08
El viaje había sido largo y agotador. Liu Yi había pasado los días en un carruaje, observando cómo el paisaje cambiaba gradualmente: los campos verdes se transformaban en tierras más áridas, los pequeños pueblos daban paso a aldeas más grandes, hasta que finalmente los primeros atisbos de la gran capital imperial comenzaron a aparecer en el horizonte.
El amanecer teñía de dorado las murallas cuando el carruaje atravesó las puertas de la ciudad. Liu Yi no pudo contener su asombro ante la vista: la Capital Imperial era incomparablemente más grande y majestuosa de lo que jamás hubiera imaginado. Enormes murallas de piedra gris se elevaban imponentes, custodiadas por torres de vigilancia que parecían tocar el cielo. El movimiento era incesante: mercaderes con sus carromatos, soldados en formación, campesinos llevando sus mercancías; todo un hervidero de vida que contrastaba enormemente con la tranquilidad de su pequeño pueblo.
A pesar de la magnificencia que la rodeaba, Liu Yi no podía dejar de pensar en los que había dejado atrás. En Daiyu, que seguramente la estaría esperando; en la anciana Nuo y el viejo Yichen. ¿Estarían bien? ¿Qué pasaría con su trabajo como médico? La incertidumbre le oprimía el pecho como una mano invisible.
El carruaje se detuvo brevemente en un punto de control. El guardia al mando, un hombre de aspecto severo con una cicatriz que le cruzaba la mejilla, revisaba los documentos con minuciosidad.
-Tengo algunas preguntas -intentó Liu Yi, usando el tono suave pero firme que tan bien conocía de sus consultas médicas-. ¿Puedo saber al menos por qué me han traído hasta aquí?
El guardia ni siquiera la miró, manteniendo ese muro de silencio que había encontrado durante todo el viaje. Era como hablar con las piedras del camino.
-Por favor -insistió ella-. Al menos díganme qué quiere el Emperador conmigo.
Silencio. Los guardias seguían siendo muros andantes, impenetrables e inmutables.
El carruaje reanudó su marcha a través de calles cada vez más elegantes. A través de las cortinas, Liu Yi observaba los edificios cada vez más ornamentados. Techos de tejas rojas con dragones dorados en los bordes, jardines meticulosamente cuidados, estatuas de guerreros. La grandeza imperial la envolvía, haciéndola sentir pequeña y, al mismo tiempo, increíblemente curiosa.
Finalmente, tras lo que pareció una eternidad, el carruaje se detuvo frente al Palacio Imperial. Las puertas se abrieron y un nuevo grupo de guardias la esperaba. Sin darle tiempo a hablar o protestar, la condujeron por un laberinto de patios y corredores.
El Palacio era un mundo completamente diferente. Cada paso revelaba nuevas maravillas: jardines con fuentes de mármol, pasillos interminables decorados con pinturas que parecían cobrar vida, el aroma de incienso mezclándose con el perfume de los árboles de cerezo.
Liu Yi apretó instintivamente el colgante de jade que colgaba de su cuello. ¿Qué secretos guardaba? ¿Qué tenía que ver ella con el Emperador? Las preguntas seguían acumulándose, como nubes antes de la tormenta, mientras se acercaba al corazón mismo del poder imperial.
Los sirvientes del palacio la miraban con una mezcla de curiosidad y algo más profundo, algo que no podía descifrar. Sus ropas de viaje y su apariencia sencilla contrastaban marcadamente con el lujo que la rodeaba, pero había algo en las miradas que recibía que sugería que su presencia allí era más significativa de lo que ella misma comprendía.
El jade en su cuello se sentía cada vez más pesado, como si los secretos que guardaba estuvieran a punto de revelarse, secretos que podrían cambiar no solo su vida, sino quizás mucho más que eso.
De repente, llegaron a unas grandes escaleras. De inmediato, un soldado le ofreció su mano para ayudarla a bajar, pero ella simplemente bajó sola y miró alrededor.
-¿Ya me dirán qué es lo que quieren de mí? -El ceño de Liu Yi se arrugó. La última vez que había sentido tanta ansiedad había sido cuando su madre enferma tenía recaídas, pero en este momento su ansiedad se mezclaba con la incertidumbre-. Al menos díganme si he hecho algo que pueda ofender al Emperador.
Ella agarró el amuleto de jade con fuerza. ¿Qué conexión tenía esa maldita pieza con el emperador? ¿Acaso esto era originalmente suyo y había sido robado? Las especulaciones comenzaron a amontonarse en su cabeza.
-Nada de eso -una voz clara y refinada sonó a su costado. Cuando Liu Yi volteó, se encontró con una dama de mediana edad, con su cabello negro corto perfectamente peinado y un traje color verde bien pulcro-. Saludos -se inclinó levemente-. Yo soy la Dama Chen y se me ha encargado atenderla y guiarla.
Liu Yi podía mirar cómo detrás de quien ahora conocía como "Dama Chen" había una chica más joven, tenía unos lindos ojos que se podían comparar con las hojas del otoño, con matices rojizos y un cabello chocolate muy bonito. Su mirada era de pura curiosidad y admiración, parecía que no sabía esconder bien sus expresiones faciales.
-Y esta joven poco disimulada es Mei Ling -la chica dio un respingo en el acto, siendo atrapada bajo la mirada recta de la Dama Chen.
-Soy Mei Ling, un gusto... -hizo una reverencia con las mejillas enrojecidas.
-Confío que está en buenas manos -por primera vez, el hombre que ella creía que estaba a cargo de los soldados habló, dirigiéndose a la mujer mayor, que simplemente dio un asentimiento de cabeza.
-Vamos, mi señora, le guiaré a sus aposentos -la Dama Chen bajó la mirada un poco, en señal de respeto.
Liu Yi estaba incómoda, nunca había sido tratada de esa manera, ella no era alguien importante y mucho menos creía poder seguirle el ritmo a esa sofisticada etiqueta.
-Claro... -dijo al aire, para indicar que estaba dispuesta a escuchar a la mujer.
-Debido a que hoy es muy tarde, el emperador la recibirá mañana -fueron las últimas palabras del soldado antes de dar una pequeña reverencia e irse.
¿Qué demonios era todo esto?
Lo siguiente que pasó la dejó aún más desconcertada: la llevaron a una habitación preciosa, llena de cosas caras y brillantes, elegante, sofisticada. Luego, sin que ella lo quisiera, las doncellas la desvistieron y le dieron un baño. Debía admitir que la parte de los masajes de Mei Ling había sido espectacular, pero aun así estaba siendo tratada como una mujer noble, cuando era evidente que no lo era. Liu Yi se sentía como si la tomaran por una frágil muñeca de porcelana, y eso la incomodaba mucho... todo había pasado muy rápido.
-Puedo hacerlo por mi cuenta -dijo.
Ella le quitó el cepillo a Mei Ling con la intención de cepillar su cabello. Antes pensaba que lo lavaba bien, pero tras ver lo sedoso, brillante, suave y, sobre todo, blanco que había quedado tras pasar por las manos de Mei Ling en el baño, sumado a la fina bata de seda que usaba en esos momentos, se sintió como si fuera otra persona.
-Pero mi señora... se me ha ordenado servirle y hacerla sentir cómoda -la chica empezó a jugar con sus dedos de forma nerviosa. Liu Yi finalmente suspiró, la chica solo estaba haciendo su trabajo, no quería hacer las cosas complicadas para ella-. Está bien... -se resignó y le devolvió el peine.
Mei Ling comenzó a peinar su cabello de forma delicada, cuidando cada hebra. Liu Yi la miró a través del espejo.
-¿Qué edad tienes? -preguntó tras unos minutos en silencio. La chica pareció sobresaltarse y le devolvió la mirada a través del espejo.
-17 años, señorita. Acabo de entrar al Palacio Imperial -dijo tímidamente. Liu Yi sonrió: no era más que una niña adorable.
-Eres muy linda, Mei Ling -Liu Yi se dio la oportunidad de relajarse ante el aura de inocencia de la chica-. Y no me digas "señora" o "señorita" o ninguno de esos títulos raros, soy una mujer humilde.
Mei Ling se sobresaltó.
-No puedo hacer eso, mi señora. Se nos ha ordenado tratarla con el máximo respeto, son órdenes directas del emperador.
Otra vez ese hombre. ¿Quién demonios podía ser? ¿Se supone que él la conocía? No pudo evitar recordar las palabras de la perra de Zhang Mei. Esa mujer sin duda se las iba a pagar por todo este embrollo.
-¿Acaso tú sabes por qué ese hombre me busca? -preguntó con un poco de irritación. Por otro lado, la chica de ojos rojizos reaccionó alterada.
-Mi señora, no puede referirse al emperador como "ese hombre". Si llega a hacer eso en la Sala del Trono mañana, será castigada. Por favor, prométame que tendrá cuidado -esos mismos ojitos suplicantes hicieron que las defensas de Liu Yi bajaran. ¿Por qué esta niña se estaba preocupando de esta forma por una desconocida? ¿Lo hacía para ganarse su confianza? ¿O simplemente era ingenua por naturaleza?
Liu Yi sonrió y, tal y como hacía con los niños de su pueblo, le acarició la cabeza con delicadeza a Mei Ling.
-Eres una niña muy amable.
La dama de honor se sonrojó hasta las orejas y tuvo que mirar hacia el piso para intentar disimular, pero claramente no podía.
De repente, alguien tocó la puerta.
-¿Pase? -dijo Liu Yi sin estar segura.
-¿Ya has terminado, Mei Ling? -la Dama Chen pasó por la puerta, con su aura de seriedad que le resultaba intimidante.
-Y-Yo... -la verdad es que por la charla aún no habían terminado de peinar a Liu Yi. Así que, sintiéndose un poco responsable, ella tomó la palabra.
-Le he preguntado algunas cosas del Palacio, ya que parece que mi tiempo aquí será indefinido -su tono de voz era serio, como si estuviera desafiando a la Dama Chen, aunque claramente ese comportamiento no afectó en lo absoluto a la digna mujer.
-Termina de una vez. La dama tiene que dormir. Mañana a primera hora será su audiencia con el emperador.
Como lo suponía, esa mujer la trataba con respeto, pero a la vez como si fuera alguien superior. A Liu Yi no le podía importar menos, aun así le lastimaba el orgullo.
-Pueden irse. Yo puedo encargarme sola.
Finalmente, Liu Yi se ató el cabello en una trenza con un hilo rojo en la punta.
Mei Ling se puso nerviosa y protestó, diciendo que ese era su trabajo, y la Dama Chen tan solo la miró con seriedad.
-Descanse -ambas damas se retiraron luego del pequeño acto de rebeldía de la albina.
Ella se acostó, rodeada de mantas de seda, almohadas mullidas y una cama acolchada, parecía que estaba entre nubes.
-¿Qué estarás haciendo, Daiyu? -Ella estaba acostumbrada a dormir con el perro a los pies de su cama, lo extrañaba, se sentía vulnerable y desprotegida sin él. Aun así, tenía que ser valiente. No sabía cuál había sido su ofensa o si había cometido una para empezar, pero afrontaría el día de mañana con todo el coraje que tenía guardado.
...
Supuestamente, el emperador la recibiría al otro día, pero ya habían transcurrido cuatro días interminables de espera. Cada vez que Liu Yi intentaba obtener alguna explicación, era recibida con un silencio ensordecedor o con respuestas vagas que no aclaraban absolutamente nada. Sin embargo, la presencia de Mei Ling había sido su único consuelo durante este largo y tedioso cautiverio.
La niña era un verdadero tesoro, con una capacidad innata para mantener el ambiente ligero y alegre. Siempre tenía algo nuevo que mostrarle: un juego ingenioso, una historia divertida o alguna habilidad que recién estaba aprendiendo. En esta ocasión, habían estado entretenidas con el shogi, un juego de estrategia que ponía a prueba los límites mentales de Liu Yi.
-¿Mi señora nunca ha jugado al shogi antes, verdad? -preguntó Mei Ling con una sonrisa pícara, moviendo otra pieza sobre el tablero con una destreza que contrastaba con la evidente frustración de Liu Yi.
El ceño fruncido de la albina era un mapa de concentración y perplejidad. Sentía que estaba empleando hasta el último recoveco de su capacidad mental, analizando cada movimiento posible, y aun así, Mei Ling parecía estar varios pasos adelante.
-¿Cómo lo sabes? -respondió, casi más para sí misma que para la niña.
La risa cantarina de Mei Ling resonó en la habitación. -Porque, con todo respeto, mi señora, es muy mala -sentenció antes de dar el golpe final y ganar, una vez más, la partida número 34.
Liu Yi no pudo evitar sonreír. Su orgullo estaba herido, pero la alegría de Mei Ling era completamente contagiosa. Con las mejillas ligeramente sonrosadas, admitió su derrota: -Pues no, nunca había jugado.
Mientras observaba por la ventana, un peso invisible comenzó a hundir sus hombros. Las medicinas que había preparado con tanto esmero debían haberse agotado ya. ¿Qué sería de sus pacientes? ¿Quién los atendería en su ausencia? La preocupación se deslizaba por su mente como un río helado, interrumpiendo momentáneamente su tregua con la calma.
-¿Quiere más té, mi señora? -la voz suave de Mei Ling la arrancó de sus cavilaciones.
Liu Yi asintió, y fue entonces cuando la niña comenzó a compartir algo que había mantenido en secreto. Habló sobre el emperador, sobre el miedo inicial que sintió cuando fue asignada a servirla, sobre cómo sus percepciones habían cambiado completamente.
-Cuando la vi por primera vez, creí que era una dama noble con una personalidad difícil -confesó Mei Ling, midiendo cuidadosamente sus palabras-. Pero usted es diferente. Es tranquila, comprensiva. El emperador tenía razón: usted es una mujer verdaderamente amable.
La declaración hizo que un calor reconfortante recorriera el cuerpo de Liu Yi. Sin Mei Ling, estos cuatro días de incertidumbre la habrían llevado a la locura.
De pronto, el silencio fue interrumpido por el sonido de la puerta abriéndose. La dama Chen apareció, con un semblante serio que parecía tallado en piedra.
-Mi señora, debe alistarse. El emperador solicita verla.
La taza de té quedó suspendida a medio camino, mientras Liu Yi procesaba la información. Detrás de la dama Chen, un grupo de mujeres comenzó a movilizarse, guiándola hacia el baño para prepararla.
Su última visión antes de ser llevada fue Mei Ling, sonriéndole con una mezcla de ánimo y complicidad, y la dama Chen, tan imperturbable como siempre.
-¡¿He?! -fue su única y confundida respuesta.
Luego del baño, las manos de las damas la prepararon con movimientos rápidos y precisos. La dama Chen se acercó a Liu Yi con su característico semblante severo, sus ojos fijos en ella como si la estuviera evaluando.
-Escúcheme bien -dijo en un tono tajante-. Frente al emperador, debe mantener una postura erguida pero respetuosa. No hablará a menos que se le pregunte directamente. Hará una reverencia al entrar, profunda pero no exagerada. Mantendrá la mirada baja, pero no sumisa. Sus ojos deben mostrar respeto, pero no temor.
Se detuvo un momento, observándola con intensidad.
-No tartamudee. No se mueva nerviosamente. Cualquier movimiento debe ser medido y calculado. Si tiene que hablar, lo hará con voz clara y firme. No dé más información de la necesaria. Responda con precisión y brevedad.
Liu Yi escuchaba, sintiendo el peso de cada instrucción como una armadura invisible que la protegería en el desconocido terreno de la corte imperial.
-¿Ha entendido? -preguntó la dama Chen con su característico tono que no admitía discusión.
-¿Podré hacerlo bien? -de repente ella quería huir, no sabía por qué estaba allí, no quería estar allí, y ahora estaba obligada a hacer todas esas cosas...
La dama Chen la observó un momento más, y por primera vez, su semblante severo se suavizó. Un destello casi imperceptible apareció en sus ojos.
-Es una mujer hermosa -dijo con sorprendente suavidad-. Y no solo por su aspecto único, sino por la seguridad que emana. Confíe en sí misma. Su belleza no está solo en su apariencia.
Entonces, algo completamente inesperado sucedió. La dama Chen sonrió. Era una sonrisa leve, casi imperceptible, pero real. Una curvatura suave en sus labios que transformó su rostro habitualmente pétreo.
Liu Yi quedó desconcertada y Mei Ling se sorprendió. Jamás habían imaginado ver una sonrisa en el rostro de la dama Chen. Era como ver un paisaje congelado que de repente era iluminado por un rayo de sol.
-Está lista -repitió la dama Chen, pero esta vez las palabras sonaban diferentes, casi como un pequeño aliento.
...
Se encontraban ahora ante las imponentes puertas del consejo. Un sudor frío recorrió su cuello, incapaz de calmar su corazón. Su cabeza podría pender de un hilo en ese lugar. Sin notarlo, apretó el amuleto de jade contra su pecho; ese objeto había sido símbolo de valentía para ella durante mucho tiempo.
-Todo saldrá bien, ya verá... -la alentó Mei Ling.
-Solo recuerde todo lo que le enseñé, y no se olvide: no mire directamente al emperador a menos que él se lo pida -le dijo la dama Cheng.
Liu Yi asintió despacio, como si tratara de grabar a fuego las palabras de la dama. Finalmente, el guardia a cargo le informó que sería anunciada. Se preparó detrás de la puerta, con una postura rígida que provocó que la dama Cheng se preocupara un poco.
-Lo hará bien -Mei Ling le dio ánimos a la dama Cheng.
-Yo no he dicho nada -bajó un poco la cabeza y cerró los ojos, manteniendo su semblante serio.
-Dama Cheng, por muy rígida que sea, sé que usted tiene un corazón de oro -sonrió amablemente la chica, pero se calló en cuanto la mujer la miró de forma fulminante.
Liu Yi finalmente entró y comenzó a avanzar por el largo pasillo, siempre con la cabeza baja, con paso tenso pero constante, hasta que... casi se cae. Se quedó parada a medio camino y los miembros de la corte comenzaron a murmurar.
-¿Para qué quiere su Majestad a alguien tan poco refinada?
-Esa mujer es una vergüenza. ¿Qué hace en el Palacio Imperial?
-Aunque debo admitir, es una belleza exótica.
Esos y más murmullos de distintos tipos se escuchaban en aquella gran habitación. Sus mejillas se pusieron rojas como un tomate y apretó los puños. ¿Por qué debía estar allí? Finalmente, de un momento a otro, todos se callaron, como si el emperador hubiera hecho algo.
-Avance, mi señora -dijo la voz del soldado que la escoltaba.
Ella hizo caso, realmente sin ganas, pero avanzó, esta vez sin cometer errores. Cuando estuvo frente al emperador, hizo una reverencia profunda; la dama Cheng le había enseñado cómo hacerla. Debía admitir que se sentía un poco humillada. Nunca antes se había inclinado ante nadie, principalmente porque nunca había tenido contacto con nobles, y la única persona que había conocido de ese mundo la había tratado como a una igual.
-Al menos sabe lo básico de la etiqueta -escuchó otro murmullo, pero rápidamente el hombre fue callado por un codazo de su compañero.
Todo el ambiente se tensó. El silencio reinaba, incluso los chismosos miembros de la corte permanecían con la cabeza baja. Finalmente, luego de unos minutos, escuchó una voz:
-¿Nos volvemos a ver, señorita con gustos refinados?
Cuando Liu Yi escuchó esa voz, todo cobró sentido. Se sentía extraño cómo podía recordar esa voz luego de dos largos años, aun si no recordaba sus facciones físicas. Ignorando todo lo que le había advertido la dama Cheng, ella levantó la cabeza. No fue un momento sutil -la sutileza era algo que ella no dominaba, salvo en su labor de médico-. El movimiento fue rápido y chusco, alterando a los miembros del Consejo.
-¿¡Tú!? -dijo de la nada, y todo el mundo se escandalizó.
-¡Pero qué insolente! ¿Cómo te diriges así al emperador? -un consejero se escandalizó.
-¡Deberían castigarla!
-Qué descarada.
Aun así, nada de eso le importaba en ese momento, al menos no lo suficiente como para dejar de mirar al hombre que tenía enfrente. Con un simple movimiento de mano, hizo que todo el mundo se callara -caso que probablemente también hizo cuando ella casi tropieza-. A pesar de tener su característica venda, podía notar de cierta forma la intensidad de su mirada, o ¿acaso era simplemente lo imponente de su presencia? Es más, se sentía hasta tonta por no haber sospechado nada. Ahora que todo cuadraba, se daba cuenta de que todo era demasiado obvio.
Parado frente a ese gran trono decorado con dragones de oro, ya no con ropas de pueblerino o su armadura negra, sino con las mismísimas ropas imperiales. Pero aún así, algo que no había cambiado: seguía teniendo la misma estúpida sonrisa.
Liu Yi se paró de repente y comenzó a caminar a pasos seguros hacia él. No le importaba dónde estaba ni su estatus en ese momento. Los guardias sujetaron sus lanzas con fuerza.
-Quietos -advirtió él con su tono jocoso de siempre, la situación le parecía hasta divertida.
Finalmente, Liu Yi se paró cara a cara con él, su ceño fruncido, sujetando con fuerza el amuleto de jade que le habían regalado aquella noche, cuando se fue.
-Zheng... -y corriendo los pocos pasos que quedaban, lo abrazó con fuerza.
-¡QUÉ OSADÍA!
Los ojos se les salieron de órbita a todos en esa habitación, aún más alterados. Algunos sudaban frío, otros rezaban por la pobre alma de la mujer.
Pero de repente, una risotada escandalosa provocó que todo se calmara.
-¡YO LO PERMITO! -Su sonrisa era espléndida, totalmente lleno de sí mismo y confiado. Le devolvió el abrazo como si fueran viejos amigos -aunque claro, no faltaba quien especulaba que eran amantes-. Liu Yi se separó un poco.
-¡Pedazo de idiota! Creí que nunca más te iba a ver. ¿Cómo puedes traerme aquí así, de la nada, sin ninguna explicación? ¡¿Sabes lo alterada que estaba?! ¡Tonto! ¡Idiota! ¡Insensible! ¡Bruto!
Ya en este punto, varias personas en esa sala estaban a punto de desmayarse.
-¡Dama Cheng! -Liu Yi sintió la voz de Mei Ling a sus espaldas. La dama Cheng se había desplomado desmayada. ¿Habían entrado con ella? No se había dado cuenta.
-No has cambiado nada, señorita de gustos finos -él inclinó la cabeza hacia su dirección.
-Tú tampoco, señor "mis aposentos son más grandes" -sonrió feliz. En ese momento, toda la ansiedad que podía haber sentido los días posteriores se desvaneció como niebla arrastrada por el viento.
-Oye, olvida eso. Ahora que lo recuerdo, es un poco embarazoso -se rió.
Ella rió con él. Tal vez, en vez de maldecir a la perra de Zhang Mei, debía agradecerle...
...
Hola. ¡Aquí su escritora! A ver, para los lectores fantasma, les tengo una pregunta: ¿les interesa una historia de Poseidón? En realidad, acabo de salir de un bloqueo de escritora de 3 años; por eso actualizo tan seguido. Tengo tantas cosas para escribir que se me habían ocurrido y que no había podido desarrollar por ese tonto bloqueo, y una de esas ideas es con el dios Poseidón. Tengo la portada desde hace 3 años, incluso los separadores (la portada de "¿Ser tu emperatriz?" es provisional), y me gustaría saber si hay personas dispuestas a leerla.
Les dejo un dibujó que hice masomenos de Poseidón y su nena, que, para adelantar, se llama Desa.
En serio me gustaría saber sus opiniones para ver si vale la pena publicarla.
¡Ah! Y también les dejo uno de la bonita Mei Ling. Con ella fue un flechazo porque hice primero el diseño y luego se me ocurrió meterla en la historia. ¡Jajajá!
Amo diseñar personajes <3. Quieren ver, por ejemplo ¿como es la Dama Cheng? ¿Los ancianos Nuo y Yichen? ¡Puedo hacer unos dibujos sencillos para presentarlos!
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