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14

-Yiyi, tu postura está mal, agarra mejor la lanza y usa la fuerza de tu cadera y tus piernas- un hombre joven y hermoso corregía la postura de una pequeña Liu Yi en el patio trasero de su modesta casa. El sol de la tarde bañaba el espacio de entrenamiento mientras las hojas de los árboles danzaban con la suave brisa. Su padre, con ese pulcro cabello negro que caía como cascada sobre sus hombros y esos ojos grises como el metal fundido, la examinaba con una severidad que contrastaba con el amor que irradiaban sus pupilas.

-¡Sí, papá!- pero la pequeña niña, con sus coletas despeinadas por el ejercicio y las mejillas sonrosadas por el esfuerzo, siquiera sentía la presión de esa imponente mirada. Estaba perdida en su mundo, moviendo su pequeño cuerpo al compás de las enseñanzas de su padre, determinada a impresionarlo con cada movimiento que realizaba.

-Zihan...- una mujer de presencia etérea tocó el hombro del hombre y sonrió con esa dulzura que caracterizaba cada uno de sus gestos -¿Realmente esto es lo que quieres decirle antes de irte? El tiempo es precioso.

El hombre giró su rostro hacia su mujer y toda la severidad se desvaneció como la niebla ante el sol. Sus ojos, usualmente firmes, se aguaron sin poder contener la emoción que lo embargaba, y no pudo evitar poner una expresión lastimera que intentaba ocultar tras mechones de su cabello. La mujer, también luchando contra sus propios sentimientos que amenazaban con desbordarse, acarició la cabeza de su esposo con esa gentileza que solo ella poseía, sus dedos enredándose en las hebras azabache con ternura.

-Yiyi- tan solo bastó un llamado, suave como el murmullo del viento, y una pequeña Liu Yi ya estaba corriendo hacia las faldas de su mamá, sus pequeños pies descalzos levantando diminutas nubes de polvo en su carrera.

-¡Mami! ¿Qué pasa? ¿Por qué papá está llorando?- dijo ella extrañada, sus grandes ojos metálicos, herencia de su padre, brillando con preocupación mientras sus manitas se aferraban a la tela del vestido de su madre.

-¿¡Quién está llorando!? Revisa tus ojos- el hombre se limpió las lágrimas con el dorso de su mano áspera por años de entrenamiento, intentando mantener una dignidad que se desmoronaba con cada sollozo contenido.

-Escucha Liu Yi... nosotros ya debemos irnos...- la niña miró con extrañeza a la mujer, sin comprender el peso de esas palabras -nos quedamos a tu lado... porque estábamos preocupados ¿Qué sería de nuestra pequeña Yiyi al dejarla sola? ¿Quién cuidaría de ese corazón tan grande que tienes?

Los ojos de la mujer, de un ámbar tan puro que parecían contener la luz del atardecer, miraban directamente los ojos metálicos de Liu Yi, buscando grabar cada detalle de su pequeña en su memoria. Su cabello, tan blanco como la primera nevada del invierno, cabello que era hermoso y exótico a la vez, se movía suavemente al compás del viento como si danzara una última melodía. Ella mantenía una sonrisa serena, pero las lágrimas se acumulaban en sus ojos como gotas de rocío, y sus cejas fruncidas demostraban cuánto esfuerzo ponía en contenerse, en mantenerse fuerte por su pequeña.

-Yiyi- el hombre se arrodilló al lado de la niña, el polvo manchando sus rodillas, ya rendido en intentar ocultar las lágrimas que corrían libremente por sus mejillas -siempre has sido una niña buena, obediente y alegre... siempre has tenido mi mal temperamento cuando algo te parece injusto y la belleza incomparable de tu madre, siempre has hecho todo lo posible por ayudar a los demás aun si eso te metía en problemas... como aquella vez que peleaste con tres niños mayores por defender a un gatito...

El hombre acariciaba la cabeza de la niña una y otra vez mientras vociferaba palabras de afecto, sus dedos callosos enredándose en el sedoso cabello de su hija, memorizando su textura.

-Eres una guerrera honorable, y yo... estoy... yo estoy orgulloso de la mujer en la que te convertiste.

Y en un parpadeo, el tiempo pareció deslizarse como agua entre los dedos. Ahora una Liu Yi adulta era abrazada por su padre, sus ojos aguados y su cuerpo temblando demostraban el desastre emocional que era en ese momento. Su cabello, largo y sedoso como el de su madre, se mezclaba con las lágrimas que no dejaban de caer.

-¿Papá? ¿¡Por qué te fuiste!?- y a pesar de ser una mujer hecha y derecha, ella se escondió en el pecho de su padre llorando como aquella pequeña que una vez fue, buscando ese refugio que siempre encontró en sus brazos.

-Lo siento, lo siento pequeña Yiyi, este padre tuyo es un incompetente- ambos lloraban a lágrima suelta, sus cuerpos temblando con cada sollozo contenido -no pude estar ahí para verte crecer completamente, para amenazar a todos tus pretendientes, para celebrar tus logros...

-¡Ustedes dos! ¿Siempre serán así de dramáticos?- la mujer les dio un zape a ambos, haciendo que le prestaran atención, sus ojos brillando con diversión a pesar de las lágrimas contenidas.

-¡Pero mamá!- se quejó ella sobando su cabeza, un puchero formándose en sus labios igual que cuando era niña.

-Eso duele, Xue'ai...- dijo bajito el hombre recreando la misma acción que su hija, provocando una risa cristalina en su esposa ante lo idénticos que eran padre e hija.

-No tenemos mucho tiempo y lo desperdicias llorando y lamentándote, eres un caso perdido...- la mujer se rió, el sonido como campanillas mecidas por el viento. Se agachó a la altura de Liu Yi y tomó sus mejillas entre sus manos suaves, obligando a que ambas se miraran directamente a los ojos, ámbar contra metal.

-Yo también estoy orgullosa de ti...- Y sin poder evitarlo las lágrimas cayeron otra vez, brillando como diamantes al caer -no quería irme al ver que estabas sola... sé que el viejo Yichen y la anciana Nuo estaban contigo pero... no estaba tranquila sabiendo que ellos también se irían en el futuro y esta vez realmente te quedarías sola... pero ahora... ya no me preocupa.

Liu Yi miró a su madre extrañada, sus ojos grandes y curiosos como cuando era niña.

La mujer rió suavemente, acariciando y limpiando lágrimas de las mejillas sonrosadas de su hija -ese hombre... parece bueno... y parece que te entiende. Ah, mi pequeña Yiyi, a mamá le hubiera gustado estar el día de tu boda, haberte peinado, maquillado... me hubiera gustado tanto verte terminar de crecer... perdona a estos padres... por dejarte sola... y sobre todo perdona a esta madre, por no haberte podido dar una vida mejor... ni haberte enseñado lo suficiente sobre ser una mujer.

-No mamá- ella negó con vehemencia, tomando la mano de la mujer con la suya, aún en su mejilla y cerrando los ojos mientras negaba, las lágrimas cayendo sin control -ustedes... sí me permitieron hacer lo que quería, me criaron con amor y sabiduría... aun si no fuimos abundantes en lo material... si me preguntan estuve llena de amor... cada momento, cada lección, cada abrazo...

El hombre, incapaz de contenerse más, abrazó a ambas mujeres con fuerza, como si intentara fundir sus tres corazones en uno solo.

-Si ese joven te hace llorar, me convertiré en un fantasma feroz y lo maldeciré por siete generaciones...- murmuró apretando aún más a su hija contra él, su voz ronca por la emoción -Si te llega a engañar no dudes en darle una bofetada y... Liu Yi... mi pequeña Yiyi... nunca pierdas eso que te hace ser tú... esa bondad que ilumina todo a tu alrededor.

-Mamá y papá te mirarán desde otro lugar... así que... hija por favor prométenos que... serás feliz.... que vivirás cada día con esa sonrisa que ilumina nuestros corazones.

Liu Yi no sabía qué hacer o decir, su corazón demasiado lleno de emociones para formar palabras coherentes, así que solamente se limitó a asentir con fuerza mientras las lágrimas seguían cayendo.

-Estoy orgullosa de haber sido hija de unas personas tan maravillosas... los amo tanto...- dijo aún entre lágrimas, su voz quebrándose en la última palabra.

Liu Yi pudo ver cómo sus padres sonreían, sus figuras comenzando a brillar suavemente. Su madre, hermosa como siempre, le dedicó una última sonrisa llena de amor, mientras su padre la miraba con ese orgullo que siempre la hizo sentir invencible. Sus formas se fueron desvaneciendo en un conjunto de luces doradas que ascendían al cielo como luciérnagas en una noche de verano, llevándose consigo el calor de su último abrazo familiar, pero dejando en su corazón el eco eterno de su amor incondicional.

Liu Yi se despertó sobresaltada cuando el cielo aún mantenía su manto oscuro, apenas salpicado por el tenue resplandor que anunciaba el amanecer. Su respiración agitada y el sudor frío en su frente delataban la intensidad del sueño que acababa de tener. Las sábanas de seda se sentían pesadas, casi tanto como el nudo en su garganta.

-¿Mi señora? ¿Se encuentra bien?- la voz suave de Mei Ling llegó desde la entrada de la habitación. La joven doncella, con su cabello castaño perfectamente recogido y su vestimenta sencilla pero elegante, se acercó con pasos silenciosos.

-Mei Ling... ¿qué haces despierta tan temprano?- Liu Yi intentó sonreír, pero el gesto no alcanzó sus ojos.

-Siempre me levanto antes del amanecer para preparar sus ropas y...- Mei Ling se interrumpió al notar las lágrimas secas en las mejillas de Liu Yi -¿Ha tenido un mal sueño?

-Yo... extrañamente no lo recuerdo- mintió Liu Yi, mientras el rostro de sus padres aún bailaba en su memoria -solo sé que mi pecho se siente pesado.

Mei Ling, quien en los últimos meses había aprendido a leer entre líneas los estados de ánimo de su señora, pareció meditar un momento mientras acomodaba distraídamente los cojines.

-El jardín imperial es hermoso antes del amanecer- sugirió con una pequeña sonrisa cómplice -el rocío de la mañana sobre las peonías tiene propiedades curativas para el alma, o eso dicen los antiguos.

Liu Yi asintió, agradecida por la sugerencia. Se vistió con ropas simples pero elegantes, resistiéndose a los intentos de Mei Ling por ponerle más capas de seda y adornos.

Los pasillos del palacio estaban silenciosos, apenas iluminados por algunas antorchas moribundas. Sus pasos la llevaron casi inconscientemente hacia los jardines, donde el aroma de las flores nocturnas aún persistía en el aire fresco de la madrugada.

Absorta en sus pensamientos, no notó la figura que la observaba desde el puente que cruzaba el estanque de los lotos hasta que fue demasiado tarde.

-¿Qué hace una dama vagando sola por mis jardines a estas horas?- la voz de Zheng, teñida de diversión, la sacó de su ensimismamiento.

-Tus jardines... como si los hubieras plantado tú mismo- respondió ella sin molestarse en hacer una reverencia, ganándose una carcajada del emperador.

-¿Quién dice que no? Tal vez soy un maestro jardinero secreto- Zheng se acercó con ese andar despreocupado que tanto contrastaba con su posición. La tenue luz del amanecer dibujaba sombras intrigantes en su rostro, resaltando esa sonrisa que oscilaba entre la picardía y la serenidad.

-Tú no distinguirías una peonía de una col- Liu Yi comenzó a caminar, sabiendo que él la seguiría.

-Me hieres profundamente, yo que dedico mis noches a estudiar el noble arte de la jardinería- dramatizó él, colocándose a su lado. Su túnica imperial susurraba contra el suelo de piedra.

Caminaron en un silencio cómodo, sus pasos sincronizados naturalmente. El cielo comenzaba a teñirse de tonos rosados y dorados, como si los dioses estuvieran pintando sobre seda.

-Tienes ojeras- comentó él de repente, su tono perdiendo todo rastro de burla -¿Los fantasmas del pasado no te dejan dormir?

Liu Yi se detuvo frente a un árbol de cerezo, sus flores apenas visibles en la penumbra. -Los fantasmas al menos tienen la decencia de aparecer solo en sueños. No como cierto emperador que aparece a todas horas solo para molestar.

Zheng sonrió, pero sus ojos permanecieron serios mientras la observaba. -Algunos fantasmas son más persistentes que otros- dijo suavemente, extendiendo su mano para retirar un pétalo que había caído en el cabello de Liu Yi.

El gesto, tan simple y a la vez tan íntimo, hizo que el corazón de Liu Yi saltara en su pecho. Por un momento, el tiempo pareció detenerse mientras los dedos de Zheng rozaban su cabello, un toque tan ligero como el ala de una mariposa.

-Si sigues tocándome con tanta familiaridad, los ministros tendrán otro motivo para sus murmuraciones- advirtió ella, pero no se apartó.

-Déjalos murmurar- respondió él con esa sonrisa que reservaba solo para ella, la que no era ni burlona ni imperial, sino simplemente Zheng -después de todo, ¿no sería mejor si se extendiera el rumor que el emperador esta locamente enamorado? La opinión pública podría estar a mi favor.

El sol comenzaba a asomarse por el horizonte, bañando el jardín en una luz dorada que hacía brillar las gotas de rocío como diminutos diamantes. Liu Yi observó de reojo a Zheng, preguntándose en qué momento el irritante emperador que conoció en Qi se había convertido en alguien tan... esencial en su vida.

-Eres imposible- murmuró ella, ocultando una sonrisa.

-Lo sé- respondió él con simplicidad -es parte de mi encanto.

Y así continuaron caminando, entre pullas y silencios cómodos, mientras el palacio despertaba a su alrededor y el peso en el corazón de Liu Yi se hacía un poco más ligero con cada paso.

Una voz resonó a lo lejos.

"Si... después de todo, parece un buen chico... "

Liu Yi se güiro extrañada, sin saber quién había hablando, más no se quedó distraída mucho tiempo al ser llamada por Zheng una vez más.

Continúo su camino mientras una tenue luz se desvaneció en el aire.
...

El sol ya había ascendido por completo en el cielo cuando Liu Yi y Zheng regresaron a los pasillos principales del palacio. Sus pasos resonaban contra el suelo de mármol mientras varios sirvientes se inclinaban respetuosamente a su paso.

-¡Mi señora! -la voz alarmada de la Dama Cheng cortó el ambiente tranquilo como un cuchillo- ¿Dónde ha estado? ¡Tenemos la clase de etiqueta en diez minutos!

La matrona, con su cabello negro como la tinta y su túnica impecable, fulminó con la mirada a Liu Yi antes de notar la presencia del emperador. Su rostro pasó del enojo a la sorpresa en un instante, realizando una profunda reverencia.

-Su Majestad, no sabía que...

-No te preocupes, Dama Cheng -interrumpió Zheng con una sonrisa divertida-. Yo robé a tu alumna esta mañana. La culpa es mía.

-Pero Su Majestad, las lecciones...

-Pueden esperar -declaró él con ese tono que, aunque suave, no admitía réplica.

Por el pasillo apareció Lady Wheng, quien al ver al emperador se detuvo en seco. Sus mejillas se tiñeron de rosa mientras realizaba una elegante reverencia, sus movimientos practicados hasta la perfección.

-Su Majestad -saludó con voz dulce y modulada, sus ojos brillando con admiración apenas disimulada.

-Lady Wang -respondió Zheng con cortesía formal.

La joven noble lanzó una mirada curiosa hacia Liu Yi, probablemente preguntándose qué hacía una mujer de origen común en presencia del emperador, pero su educación y su evidente fascinación por Zheng le impidieron hacer comentario alguno.

-Si me disculpan -dijo Lady Wang con otra reverencia grácil-, debo atender mis deberes matutinos.

Mientras se alejaba, sus pasos eran ligeros y elegantes, aunque Liu Yi notó cómo la joven noble se demoraba más de lo necesario, como si esperara que Zheng la detuviera. No pudo evitar pensar que esa mujer era lamentable...

Un ladrido ensordecedor rompió la tensión del momento. Daiyu apareció corriendo por el pasillo, su pelaje negro ondeando como una bandera al viento. El enorme perro se detuvo junto a Liu Yi, sentándose a su lado mientras su cola golpeaba rítmicamente contra el suelo.

-Mi señora... -comenzó la Dama Cheng con tono de reproche- El comportamiento de su mascota...

-Es perfectamente normal para un perro -interrumpió Zheng, sus ojos brillando con diversión-. Además, ¿no dicen que los animales son excelentes jueces de carácter?

Liu Yi ocultó una sonrisa mientras acariciaba las orejas de Daiyu. La Dama Cheng, por su parte, parecía estar conteniendo un suspiro de exasperación.

-Me retiro -anunció Zheng-. Tengo asuntos de estado que atender. Dama Cheng, te la devuelvo para sus lecciones.

Mientras se alejaba, se detuvo un momento y añadió en voz baja, solo para que Liu Yi y la Dama Cheng pudieran escuchar:

-Esta noche iré a visitarte -su sonrisa brillo con picardía-. Asegúrate de estar despierta.

Y con eso se fue, dejando a Liu Yi con una sonrisa involuntaria en los labios y a la Dama Cheng murmurando sobre lo impropio de toda la situación.

-Mi señora -comenzó la Dama Cheng mientras caminaban hacia la sala de estudios, su tono oscilando entre la exasperación y el afecto contenido-, debe entender que su posición requiere cierto... decoro.

Liu Yi acarició distraídamente las orejas de Daiyu mientras escuchaba el ya familiar sermón. El perro, ajeno a la seriedad del momento, movía su cola alegremente.

-Daiyu es parte de mi familia -respondió ella con suavidad pero firmeza-. No puedo simplemente mantenerlo encerrado todo el día.

La Dama Cheng suspiró profundamente mientras se detenían frente a la puerta de la sala.

-No le pido que lo mantenga encerrado, mi señora. Solo que... -miró al enorme perro que ahora se había tumbado a los pies de Liu Yi- tal vez podría intentar que no corriera como un potro salvaje por los pasillos del palacio.

Liu Yi sonrió, reconociendo la preocupación detrás de las palabras severas de su mentora.

-Lo intentaré -prometió, aunque ambas sabían que Daiyu seguiría haciendo lo que quisiera.

La Dama Cheng pareció resignarse, sus facciones suavizándose ligeramente mientras sacaba un pergamino de su manga.

-Por cierto, mi señora... -su tono cambió a uno más formal- sobre su petición de ayer...

Liu Yi se enderezó, súbitamente atenta. El día anterior había expresado su deseo de aprender todo lo necesario para ser una emperatriz digna, consciente de las limitaciones de su educación previa.

-Su Majestad ha seleccionado personalmente a sus nuevos maestros -continuó la Dama Cheng, desenrollando el pergamino-. Llegarán hoy mismo.

Los ojos de Liu Yi se abrieron con sorpresa. No esperaba que Zheng actuara tan rápido.

-El maestro Wei para caligrafía y poesía, la maestra Sun para música y danza, el erudito Zhang para historia y política... -la Dama Cheng hizo una pausa, sus cejas frunciéndose ligeramente- y... el maestro Huang.

El último nombre fue pronunciado con un tono que mezclaba desconcierto y algo de desaprobación.

-¿El maestro Huang? -preguntó Liu Yi, curiosa por la reacción de su mentora.

-Es... un maestro de artes marciales -respondió la Dama Cheng, claramente confundida-. Su Majestad insistió específicamente en su inclusión, aunque debo decir que es bastante... irregular.

Liu Yi sintió que su corazón se expandía con gratitud. Zheng había entendido, sin necesidad de palabras, lo importante que era para ella mantener vivo el legado de su padre.

-Las lecciones con el maestro Huang serán... discretas, por supuesto -añadió la Dama Cheng, recuperando su compostura-. Aunque sigo sin entender por qué Su Majestad consideraría apropiado que la futura emperatriz aprenda...

-Porque entiende que una emperatriz debe ser fuerte en todos los aspectos -interrumpió Liu Yi suavemente-. No solo en apariencia.

La Dama Cheng la observó por un momento, y Liu Yi creyó ver un destello de comprensión en sus ojos.

-Bien -dijo finalmente la matrona, guardando el pergamino-. Pero primero, tenemos una lección de etiqueta que completar. Y no, Daiyu no puede quedarse durante la clase.

Liu Yi asintió, conteniendo una sonrisa mientras enviaba a su fiel compañero al jardín. Mientras entraba a la sala de estudios, no pudo evitar pensar en Zheng y en cómo, a su manera excéntrica, siempre parecía saber exactamente lo que ella necesitaba.
...

La sala de reuniones estaba impecablemente preparada. Liu Yi, sentada con la postura perfecta que la Dama Cheng había insistido tanto en enseñarle, observaba a los maestros que Zheng había seleccionado para ella.

El maestro Wei, un hombre mayor de barba blanca y ojos amables, sostenía un pincel con la elegancia de años de práctica. La maestra Sun, una mujer de mediana edad con movimientos fluidos como el agua, mantenía una postura digna pero accesible. El erudito Zhang, con sus lentes de cristal y su expresión seria, revisaba meticulosamente unos pergaminos.

-También vendrá el doctor Jin -anunció la Dama Cheng consultando su pergamino-. Su Majestad mencionó que usted tiene conocimientos básicos de medicina...

-Aprendí de mi madre -respondió Liu Yi suavemente, el recuerdo de su sueño aún fresco en su memoria.

El doctor Jin, un hombre de aspecto sabio y sereno, asintió con aprobación.
-Los conocimientos tradicionales son valiosos, mi señora. Construiremos sobre esa base.

La puerta se abrió de golpe, sobresaltando a todos. Un joven entró tropezando con sus propios pies, varios pergaminos cayendo de sus brazos mientras intentaba mantener el equilibrio.

-¡Lo siento! ¡Lo siento mucho! -se disculpó mientras recogía los pergaminos desperdigados-. Me perdí tres veces llegando aquí, ¡el palacio es enorme! Y luego un gato me distrajo, y después...

-¿Y usted es...? -interrumpió la Dama Cheng, con una ceja arqueada.

-¡Ah! Sí, perdón -el joven se enderezó, solo para golpearse la cabeza con una mesa baja-. ¡Auch! Soy... soy el maestro Huang. Maestro de artes marciales.

Liu Yi tuvo que contener una sonrisa ante la expresión horrorizada de la Dama Cheng. El maestro Huang no podía tener más de veinticinco años, con un rostro juvenil y amable que parecía más apropiado para un estudioso que para un maestro de combate.

-Debe haber un error -comenzó la Dama Cheng-. Su Majestad no pudo haber...

-No hay error -una voz familiar interrumpió desde la puerta. Zheng entró con su habitual aire despreocupado-. El maestro Huang es exactamente quien pedí.

Todos se inclinaron ante el emperador, excepto Liu Yi que no estaba acostumbrada a eso y el maestro Huang quien, en su prisa por hacer una reverencia, volvió a tropezar y casi cae sobre la mesa de té.

-Pero Su Majestad... -la Dama Cheng parecía estar conteniendo un dolor de cabeza.

-El maestro Huang -continuó Zheng con una sonrisa divertida- fue capaz de derrotar a tres de mis mejores guardias. Al mismo tiempo. Sin sudar.

Liu Yi observó con nuevo interés al joven maestro, quien ahora estaba distraídamente intentando ordenar sus pergaminos al revés.

-Las apariencias pueden ser engañosas, ¿no es así? -comentó Zheng con un brillo travieso en sus ojos.

Ella entendió el mensaje oculto en sus palabras. Como ella misma, el maestro Huang era alguien a quien otros podrían subestimar a primera vista.

-Entonces -dijo el maestro Huang alegremente, finalmente logrando organizar sus pergaminos-, ¿cuándo comenzamos?

-Después de que aprenda a caminar sin tropezar, esperemos -murmuró la Dama Cheng, pero Liu Yi notó el tono de resignación en su voz.

Zheng se acercó discretamente a Liu Yi mientras los demás discutían los horarios.

-¿Están a la altura de tus expectativas? -preguntó en voz baja.

-El maestro Huang es... interesante -respondió ella, observando cómo el joven maestro ahora intentaba explicar un movimiento de combate y casi golpea un jarrón valioso en el proceso.

-Es el mejor -afirmó Zheng con seguridad-. Todos lo son. Merecen enseñar a la futura emperatriz.

Liu Yi sintió un calor expandirse en su pecho ante sus palabras. Antes de que pudiera responder, el maestro Huang logró crear un pequeño caos al intentar demostrar una postura básica, causando que varios pergaminos volaran por la habitación.

-¿No tenias asuntos que atender? - pregunto tratándo de disimular el calor de sus mejillas.

-El podrá ser el mejor pero... No tiene sentido de la orientación-se río bajito en forma cómplice- lo encontre pedido y lo traje a ti... Espero que te sirva...

-¡Lo siento! ¡Lo arreglo en un momento! -exclamó el joven maestro, corriendo de un lado a otro mientras la Dama Cheng miraba al techo como pidiendo paciencia a los dioses.

Zheng soltó una risita antes de dirigirse a la salida.

-Los dejo en sus lecciones -anunció-. Y mi dama... -añadió en voz baja- no olvides que iré a verte esta noche.

Mientras la puerta se cerraba tras él, Liu Yi no pudo evitar sonreír. Sus nuevos maestros podrían ser un grupo peculiar, pero algo le decía que estos serían días muy interesantes.

Después dw verificar los horarios, los maestros se retiraron excepto el doctor Jin, quien había sido asignado para la primera lección del día. La Dama Cheng permaneció en una esquina de la habitación, supervisando como siempre, mientras Daiyu dormitaba perezosamente cerca de la ventana.

-Mi señora -comenzó el doctor Jin, colocando cuidadosamente varios libros y hierbas sobre la mesa-, Su Majestad mencionó que usted tiene experiencia tratando heridas y enfermedades comunes.

Liu Yi asintió, sus dedos rozando inconscientemente las hierbas dispuestas frente a ella.

-Mi madre era curandera -explicó, el aroma familiar de las plantas medicinales trayendo recuerdos de días pasados-. Me enseñó sobre hierbas y tratamientos básicos, pero...

-¿Pero? -animó el doctor Jin con gentileza.

-Pero murió antes de poder enseñarme todo -completó Liu Yi, su voz suave pero firme-. Hay mucho que no sé, mucho que quisiera aprender.

El doctor Jin asintió comprensivamente mientras sacaba un pequeño frasco de su manga.

-El conocimiento es como un río, mi señora. Siempre fluyendo, siempre cambiando. Incluso después de décadas de práctica, sigo aprendiendo.

Destapó el frasco y un aroma dulce y familiar llenó la habitación. Liu Yi lo reconoció inmediatamente.

-Flor de loto y miel -dijo sin dudarlo-. Para la fiebre y el dolor de garganta.

-Correcto -sonrió el doctor Jin-. ¿Y si añadimos jengibre?

-Ayudaría con las náuseas y mejoraría la circulación -respondió ella, y luego añadió con cierta duda-. Pero... ¿no sería demasiado fuerte para un niño?

Los ojos del doctor Jin brillaron con aprobación.

-Excelente observación, mi señora. Veo que su madre le enseñó bien los fundamentos. Ahora, ¿qué sabe sobre el pulso?

Liu Yi frunció ligeramente el ceño.

-Sé que puede indicar la condición del paciente, pero... -hizo una pausa- nunca aprendí a interpretar todos sus significados.

-El pulso es como la música del cuerpo -explicó el doctor Jin, sacando un rollo de pergamino con diagramas detallados-. Cada ritmo, cada variación cuenta una historia diferente. Permítame mostrarle...

De repente, un estruendo resonó desde el pasillo seguido de un grito familiar.

-¡Lo siento! ¡No vi ese jarrón! ¡Lo pagaré, lo prometo!

La voz del maestro Huang fue seguida por el sonido de más objetos cayendo y más disculpas apresuradas.

La Dama Cheng cerró los ojos y murmuró algo que sonaba sospechosamente como una plegaria.

-Tal vez deberíamos incluir algunas hierbas para la torpeza en nuestras lecciones -comentó el doctor Jin con humor contenido-. Aunque me temo que aún no se ha descubierto una cura para eso.

Liu Yi no pudo evitar reír, el sonido mezclándose con los ladridos de Daiyu, quien aparentemente había decidido que los ruidos del pasillo eran una invitación para unirse al caos.

-Mi señora -advirtió la Dama Cheng con tono de reproche, aunque Liu Yi notó que las comisuras de sus labios temblaban ligeramente.

-Perdón -se disculpó ella, recomponiéndose-. Doctor Jin, por favor, continúe con la lección.

Mientras el doctor retomaba su explicación sobre los diferentes tipos de pulso, Liu Yi no pudo evitar pensar en lo diferente que era esta educación de la que había imaginado. Los gritos ocasionales del maestro Huang desde algún lugar del palacio, los suspiros resignados de la Dama Cheng, los comentarios sabios pero amables del doctor Jin... todo se sentía extrañamente correcto.

Una suave brisa entró por la ventana, trayendo consigo pétalos de las flores del jardín. Por un momento, Liu Yi creyó percibir el aroma del té de hierbas que su madre solía preparar, y sonrió.

Quizás, pensó, esta era exactamente la clase de educación que necesitaba: una que le permitiera ser quien era mientras aprendía a ser quien debía ser.

En el pasillo, otro estruendo fue seguido por la voz del maestro Huang:

-¡Esta vez fue el gato! ¡Lo juro!

...

La noche había caído sobre el palacio cuando Liu Yi finalmente regresó a sus aposentos. El día había sido agotador: después de la lección con el doctor Jin, había tenido clase de caligrafía con el maestro Wei -quien insistió en que repitiera el mismo trazo cincuenta veces-, seguida de una intensa sesión de historia con el erudito Zhang.

-Mi señora, debería descansar -sugirió Mei Ling mientras la ayudaba a cambiarse a ropas más cómodas-. Ha sido un día largo.

-El emperador vendrá -respondió Liu Yi, sentándose frente al espejo mientras Mei Ling comenzaba a cepillar su largo cabello.

-Lo sé -sonrió la doncella con complicidad-. Ya preparé el té y los bocadillos que le gustan.

Liu Yi sonrió ante la previsión de su dama de compañía. Mei Ling siempre parecía saber qué necesitaba incluso antes de pedirlo.

Un golpe suave en la puerta interrumpió sus pensamientos. Daiyu, quien había estado dormitando en un rincón, levantó las orejas pero no se movió, ya familiarizado con la visita nocturna.

-Adelante -llamó Liu Yi.

Zheng entró con su habitual elegancia despreocupada, aunque esta vez llevaba una pequeña caja de madera lacada bajo el brazo.

-Mei Ling -dijo con una sonrisa cómplice-, puedes retirarte por esta noche.

La doncella hizo una reverencia y salió discretamente, no sin antes lanzar una mirada de curiosidad hacia la misteriosa caja.

-¿Qué traes ahí? -preguntó Liu Yi, observando cómo Zheng cerraba cuidadosamente la puerta tras de sí.

-Un tesoro -respondió él con una sonrisa traviesa mientras se sentaba frente a ella-. El mejor licor de arroz de todo el imperio.

Liu Yi arqueó una ceja mientras él abría la caja, revelando una elegante botella de cerámica y dos pequeñas copas.

-¿El emperador está sugiriendo que nos emborrachemos?

-El emperador está sugiriendo que compartamos una bebida -corrigió él mientras servía el licor con movimientos precisos-. Lo que suceda después depende enteramente de cuánto puedas aguantar.

-¿Me estás retando? -Liu Yi tomó la copa que le ofrecía, el aroma dulce y fuerte del licor cosquilleando en su nariz.

-Nunca me atrevería -respondió él con fingida inocencia-. Aunque he oído que las mujeres de Qi tienen una notable resistencia al alcohol.

Liu Yi sonrió, recordando las noches en la taberna cuando iba a buscar al viejo Yichen y al final, ella y su abuelo terminaban siendo regañados por la vieja Nuo.

-Entonces no has oído mal -dijo antes de vaciar su copa de un trago.

La sonrisa de Zheng brillaron con diversión y algo más mientras volvía a llenar su copa.

-Cuéntame sobre tus nuevos maestros -pidió, tomando un sorbo de su propia bebida-. El maestro Huang parece haber causado una impresión... memorable.

Liu Yi rió suavemente, el calor del licor expandiéndose por su pecho.

-Creo que la Dama Cheng está considerando seriamente retirarse después de hoy...

-Seis jarrones -contabilizó Liu Yi con los dedos, el licor comenzando a colorear suavemente sus mejillas-. Seis jarrones en un solo día.

-Siete -corrigió Zheng, rellenando ambas copas-. Te perdiste el incidente con la vasija del reinado anterior en el ala este.

-¿La que tenía dragones tallados? -Liu Yi casi se atragantó con el licor- La Dama Cheng va a desmayarse cuando se entere.

-Ya ordené que la reemplazaran -Zheng se encogió de hombros con una sonrisa despreocupada-. Aunque debo admitir que fue impresionante ver al maestro Huang atrapar todos los pedazos antes de que tocaran el suelo. Sus reflejos son excepcionales.

Liu Yi observó el líquido ambarino en su copa, una sonrisa suave dibujándose en sus labios.

-Los elegiste a propósito, ¿verdad? A todos ellos. El maestro Wei con su infinita paciencia, la maestra Sun con su gracia natural, el erudito Zhang con su conocimiento... incluso el doctor Jin, que me recuerda tanto a...

Se detuvo, el recuerdo de su madre súbitamente vívido en su mente.

Zheng se inclinó hacia adelante, su mano encontrando la de ella sobre la mesa.

-Los elegí porque son los mejores en lo que hacen -dijo suavemente-. Y porque ninguno de ellos te juzgará por quien eres o de dónde vienes.

Liu Yi entrelazó sus dedos con los de él, sorprendida una vez más por cómo este hombre, que podía ser tan irritante y arrogante, también podía ser tan considerado.

-¿Incluso el maestro Huang? -preguntó con una sonrisa traviesa.

-Especialmente él -Zheng rió-. Nadie esperaría que el torpe maestro Huang fuera capaz de derrotar a tres guardias imperiales. Como nadie esperaría que una mujer de Qi se convirtiera en emperatriz.

El alcohol había creado un agradable zumbido en la cabeza de Liu Yi, haciendo que el mundo se sintiera más suave en los bordes.

-¿Es eso lo que seré? -murmuró, más para sí misma que para él- ¿Una emperatriz?

Zheng la miró fijamente, toda diversión abandonando su rostro.

-Serás lo que tú decidas ser -respondió con una seriedad poco habitual en él-. Yo solo quiero que seas Liu Yi.

El silencio que siguió estaba cargado de algo más denso que el vapor del alcohol, más profundo que las palabras no dichas.

-Mi padre solía decir... -comenzó ella, su voz suave en la quietud de la noche- que la verdadera fuerza no está en vencer a otros, sino en mantenerse fiel a uno mismo.

-Tu padre era un hombre sabio -Zheng apretó suavemente su mano-. Me hubiera gustado conocerlo.

Liu Yi sintió las lágrimas acumularse en sus ojos, pero esta vez no eran de tristeza.

-A él le hubieras agradado -dijo con una sonrisa temblorosa-. Aunque probablemente primero te habría dado una paliza por ser tan arrogante.

La risa de Zheng llenó la habitación, cálida como el licor en sus venas.

-¿Solo una? -bromeó, secando gentilmente una lágrima que había escapado por la mejilla de Liu Yi.

Daiyu, quien había estado observando todo en silencio, se acercó y apoyó su cabeza en el regazo de Liu Yi, como sintiendo su emoción.

-Tu padre estaría orgulloso -murmuró Zheng, su pulgar acariciando suavemente el dorso de la mano de Liu Yi-. De la mujer en la que te has convertido.

Liu Yi cerró los ojos, dejando que las palabras la envolvieran como una manta cálida. En ese momento, con el calor del licor en su pecho, la mano de Zheng en la suya, y el peso reconfortante de Daiyu en su regazo, se sintió en paz.

Cuando volvió a abrir los ojos, encontró a Zheng mirándola con una intensidad que hizo que su corazón saltara un latido.

-¿Más licor? -ofreció él, rompiendo el momento con su sonrisa característica.

-¿Intentando embriagarme, Su Majestad? -bromeó ella, extendiendo su copa.

-Nunca -respondió él con fingida inocencia-. Aunque debo admitir que te ves adorable con las mejillas sonrojadas.

Liu Yi le dio un golpe juguetón en el brazo, provocando otra risa de su parte.

-¿Estás retando a una experta de Qi a beber? -Liu Yi arqueó una ceja, divertida ante la audacia de Zheng.

-¿Tienes miedo de perder contra tu emperador? -respondió él, sirviendo más licor.

Tres botellas después, la habitación giraba suavemente alrededor de Liu Yi. Zheng no estaba mejor, su cabello usualmente perfecto despeinado y su dignidad imperial completamente olvidada.

-¡Ja! -exclamó Liu Yi, levantando su copa vacía como un trofeo-. ¡El viejo Yichen estaría orgulloso!

-No... no he perdido todavía -balbuceó Zheng, intentando servir más licor y derramando la mitad en la mesa.

-Tu mano está temblando -señaló ella, riendo-. ¡El gran emperador no puede ni sostener la botella!

-Es una... una táctica imperial secreta -insistió él, arrastrando las palabras.

Daiyu los observaba con lo que parecía ser vergüenza ajena, su cabeza moviéndose de uno a otro como si no pudiera creer lo que veía.

La última cosa que Liu Yi recordó fue a Zheng intentando recitar un poema y confundiendo todas las palabras.

...

Liu Yi abrió los ojos lentamente, el dolor de cabeza palpitando con cada rayo de sol que se filtraba por la ventana. Giró la cabeza con cuidado y su respiración se detuvo.

La venda que usualmente cubría la mitad superior del rostro de Zheng yacía olvidada alrededor de su cuello. Bajo la suave luz del amanecer, Liu Yi por fin pudo ver el legendario rostro del emperador sin barreras.

Sus rasgos, normalmente medio ocultos, eran sorprendentemente delicados: una nariz recta y aristocrática, cejas perfectamente arqueadas, y pestañas largas que ahora descansaban sobre sus mejillas. Sus labios, ligeramente entreabiertos en sueño, completaban un rostro que parecía esculpido por los mismos dioses.

Liu Yi sonrió a pesar del dolor de cabeza. El poderoso emperador, babeando ligeramente sobre su almohada, parecía tan... humano.

-Si me estás mirando dormir -murmuró Zheng sin abrir los ojos-, es de mala educación.

-Si estás durmiendo en mi cama -respondió ella, cerrando los ojos otra vez-, no tienes derecho a quejarte.

El silencio que siguió fue interrumpido solo por los ronquidos suaves de Daiyu.

-Sabés...

-¿Mmm?

-La próxima vez, traeré licor más fuerte.

-La próxima vez, perderás más rápido.

Zheng rió, y luego se quejó por el dolor que el movimiento causó.

-Eres terrible -murmuró.

-Lo sé -respondió ella con una sonrisa, sin abrir los ojos-. Ahora cállate y déjame dormir.

Zheng finalmente abrió los ojos, revelando ese peculiar tono que normalmente mantenía oculto del mundo.

-¿Decepcionada de que el misterioso emperador sea tan hermoso? -bromeó, estirándose como un gato perezoso.

-Decepcionada de que tu personalidad no coincida con tu rostro -replicó ella sentándose y lanzándole una almohada que él atrapó riendo.

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