i┆glory and death ୭˚. ᵎᵎ
𝐭𝐲𝐩𝐞: oneshot
𝐥𝐨𝐯𝐞 𝐢𝐧𝐭𝐞𝐫𝐞𝐬𝐭: stanford pines
𝐜𝐚𝐭𝐞𝐠𝐨𝐫𝐲: angst y un poco de fluff.
𝐰𝐚𝐫𝐧𝐢𝐧𝐠𝐬: -
𝐬𝐢𝐥𝐯𝐢𝐚'𝐬 𝐧𝐨𝐭𝐞: no sé ustedes pero me encanta como me quedó este oneshot por eso lo voy a publicar primero.
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Gravity Falls siempre fue un lugar peculiar, pero hoy, la locura del día superaba cualquier expectativa. La noche había caído, envolviendo todo en un silencio casi inquietante, roto solo por el crujir de las hojas fuera de la Cabaña del Misterio. Te encontrabas frente a la vieja máquina expendedora, esa por la que habías estado entrando y saliendo con Stanley durante los últimos treinta años. Estabas nerviosa, tus pensamientos se arremolinaban en un torbellino de emociones que no sabías cómo controlar.
Habías esperado este momento durante tanto tiempo. Año tras año, trabajando incansablemente con la esperanza de volver a ver a Stanford, tu prometido. Pero ahora que estaba aquí, a unos pocos metros de distancia, no sabías qué hacer. Una parte de ti quería entrar al ático, hablar con él, asegurarte de que esto era real y no solo otro sueño. Pero la otra parte, la que sentía el peso de todas las heridas del pasado, te decía que sería mejor ir a dormir, aunque sabías que sería imposible conciliar el sueño.
Suspiraste, decidiendo finalmente que Ford ya había tenido un día lo suficientemente largo. Te diste la vuelta, dispuesta a irte, pero de repente, allí estaba él, parado justo detrás de ti. El susto te hizo dar un pequeño salto, el corazón te palpitaba con fuerza mientras lo mirabas.
──Lo siento, no quería asustarte ──dijo Ford con una voz baja, cargada de una mezcla de emociones que no podías identificar del todo.
──Está bien, solo… no te esperaba aquí ── respondiste, tu tono tratando de ser calmado, pero con la voz aún ligeramente temblorosa.
Ambos se quedaron en silencio por un momento, mirándose con una mezcla de incomodidad y nostalgia. Estabas en pijama, algo que te hacía sentir un poco vulnerable en su presencia, mientras que Ford llevaba un simple suéter, como si intentara dejar atrás el día de caos que había tenido. Lentamente, levantaste la vista, observando su rostro con detenimiento. Había cambiado con la vejez, pero para ti, seguía siendo el hombre más hermoso que habías conocido. Sus ojos, aunque cansados, seguían brillando con esa chispa de inteligencia y pasión que siempre te había fascinado.
Ford hizo lo mismo, su mirada recorriendo tus facciones con una ternura que casi te desarmaba.
──Estás hermosa ── murmuró, un leve rubor tiñendo sus mejillas.
Tu corazón dio un vuelco, y te reíste suavemente, tratando de aliviar la tensión del momento. Él también sonrió, y por un breve instante, parecía que el tiempo no había pasado, que todavía eran aquellos jóvenes en la universidad, soñando con cambiar el mundo.
Fue entonces cuando ambos notaron algo. A pesar de todo el tiempo que había pasado, ambos seguían llevando sus anillos de compromiso. El silencio se volvió más denso, pero ninguno de los dos dijo nada al respecto. Era como si las palabras se quedaran atrapadas en sus gargantas, incapaces de salir.
──¿Cómo has estado? ── preguntó Ford finalmente, su voz suave, casi temerosa de la respuesta.
──Bien, ── respondiste, aunque ambos sabían que esa palabra no capturaba todo lo que habías pasado. ──La compañía de Stanley me ayudó mucho estos años. Me mantuvo ocupada.
Ford pareció recordar algo de repente, su expresión cambiando a una mezcla de preocupación y frustración.
──¿Por qué le hiciste caso a Stanley? Sabías todos los peligros que eso conllevaba.
Su reproche te tomó por sorpresa, y sentiste una punzada de enojo.
──¿Estás hablando en serio? ¡Solo tratábamos de ayudarte! Creí que estarías feliz de verme, pero si no es así, entonces me iré. ── diste un par de pasos hacia la salida, el corazón latiendo con fuerza, mezclando tristeza y furia en un torbellino.
──Espera. ── La voz de Ford te detuvo, sonando más desesperada de lo que él hubiera querido.
Querías girarte y enfrentarlo, exigirle respuestas, pero también querías abrazarlo, sentir que todo este tiempo no había sido en vano. Ford estaba a centímetros de ti, su presencia era abrumadora. Parecía querer decir tantas cosas, pero ninguna palabra salía de su boca. Veías en sus ojos un mar de sentimientos contenidos: arrepentimiento, amor, miedo.
Ford se odiaba por no poder expresarlo, por ser incapaz de comunicar lo que realmente sentía. Toda su vida había sido así, tan brillante en la ciencia y tan torpe en lo que respectaba a las emociones. Te quería a su lado, quería abrazarte y nunca soltarte, besarte hasta quedarse sin aliento. Quería decirte que habías sido su impulso todos esos años vagando por dimensiones, que se lamentaba cada día, con la preciosa foto tuya en su billetera. Que lamentaba haber arruinado su compromiso y todos los errores que cometió.
Pero al final, no pudo decir nada de eso. Con un suspiro, Ford se acercó un poco más y, con una voz apenas audible, te deseó buenas noches antes de darte un suave beso en la mejilla para luego dirigirse hacia la máquina expendedora.
Tú lo observaste en silencio, la piel ardiendo como si acabara de confesarte sus más profundos secretos, aunque no había pronunciado más que un simple adiós. Mientras descendía por el pasadizo secreto, te quedaste allí, sonrojada como una adolescente.
Sabías desde que lo conociste en la universidad que Stanford Pines sería tu muerte, y, aún así, tu más grande gloria.
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