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01 | shake your hand, say hi.

⁰⁰ If we can still see each other
Shake your hand, say hi. ✩ ﹐

──⛓️‍💥. are we still friends? tyler the creator

ACURRUCADA ante la pared, el frío de Manchester no perdona ni a las más inocentes almas, el colchón en el piso, se sentía como acostarse en una roca. El cuarto olía a marihuana y alcohol barato de ese que se compra en las calles. Rhea a sus 10 años ya era familiar con el olor, y su nariz se había acostumbrado al olor putrefacto de su propio hogar si es que se le podía llamar así a la pequeña casa con techo de zinc en la que vivían ella, su padre y su hermana, aunque ella ya no solía estar cerca, no desde la muerte de su madre.  Rhea le había preguntado más de una vez dónde estaba cuando llegaba de noche a casa, despeinada y cansada, Merelyn no respondía simplemente se echaba a la cama y dormía. Llegó un momento en el que el silencio le bastó y decidió dejar de preguntar, había aprendido que habían cosas que ella simplemente no debía saber. Cosas que estaban mejor manteniéndolas en la oscuridad.

No había sabana que cubriera el cuerpo helado de la pequeña, pobres aquellos que trataron de ayudar, la mayoría terminaban siendo echados a golpes por su padre, el alcohol le afectaba la visión y aveces hasta Rhea salía golpeada si se movía demasiado o muy repentinamente. Aprendió a quedarse callada y ser sigilosa, a pensar dos veces antes de moverse. Sus labios soplaban tratando de calentarse las manos. Envidiaba con fervor a quien pasaba por la fachada con una chaqueta o una bebida caliente. Se levantaría a tomarlas, sus manos congeladas y entrenadas en el arte del silencio robando con delicadeza lo necesario para sobrevivir, lo haría si no fuera porque eran pocas, o casi inexistentes las energías que su cuerpo aún mantenía.

Si su madre hubiera estado aquí ella hubiera rezado por Rhea, pero la pequeña había aprendido que Dios y el cielo son igual de sordos a todas y cada una de las oraciones del mundo, lo notó cuando conoció a Simón, un niño que vivía dos calles de su casa, el tenía una casa más cómoda pero una familia igual de terriblemente podrida desde las raíces. Lo conoció al tratar de escalar su reja pensando que la casa estaría sola, al caer en el césped y ponerse de pie lo primero que se encontró fue con un par de ojos color ámbar mirándola de arriba abajo. Ninguno habló, Rhea se dio la vuelta y volviendo a escalar la reja cayó de nuevo en la calle, en la vil y conocida calle. Días después lo volvió a ver esta vez mientras ella iba a comprar cigarros para su papá, esta vez el habló. —Me llamo Simón. – habló mientras le tocaba el hombro a la niña. —Me llamo Rhea – respondió ella, sin cuestionar el porqué después de que hecha había tratado de colearse a su casa el se presentaba diciéndole su nombre y no gritándole "¡ladrona!" como lo habría hecho la señora de la casa de al lado. Supuso que al parecer a él no le había molestado su presencia.

La próxima vez que escaló su reja la escena fue distinta, escucho gritos, eran frases parecidas a las que papá le gritaba a Merelyn las pocas veces que estaba en casa, o las que, cuando estaba muy borracho, le gritaba a ella misma. También escucho una voz más suave, se parecía a la voz de mamá, estaba tratando de razonar con quien gritaba, cosa que al parecer no funcionaba cómo aquella persona desearía.

El frío volvió a atacar, el cuerpo de Rhea tembló buscando refugio del frío en aquel duro colchón, buscando algo que abrazar solo encontró la duda pared, no existía nada que le proveyera el calor humano que ella tanto necesita. El frío de Manchester no solo no perdona sino que también recuerda con rencor a quien sobreviva su tormento. Pobre aquel que sobrevive pues vive con la maldición del recuerdo.

Tosca con manos tan gentiles cómo un cuchillo ella se acercó a Simón quien se encontraba sentado en la esquina del pequeño patio. Ella se sentó a su lado y no dijo palabra. Mamá le había enseñado que el silencio era la mejor manera de comunicarse y aunque ahora eran pocas las veces en las que el silencio alguien lo escuchaba decidió intentarlo de todas manera, no hacía daño intentar. Al menos no con el, pues el peligro era seguro y la seguridad peligrosa. —¿cuantos años tienes? – preguntó Simón sin voltear a verla, era como que el, al igual que ella, sentía que cualquier movimiento disiparía la poca paz que existía en aquel momento. —Diez años y 4 meses.
—¿porque cuentas los meses? – la realidad era que ella no lo sabía, Mamá siempre lo había hecho y ella robo el hábito como robaba bolsas y comida de la tienda. Pero si decía eso temía que el preguntara por su mamá y ella no supiera cómo responder, cada vez que pensaba mucho en ella los ojos se le aguaban y cuando empezaba a sollozar su padre la abofeteaba. No deseaba sollozar, se vería muy ridícula. —Simplemente me gusta hacerlo – respondió subiendo los hombros y bajándolos. —Yo tengo catorce – respondió el y luego de eso no volvieron a intercambiar palabra en la hora que se quedó ella ahí. Luego ella se fue cuando los gritos cesaron.

Rhea no había comido nada y eso no ayudaba con el frío, ¿pero que podía comer si todo le sabía a sangre? Además en la casa no había mucho que comer de todas formas. Extrañaba la comida de mamá, su sopa caliente hubiera estado perfecta, claro ella probablemente no volvería a comer sopa nunca en su vida pues era muy caro comprar los ingredientes y las sopas pre hechas eran un insulto al recuerdo de su madre. Escucho desde su lugar en el suelo a su padre prender otro cigarro el humo llegando hacia ella como un ángel sin alas, arropándola en el finito calor que pronto desapareció, tan rápido como llegó así se fue. Su padre no podría jamás amar, ni siquiera trataba de actuar como si la amara, para el, después de la muerte de mamá Rhea era un recuerdo, una maldición, demasiado parecida a su madre pero a la vez tan distinta, un insulto al recuerdo de su amante. ¿Cómo podría amarla? Imposible, no cuando la memoria continuamente presionaba una pistola contra su cabeza demandando que traiga de vuelta a los muertos.

Rhea había visto en primera fila la manera en la que los santos abandonaron a su madre golpe a golpe y ahora minuto a minuto los santos y la poca inocencia que le quedaba la abandonaban a ella, Dios la había visto y se había rendido dándole paso a un animal salvage a tomar las riendas de su corazón, ella suponía que era por eso que se sentía tan atrapada, como si algo en su interior mordiera y peleara por salir de su piel. Ella hacía un tiempo que lo había aceptado, hace exactamente dos años y cinco meses, ese día tomó de la casa de al frente diez dólares para comprar comida. Ahí empezó todo.

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