazos en la barra. —¿O es que solo buscaba encontrar a un extraño para la noche?
—¿Qué te sucede? —jadeó, y me mostró un ceño fruncido que superaba a todos— Es una cita, ¿de acuerdo? Estoy aquí para reunirme con mi cita.
Sonreí victoriosamente dándole un despreocupado encogimiento de hombros como si no me hiciera ninguna diferencia el por qué estaba aquí, a pesar de que el pensar en alguien más besando esa piel desnuda de su hombro me hacía querer cometer un crimen de asesinato.
—¿Cuándo se suponía que tenía que reunirse con él?
—Llegué temprano. Eso es todo.
Asentí. Así que el idiota llegaba tarde. Estúpido despreciable. Apuesto a que si supiera cómo lucía ahora mismo, hubiera estado aquí hace horas.
—Oye, ¿podemos tener un trago?
Cuando un par de chicos universitarios movieron las manos para captar mi atención, asentí hacia ellos y me enderecé, llevando mi mirada de vuelta a la doctora Lim. Odiaba el hecho que tuviera que dejarla sola incluso por unos cuantos segundos.
—Por supuesto.
Seguí sin poder evitarlo. Continuaba regresando a ella. Sabía que no debía, pero a la mujer parecía gustarle cada pequeña visita. Lo sé porque sus pupilas se dilataban cada vez que me acercaba.
—¿Necesita otra?
Sacudió la cabeza. —No. —Pero tan pronto como las palabras salieron de mi boca, soltó abruptamente—: Sí. Aunque quisiera algo diferente.
Por mi parte sonreí, le daría los mejores y más dulces cocteles del lugar si eso significaba que seguiría suavizando su expresión. Parecía una niña animada y somnolienta, pero eso no evitó que jadeara y se mordiera el labio de forma seductora cuando puse en la barra frente a ella mi más reciente creación de bebida púrpura burbujeante.
Le dio el primer trago; y lo juro, gimió. Lim Se Mi gimió sin pudor frente a mí luego de probar mi mezcla.
No supe cómo reaccionar ante eso, mi zona baja sin duda supo cómo. Pero mi cabeza no. Y qué bueno que la música estaba estruendosamente alta, porque si alguien además de mí la hubiese escuchado, tendríamos un desfile de erecciones por aquí.
—¿Cómo supiste que estaba aquí para una cita?
Apoyé mis codos en la barra para cargarme hacia ella. —Tal vez porque no necesito un doctorado para leer mentes como usted lo hace, profesora.
Dejó el vaso alto sobre el reposador y se echó el cabello hacia atrás. —Eso, o tienes un increíble razonamiento deductivo.
—Es otro de mis muchos talentos.
—Ah, ¿sí?
—Por supuesto. —Enderezándome para tirar el trapo blanco sobre el hombro, tomé las botellas vacías a su lado y las tiré a la basura. Le siguió el sonido del vidrio quebrándose, lo que la hizo estremecer.
—Explícame.
Tomándome mi tiempo, la miré de arriba abajo gozando cada segundo de ello. —Lleva mucho más maquillaje del que usa en clases. Su cabello está arreglado, luce bonito. Su vestido es tanto coqueto como seductor. Huele lo suficientemente bien para devorar, y está usando el más tentador par de tacones "fóllame" que creo nunca haber visto. Agrega eso, y deletrea cita.
La osadía se vio remplazada por las mejillas escarlatas. Ella retrocedió aterrorizada, pero creo que fue más por la manera en que la piel de sus brazos se erizó.
Lucía tan confundida, pero al mismo tiempo cálida y peligrosa que mi cabeza bien pudo haber explotado. Seguramente ella pensó algo parecido, y sin duda se estaba preguntando cuánto había bebido ya.
Arreglándoselas para actuar menos despistada de lo que ya se sentía, alzó la barbilla—: Hmm. Gracias por el aviso.
—Cuando lo deseé.
—Supongo que es algo bueno que él no haya venido. No creo haber querido ir tan rápido en la primera cita. —Apretó los labios justo en el momento en que sus pestañas revolotearon en mi dirección, y agregó—: Con él.
¡Que alguien termine esta masacre, por piedad!
Mi autocontrol se me iba de las manos. Reconozco que intenté recordarme ser un caballero, pero cosas inapropiadas seguían deslizándose de mi boca, y luego ella respondió con algo tan...
Maldición. Me sentí casi aliviado cuando me llamaron y me alejé, porque cualquier cosa que le dijera a la Dra. Lim SeMi sería una proposición malintencionada y absolutamente inapropiada. Demonios, probablemente me hubiera arrodillado y rogado por un pedazo de ella.
Por suerte el tiempo lejos mantuvo mi cordura. Era casi la una y media, y cuánto más se acercaba el cierre, más inquieto me ponía. Una vez que el bar cerrara, tendría que irse, y nuestra noche estaría acabada. Temía eso.
Las bebidas efervescentes continuaron fluyendo para ella en todo tipo de color y sabor. Sólo esperaba que pudiese ponerse de pie al final de la noche.
—Oye — llamó desde su extremo cuando yo terminaba de hacer un cobro.
—¿Qué sucede?
— Ven acá — manoteó — No puedo oírte desde allá con tanto ruido.
Rodeé los ojos y tensé la mandíbula, pero sólo porque sabía que el terreno había pasado de ser extremadamente delicado, a peligroso. Aun así, volví a ella.
—Sigue siendo mandona incluso fuera del salón de clases. ¿Qué necesita? ¿Le paso su cuenta ya?
Resopló como si mi idea fuese la más estúpida de todas.
—Creí que ustedes no ganaron el campeonato este año —dijo un instante antes que sus ligeros dedos rozaran mi antebrazo.
Sentí un escalofrío cuando su caricia exploró la piel. Apenas me tocó; pero se sintió en cada centímetro de mi ser. Fue doloroso, más que la vez que fui sacado de las eliminatorias y terminé en el hospital con un brazo roto. Sus dedos dejaron salir una viva corriente eléctrica a través de cada nervio en mi interior hasta que me encontré tan duro que mi miembro palpitó en sincronización con mi latido.
Me di cuenta de que nunca antes tuvimos contacto piel con piel. Y tenía que decirlo, la primera impresión de mi piel contra la suya fue...bueno, intensa.
Esta mujer, justo aquí, era peligrosa.
Levantó la mirada mientras esperaba mi respuesta. Quería besarla tanto. Sus labios perfectos prácticamente me rogaban que los dominara. Pero respiré, y me concentré. Decidí contestar dulcemente en lugar de ser serio.
—Soy el capitán ahora, ¿lo olvida? El próximo año ganaremos, se lo aseguro.
—¿Y si pierden?
—¿Qué? —bufé— ¿Con mi habilidad y estas piernas lanzadoras de goles? Eso no es posible.
No rio como esperé que lo hiciera. No, la deliciosa y tentadora mujer contuvo el aliento, y su toque se volvió atrevido cuando abandonó mi brazo y deslizó su mano por la barra.
—Por supuesto. Apuesto que más de una mujer ha fantaseado sobre ellas deseando sentir tu choque contra sus muslos cuando te introduzcas en ellas.
Santa...
Mi mente quedó en blanco.
O más exactamente, no se blanqueó por completo, simplemente perdió todo pensamiento razonable cuando imágenes de cada manera en que podría hacerla sentir ese "choque de mis piernas con sus muslos cuando me introdujera en ella" llenaron cada espacio en las sinapsis.
Después de follarla mentalmente de cada manera conocida por la humanidad, me aclaré la garganta. Tuve que alejar la mirada antes de intentar actuar impulsivamente, pero ni eso ayudaba, no para que mi combustión descendiera, pero sí para darme cuenta de que ella...
—Estás ebria, ¿no es así?
Qué pregunta más estúpida e irónica. La vi beberse botella tras botella, coctel tras coctel. Si todo ese alcohol hubiese sido el arma homicida, yo habría sido el asesino. Al fin de cuentas ella no actuaba del todo como una ebria risueña cual la mayoría de las estudiantes que acostumbraba a ver. Lo que dijo, de algún modo, fue como nada que pudiera imaginar salir de los labios de la Dra. Lim. Nunca. Ni siquiera ebria. Sin embargo, ya que lo hizo, tenía que estar completamente fuera de combate.
Y ahora que buscaba señales, sus ojos eran vidriosos tanto como su postura se mantenía un poco débil.
—Nunca he estado ebria en mi vida. —Intentó enderezar la columna en su estilo puritano de profesora, pero simplemente terminó volcándose a un lado.
Dándose cuenta de lo que hacía, se apoyó de la barra para recuperarse. Cuando las cejas se fruncieron con irritación, la alcancé y la ayudé a situarse bien. Ya extrañaba la falta de sus manos en mí. El cálido fantasma de ellas aun quemaba mi piel.
—¿Echaste alguna droga en mi trago? —acusó frunciéndome el ceño—Porque de repente me siento un poco... mareada.
Resoplé. —¿Mareada? Cariño, pasaste de mareada a ebria al instante en que me preguntaste detalles de mi vida sexual.
Su espalda volvió a enderezarse con toda la superioridad moral. —¿Disculpa? Estoy completamente segura que no... Ay, no. —Su rostro se inundó de color cuando abrió la boca— ¡Acabo de preguntarte sobre tu vida sexual!
—No te preocupes. Sé de todas las metidas de patas que provoca el alcohol. Trabajo en un bar, ¿recuerdas?
Una vez estabilizada, me alejé de inmediato en una retirada petrificada. No quería irme, pero necesitaba espacio antes de que hiciera algo imperdonable.
Le di un empujón a Jin en su dirección quitándole el trago de fresa de la mano.
—Tienes que mantenerme lejos de ella —jadeé, tentado a tomarme el trago en lugar de llevárselo a su propietario—. Si va a la parte trasera por cualquier razón, no me dejes seguirla, ¿entiendes? Si trata de darme su número no me dejes conservarlo. Y si ella... Hijo de... —La observé justo a tiempo para ver que un tipo le golpeteaba el hombro llamando su atención—. Mantén a ese imbécil lejos de ella, ¿de acuerdo?
Jin parpadeó. —¿Eh...?
—Gracias. —Me giré dejándolo con su nuevo deber.
Teniendo piedad de mi cordura, Jin hizo la mayor parte de su trabajo.
Al hablar con ella toda la noche debí haber estado manteniendo lejos a los merodeadores porque tan pronto como me sumergí en el trabajo, sirviendo bebidas, los hombres la inundaron tratando de seducirla.
Durante el resto de la noche Jin alejó exactamente a los perdedores, pero en realidad no tuvo que hacerlo ya que ella los desechó por su cuenta. Dios la bendiga.
Me dije a mí mismo que no significaba nada. Ella había recibido bien mi atención y prácticamente coqueteó conmigo en más de una ocasión, pero rechazaba a los otros. Eso no significaba... tal vez sí. Incluso borracha, me prefería sobre los demás.
Cuando le preguntó a Jin donde se encontraba el baño y desapareció en la parte trasera, toda fibra de mi ser quería que la siguiera. Pero mi maldito y molesto compañero de trabajo me agarró del brazo.
—Me dijiste que no te dejara ir.
Tiré mi brazo de su agarre y le envié una mirada sucia, pero me quedé detrás de la barra como un buen chico. Salvo que, dado que ella no regresó a los cinco minutos, me encontré listo para morderme mi propio brazo.
—¿Y si alguien la atrapó allí atrás y la está acosando? —le gruñí a Jin necesitando comprobar su seguridad, lo que malditamente me sorprendió. Aparte de mis hermanos, y bien, tal vez mis compañeros de equipo en el campo, oh, y posiblemente mis compañeros de trabajo, nunca me había sentido protector por nadie. No por una chica que deseaba.
—Veré como está —respondió levantando las cejas en ese modo paternal diciéndome que retrocediera.
Estreché la mirada hacia él mientras prácticamente lo empujaba hacia el pasillo. —Bueno, ve, entonces.
Se fue y volvió casi de inmediato. —Está bien —fue su única respuesta.
Abrí la boca para demandar más detalles. ¿Bien, cómo? ¿Con otro chico? ¿No vomitaba? ¿Dormía pacíficamente e intocable en la oficina trasera?
Necesitaba saber más. Todo.
Pero llegó la última llamada, y el trabajo robó mi atención durante la siguiente media hora.
Seguí buscándola pero no volví a verla. Debió haberse deslizado entre la gente cuando yo no miraba. Lo que me irritó muchísimo. No pude ni siquiera darle un último vistazo en ese inolvidable vestido sin espalda.
Jin encontró un par de chicas borrachas y se ofreció a llevarlas a casa, dejándome para que limpiara las máquinas. Más personas se fueron, las camareras se hallaban ocupadas barriendo y ordenando el área principal. Limpiaba la barra cuando vi a alguien por la esquina de mi ojo yendo a tropiezos por el pasillo que conducía a los baños. Ya que habíamos cerrado hace diez minutos y el lugar se hallaba vacío de clientes, eché un vistazo para decirle a quienquiera que fuese que debía irse.
Pero Lim SeMi se encontraba demasiado ocupada excavando en su bolso y sacando un set de llaves como para notarme.
Mi boca se abrió. Aún no se había ido. La observé otra vez, tan ocupado con mi escrutinio que me tomó un segundo darme cuenta de lo que hacía. No iba a conducir en su condición, ¿o sí?
Rebuscando en el anillo lleno de metales hasta que encontró la llave que buscaba, tropezó con sus tacones chocando contra el costado de una mesa, y luego enderezándose antes de dirigirse hacia la puerta.
Oh, diablos, no.
—¡Oiga! —grité— ¡Dra. Lim!
Pero ella siguió caminando. No me escuchó, o simplemente me ignoró. Cuando salió, maldije.
—Oye —Me giré hacia una camarera que sacaba cuentas y contaba en la caja registradora—. ¿Están bien aquí, chicas?
Ni siquiera detuvo su cuenta, sino que asintió y me hizo señas con su mano. —Sí. Puedes irte.
—Gracias. —No esperé a que cambiara de opinión. Poniendo una mano sobre el mostrador, salté sobre él y corrí hacia la puerta.
El aire fresco del viento atravesó mi camiseta tan pronto como salí recordándome que dejé la chaqueta dentro. Pero no me importó; la recogería más tarde.
Buscando a mi profesora y localizándola de inmediato, puse las manos alrededor de mi boca. —¡SeMi!
Vaciló y giró dejando caer sus llaves en medio de la calle. Un coche acababa de doblar, pero ella no pareció notar su aproximación mientras se agachaba para recoger su llavero. El pánico saltó en mis venas cuando me preocupé por el auto que estaba a punto de convertirla en un panqueque.
Saltando de la acera, corrí hacia adelante, agarré su codo y la puse en posición vertical al tiempo que ella agarraba el manojo de llaves. El próximo auto desaceleró cuando nos atrapó con sus faros, pero la saqué del camino de todos modos. Apartó mi mano tan pronto como llegamos a la zona de estacionamiento y el coche aceleró, pasándonos.
—¿Qué crees que estás haciendo? —demandó.
Puse las manos en mis caderas y me cerní sobre ella. —Trato de averiguar qué demonios crees tú qué haces.
Intentó mantenerse en pie endureciendo los hombros, pero acabó tropezando un paso a la izquierda.
—Yo... —Hizo una pausa para hipar. — Voy a casa. El bar cerró. Mi... mi cita me plantó.
Una arruga se formó entre sus cejas cuando lo confesó. Lució dolida. Suspiré.
Mierda. Mierda, mierda, mierda.
—Pero no ibas a conducir a casa, ¿o sí?
Se giró para mirar su auto como si estuviera considerando su respuesta. Luego evadió descuidadamente. —Bueno, seguramente no me llevará volando a mi casa.
—Tú... —Froté mi frente— ¿Cómo puedes tener un doctorado a los treinta y ser tan ingenua?
—¿En qué estoy siendo ingenua?
—¿En qué crees? No puedes conducir a casa borracha. ¿Qué si tienes un accidente? ¿Qué si te detienen? Irías a la cárcel y perderías tu trabajo. Entonces nunca serías capaz de darle a un pobre idiota como yo otro 72 en tu vida.
—Tienes razón —admitió. Luego giró los ojos en mi dirección y pareció tan perdida que quise alejar todos sus problemas—. ¿Pero cómo se supone que vaya a casa? —Sus hombros cayeron— Solo quiero ir a casa.
Maldita sea. Si tan solo no hubiera habido un temblor en su miserable y abatida voz.
—Te llamaré un taxi —ofrecí, ya hurgando en mi bolsillo. Después de trabajar en el bar por tantos meses como lo he hecho, tenía el servicio de taxi favorito enumerado en el marcador rápido.
—Pero no puedo dejar mi auto aquí. —Sonó horrorizada.
Hice una pausa cerniendo mi pulgar sobre el botón de llamada. —Está bien. La gente lo hace todo el tiempo. Este seguro. Puedes regresar y recogerlo en la mañana, no hay problema.
Mordiendo su labio inferior miró su Sedan oscuro con preocupación.
—¿En serio? —murmuré bajo y guardé mi teléfono— De acuerdo, bien —no podía creer que fuera a ofrecer esto—. Dame tus llaves, te llevaré a casa.
Se giró hacia mí con esperanza en su expresión, incluso cuando dijo—: ¿Pero qué hay de ti? ¿Cómo irás a casa?
Sacudiendo la cabeza, traté de no estar encantado sobre el hecho de que todavía se encontraba bastante consciente para pensar en mí.
—Me quedaré contigo.
—¿Qué? —Tropezó lateralmente mientras abría la boca.
Reí. —Es broma. Llamaré un taxi desde tu casa y haré que me traigan de vuelta.
Parpadeó, el movimiento la hizo parecer un búho. El maldito búho más lindo que he visto. Mirando lejos porque ella aún me sostenía bajo el asilo de su encanto con su cara bonita y ropa sexy, solté otro suspiro medio esperanzado de que declinara y me dejara llamarle un taxi, pero a la vez de que pudiera pasar otros minutos en su compañía mientras se encontraba así.
—¿Harías eso por mí? —Las palabras arrastradas sonaron extrañas al salir de su boca porque su habla siempre era tan concisa en clases. Era como si ella fuera una persona completamente diferente. Una persona a la que estaba permitido desear— ¿Por qué lo harías? Tú me odias.
—Yo no... No te odio.
Luego de un minuto de silencio, me tendió las llaves. Una oleada de conciencia se desató a través de mi sistema.
No debería hacer esto. Era demasiado arriesgado. Ella todavía tenía un lado de su cabello levantado, aunque después de las últimas horas en el calor del bar y en medio de la presión de tanta gente, había comenzado a ceder en algunos lugares. Todavía lucía tentador, como si alguien hubiera tenido sus manos en él.
Si tan solo esas pudieran ser mis manos.
Cediendo a su atracción, tomé las llaves y contuve el aliento cuando sus dedos rozaron los míos.
Dios, esto iba a ser malo. Ya podía decirlo.
"Malo" para Nam, pero considero que bastante bueno para nosotrxs. ¿Qué opinan?
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