10
Tras unos días en esa habitación —que era un universo totalmente diferente a su pequeña consulta en el pueblo—, Liu Yi había estado meditando sin parar aquella propuesta.
El té se enfriaba en la taza mientras miraba por la ventana. Sus pensamientos giraban como hojas en un remolino, sin encontrar un punto de reposo.
¿Ser emperatriz?
La palabra resonaba en su mente como un eco lejano, extraño, casi irreal. Ella, una médica de un pequeño pueblo, rodeada de recuerdos de soledad y pérdida. ¿Cómo había llegado a este punto? Sin duda, había heredado la estupidez de su madre, junto con su capacidad de meterse en problemas por interferir donde no la llaman.
Dio un suspiro y recordó su vida antes de vivir con el abuelo Yichen y la vieja Nuo, antes de haber conocido a Zheng. Un vacío absoluto. Después de perder a sus padres, había quedado completamente sola. Sin propósito, sin dirección. Cada día era una carga, cada amanecer una obligación sin sentido. La muerte parecía más un descanso que una amenaza.
Pero entonces recordó el estado de su país. Antes de Zheng, el reino era como un cuerpo enfermo. Dividido. Sangrando. Siete estados constantemente en guerra, como órganos de un mismo organismo que se devoraban entre sí. Qin, Chu, Yan, Zhao, Wei, Han, Qi. Cada uno luchando por un fragmento de territorio, cada batalla dejando cicatrices más profundas que cualquier herida física que ella hubiera tratado.
Era como un paciente con una enfermedad crónica. Un país desgarrado por conflictos internos, donde la población vivía en un estado constante de zozobra. Los campesinos no sabían si al amanecer tendrían un campo para cultivar o si algún ejército lo habría arrasado. Los niños crecían escuchando el sonido de las espadas más que el de las canciones de cuna.
Luego tomó la decisión de vivir con los abuelos. Le dieron un espacio, una pequeña consulta donde podía ejercer su arte de curar. Poco a poco, el pueblo se convirtió en su familia. Cada paciente, cada niño que sanaba, cada anciano al que ayudaba con sus dolencias, le devolvía un fragmento de significado.
Y ahora, Zheng. Él había llegado tan rápido como se fue; tras su partida, tras ver la realidad de su pueblo, conquistó su país y le dio estabilidad.
Un hombre que no la había juzgado. Que la había visto más allá de su carácter arisco, de su pasión por las artes marciales, de su forma poco convencional de ser mujer. Él la había mirado como un igual. No como alguien a quien domesticar o controlar, sino como una aliada.
Como un cirujano radical. Zheng había cortado los conflictos de raíz. Unificó. Cauterizó las heridas del reino con fuego y determinación.
No era un proceso hermoso. Las guerras nunca lo son. Pero a veces, para sanar un cuerpo enfermo, se necesitan cortes profundos.
Su mente viajó a los ancianos de su pueblo. A Yichen, que le había contado historias de aquellos tiempos cuando la situación de los reinos era aún peor que cuando ella nació. De cómo un campesino nunca sabía si pagaría impuestos a un señor feudal o moriría en una guerra que nunca entendería.
Ahora, bajo el gobierno de Zheng, los caminos estaban seguros. Los impuestos eran predecibles. Las murallas protegían, no oprimían.
La primera vez que se conocieron, herido y vulnerable, él había mostrado una fortaleza que iba más allá de lo físico. Su vulnerabilidad no era debilidad, sino honestidad. Y ella, que había aprendido a protegerse tras años de soledad, encontró en él algo diferente.
“Te quiero como mi aliada”, le había dicho.
Esas palabras resonaban en su memoria. No era un compromiso político, porque ¿qué podía ofrecerle ella a él? Aun así, él le estaba ofreciendo todo a ella. No era una imposición. Era una invitación. A transformar, a crear, a ser más de lo que el mundo esperaba de ella.
Pero dejaría atrás tanto.
El pequeño huerto donde cultivaba sus hierbas medicinales. Los amaneceres con Daiyu correteando entre los campos. Las tardes escuchando las historias de Yichen, los consejos de la vieja Nuo. Las noches en su consulta, preparando remedios, escuchando las historias de dolor y esperanza de su gente.
Dejaría atrás su pequeño mundo, uno que ella misma había construido.
Liu Yi miró sus manos. Las manos que habían cosido heridas, preparado medicinas, aliviado dolores. ¿Realmente estaba dispuesta a dejar todo por lo que Zheng le ofrecía? Su visión era buena y sus metas claras; aun así, ¿de qué podía servirle ella exactamente?
¿Valía la pena intercambiar ese mundo pequeño pero significativo por algo tan grande como un imperio?
Y, sin embargo, algo dentro de ella susurraba que tal vez este era su verdadero propósito. No solo curar heridas físicas, sino sanar un sistema. No solo cuidar un pueblo, sino proteger a millones.
Ella, que había vivido la pobreza, la guerra, la pérdida y las desgracias en carne propia, tal vez era una mejor opción que muchas de esas damas nobles refinadas. Tal vez por esa razón él la había elegido a ella.
Era como un tratamiento médico complejo. Doloroso en el proceso, pero necesario para la supervivencia.
Zheng no la veía como un instrumento. La veía como una potencial compañera. Alguien con quien estaba dispuesto a compartir sus metas…
En su pueblo, curaba personas. Aquí, podría curar un imperio.
Un imperio que alguna vez estuvo tan enfermo que parecía desahuciado. Ahora respiraba. Ahora tenía esperanza.
“¿Viviría por él?”, se preguntó.
No. Viviría con él. Por un propósito más grande. Por la posibilidad de transformar el dolor en esperanza, erradicar la enfermedad de un imperio entero.
Y ella, Liu Yi, tendría la oportunidad de ser parte de ese proceso.
La balanza se estaba inclinando cuanto más pensaba. No por Zheng. No por el imperio. Sino por ella misma, por la oportunidad de crear un mundo donde la gente de su pueblo pudiera vivir en paz y pudiera respirar, por un imperio donde sus abuelos pudieran vivir sin preocupaciones por los días que les quedaban.
Miró por la ventana de la habitación. Los jardines se extendían infinitos, llenos de posibilidades. Un campo de batalla lleno de hipocresía, donde, si quería sobrevivir, tendría que jugar bien sus fichas, así como en el Shoji.
Si aceptaba esa propuesta, ¿sería capaz ella de ganar la partida?
Liu Yi observaba desde su ventana el ir y venir de las criadas en los jardines del palacio. Sus movimientos eran como un baile perfectamente coreografiado: cada una sabía exactamente dónde debía estar y qué debía hacer. Se apartó un mechón de pelo de la cara, sonriendo suavemente mientras veía a dos muchachas jóvenes compartir una broma mientras cargaban cestas de ropa.
—Disculpe, señorita Liu Yi… —Una voz suave interrumpió sus pensamientos.
Al girarse, encontró a Mei Ling en la entrada, con la mirada baja y las mejillas ligeramente sonrojadas mientras sostenía una bandeja con té. La joven doncella siempre parecía estar a punto de disculparse por existir.
—¡Mei Ling! —Liu Yi sonrió cálidamente—. Te he dicho que no necesitas ser tan formal conmigo. Solo Liu Yi está bien.
—Pero no sería apropiado… —Mei Ling colocó la bandeja sobre la mesa con manos temblorosas, casi derramando el té.
Liu Yi se acercó para ayudarla, lo que solo pareció aumentar el nerviosismo de la joven.
—No hay necesidad de tanta formalidad entre amigas.
Los ojos de Mei Ling se abrieron con sorpresa ante la palabra “amigas”, y un rubor más intenso cubrió sus mejillas.
—Yo… yo solo soy una simple doncella…
—Y yo solo soy una simple médica de pueblo —Liu Yi se sentó junto a la mesa y palmeó el cojín a su lado con una sonrisa cálida—. Siéntate conmigo un momento.
Mei Ling pareció entrar en pánico por un instante, mirando hacia la puerta como si temiera que alguien las descubriera, pero finalmente se sentó, manteniendo una postura rígida y formal.
Tras un rato charlando entre anécdotas graciosas y secretos efímeros, ambas tomaban el té tranquilamente. La niña parecía mucho más relajada que cuando la albina le había ofrecido sentarse por primera vez. Así que, aprovechando el momento de intimidad y confianza, Liu Yi decidió hacer una solicitud.
—Mei Ling… —Liu Yi dudó un momento, jugando con el borde de su manga. A pesar de su sonrisa constante, un leve rubor tiñó sus mejillas—. ¿Puedo pedirte un favor?
La doncella asintió rápidamente, aunque parecía preocupada por lo que pudiera pedirle.
—Me preguntaba si… bueno… —Liu Yi bajó la voz hasta casi un susurro—. ¿Podrías prestarme algo de tu ropa?
—¿Mi… mi ropa? —Mei Ling parpadeó confundida—. Pero la suya es mucho más bonita, señorita Liu Yi…
—Es que… —Liu Yi se inclinó más cerca, como compartiendo un secreto—. Echo de menos poder moverme libremente, ¿sabes? Toda esta seda y estos bordados son hermosos, pero… —Hizo un gesto vago con las manos—. Me siento como un pájaro en una jaula dorada.
—Pero si el emperador se entera… —Mei Ling se cubrió la boca con las manos, claramente alarmada.
—Ese tonto no tiene por qué enterarse —Liu Yi tomó las manos de Mei Ling entre las suyas, notando cómo dio un ligero espasmo—. Solo quiero dar un paseo, conocer el palacio. Prometo no causar problemas.
Mei Ling miró sus manos unidas; probablemente su señorita era la única mujer lo suficientemente valiente como para llamar al emperador de ese modo, valiente o simplemente imprudente. Miró el rostro esperanzado de Liu Yi que comenzaba a pesarle. Parecía estar librando una batalla interna.
—Por favor… —Liu Yi inclinó la cabeza, y por un momento pareció tan vulnerable como Mei Ling—. Me siento tan sola aquí y estoy tan aburrida…
Algo en esa confesión pareció tocar una fibra en Mei Ling.
—Yo… yo también me sentí así cuando llegué al palacio —murmuró, tan bajo que Liu Yi apenas pudo oírla.
—¿De verdad?
Mei Ling asintió, una pequeña sonrisa apareció en sus labios.
—Podría… podría traerle uno de mis vestidos de trabajo. Y… —Se sonrojó nuevamente—. Conozco algunos pasillos poco transitados…
—¡Gracias! ¡Gracias! ¡Gracias! ¡Gracias, Mei Ling! —Liu Yi la abrazó impulsivamente, causando que Mei Ling soltara un pequeño chillido de sorpresa—. ¡Eres la mejor!
—¡Se-señorita! —Mei Ling estaba roja como una amapola, pero no se apartó del abrazo—. No… no es apropiado…
—Las amigas se abrazan —declaró Liu Yi con firmeza, aunque la soltó suavemente—. Y ahora somos conspiradoras, ¿no? —La albina miró a la pobre chica con ojos cómplices.
—¿¡Conspiradoras!? —Mei Ling parecía a punto de desmayarse ante la palabra.
—¡Conspiradoras! —Liu Yi rio suavemente, sus ojos brillando con diversión—. Como en esas historias que cuenta mi abuelo Yichen sobre las doncellas que se escapaban para ver los festivales.
—Yo… yo nunca he hecho algo así… —Mei Ling se retorció las manos nerviosamente, estaba un poco desconcertada con el comportamiento de su señorita, solo esperaba no ser descubierta por la dama Cheng o sería castigada.
—Gracias en serio, sabes, siento que desde que llegué eres la única que está de mi lado. Agradezco al cielo haberte conocido y… gracias por ser mi amiga, aun si soy difícil de manejar y un poco caprichosa —rio ella, apretando su collar donde estaba el amuleto de jade, el detonante de todo este lío.
Mei Ling la miró por un largo momento, y Liu Yi pudo ver cómo algo cambiaba en sus ojos, como una chispa de valentía encendiéndose.
—Tendré todo listo en una hora —susurró Mei Ling, poniéndose de pie apresuradamente—. Con ropa y… y tinte para el pelo. Su cabello es demasiado bonito para una criada.
—Mei Ling —Liu Yi la llamó antes de que llegara a la puerta—. Gracias por ser mi amiga —repitió Liu Yi con unos ojos brillantes que reflejaban muchos sentimientos.
La joven doncella se quedó paralizada un momento, sonrió suavemente y con una profunda reverencia, murmuró:
—Gracias a usted por querer serlo.
Cuando Mei Ling se fue, Liu Yi volvió a la ventana, observando felizmente el cielo, aunque esta vez no era de la misma forma. La expectativa la llenaba de nervios y a la vez de un sentimiento de adrenalina por esa pequeña travesura.
…
—¿Has oído? —murmuró una voz aguda desde detrás de una de las columnas decoradas del pasillo.
—Sí, dicen que esa mujer corrió a los brazos del emperador en cuanto lo vio, y su majestad la recibió como si nada. ¿Será que tienen un pasado apasionado? —la joven doncella se llevó ambas manos a las mejillas sonrojadas y cerró los ojos en un gesto soñador—. ¡Igual que en las historias de amor que cuenta la vieja Ming!
—Dicen que su cabello es tan blanco como la nieve, ¿será verdad? —susurró otra, inclinándose más cerca del grupo—. Dicen que la dama Cheng se desmayó.
—Mi hermana sirve en el ala este y dice que la vio practicando artes marciales en el jardín. ¿Qué clase de dama hace eso? —comentó una tercera voz con tono escandalizado.
Liu Yi caminaba por los pasillos del palacio cuando oyó esa curiosa conversación. Vestida con las ropas de Mei Ling y usando una peluca negra que le picaba terriblemente, pasaba desapercibida lo suficiente como para que las criadas la ignoraran. El corazón le dio un vuelco al escuchar los rumores sobre sí misma. Recordó su comportamiento en la sala del trono y cómo, efectivamente, había actuado de manera tan impulsiva. Mirando hacia atrás, se sintió avergonzada por haberse mostrado así frente a tantas personas, y debía admitir que había sido imprudente tomar una espada decorativa para practicar un poco…
“Este lugar sin duda le agradaría a la vieja Nuo, está lleno de chismes”, pensó con una sonrisa irónica, imaginando a la anciana sentada en su silla favorita, bebiendo té y deleitándose con cada nueva historia que llegaba a sus oídos.
Trató de alejarse del grupo de doncellas chismosas, intentando imitar el andar sofisticado y suave que Mei Ling le había enseñado brevemente esa mañana. “Pasos pequeños, hombros relajados, mirada baja”, había insistido su amiga. Pero sin duda era un completo fracaso; su postura era un poco rígida y sus pasos bruscos y decididos, delatando su fuerte personalidad. Años de entrenamiento en artes marciales le habían dado un porte que ahora la traicionaba.
—También dicen que viene de un pueblo perdido en las montañas —continuó una de las voces mientras Liu Yi se alejaba—. ¿Cómo puede alguien así ser digna de estar con su majestad?
Las palabras le dolieron más de lo que esperaba. Era cierto, ¿cómo podía alguien como ella…? Sacudió la cabeza, alejando esos pensamientos. En primer lugar, no veía a Zheng de esa forma… ¿verdad?
Su primer día en el palacio apenas había visto los pasillos de pasada, pero todo había sido tan caótico que no había tenido oportunidad de apreciarlos como era debido. Ahora, moviéndose con más libertad —aunque disfrazada—, podía observar los detalles que antes había pasado por alto. El rojo, color imperial, predominaba significativamente en varios adornos junto con el papel de las puertas corredizas. Los ornamentos en oro brillaban bajo la luz que se filtraba por las ventanas, y algunos muebles ocasionalmente tenían adornos florales tan delicados que parecían a punto de cobrar vida. Algunos pasillos o salas lucían obras de arte, jarrones majestuosos o pergaminos en las paredes que narraban antiguas historias de victorias y honores pasados.
Se detuvo frente a uno particularmente hermoso que mostraba una secuencia de batalla. Liu Yi no pudo evitar pensar en su tesoro familiar, aquel pergamino donde estaba escrito ese poema sobre el honor. La tinta desgastada, las esquinas dobladas por el tiempo, pero las palabras tan vívidas como el primer día. ¿Sería una imprudencia pedirle a Zheng una práctica de artes marciales? Ahora que era emperador, por alguna razón lo sentía inalcanzable, como si hubiera ascendido a un plano diferente de existencia.
Su mente viajó una vez más a su propuesta mientras sus dedos jugaban distraídamente con el borde de la manga prestada. Si era sincera consigo misma, ya había pasado su edad ideal para casarse; para muchas jóvenes hermosas, ella podría ser considerada una solterona. El pensamiento le arrancó una sonrisa amarga. Si Zheng le hubiera hecho esa propuesta hace dos años, cuando estaba completamente sola, o más bien, cuando estaba negada a formar lazos con nadie, ¿le habría dicho que sí? Tal vez. A pesar de que en este momento la balanza se inclinaba más por un sí que por un no, en el pasado le habría dicho que sí más rápidamente, sin tantas dudas y reflexiones.
—Solo pienso en cosas tontas… —susurró para sí misma y apretó el colgante de jade contra su pecho. El frío de la piedra contra su piel la ancló al presente, recordándole el momento en que él se lo había entregado.
Aún no comprendía por qué tenía esa fijación con Zheng. ¿Habría sido porque él apareció en un momento en el que se sentía terriblemente sola? ¿O tal vez porque fue el primero que la miró realmente, que vio más allá de su apariencia poco convencional y su carácter difícil? Quizás por eso no le parecía extraño todo aquello, porque en el fondo, más allá de títulos y posiciones, seguían siendo los mismos que compartieron esos momentos de risas en su pequeña cabaña.
El sonido de pasos acercándose la sacó de sus reflexiones. Un grupo de guardias se aproximaba por el pasillo, sus armaduras tintineando suavemente con cada paso. Liu Yi se apresuró a bajar la mirada y pegarse a la pared, como Mei Ling le había aconsejado. Su corazón latía acelerado, mitad por el temor a ser descubierta, mitad por la emoción de esta pequeña aventura.
Cuando los guardias pasaron de largo, dejó escapar un suspiro de alivio. Por un momento, se sintió como una niña otra vez, jugando a las escondidas en los callejones de su pueblo. A veces, los niños solían molestarla con el color de su cabello, pero luego de una pequeña paliza comenzaron a respetarla. Con el tiempo, empezó a hacer amigos, hasta que por diferentes motivos fue perdiendo el contacto, distanciándose o… muriendo. La nostalgia la golpeó con fuerza, mezclada con una extraña sensación de libertad y pesar. Aquí estaba ella, en el corazón del palacio imperial, disfrazada como una simple criada, escuchando chismes sobre sí misma y contemplando la posibilidad de convertirse en emperatriz.
“¿Qué diría el abuelo Yichen si me viera ahora”
Pensó con diversión mientras retomaba su camino por los intrincados pasillos
“Probablemente me regañaría por ser tan imprudente… y luego me pediría que le contara cada detalle; la vieja Nuo no era la única chismosa.”
Sus pensamientos fueron interrumpidos por el sonido de más voces acercándose. Esta vez era un grupo de damas de la Corte. Liu Yi se preparó para otro momento de tensión, preguntándose cuánto tiempo más podría mantener este juego de disfraces antes de ser descubierta. Su corazón latía con adrenalina. Tal y como había hecho con los guardias, se apartó a un lado, bajando la cabeza.
—¡Tú! ¡La nueva! —Una voz autoritaria resonó en el pasillo. Liu Yi se congeló. Levantó un poco la cabeza y, ante ella, una dama de la corte la miraba con ojos penetrantes. Era una mujer mayor, con el cabello recogido en un elaborado moño y vestida con sedas tan finas que podrían haber alimentado a todo su pueblo durante un mes.
—¿Dónde está Xiao He? —La dama se acercó, estudiándola de arriba abajo tras ver la mirada incrédula de Liu Yi—. Se supone que ella debe llevar el té de la tarde al emperador.
—Yo… eh… —Liu Yi volvió a bajar la cabeza, consciente de que los nervios podrían delatarla.
—¡No tartamudees! —La dama chasqueó la lengua con disgusto—. Los sirvientes del palacio imperial no deben tartamudear. ¿Cuál es tu nombre?
—Me… Mei… —Liu Yi casi se mordió la lengua. No podía usar el nombre de su amiga. Se dio una bofetada mental. ¿Acaso era tonta? Podría meter a Mei Ling en problemas.
—¿Mei qué?
—Mei… Hua —improvisó, maldiciendo internamente su falta de creatividad.
—Bueno, Mei Hua —la dama le empujó una pesada bandeja en las manos—, ya que Xiao He ha decidido desaparecer, tú llevarás el té al emperador. Y, por el amor de todos los ancestros, ¡mantén el equilibrio!
Liu Yi apenas logró sostener la bandeja, que se tambaleó peligrosamente. El té dentro de la tetera tintineó, y varios dulces amenazaron con rodar fuera de sus perfectos arreglos.
—¡Cuidado! —La dama parecía a punto de sufrir un desmayo—. ¡Esos son los dulces favoritos de Su Majestad! Si arruinas uno solo…
—No lo haré —prometió Liu Yi, aunque en ese preciso momento un pequeño pastel de luna decidió rodar hacia el borde de la bandeja. Lo atrapó con un movimiento rápido que habría enorgullecido a su padre, pero que hizo que la dama soltara un grito ahogado.
—¡Por todos los dioses! ¿Qué clase de sirvienta eres?
—Una… ¿habilidosa? —Liu Yi sonrió débilmente, recordando demasiado tarde que las sirvientas no hacían bromas.
—¡A la habitación del emperador! ¡Ahora! —La dama prácticamente la empujó por el pasillo—. ¡Y reza para que no derrames una sola gota de té! Si cometes un solo fallo más, serás despedida sin compensación.
Liu Yi avanzó por los pasillos como si estuviera caminando sobre hielo fino, tratando de mantener el equilibrio de la bandeja mientras la dama la empujaba levemente mientras la regañaba. Cada paso era una batalla entre la gracia natural que poseía y su lucha por mantener todos los objetos sobre la bandeja a salvo.
—¿Es la merienda de su Majestad? —miró con ojos nerviosos a los guardias una vez que estuvo frente a las puertas. Estaba en un aprieto; no quería que Zheng la descubriera. Si eso llegara a pasar, sería vergonzoso.
Los guardias en la puerta de la habitación imperial se miraron entre sí un momento, luego simplemente se limitaron a abrirle paso.
Liu Yi entró en la sala, donde estantes llenos de pergaminos y el olor a papel y tinta estaban en el aire. Sentado en medio de todo esto estaba Zheng, atándose la venda con la que solía ocultar sus ojos.
—Deja el té en la mesa junto a la ventana —ordenó, levantándose de su escritorio para dirigirse a la mesita.
Liu Yi se acercó, concentrándose en no tropezar. Cuando finalmente logró depositar la bandeja sin catástrofes, soltó un suspiro de alivio.
Comenzó a servirle el té de forma improvisada, y luego puso el platillo con los pasteles de luna frente a Zheng. Liu Yi se percató de que él tenía una sonrisa.
Una vez terminó de servirle, Zheng comenzó a comer y beber el té. Ella, al no saber qué hacer, se quedó parada allí.
—¿Eres nueva en el palacio? —comentó al aire, oliendo levemente el té.
—Eh… Yo… sí, su Majestad —dijo, intentando forzar un poco la voz.
Aun así, se sobresaltó cuando Zheng soltó una risa ahogada, como si se estuviera conteniendo.
—Sabes —la voz de Zheng sonaba extrañamente divertida—, se te olvidó ponerle azúcar al té y, además… no recuerdo que hayan estado contratando sirvientas.
La albina se tensó, bajando aún más la mirada.
—Solo estoy aquí cubriendo a una amiga, su Majestad —ella bajó la voz, aún forzándola para que sonara diferente.
—¿Oh? ¿Es así? —Zheng se paró de la silla, comenzando a caminar hacia ella. Con cada paso que daba, ella retrocedía otro.
—¿Qué hace, su Majestad? —dijo, aún más tensa cuando su espalda golpeó la pared.
—¿Acaso has venido aquí a servirme por órdenes de alguien más? —Finalmente estuvo frente a frente con ella. A pesar de que tenía las manos detrás de su espalda, se inclinó ligeramente sobre ella, invadiendo su espacio personal sin cuidado alguno—. ¿Estoy equivocado?
El susurro hizo que los vellos del brazo de Liu Yi se erizaran.
—Si te diste cuenta desde el principio, me hubieras dicho. No hacía falta actuar así, ¿sabes? —dijo, apartando su cara con una mano, a lo que Zheng comenzó a reír escandalosamente.
—No esperaba que te disfrazaras de sirvienta para espiar en mi palacio —se sentó en la silla, sujetándose el estómago—. ¿Creías que no iba a reconocerte?
Eso último la desconcertó un poco. ¿Eso significaba que él sería capaz de reconocerla sin importar cómo se viera? Aun así, eso cambió cuando lo oyó reírse más fuerte. Quería golpearlo.
—No estaba espiando —murmuró Liu Yi—. Solo… observaba, estaba aburrida… y luego fui arrastrada aquí por coincidencia.
—Ah, por supuesto —Zheng se acercó una vez más después de levantarse de la silla con un movimiento increíble. Caminó a su alrededor, rodeándola como un gato jugando con su presa, con las manos en la espalda y el rostro ligeramente inclinado, sin borrar su sonrisa burlona—. ¿Y supongo que esa peluca mal puesta también es una coincidencia?
—¿Está mal puesta? —Liu Yi llevó una mano a su cabeza, alarmada.
—Terriblemente —Zheng se acercó con pasos deliberadamente lentos—. Quieta.
Liu Yi se tensó cuando él levantó las manos hacia su cabeza. Sus dedos, sorprendentemente ágiles para un emperador, comenzaron a ajustar la peluca con cuidado. Estaba tan cerca que podía oler el aroma a tinta de sus mangas, probablemente de algún documento que había estado revisando. Ahora que lo pensaba, tenía razón; los guardias la habían dejado pasar tan fácil porque su cabello blanco había sido descubierto y se susurraba por todos lados que ella era amante del emperador. Tal vez pensaron que ella había ido allí con otras intenciones. Se sonrojó ante ese pensamiento.
—Para ser una mujer con carácter…—murmuró él, su voz era como un ronroneo—, te pones bastante nerviosa con la proximidad.
—No estoy… nerviosa —protestó Liu Yi, aunque su voz salió más aguda de lo normal. No podía revelarle sus pensamientos—. Solo… mantengo la guardia alta.
—¿Conmigo? —Zheng dejó escapar una risa suave mientras ajustaba un mechón rebelde—. ¿O con cualquiera que se acerque tanto?
Liu Yi alzó la barbilla, desafiante.
—Solo con emperadores que se divierten torturando a sus invitadas.
—¿Torturando? —Zheng arqueó una ceja, sus manos deteniéndose un momento—. Solo estoy ayudando a una pobre sirvienta con su peluca.
—Una sirvienta que podrías haber mandado al calabozo.
—Cierto —concedió él, dando un último ajuste a la peluca—. Pero, ¿dónde estaría la diversión en eso?
Liu Yi soltó el aire que no sabía que estaba conteniendo cuando él finalmente se apartó.
—Casi tan mal como ese intento de reverencia que hiciste al entrar —continuó Zheng, volviendo a su tono burlón—. ¿Quién te enseñó a servir? ¿Un oso?
—¡Mei Ling hizo lo que pudo! —Liu Yi se defendió, antes de darse cuenta de que acababa de delatarse por completo.
—¿Mei Ling? —Zheng arqueó una ceja—. ¿La pequeña doncella que tiembla cada vez que me ve? Interesante elección de cómplice…
Liu Yi sintió que sus mejillas ardían.— Lo sabías desde el principio, y aun así me dejaste continuar—. Ella se cruzó de brazos; su orgullo dolía, y todo por culpa de su peluca mal puesta…
—¿Y perderme el espectáculo de verte servirme con todo tu sincero corazón? —Su voz brillaba con genuina diversión mientras hacía una pose teatral—. Además, debo admitir que me intriga saber qué pensabas descubrir con este pequeño disfraz.
Liu Yi enderezó la espalda, recuperando algo de su dignidad.
—Quería ver más de este lugar… Cuando llegué… no pude hacerlo…
—¿Y bien? —Zheng se cruzó de brazos—. ¿Cuál es tu opinión sobre mi palacio?
—Que necesitas mejores guardias —respondió ella con una sonrisa desafiante—. Si dejaron pasar a una falsa sirvienta…
—Oh, pero sí tengo buenos guardias —Zheng señaló el lunar bajo su ojo—. Tan buenos que me informaron inmediatamente de tu pequeña aventura. Simplemente decidí… ver hasta dónde llegabas.
—¿Qué? ¿Sabías que había salido en secreto? —Ella protestó—. ¿Te divierte verme hacer el ridículo? —Liu Yi entrecerró los ojos.
—Me intriga ver lo lejos que llegarías para entender este lugar —corrigió él—. Aunque debo admitir, tu técnica para servir el té es bastante entretenida.
—Si vas a burlarte… —Liu Yi dio media vuelta, dispuesta a marcharse.
—No me burlo —Zheng bloqueó su camino—. Te estudio, igual que tú estudias mi palacio.
Se miraron fijamente por un momento, cada uno evaluando al otro.
—La próxima vez —dijo finalmente Zheng—, podrías simplemente pedirme un recorrido por el palacio.
—¿Y perderme la diversión? —Liu Yi sonrió con picardía—. Además, dudo que las sirvientas actúen igual cuando el emperador y su plausible amante están presentes.
—Touché —Zheng inclinó la cabeza, reconociendo su punto—. ¿Has estado escuchando los murmullos del palacio? —Se rió— Bueno… ahora, ¿te gustaría escapar antes de que la dama Ming venga a buscar su bandeja? —Susurro en su oído una vez más, acercándose de la nada.
—¿Conoces algún pasadizo secreto? —bromeó Liu Yi, tratando de mostrarse desafiante, aunque por dentro sus piernas temblaban un poco al oír su voz tan cerca. Sus ojos brillaban con un genuino interés que no se daba cuenta de que tenía.
—Tal vez —sonrió Zheng enigmáticamente—. Pero ese será un descubrimiento para otro día… si decides quedarte.
El recordatorio de su decisión pendiente flotó entre ellos como una nube de otoño, ni oscura ni clara.
—Por ahora —Zheng señaló una puerta lateral—, esa salida te llevará directamente al jardín este. Tus aposentos están a la derecha.
Liu Yi asintió y se dirigió hacia la puerta. Se detuvo en el umbral.
—Zheng…
—¿Sí?
—Gracias por… no mandarme al calabozo— bromeó.
—¿Y privarme de futuros espectáculos? —rió él—. Además, una futura emperatriz debe conocer su palacio… si es que decides aceptar, claro.
—Necesitabas un poco de caos, ¿verdad? —Liu Yi se detuvo, girándose con una sonrisa traviesa que hizo brillar el lunar bajo su labio.
—No sabes lo aburrido que es ver papeles todo el día —él se cruzó de brazos y se apoyó contra una columna, orientando todo su cuerpo hacia ella. Su sonrisa movió algo en el estómago de Liu Yi—. ¿Y tú?
—Me estaba volviendo loca ahí dentro —admitió, jugando con el borde desgastado del vestido prestado—. Tanto silencio, tanta formalidad… ¿Cómo pueden vivir así?
—¿Prefieres el ruido de tu consulta y los gritos de tus pacientes?
—Al menos allí pasan cosas —Liu Yi se encogió de hombros—. Aquí solo… me siento como un pájaro en una jaula muy bonita.
Zheng la estudió por un momento, notando cómo sus manos, marcadas por años de práctica con la lanza y la preparación de medicinas, no dejaban de moverse inquietas.
—También hay caos aquí —dijo finalmente—. Solo que está mejor disfrazado… como cierta médica que conozco.
—¿Me estás llamando caótica? —arqueó Liu Yi una ceja.
—Te estoy llamando interesante —corrigió él—. Ahora vete, antes de que realmente tenga que arrestarte por robar mis pasteles de luna.
—¡Yo no…! —Liu Yi se llevó una mano al bolsillo del delantal, donde efectivamente había guardado uno de los dulces. Sus mejillas se tiñeron de rojo—. Era para Mei Ling.
—Por supuesto —Zheng sonrió con sarcasmo—. Ahora, largo de aquí, falsa sirvienta —dijo, acompañado de una risa contagiosa.
Liu Yi no necesitó que se lo dijeran dos veces. Salió rápidamente por la puerta lateral, no sin antes sacarle la lengua, ansiosa por volver a su habitación y contarle a Mei Ling sobre su pequeña aventura. Al menos había conseguido algo más interesante que bordar flores todo el día.
Y había robado el precioso postre del emperador…
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