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12

Los primeros rayos del sol se filtraban por las ventanas de papel de arroz, haciendo brillar el cabello blanco como la nieve de Liu Yi, quien permanecía inusualmente quieta frente al espejo de bronce. Sus ojos grises, normalmente vivaces y desafiantes, parecían perdidos en algún punto distante.

Mei Ling se movía por la habitación con la gracia silenciosa que había perfeccionado durante sus entrenamientos, sus pequeñas manos preparando el atuendo del día mientras lanzaba miradas preocupadas a su señorita.

—Mi señorita, he preparado el té de jazmín que tanto le gusta — murmuró Mei Ling, colocando con cuidado la taza humeante sobre la mesa —. Y las cocineras enviaron sus bollos favoritos…

Liu Yi permaneció en silencio, sus dedos jugando distraídamente con un mechón de su peculiar cabello blanco, ese mismo cabello que siempre la había hecho destacar, para bien o para mal, ahora que lo pensaba ¿en que punto le dejó de importar los comentarios sobre su apariencia?  Ya no lo recordaba…

—¿Me permite, mi señora? — preguntó suavemente Mei Ling, sosteniendo un cepillo de pelo. Normalmente Liu Yi iniciaría una pequeña discusión sobre arreglarse por si misma, más esa mañana no tenía energías para ser terca, de todas formas Mei Ling terminaría victoriosa. Cuando Liu Yi asintió débilmente, la dama comenzó a cepillar las largas hebras plateadas con movimientos suaves y metódicos —. Su cabello es como luz de luna tejida… nunca había visto algo así antes de conocerla.

El silencio persistió mientras Mei Ling trabajaba, trenzando y arreglando el cabello con dedicación. Solo cuando comenzó a colocar los adornos de jade notó que las manos de Liu Yi temblaban ligeramente.

—Mi señora… apenas ha tocado el té, y parece distante. ¿Hay algo que la preocupe?

Liu Yi se levantó de golpe, comenzando a caminar de un lado a otro nerviosamente, con un cúmulo de emociones que tal vez, había estado guardando mucho tiempo sin ser siquiera consiente. Sus pasos erráticos resonaban en la habitación mientras se mordía el pulgar, un hábito nervioso que ni la misma Liu Yi sabia que tenía.

—Emperatriz — murmuró Liu Yi, su voz apenas audible —. Voy a ser emperatriz.

Sus pasos se aceleraron, el roce de su túnica contra el suelo marcando un ritmo frenético. Se llevó el dedo a la boca, mordiendo la uña hasta que Mei Ling pudo ver un pequeño rastro de sangre.

—Mi señorita, sus manos…

Se detuvo frente al espejo, solo para reanudar su caminata con más intensidad. Sus dedos, manchados con pequeñas gotas de sangre, se retorcían frente a ella.

—Yo… yo… — Se mordió el labio con tanta fuerza que dejó una marca —. ¿Qué sé yo de gobernar un imperio? ¿De política? ¿De…?

Sus pasos se volvieron más erráticos, casi tropezando con los muebles. Su respiración se había vuelto superficial, y sus labios, maltratados por sus propios dientes, comenzaban a sangrar.

—No puedo… no puedo… — Sus manos temblaban violentamente mientras se llevaba otro dedo a la boca —. ¿Cómo se supone que voy a…? ¿Cómo…?

¿En que momento había pensado que eso era una buena idea? Cuando Zhang le dijo que la necesitaba se sintió tan bien, pero ahora…  ahora que había dicho que si, sentía que esto era muy grande para ella…  ¿podría siquiera llenar esos zapatos? ¿Podría estar a la altura de la confianza y las expectativas que habían puesto en ella? No, más bien…  ¿podría con la responsabilidad que ella misma había asumido?

—Mi señora, sus labios están sangrando…

—¡El Consejo! — Liu Yi soltó una risa histérica, sin dejar de moverse —. El Consejo me comerá viva. Me destrozarán. Como buitres. Como…

Sus dedos, ya lastimados, se enredaron en su cabello blanco, tirando de él mientras continuaba su frenético ir y venir.

—¡LIU YI!

El grito de Mei Ling cortó el aire como un latigazo. Liu Yi se detuvo en seco, sus ojos grises enormes y asustados, fijos en su doncella. Un hilillo de sangre corría por su labio inferior.

Mei Ling, con las mejillas encendidas por haber gritado, cruzó la distancia entre ellas y tomó las manos maltratadas de Liu Yi entre las suyas, alejándolas gentilmente de su boca.

—Mi señora — continuó Mei Ling, más suavemente pero con determinación —. ¿Recuerda cuando lo encontró en su patio, bajo la lluvia? Ni siquiera sabía quién era.

Comenzó ella, Liu Yi le había contado su historia con Zhang antes de ser emperador… 

—Un soldado herido más — susurró Liu Yi, dejando que Mei Ling la guiara hacia un asiento —. Solo un hombre desangrándose bajo la lluvia…

—Y lo salvó — Mei Ling comenzó a limpiar suavemente la sangre de sus dedos —. Sin saber que era el Rey de Qin. Sin esperar nada a cambio.

—Le grité — una risa temblorosa escapó de sus labios heridos —. Le dije que  metiera su culo dentro de mi casa si no quería morir…

—Y durante tres meses — continuó Mei Ling, aplicando ungüento en las heridas —, lo trató como a cualquier otro paciente terco.

—Le arrojé almohadas. Varias veces.

—Porque no quería tomar sus medicinas — Mei Ling sonrió suavemente mientras vendaba los dedos lastimados —. Mi señora, ¿sabe lo que dicen los sirvientes del General Li Xin?

Liu Yi parpadeó, sorprendida por el cambio de tema.

—¿El general de cabello rojo? ¿Verdad? Es un poco famoso en mi pueblo…

—Sí. Dicen que es el único que trata al emperador como a un igual. El único que se atreve a decirle la verdad sin adornos — Mei Ling trabajaba metódicamente mientras hablaba —. Esta mañana lo vieron en los jardines, practicando con su espada y sonriendo como si supiera un secreto. Los sirvientes dicen que cuando oyó sobre los chismes de su compromiso, su sonrisa se hizo aún más amplia.

—¿Por qué me cuentas esto?

—Porque — Mei Ling terminó de vendar la última herida —, el General Li Xin es respetado precisamente porque no trata al emperador como a un dios, sino como a un hombre. Igual que usted lo hizo durante esos tres meses.

Liu Yi miró sus manos vendadas, procesando las palabras.

—Crees… ¿crees que podría ser un aliado?

—Creo, mi señora, que ya lo es — Mei Ling se levantó para buscar pintura de labios —. Y creo que habrá más. Personas que verán lo que el emperador ya vio: una mujer que no se doblega ante los títulos, que hace lo correcto sin importar el protocolo.

Luego de calmarse Liu Yi tomo una clase de modales y etiqueta con la dama Cheng, decidió que…  si iba a hacer esto, lo había bien…

Horas después, mientras el sol comenzaba su descenso en el horizonte, Liu Yi observaba los jardines desde su ventana. El reflejo en el cristal le devolvía la imagen de una mujer diferente: su cabello blanco perfectamente arreglado con ornamentos, sus labios, aunque aún mostraban las marcas de su ansiedad, estaban cuidadosamente pintados de rojo.

—Mei Ling — llamó suavemente.

—¿Sí, mi señora?

—Podrías traer hierbas medicinales.

—¿Se siente mal?

—No — una sonrisa decidida se dibujó en sus labios —. Pero si voy a ser emperatriz, será bajo mis propios términos. Y eso significa que no dejaré de ser sanadora.

—Después de todo — añadió Mei Ling con un destello de picardía mientras buscaba las hierbas —, nunca se sabe cuándo el emperador necesitará que alguien le arroje una almohada para entrar en razón.

—Ah, suelo gritarle más de lo que se supone que debo— La risa de Liu Yi, aunque suave, sonó genuina esta vez, mientras el día daba paso al atardecer que traería consigo una conversación pendiente.

...

Tras una largo día  de trabajo el sol comenzaba a descender, tiñendo de dorado las paredes de la sala de estrategia, Qin Shi Huang, anteriormente conocido como Ying Zheng, el hombre que había logrado lo imposible al unificar China, estudiaba los mapas sobre su mesa de roble. Una sonrisa traviesa se dibujó en sus labios al escuchar el familiar sonido despreocupado de pasos y el tintineo de una armadura acercándose.

Las puertas se abrieron de par en par.

—¡Su Majestad Imperial!—La voz resonó con exagerada formalidad. —Su más humilde y devoto general solicita una audiencia.

Zheng ni siquiera levantó la vista. —¿Desde cuándo solicitas audiencias, Li Xin? Normalmente irrumpes como un toro en una tienda de porcelana.

El hombre de cabello rojo entró con una sonrisa brillante, haciendo una reverencia tan elaborada que rayaba en lo ridículo.

—Oh, pero ahora eres el Gran Qin Shi Huang, Primer Emperador del gran imperio de Qin. Debo mostrar el debido respeto… al menos durante los primeros tres segundos.

Se dejó caer en una silla cercana, tomando una manzana del cuenco sobre la mesa. Su armadura, aunque elegante, mostraba signos de uso reciente.

—Aunque hablando de respeto… ¿No crees que deberías mostrar algo más al informar primero a tu mejor amigo sobre tu elección de emperatriz, en lugar de dejar que me entere por los chismes del palacio?

Zheng finalmente levantó la mirada, una chispa de diversión en sus ojos. —¿Desde cuándo te importan los protocolos?

—Oh, no me importan en absoluto—, respondió Li Xin, dando un mordisco ruidoso a la manzana. —Pero me ofende que mi mejor amigo no me cuente personalmente que ha elegido a la chica que le salvó la vida como su esposa. Bastante poético, por cierto. Y políticamente brillante, debo añadir.

Zheng arqueó una ceja con intriga, ese hombre siempre parecía que se metía en su cabeza. —¿Políticamente brillante?

—Por supuesto—, Li Xin se inclinó hacia adelante, sus ojos brillando con astucia. —Piénsalo. El Consejo te presiona para que elijas una emperatriz de entre las nobles familias, ¿verdad? Pero tú, el gran unificador, eliges a una mujer del pueblo. Una heroína que salvó la vida del emperador. El pueblo la adorará, los nobles no podrán objetar abiertamente sin parecer desagradecidos, y tú…— hizo una pausa dramática —…tú te libras de casarte con alguna noble pretenciosa que solo habla de sedas y joyas, además reforzará tu poción.

—Veo que has analizado la situación a fondo—, comentó Zheng, con una sonrisa que se asomaba en sus labios.

—Por supuesto que sí. Como tu más fiel subordinado, tengo que pensar en estas cosas mientras tú estás ocupado siendo el todopoderoso emperador—, Li Xin se reclinó en su silla, balanceándola sobre dos patas obviamente bromeando. —Estoy seguro de que has pensado en todas las posibilidades y variantes antes de elegirla, aunque hay algo que me intriga…

—¿Qué cosa?

—La forma en que la tratas. No es la actitud calculadora que tienes cuando planeas una estrategia. Es diferente. Casi… vulnerable.

El silencio cayó pesadamente en la habitación. Zheng volvió su atención a los mapas, pero parecía distante.

—¿No vas a responder?— Li Xin dejó caer la silla sobre sus cuatro patas con un golpe. —Bien. Entonces tendremos que resolverlo a la antigua.

Zheng lo miró con curiosidad. —¿A qué te refieres?

Li Xin se levantó, desenvainando su espada con un flourish teatral. —Su Majestad Imperial, lo desafío a un duelo de entrenamiento. Como en los viejos tiempos, cuando éramos solo dos jóvenes tontos con sueños de gloria.

—¿Me estás retando a un duelo?— Zheng no pudo evitar sonreír. —¿A tu emperador?

—Oh, no, no, no—, Li Xin agitó su espada en el aire con fingida seriedad. —Solo sugiero un intercambio amistoso de técnicas. A menos que el peso de la corona te haya vuelto demasiado… delicado ¿tienes miedo, su Alteza?

Hooo, Li Xin había tocado su orgullo, como emperador no podía dejar pasar esto..

—Vamos — decreto poniendose pie.

Veinte minutos después, el campo de entrenamiento norte cobraba vida. La luna comenzaba a asomarse, y las antorchas proyectaban sombras danzantes sobre dos figuras que se movían con la familiaridad de años de práctica juntos.

—¿Sabes? Para ser el hombre más poderoso de este Imperio,— Li Xin esquivó una estocada con un giro florido, —sigues telegrafando tus ataques cuando estás molesto.

Zheng respondió con una serie de golpes rápidos que hicieron retroceder a su amigo. —¿Y tú sigues hablando demasiado durante los duelos?

—¡Por supuesto!— Li Xin bloqueó el último ataque con una sonrisa. —Es parte de mi encanto. Además,— saltó hacia atrás evadiendo un golpe bajo, —alguien tiene que mantener entretenido al emperador.

Las espadas se encontraron en un destello de chispas, ambos hombres trabados en un forcejeo. —¿Entretenido? ¿Es ese tu papel ahora?— Zheng empujó con fuerza, rompiendo el bloqueo.

—Entre otros,— Li Xin rodó por el suelo, evitando el siguiente ataque y poniéndose de pie con un flourish. —También soy tu consejero no oficial en asuntos del corazón.

—¿Desde cuándo?

—¡Desde que te vi mirándola como un poeta mira la luna!— Li Xin lanzó una estocada que Zheng apenas logró desviar. —¡Ajá! ¿Ves? Solo mencionar el tema te distrae.

Zheng respondió con una combinación de ataques tan veloz que Li Xin tuvo que retroceder varios pasos. —¿No deberías estar más preocupado por tu defensa?

—Oh, multitarea, mi querido emperador,—Li Xin bloqueó cada golpe con precisión milimétrica, su sonrisa nunca vacilando. —Además, ¿qué clase de amigo sería si no aprovechara este momento de vulnerabilidad?

—¿Vulnerabilidad?— Zheng soltó una risa corta, lanzando un ataque particularmente agresivo. —Soy el emperador de este Imperio, un emperador no es vulnerable.

—¡Exactamente!— Li Xin giró sobre sí mismo, su espada describiendo un arco brillante. —Eres Qin Shi Huang, el todopoderoso unificador. El hombre que logró lo imposible. Y aun así,— se agachó bajo un golpe horizontal, —aquí estás, sudando como un polluelo porque no puedes manejar tus sentimientos por una chica.

Las espadas chocaron nuevamente, el metal cantando en el aire nocturno. —No es tan simple,— gruñó Zheng, sin perder su compostura, sonriendo, pero con las cejas levemente fruncidas.

—¿No lo es?— Li Xin retrocedió, adoptando una postura defensiva. —Dime entonces, ¿qué es lo que realmente temes? ¿Qué el Consejo no la apruebe? ¿Qué el pueblo no la acepte? No, nunca te ha preocupado lo que los demás piensen, siempre has hecho lo que quieres … ¿O tal vez, —Su voz se suavizó, —Temes que la situación se te vaya de las manos? ¿Temes no poder protegerla?

La respuesta de Zheng fue un ataque devastador que casi desarma a Li Xin. Casi.

—¡Ajá!— El general recuperó el equilibrio con una pirueta. —¡Toqué un nervio!

—Estás jugando con fuego, Li Xin.— sonrió en forma de advertencia.

—¿Cuándo no lo hago?— respondió con una sonrisa brillante. —Es por eso que soy tu mejor general. Y es por eso que puedo decirte lo que nadie más se atreve, aunque no quieras escucharlo.

Sus espadas se encontraron nuevamente, pero esta vez el choque fue diferente. Más intenso. Más personal.

—¿Y qué es eso?— preguntó Zheng, su voz apenas un susurro.

—Que el gran Qin Shi Huang,— Li Xin empujó con todas sus fuerzas, —el poderoso unificador de los 7 reinos,— giró su espada en un movimiento complejo, —está aterrorizado de ser simplemente Ying Zheng,— y con un movimiento final, desarmó al emperador, —un hombre que teme enamorarse.

La espada de Zheng cayó al suelo con un estrépito metálico. El silencio que siguió fue ensordecedor.

Zheng permaneció inmóvil, se levanto la venda y miro su espada caída mientras la brisa nocturna agitaba los pétalos del cerezo cercano. Li Xin, por primera vez en la noche, guardó silencio, dando a su amigo el espacio que necesitaba, como si supiera que Ying Zheng necesitaba pensar…

—Hâo— dijo finalmente Zheng, con una risa suave que sonaba casi derrotada. —Si, tienes toda la razón, Li Xin, el gran unificador, derrotado por sus propios sentimientos. Bastante irónico, ¿no crees?

—¿Irónico?— Li Xin clavó su espada en el suelo y se sentó en el borde del campo de entrenamiento, palmeando el espacio a su lado. —Yo lo llamaría refrescante. Ven aquí, ‘Su Majestad’. Creo que es hora de una buena charla, aunque si soy sincero, es un asco no tener licor ahora mismo.

Zheng recogió su espada y se unió a su amigo riendo por lo bajo, ambos mirando hacia el área de entrenamiento bañado por la luz de la luna.

—¿Recuerdas cuando planeábamos la unificación?— preguntó, su voz teñida de nostalgia. —Todo parecía tan claro entonces.

—¿Claro?— Li Xin soltó una carcajada. —¿Te refieres a cuando propusiste conquistar seis reinos con un ejército inferior en número? ¿O cuando decidiste que construir una muralla que atravesara todo el imperio era una buena idea?

—Bueno, funciona, ¿no?

—Exactamente mi punto,— Li Xin le dio un codazo amistoso. —Nunca te ha importado lo ‘imposible’ antes. ¿Por qué empezar ahora?

Zheng jugueteó con la empuñadura de su espada. —Porque esto es diferente. Una cosa es conquistar reinos y construir murallas. Otra muy distinta es…

—¿Enamorarte? ¿Ser feliz?— completó Li Xin.— Oh, tienes razón. Claramente es mucho más difícil que unificar los 7 Reinos…

—Te estás burlando de mí.

—¡Por supuesto que me estoy burlando de ti!— Li Xin se puso de pie de un salto. —¿Qué clase de mejor amigo sería si no lo hiciera? Además,— añadió con una sonrisa maliciosa, —alguien tiene que mantener tus pies en la tierra, incluso si eres el ‘Hijo del Cielo’.

Zheng no pudo evitar reír. —A veces me pregunto por qué no te he ejecutado todavía.

—Porque soy el único que se atreve a desarmarte tanto con la espada como con la verdad,— respondió Li Xin con un guiño. —Y porque sabes que tengo razón. Ella te hace feliz. Te hace ser humano. Y créeme,—su tono se volvió serio por un momento, —éste Imperio necesita un emperador humano más que un emperador perfecto, estas dejando que tu obsesión por aquella promesa te consuma…  Ying Zheng…

Se inclinó para recoger su espada, girándola con flourish antes de envainarla. —Además, ¿te has fijado en cómo te mira? No ve al emperador, ni al unificador. Ve a Ying  Zheng. Y por alguna razón inexplicable, parece que le gusta lo que ve —tras el comentario anterior su personalidad volvió a ser tonta y relajada.

—¿Estás sugiriendo que debería ignorar al Consejo y seguir mi corazón?—  Zheng se puso de pie, una sonrisa formándose en sus labios. Ignorando el comentario anterior…

—¿Yo? ¡Nunca! Soy tu más leal general, jamás sugeriría que ignores a tus sabios consejeros,— Li Xin llevó una mano a su pecho con fingida indignación. —Aunque… si decidiera el gran Qin Shi Huang que el amor es más importante que la política… bueno, digamos que tu ejército estaría completamente de acuerdo. Bueno tampoco eso, poner a esa mujer en ese puesto es una gran ventaja, solo si puedes manejarla bien… pero eso no es lo que quieres… ¿Verdad?

Zheng sacudió la cabeza, riendo. —¿Sabes? Para ser un completo idiota, a veces muestras una sabiduría sorprendente.

—Es mi mejor secreto militar,— Li Xin hizo una reverencia exagerada. —Y hablando de secretos… ¿vas a decirme cuándo planeas hacer el anuncio oficial? Porque tengo una apuesta con los capitanes de la guardia y me gustaría ganar.

—¿Apostaste sobre mi vida romántica?

—¡Por supuesto! ¿Qué mejor forma de mantener alta la moral de las tropas?

Ambos rieron, el sonido resonando en el campo vacío. La luna brillaba alta en el cielo, y las antorchas comenzaban a consumirse, pero ninguno de los dos parecía notarlo.

—Li Xin,—dijo Zheng finalmente, su voz mezclando autoridad y afecto, —gracias.

—¿Por patearte el trasero en el duelo o por el consejo?

—Por ser el único que todavía ve a Ying Zheng detrás de Qin Shi Huang.

—Siempre, viejo amigo,— respondió Li Xin con una sonrisa genuina. —Aunque la próxima vez que necesites un consejo, podríamos saltarnos la parte del duelo. No somos tan jóvenes como antes.

—Habla por ti,— Zheng recogió su espada. —La próxima vez no seré tan indulgente.

—¿Indulgente?— Li Xin arqueó una ceja. —¿Quién fue el que terminó desarmado?

—Detalles, detalles,— respondió Zheng con un gesto desdeñoso. —Un emperador debe saber cuándo conceder una victoria para mantener felices a sus generales.

Mientras caminaban de regreso al palacio, sus risas se mezclaban con el susurro del viento entre los cerezos. Y si algún guardia notó que su emperador parecía más ligero, más joven, más humano… bueno, algunos secretos merecían ser guardados.

. . .

Bueno este cap fue un poco más corto, la verdad, Liu Yi ha Estado aguantando demaciado en muy poco tiempo, es humana y sus emociones también pueden tocar un límite.

Espero que les haya gustado el personaje del general LI Xin, según lo que estudie, Qin shi huang realmente tuvo un general con ese nombre pero no hay mucha más información, así que lo hice como un colega de su edad aproximada, que lo ayudó con la unificación de China! Iba a hacer un dibujo pero bueno, pal siguiente cap será :D

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