07
Dos años habían pasado desde que Zheng se marchó. Liu Yi vivía ahora una vida tranquila en aquel pueblo, cuidando y ayudando a los ancianos Yichen y Nuo. Luego de un año viviendo sola con Daiyu, decidió aceptar la propuesta de los ancianos. Demasiado tiempo sola en esa casa la estaba volviendo loca; necesitaba sentir que era útil en algún lugar, que alguien la necesitara.
-Pequeña Yiyi, ¿podrías traerme un vaso de agua?- pedía el viejo Yichen con una sonrisa amable.
-Por supuesto, abuelo- respondía Liu Yi con una sonrisa. Con el tiempo, esa forma de llamarlos se había vuelto una costumbre. Aunque a la anciana Nuo le seguía diciendo vieja o "vieja bestia"...
Nuo, por su parte, apreciaba la ayuda de Liu Yi en las tareas del hogar, aun si seguía teniendo su mal temperamento. -Estás malcriando a ese viejo-, decía mientras miraba con reproche a la chica.
Liu Yi le sacó la lengua y luego sonrió, ganándose un regaño de la anciana.
Los vecinos valoraban a Liu Yi por sus habilidades como una médica respetada. Acudían a ella en busca de medicinas y consejos, agradecidos por su gran amabilidad y conocimientos. Debía admitir que esa vida no estaba tan mal.
Poco a poco, Liu Yi fue olvidando parcialmente a Zheng, manteniendo su mente y su cuerpo ocupados en las responsabilidades que había asumido. Daiyu se había convertido en su leal compañero, había crecido tanto que parecía un oso -bueno, no literalmente-, pero era un perro negro, grande y peludo siempre a su lado. Gracias a eso, ella nunca más fue molestada por nadie; si era el caso, se llevarían un gruñido y una amenaza del perro. ¡Qué inteligente era su bebé!
Liu Yi encontraba satisfacción en su nueva vida. Aunque los recuerdos de Zheng aún la visitaban de vez en cuando, había logrado mantener esos pensamientos a raya, enfocándose en el presente y en los seres queridos que la rodeaban.
Como todo el mundo esperaba, el Reino de Qin tomó el control de la región de Qi, terminando así su período de conquistas, estableciendo su capital en Xianyang, ubicada en la provincia de Shaanxi. El recién coronado Primer Emperador de China, autoproclamado Qin Shi Huang, ordenó una profunda purga de la corrupción entre la élite política y los rangos militares, así como la corrosión en las calles.
-El nuevo emperador está decidido a limpiar la tierra de aquellos que abusan de su poder. Trae cierto consuelo saber que nuestro hogar está ahora en manos más capaces- decía el viejo Yichen al señor de las verduras, en medio del mercado, donde el emperador era un tema candente de conversación.
-Yiyi, siempre te has mantenido al margen de estos asuntos. Pero fíjate que he oído que el emperador es sumamente guapo- dijo la anciana con una sonrisa jocosa-. Ahh, si tan sólo tuviera unas décadas menos.
Se lamentó, llevando una mano a su mejilla arrugada.
-Usted está casada, vieja infiel- hizo un puchero frunciendo las cejas, siguiéndole el juego a la anciana.
-En mis tiempos, hasta el mismísimo anterior Rey de Qi se habría enamorado de mí.
-Tienes el ego por las nubes, vieja- dijo, como quien no quiere la cosa, yendo a atender un cliente escapando del regaño. Liu Yi sonrió, agradecida por la paz y la estabilidad que ahora disfrutaba.
Daiyu caminó al lado de Liu Yi, meneando la cola. Los aldeanos a menudo se detenían a saludar a la joven mujer y a su leal compañero canino; los niños del mercado jugaban con él mientras ella trabajaba. Todo el mundo allí apreciaba sus habilidades.
La vida había encontrado un ritmo constante desde la partida de Zheng. Aunque su recuerdo aún afloraba de vez en cuando, no era algo tan importante desde que Liu Yi se había sumergido en sus nuevas responsabilidades.
Esa tarde, mientras atendía a un paciente en su pequeña consulta junto a la casa de los ancianos Yichen y Nuo -que la habían ayudado a abrir ese pequeño consultorio-, Liu Yi sintió que su mano rozaba involuntariamente el amuleto de jade que Zheng le había regalado. El pequeño dragón tallado descansaba contra su pecho, casi imperceptible bajo su vestimenta, pero siempre presente.
El paciente, un campesino con una herida infectada en el brazo, la miró con curiosidad mientras ella limpiaba cuidadosamente la lesión.
-Señorita, ¿está usted bien?- preguntó el hombre, notando su momentánea distracción.
-Sí, disculpe- respondió ella, volviendo a concentrarse en la herida-. Este ungüento de corteza de sauce te ayudará a reducir la inflamación. Debes cambiarte el vendaje cada dos días y mantenerlo limpio.
Mientras vendaba el brazo del campesino, su mente viajó inevitablemente hacia el recuerdo de cómo había conocido a Daiyu, su fiel compañero. Esa noche de Luna, cómo escuchó ruidos lejanos y cómo encontró a ese pequeño perro lastimado, bueno ahora ya no era pequeño...
El campesino interrumpió sus pensamientos. -Gracias, señorita. Mis respetos para usted.
Daiyu, que había estado echado cerca de la entrada, movió la cola y se estiró cuando el hombre salió. El perro había crecido enormemente desde aquel cachorro que encontró. Era ahora un can grande y protector, siempre alerta y vigilante.
-Ven aquí, mi bebé- llamó Liu Yi, y Daiyu se acercó, apoyando su hocico en su regazo.
La anciana Nuo entró en ese momento, llevando un plato de pescado con verduras y un poco de arroz.
-Mira nada más cómo consientes a ese perro- dijo, pero su tono era más de cariño que de reproche-. Toma, para ti y para él.
-Bueno, creo que quien más malcría a Daiyu eres tú, vieja. Se va a poner gordo como lo sigas alimentando así- río ella y el perro fue a saludar a la anciana moviendo la cola.
Su vida había cambiado tanto desde que sus padres habían muerto. Ya no era aquella joven desesperada y sola. Ahora tenía un propósito, una comunidad que la necesitaba y valoraba. Sus habilidades como sanadora la habían convertido en un miembro respetado del pueblo; agradecía a su madre, aun así había dejado de lado su práctica con la lanza desde que vivía con los ancianos, era algo que la amargaba pero aún así no se arrepentía.
Sin embargo, el recuerdo de Zheng seguía siendo una cicatriz suave en su corazón. El amuleto de jade contra su pecho parecía vibrar con los recuerdos, un testigo de su historia, una historia que terminó antes de siquiera empezar...
Ella sacudió la cabeza. ¿Qué tonterías estaba pensando?
-¿En qué piensas, Yiyi?- preguntó Nuo, observándola con sus ojos astutos de anciana.
-En nada importante- respondió Liu Yi, acariciando a Daiyu-. Solo en lo afortunada que soy.
Y era cierto. Había construido una nueva vida. Una vida llena de propósito, de cariño. El cariño de una comunidad, de los ancianos que la habían acogido, de los niños que jugaban con Daiyu en el mercado, de los pacientes que confiaban en sus conocimientos.
Afuera, el pueblo seguía su ritmo. Los vendedores pregonaban sus mercancías, los niños correteaban, y la vida continuaba su danza interminable.
Liu Yi miró por la ventana, sintiendo la calidez del sol de la tarde. Zheng era un recuerdo hermoso que la acompañaba como el amuleto de jade contra su piel.
...
Esa noche, sentada en el pequeño jardín trasero de la casa, Liu Yi observaba las estrellas mientras Daiyu dormitaba a sus pies. La brisa nocturna mecía suavemente las ramas del viejo ciruelo que los ancianos habían plantado años atrás, -algo pareció al árbol que estaba en su antigua casa, el que ella y su madre habían cuidado juntas- y el aroma dulce de sus flores la envolvía en una sensación de paz.
-¿Otra vez pensando demasiado?- La voz del viejo Yichen la sorprendió. El anciano se acercó con pasos lentos, apoyándose en su bastón los últimos 2 años no habían sido amables con su salud, sin así seguía en pie era gracias a Liu Yi que lo cuidaba con dedicación.
-Los viejos hábitos son difíciles de romper, abuelo- respondió ella, haciéndole espacio en el banco de piedra.
-Sabes, pequeña Yiyi, he estado pensando- comenzó el anciano, sentándose a su lado-. El hijo del herrero no deja de preguntar por ti.
Liu Yi dejó escapar una pequeña risa. -No empieces tú también. La vieja bestia ya me atormenta suficiente con eso.
-Solo nos preocupamos por ti- dijo Yichen con suavidad-. No queremos que te quedes sola cuando nosotros...
-No digas eso- lo interrumpió Liu Yi, su voz teñida de una emoción que no quería nombrar.
El silencio se extendió entre ellos, cómodo y familiar. A lo lejos, los grillos cantaban su melodía nocturna.
-Mi futuro está aquí- dijo finalmente Liu Yi, acariciando distraídamente las orejas de Daiyu-. Con mis pacientes, con ustedes, con este pueblo que me ha dado tanto. No necesito más que esto.
-¿Y el amor, pequeña?
Liu Yi tocó el amuleto de jade a través de su ropa. -El amor tiene muchas formas, abuelo. Está en la sonrisa de un niño cuando sana su herida, en la gratitud de una madre cuando ayudo a su hijo enfermo, en las historias que la vieja me cuenta mientras preparamos la cena... está en Daiyu, que me encontró cuando más sola me sentía.
El anciano asintió, comprendiendo. -Aun así, la vida es larga, Yiyi. Y el corazón tiene una capacidad infinita para crecer.
-Lo sé- susurró ella-. Pero por ahora, estoy construyendo algo diferente. Quiero expandir mi conocimiento de medicina, tal vez viajar a la capital algún día para aprender nuevas técnicas. Hay hierbas medicinales que solo crecen en las montañas del norte... Y quién sabe, tal vez incluso retome mi práctica con la lanza.
-¿Para protegernos de los bandidos?- bromeó el anciano.
-Para proteger todo lo que amo- respondió ella con una sonrisa-. Este lugar, esta vida que hemos construido... vale la pena luchar por ello.
Una estrella fugaz cruzó el cielo nocturno, dejando tras de sí un rastro brillante. Liu Yi recordó una vieja superstición que su madre solía contarle: pedir un deseo cuando una estrella cae.
Pero esta vez no pidió nada. Ya tenía todo lo que necesitaba.
-Vamos adentro- dijo, ayudando al anciano a levantarse-. La vieja bestia nos regañará si nos quedamos aquí tomando frío.
Mientras caminaban hacia la casa, Liu Yi sintió una extraña certeza arraigarse en su corazón. Su futuro no era un camino solitario como había temido una vez. Era un tejido de momentos compartidos, de vidas entrelazadas, de pequeños actos de bondad y coraje. Y ella estaba lista para cada nuevo amanecer que trajera.
Daiyu se levantó perezosamente y los siguió, su presencia constante y reconfortante, como siempre había sido desde aquella noche de luna llena.
...
Al día siguiente, después de una larga jornada laboral, la tarde caía perezosamente sobre el pueblo cuando tres niños entraron corriendo a la pequeña consulta de Liu Yi. Sus rostros estaban manchados de tierra y uno de ellos cojeaba ligeramente.
-¡Liu Yi! ¡Ming se cayó del árbol!- gritó una niña de trenzas despeinadas, señalando a su amigo que intentaba contener las lágrimas.
Liu Yi dejó el mortero donde estaba triturando hierbas y se acercó rápidamente a examinar al pequeño. Daiyu, que dormitaba en un rincón, levantó la cabeza con interés.
-A ver, déjame ver esa rodilla- dijo, ayudando al niño a sentarse en el banco de madera. La herida no era grave, pero tenía varios rasguños y la piel estaba enrojecida-. ¿Se puede saber qué estaban haciendo?
-Queríamos atrapar un pájaro- confesó el tercer niño, rascándose la cabeza con vergüenza.
-¿Un pájaro? ¿Y para qué querían ustedes un pájaro?- preguntó mientras limpiaba cuidadosamente la herida con agua hervida.
-Para tenerlo de mascota- respondió Ming, haciendo una mueca cuando el paño tocó su piel lastimada.
Liu Yi suspiró mientras aplicaba un ungüento verde sobre los rasguños. -Los pájaros no son para estar en jaulas, mocosos. Ellos necesitan volar libres, igual que ustedes necesitan correr y jugar.
-Pero Daiyu vive contigo- protestó la niña.
-Eso es diferente, Mei. Daiyu me eligió como su familia- explicó Liu Yi, comenzando a vendar la rodilla de Ming-. Además, él puede ir y venir cuando quiera, ¿verdad, bebé?
El gran perro negro movió la cola en respuesta, provocando risas en los niños.
-Y tú- se dirigió al tercer niño-, Chen, muéstrame esos raspones en tus manos.
El pequeño extendió sus palmas, revelando marcas rojas donde la corteza del árbol había raspado su piel.
Mientras limpiaba y trataba las heridas de ambos niños, Liu Yi los regañaba suavemente: -La próxima vez que quieran hacer algo así, piensen primero si es seguro. ¿Qué habría pasado si Ming se hubiera lastimado más gravemente?
Los tres bajaron la cabeza, avergonzados.
-Lo sentimos, Liu Yi- murmuraron al unísono.
-Bien, ya está- dijo, terminando de vendar las manos de Chen-. Ahora...
-¡Cuéntanos una historia!- interrumpió Mei, sus ojos brillando con esperanza-. Por favor ¡por favorcito!
Liu Yi arqueó una ceja. -¿Ah sí? ¿Y por que debería hacer eso? Soy médica no cuenta cuentos.
-Por favor, señora Liu- suplicaron los tres-. ¡Tus historias son las mejores!
Liu Yi miró por la ventana; aún quedaba suficiente luz del día y no tenía más pacientes que atender. La anciana Nuo había ido al mercado y el viejo Yichen dormía su siesta.
-Está bien- cedió, sentándose en su taburete mientras los niños se acomodaban en el suelo, con Daiyu echándose entre ellos-. Les contaré la historia del dragón que se enamoró de una mujer mortal.
Los ojos de los pequeños se iluminaron con anticipación.
-Hace mucho tiempo, en las montañas del norte, vivía un poderoso dragón de escamas doradas y ojos como jade pulido. Era el guardián de aquellas montañas y de los secretos que en ellas habitaban.
-¿Era malo el dragón?- interrumpió Chen.
-No, no era malo. Era sabio y justo, pero también estaba muy solo. Pasaba sus días volando entre las nubes y sus noches contemplando las estrellas, sin nadie con quien compartir la eternidad de su existencia.
Liu Yi hizo una pausa, recordando las historias que su propia madre le contaba y también como se había sentido tras la muerte de sus padres y... tras la partida de Zheng.
-Un día, mientras volaba sobre un pequeño valle, vio a una dama que recogía hierbas medicinales en la ladera de la montaña. Su nombre era Xiao Mei, y era conocida en su aldea por su habilidad para sanar a los enfermos.
-¡Como tú!- exclamó Mei, emocionada.
Liu Yi sonrió. -Sí, como yo. La mujer despertó la curiosidad del dragón, dejándolo cautivado por la gentileza con la que la joven trataba cada planta que recogía, por cómo agradecía a la tierra por sus regalos, y por la melodía que tarareaba mientras trabajaba.
-¿Y entonces se transformó en humano para hablar con ella?- preguntó Ming, inclinándose hacia adelante con interés.
-No tan rápido, pequeño. Primero, el dragón la observó durante muchas lunas. La veía subir a la montaña cada tres días, siempre al amanecer, siempre sola. Notó cómo ayudaba a los ancianos que encontraba en el camino, cómo compartía su comida con los niños hambrientos, cómo curaba a los animales heridos que hallaba.
-¿Y ella nunca vio al dragón?- preguntó Mei.
-Oh, sí lo vio- Liu Yi sonrió misteriosamente-. A veces, cuando el sol estaba en lo más alto, ella se sentaba a descansar bajo un viejo cerezo y miraba al cielo. El dragón pensaba que era lo suficientemente sigiloso, pero Xiao Mei siempre supo que estaba allí, vigilando, protegiéndola.
Los niños jadearon sorprendidos.
-Un día, durante una terrible tormenta, un rayo golpeó la montaña provocando un derrumbe. Xiao Mei, que estaba recogiendo una hierba muy rara que solo florece bajo la lluvia, quedó atrapada en el camino.
-¡Oh, no!- exclamaron los pequeños al unísono.
-El dragón, sin pensarlo dos veces, descendió de los cielos para salvarla. Pero cuando llegó junto a ella, algo extraordinario sucedió. Xiao Mei, en lugar de gritar o huir aterrorizada, hizo una reverencia y dijo: "Por fin nos encontramos. He esperado mucho tiempo para que te dignaras a bajar para conocerte." A pesar de estar herida por el derrumbe y mojada por la lluvia, ella le sonreía al dragón como si nada.
Liu Yi hizo una pausa dramática, notando cómo los niños contenían la respiración.
-El dragón, conmovido por su valentía y q la vez su osadia, sintió que algo cambiaba en su interior. Su cuerpo comenzó a brillar como mil soles, y cuando la luz se desvaneció, donde antes estaba la majestuosa bestia, ahora había un hombre de cabello dorado y ojos de jade.
-¿Era guapo?- preguntó Mei, con ojos soñadores.
-El más hermoso que jamás se haya visto- asintió Liu Yi-. Pero su verdadera belleza estaba en su corazón. Cargo a Xiao Mei como si fuera una princesa y la llevo de regresó al pueblo, con el tiempo y más encuentro el le contó a Xiao Mei que había vivido mil años, pero que nunca había encontrado un alma tan pura como la suya.
-¿Y se casaron?- interrumpió Chen, ganándose un codazo de Ming.
-¡Deja que termine la historia!- lo regañó su amigo.
Liu Yi rió suavemente. -No fue tan sencillo. Verán, el dragón tenía un deber sagrado como guardián de las montañas. No podía simplemente abandonar su puesto. Y Xiao Mei tenía a su gente, que dependía de sus conocimientos de medicina.
-Entonces, ¿no pudieron estar juntos?- Mei parecía a punto de llorar.
-El amor verdadero siempre encuentra un camino- continuó Liu Yi-. El dragón descubrió que podía mantener su forma humana durante el día, mientras el sol brillaba en el cielo. Al anochecer, debía regresar a su forma original para mantener el equilibrio de las montañas.
-¿Y Xiao Mei lo aceptó así?- preguntó Ming.
-No solo lo aceptó, sino que encontró la manera de hacer que funcionara. Durante el día, el dragón, en su forma humana, la ayudaba a recoger hierbas medicinales y a cuidar de los enfermos. Le enseñó secretos que solo los inmortales conocían. Y por las noches, mientras él volaba protegiendo las montañas, ella preparaba medicinas bajo la luz de la luna, sabiendo que su amor la vigilaba desde las alturas.
Liu Yi acarició distraídamente a Daiyu antes de continuar: -Con el tiempo, los aldeanos comenzaron a notar que las medicinas de Xiao Mei se volvían cada vez más efectivas, que las cosechas eran más abundantes, y que las tormentas nunca dañaban sus campos. Algunos decían que habían visto un dragón dorado danzando entre las nubes en las noches de luna llena, y que una dulce melodía se escuchaba desde la montaña.
-¿Y vivieron felices para siempre?- preguntó Mei, esperanzada.
-Vivieron felices cada día que compartieron- respondió Liu Yi-. Xiao Mei envejeció, como todos los mortales, pero su amor por el dragón nunca menguó. Y cuando llegó su momento de partir, el dragón lloró lágrimas de jade que se convirtieron en unas hermosas flores, las mismas que ahora crecen en las montañas del norte.
-¿Y el dragón? ¿Qué pasó con él?- preguntó Chen.
-Dicen que aún protege las montañas, y que cada primavera, cuando las flores de jade florecen, se puede ver su forma dorada entre las nubes, danzando con el recuerdo de su amada Xiao Mei.
Los niños permanecieron en silencio por un momento, procesando la historia.
- Liu Yi- dijo finalmente Mei-, ¿crees que las historias de amor siempre tienen que ser tristes?
Liu Yi miró por la ventana, donde el sol comenzaba a ponerse, tiñendo el cielo de dorado. -No son tristes, pequeña. Son como las estaciones: tienen su tiempo de florecer y su tiempo de descansar. Lo importante no es cuánto duran, sino cuánta belleza traen a nuestras vidas.
Los niños asintieron, aunque probablemente no entendían completamente el significado de sus palabras.
-Ahora, ya es tarde y sus madres deben estar preocupadas- dijo Liu Yi, levantándose-. Y recuerden: nada de treparse a los árboles para atrapar pájaros.
-¡Gracias, Liu Yi!- corearon los tres, corriendo hacia la puerta.
-¡Y cuiden esas vendas!- les gritó mientras se alejaban.
Daiyu se acercó a ella, apoyando su cabeza en su regazo. Liu Yi sonrió, acariciando sus orejas.
-¿Sabes, bebé? A veces las mejores historias son las que nos ayudan a entender nuestro propio corazón.
El perro la miró con sus ojos inteligentes, como si entendiera perfectamente lo que quería decir. Afuera, el cielo se teñía de los mismos tonos dorados que las escamas del dragón de su historia.
Apenas los pasos de los niños se perdieron en la distancia, una sombra atravesó el umbral de la puerta. El ambiente cálido y acogedor que había dejado el relato del dragón se disipó como niebla bajo el sol del mediodía.
-Vaya, vaya... contando cuentos de hadas otra vez, doctora Liu.
Liu Yi no necesitó voltearse para reconocer aquella voz. Su espalda se tensó imperceptiblemente mientras continuaba organizando sus hierbas medicinales. Daiyu, aún a su lado, erizó ligeramente el pelo del lomo.
-Señorita Zhang Mei- respondió secamente, sin apartar la vista de su trabajo-. ¿Qué la trae por aquí?
Zhang Mei avanzó con pasos estudiadamente elegantes. Su vestido de seda fina susurraba contra el suelo de madera, y los adornos de jade en su elaborado peinado tintineaban con cada movimiento. Era, sin duda, una mujer hermosa, de esas que hacían voltear cabezas en el mercado y provocaban suspiros entre los jóvenes del pueblo.
-Mi madre necesita más de tu crema para las articulaciones- dijo, examinando la modesta consulta con un desdén mal disimulado-. Aunque sinceramente, no entiendo por qué insiste en usar tus remedios cuando podríamos conseguir mejores en la ciudad.
Liu Yi contó mentalmente hasta diez mientras buscaba el ungüento solicitado. -La señora Zhang es una mujer sabia. Sabe que no siempre lo más caro es lo mejor.
-¿Insinúas que somos tacañas?- Zhang Mei entrecerró sus ojos pintados con khol.
-No insinúo nada- respondió Liu Yi, colocando el pequeño frasco sobre la mesa-. Son dos monedas de cobre.
Zhang Mei dejó caer las monedas con un tintineo deliberadamente fuerte. -¿Sabes? Me sorprende que sigas aquí, jugando a al médico de pueblo. Con tu... peculiar apariencia, podrías haber hecho una buena carrera en la ciudad. Hay hombres que encuentran fascinante lo exótico.
El comentario, como una daga envenenada, estaba diseñado para herir. Liu Yi sintió que su paciencia se agrietaba como hielo fino en primavera. Sus ojos, aquellos que tanto la distinguían, se clavaron en Zhang Mei con una intensidad que hizo retroceder a la otra mujer un paso.
-Y con tu "refinada" educación, Zhang Mei, podrías haber aprendido algo de compasión. Pero supongo que algunas lecciones son más difíciles que memorizar poesía y practicar caligrafía.
Un rubor de ira tiñó las mejillas maquilladas de Zhang Mei. -Al menos yo sé cuál es mi lugar. No ando por ahí pretendiendo ser lo que no soy, mezclándome con... con...
-¿Con quién?- la voz de Liu Yi era suave, pero había en ella un filo peligroso-. ¿Con la gente común? ¿Con aquellos que trabajan la tierra y construyen este pueblo con sus manos? ¿Con niños que necesitan atención y ancianos que buscan alivio? Tu también eres parte de este pueblo, aunque tengas esos aires de grandeza, eres igual a todas esos que desprecias.
Daiyu se levantó, su imponente figura negra proyectando una sombra amenazadora. Zhang Mei retrocedió otro paso.
-Esa bestia tuya... siempre usándola para intimidar- murmuró, aunque su voz temblaba ligeramente.
Liu Yi sonrió, pero el gesto no alcanzó sus ojos. -Daiyu tiene mejor juicio que muchos humanos. Sabe distinguir entre el veneno y la medicina.
-¿Me estás comparando con veneno?
-No, Zhang Mei. El veneno, en las manos correctas, puede salvar vidas. Tu amargura, en cambio...
La otra mujer apretó el frasco en su mano hasta que sus nudillos se pusieron blancos. -Te crees muy especial, ¿no? Con tus historias tontas y tus remedios de porquería. Pero todos sabemos que solo eres una...
-Cuidado- la interrumpió Liu Yi, y había algo en su tono que hizo que Zhang Mei cerrara la boca de golpe-. No querrás que tu madre se entere de cómo su perfecta hija se comporta cuando cree que nadie importante la observa.
Se miraron fijamente por un momento, la tensión tan densa que podría cortarse con un cuchillo. Finalmente, Zhang Mei soltó una risa forzada.
-Como sea. Tengo asuntos más importantes que discutir con una simple curandera.
Se dio la vuelta para marcharse, pero se detuvo en la puerta. -Por cierto, escuché que el hijo del herrero está considerando pedir la mano de la hija del comerciante Chen. Al menos él sabe reconocer la verdadera clase.
Liu Yi mantuvo su expresión neutral, le podía importar menos lo que hiciera el hijo del herrero. -Dale mis saludos a tu madre, Zhang Mei. Y recuérdale que use el ungüento dos veces al día.
Cuando la mujer finalmente se marchó, Liu Yi se permitió soltar el aliento que había estado conteniendo. Daiyu se acercó y apoyó su cabeza en su regazo, ofreciendo consuelo silencioso.
-No dejes que te afecte- murmuró la voz compasiva de la anciana Nuo desde la puerta trasera. Liu Yi se sobresaltó; no había notado su regreso del mercado y era extraño no escuchar su tono malhumorado-. Esa mocosa lleva tanto veneno en el corazón que ninguna medicina podría curarlo.
Liu Yi acarició las orejas de Daiyu, encontrando calma en el gesto familiar. -A veces me pregunto qué le hice para ganarme tanto desprecio.
La anciana se acercó, colocando una mano arrugada sobre el hombro de Liu Yi. -Existir, pequeña. Existir siendo quien eres, sin disculparte por ello. Para algunos, eso es la ofensa más grande.
Liu Yi asintió, pensativa. El sol del atardecer entraba por la ventana, haciendo brillar las motas de polvo como pequeñas estrellas. En algún lugar del pueblo, un gallo cantó fuera de hora, como si quisiera recordarle al mundo que incluso el orden más establecido podía ser desafiado.
-Ven- dijo la anciana, tirando suavemente de su manga-. Ayúdame a preparar la cena. Hoy conseguí hongos shiitake en el mercado.
Mientras seguía a la anciana hacia la cocina, Liu Yi reflexionó sobre cómo algunas heridas eran más difíciles de curar que otras, y cómo a veces, la medicina más poderosa era simplemente seguir adelante, un día a la vez, haciendo lo que sabías que era correcto, viviendo sin arrepentimientos y sin tener nada por lo cual sentirse culpable.
Daiyu las siguió, su presencia constante como siempre, un recordatorio silencioso de que el verdadero valor de una persona no residía en la opinión de otros, sino en las vidas que tocaba y en el bien que hacía en el mundo.
...
El estruendo de metal y gritos rompió la tranquila mañana. Liu Yi dejó caer las hierbas que estaba machacando y corrió hacia la puerta, con Daiyu pisándole los talones. La escena que encontró hizo que su sangre hirviera.
Tres soldados con la insignia de Qin mantenían al anciano Yichen contra el suelo. El viejo pescador, que apenas podía caminar sin su bastón debido a su reuma, temblaba bajo el peso de las armaduras.
-¡Deténganse!- la voz de Liu Yi cortó el aire como un látigo-. ¡Están lastimando a un hombre enfermo!
-Esto no es de tu incumbencia, mujer- espetó uno de los soldados, pero algo en la forma en que Liu Yi se irguió, con Daiyu gruñendo a su lado, lo hizo dudar.
-¿Con qué derecho maltratan a un anciano respetado del pueblo?- Liu Yi avanzó, sus ojos brillando con furia contenida.
Una risa familiar y despreciativa resonó desde atrás. Zhang Mei emergió entre los soldados, sosteniendo un pergamino oficial con el sello imperial.
-Con todo el derecho, querida Liu Yi- ronroneó, desenrollando el documento-. Estamos buscando a alguien que posee un objeto muy particular. Un adorno de jade muy específico.
El corazón de Liu Yi se detuvo por un instante. Inconscientemente, su mano se movió hacia el pequeño colgante que llevaba oculto bajo su ropa, el último regalo de Zheng.
-¿Y eso justifica aterrorizar a la gente?- preguntó, manteniendo su voz firme.
Daiyu se movió, colocándose protectoramente entre los soldados y el grupo formado por Liu Yi y el anciano Yichen. Sus ojos ámbar brillaban con una inteligencia casi sobrenatural.
Zhang Mei sonrió, una sonrisa que no ocultaba su triunfo. -Oh, creo que sabes exactamente de qué hablo. ¿Por qué no nos muestras lo que llevas en el cuello?
La multitud que se había comenzado a reunir contuvo el aliento. La anciana Nuo apareció en la puerta de la casa, su rostro arrugado contraído de preocupación.
Liu Yi evaluó rápidamente la situación. El anciano Yichen seguía en el suelo, su respiración laboriosa. La anciana Nuo parecía a punto de intervenir, y los soldados mantenían sus manos en las empuñaduras de sus espadas.
Con un movimiento deliberado, Liu Yi extrajo el colgante de jade de su cuello. La piedra brilló bajo el sol de la mañana, sus intrincados grabados captando la luz de una manera casi sobrenatural.
-¿Es esto lo que buscan?- preguntó, sosteniendo el jade.
Los soldados intercambiaron miradas de asombro. El que parecía estar al mando dio un paso adelante.
-Señorita, debe venir con nosotros. El Emperador en persona ha ordenado encontrar a quien posea ese amuleto.
-¿El Emperador?- Liu Yi frunció el ceño, genuinamente confundida-. Debe haber un error. Yo no conozco al Emperador.
-No es necesario que lo conozcas- intervino Zhang Mei, su satisfacción apenas contenida-. Él te conoce a ti, aparentemente.
La anciana Nuo dio un paso adelante. -¡No pueden llevársela! ¡Es nuestra medico! ¡El pueblo la necesita!
-¡Es como una hija para nosotros!- agregó el anciano Yichen, intentando incorporarse.
Liu Yi observó cómo la situación amenazaba con escalar. Vio el miedo en los ojos de la anciana Nuo, la angustia en el rostro del viejo Yichen, la tensión en los músculos de Daiyu. Si se resistía, las cosas solo empeorarían. Tenía ganas de llorar en ese momento, pero... Devia ser fuerte... para proteger a aquellos que amaba y que la amaban a ella por sobre todo.
Con una calma que no sentía, Liu Yi enderezó su espalda. -Iré con ustedes.
-¡Liu Yi, no!- exclamó la anciana Nuo,.
-Es raro que no me llames mocosa vieja, estaré bien lo prometo- respondió suavemente, volviéndose hacia ella-. No quiero que nadie salga lastimado por mi causa. Además...- miró el jade en su mano-, tal vez sea tiempo de descubrir de donde proviene realmente este regalo.
Se acercó a la anciana Nuo y la abrazó. -Cuida de Daiyu por mí- susurró-. Y no te preocupes, volveré.
-Tu compañera bestia debe quedarse- ordenó el soldado al mando.
Daiyu gruñó, pero Liu Yi le acarició la cabeza. -Quédate, amigo mío. Cuida de nuestra familia.
La gran bestia negra se sentó gimoteando. sus ojos fijos en Liu Yi con una intensidad casi humana. Zhang Mei observaba la escena con una mezcla de triunfo y algo más... ¿acaso envidia? Si ella era la culpable de todo esto... se iba a encargar de cobrar este favor.
-Los remedios para la semana están preparados- indicó Liu Yi a la anciana Nuo, manteniendo la compostura-. Las instrucciones están en mi mesa.
Mientras los soldados la escoltaban hacia un carruaje oficial, Liu Yi mantuvo la cabeza alta. No les daría la satisfacción de verla asustada, especialmente a Zhang Mei, quien observaba su partida con una sonrisa que no alcanzaba sus ojos.
El carruaje se puso en marcha, y mientras el pueblo se alejaba, Liu Yi apretó el jade entre sus manos. ¿Qué secretos guardaba este pequeño objeto? ¿Y por qué el mismísimo Emperador la buscaba? Las preguntas giraban en su mente mientras el paisaje familiar se desvanecía tras una cortina de polvo del camino.
Detrás, en el pueblo, el aullido solitario de Daiyu se elevó hacia el cielo, una promesa y un lamento por la separación.
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