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11

Liu Yi se deslizó silenciosamente por los pasillos del palacio, sus pasos ligeros apenas susurraban contra el suelo mientras regresaba a sus aposentos. El pastel de luna robado pesaba en su bolsillo tanto como la sonrisa de Zheng pesaba en su memoria. ¿Cómo podía ese hombre hacerla sentir tan fuera de balance con solo una mirada? Era una tontería, se reprendió a sí misma...

Al doblar una esquina, casi chocó con un grupo de cortesanos que discutían en voz baja. Se pegó a la pared, agradeciendo al disfraz que, aunque no había logrado engañar al emperador, había funcionado de maravilla con el resto. Sus voces llegaron claramente hasta ella:

—¿Has oído sobre la nueva política del emperador?
—Sí, quiere unificar los sistemas de escritura. ¡Una locura!
—¿Y qué hay de los rumores sobre esa mujer del pueblo? Dicen que podría ser la futura emperatriz... el emperador tiene demasiada consideración con ella.

Liu Yi contuvo el aliento. Aún le resultaba extraño escuchar cómo hablaban de ella como si fuera un personaje de una historia. Le fastidiaba que murmuraran a sus espaldas; no es como si ella hubiera elegido su vida humilde, aunque ahora esa sencillez era lo que más atesoraba. Los cortesanos siguieron su camino, sus voces desvaneciéndose en la distancia, pero sus palabras quedaron resonando en su mente.

Cuando finalmente llegó a su habitación, encontró a Mei Ling mordiéndose las uñas de preocupación, con los ojos un poco llorosos. Un sentimiento de culpa la invadió por hacer pasar un mal rato a esa niña...

—¡Señorita Liu Yi! —susurró con alivio al verla—.¡Estaba tan preocupada! ¿Todo salió bien? ¿No se ha metido en problemas? ¿Nadie la descubrió?

Liu Yi sonrió y sacó el pastel de luna de su bolsillo. —Más que bien. Aunque creo que necesito mejorar mis habilidades con el disfraz —bromeó mientras reía.

Mientras compartían el dulce robado, Liu Yi le contó todo a Mei Ling, quien alternaba entre jadeos de horror y risitas nerviosas. Casi se desmaya cuando se enteró de que el dulce había sido robado del mismísimo emperador y que, además, había sido descubierta. Aun así, Mei Ling parecía especialmente impresionada por cómo el emperador había reconocido a Liu Yi de inmediato.

—Es como en las historias de amor que cuenta la vieja Ming —suspiró Mei Ling soñadoramente.

—No es así —protestó Liu Yi, aunque sintió sus mejillas arder—.Solo... me conoce bastante, eso es todo.

—¿Y eso no es amor, señorita? —Mei Ling preguntó con inocencia, haciendo que Liu Yi se atragantara con un bocado de pastel.

Mientras tosía y Mei Ling le daba palmaditas en la espalda, Liu Yi reflexionó sobre el día: los murmullos en los pasillos, las preocupaciones de los cortesanos, la forma en que Zheng la había tratado con esa mezcla de diversión y algo más que no podía nombrar.

—¡Claro que no! Se puede tener una alta comprensión de una persona por el tiempo compartido, ¡no tiene que ser necesariamente amor! —aunque, ¿alguna vez ella había estado enamorada?

Este palacio era un mundo completamente diferente al suyo, lleno de intrigas, secretos, poder y política. Y aun así, en medio de todo eso, había encontrado momentos que valían la pena: la amistad sincera de Mei Ling, la risa genuina de Zheng, incluso la honestidad cruda de la dama Cheng.

Tal vez no era tan diferente de su pueblo después de todo. Las enfermedades aquí eran diferentes —ambición en lugar de fiebre, intriga en lugar de heridas— pero igualmente necesitaban sanar.

—Mei Ling —dijo finalmente, mirando por la ventana hacia los jardines del palacio— , creo que estoy empezando a entender este lugar.

Más que entender, se estaba acostumbrando. No sabía si eso era algo bueno o malo; ya había estado allí demasiado tiempo. Incluso la dama Cheng había insistido en darle clases de etiqueta, cosa que había negado alegando que no sabía si se quedaría allí mucho tiempo más...

La doncella la miró con curiosidad. —¿Y eso es bueno o malo, señorita?

Liu Yi sonrió, tocando el colgante de jade que descansaba sobre su pecho. —Eso... eso es lo que tengo que decidir.

Afuera, el sol comenzaba a ponerse, tiñendo el cielo de tonos rojizos y dorados. En algún lugar del palacio, el emperador seguía revisando documentos, probablemente sonriendo al recordar a una falsa sirvienta sirviendo té con la gracia de un mono.

Y en esta habitación, Liu Yi contemplaba su futuro, sosteniendo un pedazo robado de dulce y una decisión que podría cambiar un imperio.

El caos y el orden, el poder y la simplicidad, el deber y el deseo... todo se entremezclaba en su mente como las hierbas en sus medicinas. "Quizás", pensó Liu Yi, "la verdadera sabiduría estaba en encontrar el equilibrio entre todos estos elementos, justo como en la medicina tradicional".

Y tal vez, solo tal vez, ella era exactamente lo que este palacio necesitaba: un poco de caos controlado, un toque de honestidad cruda, una pizca de valor del pueblo. Después de todo, ¿no eran las mejores medicinas aquellas que combinaban ingredientes aparentemente incompatibles?

La noche cayó sobre el palacio imperial, y con ella, la decisión de Liu Yi comenzó a tomar forma, tan clara como la luna que se alzaba en el cielo nocturno.

...

La mañana llegó con una suave brisa que hacía bailar las hojas de los árboles en los jardines imperiales. Liu Yi caminaba junto a Mei Ling y la dama Cheng, intentando mantener el paso delicado y refinado que la última insistía era apropiado para una futura emperatriz. La dama Cheng era de las pocas personas que sabían que el emperador la pretendía como su emperatriz, y tras tanta insistencia, finalmente Liu Yi había accedido a recibir las lecciones de etiqueta, aun si las detestaba.

—No, no, no, señorita Liu Yi —la dama Cheng chasqueó la lengua—. Los pasos deben ser más cortos, más elegantes. Está caminando como si fuera a cazar un jabalí.

Liu Yi reprimió un suspiro y ajustó su paso, recordando cómo la vieja Nuo solía regañarla de manera similar en el pueblo. La comparación le arrancó una sonrisa nostálgica. ¿Cómo estaría esa vieja entrometida?

—Así está mejor —aprobó la dama Cheng, aunque su expresión sugería que aún había mucho por mejorar—. Y por favor, mantenga la espalda recta. Una dama de la corte no se encorva.

—Sí, dama Cheng —respondió Liu Yi, enderezándose tanto que sentía que su columna podría romperse en cualquier momento—. Aunque... yo no soy una dama de la corte —murmuró por lo bajo con un puchero.

Mei Ling, caminando un paso por detrás como dictaba el protocolo, ocultó una risita tras su manga. Liu Yi le lanzó una mirada de fingido reproche, pero sus ojos brillaban con diversión compartida.

—¡Y no gire la cabeza tan bruscamente! —La dama Cheng parecía al borde de un colapso—. Los movimientos deben ser suaves, como el fluir del agua. ¿Verdad, Mei Ling? —indicó al percatarse de que la joven estaba riendo.

—Sí, dama Cheng —respondió la joven doncella, demostrando con un movimiento gracioso cómo debía hacerse, el regaño disimulado no le había afectado, más bien parecía que se burlaba un poco de su señora.

Liu Yi le sacó la lengua de forma disimulada a Mei Ling y esta no pudo evitar reír otra vez.

—¿Ve? Incluso Mei Ling, que viene de una familia humilde, ha aprendido los modales apropiados —La dama Cheng se detuvo junto a un estanque con flores de loto, ignorando intencionalmente la interacción infantil de esas dos—. Ahora, practiquemos cómo sentarse.

Liu Yi contuvo otro suspiro. ¿En serio había etiqueta hasta para sentarse? Sus músculos protestaban por la postura tan rígida, pero había algo reconfortante en la forma en que la dama Cheng la regañaba. Le recordaba a las tardes en que la vieja Nuo intentaba enseñarle a bordar, siempre criticando sus puntadas torcidas pero nunca dejando de animarla a mejorar. Se rio de sí misma; era como si hubiera pasado ya años en ese palacio cuando, creía, apenas había transcurrido un mes.

—Dama Cheng —Liu Yi se aventuró a hablar mientras se sentaba con toda la gracia que pudo reunir—, me recuerda mucho a alguien muy querido para mí.

—¿Oh? —La dama arqueó una ceja perfectamente delineada—. ¿Alguien que también intentaba enseñarle modales, supongo?

—Sí —Liu Yi rio con nostalgia—. Mi abuela... bueno, no mi abuela de sangre, pero...

—La abuela del corazón —completó Mei Ling suavemente, sentándose junto a ellas con una gracia natural que Liu Yi envidiaba en secreto.

—Exactamente —Liu Yi asintió, olvidando por un momento mantener el cuello rígido y ganándose otro chasquido de lengua de la dama Cheng—. La vieja Nuo siempre decía que yo era como un potro salvaje intentando pasar por un caballo de exhibición.

Para su sorpresa, la dama Cheng soltó una pequeña risa. —Una descripción bastante acertada, debo decir. Aunque preferiría compararla con un fénix intentando comportarse como un pavo real.

Liu Yi parpadeó, sorprendida por el casi cumplido oculto en la crítica.

—Los pavos reales son hermosos —continuó la dama Cheng, arreglando los pliegues de su vestido—, pero los fénix son majestuosos. Solo necesitan... refinamiento.

Mei Ling sonrió abiertamente esta vez, y Liu Yi sintió un calor agradable en el pecho. Tal vez la dama Cheng era más parecida a la vieja Nuo de lo que había pensado inicialmente.

—Aunque —añadió la dama con severidad—, un fénix también sabe mantener la espalda recta. ¡Enderécese!

Liu Yi se apresuró a corregir su postura, intercambiando una mirada cómplice con Mei Ling. La mañana transcurría entre correcciones constantes y pequeños momentos de calidez y risas. La dama Cheng podría ser estricta, pero Liu Yi comenzaba a entender que su severidad nacía de un genuino deseo de ayudarla.

—¿Saben? —dijo Mei Ling mientras observaban los peces koi nadando en el estanque—, creo que hacemos un buen grupo.

La dama Cheng fingió escandalizarse por el comentario, pero Liu Yi notó el brillo de afecto en sus ojos. Sí, pensó, eran un grupo peculiar: una médica pueblerina con cabello blanco, una doncella tímida pero sabia, y una dama de la corte que ocultaba su corazón bondadoso tras una máscara de severidad.

—Ahora —la voz de la dama Cheng interrumpió sus pensamientos—, practiquemos cómo servir el té correctamente. Y no, señorita Liu Yi, no como lo hizo ayer en la habitación del emperador.

Liu Yi se atragantó con su propia saliva mientras Mei Ling dejaba escapar un pequeño chillido de sorpresa. La dama Cheng simplemente sonrió con conocimiento, recordándole aún más a la vieja Nuo.

—Los muros del palacio tienen oídos, querida —dijo la dama con un brillo travieso en los ojos—. Y ojos. Muchos ojos.

Liu Yi sudó frío y Mei Ling miró hacia el cielo haciéndose la desentendida.

—Las jóvenes de hoy en día —murmuró la dama Cheng llevando una mano a su frente en un gesto de resignación.

De un momento a otro el caos estalló en el jardín como una tormenta repentina. Doncellas y guardias corrían en todas direcciones, sus voces mezclándose en un coro de preocupación.

—¡Su Majestad ha desaparecido!
—¡Revisen los pabellones del este!
—¡Nadie lo ha visto desde esta mañana!
—¡Su Majestad, otra vez no!

La dama Cheng se levantó de inmediato, su rostro normalmente sereno ahora teñido de preocupación y un poco de irritación. —Mei Ling, ven conmigo. Debemos ayudar con la búsqueda —dijo suspirando—. Este niño problemático...

—Pero, la señorita Liu Yi... —comentó Mei Ling, mirando a su amiga con preocupación.

—Estaré bien aquí —aseguró Liu Yi, haciendo un gesto hacia el estanque—. Esperaré noticias.

Mientras observaba a las dos mujeres alejarse apresuradamente, Liu Yi se quedó sola junto al estanque, observando los peces koi que nadaban ajenos al caos que los rodeaba. Sus pensamientos giraban como hojas en el viento. ¿Dónde podría estar Zheng? ¿Le habría sucedido algo? Recordó su sonrisa burlona del día anterior y frunció el ceño. Conociendo su carácter...

—¿Preocupada por mí?

Liu Yi saltó al escuchar la voz susurrante en su oído, tan cerca que pudo sentir el aliento cálido en su nuca. Se giró bruscamente, olvidando toda la gracia que la dama Cheng había intentado inculcarle.

—¡Zheng! —siseó, su corazón latiendo acelerado por el susto—. ¿Qué estás...? ¿Por qué...?

Él estaba allí, con su típica sonrisa traviesa, como si no hubiera todo un palacio en crisis buscándolo.

—¿Por qué todo el mundo te está buscando? —demandó Liu Yi, recordando agregar un tardío "Su Majestad" que sonó más a ironía que a respeto.

—Ah, eso —Zheng se encogió de hombros con elegancia estudiada, sentándose junto a ella—. Simplemente necesitaba un respiro de todas esas reuniones tediosas. Este jardín es mucho más agradable.

Liu Yi sintió que su temperamento, apenas contenido por las lecciones de la dama Cheng, estallaba como una olla hirviendo.

—¡Eres un... un...! —comenzó, olvidando todo protocolo—. ¡Irresponsable! ¡Desconsiderado! ¡Todo el palacio está en pánico! ¡La dama Cheng casi se desmaya! ¡Y tú aquí, tan tranquilo, como si...!

—Como si estuviera disfrutando de una hermosa mañana con una dama igual de hermosa —completó él, su sonrisa ensanchándose. Ella sintió ganas de darle un buen golpe; el idiota se burlaba de ella.

—¡No intentes cambiar el tema con halagos! —Liu Yi se levantó, apuntándolo con un dedo acusador—. ¡Eres el emperador! ¡No puedes simplemente desaparecer cuando...!

El sonido de pasos y voces acercándose la interrumpió. Antes de que pudiera reaccionar, Zheng la tomó por la cintura y la arrastró tras un grupo de arbustos floridos. Liu Yi se encontró presionada contra su pecho, su protesta muriendo en sus labios cuando él puso un dedo sobre ellos, pidiéndole silencio.

—Ahora eres mi cómplice —susurró él, su voz vibrando en un tono de diversión mientras los pasos se acercaban—. A menos que prefieras explicarles por qué estabas gritándole a tu emperador en medio del jardín.

Liu Yi quería protestar, quería empujarlo y gritarle que era un idiota, pero el calor de su cuerpo y la intimidad forzada de su escondite la mantenían paralizada. Podía sentir el latido de su corazón, fuerte y constante contra su espalda. ¡Quería golpearlo! ¡Ahora más que nunca! ¡Quería golpearlo!

Los guardias pasaron de largo, sus voces desvaneciéndose en la distancia. Liu Yi finalmente recuperó su voz.

—Eres imposible, idiota —murmuró, aunque sin la fuerza de su indignación anterior.

—Y tú eres adorable cuando te enojas —respondió él, aún sin soltarla—. Especialmente cuando olvidas todos esos modales que la dama Cheng intenta enseñarte.

—¡No digas tonterías! —protestó ella, intentando ignorar cómo su corazón se aceleraba por la proximidad—. Y deberías volver antes de que...

—¿Antes de que qué? —la desafió él, su voz un susurro juguetón—. ¿Antes de que la futura emperatriz pierda su compostura otra vez?

—Aún no he aceptado ese título —le recordó ella, aunque su voz tembló ligeramente. Ya no sabía cuántas veces habían tenido esa interacción.

—Pero tampoco lo has rechazado —señaló él, y Liu Yi podía escuchar la sonrisa en su voz—. Y ahora eres mi cómplice. ¿Qué dice eso sobre tus inclinaciones a romper el protocolo conmigo?

Liu Yi abrió la boca para responder, pero un nuevo grupo de voces se acercaba. Zheng la apretó más contra sí, y ella se encontró conteniendo la respiración, no por miedo a ser descubierta, sino por la forma en que su cercanía hacía que su corazón danzara como una hoja en el viento.

—¿Sabes? —susurró él en su oído mientras esperaban que pasara el peligro—. Creo que serías una excelente emperatriz. Nadie más se atrevería a llamarme idiota en mi propio dominio.

Ella se quedó en silencio, apretando los dientes, ya no sabía si estaba enojada, alarmada, nerviosa o... ¿Qué sabía ella? Su cabeza daba vueltas sin parar sin saber cómo reaccionar, se sentía como una tonta.

—En realidad —Zheng aflojó un poco su agarre pero no la soltó completamente—, te estaba buscando.

Liu Yi giró su cabeza para mirarlo, sorprendida. —¿A mí? ¿Por eso causaste todo este alboroto?

—Bueno —sonrió él—, también necesitaba escapar de una tediosa reunión sobre selección de concubinas. Pero principalmente... —Su voz se suavizó—. Quería proponerte algo.

—¿Más propuestas? —Liu Yi arqueó una ceja, intentando ignorar cómo su corazón se aceleró ante esa palabra.

—Esta es más... temporal —rio él suavemente—. ¿Sabes qué día es hoy?

Liu Yi frunció el ceño, pensando. Con todos los acontecimientos recientes, había perdido la noción del tiempo. Entonces, como un destello, recordó las conversaciones que había escuchado en su pueblo antes de partir: los preparativos para el Festival de las Linternas, las familias planeando sus celebraciones... No importaba tu estatus, ese día siempre podías encender una linterna, lanzarla al cielo y pedir un deseo.

—El Festival de los faroles—susurró, sus ojos abriéndose con comprensión—. Las linternas...

—Exacto, es el primer día del Yuanxiao Jie—Zheng sonrió, complacido por su entendimiento—. La ciudad está llena de color y vida. Las calles decoradas, los mercaderes vendiendo dulces y máscaras, los niños corriendo con sus linternas...

—Y tú aquí, atrapado en reuniones sobre concubinas —completó Liu Yi, comenzando a entender.

—Y tú aquí, atrapada en lecciones de etiqueta —añadió él, sus ojos brillando con picardía—. Pensé que tal vez... podríamos escaparnos esta tarde.

—¿Escaparnos? —Liu Yi lo miró como si le hubiera crecido una segunda cabeza—. ¿El emperador y... y yo? ¿A la ciudad? ¿Durante el festival?

—¿Por qué no? —Su sonrisa se volvió traviesa—. Ya has demostrado ser bastante hábil con los disfraces.

—¡Eso fue diferente! —protestó ella, aunque una parte de su mente ya estaba imaginando las luces, los colores, el bullicio de la celebración—. Además, ¿qué pasará cuando noten que has desaparecido otra vez?

—Oh, esta vez dejaré una nota —dijo él con ligereza—. Algo sobre meditación y asuntos importantes del estado.

Liu Yi no pudo evitar reír. —Eres incorregible.

—Y tú estás sonriendo —señaló él—. Vamos, Liu Yi. ¿Cuándo fue la última vez que viste el Festival de las Linternas?

La pregunta la golpeó con una oleada de nostalgia. Recordó los festivales a los que había ido con sus padres cuando aún vivían...

—Hace mucho —admitió suavemente.

—Entonces —Zheng se separó finalmente de ella, solo para hacer una reverencia exagerada—, ¿me concedería el honor de acompañarme esta noche, mi señorita? Prometo dulces, linternas, y tal vez alguna que otra travesura.

—¿Y si nos descubren? —ella rodó los ojos divertida.

—¿No es eso parte de la diversión? —Su sonrisa brillaba con el mismo espíritu travieso que había mostrado cuando era solo un hombre herido en su cabaña—. Además, ¿qué mejor manera de conocer tu futuro reino que mezclándote con su gente?

—Aún no he dicho que sí a ser emperatriz —le recordó ella; había perdido ya la cuenta de las veces que había dicho eso, pero su resolución se estaba debilitando.

—Pero tampoco has dicho que no a este festival —contrarrestó él, extendiendo su mano hacia ella—. ¿Qué dices?

Liu Yi miró su mano extendida, luego hacia el palacio donde seguramente la dama Cheng estaría horrorizada ante la mera idea, y finalmente a Zheng, que le endulzaba el oído con promesas de diversión y aventura.

—Si vamos a hacer esto —dijo finalmente, tomando su mano—, necesitaremos mejores disfraces que una peluca mal puesta.—Bromeó recordando su propio fracaso.

La sonrisa de Zheng se ensanchó. —Creo que puedo arreglar eso. Después de todo, soy el emperador.

—Un emperador que se esconde en los arbustos —le recordó ella con una sonrisa traviesa.

—Con una futura emperatriz que grita mejor que un general en batalla —contraatacó él, riendo cuando ella le dio un golpe en el brazo, olvidando por completo toda etiqueta—. Y que golpea como uno también —se quejó sonriendo, sobándose el brazo de forma exagerada.

En la distancia, las voces de búsqueda continuaban, pero aquí, en su pequeño escondite entre las flores, dos rebeldes planeaban su escape hacia una noche de magia y linternas.

...

Las sombras se alargaban cuando Liu Yi y Zheng saltaron el muro del palacio, aterrizando con suavidad en el lado exterior. Liu Yi ajustó su sencillo vestido de algodón, tan diferente de las sedas a las que la dama Cheng intentaba acostumbrarla. A su lado, Zheng llevaba ropas de campesino que, de alguna manera, lograban verse elegantes en él.

—¿Cómo consigues que hasta la ropa más simple te quede tan bien? —murmuró Liu Yi, más para sí misma que para él.

—¿Me estás llamando hermoso? —bromeó Zheng, girando su rostro vendado hacia ella con una sonrisa que hizo que su corazón saltara.

—Estoy diciendo que ni siquiera la ropa de campesino puede ocultar tu arrogancia —replicó ella, aunque sus mejillas se tiñeron de rosa. Lo miró de reojo, estudiando su perfil mientras caminaban. La venda sobre sus ojos, tan familiar y a la vez tan misteriosa—. Zheng... ¿por qué...?

—¿La venda? —completó él suavemente. Su sonrisa se volvió más suave, casi melancólica—. Es una larga historia. Tal vez algún día te la cuente.

Liu Yi quería preguntar más, pero algo en su tono le sugirió que no era el momento. En cambio, dejó que sus pasos los guiaran hacia el bullicio de la ciudad, donde las calles ya estaban llenas de gente y el aire olía a incienso y comida festiva.

Los ojos de Liu Yi brillaron como los de una niña recibiendo un gran regalo. El rojo, el amarillo y el naranja predominaban en todas las calles, con hileras de faroles colgando de hilos en cada puesto, adornando todo el lugar. Había locales abiertos dando demostraciones de cómo armaban las linternas, mientras algunos niños jugaban de un lado a otro, seguramente tratando de descifrar algún acertijo con un premio al final. Sin duda, se sentía el ambiente festivo, era hermoso...

—Yo... la última vez que vi un paisaje así era una niña —sonrió feliz, llena de nostalgia. Sin poder evitarlo, una lágrima le recorrió las mejillas; el ambiente era tan cálido—. No sé qué pretendías trayéndome aquí, Zheng... pero gracias, me has hecho recordar buenos momentos.

Zheng sonrió feliz; ella en ese momento era como una adorable niña, estaba siendo sincera, estaba feliz.

—No es nada. ¿Vamos? —él le ofreció su mano y ella lo miró con escepticismo—. Es para que no nos separemos, tontita.

Ella rodó los ojos divertida y tomó su mano. Comenzaron a caminar por el festival; ella no paraba de mirar en todas direcciones con emoción.
De repente, un aroma agradable llegó a ella.

—¡Eso es! —Ella miró a Zheng y luego miró el puesto donde vendían un delicioso Yuanxiao, una bolita de arroz gelatinosa que, al gusto de Liu Yi, era deliciosa—. Ah... qué lástima, no tengo dinero...

Más un sonido de monedas hizo que su atención se dirigiera a Zheng, quien le mostraba una bolsita llena de Bai Liang.

—¿De dónde sacaste...? —comenzó Liu Yi, pero Zheng ya estaba comprando una generosa porción de Yuanxiao.

—Un emperador siempre debe estar preparado —susurró él con un guiño, entregándole la golosina humeante—. Además, ¿qué clase de acompañante sería si no pudiera comprarle dulces a una dama en el festival?

Liu Yi tomó el Yuanxiao con manos temblorosas, el aroma despertando más recuerdos de su infancia. Su madre solía prepararlos en casa, llenando la cocina de risas mientras ella intentaba ayudar, casi siempre haciendo más desastre que otra cosa.

—¿Está bueno? —preguntó Zheng, observando cómo ella saboreaba el primer bocado con los ojos cerrados.

—Mmm... —Liu Yi asintió, demasiado ocupada disfrutando el sabor para responder apropiadamente. Cuando abrió los ojos, notó que Zheng le sonreía con un gesto tan suave que hizo que su corazón diera un vuelco—. ¿Qué? ¿Tengo algo en la cara?

—No, es solo que... —Zheng se acercó y con delicadeza limpió una pequeña mancha de azúcar de la comisura de sus labios—. Me gusta verte así, sin preocupaciones, tan relajada y con la Guardia baja.

Liu Yi se quedó quieta, consciente de la calidez de sus dedos contra su mejilla. A su alrededor, la gente pasaba riendo y charlando, ajenos al momento íntimo que compartían dos supuestos campesinos en medio de la calle.

—¡Acertijos! ¡Vengan a resolver los acertijos del Festival! —un vendedor gritó cerca de ellos, rompiendo el momento—. ¡Grandes premios para las mentes agudas!

—Oh, eso suena interesante —dijo Liu Yi, agradecida por la distracción—. ¿Quieres...?

—Por supuesto —Zheng sonrió, entrelazando sus dedos con los de ella mientras se acercaban al puesto—. Aunque debo advertirte que soy bastante bueno con los acertijos.

—¿Es eso un desafío, Su Majestad? —susurró ella con una sonrisa traviesa—. Porque yo pasé mi infancia resolviendo los acertijos de la vieja Nuo, y ella era conocida por tener los más difíciles del pueblo.

El vendedor, un hombre mayor con una sonrisa astuta, los recibió con entusiasmo. —¡Ah, una joven pareja! ¿Se atreven a poner a prueba su ingenio? Tengo aquí tres linternas, cada una con un acertijo. Resuelvan uno y ganan un premio pequeño, resuelvan dos y el premio mejora, resuelvan los tres... —sus ojos brillaron con picardía—. Bueno, nadie ha resuelto los tres esta noche.

—Aceptamos el desafío —declaró Zheng, su voz llena de la misma autoridad que usaba en el palacio, aunque suavizada por el disfraz.

Liu Yi apretó su mano, conteniendo una risa. Incluso vestido de campesino, había momentos en que el emperador simplemente no podía evitar salir a la superficie.

El vendedor asintió complacido y comenzó a descolgar las tres linternas, cada una decorada con intrincados patrones y caracteres elegantes. La primera era roja como el fuego, la segunda azul como el mar profundo, y la tercera blanca como la nieve recién caída.

—Empecemos con la linterna roja —el vendedor la sostuvo en alto, su luz danzando sobre sus rostros mientras recitaba:

"Soy más valioso que el oro,
pero no puedo ser comprado.
Puedo construir imperios,
pero también destruirlos.
Los sabios me buscan,
los tontos me temen.
¿Qué soy?"

Liu Yi y Zheng intercambiaron una mirada, sus mentes trabajando al unísono mientras el festival continuaba a su alrededor, las risas y la música creando una atmósfera mágica para su pequeña aventura.

Las sombras de los faroles se movían sobre sus rostros mientras ambos meditaban la respuesta. Liu Yi frunció el ceño, repasando cada línea del acertijo en su mente. Zheng, por su parte, mantenía una sonrisa serena, como si ya supiera la respuesta pero esperara a que ella hablara primero.

—El conocimiento —dijeron al unísono, sus voces mezclándose en la noche festiva.

El vendedor alzó las cejas, genuinamente impresionado. —Vaya, vaya... primera vez en la noche que alguien responde tan rápido. ¿Y cómo están tan seguros?

—Es más valioso que el oro porque perdura más allá de las riquezas materiales —comenzó Liu Yi.

—Puede construir imperios a través de la sabiduría —continuó Zheng.

—O destruirlos cuando se usa incorrectamente —añadió ella.

—Los sabios siempre buscan aprender más...

—Y los tontos temen lo que no entienden —concluyó Liu Yi, intercambiando una mirada cómplice con Zheng, tenian una coordinación admirable.

El vendedor soltó una carcajada complacida. —¡Extraordinario! No solo han dado con la respuesta, sino que pueden explicarla tan elegantemente. Bien, bien... —tomó la linterna azul y la sostuvo ante ellos—. Veamos qué hacen con este:

"Sin alas vuelo,
sin ojos lloro,
sin boca rujo,
sin vida me muevo.
En la batalla soy temido,
en la paz soy añorado.
¿Qué soy?"

—Oh, este es interesante —murmuró Zheng, inclinando ligeramente la cabeza. Su venda captaba destellos de la luz de los faroles, dándole un aire misterioso.

Liu Yi dio un pequeño mordisco a su Yuanxiao mientras pensaba, saboreando la golosina para ayudarse a concentrar. A su alrededor, otros transeúntes comenzaban a detenerse, intrigados por la pareja que había resuelto el primer acertijo tan fácilmente.

—Sin alas vuela... —reflexionó ella en voz baja—. Sin ojos llora... como la lluvia, tal vez...

—Y ruge sin boca —añadió Zheng pensativo—. En la batalla es temido...

Liu Yi se enderezó de repente, sus ojos brillando con el destello del reconocimiento. Se acercó a Zheng y susurró algo en su oído. Él sonrió ampliamente y asintió.

—¿Les gustaría compartir su respuesta con todos? —preguntó el vendedor, notando el creciente público a su alrededor.

Zheng se giró hacia Liu Yi, haciendo un gesto galante. —Las damas primero.

—El viento —declaró ella con seguridad—. Es el viento.

Un murmullo de admiración recorrió a la pequeña multitud mientras el vendedor aplaudía con entusiasmo.

—¡Correcto nuevamente! El viento, que vuela sin alas, llora sin ojos cuando trae la lluvia, ruge en las tormentas sin tener boca, y se mueve sin vida propia. Temido en la batalla por los arqueros y añorado en los días de paz por su frescura.

El vendedor tomó entonces la última linterna, la blanca, y una sonrisa astuta cruzó su rostro. —Ahora, el último y más difícil de todos. Nadie ha logrado descifrar este esta noche...

El vendedor sostuvo la linterna blanca en alto, su luz parecía más brillante que las anteriores, como si el propio acertijo estuviera ansioso por ser revelado.

—Presten atención —dijo el anciano con voz solemne—:

"Soy el principio del mundo,
el final de cada día,
estoy en medio de la nada,
pero sin mí no habría vida.
Los reyes me buscan en sus coronas,
los sabios en sus palabras,
el guerrero en su espada.
¿Qué soy?"

La pequeña multitud guardó silencio, varios espectadores frunciendo el ceño mientras intentaban descifrar el enigma. Liu Yi mordió su labio inferior, una costumbre que tenía cuando se concentraba profundamente.

—El principio del mundo... —murmuró Zheng, su voz apenas audible.

—Y el final de cada día... —continuó Liu Yi, dando vueltas a las palabras en su mente.

Un niño pequeño se abrió paso entre la multitud, mirando la escena con ojos grandes y curiosos. Liu Yi le sonrió brevemente antes de volver su atención al acertijo. Algo en la inocente mirada del pequeño había encendido una chispa en su mente.

—¿Estás pensando lo mismo que yo? —preguntó Zheng, inclinándose hacia ella.

—Depende... ¿estás pensando en la letra que está al principio del l"mundo"? —susurró Liu Yi, una sonrisa formándose en sus labios.

Los ojos de Zheng brillaron bajo su venda. —Y al final de "día"...

—Y en medio de "nada" —completó ella, su sonrisa ensanchándose.

Se miraron por un momento, la comprensión floreciendo entre ellos como una flor nocturna. Zheng asintió levemente, dándole a Liu Yi el honor de responder.

—La respuesta es... —comenzó ella, su voz clara y segura— la letra 'a'.

El vendedor se quedó inmóvil por un momento, la linterna blanca temblando ligeramente en su mano. Luego, una enorme sonrisa se extendió por su rostro arrugado.

—¡Extraordinario! —exclamó, provocando una oleada de aplausos de la multitud—. ¡Simplemente extraordinario! La letra 'a', efectivamente. Al principio de "mundo" no está, pero es la letra al inicio del alfabeto. Está al final de "día", en medio de "nada", y sin ella no habría "vida". Los reyes la buscan en "corona", los sabios en "palabra", y el guerrero en "espada". ¡Son los primeros en resolverlo! —anunció con júbilo—. Y no solo eso, ¡han resuelto los tres acertijos! Esto merece un premio especial...

El anciano se agachó detrás de su puesto y sacó una caja lacada en negro y rojo, decorada con intrincados diseños dorados.

—Este premio estaba reservado para quien lograra resolver los tres acertijos —explicó, abriendo la caja con reverencia—. Y no podría haber encontrado mejores destinatarios.

El vendedor extrajo de la caja un objeto que brilló a la luz de los faroles: un delicado prendedor de plata en forma de mariposa, con pequeños detalles en jade verde pálido.

—Esta pieza tiene su propia historia —dijo el anciano, sosteniéndola para que todos pudieran verla—. Dicen que perteneció a una princesa que se enamoró de un erudito. Ella dejó el palacio para vivir una vida simple con él, y este prendedor fue lo único que conservó de su vida anterior.

Liu Yi contuvo el aliento, consciente de la ironía de la historia. A su lado, Zheng se tensó casi imperceptiblemente.

—La mariposa —continuó el vendedor— representa la transformación y la libertad de elegir el propio camino, sin importar lo que otros esperen de nosotros.

—Es hermoso —susurró Liu Yi, admirando cómo la luz jugaba con las piedras de jade.

—Y es suyo, jovencita —el anciano se lo extendió con una reverencia que parecía demasiado formal para un simple vendedor de acertijos—. Úselo con sabiduría.

Zheng tomó el prendedor y, con movimientos delicados, lo colocó en el cabello de Liu Yi. Sus dedos se demoraron un momento más de lo necesario, rozando suavemente su mejilla.

—Te queda perfecto —murmuró él.

—Gracias —Liu Yi se inclinó hacia el vendedor, quien les devolvió una sonrisa enigmática.

Mientras se alejaban del puesto, la multitud comenzó a dispersarse, pero Liu Yi no pudo evitar mirar hacia atrás una última vez. Para su sorpresa, el anciano había desaparecido, como si se hubiera desvanecido en el aire festivo.

—Zheng... —comenzó ella, pero se detuvo al sentir que él apretaba suavemente su mano.

—Hay cosas en este mundo que es mejor no cuestionar —dijo con una sonrisa misteriosa—. Especialmente en una noche como estas.

Un grupo de niños pasó corriendo junto a ellos, persiguiendo cometas de papel que brillaban como estrellas caídas. La música de flautas y tambores flotaba en el aire, mezclándose con las risas y el crepitar de los faroles.

Mientras caminaban entre los puestos, un destello blanco captó la atención de Liu Yi. En un pequeño puesto, docenas de máscaras tradicionales colgaban como frutas maduras: demonios sonrientes, sabios dragones, astutos zorros y nobles fénix.

—¡Mira! —exclamó ella, acercándose al puesto—. Son preciosas.

La vendedora, una mujer mayor con arrugas de tanto sonreír, asintió complacida. —Todas hechas a mano, jovencita. ¿Alguna te llama la atención?

Liu Yi extendió la mano hacia una máscara de zorro blanco, decorada con delicadas líneas rojas y doradas que formaban remolinos alrededor de los ojos. Sus dedos rozaron la superficie suave.

—Tienes buen ojo —comentó la vendedora—. Esa máscara representa a Huli Jing, el zorro espiritual. Dicen que trae buena fortuna a quienes son puros de corazón.

—Y problemas a quienes no lo son —añadió Zheng con una sonrisa traviesa—. ¿La quieres?

—Oh, no podría... ya has gastado suficiente en mí esta noche.

—Tonterías —Zheng ya estaba sacando más monedas de su bolsa—. Un festival sin máscara no es un verdadero festival.

La vendedora envolvió cuidadosamente la máscara en papel de seda antes de entregársela. Liu Yi se la puso con cuidado, asegurándose de no estropear el prendedor en su cabello.

—¿Cómo me veo? —preguntó, girando hacia Zheng.

—Como un verdadero espíritu del bosque —respondió él con suavidad.

Un repentino estruendo de tambores interrumpió el momento. A lo lejos, una multitud comenzaba a reunirse, y sobre las cabezas de la gente, Liu Yi pudo ver el destello de escamas doradas.

—¡La Danza del León y el Dragón! —exclamó emocionada, tomando la mano de Zheng—. ¡Vamos!

Se abrieron paso entre la multitud hasta encontrar un buen lugar para ver el espectáculo. Dos leones, uno rojo y otro dorado, se movían con gracia felina, sus ojos brillantes parpadeando mientras sus cuerpos serpenteaban al ritmo de los tambores. Detrás de ellos, un dragón de brillantes escamas verdes y doradas ondulaba como un río de seda, su cuerpo largo moviéndose en perfecta sincronía gracias a los bailarines ocultos bajo la tela.

—¿Sabías —susurró Zheng, inclinándose cerca de su oído— que se dice que los movimientos de esta danza fueron inspirados por una batalla real entre un león y un dragón?

Liu Yi negó con la cabeza, fascinada por el espectáculo. Los leones ahora "peleaban" entre sí, realizando acrobacias imposibles mientras el dragón los rodeaba en círculos cada vez más cerrados.

—El león representa la tierra —continuó Zheng—, y el dragón el cielo. Su danza es el eterno baile entre ambos reinos.

De repente, el dragón se elevó, sus escamas brillando bajo la luz de los faroles mientras los bailarines lo hacían "volar" sobre la multitud. Los niños gritaban de emoción, estirando sus manos para tocar las escamas brillantes. Los leones rugieron al unísono, sus cabezas moviéndose al ritmo frenético de los tambores.

—¡Mira! —Liu Yi señaló cuando uno de los leones se paró sobre sus patas traseras, realizando una serie de movimientos que parecían desafiar la gravedad—. ¿Cómo lo hacen?

—Años de práctica —respondió Zheng—. Y tal vez un poco de destrezas marcial.

Liu Yi rió, el sonido mezclándose con la música y los aplausos de la multitud. Su máscara de zorro brillaba bajo las luces, y por un momento, pareció que realmente era un espíritu que había decidido unirse al festival.

El espectáculo alcanzó su clímax cuando el dragón y los leones comenzaron a danzar juntos en perfecta armonía, sus movimientos tan fluidos que era fácil olvidar que había personas controlándolos. Los tambores retumbaban como truenos, y el aire mismo parecía vibrar con la energía de la danza.

Cuando la presentación terminó, la multitud comenzó a dispersarse, pero Liu Yi permaneció inmóvil, como si aún estuviera bajo el hechizo de la danza.

—Ven —dijo Zheng, tocando suavemente su hombro—. Hay algo más que quiero que hagamos antes de que termine la noche.

La guió entre la multitud hasta un puesto iluminado donde decenas de linternas de papel colgaban como estrellas terrenales. Algunas eran simples y elegantes, otras estaban decoradas con intrincados diseños de flores y animales.

—¿Linternas? —preguntó Liu Yi, sus ojos brillando detrás de su máscara de zorro—. Siempre he querido lanzar una.

El vendedor, un hombre de mediana edad con una sonrisa amable, se acercó a ellos. —Las mejores linternas del festival —aseguró—. El papel es especial, hecho a mano en las montañas. Se elevan más alto y brillan más tiempo que cualquier otra.

Liu Yi se detuvo frente a una linterna decorada con delicados trazos de tinta que formaban un árbol de duraznos, sus ramas extendiéndose por toda la superficie del papel.

—Es perfecta —susurró.

—Llevaremos dos —dijo Zheng, sacando algunas monedas—. La del durazno y... —sus ojos recorrieron las opciones antes de señalar una decorada con ondulantes líneas azules que parecían olas de mar—. Esta.

El vendedor les explicó cuidadosamente cómo encender y liberar las linternas. —Recuerden —añadió—, el momento de lanzarlas será anunciado por las campanas del templo. Es importante que todos las liberen juntos; así el cielo se llena de luz al mismo tiempo.

Mientras esperaban, pasearon por los últimos puestos abiertos. El festival comenzaba a aquietarse, aunque el aire seguía lleno de música lejana y el aroma de incienso y comida.

—Mi Madre decía que las linternas llevan nuestros deseos al cielo —comentó Liu Yi, sosteniendo con cuidado su linterna—. Que los espíritus las usan como guía para encontrar el camino hacia nosotros.

—¿Y qué deseo le confiarás a tu linterna? —preguntó Zheng con curiosidad.

Liu Yi sonrió misteriosamente detrás de su máscara. —Si lo digo en voz alta, podría no cumplirse.

El primer tañido de la campana resonó por el festival, profundo y claro. La gente comenzó a reunirse en los espacios abiertos, preparando sus linternas.

—Ven —Zheng la guió hacia un claro cercano—. Desde aquí tendremos una buena vista.

Juntos, encendieron las pequeñas llamas en sus linternas. El papel comenzó a brillar suavemente, iluminando sus rostros con un resplandor cálido. Liu Yi podía sentir el calor de la llama a través del delicado papel, como un pequeño sol entre sus manos.

El último tañido de la campana resonó en la noche.

—Ahora —susurró Zheng.

Soltaron sus linternas al unísono. Por un momento, estas se tambalearon en el aire, como si dudaran, pero luego comenzaron a elevarse suavemente. A su alrededor, cientos de otras linternas se unían al ascenso, creando una constelación en movimiento.

Liu Yi se quitó la máscara para ver mejor el espectáculo. Las linternas subían y subían, algunas girando suavemente, otras manteniéndose firmes en su ascenso. La del cerezo y la de las olas danzaban juntas en el aire, como si siguieran una coreografía invisible.

—Es como si las estrellas hubieran decidido bajar a bailar con nosotros —murmuró Liu Yi, sus ojos reflejando las luces ascendentes.

Zheng la miró, notando cómo su rostro brillaba con el resplandor de cientos de linternas. —Tal vez —respondió suavemente—, o tal vez nosotros estamos aprendiendo a bailar con las estrellas.

Las linternas continuaron su ascenso hasta que se volvieron indistinguibles de las estrellas reales, llevando consigo los deseos y esperanzas de todos los que habían venido al festival. Y aunque Liu Yi no había revelado su deseo, mientras observaba el cielo iluminado, sintió que, de alguna manera, ya  estaba comenzando a cumplirse.

Mientras las últimas linternas se perdían en el cielo nocturno, Zheng se volvió hacia Liu Yi, su expresión volviéndose más seria pero manteniendo una suavidad en su mirada.

—¿Conoces el dicho sobre las coincidencias? —preguntó en voz baja—. Dice que no existen realmente, que todo es causa y efecto.

Liu Yi asintió levemente, sus dedos jugando distraídamente con la máscara de zorro que sostenía.

—Cuando me salvaste la vida aquel día —continuó él—, muchos lo llamarían coincidencia. Pero creo que fue más que eso. Mi vida en peligro fue la causa, y tú salvándome... fue el efecto que el destino había preparado. Nos llevó a conocernos, a este momento.

Se detuvo un momento, observando cómo una última linterna solitaria se elevaba perezosamente en el cielo.

—Desde ese día, he estado pensando mucho. El imperio necesita una emperatriz, alguien que entienda tanto a la nobleza como al pueblo. Alguien con la sabiduría para ver más allá de las intrigas de la corte y la compasión para preocuparse por aquellos que otros ignoran. —Sus ojos se encontraron con los de ella—. Alguien como tú.

Liu Yi contuvo la respiración, Suspiro  debido al giro de la conversación, sin duda era ora de tomar una decisión.

—El que yo te buscara fue la causa —continuó Zheng con voz suave pero firme—. Ahora tú debes decidir el efecto. Puedes regresar a tu pueblo, seguir tu vida como hasta ahora... o podrías ser mi emperatriz, mi compañera, mi consejera en los días difíciles que vendrán.

El silencio se extendió entre ellos, roto solo por el murmullo lejano del festival que se apagaba. Liu Yi miró la máscara en sus manos, sus dedos trazando las líneas doradas que decoraban el rostro del zorro.

—No es una decisión simple —dijo finalmente—. Ser emperatriz... es una responsabilidad enorme.

—Lo es —admitió Zheng—. Por eso debe ser tu elección.

Liu Yi levantó la vista hacia el cielo, donde las últimas linternas se confundían ya con las estrellas. Pensó en su pueblo, en la vida tranquila que conocía, y luego en todo lo que podría hacer desde el palacio, en cuántas vidas podría ayudar a mejorar.

—Si acepto —dijo lentamente—, quiero que sea claro que no será solo por razones políticas. Quiero hacer una diferencia real en la vida de la gente.

Zheng asintió, una pequeña sonrisa formándose en sus labios —Eso es lo que espero de ti...

—Entonces... —Liu Yi respiró profundamente—. Acepto ser tu emperatriz.

Zheng tomó su mano suavemente, un gesto simple pero lleno de significado.

—Las coincidencias no existen —repitió él—. Cada decisión nos trae a donde debemos estar.

Se quedaron así un momento, sus manos unidas, mientras las últimas notas del festival se desvanecían en la noche. No era un momento de pasión desbordante ni de grandes declaraciones de amor, sino algo más sutil y prometedor: el comienzo de algo que podría crecer para convertirse en algo extraordinario.

La máscara de zorro brilló una última vez bajo la luz de las estrellas, como si el espíritu de Huli Jing sonriera ante la decisión tomada, ante este nuevo camino que se abría ante ellos, lleno de posibilidades y promesas por cumplir.

...

¡Feliz año nuevo!

Este festival esta basado en uno real que se celebra o se celebraba en china, SU ESCRITORA SE TUBO QUE PONER A ESTUDIAR!!!  Aun así no se si este festival se realizaba en el reinado de Qin Shi Huang, aun así como dije en las advertencias del libro esta obra puede tener datos históricos erróneos, si hay alguna falta lo siento, son como 7000 palabras y mi coco hizo lo mejor que pudo jajjaja.

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