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ix ┆a man without love ୭˚. ᵎᵎ

𝐭𝐲𝐩𝐞: oneshot
𝐥𝐨𝐯𝐞 𝐢𝐧𝐭𝐞𝐫𝐞𝐬𝐭: stanley pines
𝐜𝐚𝐭𝐞𝐠𝐨𝐫𝐲: SI TE GUSTA EL PERSONAJE DE STAN VAS A SUFRIIR
𝐰𝐚𝐫𝐧𝐢𝐧𝐠𝐬: menciones de alcohol y posible depresión/muy baja autoestima.
𝐬𝐢𝐥𝐯𝐢𝐚'𝐬 𝐧𝐨𝐭𝐞: q onda muertillos

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Stanley nunca había sentido tanto desprecio por una fecha como por su cumpleaños. Lo odiaba. Cuando era más joven, le encantaba celebrarlo, reír con su hermano, compartirlo contigo, y hablar sobre los sueños que tenía para su futuro. Ahora, no había nada que desear. No había pastel, ni velas, ni amigos que le cantaran cumpleaños. No, solo había alcohol, desconocidos que no le importaban, y una vida que le había pasado factura demasiado pronto. Cumplía 30 años, y su vida no se parecía a nada de lo que había imaginado. Vivía en su auto, sin rumbo, en una rutina que consistía en estafas y en beber lo suficiente para olvidar.

Esa noche, el bar estaba repleto de extraños. Risas y conversaciones llenaban el aire, pero ninguna de esas voces le importaba. Su única compañía era un vaso medio vacío. Suspiró, dejando caer la cabeza sobre sus manos. Era como si todo lo que había tocado se hubiera convertido en polvo entre sus dedos. Fracasado. Esa palabra le había seguido como una sombra desde que dejó esa casa, desde que escuchó los gritos de tus padres, el desprecio en sus ojos. Y luego, como si eso fuera poco, perdió lo único que alguna vez hizo que la vida valiera la pena.

Tú.

Pensaba en ti más de lo que le gustaría admitir. Sabía que, en el fondo, seguías siendo el único punto de luz en una vida que se había vuelto oscura.

Después de varios tragos más, tropezó hasta salir del bar, sintiendo el aire frío de la noche golpearle la cara. Afuera, junto al bordillo de la calle, había un teléfono público. Algo en él, tal vez el alcohol, tal vez la nostalgia, le hizo caminar hacia él.

Con dedos torpes, marcó el número de memoria, rogando que no hubieras cambiado de teléfono, el mismo que había marcado tantas veces antes, cuando su corazón aún estaba lleno de esperanza y planes para el futuro.

El teléfono sonó una vez. Su corazón comenzó a latir más fuerte. Dos veces. Quiso colgar. Tres veces. El miedo lo invadía. Y luego, el pitido.

──¿Hola? ── tu voz sonó, más suave de lo que recordaba, pero inconfundible.

Stanley sintió su corazón acelerarse. Era tú. Después de tantos años, ahí estabas, y las palabras se le atascaron en la garganta. Hizo lo único que supo hacer cuando estaba nervioso: soltar un mal chiste.

──¿Qué hace una chica tan hermosa contestando un teléfono en medio de la noche? Espero que no estés esperando a alguien...

Hubo una pausa. Tu respiración se detuvo, y entonces, con una mezcla de sorpresa y reconocimiento, hablaste:

──¿Stanley? ¿Eres tú?

Stan rió, pero el sonido era seco, forzado.

──El mismo que viste y calza, o al menos el mismo desastre de siempre

Hubo un breve silencio antes de que escucharas tu exclamación de sorpresa.

──Dios mío... ¿Cómo... cómo estás?

Su pecho se apretó ante la preocupación genuina en tu voz. No había sentido ese tipo de calidez en años.

──Ah, ya sabes... vivo en un auto, bebo más de lo que debería, ¡pero hey! Mi vida no podría ser mejor. ¿Y tú? ¿Qué tal tus padres? ¿Todavía piensan que soy una mala influencia?

Sabía que esa broma dolía, tanto para ti como para él, pero no pudo evitarlo. Era su forma de protegerse, de mantenerse alejado del dolor real que acechaba.

──No hables así, Stan, ── dijiste, la tristeza evidente en tu voz. ──¿Dónde estás? Hace años que no sé de ti. No puedes llamarme así y bromear como si nada hubiera pasado.

El tono serio de tus palabras lo golpeó de lleno. El nudo en su garganta creció, pero no estaba listo para dejar caer la máscara, al menos no del todo.

──Estoy bien, solo quería... escucharte. No es gran cosa. Sabes, un cumpleaños más. Lo mismo de siempre.

──¿Estás solo?── preguntaste, y aunque era una pregunta sencilla, estaba llena de preocupación.

Stanley dejó escapar una risa amarga.

──¿Qué te puedo decir? No todo el mundo tiene la suerte de estar rodeado de amigos y familia. Algunos de nosotros estamos... un poco más solos en el mundo.

Otra pausa. Podía imaginarte, con el ceño fruncido, intentando procesar lo que realmente estaba ocurriendo.

──Stanley... tú no deberías estar solo. No en tu cumpleaños, ni en ningún otro día. ¿Por qué no me llamaste antes?

Las imágenes de esa noche lo golpearon como un puñetazo en el estómago. Tus padres, las palabras que lo hirieron más de lo que nunca quiso admitir, y tú, suplicándoles. Suplicando por él.

──Yo lo escuché, ¿sabes? Lo que dijeron tus padres. ── La voz de Stan tembló, y cerró los ojos, tratando de mantener el control. ──Sabían que estaba ahí afuera, ¿verdad? Un fracasado... que no tenía futuro. ── Su voz se rompió al final, y él rápidamente apartó el auricular de su boca, limpiándose los ojos con el dorso de la mano.

──No... no fue justo lo que dijeron. Yo nunca lo creí, tú lo sabes. ── Tu voz era baja, como si intentaras calmar las olas de dolor que sabía que te consumían también.

──Sí, pero tenía razón. Mira dónde estoy. En algún lugar perdido, bebiendo solo porque... porque no tengo a nadie.

Tantos años guardando el dolor, escondiéndolo detrás de una sonrisa y bromas malas. Pero ya no podía más.

──Stanley, no digas eso. No estás solo... no ahora, no mientras estoy aquí. ¿Dónde estás? Por favor, dime dónde estás.

El sonido de tu voz rompió algo dentro de él, algo que había mantenido enterrado durante años. La pared que construyó para no sentir, para no recordar, se desplomó. Las lágrimas empezaron a correr por su rostro, incontrolables.

──Lo siento tanto... lo siento. Todo lo arruiné. Te fallé.

──No me fallaste. ── Tu voz era un susurro ahora. ──Stanley, por favor... dime dónde estás. Déjame ayudarte.

A través de las lágrimas, él apenas pudo articular las palabras. Te dio la dirección del bar, sintiéndose más vulnerable de lo que jamás había estado.

──Voy para allá. No te muevas. Te encontraré.

Stanley tembló un poco, sintiendo una mezcla de alivio y culpa. Alivio porque por fin había hablado contigo. Culpa porque te estaba arrastrando de nuevo a su caos. Pero por primera vez en años, sintió que alguien se preocupaba por él.

──Si no llegas, no te culpo.

──Stan. ── dijiste firmemente. ──Nunca dejé de preocuparme por ti. Nunca lo haré.

Colgó el teléfono, y mientras lo hacía, las lágrimas cayeron con más fuerza.

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Stanley despertó con un dolor de cabeza punzante y un sabor amargo en la boca. Su cuerpo se sentía pesado, como si lo hubieran atropellado por un camión en lugar de haber pasado la noche durmiendo. Parpadeó varias veces, tratando de ubicarse.

¿Dónde estaba?

El techo del auto destartalado sobre su cabeza fue la respuesta. Se sentó, llevándose una mano a la frente, el golpe del dolor punzante cada vez más agudo. Botellas vacías rodaban por el asiento trasero, y entre ellas, pequeños paquetes con polvo que definitivamente no era harina.

Suspiro, con un escalofrío recorriéndole la espalda. La llamada.

Habías respondido. Él te había escuchado, habías hablado con él, y todo había sido tan... real. La manera en que te preocupaste, cómo prometiste ir a buscarlo. Te imaginó, corriendo por la puerta, dejando todo atrás para encontrarlo, como si los años no hubieran significado nada.

Como si nunca lo hubieras dejado atrás.

Como si nunca lo hubieran roto.

Pero ese recuerdo... no se sentía bien. Algo no encajaba.

Recordaba todo con una claridad que le revolvía el estómago. ¿Te había llamado realmente? Pero ese recuerdo... no se sentía bien. Algo no encajaba.

El sueño, o lo que pensó que había sido realidad, se desmoronó como un castillo de naipes cuando la verdad lo golpeó. Lo había soñado.

Lo había soñado todo.

Pero lo más doloroso no fue el sueño. No. Lo más doloroso fue el verdadero recuerdo que lentamente comenzó a filtrarse entre las brumas del alcohol.

Llamó al mismo número. El número que te pertenecía, el número que solía marcar cada vez que se sentía perdido y que colgaba cada vez que respondía, esperando escuchar tu voz al otro lado. Pero esta vez, cuando lo hizo, no fuiste tú quien contestó.

Era un hombre.

──¿Hola? ── Había dicho, su voz profunda y despreocupada.

Stanley había tragado saliva, la tensión acumulándose en su pecho.

──¿Puedo hablar con...?── Vaciló. Solo pronunciar tu nombre ya era suficiente para hacerle temblar. ──¿Está ella ahí?

El hombre se había quedado en silencio por un segundo antes de gritar, desde el otro lado de la línea:

──¡Cariño, es para ti!

Stanley no esperó a escuchar más. Colgó el teléfono de golpe, el ruido del auricular chocando contra el receptor resonando en sus oídos como un disparo. 

No. No. No.

Sentado solo en el auto, con el eco de ese "cariño" en su cabeza, apretó los dientes, golpeando el volante con el puño cerrado.

Al principio, fue pura ira la que lo inundó. Un calor abrasador, casi insoportable, hizo que su respiración se acelerara. ¿Cómo te atreves? Su mente gritaba con furia. ¿Cómo pudiste olvidarme? ¿Cómo pudiste reemplazarme? En algún lugar de su corazón roto, había albergado la estúpida y patética esperanza de que todavía lo pensaras, de que no hubieras seguido adelante. De que quizás... solo quizás, lo habrías esperado.

Pero la ira no tardó en desvanecerse, y lo que quedó fue la decepción más abrumadora que jamás había sentido.

Sus hombros cayeron, y las lágrimas que había derramado la noche anterior en el sueño volvieron a amenazar.

Claro que habías seguido adelante.

¿Quién no lo haría? Eras hermosa, inteligente, siempre más fuerte de lo que él podría haber sido.

Seguramente te habías casado con alguien que te mereciera, alguien que hubiera logrado todo lo que él no pudo. Un tipo que tenía una casa, un buen trabajo, estabilidad... Todo lo que él nunca podría ofrecerte.

Stan sonrió, pero era una sonrisa triste, llena de amargura. ¿Qué esperaba? Diez años. ¿Quién demonios esperaría diez años a un fracasado que ni siquiera podía mantenerse a sí mismo? Tus padres siempre lo habían dicho. Todos lo habían advertido. Él simplemente fue lo suficientemente idiota como para pensar que podrían haber estado equivocados.

──Fracasado. ── se susurró a sí mismo, las palabras de tantos años resonando en su mente.

Con el corazón pesado y los ojos aún nublados, salió del auto. El bar aún estaba allí, como un agujero oscuro al que volver. Caminó hacia la puerta, tambaleante, sus manos metidas en los bolsillos de su chaqueta arrugada.

Había creído que el dolor se había detenido, que después de tanto tiempo no quedaba nada. Pero todo había vuelto a la superficie, como una herida abierta que nunca había sanado.

Ella ya no estaba. Y nunca más lo estaría.

Apretó los dientes al cruzar la puerta del bar y dirigirse directamente a la barra. Pidió otra bebida, sin siquiera mirar lo que le daban, y bebió un trago largo, sintiendo el ardor familiar correr por su garganta.

──Esto es lo que soy. ── se dijo a sí mismo. Un tipo que bebía solo. Un tipo que vivía en un auto. ──Nada más.

El sonido de los vasos chocando llenaba el aire, pero para Stanley todo estaba en silencio. Porque sabía que no importaba cuántas veces intentara escapar en el fondo de una botella, la verdad siempre estaría ahí, esperándolo.

Y en el fondo, siempre había sabido cómo terminaría todo esto.

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Si notan algun error o falta ortografica ignorela, edite esto medio rápido pq me dí cuenta que nunca lo publiqué

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