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- 05

Tras el entrenamiento en Valdebebas, me despido de las mujeres con las que he compartido la mañana, y decido que, paro no llegar con las manos vacías a la cena familiar de esta noche, lo mejor será pasar por una pastelería cercana y comprar algo especial.

Subo al coche y conduzco por las calles madrileñas, disfrutando de la animada atmósfera de esta ciudad. Finalmente, encuentro una pequeña pastelería en una esquina con un escaparate que exhibe tartas, pasteles y dulces que tienen una pinta exquisita.

- Este lugar tiene buena pinta - murmuro mientras aparco y entro al local.

El aroma a vainilla, chocolate y fresa me envuelve de inmediato, haciéndome sonreír. El mostrador está lleno de opciones espectaculares: tarta de queso, donuts de chocolate, bandejas de trufas ...

- Buenos días. ¿En qué puedo ayudarte? - me pregunta la dependienta con una sonrisa amable.

Todavía algo indecisa, observo el mostrador recorriéndolo de arriba a abajo.

- Todo se ve delicioso. Estoy buscando algún postre para una cena familiar esta noche. ¿Qué me recomienda, usted?

- Yo optaría por nuestra especialidad, la tarta de tres chocolates. Es ligera, pero deliciosa, a todo el mundo suele gustarle - me sugiere la dependienta, señalando la tarta.

- Tiene muy buena cara. ¿Qué tal si me llevo esa?

- Perfecto.

La dependienta comienza a preparar la tarta mientras yo recorro el resto de la tienda, resistiéndome a la tentación de llevarme media pastelería. Al cabo de uno minutos, me entregan la caja con el postre perfectamente empaquetado.

- Muchas gracias. Seguro que está deliciosa - digo al salir de la tienda.

De regreso al coche, coloca cuidadosamente la caja en el asiento de copiloto y me dirijo hacia la casa de mi hermano, satisfecha con mi elección y ansiosa por la cena de esta noche. Sé que la tarta no es tan gran cosa en comparación con la hospitalidad de mi hermano y mi cuñada, pero para mí es un pequeño gesto de agradecimiento por el cariño con el que me están recibiendo en Madrid.

Llego a casa de mi hermano poco después del mediodía. Apenas cruzo la puerta, escucho los gritos de los niños en el salón. Mis sobrinos corren de un lado a otro, persiguiéndose con risas mientras Pilar intenta mantener algo de orden.

- Tita Sheila - gritan al verme entrar, corriendo hacia mí.

- Vaya bienvenida. ¿Qué hacéis? - pregunto, sonriendo mientras acaricio sus cabezas.

- Mira lo que he hecho - dice Sergio Jr, mostrándome un dibujo lleno de colores.

- Yo he aprendido a hacer la voltereta - añade Marco, dando un salto hacia adelante, aunque no es tanto una voltereta como un intento de caer rodando.

- Muy bien. Pero cuidado, que no queremos accidentes - digo, fingiendo asombro.

Pilar, que observa la escena desde la cocina, me sonríe.

- Gracias por entretenerlos, Sheila. Hoy están algo revoltosos.

- No te preocupes, Pilar, yo me encargo de ellos - respondo, guiñándole un ojo mientras me dirijo al salón con ellos.

Pasamos la tarde jugando y riendo, les ayudo a montar una gigante torre con piezas de construcción. Sergio Jr. se encarga de las bases, mientras que Marco y Alejandro intentan colocar las piezas más altas, aunque siempre con el riesgo de que la torre se derrumbe.

- Cuidado, Alejandro - advierto, conteniendo la risa. - Si derrumbas la torre, tendríamos que empezar de nuevo y yo no sé si tengo tanta paciencia.

- Yo puedo, yo puedo - dice Alejandro con determinación, aunque al final la torre acaba en el suelo entre carcajadas.

Después, les propongo otra actividad más tranquila: pintar. Sacamos hojas de papel, lápices de colores y rotuladores, y los cuatro nos sentamos alrededor de la mesa. Dibujo una caricatura de un futbolista que adivinan enseguida.

- Es papá - gritan al unísono.

- Exacto. La verdad es que me ha salido muy bien - digo, mostrando mi dibujo de un jugador con una cinta en el pelo y un gesto serio.

La tarde pasa volando entre dibujos, juegos y cuentos.

- Gracias por todo, Sheila. No sé qué haría sin ti hoy - le dice Pilar con una sonrisa mientras los niños suben a ducharse.

- Para eso estoy aquí, Pilar. No hay nada que me guste más que pasar tiempo con ellos - respondo.

Tras pasar un tarde llena de risas y juegos con mis sobrinos, me voy hacia mi habitación. Es acogedora, está decorada con tonos cálidos y pequeños detalles preciosos. Me meto en el baño y me ducho tranquilamente. Tras la ducha, me siento en la cama mientras pienso en la cena de esta noche.

- Bueno, hora de ver que ponerme - me digo a mí misma, levantándome para prepararme.

Primero, pongo música en mi móvil, optando por una lista de reproducción con canciones más marchosas para arreglarme. Tarareando una canción de fondo, me dirijo hacia el armario. Tras un momento de indecisión, elijo una falda de tubo con rayas negras y blancas y una camisa blanca, elegante pero no demasiado formal, perfecto para una cena. Lo combino con unos pendientes de aro dorados y un par de botines de tacón bajo.

Frente al espejo comienzo a peinarme. Decido dejar mi pelo suelto, con ondas naturales que caen sobre mis hombros. Mientras tengo el secador en mis manos, escucho una pequeña risa al otro lado de la puerta.

- Tita Sheila - grita Marco desde el pasillo. - ¿Ya estás guapa?

- Siempre estoy guapa, Marco - respondo, riendo, mientras me echo perfume.

Me maquillo con una base ligera, un poco de colorete para dar algo de color a mis mejillas, máscara de pestañas y un labial tono nude.

Cuando termino, me miro al espejo una última vez, ajustándome la camisa y la falda.

- Vaya, Sheila, casi me dan ganas de pedirte que vuelvas a Sevilla con lo guapa que te has puesto - bromea mi hermano, abrazándome.

- Ni lo sueles - respondo riéndome. - He comprado una tarta que está en el frigorífico.

- No hacía falta - dice Pilar. - Los invitados están apunto de llegar, seguro que será una buena cena.

Asiento, sintiéndome emocionada. Una nueva etapa de mi vida está comenzando.

La casa está cálida y animada mientras los invitados empiezan a llegar. La mesa está perfectamente decorada, con un mantel blanco, servilletas a juego y velas que dan un toque más formal. Pilar ha preparado una cena digna para la ocasión.

Estoy en en salón cuando los primeros invitados entran. Lucas Vázquez com Macarena, Isco con Sara y Nacho junto a María.

- Sheila, aquí estamos - dice Isco al entrar con una sonrisa.

- Hola chicos.

- Vaya, Sergio no exageró cuando decía que tenías estilo - comenta Marco guiñándome un ojo, mientras Lucas le da un pequeño codazo.

_ ¿Ya estás ligando, Asensio? No te relajes tanto - dice mi hermano desde el pasillo.

Todos reímos mientras mi hermano comienza a servir copas de vino y refrescos para todos. El ambiente es agradable, no tardo en unirme a la conversación.

Cuando todos nos sentamos a la mesa, Pilar se encarga de presentar los platos. Ha preparado solomillo y una cazuela de merluza al horno como plato principal.

- Esto huele genial, Pilar. ¿Seguro que no has contratado a un chef? - pregunta Isco, haciéndonos reír.

- Isco, no se puede competir con la comida de las madres - responde Pilar, orgullosa de sus platos.

Estoy sentada entre Marco y Pilar, disfrutando de la comida mientras escucho las bromas y anécdotas del equipo. Isco y Lucas parecen decididos a animar la noche.

- ¿Recordáis aquella vez que Marco se quedó dormido en el autobús y casi lo dejamos en el hotel? - pregunta Lucas, provocando las risas mientras Marco niega.

- Eso no fue culpa mía. El viaje era muy largo - protesta él.

- No te preocupes, Marco. Yo también me duermo en cualquier lado - digo sonriendo.

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